Fabulas
Fabulas
Fabulas
FÁBULA I
El Asno y el Cochino
FÁBULA II
La Cigarra y la Hormiga
Cantando la Cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno;
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Los fríos la obligaron
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho aposento.
Viose desproveída
del precioso sustento:
sin mosca, sin gusano,
sin trigo, sin centeno.
Habitaba la Hormiga
allí tabique en medio,
y con mil expresiones
de atención y respeto
la dijo: «Doña Hormiga,
pues que en vuestro granero
sobran las provisiones
para vuestro alimento,
prestad alguna cosa
con que viva este invierno
esta triste Cigarra,
que alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño,
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme;
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que tengo.»
La codiciosa Hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
«¡Yo prestar lo que gano
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿qué has hecho en el buen tiempo?»
«Yo, dijo la Cigarra,
a todo pasajero
cantaba alegremente,
sin cesar ni un momento.»
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«¡Hola! ¿conque cantabas
cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que yo como,
baila, pese a tu cuerpo.»
FÁBULA III
El Muchacho y la Fortuna
A la orilla de un pozo,
sobre la fresca yerba,
un incauto mancebo
dormía a pierna suelta.
Gritóle la Fortuna:
«Insensato, despierta;
¿no ves que ahogarte puedes,
a poco que te muevas?
Por ti y otros canallas
a veces me motejan,
los unos de inconstante,
y los otros de adversa.
¡Reveses de Fortuna
llamáis a las miserias!;
¿por qué, si son reveses
de la conducta necia?»
FÁBULA IV
La Codorniz
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perdí en él mis delicias,
al fin perdilo todo,
pues que perdí la vida.
¿Por qué desgracia tanta?
¿Por qué tanta desdicha?
¡Por un grano de trigo!
¡oh cara golosina!»
El apetito ciego
¡a cuántos precipita,
que por lograr un nada,
un todo sacrifican!
FÁBULA V
El Águila y el Escarabajo
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vuela al nido del Águila altanera,
halla solos los huevos, y arrastrando,
uno por uno fuelos despeñando;
mas como nada alcanza
a dejar satisfecha una venganza,
cuantos huevos ponía en adelante
se los hizo tortilla en el instante.
La reina de las aves sin consuelo,
remontaba su vuelo,
a Júpiter excelso humilde llega,
expone su dolor, pídele, ruega
remedie tanto mal; el dios propicio,
por un incomparable beneficio,
en su regazo hizo que pusiese
el Águila sus huevos, y se fuese;
que a la vuelta, colmada de consuelos,
encontraría hermosos sus polluelos.
Supo el Escarabajo el caso todo:
astuto e ingenioso hace de modo
que una bola fabrica diestramente
de la materia en que continuamente
trabajando se halla,
cuyo nombre se sabe, aunque se calla,
y que, según yo pienso,
para los dioses no es muy buen incienso.
Carga con ella, vuela, y atrevido
pone su bola en el sagrado nido.
Júpiter, que se vio con tal basura,
al punto sacudió su vestidura,
haciendo, al arrojar la albondiguilla,
con la bola y los huevos su tortilla.
Del trágico suceso noticiosa,
arrepentida el Águila y llorosa
aprendió esa lección a mucho precio:
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¿le faltará siquiera una bolita?
FÁBULA VI
El León vencido por el Hombre
FÁBULA VII
La Zorra y el Busto
FÁBULA VIII
El Ratón de la corte y el del campo
Un Ratón cortesano
convidó con un modo muy urbano
a un Ratón campesino.
Diole gordo tocino,
queso fresco de Holanda,
y una despensa llena de vianda
era su alojamiento,
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Pues no pudiera haber un aposento
tan magníficamente preparado,
aunque fuese en Ratópolis buscado
con el mayor esmero,
para alojar a Roepán Primero.
Sus sentidos allí se recreaban;
las paredes y techos adornaban,
entre mil ratonescas golosinas,
salchichones, perniles y cecinas.
Saltaban de placer, ¡oh, qué embeleso!
de pernil en pernil, de queso en queso.
En esta situación tan lisonjera
llega la despensera.
Oyen el ruido, corren, se agazapan,
pierden el tino, mas al fin se escapan
atropelladamente
por cierto pasadizo abierto a diente.
«¡Esto tenemos! dijo el campesino;
reniego yo del queso, del tocino
y de quien busca gustos
entre los sobresaltos y los sustos»
Volvióse a su campaña en el instante
y estimó mucho más de allí adelante,
sin zozobra, temor ni pesadumbres,
su casita de tierra y sus legumbres.
FÁBULA IX
El Herrero y el Perro
Un Herrero tenía
un Perro que no hacía
sino comer, dormir y estarse echado.
De la casa jamás tuvo cuidado;
levantábase sólo a mesa puesta;
entonces con gran fiesta
al dueño se acercaba,
con perrunas caricias lo halagaba,
mostrando de cariño mil excesos
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por pillar las piltrafas y los huesos.
«He llegado a notar, le dijo el amo,
que aunque nunca te llamo
a la mesa, te llegas prontamente;
en la fragua jamás te vi presente,
y yo me maravillo
de que, no dispertándote el martillo,
te desveles al ruido de mis dientes.
Anda, anda, poltrón; no es bien que cuentes
que el amo, hecho un gañán y sin reposo,
te mantiene a lo conde muy ocioso.»
El Perro le responde:
¿Qué más tiene que yo cualquiera conde?
para no trabajar debo al destino
haber nacido perro, no pollino.»
«Pues, señor conde, fuera de mi casa;
verás en las demás lo que te pasa.»
En efecto salió a probar fortuna,
y las casas anduvo de una en una.
Allí le hacen servir de centinela
y que pase la noche toda en vela,
acá de lazarillo y de danzante,
allá dentro de un torno, a cada instante,
asa la carne que comer no espera.
Al cabo conoció de esta manera
que el destino, y no es cuento,
a todos nos cargó como al jumento.
FÁBULA X
La Zorra y la Cigüeña
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jigote claro sobre chata fuente.
En vano a la comida picoteaba,
pues era para el guiso que miraba
inútil tenedor su largo pico.
La Zorra con la lengua y el hocico
limpió tan bien su fuente, que pudiera
servir de fregatriz si a Holanda fuera.
Mas de allí a poco tiempo, convidada
de la Cigüeña, halla preparada
una redoma de jigote llena;
allí fue su aflicción, allí su pena;
el hocico goloso al punto asoma
al cuello de la hidrópica redoma,
mas en vano, pues era tan estrecho,
cual si por la Cigueña fuese hecho.
Envidiosa de ver que a conveniencia
chupaba la del pico a su presencia,
vuelve, tienta, discurre,
huele, se desatina, en fin se aburre;
Marchó rabo entre piernas, tan corrida,
que ni aun tuvo siquiera la salida
de decir: Están verdes, como antaño.
FÁBULA XI
Las Moscas
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FÁBULA XII
El Leopardo y las Monas
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FÁBULA XIII
El Ciervo en la Fuente
Un Ciervo se miraba
en una hermosa cristalina Fuente;
placentero admiraba
los enramados cuernos de su frente,
pero al ver sus delgadas, largas piernas,
al alto cielo daba quejas tiernas.
«¡Oh dioses! ¿A qué intento,
a esta fábrica hermosa de cabeza
construir su cimiento
sin guardar proporción en la belleza?
¡Oh, qué pesar! ¡Oh, qué dolor profundo!
¡No haber gloria cumplida en este mundo!»
Hablando de esta suerte
el Ciervo, vio venir a un lebrel fiero.
Por evitar su muerte,
parte al espeso bosque muy ligero;
pero el cuerno retarda su salida,
con una y otra rama entretejida.
Mas libre del apuro
a duras penas, dijo con espanto:
«Si me veo seguro,
pese a mis cuernos, fue por correr tanto;
lleve el diablo lo hermoso de mis cuernos,
haga mis feos pies el cielo eternos:»
Así frecuentemente
el hombre se deslumbra con lo hermoso;
elige lo aparente,
abrazando tal vez lo más dañoso;
pero escarmiente ahora en tal cabeza.
el útil bien es la mejor belleza.
FÁBULA XIV
El León y la Zorra
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Un León en otro tiempo poderoso,
ya viejo y achacoso,
en vano perseguía, hambriento y fiero,
al mamón Becerrillo y al Cordero,
que trepando por la áspera montaña,
huían libremente de su saña.
Afligido de la hambre a par de muerte,
discurrió su remedio de esta suerte:
Hace correr la voz de que se hallaba
enfermo en su palacio, y deseaba
ser de los animales visitado.
Acudieron algunos de contado;
mas como el grave mal que lo postraba
era un hambre voraz, tan sólo usaba
la receta exquisita
de engullirse al monsieur de la visita.
Acércase la Zorra de callada,
y a la puerta asomada,
atisba muy despacio
la entrada de aquel cóncavo palacio.
El León la divisó, y en el momento
la dice: «Ven acá; pues que me siento
en el último instante de mi vida,
visítame como otros, mi querida.»
«¡Como otros! ¡Ah, señor! he conocido
que entraron, sí, pero no han salido.
mirad, mirad la huella,
bien claro lo dice ella;
y no es bien el entrar do no se sale.»
FÁBULA XV
La Cierva y el Cervato
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siendo él mucho menor, menos pujante!
¿por qué no has de ser tú más arrogante?»
«Todo es cierto, hijo mío;
y cuando así lo pienso, desafío
a mis solas a veinte perros juntos.
Figúrome luchando, y que difuntos
dejo a los unos; que otros, falleciendo,
pisándose las tripas, van huyendo
en vano de la muerte,
y a todos venzo de gallarda suerte.
Mas si embebida en este pensamiento,
a un perro ladrar siento,
escapo más ligera que un venablo,
y mi victoria se la lleva el diablo.»
FÁBULA XVI
El Labrador y la Cigüeña
Un Labrador miraba
con duelo su sembrado,
porque gansos y grullas
de su trigo solían hacer pasto.
Armó sin más tardanza
diestramente sus lazos,
y cayeron en ellos
la Cigüeña, las grullas y los gansos.
«Señor rústico, dijo,
la Cigüeña temblando,
quíteme las prisiones,
pues no merezco pena de culpados;
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la diosa Ceres sabe
que, lejos de hacer daño,
limpio de sabandijas,
de culebras y víboras los campos.»
«Nada me satisface,
respondió el hombre airado:
Te hallé con delincuentes,
con ellos morirás entre mis manos.»
La inocente Cigüeña
tuvo el fin desgraciado,
que pueden prometerse
los buenos que se juntan con los malos.
FÁBULA XVII
La Serpiente y la Lima
En casa de un cerrajero
entró la Serpiente un día,
y la insensata mordía
en una Lima de acero.
Díjole la Lima: «El mal,
necia, será para ti;
¿Cómo has de hacer mella en mí,
que hago polvos el metal?»
FÁBULA XVIII
El Calvo y la Mosca
Picaba impertinente
en la espaciosa calva de un Anciano
una Mosca insolente.
Quiso matarla, levantó la mano,
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tiró un cachete, pero fuese salva,
hiriendo el golpe la redonda calva.
Con risa desmedida
la Mosca prorrumpió: «Calvo maldito,
si quitarme la vida
intentaste por un leve delito,
¿A qué pena condenas a tu brazo,
bárbaro ejecutor de tal porrazo?»
«Al que obra con malicia,
le respondió el varón prudentemente,
rigorosa justicia
debe dar el castigo conveniente,
y es bien ejercitarse la clemencia
en el que peca por inadvertencia.
Sabe, Mosca villana,
que coteja el agravio recibido
la condición humana,
según la mano de donde ha venido»;
FÁBULA XIX
Los dos Amigos y el Oso
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Entonces el cobarde,
de su grande amistad haciendo alarde,
del árbol se desprende muy ligero,
corre, llega y abraza al compañero,
pondera la fortuna
de haberle hallado sin lesión alguna,
y al fin le dice: «Sepas que he notado
que el Oso te decía algún recado.
¿Qué pudo ser?» «Diréte lo que ha sido;
Estas dos palabritas al oído:
Aparta tu amistad de la persona
que si te ve en el riesgo, te abandona.»
FÁBULA XX
La Águila, la Gata y la Jabalina
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sino de noche, que con maña astuta
abastecía su pequeña gruta.
La Jabalina, con tan triste nueva,
no salió de su cueva.
La Águila, en el ramaje temerosa
haciendo centinela, no reposa.
En fin, a ambas familias la hambre mata,
y de ellas hizo víveres la Gata.
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Libro segundo
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juntando estudios, viajes y experiencias,
resulta el bien en que trabajan todos.
¡En que trabajan todos! Ya lo dije,
por más que yo también sea contado.
El sabio Presidente que nos rige
tiene aun al más inútil ocupado.
Darme, Conde, querías un destino,
al contemplarme ocioso e ignorante.
Era difícil; mas al fin tu tino
encontró un genio en mí versificante.
A Fedro y Lafontaine por modelos
me pusiste a la vista,
y hallaron tus desvelos
que pudiera ensayarme a fabulista.
Y pues viene al intento,
pasemos al ensayo: va de cuento.
FÁBULA I
El León con su ejército
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Tu retrato es el León, Conde prudente,
y si a tu imitación, según deseo,
examinan los jefes a su gente,
a todos han de dar útil empleo.
¿Por qué no lo han de hacer? ¿Habrá cucaña
como no hallar ociosos en España?
FÁBULA II
La Lechera
Llevaba en la cabeza
una Lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
«¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!»
Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre la ofrecía
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz Lechera,
y decía entre sí de esta manera:
«Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
me rodeen cantando el pío, pío.
Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino,
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga.
Llevarélo al mercado,
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
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que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña.»
Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera,
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.
¡Oh, loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantando la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna,
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
FÁBULA III
El Asno sesudo
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le exhorta con fervor a la carrera.
«¡Yo correr! dijo el Asno, bueno fuera;
que llegue en hora buena Marte fiero;
Me rindo, y él me lleva prisionero.
¿Servir aquí o allí no es todo uno?
¿Me pondrán dos albardas? No, ninguno.
pues nada pierdo, nada me acobarda;
siempre seré un esclavo con albarda.»
No estuvo más en sí ni más entero
que el buen Pollino Amiclas el Barquero,
cuando en su humilde choza le despierta
César, con sus soldados a la puerta,
para que a la Calabria los guiase.
¿Se podría encontrar quien no temblase
entre los poderosos
de insultos militares horrorosos
de la guerra enemiga?
No hay sino la pobreza que consiga
esta gran exención: de aquí le viene.
FÁBULA IV
El Zagal y las ovejas
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¡Cuántas veces resulta de un engaño,
contra el engañador el mayor daño!
FÁBULA V
La Águila, la Corneja y la Tortuga
FÁBULA VI
El Lobo y la Cigüeña
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si a la sazón no pasa una Cigüeña.
el paciente la ve, hácele seña;
llega, y ejecutiva,
con su pico, jeringa primitiva,
cual diestro cirujano,
hizo la operación y quedó sano.
Su salario pedía,
pero el ingrato Lobo respondía:
«¿Tu salario? Pues ¿qué más recompensa
que el no haberte causado leve ofensa,
y dejarte vivir para que cuentes
que pusiste tu vida entre mis dientes?»
Marchó por evitar una desdicha,
sin decir tus ni mus, la susodicha.
FÁBULA VII
El Hombre y la Culebra
FÁBULA VIII
El Pájaro herido de una flecha
Un Pájaro inocente,
herido de una flecha
guarnecida de acero
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y de plumas ligeras,
decía en su lenguaje
con amargas querellas:
«¡Oh, crueles humanos!
Más crueles que fieras,
con nuestras propias alas,
que la naturaleza
nos dio, sin otras armas
para propia defensa,
forjáis el instrumento
de la desdicha nuestra,
haciendo que inocentes
prestemos la materia.
Pero no, no es extraño
que así bárbaros sean
aquellos que en su ruina
trabajan, y no cesan.
Los unos y otros fraguan
armas para la guerra,
y es dar contra sus vidas
plumas para las flechas.»
FÁBULA IX
El Pescador y el Pez
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Replicó el pescador: ¿pues no sabía
que el refrán castellano
dice: ¡Más vale pájaro en la mano…!
A sartén te condeno; que mi panza
no se llena jamás con la esperanza.»
FÁBULA X
El Gorrión y la Liebre
FÁBULA XI
Júpiter y la Tortuga
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¿Cómo podré dejarla prontamente?»
Por tal disculpa Júpiter tonante,
olvidando el indulto de las fiestas,
la ley del caracol le echó al instante,
que es andar con la casa siempre a cuestas.
FÁBULA XII
El Charlatán
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mas cuando no, que moriría ahorcado.
El doctor asegura nuevamente
sacar un orador asno elocuente.
Dícele callandito un cortesano:
«Escuche, buen hermano;
su frescura me espanta:
a cáñamo me huele su garganta.»
«No temáis, señor mío,
respondió el Charlatán, pues yo me río.
¿En diez años de plazo que tenemos,
el Rey, el asno o yo no moriremos?»
FÁBULA XIII
El Milano y las Palomas
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déjalo con el viva en la garganta;
y continuando así sus tiranías,
acabó con el reino en cuatro días.
FÁBULA XIV
Las dos Ranas
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y todos los míos,
sin que haya memoria
de haber sucedido
la menor desgracia
desde luengos siglos!»
«Allá te compongas;
mas ten entendido
que tal vez sucede
lo que no se ha visto.»
Llegó una carreta
a este tiempo mismo,
y a la triste Rana
tortilla la hizo.
FÁBULA XV
El parto de los Montes
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ser el gran parto de su pensamiento,
después de tanto ruido sólo viento.
FÁBULA XVI
Las Ranas pidiendo rey
FÁBULA XVII
El Asno y el Caballo
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«¡Ah! ¡quién fuese Caballo!
Un Asno melancólico decía;
Entonces sí que nadie me vería
flaco, triste y fatal como me hallo.
tal vez un caballero
me mantendría ocioso y bien comido,
dándose su merced por muy servido
con corvetas y saltos de carnero.
Trátanme ahora como vil y bajo;
de risa sirve mi contraria suerte;
quien me apalea más, más se divierte,
y menos como cuando más trabajo.
No es posible encontrar sobre la tierra
infeliz como yo.» Tal se juzgaba,
cuando al caballo ve cómo pasaba,
con su jinete y armas, a la guerra.
Entonces conoció su desatino,
rióse de corvetas y regalos,
y dijo: «Que trabaje y lluevan palos,
no me saquen los dioses de Pollino.»
FÁBULA XVIII
El Cordero y el Lobo
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Pues yo corriendo libre por los cerros,
sin pastores ni perros,
con sólo mi pujanza y valentía
contigo y con tu raza acabaría.»
«Adiós, exclamó el Lobo, mi esperanza
de regalar a mi vacía panza.
Cuando este miserable me provoca
es señal de que se halla de mi boca
tan libre como el cielo de ladrones.»
FÁBULA XIX
Las Cabras y los Chivos
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siempre que no igualaren
en fuerzas y valor a vuestro cuerpo?»
El mérito aparente
es digno de desprecio;
la virtud solamente
es del hombre el ornato verdadero.
FÁBULA XX
El Caballo y el Ciervo
36
produce la venganza detestable.
37
Libro tercero
38
No imploras las sirenas ni las musas,
ni de númenes usas,
ni aun siquiera confias en Apolo.
a la naturaleza imploras solo,
y ella, sabia, te dicta sus verdades.
Yo te imito: no invoco a las deidades,
y por mejor consejo,
sea mi sacro numen cierto viejo,
Esopo digo. Díctame, machucho,
una de tus patrañas; que te escucho.
FÁBULA I
El Águila y el Cuervo
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ya no pretendo más sino admirarte:
sea tuyo el laurel, tuya la gloria,
y no sea yo el cuervo de la historia!»
FÁBULA II
Los animales con peste
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Allí del Tigre, de la Onza y Oso
se oyeron confesiones
de robos y de muertes a millones;
mas entre la grandeza, sin lisonja,
pasaron por escrúpulos de monja.
El Asno, sin embargo, muy confuso
prorrumpió: «Yo me acuso
que al pasar por un trigo este verano,
yo hambriento y él lozano,
sin guarda ni testigo,
caí en la tentación: comí del trigo.»
«¡Del trigo! ¡y un jumento!
gritó la Zorra, ¡horrible atrevimiento!»
Los cortesanos claman: «Éste, éste
irrita al cielo, que nos da la peste.»
Pronuncia el Rey de muerte la sentencia.
Y ejecutóla el Lobo a su presencia.
Te juzgarán virtuoso
si eres, aunque perverso, poderoso;
y aunque bueno, por malo detestable,
cuando te miran pobre y miserable.
Esto hallará en la corte quien la vea,
y aún en el mundo todo. ¡Pobre Astrea!
FÁBULA III
El Milano enfermo
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¿Cómo podré alcanzar para un malvado
de los dioses clemencia,
si en vez de darles culto y reverencia,
ni aun perdonaste a víctima sagrada,
en las aras divinas inmolada?»
FÁBULA IV
El León envejecido
Al miserable estado
de una cercana muerte reducido
estaba ya postrado
un viejo León, del tiempo consumido,
tanto más infeliz y lastimoso,
cuanto había vivido más dichoso.
los que cuando valiente
humildes le rendían vasallaje,
al verlo decadente,
acuden a tratarle con ultraje;
que como la experiencia nos enseña,
de árbol caído todos hacen leña.
Cebados a portea,
lo sitiaban sangrientos y feroces.
El lobo le mordía,
tirábale el caballo fuertes coces,
luego le daba el toro una cornada,
después el jabalí su dentellada.
Sufrió constantemente
estos insultos, pero reparando
que hasta el asno insolente
iba a ultrajarle, falleció clamando:
«Esto es doble morir; no hay sufrimiento,
porque muero injuriado de un jumento.»
Si en su mudable vida
al hombre la fortuna ha derribado
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con mísera caída
desde donde lo había ella encumbrado
¿qué ventura en el mundo se promete
si aun de los viles llega a ser juguete?
FÁBULA V
La Zorra y la Gallina
FÁBULA VI
La Cierva y el León
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precipitada huía
una inocente Cierva,
de un cazador seguida.
En una oscura gruta,
entre espesas encinas,
atropelladamente
entró la fugitiva.
Mas ¡ay! que un León sañudo,
que allí mismo tenía
su albergue, y era susto
de la selva vecina,
cogiendo entre sus garras
a la res fugitiva,
dio con cruel fiereza
fin sangriento a su vida.
FÁBULA VII
El León enamorado
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y el buen hombre lo deja desarmado;
da luego su silbido:
Llegan el Matalobos y Atrevido,
perros de su cabaña; de esta suerte
al indefenso León dieron la muerte.
FÁBULA VIII
Congreso de los Ratones
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FÁBULA IX
El Lobo y la Oveja
FÁBULA X
El Hombre y la Pulga
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plaga fatal para el linaje humano;
Y si vos no lo hacéis, Hércules sea
quien acabe con él y su ralea.»
Este es un Hombre que a los dioses clama,
porque una Pulga le picó en la cama;
Y es justo, ya que el pobre se fatiga,
que de Júpiter y Hércules consiga,
de éste, que viva despulgando sayos;
de aquél, matando pulgas con sus rayos.
FÁBULA XI
El Cuervo y la Serpiente
FÁBULA XII
El Asno y las Ranas
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trocando lo sufrido en impaciente,
contra el destino dijo neciamente
expresiones ajenas de sus canas;
Mas las vecinas Ranas,
al oír sus lamentos y quejidos,
las unas se tapaban los oídos,
las otras, que prudentes le escuchaban,
reprendíanle así y aconsejaban:
«Aprenda el mal jumento
a tener sufrimiento;
que entre las que habitamos la laguna
ha de encontrar lección muy oportuna.
Por Júpiter estamos condenadas
a vivir sin remedio encenagadas
en agua detenida, lodo espeso,
y a más de todo eso,
aquí perpetuamente nos encierra,
sin esperanza de correr la tierra,
cruzar el anchuroso mar profundo,
ni aun saber lo que pasa por el mundo.
Mas llevamos a bien nuestro destino;
y así nos premia Júpiter divino,
repartiendo entre todas cada día
la salud, el sustento y alegría.»
Es de suma importancia
tener en los trabajos tolerancia;
pues la impaciencia en la contraria suerte
es un mal más amargo que la muerte.
FÁBULA XIII
El Asno y el Perro
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«Bájate, le decía, buen jumento;
Pillaré de la alforja algún bocado.»
El Asno se le aparta como en chanza;
el Perro sigue al lado del Borrico,
levantando las manos y el hocico,
como perro de ciego cuando danza.
«No seas bobo, el Asno le decía;
espera a que nuestro amo se despierte,
y será de esta suerte
el hambre más, mejor la compañía.»
Desde el bosque entre tanto sale un lobo:
pide el Asno favor al compañero;
en lugar de ladrar, el marrullero
con fisga respondió: «No seas bobo;
espera a que nuestro amo se despierte;
que pues me aconsejaste la paciencia,
yo la sabré tener en mi conciencia,
al ver al lobo que te da la muerte.»
FÁBULA XIV
El León y el Asno cazando
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precipitadamente
las fieras enemigas juntamente,
y en su cobarde huida,
en las garras del León pierden la vida.
Cuando el Asno se halló con los despojos
de devoradas fieras a sus ojos,
dijo: «Pardiez, si llego más temprano,
a ningún muerto dejo hueso sano.»
A tal fanfarronada
soltó el Rey una grande carcajada;
y es que jamás convino
el hacer de andaluz al vizcaíno.
FÁBULA XV
El Charlatán y el Rústico
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sube después el rústico al tablado
con un bulto en la capa, y embozado
imita al Charlatán en la postura
de fingir que un lechón tapar procura;
mas estaba la gracia en que era el bulto
un marranillo que tenía oculto.
Tírale callandito de la oreja:
Gruñendo en tiple el animal se queja;
pero al creer que es remedo el tal gruñido,
aquí se oía un fuera, allí un silbido,
y todo el mundo queda
en que es el otro quien mejor remeda.
El Rústico descubre su marrano;
al público le enseña, y dice ufano:
«¿Así juzgan ustedes?»
¡Oh preocupación, y cuánto puedes!
51
Libro cuarto
FÁBULA I
La Mona corrida
52
disimular la risa,
pero se le soltó la carcajada.
Armóse en el concurso
tal burla y algazara,
que corrida la Mona,
a Tetuán se volvió desengañada.
FÁBULA II
El Asno y Júpiter
53
al dominio le entrega de un tejero.
«Esta vida, decía, no la quiero:
del peso de las tejas oprimido,
bien azotado, pero mal comido,
a Júpiter me voy con el empeño
de lograr nuevo dueño.»
Envióle a un curtidor; entonces dice:
«Aun con este amo soy más infelice.
cargado de pellejos de difunto
me hace correr sin sosegar un punto,
para matarme sin llegar a viejo,
y curtir al instante mi pellejo.»
Júpiter, por no oír tan largas quejas,
se tapó lindamente las orejas,
y a nadie escucha, desde el tal pollino,
si le hablan de mudanza de destino.
FÁBULA III
El Cazador y la Perdiz
54
«¡Engañar y vender a tus amigas!
¿Y así crees que me obligas?
Respondió el Cazador; pues no, señora;
muere, y paga la pena de traidora.»
FÁBULA IV
El Viejo y la Muerte
FÁBULA V
El Enfermo y el Médico
55
«Usted se muere; yo se lo confieso;
pero por la alta ciencia que profeso,
conozco, y le aseguro firmemente,
que ya estuviera sano,
si se hubiese acudido más temprano
con el benigno clyster detergente.»
El triste Enfermo, que lo estaba oyendo,
volvió la espalda al Médico, diciendo:
«Señor Galeno, su consejo alabo.
al asno muerto la cebada al rabo.»
FÁBULA VI
La Zorra y las Uvas
FÁBULA VII
56
La Cierva y las Viñas
FÁBULA VIII
El Asno cargado de reliquias
De reliquias cargado,
un Asno recibía adoraciones,
como si a él se hubiesen consagrado
reverencias, inciensos y oraciones.
En lo vano, lo grave y lo severo
que se manifestaba,
hubo quien conoció que se engañaba,
y le dijo: «Yo infiero
de vuestra vanidad vuestra locura;
57
el reverente culto que procura
tributar cada cual este momento,
no es dirigido a vos, señor Jumento,
que sólo va en honor, aunque lo sientas,
de la sagrada carga que sustentas.»
FÁBULA IX
Los dos Machos
FÁBULA X
58
El Cazador y el Perro
FÁBULA XI
La Tortuga y el Águila
59
por medio de los aires hasta el cielo,
veré cercano al sol y las estrellas,
y otras cien cosas bellas;
ya rápida bajando,
de ciudad en ciudad iré pasando;
y de este fácil, delicioso modo,
lograré en pocos días verlo todo.»
La Águila se rió del desatino;
la aconseja que siga su destinó,
cazando torpemente con paciencia,
pues lo dispuso así la Providencia.
Ella insiste en su antojo ciegamente.
la reina de las aves prontamente
la arrebata, la lleva por las nubes.
«Mira, la dice, mira cómo subes.»
Y al preguntarla, digo, «¿vas contenta?»
Se la deja caer y se revienta.
FÁBULA XII
El León y el Ratón
60
corriendo llega, roe diligente
los nudos de la red de tal manera,
que al fin rompió los grillos de la fiera.
Conviene al poderoso
para los infelices ser piadoso;
tal vez se puede ver necesitado
del auxilio de aquel más desdichado.
FÁBULA XIII
Las Liebres y las Ranas
FÁBULA XIV
El Gallo y el Zorro
61
ya cesó entre nosotros una guerra,
que cruel repartía
sangre y plumas al viento y a la tierra;
baja; daré, para perpetuo sello,
mis amorosos brazos a tu cuello».
«Amigo de mi alma,
responde el Gallo, ¡qué placer inmenso,
en deliciosa calma,
deja esta vez mi espíritu suspenso!
Allá bajo, allá voy tierno y ansioso
a gozar en tu seno mi reposo.
Pero aguarda un instante,
porque vienen, ligeros como el viento
y ya están adelante,
dos correos que llegan al momento,
de esta noticia portadores fieles,
y son, según la traza, dos lebreles.»
«Adiós, adiós, amigo,
dijo el Zorro, que estoy muy ocupado;
luego hablaré contigo
para finalizar este tratado.»
El Gallo se quedó lleno de gloria,
cantando en esta letra su victoria:
FÁBULA XV
El León y la Cabra
62
en hacer creer al León que se despeña.
El pretender seguirla fuera en vano;
el cazador entonces cortesano
la dice: «Baja, baja, mi querida;
no busques precipicios a tu vida:
en el valle frondoso
pacerás a mi lado con reposó.»
«¿Desde cuándo, señor, la real persona
cuida con tanto amor de la barbona?
Esos halagos tiernos
no son por bien, apostaré los cuernos.»
Así le respondió la astuta Cabra,
y el León se fue sin replicar palabra.
FÁBULA XVI
La Hacha y el Mango
FÁBULA XVII
La Onza y los Pastores
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En una trampa una Onza inadvertida
dio mísera caída.
Al verla sin defensa,
corrieron a la ofensa
los vecinos Pastores,
no valerosos, pero sí traidores.
Cada cual por su lado
la maltrataba airado,
hasta dejar sus fuerzas desmayadas,
unos a palos, otros a pedradas.
al fin la abandonaron por perdida;
pero viéndola dar muestras de vida,
cierto Pastor, dolido de su suerte,
por evitar su muerte,
la arrojó la mitad de su alimento,
con que pudiese recobrar aliento.
Llega la noche, témplase la saña;
marchan a descansar a la cabaña
todos, con esperanza muy fundada
de hallarla muerta por la madrugada;
mas la fiera entre tanto,
volviendo poco a poco del quebranto,
toma nuevo valor y fuerza nueva;
salta, deja la trampa, va a su cueva,
y, al sentirse del todo reforzada,
sale, sí, muy ligera, pero más airada.
Ya destruye ganados,
ya deja los Pastores destrozados;
nada aplaca su cólera violenta,
todo lo tala, en todo se ensangrienta.
El buen Pastor, por quien tal vez vivía,
lleno de horror, la vida le pedía.
«No serás maltratado,
dijo la Onza, vive descuidado;
que yo sólo persigo a los traidores
que me ofendieron, no a mis bienhechores.»
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FÁBULA XVIII
El Grajo vano
FÁBULA XIX
El Hombre y la Comadreja
65
FÁBULA XX
Batalla de las Comadrejas y de los Ratones
66
FÁBULA XXI
El León y la Rana
FÁBULA XXII
El Ciervo y los Bueyes
67
dejadme descansar algún instante,
y en la ocasión primera
al bosque espeso emprendo mi carrera.»
Oculto en el ramaje permanece;
a la noche el boyero se aparece,
al ganado reparte su alimento,
nada divisa, sálese al momento.
El mayoral y los criados entran,
y tampoco le encuentran.
Libre de aquel apuro
el ciervo se contaba por seguro;
Pero el Buey, más anciano,
le dice: «¿Qué? ¿Te alegras tan temprano?
Si el amo llega, lo perdiste todo;
yo le llamo Cien-ojos por apodo:
mas chitón, que ya viene.»
Entra Cien-ojos; todo lo previene;
a los rústicos dice: «No hay consuelo;
las colleras tiradas por el suelo,
limpio el pesebre, pero muy de paso;
el ramaje muy seco y más escaso.
Señor mayoral, ¿es éste buen gobierno?»
En esto mira al enramado cuerno
del triste Ciervo; grita, acuden todos
contra el pobre animal de varios modos,
y a la rústica usanza
se celebró la fiesta de matanza.
FÁBULA XXIII
Los Navegantes
68
el viento calma, el cielo se serena,
y la afligida gente
convierte en risa la pasada pena;
mas el piloto estuvo muy sereno
tanto en la tempestad como en bonanza,
pues sabe que lo malo y que lo bueno
está sujeto a súbita mudanza.
FÁBULA XXIV
El Torrente y el Río
Despeñado un Torrente
de un encumbrado cerro
caía en una peña,
y atronaba el recinto con su estruendo.
Seguido de ladrones
un triste pasajero,
despreciando el rüido,
atravesó el raudal sin desaliento;
que es común en los hombres
poseídos del miedo,
para salvar la vida,
exponerla tal vez a mayor riesgo.
Llegaron los bandidos,
practicaron lo mesmo
que antes el caminante,
y fueron en su alcance y seguimiento.
Encontró el miserable
de allí a muy poco trecho
un río caudaloso,
que corría apacible y con silencio.
Con tan buenas señales,
y el próspero suceso
del raudal bullicioso,
determinó vadearle sin recelo;
mas apenas dio un paso
pagó su desacuerdo,
quedando sepultado
69
en las aleves aguas sin remedio.
FÁBULA XXV
El León, el Lobo y la Zorra
Trémulo y achacoso
a fuerza de años un León estaba;
hizo venir los médicos, ansioso
de ver si alguno de ellos le curaba.
De todas las especies y regiones
profesores llegaban a millones.
Todos conocen incurable el daño;
ninguno al Rey propone el desengaño;
cada cual sus remedios le procura,
como si la vejez tuviese cura.
Un Lobo cortesano
con tono adulador y fin torcido
dijo a su Soberano:
«He notado, Señor, que no ha asistido
la Zorra como médico al congreso,
y pudiera esperarse buen suceso
de su dictamen en tan grave asunto.»
Quiso su Majestad que luego al punto
por la posta viniese;
llega, sube a palacio, y como viese
al Lobo, su enemigo, ya instruida
de que él era autor de su venida,
que ella excusaba cautelosamente,
inclinándose al Rey profundamente,
dijo: «Quizá, Señor, no habrá faltado
quien haya mi tardanza acriminado;
mas será porque ignora
que vengo de cumplir un voto ahora,
que por vuestra salud tenía hecho;
70
y para más provecho,
en mi viaje traté gentes de ciencia
sobre vuestra dolencia.
Convienen pues los grandes profesores
en que no tenéis vicio en los humores,
y que sólo los años han dejado
el calor natural algo apagado;
pero éste se recobra y vivifica
sin fastidio, sin drogas de botica,
con un remedio simple, liso y llano,
que vuestra majestad tiene en la mano.
A un Lobo vivo arránquenle el pellejo,
y mandad que os le apliquen al instante,
y por más que estéis débil, flaco y viejo,
os sentiréis robusto y rozagante,
con apetito tal, que sin esfuerzo
el mismo Lobo os servirá de almuerzo.»
Convino el Rey, y entre el furor y el hierro
murió el infeliz Lobo como un perro.
71
Libro quinto
FÁBULA I
Los Ratones y el Gato
72
El medio pareció muy oportuno;
y fue tan observado,
que ya Marramaquiz, el muy taimado,
metido por el hambre en calzas prietas,
discurrió entre mil tretas
la de colgarse por los pies de un palo,
haciendo el muerto: no era ardid malo;
pero don Roepán, luego que advierte
que su enemigo estaba de tal suerte,
asomando el hocico a su agujero,
«Hola, dice, ¿qué es eso, caballero?
¿Estás muerto de burlas o de veras?
Si es lo que yo recelo en vano esperas;
pues no nos contaremos ya seguros
aun sabiendo de cierto
que eras, a más de Gato muerto,
Gato relleno ya de pesos duros».
FÁBULA II
El Asno y el Lobo
73
y cómeme después de cabo a rabo.»
«¡Oh! dijo el cazador con ironía,
contando con la presa ya en la mano,
no solamente sé la anatomía,
sino que soy perfecto cirujano.
El caso es para mí una patarata,
la operación no más que de un momento;
alargue bien la pata,
y no se me acobarde, buen Jumento.»
Con su estuche molar desenvainado
el nuevo profesor llega al doliente;
mas éste le dispara de contado
una coz que le deja sin un diente.
Escapa el cojo, pero el triste herido
llorando se quedó su desventura.
«¡Ay infeliz de mí! bien merecido
el pago tengo de mi gran locura.
Yo siempre me llevé el mejor bocado
en mi oficio de lobo carnicero;
pues si puedo vivir tan regalado,
¿a qué meterme ahora a curandero?»
FÁBULA III
El Asno y el Caballo
74
¿Por eso he de sufrir la carga ajena?
Gran bestia seré yo si tal hiciere.
miren y qué borrico se me muere.»
Tan justamente se quejó el Jumento,
que expiró el infeliz en el momento.
El Caballo conoce su pecado,
pues tuvo que llevar mal de su grado
los fardos y aparejos todo junto,
ítem más el pellejo del difunto.
FÁBULA IV
El Labrador y la Providencia
Un labrador cansado,
en el ardiente estío,
debajo de una encina
reposaba pacífico y tranquilo.
Desde su dulce estancia
miraba agradecido
el bien con que la tierra
premiaba sus penosos ejercicios.
Entre mil producciones,
hijas de su cultivo,
veía calabazas,
melones por los suelos esparcidos.
«¿Por qué la Providencia,
decía entre sí mismo,
puso a la ruin bellota
en elevado preeminente sitio?
¿Cuánto mejor sería
que, trocando el destino,
pendiesen de las ramas
calabazas, melones y pepinos?»
Bien oportunamente,
75
al tiempo que esto dijo,
cayendo una bellota,
le pegó en las narices de improviso.
«Pardiez, prorrumpió entonces
el Labrador sencillo,
si lo que fue bellota,
algún gordo melón hubiera sido,
desde luego pudiera
tomar a buen partido
en caso semejante
quedar desnarigado, pero vivo.»
Aquí la Providencia
manifestarle quiso
que supo a cada cosa
señalar sabiamente su destino.
A mayor bien del hombre
todo está repartido:
Preso el pez en su concha,
y libre por el aire el pajarillo.
FÁBULA V
El Asno vestido de León
Un Asno disfrazado
con una grande piel de león andaba;
por su temible aspecto casi estaba
desierto el bosque, solitario el prado.
Pero quiso el destino
que le llegase a ver desde el molino
la punta de una oreja el molinero.
Armado entonces de un garrote fiero,
dale de palos, llévalo a su casa.
Divúlgase al contorno lo que pasa;
llegan todos a ver en el instante
al que habían temido León reinante;
y haciendo mofa de su idea necia,
quien más le respetó, más le desprecia.
76
Desde que oí del Asno contar esto
dos ochavos apuesto,
si es que Pedro Fernández no se deja
de andar con el disfraz del caballero,
a vueltas del vestido y el sombrero,
que le han de ver la punta de la oreja.
FÁBULA VI
La Gallina de los huevos de oro
FÁBULA VII
Los Cangrejos
77
a propuesta de un docto presidente,
como resolución la más urgente
tomaron la que sigue: «Pues que al mundo
estamos dando ejemplo sin segundo,
el más vil y grosero
en andar hacia atrás como el soguero;
siendo cierto también que los ancianos,
duros de pies y manos,
causándonos los años pesadumbre,
no podemos vencer nuestra costumbre;
toda madre desde este mismo instante
ha de enseñar andar hacia delante
a sus hijos; y dure la enseñanza
hasta quitar del mundo tal usanza.»
«Garras a la obra», dicen las maestras,
que se creían diestras;
y sin dejar ninguno,
ordenan a sus hijos uno a uno
que muevan sus patitas blandamente
hacia adelante sucesivamente.
Pasito a paso, al modo que podían,
ellos obedecían;
pero al ver a sus madres que marchaban
al revés de lo que ellas enseñaban,
olvidando los nuevos documentos,
imitaban sus pasos, más contentos.
Repetían sus madres sus lecciones,
mas no bastaban teóricas razones;
porque obraba en los jóvenes Cangrejos
sólo un ejemplo más que mil consejos.
Cada maestra se aflige y desconsuela,
no pudiendo hacer práctica su escuela;
de modo que en efecto
abandonaron todas el proyecto.
Los magistrados saben el suceso,
y en su pleno congreso
la nueva ley al punto derogaron,
porque se aseguraron
de que en vano intentaban la reforma,
78
cuando ellos no sabían ser la norma.
FÁBULA VIII
Las Ranas sedientas
79
FÁBULA IX
El Cuervo y el Zorro
En la rama de un árbol,
bien ufano y contento,
con un queso en el pico,
estaba el señor Cuervo.
Del olor atraído
un Zorro muy maestro,
le dijo estas palabras,
a poco más o menos:
«Tenga usted buenos días,
Señor Cuervo, mi dueño;
vaya que estáis donoso,
mono, lindo en extremo;
yo no gasto lisonjas,
y digo lo que siento;
que si a tu bella traza
corresponde el gorjeo,
juro a la diosa Ceres,
siendo testigo el cielo,
que tú serás el fénix
de sus vastos imperios.»
Al oír un discurso
tan dulce y halagüeño,
de vanidad llevado,
quiso cantar el Cuervo.
Abrió su negro pico,
dejó caer el queso;
el muy astuto Zorro,
después de haberle preso,
le dijo: «Señor bobo,
pues sin otro alimento,
quedáis con alabanzas
tan hinchado y repleto,
digerid las lisonjas
mientras yo como el queso.»
80
Quien oye aduladores,
nunca espere otro premio.
FÁBULA X
Un Cojo y un Picarón
FÁBULA XI
El Carretero y Hércules
En un atolladero
el carro se atascó de Juan Regaña;
él a nada se mueve ni se amaña,
pero jura muy bien: gran Carretero.
A Hércules invocó; y el dios le dice:
«Aligera la carga; ceja un tanto;
81
quita ahora ese canto;
¿Está?» «Sí, le responde, ya lo hice.»
«Pues enarbola el látigo, y con eso
puedes ya caminar.» De esta manera,
arreando a la Mohína y la Roncera,
salió Juan con su carro del suceso.
FÁBULA XII
La Zorra y el Chivo
FÁBULA XIII
El Lobo, la Zorra y el Mono Juez
82
Un Lobo se quejó criminalmente
de que una Zorra astuta lo robase.
El Mono juez, como ella lo negase,
dejólos alegar prolijamente
enterado, pronuncia la sentencia:
«No consta que te falte nada, Lobo;
y tú, Raposa, tú tienes el robo.»
Dijo, y los despidió de su presencia.
Esta contradicción es cosa buena;
la dijo el docto Mono con malicia.
Al perverso su fama le condena
aun cuando alguna vez pida justicia.
FÁBULA XIV
Los dos Gallos
FÁBULA XV
La Mona y la Zorra
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airosa en el andar, como vos sola,
y a no ser tan disforme vuestra cola,
seríais en lo hermoso la primera.
Escuchad un consejo,
que ha de ser a las dos muy importante
yo os la he de cortar, y lo restante
me lo acomodaré por zagalejo.»
«Abrenuncio, la Zorra la responde:
es cosa para mí menos amarga
barrer el suelo con mi cola larga
que verla por pañal bien sé yo dónde.»
FÁBULA XVI
La Gata mujer
Zapaquilda la bella
era gata doncella,
muy recatada, no menos hermosa.
Queríala su dueño por esposa,
si Venus consintiese,
y en mujer a la Gata convirtiese.
De agradable manera
vino en ello la diosa placentera,
y ved a Zapaquilda en un instante
hecha moza gallarda, rozagante.
Celébrase la boda;
estaba ya la sala nupcial toda
de un lucido concurso coronada;
la novia relamida, almidonada,
junto al novio, galán enamorado;
todo brillantemente preparado,
cuando quiso la diosa
que cerca de la esposa
pasase un ratoncillo de repente.
84
Al punto que le ve, violentamente,
a pesar del concurso y de su amante,
salta, corre tras él y échale el guante.
FÁBULA XVII
La Leona y el Oso
A desdichas y males
vivimos condenados los mortales.
A cada cual, no obstante, le parece
que de esta ley una excepción merece.
Así nos conformamos con la pena,
no cuando es propia, sí cuando es ajena.
85
FÁBULA XVIII
El Lobo y el Perro flaco
Distante de la aldea,
iba cazando un Perro
Flaco, que parecía
un andante esqueleto.
Cuando menos lo piensa
un Lobo le hizo preso.
Aquí de sus clamores,
de sus llantos y ruegos.
«Decidme, señor Lobo.
¿Qué queréis de mi cuerpo,
si no tiene otra cosa
que huesos y pellejo?
Dentro de quince días
casa a su hija mi dueño,
y ha de haber para todos
arroz y gallo muerto.
Dejadme ahora libre,
que pasado este tiempo,
podréis comerme a gusto,
lucio, gordo y relleno.»
Quedaron convenidos;
y apenas se cumplieron
los días señalados,
el Lobo buscó al Perro.
Estábase en su casa
con otro compañero,
llamado Matalobos,
mastín de los más fieros.
Salen a recibirle;
Aal punto que le vieron,
Matalobos bajaba
con corbatín de hierro.
No era el Lobo persona
de tantos cumplimientos;
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y así, por no gastarlos,
cedió de su derecho.
Huía, y le llamaban;
mas él iba diciendo
con el rabo entre piernas:
«Pies, ¿para qué os quiero?»
FÁBULA XIX
La Oveja y el Ciervo
Un celemín de trigo
pidió a la Oveja el Ciervo, y la decía:
«Si es que usted de mi paga desconfía,
a presentar me obligo
un fiador desde luego,
que no dará lugar a tener queja.»
«Y ¿quién es éste?», preguntó la Oveja.
«Es un lobo abonado, llano y lego.»
«¡Un lobo! Ya; mas hallo un embarazo:
si no tenéis más fincas que él sus dientes,
y tú los pies para escapar valientes,
¿a quién acudiré, cumplido el plazo?»
FÁBULA XX
La Alforja
87
los ajenos delante,
detrás los míos.
FÁBULA XXI
El Asno infeliz
Yo conocí un Jumento
que murió muy contento
por creer, y no iba fuera de camino,
que así cesaba su fatal destino.
Pero la adversa suerte
aun después de su muerte
le persiguió: dispuso que al difunto
le arrancasen el cuero luego al punto
para hacer tamboriles,
y que en los regocijos pastoriles
bailasen las zagalas en el prado,
al son de su pellejo baqueteado.
FÁBULA XXII
El Jabalí y la Zorra
88
que en la paz se prepara el buen guerrero,
así como en la calma el marinero,
y que vale por dos el prevenido.»
FÁBULA XXIII
El Perro y el Cocodrilo
FÁBULA XXIV
La Comadreja y los Ratones
89
Esta vieja taimada
métese entre la harina amontonada.
Alerta y con cautela,
cual suele en la garita el centinela,
espera ansiosa su feliz momento
para la ejecución del pensamiento.
Llega el Ratón sin conocer su ruina
y mete el hociquillo entre la harina;
entonces ella le echa de repente
la garra al cuello, y al hocico el diente.
Con este nuevo ardid tan oportuno
se los iba embuchando de uno en uno,
y a merced de discurso tan extraño,
logró sacar su tripa de mal año.
FÁBULA XXV
El Lobo y el Perro
En busca de alimento
iba un Lobo muy flaco y muy hambriento.
Encontró con un Perro tan relleno,
tan lucio, sano y bueno,
que le dijo: «Yo extraño
que estés de tan buen año
como se deja ver por tu semblante,
cuando a mí, más pujante,
más osado y sagaz, mi triste suerte
me tiene hecho retrato de la muerte.»
El Perro respondió: «Sin duda alguna
lograrás si tú quieres, mi fortuna.
deja el bosque y el prado;
retírate a poblado;
servirás de portero
a un rico caballero,
90
sin otro afán ni más ocupaciones
que defender la casa de ladrones.»
«Acepto desde luego tu partido,
que para mucho más estoy curtido.
así me libraré de la fatiga,
a que el hambre me obliga,
de andar por montes sendereando peñas,
trepando riscos y rompiendo breñas,
sufriendo de los tiempos los rigores,
lluvias, nieves, escarchas y calores.»
A paso diligente
marchaban juntos amigablemente,
varios puntos tratando en confianza,
pertenecientes a llenar la panza.
En esto el Lobo, por algún recelo
que comenzó a turbarle su consuelo,
mirando el Perro, dijo: «He reparado
que tienes el pescuezo algo pelado.
dime: ¿Qué es eso?» «Nada.»
«Dímelo, por tu vida, camarada.»
«No es más que la señal de la cadena;
pero no me da pena,
pues aunque por inquieto
a ella estoy sujeto,
me sueltan cuando comen mis señores,
recíbenme a sus pies con mil amores;
ya me tiran el pan, ya la tajada,
y todo aquello que les desagrada;
éste lo mal asado,
aquel un hueso descamado;
y aun un glotón, que todo se lo traga,
a lo menos me halaga,
pasándome la mano por el lomo;
yo meneo la cola, callo y como.»
«Todo eso es bueno, yo te lo confieso,
pero por fin y postre tú estás preso:
jamás sales de casa,
ni puedes ver lo que en el pueblo pasa.»
«Es así.» «Pues amigo,
91
la amada libertad que yo consigo
no he de trocarla de manera alguna
por tu abundante y próspera fortuna.
Marcha, marcha a vivir encarcelado;
no serás envidiado
de quien pasea el campo libremente,
aunque tú comas tan glotonamente
pan, tajadas y huesos; porque al cabo,
no hay bocado en sazón para un esclavo.»
92
Libro sexto
FÁBULA I
El Pastor y el Filósofo
93
observando costumbres, leyes y usos?»
«Ni las letras seguí, ni como Ulises
(humildemente respondió el anciano),
discurrí por incógnitos países.
Sé que el género humano
en la escuela del mundo lisonjero
se instruye en el doblez y la patraña.
con la ciencia que engaña
¿Quién podrá hacerse sabio verdadero?
Lo poco que yo sé me lo ha enseñado
naturaleza en fáciles lecciones:
un odio firme al vicio me ha inspirado,
ejemplos de virtud da a mis acciones.
Aprendí de la abeja lo industrioso,
y de la hormiga, que en guardar se afana,
a pensar en el día de mañana.
Mi mastín, el hermoso
y fiel sin semejante,
de gratitud y lealtad constante
es el mejor modelo,
y si acierto a copiarle, me consuelo.
Si mi nupcial amor lecciones toma,
las encuentra en la cándida paloma.
La gallina a sus pollos abrigando
con sus piadosas alas como madre,
y las sencillas aves aun volando,
me prestan reglas para ser buen padre.
Sabia naturaleza, mi maestra,
lo malo y lo ridículo me muestra
para hacérmelo odioso.
Jamás hablo a las gentes
con aire grave, tono jactancioso,
pues saben los prudentes
que, lejos de ser sabio el que así hable,
será un búho solemne, despreciable.
Un hablar moderado,
un silencio oportuno
en mis conversaciones he guardado.
El hablador molesto e importuno
94
es digno de desprecio.
Quien escuche a la urraca será un necio.
A los que usan la fuerza y el engaño
para el ajeno daño,
y usurpan a los otros su derecho,
los debe aborrecer un noble pecho.
Únanse con los lobos en la caza,
con milanos y halcones,
con la maldita serpentina raza,
caterva de carnívoros ladrones.
Mas ¡qué dije! Los hombres tan malvados
ni aún merecen tener esos aliados.
No hay dañino animal tan peligroso
como el usurpador y el envidioso.
Por último, en el libro interminable
de la naturaleza yo medito;
en todo lo creado es admirable:
Del ente más sencillo y pequeñito
una contemplación profunda alcanza
los más preciosos frutos de enseñanza.»
«Tu virtud acredita, buen anciano
(el Filósofo exclama),
tu ciencia verdadera y justa fama.
vierte el género humano
en sus libros y escuelas sus errores;
en preceptos mejores
nos da naturaleza su doctrina.
Así quien sus verdades examina
con la meditación y la experiencia,
llegará a conocer virtud y ciencia.»
FÁBULA II
El Hombre y la Fantasma
Un joven licencioso
se hallaba en un estado vergonzoso,
con sus males secretos retirado;
en soledad, doliente, exasperado,
95
cavila, llora, canta, jura, reza,
como quien ha perdido la cabeza.
«¿Te falta la salud? Pues, caballero,
de todo tu dinero,
nobleza, juventud y poderío
sábete que me río;
trata de recobrarla, pues perdida,
¿De qué sirven los bienes de esta vida?»
Todo esto una Fantasma le previno,
y al instante se fue como se vino.
el enfermo se cuida, se repone;
un nuevo plan de vida se propone.
En efecto, se casa.
Cércanle los cuidados de la casa,
que se van aumentando de hora en hora.
La mujer (Dios nos libre), gastadora
aun mucho más que rica,
los hijos y las deudas multiplica;
de modo que el marido,
más que nunca aburrido,
se puso sobre un pie de economía,
que estrechándola más de día en día,
al fin se enriqueció con opulencia.
La Fantasma le dice: «En mi conciencia,
que te veo amarillo como el oro;
tienes tu corazón en el tesoro;
miras sobre tu pecho acongojado
el puñal del ladrón enarbolado;
las noches pasas en mortal desvelo;
¿Y así quieres vivir?…¡Qué desconsuelo!»
El Hombre, como caso milagroso,
se transformó de avaro en ambicioso.
Llegó dentro de poco a la privanza:
¡el señor don Dinero qué no alcanza!
La Fantasma le muestra claramente
un falso confidente:
cien traidores amigos,
que quieren ser autores y testigos
de su pronta caída.
96
Resuélvese a dejar aquella vida,
y, ya desengañado,
en los campos se mira retirado.
Buscaba los placeres inocentes
en las flores y frutas diferentes.
¿Quieren ustedes creer, esto me pasma,
que aun allí le persigue la Fantasma?
Los insectos, los hielos y los vientos,
todos los elementos
y las plagas de todas estaciones
han de ser en el campo tus ladrones.
Pues ¿adónde irá el pobre caballero?…
FÁBULA III
El Jabalí y el Carnero
97
labran en su maldad su propia ruina.»
FÁBULA IV
El Raposo, la Mujer y el Gallo
FÁBULA V
El Filósofo y el Rústico
98
La del alba sería
la hora en que un Filósofo salía
A meditar al campo solitario,
en lo hermoso y lo vario,
que a la luz de la aurora nos enseña
Naturaleza, entonces más risueña.
Distraído sin senda caminaba,
cuando llegó a un cortijo, donde estaba
con un martillo el Rústico en la mano,
en la otra un milano,
y sobre una portátil escalera.
«¿Qué haces de esa manera?»,
El Filósofo dijo.
«Castigar a un ladrón de mi cortijo,
que en mi corral ha hecho más destrozos
que todos los ladrones en Torozos.
Le clavo en la pared… ya estoy contento…
sirve a toda tu raza de escarmiento.»
«El matador es digno de la muerte,
el Sabio dijo, mas si de esa suerte
el milano merece ser tratado,
¿De qué modo será bien castigado
el hombre sanguinario, cuyos dientes
devoran a infinitos inocentes,
y cuenta como mísera su vida,
si no hace de cadáveres comida?
Y aun tú, que así castigas los delitos,
cenarías anoche tus pollitos.»
«Al mundo le encontramos de este modo,
dijo airado el patán. Y sobre todo,
si lo mismo son hombres que milanos.
Guárdese no le pille entre mis manos.»
El Sabio se dejó de reflexiones.
99
FÁBULA VI
La Pava y la Hormiga
100
«¡Hola! con que los hombres
son crueles, perversos;
¿Y qué seréis los pavos?
¡Ay de mí! ya lo veo:
a mis tristes parientes,
¡Qué digo! a todo el pueblo
sólo por desayuno
os le vais engullendo.»
No respondió la Pava
por no saber un cuento,
que era entonces del caso,
y ahora viene a pelo.
Un gusano roía
un grano de centeno:
Véronlo las Hormigas:
¡Qué gritos! ¡Qué aspavientos!
«Aquí fue Troya, dicen:
muere, pícaro perro»;
Y ellas ¿qué hacían? Nada:
robar todo el granero.
FÁBULA VII
El Enfermo y la Visión
101
de este modo examina su conciencia:
«En todos mis contratos he logrado,
no lo niego, ganancia muy segura;
trabajé en calcular mis intereses:
aumenté mi caudal en pocos meses,
más por felicidad que por usura.
Sin rencor ni malicia
hice que a mi deudor pusiesen preso:
murió pobre en la cárcel, lo confieso;
mas, en fin, es un hecho de justicia.
Si por cierto instrumento
reduje una familia muy honrada
a pobreza extremada,
algún día leerán mi testamento.
Entonces, muerto yo, se hará patente,
en la tierra lo mismo que en el cielo,
para alivio de pobres y consuelo,
mi caridad ardiente.»
Una Visión se acerca y dice: «Hermano,
la esperanza condeno
del que aguarda a morir para ser bueno.
Una acción de piedad está en tu mano:
Tus prójimos, según sus oraciones,
están necesitados:
Para ser remediados
han menester siquiera cien doblones.»
«¡Cien doblones! No es nada.
¿y si, porque dios quiera, no me muero,
y después me hace falta ese dinero,
sería caridad bien ordenada?»
«Avaro, ¿te resistes? Pues al cabo
te anuncio que tu muerte está cercana.»
«¿Me muero? Pues que esperen a mañana.»
La Visión se volvió sin un ochavo.
FÁBULA VIII
El Camello y la Pulga
102
Al que ostenta valimiento
cuando su poder es tal,
que ni influye en bien ni en mal,
le quiero contar un cuento.
FÁBULA IX
El Cerdo, el Carnero y la Cabra
103
«¿No miras al Carnero y a la Cabra,
que vienen sin hablar una palabra?»
«¡Ay, señor, le responde, ya lo veo!
Son tontos y no piensan.
Yo preveo Nuestra muerte cercana.
A los dos por la leche y por la lana
quizá no matarán tan prontamente;
Pero a mí, que soy bueno solamente
para pasto del hombre… no lo dudo:
Mañana comerán de mi menudo.
Adiós, pocilga; adiós, gamella mía.»
Sutilmente su muerte preveía.
Mas ¿qué lograba el pensador Marrano?
Nada, sino sentirla de antemano.
FÁBULA X
El León, el Tigre y el Caminante
104
dan el más claro aviso
de mi valor sin par y mis proezas.»
«Es verdad, dijo el hombre, soy testigo:
Los triunfos miro de tu fuerza airada,
contemplo a tu nación amedrentada;
al librarme venciste a mi enemigo.
En todo esto, señor, con tu licencia,
sólo es digna del trono tu clemencia.
Sé benéfico, amable,
en lugar de despótico tirano;
porque, señor, es llano
que el monarca será más venturoso
cuanto hiciere a su pueblo más dichoso.»
«Con razón has hablado;
y ya me causa pena
el haber yo buscado
mi propia gloria en la desdicha ajena.
En mis jóvenes años
el orgullo produjo mil errores,
que me los ha encubierto con engaños
una corte servil de aduladores.
Ellos me aseguraban de concierto
que por el mundo todo
no reinan los humanos de otro modo:
tú lo sabrás mejor; dime, ¿y es cierto?»
FÁBULA XI
La Muerte
105
un ministro sería sin segundo;
pero ya por inútil la contemplo,
habiendo tanto médico en el mundo.
Uno de éstos elijo… Mas no quiero,
que están muy bien premiados sus servicios
sin otra recompensa que el dinero.»
Pretendieron la plaza algunos vicios,
alegando en su abono mil razones.
Consideró la Reina su importancia,
y después de maduras reflexiones,
el empleo ocupó la Intemperancia.
FÁBULA XII
El Amor y la Locura
Habiendo la Locura
con el Amor reñido,
dejó ciego de un golpe
al miserable niño.
Venganza pide al cielo
Venus, mas ¡con qué gritos!
Era madre y esposa:
con esto queda dicho.
Queréllase a los dioses,
presentando a su hijo:
«¿De qué sirven las flechas,
de qué el arco a Cupido,
faltándole la vista
para asestar sus tiros?
Quítensele las alas
y aquel ardiente cirio,
Si a su luz ser no pueden
sus vuelos dirigidos.»
Atendiendo a que el ciego
siguiese su ejercicio,
y a que la delincuente
tuviese su castigo,
Júpiter, presidente
106
de la asamblea, dijo:
«Ordeno a la Locura,
desde este instante mismo,
que eternamente sea
de Amor el lazarillo.»
107
Libro séptimo
FÁBULA I
El Raposo enfermo
108
no sin lamerse labios y narices:
«Tienes debilitada la cabeza;
ni una pluma se ve de cuanto dices.
y bien lo puedes creer, que si se viese…»
«¡Oh glotones! callad; ya, ya os entiendo,
el enfermo exclamó; ¡si yo pudiese
corregir las costumbres cual pretendo!
¿No sentís que los gustos,
si son contra la paz de la conciencia,
se cambian en disgustos?
Tengo de esta verdad gran experiencia.
Expuestos a las trampas y a los perros,
matáis y perseguís a todo trapo,
en la aldea gallinas, y en los cerros
los inocentes lomos del gazapo.
Moderad, hijos míos, las pasiones;
observad vida quieta y arreglada,
y con buenas acciones
ganaréis opinión muy estimada.»
«Aunque nos convirtamos en corderos,
le respondió un oyente sentencioso,
otros han de robar los gallineros
a costa de la fama del Raposo.
Jamás se cobra la opinión perdida:
esto es lo uno. A más, ¿usted pretende
que mudemos de vida?
Quien malas mañas ha… ya usted me entiende.»
«Sin embargo, hermanito, crea, crea…
el enfermo le dijo. Mas ¡qué siento!…
¿No oís que una gallina cacarea?
Esto sí que no es cuento.»
Adiós, sermón; escápase la gente.
El enfermo orador esfuerza el grito:
«¿Os vais, hermanos? Pues tened presente
que no me haría daño algún pollito.»
FÁBULA II
Las exequias de la Leona
109
En su regia caverna, inconsolable
el rey león yacía,
porque en el mismo día
murió ¡cruel dolor! su esposa amable.
A palacio la corte toda llega,
y en fúnebre aparato se congrega.
En la cóncava gruta resonaba
del triste rey el doloroso llanto;
allí los cortesanos entre tanto
también gemían porque el rey lloraba;
que si el viudo monarca se riera,
la corte lisonjera
trocara en risa el lamentable paso.
Perdone la difunta: voy al caso.
Entre tanto sollozo
el ciervo no lloraba, yo lo creo;
porque, lleno de gozo,
miraba ya cumplido su deseo.
La tal reina le había devorado
un hijo y la mujer al desdichado.
El ciervo, en fin, no llora;
el concurso lo advierte:
el monarca lo sabe, y en la hora
ordena con furor darle la muerte.
«¿Cómo podré llorar, el ciervo dijo,
si apenas puedo hablar de regocijo?
Ya disfruta, gran rey, más venturosa,
los Elíseos Campos vuestra esposa:
me lo ha revelado, a la venida,
muy cerca de la gruta aparecida.
Me mandó lo callase algún momento,
porque gusta mostréis el sentimiento.»
Dijo así; y el concurso cortesano
aclamó por milagro la patraña.
El ciervo consiguió que el soberano
cambiase en amistad su fiera saña.
110
a veces su favor han conseguido
con ser aduladores.
Mas no por esto advierto
que el medio sea justo; pues es cierto
que a más príncipes vicia
la adulación servil que la malicia.
FÁBULA III
El Poeta y la Rosa
111
Marchita, cabizbaja,
te irías deshojando,
hasta parar tu vida
en un desnudo cabo.»
La Rosa, que hasta entonces
no despegó sus labios,
le dijo, resentida:
«Poeta chabacano,
cuando a un héroe quieras
coronar con el lauro,
del jardín de sus hechos
has de cortar los ramos.
Por labrar su corona,
no es justo que tus manos
desnuden otras sienes
que la virtud y el mérito adornaron.»
FÁBULA IV
El Búho y el Hombre
112
de jilgueros, calandrias, ruiseñores,
por valles, fuentes, árboles y flores?»
«Piensas a lo vulgar, eres un necio,
dijo el solemne Búho con desprecio;
mira, mira, ignorante,
a la sabiduría en mi semblante:
mi aspecto, mi silencio, mi retiro,
aun yo mismo lo admiro.
Si rara vez me digno, como sabes,
de visitar la luz, todas las aves
me siguen y rodean: desde luego
mi mérito conocen, no lo niego.»
«¡Ah tonto presumido!,
el Hombre dijo así; ten entendido
que las aves, muy lejos de admirarte,
te siguen y rodean por burlarte.
de ignorante orgulloso te motejan,
como yo a aquellos hombres que se alejan
del trato de las gentes,
y con extravagancias diferentes
han llegado a doctores en la ciencia
de ser sabios no más que en la apariencia.»
FÁBULA V
La Mona
113
al principio qué vencer.
FÁBULA VI
Esopo y un Ateniense
Cercado de muchachos
y jugando a las nueces,
estaba el viejo Esopo
más que todos alegre.
«¡Ah pobre! ya chochea»,
Le dijo un Ateniense.
en respuesta, el anciano
coge un arco que tiene
la cuerda floja, y dice:
«Ea, si es que lo entiendes,
dime, ¿qué significa
el arco de esta suerte?»
Lo examina el de Atenas,
piensa, cavila, vuelve,
y se fatiga en vano
pues que no lo comprende.
El frigio victorioso
le dijo: «Amigo, advierte
que romperás el arco
si está tirante siempre;
si flojo, ha de servirte
cuando tú lo quisieres.»
Si al ánimo estudioso
algún recreo dieres,
volverá a sus tareas
mucho más útilmente.
FÁBULA VII
Demetrio y Menandro
114
que en el mundo te tengan por grande hombre,
sin más que por tus galas y perfumes.
FÁBULA VIII
Las Hormigas
115
Ellos mudaron de forma;
¿Y de costumbres? Jamás.
FÁBULA IX
Los Gatos escrupulosos
116
que si el diablo, tentando sus pasiones,
les pusiese asadores a millones
(no hablo yo de las pollas), o me engaño,
o no comieran uno en todo el año.
FÁBULA X
El Águila y la asamblea de los animales
117
y cuenta como nada sus narices.
El galgo lo contrario solicita;
y en fin, cosa inaudita,
los peces, de las ondas ya cansados,
quieren probar los bosques y los prados;
y las bestias, dejando sus lugares,
surcar las olas de los anchos mares.
Después de oírlo todo,
el Águila concluye de éste modo:
«¿Ves, maldita caterva impertinente,
que entre tanto viviente
de uno y otro elemento,
pues nadie está contenta,
no se encuentra feliz ningún destino?
Pues ¿para qué envidiar el del vecino?»
Con sólo este discurso,
aun el bruto mayor de aquel concurso
se dio por convencido.
FÁBULA XI
La Paloma
De su apetito guiado,
por no consultar al juicio,
así vuela al precipicio
el hombre desenfrenado.
118
FÁBULA XII
El Chivo afeitado
119
¿Y cuándo? Cuando en todas las naciones
no tienen ni aun bigotes los varones;
pues ya cuentan que son los moscovitas,
si barbones ayer, hoy señoritas.
¡Qué cabrunos estilos tan groseros!
A bien que estoy en tierra de barberos.»
La historia fue en Tetuán, y todo el día
la barberil guitarra se sentía,
el Chivo fue, guiado de su tono,
a la tienda de un mono,
Barberillo afamado,
que afeitó al señorito de contado.
Sale barbilampiño a la campaña.
Al ver una figura tan extraña,
no hubo perro ni gato
que no le hiciese burla al mentecato.
Los chivos le desprecian de manera,
que no hay más que decir. ¡Quién lo creyera!
Un respetable macho
dicen que rió como un muchacho.
120
Libro octavo
A Elisa
FÁBULA I
El naufragio de Simónides
121
se lleven la hermosura y gentileza,
con lágrimas estériles llorados
serán aquellos días que se fueron
y a juegos vanos tus amigas dieron;
pero a tu bien estable
no hay tiempo ni accidente que consuma:
siempre serás feliz, siempre estimable.
Eres sabia, y en suma
este bien de la ciencia no perece.
Oye cómo esta FÁBULA lo explica,
que mi respeto a tu virtud dedica.
Simónides en Asia se enriquece,
cantando a justo precio los loores
de algunos generosos vencedores.
Este sabio poeta, con deseo
de volver a su amada patria Ceo,
se embarca, y en la mar embravecida
fue la mísera nave sumergida.
De la gente a las ondas arrojada,
sale quien diestro nada,
y el que nadar no sabe
fluctúa en las reliquias de la nave.
Pocos llegan a tierra, afortunados,
con las náufragas tablas abrazados.
Todos cuantos el oro recogieron,
con el peso abrumados, perecieron.
A Clecémone van. Allí vivía
un varón literato, que leía
las obras de Simónides, de suerte
que al conversar los náufragos, advierte
que Simónides habla, y en su estilo
le conoce; le presta todo asilo
de vestidos, criados y dineros;
pero a sus compañeros
les quedó solamente por sufragio
mendigar con la tabla del naufragio.
FÁBULA II
122
El Filósofo y la Pulga
123
las escamosas gentes,
los brutos y las fieras,
y las aves ligeras,
y cuanto tiene alimento
en la tierra, en el agua y en el viento,
y digo finalmente: Todo es mío.
¡Oh grandeza del hombre y poderío!»
Una Pulga que oyó con gran cachaza
al Filósofo maza,
dijo: «Cuando me miro en tus narices,
como tú sobre el risco que nos dices,
y contemplo a mis pies aquel instante
nada menos que al hombre dominante,
que manda en cuanto encierra
el agua, viento y tierra,
y que el tal poderoso caballero
de alimento me sirve cuando quiero,
concluyo finalmente: Todo es mío.
¡Oh grandeza de pulga y poderío!»
Así dijo, y saltando se le ausenta.
FÁBULA III
El Cazador y los Conejos
124
alegres se le acercan.
Uno del verde prado
igualaba la hierba;
otro, cual jardinero,
las florecillas siega;
el tomillo y romero
éste y aquél cercenan;
entre tanto al más gordo
Fabio su tiro asesta;
Dispara, y al estruendo
se meten en sus cuevas
tan repentinamente,
que a muchos pareciera
que, salvo el muerto, a todos
se los tragó la tierra.
Después de tanto espanto,
¿Habrá alguno que crea
que de allí a poco rato
la tímida caterva,
olvidando el peligro,
al riesgo se presenta?
Cosa extraña parece
mas no se admiren de ella.
¿Acaso los humanos
hacen de otra manera?
FÁBULA IV
El Filósofo y el Faisán
125
las aves vuelan a mayor distancia;
todos los animales, asustados,
huyen delante de él precipitados,
y el Filósofo queda
con un triste silencio en la arboleda.
marcha con cauto paso ocultamente;
descubre sobre un árbol eminente
a un faisán, rodeado de su cría,
que con amor materno la decía:
«Hijos míos, pues ya que en mis lecciones
largamente os hablé de los milanos,
de los buitres y halcones,
hoy hemos de tratar de los humanos.
La oveja en leche y lana
da abrigo y alimento
para la raza humana,
y en agradecimiento
a tan gran bienhechora,
la mata el hombre mismo y la devora.
A la abeja, que labra sus panales
artificiosamente,
la roba, come, vende sus caudales,
y la mata en ejércitos su gente.
¿Qué recompensa, en suma,
consigue al fin el ganso miserable
por el precioso bien, incomparable,
de ayudar a las ciencias con su pluma?
Le da muerte temprana el hombre ingrato,
y hace de su cadáver un gran plato.
Y pues que los humanos son peores
que milanos y azores
y que toda perversa criatura,
huiréis con horror de su figura.»
Así charló, y el hombre se presenta.
«Ese es», grita la madre, y al instante
la familia volante
se desprende del árbol y se ausenta.
¡Oh cómo habló el Faisán! «Mas ¡qué dijera
el Filósofo exclama, si supiera
126
que en sus propios hermanos
la ingratitud ejercen los humanos.»
FÁBULA V
El Zapatero médico
FÁBULA VI
El Murciélago y la Comadreja
127
viendo su muerte cerca.
Ella le dice: «Muere;
que por naturaleza
soy mortal enemiga
de todo cuanto vuela.»
El avechucho grita,
y mil veces protesta
«Que él es ratón, cual todos
los de su descendencia»
Con esto ¡qué fortuna!
el preso se liberta.
Pasado cierto tiempo,
no sé de qué manera,
segunda vez le pilla:
Él nuevamente ruega;
mas ella le responde
«Que Júpiter la ordena
tenga paz con las aves,
con los ratones guerra.»
«¿Soy yo ratón acaso?
Yo creo que estás ciega.
¿Quieres ver cómo vuelo?»
En efecto, le deja,
y a merced de su ingenio
libre el pájaro vuela.
FÁBULA VII
La Mariposa y el Caracol
128
desde el polvo a los cuernos de la luna,
si hablas, Fabio, al humilde con desprecio
tanto como eres grande serás necio.
¡Qué! ¿Te irritas? ¿Te ofende mi lenguaje?
«No se habla de ese modo a un personaje.»
Pues haz cuenta, señor, que no me oíste,
y escucha a un Caracol. Vaya de chiste.
129
que gustosa solías
como humilde reptil andar conmigo,
y yo te hacía honor en ser tu amigo?
¿No es también evidente
Que eres por línea recta descendiente
de las orugas, pobres hilanderos,
que, mirándose en cueros,
de sus tripas hilaban y tejían
un fardo, en que el invierno se metían,
como tú te has metido,
y aún no hace cuatro días que has salido?
Pues si éste fue tu origen y tu casa;
¿Por qué tu ventolera se propasa
a despreciar a un caracol honrado?»
FÁBULA VIII
Los dos Titiriteros
130
en sangrientas espadas.
Muestra un par de bolsillos de doblones;
dos personas, sin duda dos ladrones,
les echaron la garra muy ufanos,
y se ven dos cordeles en sus manos.
A un relator cargado de procesos
una letra le enseña de mil pesos.
«Sople usted»; sopla el hombre apresurado,
y le cierra los labios un candado.
A un abate arrimado a su cortejo
le presenta un espejo,
y al mirar su retrato peregrino,
se vio con las orejas de pollino.
A un santero le manda
que se acerque; le pilla la demanda,
y allá con sus hechizos
la convirtió en merienda de chorizos.
A un joven desenvuelto y rozagante:
le regala un diamante:
éste le dio a su dama, y en el punto
pálido se quedó como un difunto,
item más, sin narices y sin dientes.
Allí fue la rechifla de las gentes,
la burla y la chacota.
El primer Titiritero se alborota;
dice por el segundo con denuedo:
«Ese hombre tiene un diablo en cada dedo,
pues no encierran virtud tan peregrina
los polvos de la madre Celestina.
que declare su nombre.»
El concurso lo pide, y el buen hombre
entonces, más modesto que un novicio,
dijo: «No soy el diablo, sino el vicio.»
FÁBULA IX
El Raposo y el Perro
131
el Mastín de un pastor con un Raposo
se solía juntar algunos ratos,
como tal vez los perros y los gatos
con amistad se tratan. Cierto día
el Zorro a su compadre le decía:
«Estoy muy irritado;
los hombres por el mundo han divulgado
que mi raza inocente (¡qué injusticia!)
les anda circumcirca en la malicia.
¡Ah, maldita canalla!
Si yo pudiera…» En esto el Zorro calla,
y erizado se agacha. «Soy perdido,
dice, los cazadores he oído.
¿Qué me sucede?» «Nada.
No temas, le responde el camarada;
Son las gentes que pasan al mercado.
mira, mira, cuitado,
marchar haldas en cinta a mis vecinas,
coronadas con cestas de gallinas.»
«No estoy, dijo el Raposo, para fiestas:
Vete con tus gallinas y tus cestas,
y satiriza a otro. Porque sabes
que robaron anoche algunas aves,
¿He de ser yo el ladrón?» «En mi conciencia,
que hablé, dijo el Mastín, con inocencia.
¿Yo pensar que has robado gallinero,
cuando siempre te vi como un cordero?»
«¡Cordero! exclama el Zorro; no hay aguante.
que cordero me vuelva en el instante,
Si he hurtado el que falta en tu majada.»
«¡Hola! concluye el Perro, Camarada,
el ladrón es usted, según se explica»
El estuche molar al punto aplica
al mísero Raposo,
para que así escarmiente el cosquilloso,
que de las fabuliilas se resiente.
Si no estás inocente,
dime, ¿por qué no bajas las orejas?
Y si acaso lo estás, ¿de qué te quejas?
132
Libro noveno
FÁBULA I
El Gato y las Aves
133
que en las ramas cantaban maravillas;
pero callaba en vano,
mientras no se acercaban a su mano
los músicos volantes, pues quería
Mirrimiz arreglar la sinfonía.
Cansado de esperar, prorrumpe al cabo,
sacando la cabeza: ¡Bravo!, ¡bravo!.
La turba calla; cada cual procura
alejarse o meterse en la, espesura;
mas él les persuadió con buenos modos,
y al fin logró que le escuchasen todos.
«No soy Gato montés o campesino;
soy honrado vecino
de la cercana villa:
Fui Gato de un maestro de capilla;
la música aprendí, y aún, si me empeño,
veréis cómo os la enseño,
pero gratis y en menos de una hora.
¡Qué cosa tan sonora
será el oír un coro de cantores,
verbigracia calandrias ruiseñores!»
Con estas y otras cosas diferentes,
algunas de las aves inocentes
con manso vuelo a Mirrimiz llegaron;
todas en torno a él se colocaron.
Entonces con más gracia
y más diestro que el músico de tracia,
echando su compás hacia el más gordo,
consigue gratis merendarse un tordo.
FÁBULA II
La danza pastoril
134
un delicioso prado.
Los árboles silvestres
aquí y allí plantados,
el suelo siempre verde,
de mil flores sembrado,
más agradable hacían
el lugar solitario.
Contento en él pasaba
La siesta, recostado.
Debajo de una encina,
con el albogue, Bato.
Al son de sus tonadas,
los pastores cercanos,
sin olvidar algunos
la guarda del ganado,
descendían ligeros
desde la sierra al llano.
Las honestas zagalas,
según iban llegando,
bailaban lindamente,
asidas de las manos,
en tomo de la encina
donde tocaba Bato.
De las espesas ramas
se veía colgando
una guirnalda bella
de rosas y amaranto.
La fiesta presidía
un mayoral anciano;
y ya que el regocijo
bastó para descanso,
antes que se volviesen
alegres al rebaño,
el viejo presidente
con su corvo cayado
alcanzó la guimalda
que pendía del árbol,
y coronó con ella
los cabellos dorados
135
de la gentil zagala
que con sencillo agrado
supo ganar a todas
en modestia y recato.
Si la virtud premiaran
así los cortesanos,
yo sé que no huiría
desde la corte al campo.
FÁBULA III
Los dos Perros
136
Di, ¿te la comerás, si yo la dejo?»
FÁBULA IV
La moda
137
y de muy fácil modo
aquí y allí mataba,
haciendo a su placer dos mil destrozos.
En Tetuán, desde entonces
manda el senado docto
que cualquier uso o moda,
de países cercanos o remotos,
antes que llegue el caso
de adoptarse en el propio,
haya de examinarse,
en junta de políticos, a fondo.
FÁBULA V
El Lobo y el Mastín
138
y de pujanza fuerte,
que mate al jabalí, que venza al oso.
Mas ¿qué dirán al verte
que lo valiente y fiero
empleas en la sangre de un cordero?»
El Lobo le responde: «Camarada,
tienes mucha razón; en adelante
propongo no comer sino ensalada.»
Se despiden y toman el portante.
Informados del hecho
los pastores, se apuran y patean;
agarran al Mastín y le apalean.
Digo que fue bien hecho;
pues en vez de ensalada, en aquel año
se fue comiendo el Lobo su rebaño.
FÁBULA VI
La Hermosa y el Espejo
Anarda la bella
tenía un amigo
con quien consultaba
todos sus caprichos:
colores de moda,
más o menos vivos,
plumas, sombrerete,
lunares y rizos
jamás en su adorno
fueron admitidos,
si él no la decía:
Gracioso, bonito.
Cuando su hermosura,
llena de atractivo,
en sus verdes años
tenía más brillo,
traidoras la roban
139
(ni acierto a decirlo)
las negras viruelas
sus gracias y hechizos.
Llegóse al Espejo:
éste era su amigo;
y como se jacta
de fiel y sencillo,
lisa y llanamente
la verdad la dijo.
Anarda, furiosa;
casi sin sentido,
le vuelve la espalda,
dando mil quejidos.
Desde aquel instante
cuentan que no quiso
volver a consultas
con el señor mío.
«Escúchame, Ánarda:
si buscas amigos
que te representen
tus gracias y hechizos,
mas que no te adviertan
defectos y aún vicios,
de aquellos que nadie
conoce en sí mismo,
dime, ¿de qué modo
podrás corregirlos?»
FÁBULA VII
El Viejo y el Chalán
140
«Y qué, ¿no se le dan?… ¿Por qué motivo?…»
FÁBULA VIII
La Gata con cascabeles
141
y se lo puso a ella.
Cierto que Zapaquilda estaba bella.
A todos enamora,
tanto, que en la gatesca compañía
cuál dice su atrevido pensamiento
cuál se encrespa celoso;
riñen éste y aquél con ardimiento,
pues con ansia quería
cada gato soltero ser su esposo.
Entre los arañazos y maullidos
levántase Garraf, gato prudente,
y a los enfurecidos
les grita: «Novel gente,
¡gata con cascabeles por esposa!
¿Quién pretende tal cosa?
¿No veis que el cascabel la caza ahuyenta
y que la dama hambrienta
necesita sin duda que el marido,
ausente y aburrido,
busque la provisión en los desvanes,
mientras ella, cercada de galanes,
porque el mundo la vea,
de tejado en tejado se pasea?»
Marchóse Zapaquilda convencida,
y lo mismo quedó la concurrencia.
FÁBULA IX
El Ruiseñor y el Mochuelo
142
disfrutaba de dulce y blando sueño,
pendiente de una rama
un Ruiseñor parlero
empezó con sus ayes
a publicar sus dolorosos celos.
Después de mil querellas,
que llegaron al cielo,
a cantar empezaba
la antigua historia del infiel Tereo
cuando, sin saber cómo,
un cazador mochuelo
al músico arrebata
entre las corvas uñas prisionero.
Jamás Pan con la flauta
igualó sus gorjeos,
ni resonó tan grata
la dulce lira del divino Orfeo;
no obstante, cuando daba
sus últimos lamentos,
los vecinos del bosque
aplaudían su muerte; yo lo creo.
Si con sus serenatas
el mismo Farinelo
viniese a despertarme
mientras que yo dormía en blando lecho,
en lugar de los bravos,
diría: «Caballero,
¡que no viniese ahora
para tal ruiseñor algún mochuelo!»
FÁBULA X
El Amo y el Perro
143
donde está mi Palomo;
es fiel, decía el Amo, sin segundo,
y me guarda la casa… Pero ¿cómo?
Con la despensa abierta
le dejé cierto día:
en medio de la puerta,
de guardia se plantó con bizarría.
Un formidable gato,
en vez de perseguir a los ratones,
se venía, guiado del olfato,
a visitar chorizos y jamones.
Palomo le despide buenamente;
el gato se encrespa y acalora;
riñen sangrientamente,
y mi guarda-jamones le devora.»
Esto contaba el Amo a sus amigos,
y después a su casa se los lleva
a que fuesen testigos
de tal fidelidad en otra prueba.
Tenía al buen Palomo prisionero
entre manidas pollas y perdices;
los sebosos riñones de un carnero
casi casi le untaban las narices.
Dentro de este retiro a penitencia
el triste fue metido,
después de algunos días de abstinencia.
Al fin, ya su señor, compadecido,
abre con sus amigos el encierro:
sale rabo entre piernas, agachado;
al amo se acercaba el pobre perro,
lamiéndose el hocico ensangrentado.
El dueño se alborota y enfurece
con tan fatales nuevas.
FÁBULA XI
144
Los dos Cazadores
FÁBULA XII
El Gato y el Cazador
145
mas al fin, por el rastro que dejaba
de plumas y de huesos,
un Cazador lo advierte; le persigue,
arma trampas y redes con tal maña,
que al instante consigue
atrapar la carnívora alimaña.
Llégase el Cazador al prisionero;
quiere darle la muerte;
el animal le dice: «Caballero,
duélase de la suerte
de un triste pobrecito,
metido en la prisión, y sin delito.»
«¿Sin delito, me dices,
cuando sé que tus uñas y tus dientes
devoran infinitos inocentes?»
«Señor, eran conejos y perdices,
y yo no hacía más, a fe de Gato,
que lo que ustedes hacen en el plato.»
«Ea, pícaro, muere;
que tu mala razón no satisface.»
FÁBULA XIII
El Pastor
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FÁBULA XIV
El Tordo flautista
FÁBULA XV
147
El Raposo y el Lobo
Un triste Raposo
por medio del llano
marchaba sin piernas,
cual otro soldado
que perdió las suyas
allá en Campo Santo.
Un Lobo le dijo:
«Hola, buen hermano,
diga, ¿en qué refriega
quedó tan lisiado?»
«¡Ay de mí! responde;
un maldito rastro
me llevó a una trampa,
donde por milagro,
dejando una pierna,
salí con trabajo.
Después de algún tiempo
iba yo cazando,
y en la trampa misma
dejé pierna y rabo.»
El Lobo le dice:
«Creíble es el caso.
yo estoy tuerto, cojo
y desorejado
por ciertos mastines,
guardas de un rebaño.
Soy de estas montañas
el Lobo decano;
y como conozco
las mañas de entrambos,
temo que acabemos,
no digo enmendados,
sino tú en la trampa,
y yo en el rebaño.»
148
¡Pero a los humanos!…
FÁBULA XVI
El ciudadano pastor
149
y sonoros rabeles,
oiré a los pastores
que discretos contienden,
publicando en sus versos
amores inocentes?
Como que ya diviso
entre el ramaje verde
a la pastora Nise,
que al lado de una fuente,
sentada al pie de un olmo,
una guirnalda teje.
¿Si será para Mopso?»
Tanto el joven enciende
su loca fantasía,
que ya en fin se resuelve,
y en zagal disfrazado,
en los bosques se mete.
A un rabadán encuentra,
y le pregunta alegre:
«Dime, ¿es de Melibeo
ese ganado?» «Miente,
que es mío; y sobre todo,
sea de quien se fuere.»
No respondió el buen hombre
muy poéticamente.
el joven, temeroso
de que tal vez le diese
con el fiero garrote
que por cayado tiene,
sin chistar más palabra,
huyó bonitamente.
Marchaba pensativo,
cuando quiso la suerte
que cogiendo bellotas
a la pastora viese.
«¡Oh Nise fementida!
exclama; ¡cuántas véces,
siendo niña, querías
que yo te recogiese
150
la fruta con rocío
de mis manzanos verdes!»
Diciendo así, se acerca,
la moza se revuelve,
y dándole un bufido,
en las breñas se mete.
Sorprendido el mancebo,
dice: «¿Qué me sucede?
¿Son éstos los pastores
discretos, inocentes,
que pintan los poetas
tan delicadamente?
A nuevos desengaños
ya no quiero exponerme.»
Rendido, caviloso,
a la ciudad se vuelve.
FÁBULA XVII
El Ladrón
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«La miel, dice, está muy buena:
es un bocado exquisito;
por el aguijón maldito
no volveré al colmenar.»
FÁBULA XVIII
El joven Filósofo y sus compañeros
Un joven, educado
con el mayor cuidado
por un viejo Filósofo profundo,
salió por fin a visitar el mundo.
Concurrió cierto día,
entre civil y alegre compañía,
a una mesa abundante y primorosa.
«¡Espectáculo horrendo! ¡fiera cosa!
¡La mesa de cadáveres cubierta
a la vista del hombre!… ¡Y éste acierta
a comer los despojos de la muerte!»
El joven declamaba de esta suerte.
Al son de filosóficas razones,
devorando perdices y pichones,
le responden algunos concurrentes:
«Si usted ha de vivir entre las gentes,
deberá hacerse a todo.»
Con un gracioso modo,
alabando el bocado de exquisito,
le presentan un gordo pajarito.
«Cuanto usted ha exclamado será cierto;
mas, en fin, le decían, ya está muerto.
pruébelo por su vida… Considere
que otro le comerá, si no le quiere.»
La ocasión, las palabras, el ejemplo,
y según yo contemplo,
yo no sé qué olorcillo
que exhalaba el caliente pajarillo,
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al joven persuadieron de manera,
que al fin se lo comió. «¡Quién lo dijera!
¡Haber yo devorado un inocente!»
Así clamaba, pero fríamente.
Lo cierto es que, llevado de aquel cebo,
con más facilidad cayó de nuevo.
La ocasión se repite
de uno en otro convite,
y de una codorniz a una becada,
llegó el joven, al fin de la jornada,
olvidando sus máximas primeras,
a ser devorador como las fieras.
FÁBULA XIX
El Elefante, el Toro, el Asno y los demás animales
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que un golpe de mi cuerpo en la muralla
abre sin duda brecha. A la batalla
llevo todo un castillo guarnecido;
en la paz y en la guerra soy tenido
por un bruto invencible,
no sólo por mi fuerza irresistible,
por mi gordo coleto y grave masa,
que hace temblar la tierra donde pasa.
Mas, señores, con todo lo que cuento,
sólo de vegetales me alimento,
y como a nadie daño, soy querido,
mucho más respetado que temido.
Aprended, pues, de mí, crueles fieras,
las que hacéis profesión de carniceras,
y no hagáis por comer atroces muertes,
puesto que no seréis, ni menos fuertes,
ni menos respetadas,
sino muy estimadas
de grandes y pequeños animales,
viviendo, como yo, de vegetales.»
«Gran pensamiento, dicen, gran discurso»;
y nadie se le opone del concurso.
Habló después un Toro de Jarama:
escarba el polvo, cabecea, brama.
«Vengan, dice, los lobos y los osos,
si son tan poderosos,
y en el circo verán con qué donaire
los haré que volteen por el aire.
¡Qué! ¿son menos gallardos y valientes
mis cuernos que sus garras y sus dientes?
Pues ¿por qué los villanos carniceros
han de comer mis vacas y terneros?
Y si no se contentan
con las hojas y yerbas, que alimentan
en los bosques y prados
a los más generosos y esforzados,
que muerdan de mis cuernos al instante,
o si no, de la trompa al Elefante.»
La asamblea aprobó cuanto decía
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el Toro con razón y valentía.
Seguíase a los dos en el asiento,
por falta de buen orden, el Jumento,
Y con rubor expuso sus razones.
«Los milanos, prorrumpe, y los halcones
(no ofendo a los presentes, ni quisiera),
sin esperar tampoco a que me muera,
hallan para sus uñas y su pico
estuche entre los lomos del borrico.
Ellos querrán ahora, como bobos,
comer la yerba a los señores lobos.
Nada menos: aprendan los malditos
de las chochaperdices o chorlitos,
que, sin hacer a los jumentos guerra,
envainan sus picotes en la tierra;
y viva todo el mundo santamente,
sin picar ni morder en lo viviente.»
«Necedad, disparate, impertinencia»,
Gritaba aquí y allí la concurrencia.
«Haya silencio, claman, haya modo.»
Alborótase todo:
crece la confusión, la grita crece;
por más que el Elefante se enfurece,
se deshizo en desorden la asamblea.
Adiós, gran pensamiento; adiós, idea.
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