Anexo Unidad 3 Ciencia y Tecnología
Anexo Unidad 3 Ciencia y Tecnología
Anexo Unidad 3 Ciencia y Tecnología
Desde mediados del siglo XX, los satélites artificiales han sido símbolo de poder
militar y científico y –para qué negarlo– fetiches tecnológicos de la Humanidad. Sin
embargo, la existencia orbital de estos objetos creados por el hombre suele transcurrir
discretamente al servicio de las telecomunicaciones, las actividades de defensa, las
predicciones climáticas o como poderosas herramientas para la investigación científica.
Tanto es así que en la actualidad –superado el brillo de lo novedoso– sólo gozan de una
fugaz fama en ocasiones extraordinarias tales como la concreción de saltos tecnológicos
significativos en el área aeroespacial o cuando suenan las alarmas frente a reingresos
peligrosamente inesperados a la atmósfera terrestre.
Durante la Guerra Fría, los satélites eran ingredientes indispensables del dantesco
juego geopolítico que libraban las superpotencias. Mientras la Unión Soviética y los
Estados Unidos se jactaban de sus conquistas del espacio, la ficción hacía sus aportes a
la popularización de los satélites. En 1958 –plena época de furor aeroespacial–, la
película War of the Satellites narraba el uso de estos artefactos en un combate contra
invasores extraterrestres. Según la trama del film, la guerra se desencadenaba porque
unos alienígenas todopoderosos no soportaban la idea de que los humanos desafiaran su
dominio del espacio exterior.
PONIÉNDOSE EN ÓRBITA
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La Argentina había incursionado en la actividad aeroespacial desde mediados del
siglo XX. El esfuerzo de los científicos y técnicos, sazonado con las políticas estatales
activas que se aplicaron hasta mediados de los ’70, permitió lograr un proceso de
aprendizaje tecnológico que dio lugar a un muy respetable desarrollo de cohetes y misiles.
En 1996 llegó el turno del Víctor I, también conocido como Musat, un satélite
experimental integralmente argentino que fue cabal heredero de los programas de
desarrollo de cohetes que los científicos y técnicos locales llevaron a buen puerto en las
décadas anteriores. El Víctor I fue puesto exitosamente en órbita gracias a los servicios
de un vector ruso.
En los años siguientes, tanto los satélites argentinos de la serie SAC (Satélites de
Aplicaciones Científicas), el Pehuensat (construido por la Universidad Nacional del
Comahue) o los más modernos desarrollos de Invap apuntaron no sólo a su uso científico
y tecnológico sino que también tenían un propósito estratégico. Se buscaba ocupar
efectivamente la porción orbital asignada a la Argentina por los convenios internacionales.
LO PEQUEÑO ES HERMOSO
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Pero en las últimas décadas soplaron vientos de cambio para esta tendencia.
Hacia el final de la Guerra Fría, y con la puesta en marcha de programas espaciales más
o menos cooperativos, la tecnología satelital salió de la encerrona que significaba el
hermetismo de las estrategias geopolíticas. Además, de la mano de la informática y la
miniaturización de los componentes electrónicos, se crearon satélites mucho más
pequeños y versátiles, de bajo costo y con menores requerimientos para ser puestos en
órbita. Estos satélites pueden ser lanzados en forma individual o grupal a pedido de uno o
más interesados, y orbitar conformando agrupaciones conocidas como enjambres o
constelaciones que les permiten interaccionar entre sí.
LO QUE VENDRÁ
Si todo va bien, en un futuro no muy lejano estas tecnologías serán aun más
accesibles. De ese modo, institutos tecnológicos, universidades y emprendedores podrán
cumplir el sueño del satélite propio, y así la tecnología aeroespacial dejará de estar
fabricada y controlada por unos pocos.
No todas son buenas noticias. Uno de los riesgos más palpables que aparecen en
el horizonte es que estos artefactos incrementen significativamente la cantidad de
chatarra espacial al final de su vida útil. Para ello se han ideado mecanismos que los
hagan retornar de manera programada a nuestro planeta, y que en un inexorable viaje
final produzcan su desintegración por el rozamiento con la atmósfera. En opinión de
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algunos expertos, las regulaciones internacionales deberían exigir que estos mecanismos
estén estandarizados y sean obligatorios para todos los nanosatélites que se coloquen en
órbita.
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y abierto. Todas estas características vienen de perillas para explorar la innovación, el
aprendizaje y el desarrollo de esta prometedora tecnología.
Decía el genial Groucho Marx que jamás aceptaría pertenecer a un club que lo admitiera
como socio. La fina ironía del humorista estadounidense actúa como disparador de
variopintas reflexiones filosóficas de café, pero también nos da lugar a pensar en la
situación opuesta: la de ser admitido en un club que resiste a los nuevos socios. El grupo
de naciones que manejan tecnologías estratégicas es uno de esos círculos exclusivos, en
los que ganarse un lugar requiere años de generación y acumulación de conocimiento
propio.
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De Río Negro al Espacio. Argentina ostenta pergaminos de sobra si de tecnologías
aeroespaciales se trata. Desde la década del cincuenta los desarrollos de cohetes
potenciaron las capacidades del complejo científico-tecnológico local y dieron lugar a
experimentos exitosos, que colocaban a nuestro país entre los más avanzados en el
campo de la por entonces naciente astronáutica. Luego las políticas neoliberales abrieron
un paréntesis que dejó a la Argentina al borde de perder definitivamente los
conocimientos acumulados en la época de gloria de la actividad aeroespacial.
Como muestra vale un botón. En la Argentina, Invap, una empresa tecnológica estatal de
la provincia de Río Negro, no sólo aguantó la tormenta neoliberal de los noventa sino que
consiguió ubicarse como un fabricante de prestigio mundial en lo que hace a tecnologías
de punta, desde reactores nucleares a satélites. Sus productos son de una calidad
reconocida más allá de nuestras fronteras y abren un atractivo mercado internacional de
tecnologías avanzadas.
Poniéndose en órbita. No todos los satélites artificiales describen los mismos tipos de
trayectoria en su viaje orbital. Si de los productos de Invap se trata, el SAC -D da la vuelta
a la Tierra en una órbita sincrónica al Sol. Para aclararlo en términos técnicos, se trata de
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una órbita que permite a un objeto pasar sobre una determinada latitud terrestre siempre
a un mismo tiempo solar local.
Además, es obvio que los satélites no pueden ubicarse en cualquier lado. Si esto fuera así
la anarquía orbital derivaría en una casi segura catarata de colisiones e interferencias que
darían por tierra –a veces literalmente, por el retorno a la superficie de chatarra espacial–
con la utilidad de estos artefactos. Las posiciones orbitales son –al fin y al cabo– recursos
finitos que requieren una meticulosa administración de su uso y están estrictamente
asignadas por un organismo internacional, la Unión Internacional de Telecomunicaciones
(UIT), que funciona en el ámbito de las Naciones Unidas, con el fin de “promover un uso
eficaz de los recursos orbitales del espectro y el acceso equitativo a los mismos” a los
Estados miembros.
En la práctica, esto implica que las naciones deben tomar recaudos para ocupar
efectivamente las posiciones asignadas y no perderlas. Se trata, aunque no lo parezca a
primera vista, de una cuestión que atañe a la soberanía nacional.
Cuando los satélites no alcancen. Desde los años noventa, Argentina tomó cartas en el
asunto de ocupar las posiciones orbitales que le corresponden según el derecho
internacional. Sin embargo, por entonces se decidió transitar un camino alejado de la
autonomía tecnológica que no tuvo un final feliz. NahuelSat, un consorcio privado, obtuvo
la licencia para operar un sistema satelital en la órbita geostacionaria argentina y en 1998
puso en órbita el Nahuel 1, un satélite fabricado en el exterior y utilizado para la
transmisión de imagen, voz y datos. El consorcio NahuelSat estaba integrado por
empresas europeas y argentinas, y tenía previsto montar un sistema satelital que
integraría a un segundo satélite. Así se ocuparían dos de las órbitas asignadas a nuestro
país por la UIT.
Pero cuestiones financieras de diverso tenor hicieron que los planes se desvanecieran
como castillos de naipes, poniendo a NahuelSat al borde de la quiebra y al Estado
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nacional en un fenomenal problema de varias aristas, todas ellas de cierta urgencia. Por
un lado se debía reemplazar al Nahuel 1, un artefacto vital para las comunicaciones
locales y regionales que se acercaba al final de su vida útil, prevista para 2010. Por otro
se debía garantizar la ocupación efectiva de las posiciones orbitales correspondientes a
nuestro país, a riesgo de ser perdidas en manos de otros interesados.
No se trataba sólo de sacar las papas del candente fuego que había avivado la crisis de
NahuelSat, sino de implementar una solución superadora. Así fue que en el año 2006 el
Estado argentino decidió crear la empresa pública Argentina de Soluciones Satelitales
AR-SAT S.A. Esta empresa se hizo cargo de los activos de la empresa Nahuelsat S.A.,
que explotaba la posición orbital geoestacionaria 72° Oeste a través del satélite Nahuel-1
hasta que éste cumplió con su ciclo de vida útil en 2010 y elaboró un plan de producción
criolla de satélites los Arsat-1, Arsat-2 y Arsat-3, que ocuparán las posiciones orbitales
asignadas a la Argentina y se integrarán al estratégico Sistema Satelital Geoestacionario
Argentino de Telecomunicaciones. Se trataba de una iniciativa que busca garantizar la
soberanía satelital, asegurar el funcionamiento de las comunicaciones locales y que
además cuenta con plus en lo que hace a la generación de capacidades locales y
formación de recursos humanos.
En relación con la inclusión digital, el satélite también lleva configurados los canales
transmitidos por la Televisión Digital Abierta. Tan versátil resulta este satélite que cuenta
con capacidades alejadas de los asuntos tecnológicos más rimbombantes pero que tienen
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que ver con la vida cotidiana de la gente. Por ejemplo, permite ser utilizado en el
funcionamiento de los cajeros automáticos ubicados en zonas remotas de la Argentina.
El vector fue un cohete Ariane V, un vehículo producido por la Agencia Espacial Europea,
diseñado especialmente para colocar satélites en órbitas geoestacionarias.
Un equipo de soporte argentino viajó con antelación para ajustar los últimos detalles del
lanzamiento. El Arsat-1, una vez instalado en su posición orbital, se aprontará a cumplir
su misión específica en cuanto a mejorar sustancialmente los sistemas de
telecomunicaciones regionales.
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Diario Página 12 - Sábado, 7 de abril de 2012
En la década del sesenta las historietas hacían furor en nuestro país y la palabra
comic era ajena al universo fantástico en que se sumergían los lectores ávidos de
aventuras. Transcurrían épocas de gloria para la nobleza de Patoruzú, la genialidad de El
Eternauta, o el reflexivo humor de Mafalda, cuando el término –que hoy en día es
aceptado por la Real Academia Española para definir a una serie o secuencia de viñetas
con desarrollo narrativo– adquirió un significado muy distinto entre un grupo de pioneros
programadores, liderado por Wilfred Durán. Alejados de la ficción –o quizá no tanto– estos
tenaces científicos crearon el Sistema Compilador del Instituto de Cálculo (Comic).
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nombre se debió a que la máquina tocaba la canción “Clementine”, un clásico de la
música popular estadounidense, por medio de una serie de rudimentarios pitidos que
asombraban a los escuchas en tiempos tan lejanos a la actual música digital. Y parece ser
que los profesionales del Instituto de Cálculo se ocuparon puntillosamente de programarla
para que cambiara la melodía por la de un tango, en lo que sería uno de los primeros
desarrollos de software nacional, técnica y simbólicamente hablando.
Pero esto no era todo: había que lidiar con lenguajes de programación y conocer a
fondo de códigos fuente para poder operar uno de estos artefactos. Clementina venía con
un lenguaje de fábrica, el Autocode, que encorsetaba a los investigadores de la FCEN, ya
que no cubría sus crecientes necesidades de cálculo y representaciones gráficas.
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abreviaturas humanamente reconocibles y aumentar la capacidad de escribir funciones en
una forma modular, dividiéndolas en pequeños fragmentos de código.
Más allá de los detalles técnicos, el Comic fue exponente de una corriente de
pensamiento que buscaba el desarrollo endógeno de tecnología y reconocía el valor
estratégico del conocimiento informático, un campo que adquiriría cada vez más
relevancia con el paso del tiempo.
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Estado, política industrial y desarrollo económico
Miradas al Sur. Año 5. Edición número 218. Domingo 22 de julio de 2012
En los ’50, Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado protagonizó una experiencia única en
América latina: el diseño y la producción de automóviles. Con recursos propios generó un
entramado productivo y de conocimientos que invita a pensar problemas y desafíos actuales; entre
ellos: el rol del Estado como promotor del cambio tecnológico y económico.
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intermedios y la generación de empleo calificado. Empresas extranjeras como Ford y
General Motors rechazaron la propuesta del gobierno de radicar plantas productoras. Se
diseñó entonces una estrategia alternativa: aprovechar los aprendizajes adquiridos en 25
años de producción aeronáutica para el diseño y fabricación de automóviles. En 1952 se
creó la empresa pública Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (Iame).
El objetivo principal de la firma era promover la generación de un sector automotriz
integrado localmente. El gobierno articuló diferentes políticas de promoción industrial con
el objetivo de crear en torno a la fabricación de automotores un conjunto de pequeñas y
medianas empresas. A nivel financiero, Iame asesoraba a las empresas para solicitar
créditos al Banco Industrial (donde contaba con funcionarios que los aprobaban); a nivel
de infraestructura, asesoraba sobre la compra de maquinaria (que incluso prestaba a los
talleres); a nivel técnico, ofrecía sus servicios especializados en la capacitación y
selección de personal calificado. Para generar fuerza de trabajo industrial se complejizó el
sistema educativo, expandiendo las escuelas industriales y de oficios, y se creó la
Universidad Obrera –hoy Universidad Tecnológica Nacional–. Finalmente, para mantener
el control de la comercialización de los vehículos se creó un consorcio mixto llamado
Cipa.
El aspecto más significativo del proyecto fue qué tipo de vehículos se fabricaron y para
qué usuarios. A partir de 1953, la producción se concentró en tres segmentos de nuevos
usuarios de vehículos, vinculados directamente con la política económica y la ideología
peronista: la industrialización no sólo representaba el crecimiento nacional, sino también
la movilidad social. En primer lugar se dio prioridad a los automotores utilitarios,
vinculados al sector PyME tanto rural como urbano, allí se destacó el Rastrojero diesel.
Su bajo costo de adquisición y mantenimiento, su financiamiento y sus prestaciones,
permitía a un pequeño cuentapropista acceder por primera vez a un vehículo para el
trabajo. En segundo lugar, se impulsó la fabricación de motocicletas, diseñadas a partir
del salario medio industrial, y financiadas en cuotas. En 1955, la producción de la Puma
superó las 5.000 unidades anuales y se consolidó como el vehículo de la clase
trabajadora urbana. En tercer lugar, se buscó incrementar la producción de tractores. Para
dar cuenta de las necesidades del sector, la estrategia se complementó asociando a Iame
con firmas privadas Fiat para alcanzar una mayor escala.
Iame representó un cambio de una serie de relaciones sociales y políticas como la
creación de nuevos actores económicos del sector PyME y un nuevo grupo de usuarios
de ciertas tecnologías, hasta el momento excluidos. La producción metalmecánica se
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orientó hacia la fabricación de bienes durables y complejos, que requerían mayores
niveles de inversión de capital, capacitación laboral e integración sectorial, lo que
aumentó la sinergia entre el modelo de acumulación y el proyecto tecnoproductivo.
El rol del Estado. En 1952, el Estado reforzó su rol de agente económico a través de una
estrategia que articuló empresas estatales, marcos legales, un banco sectorial,
capacitación y formación técnica de la fuerza de trabajo, misiones al exterior, empresas
extranjeras, proveedores nacionales e internacionales, etc. El modelo de empresas mixtas
fue un elemento característico del período a través del cual el Estado subsidió la
generación de nuevos sectores industriales y se incorporó capital privado, sin perder el
control del proceso de cambio tecnoproductivo. El Estado logró el desarrollo
tecnoproductivo de la industria metalmecánica, lo que reforzó el modelo de acumulación
redistribucionista basado en el mercado interno. La empresa pública respondió a objetivos
políticos como económicos:
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1. en un contexto periférico, se generó una política de desarrollo tecnoproductivo a partir
de la resignificación y adecuación de las tecnologías disponibles;
2. se inició la producción local de bienes durables complejos;
3. las cadenas de valor en torno de esos bienes integraron el mayor número posible de
actores locales;
4. se formó fuerza laboral calificada;
5. se colocaron en el mercado doméstico bienes durables a disposición de pequeños
productores rurales y urbanos, así como de la clase trabajadora;
6. se consiguió que empresas extranjeras con experiencia en la producción automotriz a
gran escala se radicaron en el país a través de un sistema de empresas mixtas.
El complejo automotriz creado en torno a Iame a comienzos de la década de 1950 es un
ejemplo de la planificación de políticas tecnoproductivas, así como de la capacidad del
Estado para intervenir en el proceso económico. La experiencia liderada por Iame alcanzó
la articulación de diferentes niveles tecnoeconómicos y sociopolíticos, que fueron
fundamentales para transformar parte de la estructura económica argentina.
El derrocamiento del peronismo en 1955 relegó buena parte de las actividades de Iame,
especialmente, los proyectos experimentales de materiales y motores. Sin embargo, el
Rastrojero y la Puma se siguieron produciendo y se convirtieron en los vehículos más
vendidos en sus segmentos. Esta continuidad permitió consolidar el modelo de
acumulación sustitutivo y favoreció aprendizajes no sólo a nivel de diseño, sino de
producción y organización del trabajo que fueron fundamentales para el desarrollo y la
consolidación del complejo automotriz localmente integrado en la década de 1960,
cuando la fabricación de automotores se convirtió en uno de los pilares de la
industrialización nacional.
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Página12, Sábado, 24 de agosto de 2013
IME fue en los ’50 la primera empresa de un país periférico en diseñar y producir
localmente automotores; en 1980, a partir de un informe manipulado, fue cerrada para
beneficiar a las automotrices transnacionales que apoyaban al gobierno militar.
Los economistas “de facto” justificaron la apertura comercial como una “liberación” de la
acción de los agentes económicos que depuraría y actualizaría la estructura tecno-
productiva. Lo que ocurrió finalmente fue una transformación del modelo de acumulación
a partir de la valorización financiera, desindustrialización y privilegios para el nuevo poder
económico.
En 1976, el Estado fue ocupado una vez más en la historia argentina por un gobierno de
facto, producto de una coalición cívico-militar. A diferencia de los gobiernos militares que
se alternaron en el poder desde 1943, el gobierno conformado el 24 de marzo de 1976 no
consideró estratégica la industrialización del país. Por el contrario, el gobierno militar
operó como custodio de una fracción dominante que diseñó una política económica
monetarista basada en medidas de apertura de los mercados de bienes y de capitales, de
reducción arancelaria, especulación financiera, inflación estructural y reducción de
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incentivos a la producción local, que operaron en contra del modelo de industrialización
por sustitución de importaciones. El gobierno modificó el régimen de promoción y
protección a la producción manufacturera local y se produjo una severa caída de la
participación de los asalariados en el ingreso, cambios terminales para un modelo de
desarrollo tecno-productivo mercado-internista.
La modificación del régimen de promoción industrial fue el principio del quiebre del
modelo sustitutivo: se liberaron las importaciones; se eliminaron los subsidios y la
protección al sector pyme; se eliminaron las líneas de crédito público; se impuso un
modelo financiero que llevó a la quiebra a un gran número de empresas; se redujo el
salario real y se eliminó progresivamente empleo industrial bien remunerado. En el caso
del sector automotor, se concentró la industria terminal, lo que le dio mayor poder de
negociación frente a una industria autopartista pyme en retroceso.
En 1979 IME era una empresa estabilizada que preparaba un joint venture con Peugeot y
un plan de producción para consolidar a la empresa como la fábrica nacional de vehículos
para el trabajo. Sin embargo, en abril de 1980 el gobierno militar consideró que IME era
inviable y la cerró. Se nombró una Comisión Liquidadora, que en 1981 elaboró un informe
a partir de datos manipulados para justificar la medida irreversible. Un ejemplo de ello fue
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contemplar como pasivos que justificaban el cierre los enormes costos de las
indemnizaciones a trabajadores y proveedores, que eran una consecuencia del mismo.
El cierre de una empresa como paráfrasis del fin de un modelo de desarrollo industrial.
* Investigador Conicet/UNQ
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