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Universidad Autónoma de Zacatecas, Unidad Académica de Estudios del Desarrollo
de la Zacatecas, Zac., México. 98085 - uaed@uaz.edu.mx
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Universidad Autónoma de Zacatecas, Doctorado en Estudios Novohispanos,
Zacatecas, Zac., México 98085 - estudios_humanidades@uaz.edu.mx
Resumen: Este artículo es un itinerario de las rutas de la violencia de género y los estudios del desarrollo
en México, en la década de 1990, año en el que aparece el primer número de Debate Feminista,
publicación periódica sobre feminismo y perspectiva de género de la UNAM. La metodología que
se siguió fue el análisis del contexto a partir de dos elementos: las condiciones socioculturales y la
definición de la violencia que la revista ha tomado en consideración y aportación a un contexto más
amplio del académico, teórico, e intelectual del discurso feminista. Entre los resultados, se denota,
por un lado, la existencia de políticas gubernamentales para atender la condición de violencia que
sufren las mujeres, pero no acciones que cambien la posición de estas dentro de la sociedad; por
otra, la postura de la revista está íntimamente relacionada con el contexto histórico, mostrando la
complejidad del problema.
Palabras clave: feminismo; violencia; mujeres; política; desarrollo.
Mexico and gender violence: development studies and the journal Debate Feminista
Abstract: This article is an itinerary of the routes of gender violence and development studies in
Mexico, in the 1990s, the year in which the first issue of Debate Feminista appeared, a periodical
publication on feminism and the gender perspective of the UNAM. We analyzed the context from
two elements: the socio-cultural conditions and the definition of violence the journal has taken into
consideration and contribution to a broader context of the academic, theoretical, and intellectual
feminist discourse. Among the results, on the one hand, we understand that there are government
policies to address the condition of violence suffered by women, but not actions that change their
position within society; on the other hand, the position of the journal is intimately related to the historical
context, showing the complexity of the problem.
Keywords: Feminism; Violence; Women; Politics; Development.
En la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (MÉXICO,
2007), el artículo 6 señala los tipos de violencia contra las mujeres: psicológica, que consiste
en acciones y conductas como amenazas, humillaciones, exigencias e insultos que producen
sufrimiento o daños psíquicos; física, que incluye golpes, empujones o lesiones; patrimonial y
económica, que es la privación de los recursos económicos necesarios para su supervivencia; y
sexual, que es el abuso sobre las partes sexuales del cuerpo de las mujeres hasta llegar incluso a
la violación. Con esto se observa el fenómeno en toda su complejidad, puesto que al evidenciar
las manifestaciones de la violencia a las que las mujeres están expuestas, también queda de
manifiesto todo un sistema cultural, o en palabras de Foucault (2007 [1977]), biopoder, es
decir, que no se trata de una circunstancia o situación particular, sino todo un aparato que
rige, puesto que sus orígenes son multifactoriales y están generados estructuralmente en la
sociedad. Incluso en el capítulo 3 de la Ley mencionada se indica que hay un tipo de violencia
denominada “en la comunidad” que: “Son los actos individuales o colectivos que transgreden
derechos fundamentales de las mujeres y propician su denigración, discriminación, marginación
o exclusión en el ámbito público” (MÉXICO, 2007, p. 57). A lo que habría que agregar que este
tipo de manifestación de la violencia tiene sus raíces en el patriarcado, en otras palabras, la
violencia en comunidad no es más que la validación de la violencia sistemática y atemporal
sobre las mujeres.
El panorama que se expande aquí se relaciona con el ámbito jurídico y las iniciativas
políticas, que, sin duda, se van engarzado hacia la realidad inmediata; ese es precisamente el
reto, crear cambios que impacten más allá de las propuestas teóricas y legales. Si bien, desde
1975, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró que ese año fuera el Internacional
de la Mujer y dio inicio al decenio de las Naciones Unidas para la mujer, a la vez que convocó
a la primera Conferencia Mundial de la Mujer en el mes de junio, cuya sede fue la Ciudad de
México, y el programa fue organizado por la Comisión de la Condición Jurídica y Social de
la Mujer, con el tema de “la igualdad para las mujeres y su participación en la construcción
de la paz y el desarrollo”. Lo más relevante de la Conferencia de México fue el inicio de la
construcción de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación
Contra la Mujer (CEDAW) que fue aprobada en 1979 y abierta a la ratificación de todos los
países (Patricia OLAMENDI, 2016, p. 12).
En la Segunda Conferencia de la Mujer, que se llevó a cabo en julio de 1980 en
Copenhague, Dinamarca, los temas tratados tuvieron como eje la educación, la salud y el
empleo, así como los estereotipos y la discriminación hacia las mujeres en la sociedad. En el
documento final, que se tituló Programa de Acción, se publicó por primera vez una disposición
en el numeral 65 para legislar en contra de la violencia:
Debería también promulgarse legislación encaminada a evitar la violencia doméstica y sexual
contra las mujeres. Debería adoptarse todas las medidas apropiadas, incluso legislativas, para
que las víctimas recibieran trato justo en todo el procedimiento legal. (OLAMENDI, 2016, p. 12)
En 1985 se realizó la Tercera Conferencia, también en julio, en Nairobi, Kenia, con lo que
culminó el Decenio de Naciones Unidas para la Mujer, cuyo tema central fue la participación
de las mujeres en el desarrollo económico y social. En el Programa Final, apartado E, se hizo
hincapié en la obligación de los gobiernos en atender la violencia sexual que sufren las mujeres
a través de políticas y acciones legislativas que determinen las causas de esa violencia para
impedirla y erradicarla (ONU, 1985).
Hubo antecedentes de reuniones para atender estos temas, por ejemplo, la que se
organizó en 1976, en Bélgica, denominada como el Primer Tribunal de Crímenes contra la Mujer,
que fue convocado por organizaciones de mujeres, al que Simone de Beauvoir comparó con
la Primera Conferencia de la Mujer, “a diferencia de la Conferencia en México en donde se
enviaron representantes por partidos y gobiernos con la finalidad de integrar a las mujeres en
sociedades machistas” (ONU, 1985, p. 31). Fue en este evento en el que Jane Caputi y Diana
Russell denominaron el asesinato de mujeres por primera vez como un femicide (femicidio)
aunque solamente sugiriéndolo:
El femicidio representa el extremo de un continuo de terror anti-femenino que incluye una amplia
variedad de abusos verbal y físico: como violación, tortura, esclavitud sexual (particularmente
en la prostitución), incesto y abuso sexual infantil extrafamiliar, maltrato físico y emocional,
hostigamiento sexual (por teléfono, en las calles, en la oficina y en el salón de clase), mutilación
genital (clitoridectomía, escisión, infabulación) operaciones ginecológicas innecesarias
(histerectomías gratuitas), heterosexualidad forzada, esterilización forzada, maternidad forzada
(mediante la criminalización de los anticonceptivos y el aborto), piscocirugía negación de
alimentos a las mujeres en algunas culturas, cirugía cosmética y otras mutilaciones en nombre
de la belleza. Siempre que estas formas de terrorismo resultan en muerte son femicidios. (Jane
CAPUTI; Diana RUSSEL, 2006 [1992], p. 57-58)
Comete el delito de feminicidio quien prive de la vida a una mujer por razones de género.
Se considera que existen razones de género cuando concurra alguna de las siguientes
circunstancias: I. La víctima presente signos de violencia sexual de cualquier tipo. II. A la víctima
se le hayan infligido lesiones o mutilaciones infamantes o degradantes, previas o posteriores
a la privación de la vida o actos de necrofilia. III. Existan antecedentes o datos de cualquier
tipo de violencia en el ámbito familiar, laboral o escolar, del sujeto activo en contra de la
víctima. IV. Haya existido entre el activo y la víctima una relación sentimental, afectiva o de
confianza. V. Existan datos que establezcan que hubo amenazas relacionadas con el hecho
delictuoso, acoso o lesiones del sujeto activo en contra de la víctima. VI. La víctima haya sido
incomunicada, cualquiera que sea el tiempo previo a la privación de la vida. VII. El cuerpo de
la víctima sea expuesto o exhibido en un lugar público. (MÉXICO, 1931, p. 110)
Llama la atención que las cláusulas refieren todas a condiciones que son repercusiones
posteriores a hechos violentos, es decir, el feminicidio es un efecto de múltiples causas que tienen
que ver con la manera en cómo hombres y mujeres se interrelacionan en sociedad. Es decir, no
puede existir un feminicidio en una dinámica de igualdad y respeto por la dignidad de las mujeres.
Marcela Lagarde apunta que, en México, el feminicidio fue apenas reconocido a partir
de 2004 con motivo de las investigaciones sobre las denominadas muertas de Juárez, cuando
se comprobó que se trataba de muertes que tenían que ver con crímenes sobre las mujeres
por ser mujeres y no simplemente homicidio en femenino, además de que ocurrían en ese año
cuatro muertes de niñas y mujeres a diario en un país que no había declarado una guerra ni de
insurrección (LAGARDE, 2006, p. 217).
A finales de la década del ochenta y principios del noventa en México y en otros países,
que es el período de tiempo que antecede la fundación de Debate Feminista, fue cuando la
violencia comenzó a aparecer en las agendas políticas, es decir, poco antes de la Convención
de Belém do Pará. Siguiendo a Miriam Lang (2003) la incorporación de las demandas feministas
con relación a la violencia de género en México fue resultado de aspectos políticos coyunturales
a nivel internacional y nacional. A nivel internacional, se trató de la presión de los organismos
internacionales en incluir en el debate del desarrollo las necesidades de las mujeres del Tercer
Mundo y, a nivel local. la necesidad de legitimización del presidente Carlos Salinas de Gortari
(1988-1994) a través de la incorporación de ciertos grupos feministas en el tema de violencia de
género en la agenda pública.
No obstante, las mujeres que fueron incluidas en los espacios de poder generalmente solían
ser “mestizas y blancas, eruditas y de las clases media y alta urbana” (Miriam LANG, 2003, p. 73)
es decir, no se trató de una inclusión heterogénea, sino con claros sesgos de raza y clase; lo cual
no dejaba de perpetuar la desigualdad. En este sentido, el feminismo de finales de los ochenta
en México que llegó a posiciones de poder era claramente elitista. Lang (2003) identifica dos
momentos de avance en el tema de violencia de género en el país. En lo que ella considera como
primera ola de reformas (1988-1991), identifica un aumento en las penas de los delitos sexuales; la
creación de instituciones para atender estos delitos y a las víctimas de violencia sexual, a saber:
Agencia Especializada del Ministerio Público en Delitos Sexuales, Centro Integral a la Víctima de
Violencia Intrafamiliar (CAVI) y Centro de Terapia de Apoyo a Víctimas de Delitos Sexuales (CTA) y la
adopción de la victimología para incluir los intereses de la víctima y la reparación del daño. Pese
a estos avances, aún se seguía privilegiando a la familia por encima de la víctima; es decir, se
buscaban acuerdos entre víctima y agresor, los cuales nunca se cumplían.
La segunda ola de reformas reconoce que la familia es un espacio de poder en donde
aparecen conflictos, uno de los avances importantes es “la tipificación de la violación entre
cónyuges como delito, introducida a finales de 1997 en el Código Penal Federal” (LANG, 2003,
p. 1997).
A mediados de la década del noventa, las políticas que se impulsaron contra la violencia
de género durante el gobierno del presidente Ernesto Zedillo, tanto como las del gobierno de la
Ciudad de México dirigido por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que se presentaba
bajo la ideología de izquierda, no pusieron como prioridad la seguridad de las mujeres, sino la
democracia, esto en el contexto de la crisis de 1994, que en gran medida tuvo estrecha relación
con el levantamiento zapatista en el estado de Chiapas. En este sentido, las mujeres fueron
incluidas en acciones de participación, por lo cual ofrecieron programas que tenían como
objetivo específico a las mujeres (Moctezuma NAVARRO; José NARRO; Lourdes OROZCO, 2014).
A partir de 1997, las políticas del PRD postularon que la violencia de género era un
problema estructural que se generaba en la sociedad en conjunto y mostraron que las normas
sociales suelen forzar a los hombres y a las mujeres a actuar de determinadas maneras, esto
bajo castigos simbólicos autoimpuestos. Para este gobierno, las mujeres dejaron de ser víctimas y
se les consideró como “mujeres que viven situaciones de violencia”, lo cual fue un gran avance
en el sentido de que son reconocidas en primera instancia como mujeres y en seguida como
protagonistas de una situación desfavorable, pero que puede tener solución, es decir, “ellas
son interpeladas como sujetos (de derecho) activos, que son capaces de actuar en su propio
interés” (NAVARRO; NARRO; OROZCO, 2014, p. 83).
En este sentido, en la Ciudad de México se fomentaba la independencia de las mujeres
y no se salía por completo de las agendas neoliberales, puesto que, como sistema cultural,
el neoliberalismo postula que cada uno es responsable de sus actos y de sus consecuencias,
por lo cual alguien que se enfrenta a una situación desfavorable o violenta, como en el caso
de las mujeres, se suelen dejar a su suerte. Dado que en la Ciudad de México siguió en el
poder el PRD, este territorio ha continuado siendo el modelo a seguir de los demás estados en
cuanto a políticas públicas, dentro de las que algunas lograron perpetuarse en otros lugares del
país. En general, en la década del noventa, el discurso feminista habló sobre democratización,
ciudadanía y participación política, temas que tenían relación con la violencia. En ese sentido,
las mujeres lograron ser vistas como parte activa de la sociedad mexicana y reconocidas como
personas sin las que no se logra el progreso ni las metas de modernización, por lo que “la
violencia de género hoy en día ya no es concebida primariamente como un ataque a cuerpos
femeninos y a la dignidad de personas, sino como un obstáculo en el camino hacia la equidad,
la participación y la democracia” (NAVARRO; NARRO; OROZCO, 2014, p. 84).
Los feminismos se oponen a la violencia, pero ya no solo como una situación particular
e individualizada, sino como un problema complejo que se encuentra enraizado en el sistema
cultural de manera estructural, por lo cual, en realidad, lo que se cuestiona es a la sociedad en
general, sus dinámicas y sus valores. En este entendido, las feministas se han organizado para
luchar contra el acoso, el hostigamiento y la violencia recurrente, así como por la desnormalización
de estas situaciones en todos los ámbitos, sin embargo, no se ha añadido al análisis de la violencia
de género las categorías de raza y clase (NAVARRO; NARRO; OROZCO, 2014).
Esta perspectiva es relevante, dado que el tema de la violencia en la revista Debate
Feminista se centra en los delitos sexuales y la violencia intrafamiliar, por lo cual, y en acuerdo
con Miriam Lang (2003), la perspectiva de la violencia en esta publicación tiene que ver con
una perspectiva política desde el establishment.
RATHGEBER, 1990, p. 490; MOMSEN, 2020). Las críticas de las mujeres activistas marxistas a esta
perspectiva concordaban en que el subdesarrollo era causado por la historia de explotación en
las relaciones de intercambio entre el Norte y el Sur (Jane JAQUETTE, 2017).
La perspectiva Mujeres y Desarrollo (MYD), desde una mirada neo-marxista, busca superar
la sola idea de integrar a las mujeres en los procesos de desarrollo existentes, analizando las
relaciones entre mujeres y el desarrollo usando la influencia de la clase; es decir, sostiene que
la opresión que sufren las mujeres proviene de las relaciones de clase. En la división sexual del
trabajo se reconoce que ellas están relegadas al doméstico y que este no es valorado; superar
esto implica que ellas participen más en el trabajo remunerado y los varones en el doméstico. Sin
embargo, las críticas que se le hacen a esta perspectiva es que encapsula en un solo grupo a
todas las mujeres y que la opresión de estas solo se considera resultado del sistema capitalista y
no del sistema patriarcal; pasando por alto la manera en que las desigualdades existentes entre
mujeres y hombres en el sistema operante han beneficiado a estos últimos (RATHGEBER, 1990).
Género y Desarrollo (GYD) tiene sus raíces teóricas en el feminismo socialista, el cual
busca centrar el análisis en las relaciones sociales de género, y parte de que esta construcción
social de producción y reproducción entre los géneros es la fuente de opresión de las mujeres.
GYD pugna por el reconocimiento y valorización del trabajo de las mujeres, dentro y fuera de
los hogares y asigna al Estado el rol de brindar bienes sociales que las mujeres han provisto
de manera privada e individual. En esta perspectiva, las mujeres son vistas como agentes de
cambio y no solo receptoras pasivas de ayuda (RATHGEBER, 1990). Jane Jaquette (2017, p.
247) enfatiza que la GYD se aleja de la perspectiva MYD en tres aspectos centrales; primero,
en que las relaciones entre mujeres y hombres se deben hacer explícitas y que se incluya a los
hombres en este proceso. Segundo, en que busca transversalizar la perspectiva de género en los
programas de desarrollo. Tercero, en que se alejan de los proyectos universalistas y se enfatiza
en el desarrollo participativo; reconociendo la diversidad de las experiencias de las mujeres y la
manera en que ellas mismas desean definir sus “necesidades estratégicas de género”.
Es importante señalar que los conceptos de condición y posición son clave bajo la
perspectiva GYD. Siguiendo a Maxine Molyneux (1984), los intereses de las mujeres pueden ser
comunes y estar basados en el sexo o intereses estratégicos, los cuales son considerados aquellos
que la mujer (o el hombre) puede tener a través de los atributos a su sexo. Esto es, que se tratan de
la posición que ocupa un género, así, las demandas de género buscan cambiar las estructuras
de poder a través de la transversalidad del género en las instituciones. Mientras que los intereses
prácticos de género están relacionados a la condición que guardan las mujeres en un contexto,
“se deducen de las condiciones concretas a que se haya sometida la mujer, dentro de la división
sexual del trabajo, en virtud de su sexo, pero que generalmente no implican un fin específico, el
de la emancipación de la mujer” (MOLYNEUX, 1984, p.183); esto es, solo se trata de “mejorar las
condiciones de vida de las mujeres dentro de los roles existentes” (MOMSEN, 2020, p.14).
La perspectiva de empoderamiento surge en la década de 1980, cuando se ve al
“empoderamiento como un método de transformación social para alcanzar la equidad de
género” (MOMSEN, 2020, p.15). Entre las críticas a esta perspectiva, se encuentra aquella que la
liga con el neoliberalismo, en donde cada individuo es responsable de lo que le pasa, olvidando
el contexto histórico-estructural.
La perspectiva género y ambiente (GYA) se basa en la premisa de que existe una
conexión entre las mujeres y el ambiente, dando importancia al rol de las mujeres en los
programas de desarrollo medioambientales (MOMSEN, 2020). Al respecto, basta decir que, bajo
el ecofeminismo, se discute el desarrollo y en donde conviven múltiples feminismos desde los
cuales se explican distintas relaciones con el ambiente.
Por último, siguiendo a Momsen (2020), se identifican dos perspectivas más: la
transversalización de la igualdad de género y los derechos humanos. La primera surge en 1995,
y busca asegurar que tanto las experiencias y preocupaciones de mujeres y hombres se tomen
en cuenta en todas las fases de los proyectos de desarrollo. En general, esto terminó dirigiéndose
hacia proyectos que atendieran la condición de pobreza de las mujeres. La segunda es la
perspectiva dominante en las últimas décadas, y tiene que ver con la implementación de los
objetivos de desarrollo sostenible (ODS) de la ONU.
En México, las etapas y periodos políticos han ido marcando pautas de retrocesos y
cambios; esto ya avanzado el siglo XX; es decir, cómo crear cambios a dichas estructuras
anquilosadas, a través de las perspectivas del desarrollo para las mujeres, a pesar de las
violencias que se han generado:
En los discursos políticos del México posrevolucionario, el ciudadano era pensado en masculino.
A las mujeres se les concedía importancia, eso sí, (el ejemplo más claro es el pedestal que se
les erigía en el día de “la madre”) pero no como sujetos activos, diferentes y dotados de razón,
sino como meros receptáculos, como “depositaria[s] de nuestra nacionalidad”, para decirlo en
las palabras del presidente Miguel de la Madrid. (LANG, 2003, p. 71)
Gracias a las luchas feministas alrededor del mundo, y particularmente a las que se dieron
a mediados del siglo XX, las mujeres lograron entrever que hay otras maneras de vivir y convivir,
otros modelos de pensamiento y otras alternativas de desarrollo. No obstante, aún en el siglo XXI,
la desigualdad y la falta de equidad son visibles en espacios laborales, académicos y políticos,
entre otros. Asimismo, la dominación patriarcal ha hecho manifiesta su supremacía, lo cual se
comprueba al reconocer que en México existe un contexto grave de violencia estructural contra
las mujeres, pues se estima que “66% de las mujeres mayores de 15 años en el país, alrededor
de 30,7 millones, han vivido alguna forma de violencia en sus diferentes formas y en los espacios
escolar, laboral, comunitario, familiar o en su relación de pareja” (LUCHADORAS MX, 2017, p. 3).
Aún más, según el informe más reciente sobre los asesinatos por razón de género o feminicidios
en México, se aprecia una tendencia al alza de mujeres asesinadas en promedio al día, pasando
de 6,4 en 2015 (2.332 muertes) a 10,3 en 2018 (3.750 muertes); sin contar que aún existen varias
condicionantes que impiden que exista una mejor aplicación de la justicia tales como la falta de
homologación de los códigos penales estatales con el federal en la tipificación del feminicidio y
penas , así como la poca incorporación y preparación del personal de las fiscalías en el uso de
la perspectiva de género para atender estos delitos (ONU MUJERES; INMUJERES; CONAVIM, 2020).
La violencia contra las mujeres siempre ha existido en México, sin embargo, hasta hace
poco ha dejado de ser normalizada, siendo expuesta por las feministas, puesto que se han
mostrado las diversas maneras en que las mujeres suelen ser violentadas en el hogar, el trabajo,
la academia e, incluso, en los espacios públicos. Muchas prácticas de acoso y hostigamiento
habían sido vistas, hasta fechas recientes, como actos comunes que las mujeres debían
simplemente ignorar.
La perspectiva y aproximación a Debate feminista ha significado repensar una estrategia
textual inclusiva; de hecho, el acento inclusivo se extiende a discursos alternativos que puedan
generar formas de empoderamiento desde los textos literarios, que, junto con las teorías feministas
y el desarrollo de este pensamiento, permite incluso la fuerza y el alcance de la palabra hacia
adentro de los cuerpos, cómo se aprecia la participación desde la academia en la revista
Debate feminista, que puede hacer cambios en la percepción de dichas agendas de acción y
movilidad de los estudios feministas. Es decir, apuntar la reflexión de las mujeres como un diálogo
y debate necesario para generar cambios desde dentro de los sujetos femeninos en torno a la
violencia de género.
Si bien la anterior propuesta de Richard es más profunda, aquí nos limitamos a tres números
que Debate Feminista que aluden al cuerpo y la sexualidad para nombrar y corporalizar la
violencia. El tema al que más números se le dedica en la revista Debate Feminista es el cuerpo y
la sexualidad y tangencialmente, la violencia: son tres números los que dedican su total atención
al tema de la violencia, enunciándola con todas sus letras o con algunas de sus características
desde la portada, a saber: el número 25 se intitula “Violencias”; el 26, “Sexo y violencia”; y el 37,
“Cuerpos sufrientes”.
Violencias
El número 25 está dedicado, principalmente, al debate en torno de la violencia con
motivo del ataque a las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001, dado que este ejemplar
salió a la circulación en abril de 2002, es decir, a pocos meses de lo acontecido. De igual
manera, se interconecta también el tema de las mujeres desaparecidas en Ciudad Juárez en
esos años. Esta edición, a decir de la nota editorial de Hortensia Moreno:
De todos los números que llevamos de Debate Feminista tal vez éste sea el más difícil, el más
ambiguo, el más equívoco; aunque se beneficia de las lúcidas voces de muchas cabezas que
no se han dejado arrastrar por el maniqueísmo ni por la opinión masiva ni por el pánico ni por
el estado de confusión generalizado. (Hortensia MORENO, 2002a, p. x)
Esta revista se apega a su contexto social y político, ya que cada número parece ir a la
par de eventos que acontecen en el país y en la región, siendo una fuente constante de debate
y reflexión – lo que pondera una actitud y conciencia crítica, con la limitante de su circulación
restringida y casi exclusiva al sector académico. Sus temas están íntimamente relacionados con
el acontecer, y siendo así, en este número se le da voz a diversos escritores estadunidenses,
quienes dan su opinión acerca del evento y de las consecuencias que trajo consigo; esto tenía
como objetivo informar al lector de una manera lo más objetiva posible, más allá de amarillismos.
Los asuntos y noticias de las mujeres que comenzaron a aparecer muertas, y de las que se supo
que fueron violadas y torturadas, a partir de 1993, para el 2002 se trataba ya de un problema
que llamaba mucho la atención pública. No obstante, no fue sino hasta cinco años más tarde,
cuando se reconocería la existencia de la violencia feminicida en la Ley General de Acceso de
las Mujeres a una Vida Libre de Violencia por parte del Estado (MÉXICO, 2007).
Este ensayo es en gran medida una crónica de momentos claves que rodearon el contexto
feminista de la revista, incluso, se podría pensar como una memoria de un momento coyuntural
en los años ochenta en México, claro, siempre en conexión con puntos de vista y apreciaciones
internacionales, las que fueron tejiendo hilos entre la perspectiva de género y el desarrollo del
país, permitiendo que las mujeres fueran una importante fuente laboral, pero sin ser protegidas
en toda su corporeidad. En este sentido, se puede inferir que en la edición 25, la violencia es
vista como algo que se genera en la sociedad, ya sea a partir de problemas económicos y
políticos internacionales, como veremos más adelante. Las condiciones de precariedad laboral
en la que muchas mujeres se ven irremediablemente orilladas a trabajar, como en el caso
de las denominadas “muertas de Juárez”. En este tenor, advertimos una primera referencia al
modelo de desarrollo adoptado por el Estado; así en el artículo de Bolívar Echeverría, “Violencia
y modernidad”, hace una crítica respecto del neoliberalismo, pues considera que:
el triunfo de la «sociedad justa» y el advenimiento de la «paz perpetua» no dependen de
ningún acto voluntario de la sociedad como «comunidad natural» o como «comunidad
política», sino exclusivamente de la velocidad con que la «sociedad burguesa», sirviéndose de
su supraestructura estatal, sea capaz de «civilizar» y modernizar; es decir, capaz de traducir y
convertir en conflictos de orden económico, todos los conflictos que puedan presentarse en la
vida humana. (ECHEVERRÍA, 2002, p. 6)
Echeverría es de los que apuntan que la violencia es una manera de control sistemática
sobre la sociedad, pues “la no intervención del Estado en una economía, que no es ella misma
libre sino sometida, resulta ser otro modo de intervención en ella, sólo que más sutil y más efectivo”
(ECHEVERRÍA, 2002, p. 8). El autor explica los procesos bélicos que han sucedido en la historia
mundial a través del tiempo, lo cual viene a colación debido a las consecuencias del ataque a
las torres gemelas, que tuvo repercusiones en una guerra. Este texto dialoga con “Tres Guineas”,
de Virginia Woolf (2002), que también aparece en esta edición, puesto que al cuestionar a
la escritora sobre cómo evitar la guerra, ella se pronuncia al mostrar la discriminación de la
mujer, y pugna por los derechos de recibir la misma educación que el hombre, así como por
tener las mismas oportunidades profesionales y sociales, pues para ella esto es la base para la
formación de un mundo integrado, racional y pacífico. Incluso, Hortensia Moreno, en el artículo
“Guerra y género”, también incluido en esta edición, siguiendo a Joshua S. Goldstein, afirma
contundentemente que “la guerra es cosa de hombres” (MORENO, 2002b, p. 73). No obstante,
Echeverría afirma que:
Podría definirse a la violencia afirmando que es la cualidad propia de una acción que se ejerce
sobre el otro para inducir en él por la fuerza -es decir, á la limite, mediante una amenaza de
muerte- un comportamiento contrario a su voluntad, a su autonomía, que implica su negación
como sujeto humano libre. (ECHEVERRÍA, 2002, p. 11, cursivas en el original)
Es la definición que bien podría resumir lo que la revista postula al respecto en todo el
número, puesto que tanto la guerra, el terrorismo o el machismo permiten la interacción humana
dentro de esta dinámica. Echeverría, además, apunta otro factor: la modernidad misma que
ubica a inicios de los años noventa, es decir, en el contexto de la publicación de la revista.
Sexo y violencia
La edición 26 conecta la violencia con el sexo, en la que Cecilia Olivares apunta que:
“La violencia velada o directa, simbólica o física, parte no sólo de las desigualdades de poder
entre los sexos, sino también de aspectos definitivos, como la identidad sexual, la edad, la
pertenencia a una clase y el origen racial y/o étnico” (Cecilia OLIVARES, 2002, p. x), por lo que
en este número se aborda no solamente la violencia sobre las mujeres, sino también sobre los
homosexuales. Aunque este número parece no aludir directamente a una situación contextual
inmediata, sí intenta abarcar la violencia sexual desde diversas posibilidades, aunque todas
coinciden en que esta se perpetra desde el hombre hacia la otredad.
Aunque esta edición “Sexo y Violencia” se publica a solo seis meses del anterior Violencias,
la perspectiva de esta es mucho menos general, pues se centra más en el proceso de violencia
en situaciones mucho más cotidianas y particularmente en las relaciones entre las mujeres o
los homosexuales con determinados actores sociales de origen patriarcal, pues, aparte de los
hombres, en la edición 26 se da espacio también a pensar a ciertas mujeres con dinámicas
machistas, como es el caso de las suegras que se analizan el artículo “El sueño del metate: la
negociación de poderes entre suegras y nueras” (María Eugenia D›AUBETERRE, 2002). En el título de
este texto aparece nuevamente el factor del poder que también ya había mencionado Echeverría
(2002, p.11) pues, aunque el filósofo solamente lo sugiere al decir que la violencia se trata de “una
acción que se ejerce sobre otro”, no es más que un eufemismo que esconde el concepto de
poder. En este entendido, en el artículo de Sharom Marcus, “Cuerpos en lucha, palabras en lucha:
una teoría y una política de una cultura democrática fundada en la diferencia”, se expone que
la dialéctica respecto de las violaciones sexuales de hombres sobre mujeres está mal planteada,
pues propone “persuadir a los hombres de que no violen” (MARCUS, 2002, p. 64) y con este idea
lo que se hace es dotarlos de un poder del que tienen la oportunidad de no ejercer, mientras que
para la autora de lo que se trata es de fomentar el análisis y con ello restarles fuerza. Así, el poder
es una característica inherente a la violencia y de lo que se trata, según lo publicado en la revista,
es de restar ese poder a quien lo use para ejercer violencia sobre otros.
En este número de Debate Feminista, la violencia también es analizada desde la
psicología, principalmente tratando de entender los porqués de la violencia sobre las mujeres,
como se intenta descifrar en el artículo “Psicología de la violencia. Relaciones interpersonales en
el seno de la familia”, de Regina Bayo-Borrás Falcón, quien apunta que algunos de los factores
que son caldo de cultivo para la aparición de las conductas violentas de género son:
factores de privación económica, situaciones de carencia afectiva, malos tratos o abusos
sufridos de parte de los progenitores, enfermedades mentales, alcoholismo o delincuencia de
alguno de los padres o que estos consintieran, negaran, ocultaran o mantuvieran indiferencia
ante abusos (BAYO-BORRÁS, 2002, p. 246).
Conclusiones
Las violencias en el mundo contemporáneo se entretejen y refuerzan entre el patriarcado
existente y el neoliberalismo, el cual, como sistema, refuerza la desigualdad, en vez de generar
patrones de equidad; entonces advertimos que las prácticas políticas y de desarrollo se rigen
por estructuras anquilosadas que no permiten la movilidad de discursos binarios que han limitado
a hombres y mujeres, postergando las violencias a diferentes niveles, formas, y figuras.
La agenda de la violencia de género en México se estableció en un momento coyuntural
a principios de la década de los años noventa, en donde las condiciones políticas nacionales, las
demandas de grupos feministas y las plataformas internacionales derivadas de las conferencias
organizadas por la ONU permitieron que ciertos grupos feministas fueran incluidos en los procesos
de desarrollo. Vale decir que los avances logrados son importantes porque pugnan sobre la
mejora de las condiciones de vida de las mujeres mexicanas; empero, han quedado pendientes
avances en torno a la posición de las mujeres en relación con los hombres; por lo que está
pendiente la agenda de los intereses estratégicos de las mujeres.
Hacer visible, destejer los logros y el camino para visibilizar y erradicar la violencia de
género ha sido un tema constante de varios de los autores/as que aparecen publicados en
esta revista Debate feminista, quienes hacen hincapié en que el sujeto femenino y su cuerpo
con toda su materialidad no puede zafarse de esto, por el contrario, entre menos privilegios
posea dentro de tejido social, cultural y económico, mayor violencia experimentará. En este
sentido, los números de la revista que se citaron ponen como ejemplo a las mujeres muertas en
Ciudad Juárez, quienes, en general, suelen pertenecer a los estratos bajos de la sociedad, y
por lo mismo, se ven en la necesidad de trabajar en las maquiladoras en condiciones laborales
deplorables, las cuales favorecen la proliferación de actos violentos contra ellas, dado que
deben laborar en horarios en los que hay mayores probabilidades de ser atacadas, es decir, por
las noches o de madrugada. Además, este tipo de trabajos se realizan en edificios que suelen
encontrarse en las afueras de las ciudades, rodeados de lugares baldíos y de esta manera, en
un país en el que las mujeres constantemente son vistas como objetos sexuales o presas fáciles,
son condiciones que exponen la vulnerabilidad de las mujeres y facilitan sus desapariciones.
El otro factor sine qua non que la revista señala como generador de violencia es el poder,
pues por medio de este es que uno se puede imponer sobre otro. Uno de los ejemplos por
antonomasia es el de la violación sexual que realiza un hombre sobre una mujer o un homosexual,
puesto que al saberse con mayor fuerza física por su condición de macho, se aprovecha. No
obstante, la violación no solamente tiene una implicación física, ya que no sólo se ejerce su
fuerza física contra una mujer, sino que hay un poder que ejerce sobre ella, sobre su libertad y
sobre su decisión, elementos que juegan en los discursos del poder, es decir, una violación es un
acto “permitido” y en el cual interviene este tejido social patriarcal que también se ejerce en el
desarrollo, lastimando el cuerpo de una mujer.
Finalmente, el aspecto que sobresale en Debate Feminista como la cúspide violenta es
la configuración de lo masculino como espacio de peligro, lo cual también cae en lo maniqueo
para continuar la victimización; entonces la cuestión es cómo quebrar estos esquemas para
hacer cambios en los sujetos sociales (masculino y femeninos) y que esto permee las estructuras
sociales y económicas. Si bien, se está frente al acosador, el violador, el guerrero, el violentador;
estas imágenes de muerte, de sufrimiento y el dolor, no solo de las mujeres, sino de todos aquellos
que resultan menos protegidos, y por medio de él se recrean nuevas violencias en subsiguientes
generaciones. No obstante, el hombre no es visto como un ser humano con maldad in situ, sino
como el resultado de los dos factores anteriormente comentados, por lo que es viable pugnar
por cambiar no solamente la noción de masculinidad, sino todo el sistema económico, político
y social en un país como México, donde, a pesar de todos los logros e iniciativas de Revista
como Debate Feminista y otras publicaciones de los grupos de activistas, de las leyes que se
han ganado para proteger a las mujeres, aún queda pendiente una larga lista de acciones y
agendas políticas por repensar y recordar, para no olvidar el camino andado.
De esta manera, queda claro que el feminismo de la revista tiene una visión amplia
del fenómeno social de la violencia, que ha provocado fortalecer los grupos feministas, sus
agendas, y la reflexión académica e intelectual, que tiene una actitud crítica en los estudios
de género y corporalidades y subjetivación en un debate intelectual y en un debate público,
por lo que se puede apuntar que la violencia es una consecuencia de la confluencia de varios
factores que afectan la convivencia personal y pública de los seres humanos, propiciando que
unos se vean más perjudicados que otros en un marco de un desarrollo humano que reúna
disciplinas de las ciencias humanas, bajo la reflexión y la ética en la toma de acciones hacia el
sano desarrollo de una sociedad.
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HISTORIAL
Recibido el 08/03/2022
Presentado nuevamente el 08/02/2023
Aprobado el 09/05/2023