Energia y Archivo
Energia y Archivo
Energia y Archivo
Energía y archivo
Dos fuentes de nuestras prácticas
de conocimiento
Geoffrey C. BOWKER
RESUMEN
Este texto aborda las maneras de pensar la articulación entre
el conocimiento que producimos y su origen social sin caer
en un determinismo ingenuo. Los principales argumentos son
que nuestros modos de descubrimiento y de enunciación del
conocimiento son profundamente sociales: a través del papel
que desempeñan tanto las formas de energía como las prácticas
burocráticas.
INTRODUCCIÓN
Todos conocemos la historia clásica del método científico, según la cual la
revolución científica del siglo XVII nos ha permitido (a nosotros como
« Humanidad ») liberarnos de la filosofía de la naturaleza y de la teología, y
adquirir una forma de analizar el mundo alejada de todo posicionamiento
humano cediendo directamente la palabra al mundo a través del laboratorio
(tal como lo describen Schapin y Schaffer [1985]).
En lo sucesivo, nuestro conocimiento parecía liberado de toda influencia
social – como si no hiciéramos más que darnos cuenta de los hechos. La
antropología del conocimiento es un campo que a lo largo de los años no ha
dejado de cuestionar esta historia, mediante diversos tipos de objeciones. A
nivel micro, dicho campo ha mostrado sistemáticamente que la representación
de la certeza científica es un logro social – y que ya sea a través de la
ENERGÍA
Mitchelle, en Carbon Democracy (2011), anticipa la idea de que la forma de
energía que consumimos está directamente vinculada a las teorías sociales (y,
yo agregaría, religiosas) que producimos. En cierta medida, no hay allí nada
sorprendente. Una sociedad que, siendo consciente de los límites de tal
recurso, busca saquear la luz del sol almacenada durante millones de años en
varias generaciones, expresa con fuerza:
-- Que somos la última generación, o la penúltima, y que debemos
optimizar los recursos en el presente en vez de distribuirlos
LXXVIII Revue d’anthropologie des connaissances – 2017/2
razones para pensar que las especies no tienen ninguna existencia real, y
por tanto proyectos como el Catalog of Life et l’International Barcode of Life
(Waterton et al., 2013) se fundaron a partir de su existencia. Y las políticas en el
mundo material siguen el mismo orden: la Reserva de semillas de Svalbard está
implacablemente centrada sobre las especies. Preservamos la biodiversidad de
las especies, pero no preservamos ni favorecemos el proceso de especiación,
que pese a todo les dio lugar. De igual forma, el « terrorismo » tal como lo
conocemos es como el gran menú de un restaurante chino compuesto de
huellas heterogéneas, y sin embargo actuamos en el mundo material como si
se tratara de una cosa. El archivo en este caso, no es simplemente una manera
de registrar el pasado – es una manera de predecir el futuro. Cuando el
círculo se hace demasiado estrecho (e impide ver la luz a aquéllos que podrían
potencialmente desarrollar algunos problemas sociales, mentales o físicos), el
archivo está efectivamente en proceso de configurar el futuro al mismo tiempo
que almacena nuestros datos, información y conocimiento. A pesar de todo el
discurso que defiende una visión tardiana, post-teórica de la sociedad, nuestro
archivo totalizante clasifica de verdad y esta clasificación tiene consecuencias
materiales.
Es posible, desde luego, construir archivos de manera justa y eficaz. Pero eso
implica comprender hasta qué punto una cultura de archivos – una verdad que
tiende a disiparse bajo una evanescencia de mal gusto. Todo el periodo que va
de la mitad del siglo XVIII a la mitad del siglo XX fue una era de la clasificación.
Esquemas universalizantes se desarrollaron en numerosas esferas del mundo
social y natural. Estos esquemas nos han permitido catalogar el mundo,
inventariar la información a su título y finalmente actuar sobre la base de esta
información. Nos alejamos poco a poco de este régimen, pero funcionamos
siempre según la misma lógica. Hay una profunda verdad en la máxima de Lacan
según la cual se habla a través del propio idioma. Lacan quería decir (siempre
que se pueda atribuirle significados particulares) que nuestro sentimiento de sí
mismo es el producto del idioma que aprendemos a hablar y, más aún, que el
idioma no es un vehículo neutro para expresar nuestro « si mismo » interior.
Es lo mismo para el Archivo que construimos: el Archivo nos performa y
performa nuestro conocimiento. La gran oportunidad que se presenta aquí
requiere ver a través de las apariencias de polvo y de descomposición que la
palabra sugiere a menudo para vislumbrar, por una parte, el significado social de
todo esto y, por otra parte, desarrollar nuevos discursos que puedan ir más allá
de la neutralidad del archivo para asumir plenamente la performatividad. Los
Clasificadores nunca hablaban verdaderamente de eso que es la clasificación
(hubo conferencias internacionales sobre las estadísticas desde los años 1850,
pero ninguna en sí sobre la clasificación). Esperamos que sea de otro modo
para los Archivistas del nuevo mundo.
Revue d’anthropologie des connaissances – 2017/2 LXXXI
CONCLUSIÓN
Una de las grandes misiones que persigue la antropología del conocimiento es
comprender las prácticas de conocimiento en sus contextos sociales. Nuestro
campo ha conocido evoluciones significativas desde los primeros argumentos
de la Escuela de Edimburgo, según los cuales el conocimiento científico describe
los intereses sociales y políticos – mientras esto sea claramente el caso (la
ciencia de la inteligencia, o la manera en la cual se desarrolló la sociobiología),
tal perspectiva es restrictiva. He sugerido aquí que existen varias maneras de
construir una comprensión rigurosamente socio-económica del conocimiento
y que, para ello, debemos desarrollar nuevas herramientas para trabajar tanto
en filigrana (sobre los mecanismos de transmisión) como en los más grandes
rasgos.
Agradecimientos
Traducido al español por Mina Kleiche.
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