Resumen y Análisis Capítulos XLII-XLVII - GradeSaver
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absolutamente cuerdo.
Don Quijote, entonces, le aconseja a Sancho que sea limpio y que se corte las uñas. También le recomienda
no comer ajos ni cebollas, ya que estos alimentos están asociados a los villanos. Asimismo, le pide que sea
templado al beber. Por otro lado, le pide que no ande todo el tiempo diciendo refranes, a lo que su escudero
replica que le será difícil, puesto que él tiene más refranes que un libro.
Sancho, por su parte, le agradece los consejos a su amo, aunque dice que no los recordará, y que le será
necesario dárselos por escrito a su confesor, ya que él no sabe leer ni escribir. Don Quijote se pone nervioso
porque Sancho sigue usando refranes para hablarle. El escudero argumenta que, en todo caso, fue el propio
don Quijote el que le metió en la cabeza eso de gobernar, y que si su amo piensa que no sirve para ello,
"más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno" (876). Don Quijote, por su parte, al escuchar
esto, le dice que solo por haber dicho eso ya se merece ser el gobernador de mil ínsulas, y le recomienda
que siempre tenga el firme propósito de acertar en sus negocios. Finalmente, agrega que deben ir a comer,
ya que los señores los están aguardando.
Capítulo XLIV: Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno,
y de la estraña aventura que en el castillo sucedió a don
Quijote
Luego de comer, don Quijote le entrega sus consejos a Sancho por escrito. El duque y la duquesa los leen y
quedan admirados del ingenio de don Quijote. Acto seguido, el mayordomo del duque -el mismo hombre
que había actuado de la Dolorida- se dispone a llevar a Sancho a la ínsula. El escudero le hace notar a su
amo el parecido del mayordomo con la Dolorida, pero don Quijote le dice que no pueden ser la misma
persona, y pide a Dios que los libere de los malos hechiceros. Luego de esto, Sancho parte.
Inmediatamente después, a don Quijote lo embarga un profundo sentimiento de soledad. La duquesa quiere
consolarlo, ofreciéndole los servicios de sus doncellas, pero el caballero se niega y pide que lo dejen solo en
su aposento. Don Quijote se acuesta en su cama, dispuesto a dormir, pero escucha que hay gente hablando
en el jardín. Las voces corresponden a dos doncellas: una dice que, desde que entró don Quijote al castillo,
ella sufre de amor por él; la otra la incita a cantar para hacerle llegar su dulce voz al Caballero de los Leones.
Don Quijote estornuda a propósito para que ellas sepan que él está despierto y, acto seguido, Altisidora
tañe su arpa y comienza a cantar un romance. Al concluir, don Quijote se lamenta de que cada doncella que
lo ve se enamore de él. Cierra con fuerza la ventana y se vuelve a acostar, declarando que él tiene que ser
de Dulcinea y de nadie más.
Capítulo XLV: De cómo el gran Sancho Panza tomó la
posesión de su ínsula y del modo que comenzó a gobernar
Sancho es recibido por la gente de la ínsula. El mayordomo del duque le explica que debe responder a una
pregunta que determinará para los pobladores cuál es el nivel de ingenio del nuevo gobernador. Sin
embargo, comienzan a llegar pobladores con distintas disputas que Sancho debe resolver. Uno de ellos es
un pobre ganadero que explica que cuando volvía de vender unos puercos, se cruzó con una mujer y
tuvieron relaciones sexuales. Luego, él le pagó lo suficiente, pero la mujer insiste en que él la forzó. Sancho
le dice al ganadero que le dé todo el dinero que lleva a la querellante, quien, luego de recibir los veinte
ducados, abandona el juzgado. El nuevo gobernador le dice al ganadero que ahora vaya tras la mujer y le
quite la bolsa con el dinero. El hombre hace esto, pero vuelve al rato con la mujer, a quien no le pudo quitar
la bolsa. Sancho le pide a la mujer que le devuelva el dinero al ganadero, y le explica que si hubiera puesto la
mitad del esfuerzo con el que defendió el dinero en defender su cuerpo, nada habría pasado. Por último, la
acusa de desvergonzada y le pide que se retire. Acto seguido, también le dice al ganadero que puede
retirarse, y le aconseja que, si quiere conservar su dinero, trate de reprimir su voluntad de acostarse con
cuanta doncella se cruza.
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06/11/2024, 07:40 Resumen y Análisis Capítulos XLII-XLVII | GradeSaver
Análisis
En estos capítulos, Sancho, finalmente, recibe su tan ansiada ínsula. Luego de la aventura de Clavileño, es el
propio duque quien se lo comunica. Don Quijote aparta a su escudero para darle una serie de indicaciones
respecto de qué adornos debe tener en el alma un buen gobernante. En principio, podemos notar la
presencia de lo religioso: siempre temerle a Dios. A propósito de esto, observamos que en esta segunda
parte hay una clara intención de Cervantes por destacar el costado religioso, católico, para ser más
precisos, en relación con la caballería andante. Esto puede interpretarse como una reivindicación de
aquellos preceptos morales que la sociedad ha ido perdiendo y que necesita de un Quijote que venga a
refrescarlos. Dicho de otra forma: don Quijote es un caballero andante fuera de época, casi anacrónico,
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podríamos decir; pero, con su locura y todo, funciona como el embajador de ciertos valores que la sociedad
ha perdido y que le convendría recuperar; valores que la caballería andante tenía como pilares
fundamentales y que Cervantes, como hombre de armas que es, respeta, más allá de que haya escrito un
libro que parodia los libros de caballerías. Valores como la lealtad, la compasión, la caridad o la pureza ya no
se respetan como en aquella época de los caballeros andantes, y don Quijote los menciona en sus consejos
a Sancho. El ejemplo más claro de esto podemos apreciarlo en los duques, que, lejos de mostrar algún tipo
de compasión por la locura de don Quijote, se aprovechan de ella. Así y todo, no serán los únicos personajes
que no muestren ni compasión ni piedad para con el Caballero de los Leones. Ahora bien, otro de estos
valores, quizás el más importante, que don Quijote desea poner de relieve, es la profunda conexión con
Dios:
Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no
podrás errar en nada.
Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil
conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse
con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber
guardado puercos en tu tierra.
(...) Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué
tener envidia a los que padres y agüelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud
se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale (868-869).
Ahora bien, en los consejos que le da don Quijote a su escudero podemos observar dos cuestiones: por un
lado, todas las recomendaciones son absolutamente lúcidas, propias de una persona en su sano juicio; y es
el propio narrador quien nos lo indica: "¿Quién oyera el pasado razonamiento de don Quijote que no le
tuviera por persona muy cuerda y mejor intencionada?" (871). Por otro lado, Sancho reconoce la buenas
intenciones de su amo y se lo agradece, aunque confiesa haberse olvidado todos los consejos. Don Quijote
enfurece, no tanto porque su escudero se haya olvidado los consejos, sino porque este comienza a
justificarse diciendo un refrán tras otro. En este sentido, Sancho se ha vuelto un agente paródico de la
cultura popular de ese momento. Visto de esta forma, es interesante plantear que en esta nueva relación
entre don Quijote y su escudero también podríamos interpretar la búsqueda de Cervantes de hacer
interactuar la tradición literaria (encarnada en don Quijote y su obsesión por los libros de caballerías) y la
cultura popular (encarnada en Sancho y sus refranes). Esta relación, como hemos visto y veremos, más allá
de algunos momentos de tensión, irá definiendo su propio equilibrio, y es, justamente, este equilibrio lo que
Cervantes ha encontrado en su segundo Quijote respecto del primero.
En este punto, también cabe analizar ese contraste entre la manera de pensar y hablar de don Quijote y la
de Sancho. El Caballero de los Leones se expresa con cierta pretensión doctrinaria a través de aforismos
clásicos, como se puede apreciar en uno de los primeros consejos que le da a su escudero, que es un
extracto de la Biblia (Salmos, CX, 10): "Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle
está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada" (868). Sancho, por su parte, se expresa mediante
los proverbios y dichos populares que le dicta su sentido común. Don Quijote lo critica por esto, aludiendo
que un buen gobernador no debe usar refranes para hablar con su pueblo, ya que hacen que lo que dice
pierda seriedad. Sancho se defiende de la crítica de su amo, justificando su tendencia natural a decir
refranes, de esta manera:
(...) sé más refranes que un libro, y viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir
unos con otros, pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo
tendré cuenta de aquí adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo, que en casa llena,
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presto se guisa la cena, y quien destaja, no baraja, y a buen salvo está el que repica, y el dar y el tener, seso
ha menester (872-873).
Esta réplica es un ejemplo del vasto conocimiento que tiene Sancho sobre la cultura popular y la naturaleza
humana. Al mismo tiempo, con el correr de las páginas, también podremos apreciar su inteligencia innata y
hasta su buen juicio al gobernar. Cervantes sugiere así la superioridad de la ley natural por sobre sobre la
escrita, cuestión que pone de relieve un tema de discusión clásico respecto de si el buen gobernador nace o
se hace.
En otro orden de cosas, podemos advertir que en los capítulos XLII y XLIII el tono de la narración se ha
vuelto relativamente serio, considerando la naturaleza disparatada de la historia que está contando.
Entonces, la narración se prepara para sumergirse nuevamente en pasajes que buscarán más la risa que la
reflexión. La historia parece partirse en dos: por un lado, se centra en el desempeño de Sancho como
gobernador de su ínsula; por otro lado, nos enteramos de lo que le ocurre a don Quijote en el castillo de los
duques mientras su escudero está ejerciendo su cargo. La narración irá de una historia a la otra, poniendo
especial énfasis en las cuestiones más absurdas y graciosas de cada una de ellas, haciéndonos olvidar
rápidamente esos dos capítulos en los que el tono cayó en un exceso de solemnidad. Así y todo, vale aclarar
que aquellos dos capítulos son indispensables no solo para pasar en limpio ciertos valores que esta
segunda parte de Don Quijote irradia, sino también para generar un contraste con las escenas disparatadas
que la historia nos propondrá en las próximas páginas.
En este punto, entonces, los protagonistas se han separado geográficamente el uno del otro, y la narración
irá y vendrá de la ínsula de Sancho al castillo de los duques, utilizando el cambio de capitulación. Esta
alternancia constante de escenografía emula, en cierta medida, la dinámica utilizada en el teatro, nada
extraño para un autor con tanta vocación para la dramaturgia como Cervantes.
Asimismo, cabe señalar algunos aspectos particularmente relevantes de estos capítulos en los que Sancho
hace las veces de gobernador, y don Quijote sufre las trágicas consecuencias de su locura, casi a la manera
de la primera parte. Por un lado, Cervantes propone un juego bastante interesante con el gobernador Panza:
él es el encargado de impartir justicia en los pleitos insulares de sus gobernados, es decir, es el responsable
de descubrir la verdad de lo ocurrido y emitir una sentencia al respecto. Estos "casos" pueden tomarse
como pequeños juegos de ingenio a resolver. En este sentido, Sancho y nosotros, los lectores, tenemos la
misma información sobre el asunto a discernir y, por lo tanto, estamos en las mismas condiciones de acertar
en la dilucidación de lo ocurrido.
Por otro lado, en una situación completamente diferente, tenemos a don Quijote, que, mientras toca el laúd
para curar a Altisidora de una decepción amorosa (de la cual él es responsable), es atacado por un gato y
sufre varias heridas, sobre todo, en la nariz. En este sentido, el Caballero de los Leones recupera parte de
ese halo de Caballero de la Triste Figura de la primera parte, aunque, aquí, la violencia no proviene de otros
hombres, sino de un pobre gato que solo se defiende de las estocadas erráticas que propina don Quijote.
Para establecer una marcada diferencia entre las escenas de violencia de la primera parte (criticadas por
una parte de los lectores) y de esta segunda, podemos decir que, en el primer libro, las desventuras de don
Quijote nos despertaban un sentimiento de pena frente a la exacerbación de la condición patética del
caballero andante, mientras que en este segundo libro, las desdichas de don Quijote adquieren un matiz
más absurdo, por momentos, disparatado, y eso contribuye a que los lectores no experimentemos
sensaciones tan negativas.
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Moulia, Francisco. Boquet, Natalia ed. "Resumen y Análisis Capítulos XLII-XLVII". GradeSaver, 1 March 2023
Web. 6 November 2024.
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