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Abbey Lincoln: “ The Music Is The Magic”

Me había propuesto encabezar este artículo con alguna de las canciones de Abbey Lincoln, pues,
¿quién mejor que ella misma para sintetizar toda una vida en las dos o tres palabras que dan título a
una canción ? Como se habrá leído arriba, The Music Is The Magic ha sido la elegida.
“La música es la magia” parece, en sí, un bonito lema , pero la sentencia dista mucho de ser
gratuita. Es la magia de algo, señala hacia algún lugar, concretamente hacia “un mundo secreto”
(“the music is the magic of a secret world”, continúa el estribillo). El músico, en consecuencia, es el
mago, será quien, tras un proceso de experiencia y autoconocimiento evoque dicho mundo,
desenterrando aquello que permanece velado en el día a día. Aquí se inicia la relación del artista con
su mundo secreto, con su espíritu, que nos aborda como lo más preciado que nos ofrece el arte, se
muestra como compañero en el juego creativo ( “el espíritu es mi playmate”) y acontece como
invocación de nuestros ancestros, como una suerte de actualización del pueblo en el presente
(People In Me, rezará otra de sus canciones).
Una vez que se ha generado este vínculo, el músico, ahora más como hechicero, tiene la
responsabilidad de mantenerlo, de cultivarlo, no le estárá permitido dirigir su poder a otro lugar... no
sería ético que diera la espalda a aquel mundo secreto que se expresa, se vivifica en él. Es por esto
que cuando Abbey Lincoln critica a Michael Jackson o Madonna no solamente lo hace desde una
reflexión de estética musical, sino que además está denunciando a los artistas que denigran su poder
poniéndolo al servicio del negocio, del éxito personal. Abbey, por el contrario, está hecha de otra
pasta: discípula de su venerada Billie Holiday, heredera de Bessie Smith... Abbey Lincoln toma a
estas cantantes como modelos de honestidad, de fidelidad al vínculo que en su día lograron generar
con el nuevo universo abierto.
Así, su biografía, cargada de vicisitudes, acáso se nos haga ahora comprensible. Quizás ya
podamos entender los extraños derroteros que tomará en ocasiones su vida: la profundidad de sus
silencios, de sus diletantes intermitencias, en definitiva, de la distancia que supo abrir con el
mercado cuando entendió que lo que estaba en juego era , nada más y nada menos, que su magia.

Ana Maria Wooldrige, Abbey Lincoln para nosotros, nace en Chicago en 1930 como la décima de
doce hermanos. De madre adorada y padre admirado, pasa la infancia entre los rigores de la clase
obrera afroamericana que a duras penas emerge en Chicago. Así las cosas, y tras lograr hacerse su
padre con un viejo piano, se va introduciendo Ana Maria en la música con algunos tímidos
acercamientos al instrumento en su propia casa. Poco después, siendo aun adolescente, ya actúa en
clubes nocturnos del estado de Michigan como cantante en sesiones de música y variedades. Será a
partir de esta época cuando, como ella reconoce en alguna de sus entrevistas, tras escuchar a los
catorce años un disco Billie Holiday, su dedicación al arte se vuelva más estricta y definitivamente
oriente su camino hacia el jazz.
Poco después viaja a California sin mayor intención que la de alejarse del crudo invierno de
Chicago, y a la edad de 22 años, bajo el nombre de Gaby Lee, marchará a Hawai y se ganará la
vida con bolos en garitos de Honolulú. Son años de aprendizaje vital y musical importantes pero
habrá que esperar un poco para que su carrera artística despegue definitivamente, ya de vuelta en
California.
A su retorno, aconsejada por su manager, decide darse a conocer por los clubes musicales de
Hollywood como Abbey Lincoln, y finalmente, bajo la dirección de Benny Carter graba su primer
disco. Abbey Lincoln: the story of a girl in love ( Blue Note, 1956) no pasa de ser una colección
de baladas con una estética más bien conservadora de jazz comercial, pero en su momento le sirve
para dar a conocer su gran voz y trabajar con músicos y arreglistas de primer orden. Nos hayamos
en este momento a un solo paso del gran punto de inflexión de su vida.
En el año 57 forma parte de la película The Girl Can't Help It , donde interpreta uno de los temas
del que fue su segundo disco, That's him (Riverside, 1957). Para su aparición en dicho film la
visten con el icónico vestido de Marylin Monroe en la archiconocida Gentlemen Prefer Blondes
(Ellos Las Prefieren Rubias). Rápidamente salta a la fama. Vestida con ese provocativo rojo es
portada en la revista Ebony y a la incipiente intérprete de bonitas baladas se le abre un glamouroso
camino de éxito por delante. Es el momento en que el mercado demanda una Marylin negra. A las
puertas de los sesenta, parece haber llegado el tiempo de ofrecerles a las noveles clases medias
afroamericanas un icono erótico que poder comprar.... los planes de la lógica de consumo, sin
embargo, no se van a corresponder con los propios de nuestra protagonista.
Abbey Lincoln entra en contacto durante la grabación del mencionado That's Him con algunos de
los más importantes exponentes del estilo que se abría paso entre los jóvenes intérpretes de jazz: el
hard- bop. En efecto, el trompetista Kenny Dorham, el saxo tenor Sonny Rollins, el pianista
Winton Kelly y , sobretodo, el baterista Max Roach (con quien se casaría posteriormente), forman
parte del personal escogido para el disco. El hard bop, una tendencia que devuelve las sofisticadas
improvisaciones beboperas a su matriz étnica de blues y gospel, pero que conserva su aspecto más
enérgico en contraposición al coetáneo cool jazz , lleva todo un movimiento social por detrás que le
sirve de motor. El legado de la rebelión negra palpita en él, y Abbey Lincoln decide no quedarse
fuera. Como ella misma cuenta, decide romper con el diseño de una carrera en el que ella no había
participado y comienza por quemar el vestido de Marylin. La lucha por los derechos civiles se
traduce en un combate de autoafirmación existencial, dentro de una confluencia de lo colectivo con
lo individual que nunca abandonará ya a nuestra cantante.
Junto a That's Him, graba en los dos años sucesivos para el mismo sello It's Magic (Riverside,
1958) y , sobretodo, Abbey is Blue (Riverside, 1959). El plantel de músicos que participan en
ambos discos es de auténtico lujo: a los ya citados se suma Cedar Walton al piano, Philly Joe
Jones a la batería, Art Farmer a la trompeta, Benny Goldson al saxo tenor y arreglos... no cabe
duda de que Abbey está arropada por lo mejor de los músicos del momento pero ,¿qué pasa con
ella?.
La artista florece en todos sus aspectos: como cantante descubre su estilo. Exagera algunos rasgos
que se entreveían en sus dos primeros discos. A la dicción impecable de los textos añade una carga
de dramatismo interpretativo y un aroma negro defendido sobradamente con una voz nítidamente
africana . El respeto de la canción, de la composición, sigue siendo una constante, sin que nunca
haya que lamentar frivolidades estéticas. Su interpretación, aunque austera, se mantiene siempre
inconfundible y muy personal. Su intuición rítmica le permite ondular constantemente sobre el
tempo, alargando o acortando sílabas y frases con un sentido muy expresivo y técnicamente
perfecto.
Pero la explosión de la artista llega más lejos. Abbey is Blue puede considerarse su primer disco
con un sello inequívocamente reconocible. En él hay espacio para sus primeras aportaciones como
letrista ( Let Up! ) y seleccionará minuciosamente los textos para otras canciones. Recoge el legado
de poetas afroamericanos de militancia comunista y antirracista como Langston Hughes en Lonely
House y Oscar Brown en Long As You're Living y Afro Blue. Además, desde el punto de vista
estrictamente musical y fuertemente influenciada por Max Roach, es destacable el empleo de
amalgamas (5/4) en alguna composición como el antes citado Long As You're Living , lo cuál era
algo bastante inusual en el jazz de la época. El resultado de todo esto es un disco que la introduce de
lleno en la vanguardia del momento, al tiempo que la aleja de ese destino que parecía haberle sido
escrito por otros.
Llegados a este punto se hace obligado detenernos a observar la intensa relación que mantiene
desde entonces con Max Roach. Este, como ella reitera una y otra vez en sus entrevistas, comienza
siendo una especie de mentor artístico y espiritual de la cantante, y acaba como inseparable
compañero de proyectos y de activismo social. En sus propias palabras: “Él hizo de mí una mujer
honesta sobre el escenario. Ahora siento que soy una verdadera artista, mientras que antes
deseaba serlo pero no sabía cómo.” La pareja se casa en 1962 y se convierte en una suerte de
icono de rebelde inspiración para la comunidad negra durante los años 60, y en el germen de su
feliz unión colaboran para un buen número de arriesgados proyectos.
Es el momento de las grabaciones rupturistas con el sello Candid , y de la aparición del We
Insist! Freedom Jazz Suite ( Candid, 1960). El trabajo es fruto del encargo que reciben
Max Roach y de nuevo el poeta Oscar Brown para conmemorar los 100 años de la Ley de
Emancipación, y el resultado es explosivo. Panafricanismo revolucionario en lo político y
vanguardia que apunta hacia el free jazz en lo estético. Textos directos y una Abbey Lincoln
que experimenta con el grito, llevando a sus últimas posibilidades a la voz como transmisora de
mensaje y como expresión descarnada de fuerza, dolor y rebeldía a partes iguales.
El momento de esta fructífera etapa de estrecha colaboración con Max Roach llega a su cúlmen
con la grabación del trabajo que consagra a la cantante: Straight Ahead (Candid, 1961).
Abbey Lincoln reune a los habituales del sello y logra un disco en el que se sigue reivindicando
como compositora (el propio Thelonius Monk la felicitará por la letra que escribe para su Blue
Monk). Por otro lado, si bien se mantiene en el camino de experimentación que había iniciado
poco antes, nunca vuelve a alcanzar los extremos, acaso excesivos, del We Insist! . Los textos de
Langston Hughes para African Lady y de Paul Lawrence Dunbar en When Malindy
Sings , en los que se emplean ocasionalmente expresiones vernáculas dialectales del sur
estadounidense, permean con naturalidad en esta música de piel africana. La voz
inequívocamente negra, las melodías de raíz bluesera , la improvisación libre y los arreglos de
vientos de Booker Little empastan a la perfección y consiguen la redondez que es objetivo de
toda creación artística.
Al mismo tiempo la pareja no escatima esfuerzos en participar activamente en las luchas sociales
que, entrados los sesenta, día a día se recrudecen en el país. Colaboran decididamente con el
C.O.R.E (Congress of Racial Equality), asociación que articulaba la lucha por la igualdad
mediante acciones de desobediencia civil y boicot, inspirada originariamente en Mohatma
Gandhi y que con el tiempo iría radicalizándose hasta formar parte del movimiento del Black
Power. Abbey señala que ambos ( la cantante y Max Roach) simpatizaban con Malcom X y
sospecha que tanto la antigua NCAAP (National Assosiation for Advanced of Colored
People) como Luther King les miraban con recelo por su radicalismo. El caso es que en vista
del desierto discográfico en el que muy pronto se perdería creo que desgraciadamente ese recelo
era algo que el doctor King compartía con muchos productores musicales.
Tanto será así que, salvando dos participaciones posteriores con Max ,(Percussion Bitter
Suite, Impulse!1961, y It's Time , Impulse!1962) la sequía discográfica se prolongaría casi
hasta...¡ 1990!. ¿Y cómo explicar que un artista en su plenitud (la cantante cuenta entonces con
treinta y dos años) se aleje de esa manera del foco mediático y de la producción musical? :
“Finalmente aprendí a ser “social”, porque tengo algo que decir acerca de la vida aparte de
comentar mis intereses amorosos y hábitos sexuales… todo eso lo encuentro repugnante.”
Abbey Lincoln se cansa de las oscuras exigencias con que el mercado vuelve una y otra vez a
entrometerse. En sus apariciones públicas es frecuente escucharla denunciar la cantidad de
ocasiones en las que se le aconseja ablandar su discurso con la excusa de las ventas... pero ya es
tarde para eso, ya es tarde para devolverla a la “sensatez”: definitivamente Abbey ya ha roto con
ese mundo.

El silencio discográfico de los años que siguen la devuelve al cine y en 1964 interpreta un notorio
papel en Nothing But A Man. La película, dirigida por Michael Roemer , es un drama
romántico que fue pionero al poner el racismo y la lucha de clases como telón de fondo de la
trama. Su actuación le valió el Premio de Venecia New Cinema a la mejor actriz. Además
será nominada al Globo de Oro en 1969 por su participación en For the Love of Ivy, donde
comparte protagonismo con Sidney Poitier. Pero de nuevo, ¿dónde quedó la cantante? ¿dónde
aquella frenética actividad con la que entra en la década de los sesenta?: “Me dediqué a la
enseñanza (...) y también actué en el Ebony Showcase Theater. Encontré cosas que hacer. Fui
la primera artista de renombre que trabajó en la Parisian Room, que estaba calle arriba de mi
casa (...) Teatro improvisado. Creé una atmósfera para mí. Si no eres capaz de crear una
atmósfera para ti, lo llevas claro.” Abbey se va apartando de la esfera pública y en lo musical
rara vez rompe su silencio.
Volverá más de diez años después a través de una productora japonesa: “Después de los
Candids. Fue entonces cuando obtuve este “frío silencio” de la industria discográfica
americana. Pero los japoneses dijeron -ok, te queremos aquí-.” . El resultado fue People In Me
( Polygram, 1973) , álbum donde la cantante encuentra espacio para mostrar nuevas
composiciones y donde sigue exhibiendo una forma fantástica. Extrañamente esto no significa
una vuelta definitiva, sino más bien un aviso de que la vida musical de Abbey seguía latente, de
que su arte encontraba cauces subterráneos en los que continuar creciendo. Firmado bajo el
nombre de Aminata Monseka, fue su única publicación durante los setenta. Además, durante
esta década la sudafricana Miriam Makeba la llevará consigo para realizar un obligado viaje a
Africa, y personalmente creo que es un periodo en el que Abbey, de alguna manera, al tiempo
que madura sus reflexiones, va silenciosamente incubando creaciones futuras.

Los ochenta tampoco fueron un manantial de actividad discográfica. Gotean tímidamente tres
álbumes, el bellísimo Golden Lady ( Inner City , 1980), también producido en Japón y
posteriormente rebautizado como Painted Lady, y dos grabaciones que editó la alemana Enja
Records: Talking to the Sun ( 1983) y el homenaje a Billie Holiday titulado Abbey Sings
Billie (1989). Si bien todos son trabajos meritorios y en los que siempre hay alguna joya
escondida, desde una perspectiva general diría que el último de ellos culmina un periodo
transitorio que acaba con el fichaje de nuestra diva por Verve.

Así llegan los noventa, Abbey Lincoln cuenta con sesenta años, y con The World is Falling
Down (Verve, 1990) la cantante inicia, de la mano del productor francés Jean- Phillipe
Allard, una etapa de fecundidad artística de once discos hasta el 2007. En efecto, la etapa de
Verve la devuelve a la actualidad del jazz y le permite mantener una continuidad creativa de la
que Abbey había carecido durante casi treinta años. La cantante lo aprovecha para versionearse
años después así como para presentar nuevas composiciones. Algunas de ellas son ahora más
introspectivas, filosóficas a veces, y la madurez que muestra en sus letras alcanza nuevas cotas de
profundidad. Su voz, algo ajada con los años, ha pasado por un barniz que incrementa si cabe la
belleza de su timbre, y su forma de cantar, su autoconocimiento y seguridad la han llevado a un
nivel de maestría que empapa todas y cada una de sus melodías.
Evitando la tentación de detenerme en el análisis pormenorizado de todos los discos de éste
período, citaré al menos un par de trabajos en los que considero obligado pararse a escuchar.
Uno sería el mencionado The World is Falling Down (Verve,1990). Aquí, rodeada de
excelentes músicos, además de presentar la canción que da título al disco expone su propio
alegato feminista en I Got Thunder (And It Rings). También la declaración de principios de You
Got to Pay The Band (Verve, 1991),grabado con un inmenso Stan Getz al saxo tenor y
donde se hallan hermosísimos temas como el melancólico Bird Alone. El siguiente disco es algo
más irregular pero en él encontramos la sugerente The Music is the Magic. Su título (Devil's
Got your Tongue, Verve, 1992) vendría a denunciar la deriva de esos enriquecidos raperos
que ponen su verborrea al servicio del dinero. Pero en este período es de obligado cumplimiento
que nos sumerjamos en “El Sueño de una Tortuga” , A Turtle's Dream ( Verve,1994). En un
tono espaciado y reflexivo, este disco cargado de tiempos lentos cuenta con auténticas joyas,
Throw It Away, Down Here Below, Should I've Been, un blues arrastrado (Hey Lordy Mama) e
incluso referencias a la chanson francaise con el desgarrador Avec Le Temps de Leo Ferrer.
Todos los temas comparten una atmósfera cohesionada, enriquecida con el color de las guitarras
de Pat Metheny y el lirismo del pianista Kenny Barron, entre otros grandes músicos.
El disco que cierra este período y con él esta longeva y extrañamente fecunda carrera musical
sirve de merecido epílogo. Abbey Sings Abbey ( Verve, 2007) es un disco amable, en el que
se compendian muchas de sus composiciones para acercarlas al terreno del folk y de la canción
popular haciéndolas más livianas, más accesibles. Colores inusuales como los del acordeón, la
slide guitar, etc, la alejan del tratamiento ortodoxamente jazzístico y nos facilitan redescubrir su
música a la luz de nuevas texturas.

Poco después, en 2010, cuando suma ochenta años nos abandona definitivamente Abbey
Lincoln. Sus acólitos, siempre sedientos de respuestas, incansablemente repetiremos las
mismas preguntas: ¿por qué un espacio de casi treinta años de silencio? ¿por qué cortar el
ascenso de su carrera en el momento en que tocaba una auténtica explosión? .... Ciertamente que
dicho silencio, de no ser por ese resurgir de edad tardía, habría sido imperdonable. Pero
afortunadamente no fue así, con lo que Abbey pudo trazar una singular forma de desarrollar su
trayectoria artística, y mostrarnos que no todas las vidas son exitosas de la misma manera, que
no todas caben en el molde biopic de Netflix. Siguiendo la senda de su propia coherencia nos
confundió con sus caprichosos quiebros, con sus insospechadas fintas: “Al espíritu no le
importa si necesitas o no dinero”. Aceptó el juego que le proponía su musa creadora, su
“playmate” escondido, su demon-mujer-espíritu. Como Sócrates, finalmente descubrió en lo
más recóndito del yo personal el auténtico vínculo con el universo, y de él extrajo la magia que
hasta su muerte jamás le abandonaría.

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