Precisiones Sobre El Concepto

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Precisiones sobre el concepto de

autonomía universitaria

El concepto de autonomía universitaria puede

formularse analizando la relación entre la

Universidad como parte del Estado y el Estado

mismo. Y es precisamente en la independencia

de las universidades públicas frente al Estado y

el gobierno, así como en su capacidad de autogobierno

y administración, donde se encuentra

la clave de la formulación teórica de la autonomía

y su ejercicio cotidiano.

En general, el concepto de autonomía más

difundido y generalmente aceptado lo ofreció

en 1953 la Unión de Universidades de América

Latina (UDUAL, 1954: 99), que establece lo

siguiente:

La autonomía de la Universidad es el derecho de

esta Corporación a dictar su propio régimen interno

y a regular exclusivamente sobre él; es el

poder de la Universidad de organizarse y de administrarse

a sí misma. Dicha autonomía es consustancial

a su propia existencia y no a una merced

que le sea otorgada –y debe ser asegurada– como

una de las garantías constitucionales.

A lo largo del siglo XX en México, la lucha por la

autonomía de las universidades públicas ha sido

una constante no sólo para conquistarla sino

también para hacer que los organismos públicos

y privados sean capaces de respetarla. En general,


ha sido la Universidad Nacional Autónoma

de México (UNAM) la institución que ha marcado

la pauta en cuanto a la definición y el respeto

que siempre ha exigido a su autonomía. En 1966,

una declaración del Consejo Universitario explicaba

la manera cómo la autonomía universitaria

se integraba con tres autonomías inseparables:

la académica, administrativa y legislativa:

Autonomía universitaria es esencialmente la libertad

de enseñar, investigar y difundir la cultura.

Esta autonomía académica no existe de un modo

completo si la universidad no tuviera el derecho

de organizarse, de funcionar y de aplicar sus recursos

económicos como lo estime más conveniente,

es decir, si no poseyera una autonomía administrativa;

y si no disfrutara de una autonomía

legislativa, que es su capacidad para dictarse sus

propios ordenamientos.

En síntesis, el concepto de autonomía universitaria

se puede precisar en los siguientes términos,

a saber:

1. La autonomía implica el derecho a elegir y

destituir a sus autoridades en la forma que

determinan sus estatutos;

2. Formular el reglamento de ingreso, promoción

y retiro del personal académico y administrativo

y, al mismo tiempo, establecer los

tabuladores correspondientes;

3. Elaborar con absoluta libertad los planes y


programas de estudio de las carreras profesionales

que ofrezca y programar, sin injerencia

alguna, las investigaciones científicas

que en ella se realicen;

4. En tanto que el manejo de los recursos financieros

puestos a su disposición no es una

mera cuestión técnica, financiera o contable,

sino que revela las grandes directrices de la

universidad y sus decisiones estratégicas

sobre docencia, investigación y extensión,

debe hacerse de manera plena de acuerdo a

la aprobación de la distribución que hagan

sus propias autoridades;

5. Expedir, de acuerdo a su propia legislación,

los títulos y certificados correspondientes.

Para lograr el autogobierno de sus universidades

y darse las leyes que las rijan; además

de manejar los recursos puestos a su disposición,

los universitarios de toda América

Latina han ofrecido múltiples luchas y, hoy

mismo, ofrecen otras para preservar y ejercer

las responsabilidades que les otorga la

autonomía.

La lucha por la autonomía

universitaria, hoy

La lucha por conquistar y sostener la autonomía

universitaria en Latinoamérica ha sido parte

de un largo combate contra “el pensamiento

único” que las elites políticas y económicas han


pretendido imponer a nuestras sociedades para

conservar el poder.

En América Latina, la historia de la autonomía

forma parte de la lucha contra la dependencia

del creer y el saber proveniente de los

países metropolitanos; para romper la dependencia

del creer y el saber de las clases dominantes

y sus intelectuales e ideólogos. En

nuestro tiempo, la lucha por la autonomía de la

universidad pública está cada vez más vinculada

a la lucha contra la privatización, la desnacionalización

y la usurpación de las instituciones

públicas y nacionales para convertirlas en

empresas mercantiles.

Pero la lucha por la autonomía de la universidad

pública es, hoy también, una lucha tenaz

contra la trasformación de la educación en

mercancía y contra la lógica del neoliberalismo

que desconoce la razón social y la sustituye

por la razón económica, intentando convertir

en sentido común la consideración de que la

medida del éxito de toda empresa, como la de

cualquier persona, es la máxima ganancia, el

enriquecimiento o la distinción personal. Por

eso, en estos momentos, la lucha por la autonomía

de la universidad pública incluye la lucha

contra la lógica mercantil de la vida y sus derivados

de represión, enajenación, corrupción y

degradación de los valores humanos.


La defensa de la universidad pública autónoma,

laica y gratuita, representa para los universitarios

la defensa del Estado social, del respeto a

las diferencias y a la cultura popular. Esto es, la

lucha por preservar la autonomía universitaria

exige además de enfrentar la lógica mercantil

que hace cultura el lucro, el debate para confrontar

los argumentos que promueven una universidad

que atiende solamente a la educación de los

jóvenes en función de la demanda del mercado,

“propuesta no sólo irracional sino despiadada”,

diría Pablo González Casanova (2004: 18).

En este sentido, proponer que la universidad

pública reduzca su oferta educativa a la demanda

del mercado es proponer una educación universitaria

reducida a la capacitación y el adiestramiento,

soslayándose la formación integral de

profesionales críticos y democráticos, humanistas

éticamente responsables ante las necesidades

sociales. En todo caso, la lucha por profundizar

la autonomía universitaria es, hoy, parte de

la lucha contra la lógica mercantil que sostiene

que sólo deben producirse bienes y servicios

para quienes tienen “capacidad de compra”, excluyendo

a los expulsados del mercado laboral a

quienes, de manera creciente, tiende a privárseles

del derecho a la seguridad social, tanto como

de los bienes y servicios que el estado provee.

La creciente irracionalidad y agresividad de


las políticas neoliberales en estos momentos

forma parte de la necesidad de profundizar la

lucha por la vigencia de la autonomía universitaria.

Se trata de enfrentar la política de despojo

de las riquezas naturales de nuestros pueblos,

de impedir la desregulación y privación de los

derechos laborales a los trabajadores; así como

la reducción de los costos de producción disminuyendo

los salarios y cancelando empleos e

impedir, finalmente, la privatización y mercantilización

de los servicios de educación, salud,

vivienda, alimentación y seguridad social.

Los universitarios tienen, ante sí, una gran

lucha por la autonomía universitaria que confronte

a las corrientes que pretenden esclavizar

el pensamiento y criminalizar la movilización

de los trabajadores y los pueblos. La

autonomía universitaria reclama el derecho a

la crítica fundada en datos evidentes y razonamientos

coherentes.

Finalmente, la lucha por la autonomía universitaria

tiene que incluir la lucha contra la

corrupción y por la firmeza moral que integran

la lucha por el conocimiento. En la defensa de

su autonomía, la universidad, para serlo plenamente,

tiene que fortalecer la cultura del conocimiento

que se expresa en palabras y se realiza

en actos que corresponden a lo que se piensa.

Sin lugar a dudas, la lucha por la autonomía


universitaria implica enfrentarse a la mediocridad

de los medios de comunicación que fomentan

la cultura chatarra, desinforman y manipulan

dolosamente a la opinión ciudadana; implica

también enfrenar la visión que pretende una

educación universitaria exclusiva para la elite

del dinero, excluyente de la inmensa mayoría

de la población en edad de cursar estudios superiores

y que considera que en los planes de

estudio de las universidades sólo deben incluirse

temas y problemas que se consideran “técnicos”,

“útiles”, “actualizados” y “políticamente

correctos” (González Casanova, 2004: 19).

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