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Sabiduria Antigua para Tiempos Modernos

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Mauro Bonazzi

Sabiduría antigua
para tiempos modernos

Traducción de Carmen Sáez Díaz


Título original: Con gli occhi dei Greci: Sagezza antica per
tempi moderni

Diseño de colección: Estudio de Manuel Estrada con la colaboración de Roberto


Turégano y Lynda Bozarth
Diseño de cubierta: Manuel Estrada
Fotografía de Javier Ayuso

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas
de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para
quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una
obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en
cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© 2016 by Carocci editore, Roma


© de la traducción: Carmen Sáez Díaz, 2021
© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2021
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15
28027 Madrid
www.alianzaeditorial.es

ISBN: 978-84-1362-069-5
Depósito legal: M. 28.113-2020
Printed in Spain

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envíe un correo electrónico a la dirección: alianzaeditorial@anaya.es
Índice

9 Introducción

13 1. El poema de la fuerza
20 2. Nostalgia
25 3. El complejo de Heráclito
32 4. El espectro de Antígona
40 5. Malos maestros
47 6. Tucídides entre los kurdos
54 7. La trampa de Pericles
60 8. Traiciones
67 9. Tres divagaciones semiserias
72 10. Actualidad del mito
77 11. Amor platónico
84 12. Alma mía
92 13. Filósofos al poder
99 14. La búsqueda de la felicidad
107 15. El carroñero
115 16. El paciente
119 17. Progreso
126 18. El nazismo y la Antigüedad
133 19. Herencias griegas

143 Obras de referencia

7
Introducción

Estamos convencidos de que vivimos tiempos intere-


santes, nuevos, originales. Así es en realidad. Pero
esto es también una forma de protección para defen-
dernos del temor a la insignificancia. ¿Cuál es el senti-
do de nuestra existencia? ¿Cuál es el sentido de los
pocos o muchos años que viviremos –que siempre re-
sultarán irrisorios respecto al tiempo que nos rodea–
en un lugar tan pequeño o marginal respecto a la in-
mensidad del universo? ¿Qué hacemos aquí? Parecen
problemas abstractos, pero expresan preocupaciones
reales para quien, como nosotros, siempre está de paso.
Sentirse parte de una época importante, que progresa
hacia una meta, es un modo de protegernos de estas
preguntas inquietantes. Lo cual no ayuda mucho, ya
que lo que cuenta es lo que haremos de nosotros mis-
mos. El tiempo en el que vivimos será emocionante

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Sabiduría antigua para tiempos modernos

también, pero es a nosotros a quienes nos corresponde


encontrar y dar un sentido a nuestras vidas. Platón es-
cribió una vez que, en el fondo, los temas importantes
de la filosofía son muy pocos. Y eso es válido también
para la vida. De la felicidad al amor y a la muerte; de
la justicia a la fuerza; la amistad: en realidad los verda-
deros problemas son pocos; y siempre son los mismos
de generación en generación, aunque con frecuencia
no nos demos cuenta, ya que son las palabras para de-
signarlos las que cambian. Pero así es: quizás no sería
una mala idea escuchar otras voces distintas de aque-
llas a las que ya estamos acostumbrados. Por ejemplo,
las de los griegos.
Podría resultar una observación banal, dado que
una referencia al mundo antiguo parece siempre obli-
gada cuando se tocan estos temas. ¿No se repite siem-
pre que somos los hijos y herederos de Grecia? ¿Que
es allí donde se encuentran nuestras raíces? Pero la
memoria, tanto colectiva como individual, es selecti-
va, elige lo que quiere y a veces reconstruye lo que no
existe. La idea clasicista de una Grecia marmórea y
olímpica, serena y solemne, capaz de guiarnos desde
lejos, es una ficción cultural. No existe esa Grecia
eterna, la que hizo hablar a Ernest Renan de milagro
cuando por primera vez vio el Partenón. Existen mu-
chas Grecias, muchas formas distintas de posicionarse
ante los problemas de la existencia, con frecuencia en
desacuerdo, a veces desde la locura, a veces de forma
genial, siempre interesantes. Por ejemplo, está la Gre-
cia de los filósofos y la Grecia de los poetas, la de Pla-

10
Introducción

tón y la de Homero; la primera, convencida de que la


razón humana puede encontrar el sentido recóndito
de las cosas detrás de la aparente confusión de los
acontecimientos y de la vida; la segunda, más desen-
cantada frente a una realidad que parece rehuir nues-
tra capacidad de comprensión, pronta a reconocer
que el mundo no ha sido hecho para nosotros ni noso-
tros para el mundo, pero no por ello menos decidida
a combatir para ayudarnos a encontrar nuestro cami-
no. Y si esta última ha merecido los elogios de Frie-
drich Nietzsche o de Bernard Williams, la primera,
por el contrario, ha encontrado un decidido e inespe-
rado apoyo en Joseph Ratzinger. No se trata de tomar
partido por una u otra, ya que son interesantes (no
solo) las respuestas dadas, sino (y sobre todo) las pre-
guntas planteadas. Como decía Aristóteles, si no se
comprenden las preguntas, nunca se hallarán las res-
puestas justas: «Cuando se desea resolver una dificul-
tad, conviene plantearla correctamente, pues el éxito
posterior depende de que se deshaga la dificultad an-
terior, y no se puede deshacer un nudo que no se co-
noce», y la dificultad que el pensamiento encuentra al
tratar de un asunto ayuda, precisamente, a ver los nu-
dos que se encuentran en las cosas (Metafísica 994b,
27-31). Solo así aprenderemos a enfrentarnos a la
complejidad que nos rodea. Por ello, aún hoy día vale
la pena que nos situemos ante el espectáculo del mun-
do con los ojos de los griegos, para ver las cosas desde
ángulos diferentes, desde perspectivas inesperadas,
descubriendo que son distintas a lo que pensábamos,

11
Sabiduría antigua para tiempos modernos

metiéndonos por caminos diferentes, sin prisa por lle-


gar rápidamente a alguna parte. Y ya cada uno, más
tarde, hará su elección.

Este volumen recoge, en una versión modificada, en-


sayos y artículos publicados en La Lettura, Il Corriere
della Sera e Il Mulino. Con frecuencia, por cierto, la
inspiración de estos textos nace de conversaciones y
discusiones con Antonio Carioti y Gianpaolo Tucci, a
quienes debo dar las gracias, junto a Gianluca Mori,
que me telefoneó una mañana de julio para darme la
idea del libro. Igualmente valiosos han sido los conse-
jos, la disponibilidad y los comentarios de Fernanda
Caizzi, Filippo Forcignanò, Walter Lapini, Antonio y
Marta Rutigliano y Mario Ricciardi. A los que les doy
las gracias igualmente.

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1. El poema de la fuerza

Como las hojas y las flores que


brotan en primavera.

Así celebraron los funerales de


Héctor, domador de caballos.

Homero

¡Que la fuerza te acompañe! El lado oscuro y la poten-


cia de la luz. Debes enfrentarte a las tinieblas de tu in-
terior, despertar la conciencia de las partículas de luz
que se esconden en la oscuridad: solo así emprenderás
el camino de la salvación y de la victoria. Star Wars, pen-
sarán algunos. En realidad es el maniqueísmo, una reli-
gión surgida en tiempos del Imperio romano, que con-
cebía toda la realidad como una lucha perenne entre
dos principios opuestos, el del bien y el del mal, el del
espíritu y el de la materia. Es un tipo de pensamiento
más generalizado de lo que se cree. El mundo que nos
rodea es complejo, tan enigmático que a veces resulta
incomprensible. Dividir entre el bien y el mal, la luz y la
oscuridad, es una tentación fascinante, la solución a
muchas incertidumbres y dudas. Funciona bien en po-

13
Sabiduría antigua para tiempos modernos

lítica, donde cada vez con mayor frecuencia se plantea


la oposición entre buenos y malos, los corruptos (que
son los otros, y que son muchos) y los honestos (que so-
mos nosotros, y que somos pocos). América necesita un
John Wayne, ha tronado Donald Trump. Llegan los
nuestros, los malos están avisados. También en Italia se
habla cada vez menos de programas e ideas, el impera-
tivo es la pureza. El poder oscuro de la corrupción co-
rrompe, todo está a punto de derrumbarse, demasiados
han cedido ya. Pero si resistes a la fascinación de las ti-
nieblas, conservando incólume en tu interior la pureza,
no todo estará perdido. La casta golpea de nuevo: que
la fuerza te acompañe.
Sobre la fuerza, sobre el bien y el mal, los eternos
problemas de la existencia humana, reflexionaron tam-
bién Simone Weil y Rachel Bespaloff en 1941, mien-
tras a su alrededor se expandían los ejércitos nazis
–los de verdad, mucho más tenebrosos que sus imita-
ciones cinematográficas–. Y lo hacían leyendo y rele-
yendo un antiguo poema que hablaba de una guerra
entre griegos y troyanos, y de un combate entre dos
héroes: Héctor y Aquiles. La Ilíada. Historias remotas
pero, en realidad, actualísimas, ya que la guerra, la vio-
lencia, la fuerza tienen una presencia recurrente en el
mundo de los hombres. Nada nuevo bajo el sol res-
pecto al lejano futuro de StarWars: que el mundo de
los hombres gira en torno a la fuerza ya lo había expli-
cado Homero. Sin embargo, sus cantos resisten a las
simplificaciones de «nosotros contra ellos» que tanto
éxito tienen hoy día; desvelan una realidad distinta

14
1. El poema de la fuerza

acerca de las cosas humanas, más complicada, menos


tranquilizadora, pero quizás más real.
Porque en Homero aparece la fuerza, pero ninguna
fascinación. No hay nada que descubrir, sólo la ilusión
de quien cree saber controlar la fuerza e inevitable-
mente es arrollado por ella. En el poema todos pre-
sumen de estar al lado de lo justo y se consideran legi-
timados para imponer su propia voluntad. Pero el
resultado siempre es distinto de lo esperado y, las con-
secuencias, dolorosas. Agamenón, que cree poder do-
blegar a Aquiles y asiste a la derrota de su ejército;
Aquiles, que por humillar a Agamenón provoca la
muerte de su mejor amigo; Patroclo y Héctor, que no
saben detenerse en el momento justo y pagan con sus
vidas. La fuerza embriaga a quien cree poseerla, pero
nadie la posee realmente. Ares, la guerra, es imparcial,
«y también mata a quien busca dar muerte». Vence-
dores y vencidos se asemejan. La fuerza es una ilusión.
Es un hecho conocido que se repetirá continuamen-
te en la historia humana. Homero la canta con infinita
piedad e implicación. Hace bien, pues estos héroes
siempre excesivos –que comen como jabalíes, matan
despiadadamente, lloran como fuentes, se pelean como
niños, mandan sobre ejércitos inmensos– son como no-
sotros: como nosotros se enfrentan a situaciones difí-
ciles, luchan, se preocupan por sus seres queridos, se
indignan por las injusticias. Griegos o troyanos son
hombres que sufren y combaten: a veces ganan y a ve-
ces pierden obedeciendo a sus pasiones, expuestos a
las contradicciones de la existencia. Yerran porque vi-

15
Sabiduría antigua para tiempos modernos

ven. «La Ilíada: el poema de la fuerza» (este es el títu-


lo del ensayo de Simone Weil) es una reflexión sobre
esa mezcla de grandeza y miseria que es el hombre.
De este modo, sin juzgar, Homero imparte su lec-
ción. Razones e intereses, deseos e ideas se mezclan
continuamente hasta llegar a ser indistinguibles. Am-
bos, Aquiles y Agamenón, tenían razón, y ambos erra-
ban a su vez. La tentación, demasiado humana, es la de
enrocarse en las propias convicciones, rechazando cual-
quier acuerdo, eligiendo la vía del enfrentamiento. Pero
la fuerza no resuelve nada, es un poder que embriaga y
pierde. Disponer la realidad en términos de una oposi-
ción maniquea entre la luz y las tinieblas no sirve para
aclararnos la complejidad; casi nunca distinguir entre
buenos y malos ayuda a tomar las decisiones correctas.
Como tantos hombres de nuestros días, también los
héroes homéricos son demasiado frágiles e inseguros
como para comprender que la verdadera fuerza está en
el compromiso. Compromiso: «una palabra que hie-
de», escribió Amos Oz, experto en la materia debido a
su implicación en el proceso de paz de Oriente Medio
y también en un matrimonio que duró cuarenta y ocho
años. El compromiso es el preludio de soluciones posi-
bles, dolorosas (pues «un compromiso feliz no existe»),
pero probablemente eficaces. Sin ánimo de ofender a
quienes en Italia gritan «pactismo» cada vez que al-
guien osa proponer un pacto1, «el compromiso es sinó-

1. El autor utiliza el término napolitano italianizado inciucio [en na-


politano es ’nciucio], que significa ‘cotillear, generalmente en voz baja’,

16
1. El poema de la fuerza

nimo de vida». No piensa de forma diferente Néstor


al intentar reconciliar a Aquiles con Agamenón. Antes
de que estallen los conflictos, ¿no sería mejor compro-
bar si pueden desactivarse?

Aún nos encontramos en la superficie. Para entender


el mensaje más profundo de la Ilíada es preciso seguir
las vicisitudes de Aquiles, el héroe más grande, más
bello, más poderoso. Estas virtudes, que tanto gusta-
ban en la Alemania nazi, en realidad cuentan muy
poco. Lo que distingue a Aquiles es la lucidez con la
que se enfrenta al agujero negro de la Ilíada, lo que
más angustia la vida de los hombres. El corazón del
poema no es la fuerza, ni siquiera el conflicto: es la
muerte.
La guerra de Troya duró diez años; el relato de laa Ilíada
cubre una cincuentena de días. Pero todo se decide en
los dos o tres días siguientes a la muerte de Patroclo,
cuando Aquiles renuncia a todo para ponerse a buscar el
sentido último de las cosas, para enfrentarse al absurdo
de la condición humana. De repente la muerte se revela
como lo que es: un escándalo que priva de cualquier va-
lor a la existencia de los hombres, la de cualquier ser
humano individual y la de la humanidad en su conjun-
to. Criaturas efímeras que un día aparecen y un día
desaparecerán, reabsorbidas en un proceso de perenne

pero su sentido se ha extendido a ‘pactar a escondidas’, llegar a acuer-


dos «en voz baja» entre facciones opuestas, a compromisos y apoyos
incluso turbios en el reparto de poder; puede traducirse por «pactis-
mo». (N. de la T.)

17
Sabiduría antigua para tiempos modernos

transformación. «Como el linaje de las hojas, así es tam-


bién el de los hombres.» ¿Qué sentido tiene todo esto?
Ninguno, es la respuesta de Aquiles, una furia de-
vastadora que no tiene ya nada de humano. Si nada
tiene sentido, todo debe ser destruido. Dan ganas de
definir a Aquiles como el primer nihilista. Realmente
el lado oscuro de Darth Vader, con su pequeña ambi-
ción de dominar el universo, palidece ante tanto radi-
calismo. El poema entra en una dimensión onírica, se
transforma en una pesadilla. Aquiles mata a todo aquel
que se cruza en su camino; combate con un río que se
ha desbordado por el exceso de cadáveres, maltrata el
cuerpo de Héctor.
Pero llegado al fondo de la desesperación, Aquiles
comprende. En su tienda aparece Príamo, rey de Tro-
ya, el padre de Héctor. Suplica al asesino de su hijo
que le devuelva el cadáver para poder así sepultarlo.
Ante semejante gesto, Aquiles alcanza una nueva con-
ciencia de la condición humana. Una ceremonia fúne-
bre es el intento de dar sentido y valor humano al feo
hecho de un cuerpo que se descompone. Esto es lo
que quiere Príamo, y por fin Aquiles aprende a acep-
tar su condición de ser mortal. El mundo que nos
rodea probablemente no tenga sentido, es un meca-
nismo ciego que lo engloba y lo destruye todo. Los
hombres no derrotarán a la muerte. Pero pueden, a
pesar de todo, conferir un valor humano a su vida.
Construir. Es la eterna batalla entre naturaleza y cul-
tura. Aquiles y Príamo lloran juntos; se miran, se ad-
miran: reconocen el uno en el otro al padre lejano y al

18
1. El poema de la fuerza

hijo perdido. Se descubren hombres en un mundo in-


diferente. Es difícil imaginar una escena más intensa.
Reconocerse hombres entre los hombres, aprender a
estar juntos.
El poema se acerca a su final. Aquiles concede una
tregua por los funerales. Después la guerra se reanu-
dará: es inútil hacerse ilusiones, así son las cosas entre
los hombres. Pero el poeta de la fuerza ha demostrado
también algo más. «Lo que exalta Homero no es el
triunfo de la fuerza victoriosa, sino la energía humana
en la desgracia»: esa es, en palabras de Rachel Bespa-
loff, la última lección del poeta. En un rincón de la
tienda, a los pies de Aquiles, está su nuevo escudo,
hermosísimo: en el borde campea un río que corre im-
petuoso; en medio hay una ciudad, se celebra un ma-
trimonio, los jóvenes bailan.

19
2. Nostalgia

Mi viaje
ha sido siempre un quedarse
aquí, donde nunca estuve.

Giorgio Caproni

Nostalgia: una palabra griega (nostos es el regreso y al-


gos el dolor: es el dolor del regreso) inventada en 1678
por un médico, un tal Jean-Jacques Harder, para des-
cribir el sufrimiento de los soldados suizos cuando
permanecían demasiado tiempo lejos de sus campos.
Un sentido de carencia lacerante que puede volver
loco, como en el caso de una campesina que había de-
jado de comer, repitiendo obsesivamente «Ich will
Heim, ich will Heim», «¡Quiero volver a casa!». Y un
problema militar, porque los soldados desertaban
nada más escuchar el Ranz des vaches, el canto de los
pastores de los Alpes: finalmente se amenazó con la
pena de muerte a quien lo tocase entre las tropas.
Sufrido con tanta intensidad por los suizos, el mor-
bus helveticus no era exclusivamente de ellos. El lector
(italiano) enseguida piensa en Dante: «Era la hora en

20
2. Nostalgia

que añora el marinero / el adiós a los seres que más


quiere, / enternecido, y el novel viajero / se llena de
nostalgia, cuando hiere / la esquila el aire, con su son
lejano, / cual si llorara al día que se muere.» Difícil-
mente podría representarse mejor la mezcla de dolor
y dulzura que provoca la nostalgia, la cual se extiende
indefinidamente hacia lo lejano, quizás lo perdido.
Remontándonos en el tiempo, llegamos a la Odisea, el
poema del retorno diferido: Ulises no lo sabe, ya que
le faltaba precisamente la palabra, pero él es el héroe
de la nostalgia. La literatura y el pensamiento europeo
nacen bajo el signo de este sentimiento y se definen
gracias a él: así lo sostiene Barbara Cassin en un re-
ciente ensayo. Ya lo había observado Milan Kundera:
«Europeo: aquel que tiene nostalgia de Europa».
¿Pero a qué se quiere volver? A casa, en efecto, a la
«querida patria», se lee en la Odisea. Pero no se trata
solo de eso. Ulises había esperado siete largos años en
la isla encantada de Calipso, «a orillas del aullante mar»,
«suspirando por el retorno». Había renunciado a una
mujer bellísima, a la inmortalidad, quizás a la felici-
dad, para regresar. Pero cuando más tarde recuperó a
su amada Ítaca tras haber matado a los pretendientes,
cuando por fin volvió a abrazar a Telémaco y a Pené-
lope, la nostalgia seguía ahí. Ulises volvió a partir en-
seguida. Por lo demás, también los soldados suizos
después volvían a partir. Entonces, ¿cuándo estamos
realmente en casa?
La nostalgia es un sentimiento huidizo, ambiguo:
puede ser concreta como un prado, pero después busca

21
Sabiduría antigua para tiempos modernos

más, anhela algo indefinido, indeterminado, que quizás


no existe pero cuya ausencia se siente. «La nostalgia es
el sufrimiento de la ignorancia»: de nuevo es Kunde-
ra el que escribe, y sabe de lo que habla. Como en el
cuadro de Giorgio De Chirico El retorno de Ulises (Il
ritorno di Ulisse): se ve una habitación y, en medio, una
alfombra que es un mar, surcado por una barquita, y en
la barquita Ulises rema concienzudamente, siempre en
círculo, sobre la alfombra. Pero ¿se dará cuenta de que
la puerta de la habitación está abierta? Quién sabe
adónde le conduciría ese barco.

Exiliada primero en Francia y después en Estados


Unidos, también Hannah Arendt se preguntó por la
condición impalpable de la nostalgia. Con una res-
puesta sorprendente solo en apariencia. La casa no es
la patria, lo es la lengua: «¿La Europa anterior a Hit-
ler? No puedo decir que no tenga nostalgia de ella.
¿Qué es lo que queda de ella? Queda la lengua». Con
demasiada frecuencia se olvida que las palabras cuen-
tan, ya que son el único instrumento del que dispone-
mos para poner orden en la realidad y para encontrar
el sentido y el valor en las cosas y en nosotros mismos.
Y es gracias a las palabras como logramos expresar lo
que somos y lo que sentimos. Si la nostalgia es el deseo
de encontrar aquello de lo que provenimos, no es ne-
cesario entonces seguir a Ulises más allá de las Colum-
nas de Hércules. El viaje, como en el cuadro de De
Chirico, puede realizarse incluso entre las paredes de
una habitación: es un viaje a la memoria, a las pala-

22
2. Nostalgia

bras, a los discursos que nos han formado –todas co-


sas reales, reales como solo puede serlo la lengua–.
Porque (la cita de Ludwig Wittgenstein resulta obli-
gada) «los límites de mi lenguaje son los límites de mi
mundo». Lo saben bien los prófugos, los de ayer que
huían del nazismo y los de hoy que huyen de dictadu-
ras no menos bestiales, arrojados no sólo de un país a
otro, sino de una lengua a otra; seres balbucientes,
casi incapaces de expresar lo que son. El mundo vaci-
la cuando la lengua vacila.
La nostalgia de Hannah Arendt roza la paradoja: si
lo que cuenta es la lengua, nos podemos encontrar en
el exilio, podemos sufrir la nostalgia incluso estando
en nuestro propio país. Como le sucedió al filólogo
Victor Klemperer mientras a su alrededor el nazismo
se apropiaba de la lengua alemana y la distorsionaba
para predicar el nuevo Verbo. LTI, Lingua Tertii Impe-
rii (la lengua del Tercer Reich) es el diario de este nue-
vo Ulises («tengo la impresión de encontrarme como
Ulises ante Polifemo: “A ti te devoraré el último”»)
que registra pacientemente el modo en que la crea-
ción del nuevo mundo pasaba por la deformación de
las palabras. «El nazismo se introducía en la carne y
en la sangre de las masas a través de palabras aisladas,
de expresiones, de formas sintácticas que imponía re-
pitiéndolas millones de veces»; «muchas palabras del
habla nazi deberían ser enterradas por mucho tiempo
–algunas para siempre– en una fosa común».
De un modo menos dramático, también hoy día
pueden producirse experiencias análogas cuando en

23
Sabiduría antigua para tiempos modernos

los discursos prevalecen los lugares comunes, las fra-


ses hechas o los clichés (una palabra omnipresente en
los textos de Arendt) que ahogan cualquier posibili-
dad de autenticidad en un mar de banalidad. «Nos
convertimos en lo que hablamos», escribía Günther
Anders. Así pues, si queremos liberarnos de los con-
formismos y los fáciles entumecimientos que entonte-
cen a todos aquellos que se jactan de haber llegado, la
nostalgia es un sentimiento que conviene cultivar. En
el fondo, la nostalgia no es de los lugares, sino de no-
sotros mismos: de lo que somos, de lo que pensamos
que hemos sido y de lo que desearíamos ser. Es en
busca de sí mismo que Ulises vuelve a partir.

24
3. El complejo de Heráclito

Fluir es la mayor de las venturas.

Eugenio Montale, Huesos de sepia

Hay escritores que deben su fama a una frase brillan-


te. La ironía, en el caso de Heráclito, es que la frase no
carece de sentido, pero le ha valido para pasar a la his-
toria por algo que nunca escribió. Panta rhei, «Todo
fluye», no lo dijo él. Intentos de aclarar el pensamien-
to de Heráclito no faltan, de Hegel a Popper, a Heide-
gger y muchos más. «Sabes que todo cambia, nada
puede detenerse […] mientras que pasa inadvertido
el auténtico sentido de la vida», cantaba Franco Bat-
tiato, quien, de todos, quizás haya sido el que mejor lo
ha entendido.
Una pasión de Heráclito, quizás una obsesión, han
sido los ríos: «A quienes penetran en los mismos ríos
aguas diferentes les corren por encima». Este aforis-
mo expresa un pensamiento más interesante que el
simple «Todo fluye», que en el fondo es una idea ba-

25

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