11 Descartes
11 Descartes
11 Descartes
1. Introducción.
2. Vida y obras.
3. Descartes y el racionalismo.
4. El método cartesiano: reglas del método.
5. La duda metódica.
6. La teoría de las tres sustancias
6.1. El criterio de verdad y la primera verdad: el cogito.
6.2. Noción de idea y tipos de ideas.
6.3. La segunda verdad: Dios. Argumentos para demostrar su existencia.
6.4. La tercera verdad: la existencia del Mundo.
6.5. Sustancia, atributos y modos.
7. La física cartesiana: el mecanicismo.
8. La antropología
9. La ética cartesiana.
10. Contexto
11. Esquema del “Discurso del Método”.
1. INTRODUCCIÓN.
Uno de los problemas centrales de la filosofía medieval fue el de las relaciones entre la Razón y
la Fe. Al inicio de la Edad Media, San Agustín afirmaba que la “luz natural” de la razón
humana no alcanzaría la verdad más que siendo guiada por la Fe. En el apogeo de la filosofía
medieval, es decir, en la Escolástica, Tomás de Aquino concedía cierta autonomía e
independencia a la Razón, pero siempre al servicio de la Fe. Al final de la Edad Media, en la
crisis de la Escolástica, Guillermo de Occam defendió la total separación de ambas, preparando
así el camino para el surgimiento de la filosofía moderna: el Racionalismo.
El Racionalismo, que es la primera corriente filosófica moderna, puede ser definido como
aquella filosofía que confía plenamente en que la Razón humana es capaz de llegar al
conocimiento verdadero de la realidad. Para ello, nuestra Razón posee Ideas que no se derivan
de la experiencia, es decir, posee ciertos principios cognoscitivos innatos. El racionalismo va a
considerar que las Matemáticas son el tipo ideal de ciencia.
El Racionalismo fue iniciado en Francia por RENÉ DESCARTES y tuvo sus continuadores
en Malebranche (Francia), Spinoza (Holanda) y Leibniz (Alemania). Estuvo enfrentado a la
otra gran corriente filosófica de la edad moderna: el Empirismo, nacido en Inglaterra y cuyos
representantes son Locke, Berkeley y DAVID HUME.
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2. VIDA Y OBRAS. CRÍTICA DE LA LÓGICA ARISTOTÉLICA.
Descartes nace en 1596 en La Haye (Francia). De los 8 a los 16 años se educa en el colegio
jesuita de La Flèche. La formación de los estudiantes se componía de una mezcla de
aristotelismo escolástico y humanismo renacentista. Como nos dirá en el Discurso del Método,
el saber que se enseñaba en este tiempo era un conjunto poco ordenado de ciencias, del cual
sólo se salvaban las Matemáticas “por la certeza y evidencia de sus razones”.
A los 18 años, decidido a seguir la carrera de las armas, se alista en el ejército, combatiendo
por diversas partes de Europa: Holanda, Bohemia, Hungría, Alemania, etc y dentro del
contexto de la Guerra de los Treinta Años. En la noche del 10 de noviembre de 1619, estando
en Alemania en un cuartel de invierno, tiene lugar un acontecimiento que marca su vida y que
nos relata al comienzo de la 2ª parte del Discurso del método: al calor de una estufa, concibe el
proyecto de unificar todos los saberes (todas las ciencias) mediante un método inspirado en el
que utilizan habitualmente las Matemáticas. (episodio conocido como “el episodio de la
estufa”)
Entre 1623 y 1625 se instala en París, donde permanecerá hasta 1628. París es en estos
momentos una ciudad agitada por diferencias religiosas y revueltas campesinas. En la
primavera de 1629 se establece definitivamente en Holanda, país más tolerante que Francia con
las nuevas ideas filosóficas. Allí lleva una vida de retiro dedicado al estudio y a escribir. En esta
época publica el Discurso del Método (cuyas 2ª y 4ª partes constituyen el texto a comentar).
Una vez instalado en Holanda inicia la redacción de una obra de Física (Tratado del Mundo)
construida sobre la hipótesis heliocéntrica de Copérnico. En 1633, cuando la obra está casi
terminada, le llega la noticia de que Galileo ha sido condenado a la cárcel por defender la teoría
copernicana. Por temor a las consecuencias, Descartes no llegará a publicar la obra. En 1637
publica en un solo volumen una serie de escritos científicos (Dióptrica, Meteoros y Geometría),
precedidos por un prólogo escrito en francés (no en latín como era habitual en las obras de
ciencia, lo que significa que pretendía ser leído por cualquier persona y no sólo por los
científicos): ese prólogo es el famoso Discurso del método.
En 1641 publica en latín las Meditaciones metafísicas, obra que termina por darle fama en toda
Europa. En 1644 publica la obra Principios de Filosofía, que es una síntesis de su sistema
filosófico para ser utilizada en las Universidades y que sustituya a la filosofía aristotélica que
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aún se enseñaba en ellas. La última obra importante publicada por él aparece en 1649, un año
antes de su muerte, y se titula Tratado de las Pasiones.
Hay que decir que el pensamiento cartesiano no está sujeto a grandes transformaciones, sino
que su intención principal es, en primer lugar, formular con precisión un método que les
sirva a todas las ciencias para alcanzar la verdad y, en segundo lugar, aplicar tal método a
las diversas ciencias.
El Discurso del método, como ya se ha dicho, aparece escrito en francés con el objeto de lograr
una mayor difusión. Su título completo es Discurso del método para dirigir bien la razón y
buscar la verdad en las ciencias.
▪ En su 2ª parte expone las reglas de su método, reglas que han de proporcionar al que
las siga la seguridad y la certeza de que cualquier conocimiento alcanzado será
verdadero.
▪ En la 4ª parte expone un resumen de su metafísica y su teoría de las tres sustancias.
▪ En las otras partes encontramos: en la 1ª, noticias sobre su vida y estudios, así como
diversas opiniones sobre las ciencias y la necesidad que ellas tienen de un método
común para todas; en la 3ª, su moral provisional; en la 5ª, un resumen de su Física; y
en la 6ª, la afirmación de que el conocimiento que obtenemos gracias a las ciencias no
es simplemente theoria (=contemplación racional de la naturaleza), sino que ha de
servir para dominar la naturaleza y ponerla al servicio del hombre.
En fin, el Discurso del Método es una obra que contiene datos autobiográficos y en la que
Descartes divulga su método exhortando a los científicos y a los hombres en general a
utilizarlo, pues según él es capaz de hacer que nuestro “buen sentido” (=razón) alcance la
verdad.
3. DESCARTES Y EL RACIONALISMO.
Descartes ha pasado a la historia como el “padre” de la filosofía moderna (siglo XVII), al situar
al “sujeto” o “yo” en el centro de la reflexión filosófica. Si en la filosofía antigua y medieval la
preocupación fundamental era conocer la realidad, en la filosofía moderna lo será el sujeto
que conoce la realidad (problema del conocimiento). Descartes pertenece a la corriente
racionalista de la filosofía, en cuyas filas cabe destacar a Spinoza y a Leibniz. Las principales
características de esta corriente son las siguientes:
⮚ El mundo tiene una estructura racional (matemática). Dios ha creado el mundo
empleando un lenguaje racional (matemático).
⮚ Confianza absoluta en la razón humana, de cara a desentrañar los misterios del hombre
y de la realidad. La razón humana lo puede todo, dado que tiene dentro de sí todas las
verdades (verdades innatas).
⮚ El origen, la fuente y los límites del conocimiento, están en la razón humana (en las
verdades que ella posee), no en la experiencia (devaluación de la experiencia).
⮚ La razón humana puede engañarse cuando se fía de la “experiencia ingenua”, pero no se
equivoca cuando sigue los principios de la razón.
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⮚ Utilización del método matemático (= deductivo) en la filosofía: a partir de una
primera verdad objeto de intuición (= una evidencia), se deducen todos los
conocimientos.
Así pues, la Lógica de Aristóteles sirve muy bien como método de exposición coherente de lo
que sabemos, pero no como método para descubrir nuevas verdades. Por eso Descartes
pretende construir uno capaz de llevar a nuestra facultad racional a descubrir nuevas verdades,
es decir, un método capaz de aumentar nuestro conocimiento.
4. EL MÉTODO CARTESIANO.
Objetivo de Descartes: hacer de la filosofía una ciencia estricta (a imagen de las matemáticas),
utilizando un método riguroso y preciso.
Descartes comienza el Discurso del método diciendo: “La facultad de juzgar bien y de
distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que llamamos ‘buen sentido’ o
‘razón’, es por naturaleza igual en todos los hombres; por lo tanto, la diversidad de nuestras
opiniones no procede de que unos sean más racionales que otros, sino tan sólo de que
dirigimos nuestros pensamientos por caminos distintos, y no consideramos las mismas cosas.
No basta, ciertamente, tener un buen entendimiento: lo principal es aplicarlo bien”.
“Por método entiendo lo siguiente: unas reglas ciertas y fáciles, gracias a las cuales todos los
que las observen correctamente no tomarán nunca por verdadero lo que es falso, y alcanzarán
sin fatigarse con esfuerzos inútiles, sino acrecentado progresivamente su saber, el
conocimiento verdadero de todo aquello de que sean capaces”.
El método ha de ser, pues, un “conjunto de reglas”, fáciles de usar y que permitan aplicar bien
nuestro “buen sentido” o “razón”, haciendo que se acreciente/progrese nuestro conocimiento
con el descubrimiento de nuevas verdades. Nuestra razón (=buen sentido) es capaz por sí
misma de distinguir lo verdadero de lo falso, sin embargo hay factores exteriores a ella (como
una educación equivocada o las pasiones que asaltan el alma o la impaciencia por conseguir un
resultado, etc.) que perturban su juicio y la llevan a cometer errores (= a tomar por verdadero lo
que es falso).
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La finalidad del método será: 1) distinguir en todo momento lo verdadero de lo falso y, por
tanto, 2) Hallar la verdad o certeza de las cosas.
Como en las matemáticas, también en filosofía necesitamos partir de una “evidencia”, con el
fin de “levantar” sobre ella todo el “edificio del saber”, para ello Descartes inicia un proceso de
duda mediante el cual poder llegar aunque solo sea a una verdad evidente. Tal y como aconseja
la primera regla no hay que admitir como verdadera ninguna afirmación que no sea evidente,
por eso Descartes comienza su filosofía con la duda.
5. LA DUDA METÓDICA.
La regla de la evidencia exige aplicar la duda metódicamente, es decir, dudar de todos
aquellos conocimientos que poseemos y que no son evidentes.
La duda será “metódica” ya que mediante ella se aplica el método. Será provisional y no
escéptica, pues está convencido de que con ella encontrará al menos una verdad indudable y
absolutamente evidente, sobre la que construir una filosofía verdadera.
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1ª) Desconfianza absoluta de los sentidos. Primero hay que dudar de todos aquellos
conocimientos que poseemos a través de los sentidos, pues éstos nos engañan muy a menudo y
no es descabellado pensar que en realidad nos engañan constantemente.
“Los sentidos nos ponen en contacto con el mundo material y nos proporcionan un
conocimiento de las cosas que solemos aceptar como verdadero. Pero también sabemos que, a
veces, los sentidos nos engañan. Efectivamente, existe un gran número de ilusiones y
alteraciones perceptivas como, por ejemplo, cuando sumergimos un palo en el agua y lo vemos
“quebrado”, y, sin embargo, sabemos que está entero. O cuando, por ejemplo, vemos desde lejos
una torre redonda que, cuando nos acercamos un poco más, nos damos cuenta de que es
cuadrada. Estos hechos son innegables”.
2ª) Imposibilidad de distinguir sueño de vigilia. Que los sentidos sean engañosos permite
dudar de que las cosas sean en realidad tal y como las percibimos sensiblemente, pero no
permite dudar de que las cosas sean reales, es decir, que existan fuera de mi mente que las
percibe. En este punto, Descartes introduce un segundo motivo de duda: cuando soñamos, los
objetos soñados se presentan con tanta viveza que los tomamos por reales, y sólo al despertar
descubrimos que no existen fuera de nuestra mente soñadora. Del mismo modo, dice
Descartes, pudiera ocurrir que nos estemos engañando al creer que las cosas que perciben
nuestros sentidos existan realmente fuera de la conciencia; por tanto no es del todo evidente
que este mundo percibido por los sentidos exista en realidad, pues bien pudiera ser un simple
sueño nuestro que sólo existe dentro de la conciencia. Esto nos lleva a no poder saber si
nuestros conocimientos se refieren a una realidad objetiva existente. Por tanto, no sólo debemos
dudar de que las cosas sean como las vemos, sino de la misma existencia de las propias
cosas.
3ª) Posibilidad de la existencia de un genio maligno. Ahora bien, que no podamos saber con
evidencia si nuestros conocimientos se refieren a una realidad objetiva existente fuera de
nuestro pensamiento o si son solamente algo que no existe más allá de nuestra subjetividad, no
permite dudar de la verdad de ciertas ideas matemáticas cuya evidencia no depende de si
realmente existe o no el mundo que nos muestran los sentidos, ni de si tiene las cualidades que
los sentidos nos muestran. Verdades matemáticas como, por ejemplo, que los tres ángulos de
un triángulo suman 180º, parecen absolutamente evidentes con independencia de si estamos
despiertos o dormidos.
Aquí Descartes introduce un tercer y último motivo de duda: “tal vez exista algún genio
maligno de extremado poder e inteligencia que pone todo su empeño en inducirme a error”.
Esta hipótesis del “genio maligno” permite a Descartes extender la duda sobre todos nuestros
conocimientos, incluso sobre aquellos que parecen más verdaderos, como son los de las
matemáticas, pues viene a decir que, tal vez, nuestro entendimiento es de tal naturaleza que
siempre se equivoca cuando cree haber alcanzado alguna verdad.
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Esta duda metódica parece minar todas nuestras creencias y saberes, y los escépticos tendrían
pues razón. Sin embargo, del acto mismo de dudar de todo surge una verdad indudable: que
soy “algo” (una realidad por tanto, una res, una cosa) que está dudando, y como dudar
equivale a pensar, el acto de dudar revela la existencia evidente de una realidad que piensa. De
ahí que Descartes concluya afirmado: “Cogito, ergo sum” (“Pienso, luego existo”), pues no
podría dudar si no fuese algo, alguna realidad, algo que existe como actividad pensante=que
duda.
Todo lo que pienso puede ser falso (incluidas las verdades matemáticas), pero de lo que no
cabe duda es del hecho de que yo dudo, esto es: de que pienso. Mi existencia como “sujeto
pensante” está más allá de cualquier posibilidad de duda. En consecuencia, esta afirmación
(absolutamente verdadera) es la primera verdad
Del término cogito utilizado por Descartes hay que tener en cuenta lo siguiente:
▪ Para Descartes pensamiento (en latín cogitatio, y en francés pensée) es todo aquello
que ocurre en el interior de nuestra conciencia: dudar, entender, afirmar, negar, querer,
imaginar, sentir, etc.; es decir, todo acto consciente del espíritu.
▪ La verdad “Cogito, ergo sum” no es el producto de alguna deducción, sino que es una
evidencia racional, una intuición alcanzada tras la duda metódica, y constituye el primer
principio indudable de la filosofía cartesiana.
El “Cogito, ergo sum” no sólo es la primera evidencia o verdad indudable, sino además el
prototipo o criterio de toda verdad: es intuida por nuestra facultad de conocimiento con total
claridad y distinción, y éstas son las características que debe presentar toda afirmación para ser
aceptada como verdadera. En esto consiste el criterio cartesiano de verdad: “Me parece que
puedo establecer como regla general que todo lo que percibo (con mi pensamiento) clara y
distintamente es verdadero” (4ª parte del Discurso).
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Así pues, para el racionalismo cartesiano, sólo podemos estar seguros de si una idea es
verdadera observándola con la razón y descubriendo su evidencia. Sólo tales ideas sirven para
darnos una representación adecuada/verdadera de la realidad.
Para la filosofía moderna, únicamente a través de las ideas (que no son realidades existentes
fuera de nuestro cogito/pensamiento, tal y como las entendió Platón, sino entidades mentales,
es decir, sólo existentes en nuestra subjetividad) nuestro pensamiento se representa el mundo
y trata de conocerlo.
Pues bien, ¿cómo podemos estar seguros de que las ideas que mi “yo” posee acerca del mundo
se refieren a una realidad existente fuera de mí? En este punto, Descartes repasa los diversos
TIPOS DE IDEAS que maneja el cogito:
▪ Ideas adventicias: son las que parecen venidas de fuera de mí, es decir, del mundo,
llegándome a través de los sentidos, como, por ejemplo, la de caballo, verde o casa.
▪ Ideas facticias: son las que fabrico yo mismo con la imaginación, como un caballo
con alas, una quimera o cualquier otro producto de la fantasía.
▪ Ideas innatas: son las que ni proceden del mundo exterior ni son fabricadas por mí,
sino que mi “yo pensante” las posee dentro de sí desde siempre, “parecen nacidas
conmigo” ha escrito Descartes, como, por ejemplo, la idea de triángulo, la de que si
A=B, entonces B=A, o la idea de Dios. Son ideas claras y distintas, que poseen en sí
mismas evidencia racional indudable. Constituyen los principios del conocimiento.
Las ideas adventicias y las facticias no sirven para demostrar a partir de ellas la existencia real
del mundo: las adventicias, porque aunque parecen provenir precisamente de fuera de mi
pensamiento, pueden en realidad ser un sueño mío; y las facticias, porque al ser fabricadas por
mi cogito, no sirven para demostrar la existencia de nada exterior a él. Por ello, las únicas ideas
que le permiten a Descartes demostrar la existencia indudable del mundo/realidad exterior al
pensamiento, son las ideas innatas y, entre ellas, la idea de Dios.
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⮚ Argumento ontológico: (similar al de san Anselmo-). Es verdad aquello que percibimos
clara y distintamente (1ª regla del método). Por ejemplo: de un triángulo percibimos clara y
distintamente que sus ángulos suman dos rectos; por lo tanto, esto es verdad. Pero en la
idea de triángulo no percibimos “clara y distintamente” que tenga que existir en la realidad.
Su existencia no se puede intuir a partir de la noción de triángulo. En cambio, en la noción
de dios, sí va incluida su existencia ¿Por qué? Porque en la noción de dios va incluida la
idea de un ser necesario e infinito. Pues bien: dado que la no existencia de dios es una
limitación o finitud, Descartes deduce que dios debe existir.
Así pues, según Descartes, la bondad divina es garantía de la existencia real del Mundo. Y,
además, nuestras ideas (en cuanto son claras y distintas =evidentes) proceden de Dios y, siendo
por ello verdaderas, nos permiten conocer el mundo tal y como es.
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6.5. SUSTANCIA, ATRIBUTOS Y MODOS.
Descartes compara la Filosofía con un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la
física y las ramas que parten de ese tronco son todas las demás ciencias. La metáfora del árbol
(“El árbol de la Ciencia”) sugiere, por un lado, la unidad de todos los conocimientos, pues por
diversos que sean sus contenidos u objetos, todos son producto de una sola facultad de conocer:
la luz natural de la razón o “buen sentido”; y por otro lado, que la Metafísica es la ciencia
fundamental, pues contiene los principios del conocimiento (= ideas primeras acerca del ser o
sustancia de las cosas) que han de servir de punto de partida al resto de las ciencias, las cuales,
si se apoyan deductivamente en las verdades primeras de la metafísica, tendrán la certeza de
que los conocimientos así alcanzados serán verdaderos.
La Metafísica cartesiana sostiene que hay tres clases de sustancias o realidades básicas:
⮚ La Res cogitans: Yo o Alma. Es de carácter espiritual. (1ª verdad)
Noción de sustancia. Para Descartes “sustancia” es una realidad que no necesita de ninguna de
ninguna otra cosa para existir y que, además, permanece invariable por debajo de las
modificaciones que pueda adoptar. Escribe Descartes: “Cuando concebimos la ‘sustancia’
concebimos solamente una cosa que existe de tal manera que no tiene necesidad sino de sí
misma para existir”.
Por tanto, en sentido estricto, el concepto de sustancia sólo es aplicable a Dios, pues sólo Él,
dada su perfección, no necesita de ninguna otra realidad para existir. Pero, en sentido amplio, el
espíritu y la materia son también sustancias, pues existen con independencia mutua. Ahora
bien, Descartes afirma que las sustancias no pueden conocerse directamente, sino a través de
sus atributos (=propiedades esenciales) y sus modos (=accidentes o modificaciones no
esenciales de la sustancia)
Por eso Descartes denomina “res cogitans” a la sustancia espiritual, pues es una “cosa” que
piensa, y cuyos modos o accidentes son los diversos actos conscientes del pensamiento, como
tener ideas, dudar, entender, afirmar, negar, querer, imaginar, sentir, etc.
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En la filosofía cartesiana, Dios garantiza, por un lado, que existe una realidad exterior al cogito,
y por otro lado, que tal realidad material o Mundo es tal y como mis “ideas claras y distintas”
(=evidentes) lo piensan. Pero, no todas las ideas que maneja nuestro pensamiento son “claras y
distintas”. Según Descartes, sólo aquellas ideas que se refieren a las llamadas cualidades
primarias de los objetos, como son las de espacio y movimiento, poseen la claridad y distinción
necesarias para que la razón las considere verdaderas.
Mientras que todas aquellas ideas que maneja nuestro pensamiento y que se refieren a lo que
Descartes denomina cualidades secundarias de los objetos, como son las de sonido, sabor,
tacto, olor, etc., no poseen la claridad y distinción que toda idea necesita para que la razón la
considere verdadera y nos proporcione una representación adecuada de la realidad.
El único Mundo que nuestra razón concibe con evidencia no es este de nuestra vida cotidiana,
conocido a través de los sentidos y sometido a fluctuaciones de muy diverso tipo, sino uno
compuesto de líneas, ángulos y figuras geométricas que se mueven en el espacio. Para
Descartes, el mundo físico o material es un colosal mecanismo de relojería creado y puesto en
movimiento inicialmente por Dios, pero que ahora se mueve por sí mismo en virtud de ciertas
leyes físicas, como por ejemplo, el principio de inercia (“cuando una parte de la materia ha
empezado a moverse, no hay razón alguna para pensar que dejará de hacerlo si no encuentra
nada que retarde o detenga su movimiento”), la ley del movimiento rectilíneo (“todo cuerpo
que se mueve tiende a continuar su movimiento en línea recta a no ser que algo, otro cuerpo, se
lo impida”), la ley de la conservación del movimiento (“si un cuerpo que se mueve encuentra
otro más fuerte que él, no pierde nada de su movimiento; y si se encuentra otro más débil que
pueda ser movido por él pierde tanto movimiento como transmite a éste”), etc.
Este es el mundo que nuestra razón, no nuestros sentidos, concibe con claridad y distinción, el
mundo que es capaz de pensar con precisión e incluso belleza la razón matemática. Las causas
aristotélicas (material, formal, eficiente y final) son desechadas por Descartes como “ideas
confusas” (=erróneas). La única causalidad evidente racionalmente es la causalidad mecánica:
todo movimiento en la naturaleza está causado por el choque entre partes de la materia, no por
la búsqueda de finalidades o télos como afirmaba Aristóteles.
¿Y los seres vivos? Descartes sostiene que son mecanismos muy perfeccionados. Los animales
y los vegetales son autómatas carentes por completo de alma, ya sea vegetativa o sensitiva. ¿Y
el hombre?.
8. LA ANTROPOLOGÍA
El hombre, para Descartes, es una realidad compuesta de dos sustancias: espíritu y materia.
La res cogitans se caracteriza por obrar de forma libre (no está sometida a las “leyes
mecánicas” que gobiernan el universo). En relación a la res extensa, Descartes sostiene una
concepción mecanicista de ésta: el cuerpo es una máquina, sometida a leyes puramente
mecánicas (física), que ha de ser gobernada por el alma. Por tanto, el hombre en cuanto espíritu
o sustancia pensante es libre y escapa a las leyes que rigen los movimientos de la materia.
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En el Discurso del Método (4ª parte) Descartes se refiere así al espíritu o alma humana: “Una
sustancia cuya total esencia o naturaleza es pensar, y que para ser (=existir) no necesita lugar
(=espacio) alguno ni depende de ninguna cosa material. De manera que este .yo, es decir, el
alma por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta es más fácil de
conocer que él, y aunque el cuerpo no existiera, el alma no dejaría de ser cuanto es..”
El hombre es, pues, una unión accidental (igual que para Platón) de dos sustancias: una
material y otra espiritual. Y dado que cada sustancia es una realidad que existe con
independencia de la otra, Descartes explicará la interacción entre ambas (es decir, el hecho de
que una modificación en la sustancia material, como por ejemplo, una presión sobre el
cuerpo, llegue a afectar al alma produciendo en ella alguna sensación, o el hecho de que una
modificación en la sustancia pensante, como por ejemplo, un deseo, pueda causar
movimientos en el cuerpo) diciendo que es a través de la glándula pineal, situada en el
cerebro, como se produce la “comunicación” o acción recíproca entre ambas sustancias.
La sustancia espiritual o pensante posee dos facultades básicas: el entendimiento (es decir,
la facultad racional o inteligente que nos permite distinguir lo verdadero de lo falso) y la
voluntad (es decir, la facultad de desear o querer).
9. LA ÉTICA CARTESIANA.
Descartes distingue entre acciones y pasiones. Las primeras dependen de la res cogitans. Las
segundas (los sentimientos, las emociones y las percepciones), de la res extensa. En no pocas
ocasiones, las pasiones “presionan” a la res cogitans, empujándola unas veces hacia el bien y
otras hacia el mal. La ética cartesiana se va a centrar en el control de éstas mediante la
prudencia. Será la prudencia la que logre que en el hombre, la res cogitans se imponga a la
extensa.
En su relación con el cuerpo, el alma racional debe controlar y someter las pasiones que tienen
su origen en el cuerpo. Así, el hombre liberado de las pasiones debe dirigir libremente su
acción voluntaria hacia los fines que la razón le proponga. Con el desarrollo de la perfección
del alma se consigue la felicidad. Descartes identifica el desarrollo de la perfección del alma
con el desarrollo de la libertad. La libertad se consigue con el dominio y guía de los deseos y
pasiones que surgen del cuerpo pues entonces es cuando el sujeto no se encuentra dominado
por la sustancia extensa sino que gobierna en él su cogito. La libertad es así concebida como
la realización por la voluntad de lo que propone el entendimiento como bueno y verdadero.
Para finalizar, Descartes dedica unas líneas a la “moral”: una moral, en palabras de nuestro
autor, provisional. Dentro de ella, señala una serie de reglas:
1. Hay que obedecer las leyes y costumbres del país (aceptar las normas morales vigentes en la
sociedad, la religión y el orden político existente).
2. Hay que seguir con decisión las resoluciones tomadas.
3. Hay que ocuparse de aquello que está en las manos de uno y desentenderse de lo que nos
sobrepasa.
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Entre los siglos XV y XVII se consolida lo que conocemos como mundo moderno. La
explicación y dominación científico-técnica del mundo, la aparición de la idea de progreso, la
concepción democrático-liberal del Estado, etc., son de naturaleza “moderna”. Si en los siglos
XV y XVI asistimos a la irrupción de estos elementos en escena, a lo largo de los siglos XVII y
XVIII, vemos su triunfo definitivo.
Descartes vive y publica su Discurso del método en el siglo XVII, caracterizado por los
numerosos cambios que hacen tambalearse lo que hasta entonces se consideraba cierto y
seguro.
Época de crisis. Hacia la mitad del siglo XVI tienen lugar en Europa una serie de crisis, que
abarcan todo el siglo XVII. Tras una época de esperanza como fue el Renacimiento, sucede un
periodo de crisis y desequilibrios. El siglo XVII es un siglo de crisis económica y demográfica,
el siglo del Barroco, y del triunfo del racionalismo. Un siglo inquieto en el que se buscan
nuevas soluciones para los graves problemas económicos, políticos y religiosos que por aquel
entonces estaban afectando a Europa.
Aspectos políticos. El siglo XVII es, en lo político, el siglo de las monarquías absolutas:
Luis XIV (el Rey Sol), en Francia; Felipe IV, en España; la dictadura de Cromwell, y el
absolutismo de Carlos II en Inglaterra. (Hobbes será el teórico defensor del absolutismo: en su
Leviatán había apelado al Estado como la instancia capaz de evitar las continuas guerras
civiles; mientras que con Locke aparece, dentro del problema del origen de la sociedad como
un contrato, la devaluación del absolutismo mediante el control parlamentario de las
decisiones reales, especialmente en Inglaterra.).
Es un periodo de gran inestabilidad. Los Estados europeos están enfrascandos en la lucha por
la hegemonía europea. La mayor tentativa en este sentido es la protagonizada por los
Habsburgo de España y Austria frente a Francia, que conduce a la Guerra de los Treinta
Años (1618-1648), en la que Descartes tomó parte y que enfrentó a católicos y protestantes de
toda Europa y en la que el verdadero objetivo era alcanzar la hegemonía del continente.
Aspectos culturales.
La crisis social y demográfica que provoca incrementa el sentimiento de fugacidad de la vida,
ya percibido en el Barroco con obras como "La vida es sueño" de Calderón de la Barca.
La crisis religiosa rompe con la unidad de ésta y se comienza a dudar de la autoridad del
Papa, que había sido uno de los pilares de la Edad Media. No obstante, esta unidad ya había
sido cuestionada con el nominalismo de Ockham, con el humanismo y con la Revolución
científica.
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la fe al negar la existencia de verdades divinas indudables y cognoscibles con la razón y la fe,
pues la razón no puede llegar a conocer a Dios.
La Reforma (a partir de 1517) supuso en la evolución del arte europeo una interrupción, pues
trajo consigo oleadas de destrucción de obras de arte religioso consideradas como signo de
idolatría pagana. Los países católicos respondieron a esto con la Contrarreforma
(aproximadamente a partir de 1550), que dio lugar al estilo barroco. El nombre deriva del
oficio de la joyería –“barocco” es el término portugués para designar una perla irregular– y
desde entonces el término se utiliza en el sentido de “recargado”.
Aspectos científicos.
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La Revolución Científica tiene también una gran influencia en las posturas filosóficas de
este siglo. Hasta entonces, el conocimiento seguía precedido por la física de Aristóteles y
Ptolomeo con el modelo geocéntrico. Kepler, Copérnico y Galileo son los precursores del
modelo heliocéntrico.
En este tiempo de constantes cambios que rompen con la concepción que se tenía del mundo,
solo se mantienen las demostraciones matemáticas, las cuales además, impulsan cualquier
ciencia a la que se apliquen. Esto hace al racionalismo tomarlas como modelo de
conocimiento.
En cuanto a la ciencia, el siglo XVII se caracteriza por una gran efervescencia, particularmente
en la física, la astronomía y la medicina. Galileo, Kepler, Harvey llevan a cabo sus
investigaciones en gran medida al margen o en contra del saber oficial de las universidades.
John Flamsteed levanta en Greenwich el Observatorio Astronómico Nacional, con el fin de que
la navegación inglesa pueda determinar con mayor exactitud el grado de longitud. Con el
microscopio, Robert Hook se acerca al mundo de los seres más minúsculos. Instalando en el
reloj un muelle espiral, consigue que éste pueda prescindir del péndulo y que, por lo tanto,
pueda transportarse de un lugar a otro. Robert Boyle (El químico escéptico, 1661) relega a
magos, hechiceros, alquimistas y charlatanes al mundo de los cuentos, destruye la creencia en
la alquimia y en la transmutación de los metales. Edward Halley descubre la órbita regular de
los cometas, con lo que éstos dejan de ser temidos, pues hasta entonces se consideraban signos
de la ira de Dios. Todos estos descubrimientos, y otros muchos, encuentran su lugar adecuado
en el nuevo sistema propuesto por Isaac Newton (en 1687 se publica Principios matemáticos de
la filosofía natural).
Contexto filosófico.
En cuanto a la filosofía, el siglo XVII supone la ruptura con el pasado medieval. Desde el
Renacimiento es nueva la posición del hombre en el mundo y otra la manera de concebir la
realidad. El antropocentrismo del humanismo renacentista da la prioridad a aquello que es
más universal en el hombre, la racionalidad. Se rompe con el teocentrismo medieval. Esto
influye en la concepción del método cartesiano que deduce la realidad a partir del
conocimiento del yo.
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La filosofía experimenta una completa renovación en la obra del francés, hasta el punto en que
ésta consistirá en el desarrollo más o menos fiel (generalmente con muchas innovaciones) del
programa cartesiano (el racionalismo) o bien en la elaboración de un programa alternativo (el
empirismo), definido en gran medida como reacción a los principios asentados por Descartes.
Así, pues, dos grandes corrientes filosóficas van a dominar el pensamiento moderno: el
racionalismo y el empirismo. A finales del siglo XVIII, Kant, uno de los mayores filósofos de
todos los tiempos, intentará sintetizarlas en un sistema único.
Si con Descartes se abrió paso y se afirmó definitivamente la autonomía de la razón, el
idealismo de Hegel (1770-1831), por su parte, suele ser considerado el último gran sistema
filosófico de la modernidad. Puede decirse, por tanto, que la filosofía moderna se desarrolló a
lo largo de los siglos XVII y XVIII, hasta la Revolución Francesa, y sus consecuencias, no sólo
políticas, sino también culturales y filosóficas, se dejaron sentir en las décadas siguientes.
a) Evidencia
b) Análisis
2. Las reglas del método
c) Síntesis
d) Enumeración (recuentos y revisiones)
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a) Fundamentos de una nueva metafísica (Finalidad de
esta parte)
b) La duda metódica: rechazo de todo aquello que admite
la mínima duda.
intelectual]
-Imposibilidad de distinguir entre vigilia y sueño [Duda de
la existencia del mundo, de la realidad]
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