Tema 10 - Selección Del Modelo Teórico
Tema 10 - Selección Del Modelo Teórico
Tema 10 - Selección Del Modelo Teórico
Tema 10:
Selección del
Modelo teórico y
diseño de la
estrategia de
trabajo con
usuarios
2
ÍNDICE
4. Bibliografía ............................................................................................................................. 15
3
1. Desarrollo del tema
4
Estos principios están basados en la idea de que el abuso de drogas en los adolescentes puede
prevenirse implementando programas de prevención que hayan sido probados y con políticas
orientadas a la reducción de los factores de riesgo individuales, familiares, de pares, escolares y
comunitarios, que mejoren los factores protectores asociados al inicio del consumo de drogas y su
evolución en adolescentes. Los principios propuestos originalmente por el NIDA eran 14, pero una
revisión exhaustiva en 2004 llevó a una propuesta nueva y mucho más completa. Los principios van
acompañados de referencias específicas que ilustran el soporte investigativo de cada uno de ellos y
están precedidos por un título que resalta la temática principal a la que se refieren.
5
discusión y refuerzo de las políticas familiares acerca del uso de drogas; y, entrenamiento en
educación e información sobre drogas (Ashery et al., 1998).
Los vínculos familiares son los cimientos de la relación entre padres e hijos. Los vínculos pueden
estrecharse por medio de entrenamiento en las habilidades de apoyo de los padres a sus hijos, la
comunicación padre e hijo y la participación familiar (Kosterman et al., 1997).
- El monitoreo y la supervisión de los padres son críticos para la prevención del abuso de
drogas. Estas habilidades pueden ser resaltadas con entrenamiento en la formulación de
reglas, técnicas para monitorear actividades, elogios al buen comportamiento y disciplina
moderada y consistente que fortalezca las reglas familiares definidas (Kosterman et al., 2001).
- La educación e información que los padres adquieran refuerza lo que el niño esté aprendiendo
sobre los efectos dañinos de las drogas y abre oportunidades para discusiones familiares
sobre el abuso de sustancias legales e ilegales (Bauman et al., 2001).
- Intervenciones breves enfocadas a la familia para la población en general pueden cambiar
positivamente el comportamiento específico de la paternidad que puede reducir futuros
riesgos sobre el abuso de drogas (Spoth et al., 2002b).
6
- Reforzar las actitudes antidrogas.
- Fortalecer el compromiso personal contra el abuso de drogas.
7
Desde la publicación del NIDA de los Principios para la prevención del abuso de drogas, distintas
agencias internacionales (el Observatorio Europeo de Drogas, la CICAD/OEA, la Organización
Panamericana de la Salud) han aportado elementos que complementan tales puntos de vista, pero
en general todas confluyen en conclusiones muy similares; a su vez, muchas organizaciones
estatales han lanzado programas para identificar y difundir los programas basados en la evidencia
que son efectivos. El Departamento de Educación de los Estados Unidos ha creado un panel de
expertos que identifican programas ejemplares y promisorios para la prevención del consumo de
drogas. Para recibir la calificación de ‘ejemplar’, el programa debe contar con al menos un estudio
que pruebe su eficacia y recibir un puntaje contundente o adecuado en los criterios de evaluación
del comité. De igual forma, el Centro para la Prevención del Abuso de Sustancias (CSAP) de la
Administración de Servicios para la Salud Mental y el Abuso de Sustancias creó el “Registro Nacional
de Programas Efectivos para la Prevención”; en este se califica la investigación de los programas:
teoría, resultados, mediciones, análisis de datos, integridad del programa, entre otros. CSAP además
identifica la población objetivo, el entorno, las estrategias, los resultados, los costos estimados y el
tipo de programa de prevención (universal, selectiva o indicada).
En el año 2002 la Organización Mundial de la Salud publicó un voluminoso informe, preparado por
expertos de la Universidad de Perth, Australia (Hawks, 2002) en el que se analizaron 1265 estudios
sobre prevención publicados entre 1985 y 2001 en todo el mundo. Este es sin duda el estudio más
completo existente sobre este tema, y por ello se presentarán sus principales conclusiones,
incluyendo aquí y allá nuestros propios comentarios. Vale decir que a pesar de que han transcurrido
15 años, las conclusiones del Profesor Hawks y sus colaboradores continúan siendo totalmente
vigentes, tal como lo prueban numerosas publicaciones posteriores de alcance mucho más limitado.
Los estudios fueron agrupados en 5 áreas:
1. Regulación de la disponibilidad física y económica del alcohol: se observa que las
restricciones disminuyen el número de accidentes y que la disminución de la edad legal, la
disminución del precio y el aumento del número de sitios donde al alcohol está disponible,
incrementan el consumo.
2. Regulación de la disponibilidad física y económica de sustancias ilegales: afecta el mercado,
el precio y la pureza, lo cual lleva a los usuarios a buscar otras drogas, a veces más peligrosas. Hay
pocos estudios, pero estas medidas no parecen afectar el consumo.
3. Uso de medios masivos de comunicación: su empleo de manera aislada (“campañas”) no
tiene ningún efecto preventivo, pero sirven para dar información y para lograr soporte para decisiones
sobre política de drogas.
4. Iniciativas basadas en la comunidad: hay muy pocas evaluaciones rigurosas y los resultados
no son claros, pues en la mayoría de los casos se dice lo que debería hacerse, pero no se demuestra
su eficacia. Sirven más para influenciar sobre la percepción de los problemas, su conocimiento y la
aceptación de alternativas, que para modificar los comportamientos. Pero pueden tener resultados
positivos. El rigor metodológico de las evaluaciones tiende a desanimar a los participantes y
frecuentemente se dificulta su sostenibilidad e institucionalización.
5. Educación en la escuela: son los más numerosos, los más estructurados y los que han sido
objeto de más evaluaciones. Se agrupan en 8 categorías:
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- Educación por pares: implican que el liderazgo de las acciones preventivas lo toman jóvenes
del mismo rango de edad de quienes están recibiendo el programa.
- Resiliencia: este concepto, tomado de la física y de amplia popularidad actualmente en las
ciencias sociales, asume que la mayoría de los seres humanos tenemos la tendencia natural
a asumir nuestra ‘forma original’, a pesar de las tensiones a las que nos hayamos encontrado
sometidos.
- Conocimientos: los programas preventivos más antiguos asumían que si las personas tenían
suficiente información sobre los daños eventuales provocados por las drogas, tomarían
decisiones apropiadas.
- Actitudes: se presume que, si se logra cambiar las actitudes positivas y de apertura ante la
experimentación con drogas, se reduciría el número de personas involucradas en problemas
de consumo.
- Comportamientos: se propone modificar los comportamientos relacionados con el consumo
de sustancias.
- Habilidades: buscan desarrollar formas prácticas de hacerle frente a las diferentes dificultades
de la vida cotidiana de los jóvenes y prepararlos para afrontar situaciones difíciles propias de
su edad.
- Interactivos más que didácticos: se proponen evitar la pasividad propia de una clase
convencional y estimular el que los jóvenes sean partícipes y debatan entre sí y con los
instructores.
- Comprehensivos vs. centrados en el salón de clase: estos programas involucran a todos los
estamentos de la sociedad, incluidos los padres de familia, las organizaciones comunitarias,
las autoridades civiles, etc.
Cada una de estas aproximaciones tiene sus ventajas y sus limitaciones. Globalmente, del análisis
de los estudios se pueden extraer las siguientes conclusiones:
1. Los programas centrados exclusivamente sobre actitudes y conocimientos tienen un efecto
prácticamente nulo para prevenir el consumo, por el contrario, aquellos centrados sobre modificación
de comportamientos relacionados con el uso de sustancias, generan resultados positivos.
2. Para que un programa sea eficaz debe ser administrado en un momento adecuado del
desarrollo y debe ser relevante en la vida del joven (‘inoculación’ en etapas tempranas; ‘relevancia
temprana’ en la primera parte de la adolescencia y ‘relevancia tardía’ en la etapa final de este
período).
3. Los programas educativos complementarios sobre habilidades de salud y de vida dan mejores
resultados que los que se centran en habilidades generales (de comunicación, toma de decisiones,
etc.).
4. Es conveniente y necesario hacer pre-test de las estrategias con estudiantes y profesores
para asegurar su relevancia.
5. Contrariamente a lo que se proponía hace algunos años (cuando se proponía emplear las
mismas estrategias en todos los países de una manera virtualmente idéntica), los programas deben
ser elásticos y adaptables a las condiciones concretas de una comunidad particular.
6. El programa conocido bajo el nombre de ‘habilidades para la vida’, que ha sido empleado
durante 20 años, parece ser bastante eficaz en la disminución del consumo de tabaco, así como en
9
el de tabaco, alcohol y marihuana (3%). Pero hay un cierto número de inquietudes sin resolver
(Stothard y Ashton, 2000): el núcleo del programa (habilidades sociales) tiene muy poco que ver con
el cambio y carece de impacto sobre las variables psicológicas. Sus promotores tienen un negocio
muy claro, que los ha llevado a cambiar indicadores para hacerlos aparecer como positivos y hay un
problema de relevancia, pues el programa fue creado en 1983 y desde entonces muchas cosas han
cambiado, sin embargo, los temas y las formas de proceder se mantienen sin cambio luego de 20
años de empleo.
7. Los factores realmente responsables de resultados positivos (cambio de comportamiento)
parecen ser: la asertividad para rechazar el consumo, el conocimiento sobre las sustancias y la
corrección de ideas erróneas (por ejemplo, los jóvenes tienden a creer que ‘la gran mayoría’ consume
y a edades más tempranas de las reales).
8. Los programas interactivos (en los que los jóvenes tienen una amplia oportunidad de discutir
y de recibir retroalimentación), son entre dos y cuatro veces más efectivos que los no interactivos
(Tobler, 1997). Es el intercambio de ideas y experiencias, más las reacciones de los pares, lo que
actúa como catalizador de cambio, más que cualquier contenido específico. Pero estos programas
son difíciles de implementar, pues se requieren maestros entrenados y dispuestos a la polémica y el
debate abiertos.
9. Los programas preventivos centrados sobre una sola sustancia son más eficaces que
aquellos centrados sobre múltiples sustancias (Tobler, 1997). Por supuesto, el problema es el
aumento de costos, pero si se considera que el alcohol y el tabaco son las sustancias con las que se
inician otros consumos, su eficaz prevención puede resultar altamente rentable. De todas formas,
este hallazgo solo es válido para los mayores de 12 años: con los más pequeños los programas
generales funcionan bien.
10. Los programas deben diseñarse con base en las prevalencias locales y focalizarse en las
sustancias que más daño hagan en la comunidad particular.
11. Los programas en los que hay interacción entre pares son los que ofrecen consistentemente
los mejores resultados, especialmente cuando se trabaja en pequeños grupos y por un número de
sesiones no inferior a 10.
12. Los programas más eficaces, según las investigaciones, generalmente son poco accesibles,
por el contrario, los menos eficaces, suelen tener un excelente ‘marketing’ y materiales de bajo costo,
lo que lleva a que sigan siendo empleados a pesar de las demostraciones de su baja o nula eficacia
para prevenir consumo. Por ejemplo, uno de los programas más populares en el campo preventivo
es el DARE (Drug Abuse Resistance Education), desarrollado por la Policía de Los Ángeles, que
cumple actualmente 40 años, de los cuales 30 han transcurrido bajo una lluvia de críticas bastante
bien fundamentadas (Becker, Agopian y Yeh, 1992; Clayton et al., 1996; Ennett et al., 1994; Lyman,
2011; Rosenbaum y Gordon, 1998; Wright, 1999) y sin embargo sigue siendo ampliamente
promocionado y utilizado en cerca de 50 países del mundo. En realidad, no hay ningún estudio que
muestre que el DARE haya contribuido a prevenir el consumo, aun cuando sí a mejorar la imagen de
la policía: pero ese no es el objetivo para el cual se ha propuesto. Esta situación ha llevado a modificar
radicalmente el programa original, que ahora se llama Keeping it Real (“Real” es un acrónimo por
Refuse, Explain, Avoid and Leave) y tiene muchos elementos en común con los programas más
conocidos para trabajar con población escolarizada.
13. Los programas preventivos de América Latina no han sido adecuadamente evaluados. La
mayor parte de los países del hemisferio han desarrollado durante más de 15 años diferentes tipos
de estrategias de prevención, pero ninguno ha demostrado su eficacia o falta de eficacia.
10
1.4. La evaluación de los programas de prevención
En este campo, de por sí tan difícil y en el que frecuentemente tenemos que avanzar tanteando en
medio de la oscuridad, nos vemos obligados a enfrentar una realidad concreta: a pesar de los
programas preventivos, que son muy populares en diversos países y que suelen ser ejecutados por
ONGs, el consumo de drogas sigue aumentando. Las razones para que esto ocurra son múltiples:
1. Ningún programa, en ninguna parte del mundo, es suficientemente poderoso para controlar
la enorme cantidad de factores que influyen en la decisión de consumir drogas. Los mejores de ellos
pueden ofrecer herramientas e instrumentos que permiten fortalecer los factores protectores y
disminuir la influencia negativa de los factores de riesgo, pero siempre existirán condiciones que no
pueden ser contrarrestadas adecuadamente.
2. En la mayoría de los países de América Latina y en general del Tercer Mundo, los programas
preventivos son ejecutados por entidades que tienen muy buenas intenciones, pero una limitada
formación conceptual, de manera que con frecuencia se tiende a un activismo que puede ser
totalmente irrelevante a la hora de prevenir el consumo de sustancias psicoactivas.
3. Existe una fuerte tendencia a ‘importar’ estrategias preventivas, como si se tratara de
tecnología para cultivar algodón o para desarrollar páginas web. Por motivos obvios, tal tendencia
está condenada al fracaso. Las diferencias culturales crean inmensas barreras que invalidan los
resultados de las evaluaciones, salvo a nivel local. Por ejemplo, en los Estados Unidos es común
hacer prevención ‘con manual en mano’, lo cual tiene indudables ventajas para hacer evaluaciones;
pero el carácter ‘estándar’ de esos procedimientos, que fueron creados para poblaciones específicas
(jóvenes de clase media, generalmente) los hace totalmente inútiles en contextos distintos: los
problemas no son los mismos, ni las costumbres, ni las formas de relacionarse, ni las circunstancias
socioeconómicas. Un ejemplo simple bastará para ilustrar este punto: mientras que en los Estados
Unidos se promueven la expresión de sentimientos y el contacto físico como manifestación de afecto,
en los países de Asia Oriental tales comportamientos pueden ser inaceptables. Por este motivo, el
concepto de ‘mejores prácticas’, que ha sido respaldado por las Naciones Unidas, solo adquiere
sentido dentro del contexto particular en el que tales prácticas tuvieron su origen. Pretender
generalizarlos (o peor aún, imponerlos) en la forma como fueron concebidos, significa creer que la
llamada ‘globalización’ ha hecho desaparecer las diferencias entre las subculturas, lo cual es
manifiestamente un error conceptual craso.
4. Suponiendo que los programas preventivos fueran eficaces (lo cual está lejos de haber sido
demostrado), para que realmente funcionaran correctamente se necesitarían dos condiciones: que
fueran permanentes, no acciones ocasionales o aisladas; y que afectaran a toda la población, o a la
mayoría de ella. Ninguna de las dos condiciones se cumple en los países en vías de desarrollo, aun
cuando sí en la mayoría de los países de la Unión Europea, en Australia y en Nueva Zelanda. La
situación en los Estados Unidos y en Canadá no es clara: algunos estados tienen programas
constantes, otros no.
11
países (por ejemplo, Pérez Gómez, 2001) tienden a mostrar que existen graves deficiencias a nivel
conceptual y una falta de actualización de los responsables de estos programas. Sin embargo, en
los últimos 10 años esta situación ha mejorado en muchos países, especialmente en México, Costa
Rica, Brasil y Chile (Pérez, Mejía y Becoña, 2015)
2. Es indispensable darles continuidad a los programas y aumentar su alcance hasta donde sea
posible. En buena parte de los países del hemisferio no existen políticas estatales consistentes y con
una visión de largo plazo, a pesar de los esfuerzos hechos en este sentido por organizaciones como
la CICAD.
3. El desarrollo de sistemas de evaluación permanentes es un requerimiento básico para
conseguir mayores inversiones de parte de los estados, para corregir los errores y para actualizar
los procedimientos cuando sea necesario.
4. Una prioridad debe ser la creación de sistemas preventivos claramente adaptados a las
características culturales de cada país. Lo usual es que los países en vías de desarrollo toman lo
que ya ha sido ensayado en los países industrializados y lo aplican sin tener en cuenta las enormes
diferencias que existen en las condiciones de cada uno de ellos.
5. Hay que estimular la creatividad en este campo, pero sin descuidar el respaldo teórico y
conceptual de los programas que se desarrollen.
6. La prevención debería ser parte de la formación de maestros y profesores, de manera que se
evitaría el tener que invertir ingentes recursos en este proceso. Si esto se lograra, bastaría llevar a
cabo refuerzos y actualizaciones periódicas. Para ello se requiere que los gobiernos de turno tengan
una visión clara de la situación y que sepan darle la importancia que se merece. Desgraciadamente,
esto no es el caso en una importante proporción de los países suramericanos y del Caribe.
7. Los programas de prevención de los países industrializados tienden a poner el acento en la
díada escuela-estudiantes y dejan fuera a los padres de familia. Vale la pena empezar a considerar
estrategias que involucren a los padres de una manera mucho más activa, en vez de considerarlos
como elementos pasivos e incluso como ‘estorbos’.
12
La conclusión clave sacada en este capítulo es que, sobre la base de los datos probatorios, los
programas de prevención orientados a las escuelas o las familias son en general actividades de costo
relativamente bajo que pueden producir beneficios modestos, pero potencialmente importantes. Esta
es una conclusión general concerniente a los efectos modestos, con la salvedad de que en algunos
programas de prevención no hay pruebas de un beneficio, mientras que en otros se comprueba cierta
efectividad. Nuestra conclusión acerca de qué hace más efectivos los programas es cercana a la de
la OPS: son actividades de prevención que proporcionan una intervención temprana en el entorno
social más cercano, ya sea el aula o la familia, y se concentran en el desarrollo de aptitudes sociales
y del comportamiento positivas, buscando retrasar el uso y limitar los daños. Por el contrario, no es
probable que sean efectivos los programas que solo proporcionan información concerniente a las
drogas o simplemente tratan de aumentar la autoestima.
Una pregunta importante es por qué persistimos con programas de prevención basados en la
información u otros métodos ineficaces. Parte de la respuesta puede ser que el público más
importante para estos programas no son los jóvenes que constituyen los presuntos beneficiarios,
sino adultos preocupados, en especial padres de adolescentes, deseosos de ver que se está
haciendo algo que piensan y creen que probablemente será efectivo. En consecuencia, terminamos
teniendo programas que envían los mensajes que los adultos consideran más apropiados para los
jóvenes, en lugar de programas que pueden ser realmente útiles para ellos.
Las sociedades tienden a hacer pequeñas inversiones en la prevención y, en general, obtienen
beneficios pequeños. La deficiente elección de los programas puede llevar a que no se obtenga
ningún beneficio, e incluso a que se produzcan efectos negativos; pero también debemos decir que,
hasta el momento actual, no puede esperarse que incluso las mejores opciones generen cambios
dramáticos en la sociedad. (Babor, et. al., 2010, p. 123).
13
3. Lecturas recomendadas
Israelashvili, M. & Romano, J.L. (Eds.) (2017). The Cambridge Handbook of International
Prevention Science. New York: Cambridge University Press. Este es el libro más reciente sobre la
ciencia de prevención, en el que participaron más de 100 académicos de 27 países, quienes
produjeron un volumen de 1037 páginas; recorre un amplio número de tópicos, que van desde los
orígenes más antiguos de la prevención, su evolución, la búsqueda de estatus científico, su
fundamentación académica y los aportes en diferentes campos del conocimiento y de la vida
comunitaria
Sloboda, Z. y Bukoski, W.J. (Eds.) (2006). Handbook of Drug Abuse Prevention: Theory, Science
and Practice. New York: Klewer Academic/Plenum Publishers. Este libro es un gran clásico y, a pesar
de haber si publicado alrededor de hace 10 años, contiene una gran cantidad de documentos
analíticos que son perfectamente válidos actualmente.
Pérez Gómez, A. & Mejía Trujillo, J. (2015). Evolución de la prevención del consumo de drogas en
el mundo y en América Latina: 1970-2014. Bogotá, D.C., Colombia: Corporación Nuevos Rumbos
(disponible en www.nuevosrumbos.org). Es un balance de lo que se ha hecho, de lo que funciona y
lo que no funciona, de lo que se dice que se debe hacer y lo que se hace en realidad en América
Latina. Plantea lo comunitario como el rumbo más apropiado para hacer prevención, yendo más allá
de los programas y hacia la adopción de sistemas preventivos.
Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (2011). Plan hemisférico de
acción sobre drogas, 2011 – 2015. Washington: OEA/CICAD. Se recomienda la lectura completa de
este documento debido a la importancia que tiene conocer los lineamientos de política hemisférica
que se encuentran vigentes en la actualidad.
O’Connell, M. E., Boat, T. y Warner, K.E. (Eds.) (2009). Preventing mental, emotional, and
behavioral disorders among young people: progress and possibilities. Washington: The National
Academy Press. Este libro trata de presentar la evidencia empírica que apoya los conceptos
fundamentales sobre prevención: la naturaleza del problema, el alcance de la prevención y el apoyo
de disciplinas afines, como las neurociencias. Enfoca sus resultados sobre las intervenciones a nivel
familiar, escolar y comunitario; y hace aportes sobre la implementación de los programas preventivos,
la infraestructura necesaria y la forma de mejorar los enfoques preventivos.
Babor, T., Caulkins, J., Edwards, G., Fischer, B., Foxcroft, D., Humphreys, K. et.al. (2010). La
política de drogas y el bien público. Washington: Organización Panamericana de la Salud. En este
texto, 12 reconocidos expertos de distintos países llevaron a cabo un análisis de los estudios, trabajos
científicos, informes y datos disponibles hasta 2010. Los resultados de sus 5 años de trabajo se
recogen en este documento que plantea recomendaciones orientadas a un abordaje integral del
problema de las drogas.
14
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