Neo Populism I o
Neo Populism I o
Neo Populism I o
Sociales
ISSN: 1315-6411
reveciso@faces.ucv.ve
Universidad Central de Venezuela
Venezuela
Vilas, Carlos M.
¿POPULISMOS RECICLADOS O NEOLIBERALISMO A SECAS? El mito del neopopulismo
latinoamericano
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, vol. 9, núm. 3, septiembre-diciembre, 2003, pp.
13-36
Universidad Central de Venezuela
Caracas, Venezuela
¿POPULISMOS RECICLADOS O
Parte importante
NEOLIBERALISMO A SECAS?
Duda El mito del “neopopulismo” latinoamericano
Ver al final
Carlos M. Vilas(*)
Introducción
(*)
Este documento fue presentado en el foro “La región andina: entre el neopopulismo y
la protesta social”. Universidad Javeriana y Fundación Konrad Adenauer, Bogotá, 29
de abril de 2003.
14 Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
1
Lo que sigue es una síntesis apretada de Vilas (1988 y 1994).
¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas? 15
2. La hipótesis “neopopulista”
2
Ver mi crítica a este reduccionismo en Vilas (1994, 112-116).
¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas? 19
3
Quince años antes Jessop et al. (1984) habían extendido el concepto de populismo al
gobierno neoliberal de Margaret Thatcher.
20 Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
Es este último elemento –liderazgo de alto perfil personal con una relación
no mediada o de débil mediación institucional con las masas– el que sirvió de
argumento para mezclar populismo con neoliberalismo: el reduccionismo per-
sonalista. Roberts, por ejemplo, en uno de los esfuerzos mejor organizados
para dotar de sustento al argumento, insiste en el tipo de liderazgo como ele-
mento definidor del populismo, y aunque incluye algunos rasgos complementa-
rios es indudable la primacía que asigna al estilo personalizado de conducción
4
(Roberts, 1995) . Roberts señala la “descomposición de las formas institucio-
nalizadas de representación política” que crean el marco de posibilidad para el
surgimiento de estos dirigentes y del tipo de relación líder-masas poco institu-
cionalizado, y concluye que el populismo “es una tendencia perpetua donde
las instituciones políticas son crónicamente débiles”. La inserción de este esti-
lo de conducción politica en la estructura de poder, el contenido y los alcances
de las políticas ejecutadas, el sesgo global de la gestión del Estado –es decir
varias de las dimensiones que contribuyeron a identificar a determinadas ex-
periencias como populistas– quedan fuera de la preocupación del autor. De
manera coincidente, Weyland (1996) construye su versión del populismo de
acuerdo con tres elementos: 1) un líder personal que apela a 2) una masa
heterogénea de seguidores, muchos de ellos excluidos del desarrollo pero dis-
ponibles para la movilización; 3) aunque el líder construya nuevas organiza-
4
Roberts menciona cinco características del populismo: 1) “un patrón personalista y
paternalista, aunque no necesario carismático, de liderazgo político”; 2) “una coalición
política policlasista heterogénea, concentrada en los sectores subalternos”; 3) moviliza-
ción política de arriba hacia abajo que pasa por alto las formas institucionalizadas de
mediación o las subordina a la relación directa líder-masas; 4) ideología anti-establish-
ment que exalta a los sectores subalternos; 5) proyecto económico que utiliza métodos
redistributivos o clientelistas para crear una base material de apoyo popular al líder.
Varios autores peruanos optaron por la caracterización del régimen presidido por Alber-
to Fujimori como neopopulista: por ejemplo, Sanborn y Panfichi, 1996; Grompone,
1998; Crabtree, 2000.
¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas? 21
No queda claro que tal cosa haya estado presente en la gestación de los
regímenes definidos como neopopulistas. En el caso de Salinas de Gortari
hubo, de ser ciertas las alegaciones, un fraude electoral que confiscó la victo-
ria de la oposición de centro-izquierda que poco después devendría en Partido
de la Revolución Democrática (PRD). Ni Salinas renegó de su condición de
candidato del PRI, ni ésta fue cuestionada por nadie. Recurrir al Pronasol le
permitió recuperar legitimidad frente a los sectores más empobrecidos que
posiblemente votaron en 1988 por la oposición; este programa fue parte de un
conjunto más amplio de decisiones heterodoxas desde la perspectiva de la
tradición priista que incluyeron ampliación del espacio institucional de acción
de la Iglesia católica, redefinición de las relaciones con Estados Unidos, aco-
tamiento del margen de maniobra de las organizaciones sociales priistas, san-
ciones penales iniciales a algunos miembros del establishment financiero in-
cursos en maniobras especulativas fraudulentas.
5
Los estudios se refieren a la ciudad de Lima y destacan la reducción tanto del ausen-
tismo electoral como del voto en blanco en los distritos de mayor pobreza y de trabaja-
dores asalariados. Cameron (1994) ofrece una perspectiva un poco más matizada.
6
No siempre se destaca que las tropelías institucionales de Fujimori no le fueron gratui-
tas en términos electorales. Mientras que en la segunda vuelta de las elecciones presi-
denciales de 1990 la coalición fujimorista sumó más de 62% de los votos emitidos, en
la elección para el Congreso Constituyente Democrático en noviembre de 1992 esa
misma coalición recogió poco más de 49%, y 52,3% en el referéndum constitucional de
diciembre de 1993. Recién en 1995 Fujimori recuperó el nivel de apoyo electoral de
1990; obtuvo la reelección con 64% de los votos y una distancia de más de cuarenta
puntos respecto del segundo.
24 Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
El liderazgo “neopopulista”
Algunos de estos líderes cuentan con una larga trayectoria política en los
marcos del sistema institucional; otros en cambio son de ingreso reciente a la
escena política en la que se instalan, donde hay generalmente una pérdida de
confianza del público en los actores políticos más tradicionales. Esto último
¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas? 25
¿Clientelismo?
et al., 1977; Mouzelis, 1985; Robles, 2000) fue sustituida por una relación fuer-
temente mediada por esas organizaciones; la típica imagen populista del diri-
gente hablando desde un balcón a una plaza saturada de simpatizantes era el
instante periódicamente reiterado de una relación construida ante todo con las
organizaciones categoriales y políticas. El discurso del dirigente machacaba
en el carácter de conquistas de nuevos derechos de los beneficios consegui-
dos: derecho a la organización, al trabajo, a la educación y la salud, a un sala-
rio justo, a la tierra... El populismo contribuyó así a la transformación de un
pueblo de clientes o de súbditos en pueblo de ciudadanos, a lo largo de un
proceso de fuerte conflictividad.
7
Pese a aceptar para el régimen de Fujimori la definición de neopopulismo, Grompone
(1998) destaca el carácter no mediado de la relación líder/masas y, en este sentido, su
diferenciación respecto de los regímenes propiamente populistas.
¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas? 27
Ahora bien: lo llamativo del amplio apoyo electoral recibido por estos diri-
gentes no es tanto el que proviene de los sectores más empobrecidos –cuya
propia vulnerabilidad usualmente los convierte en masa de maniobra del poder
gubernamental o de “coroneles”, “punteros” o “caciques” locales o regiona-
les– como el que fue brindado por los grupos sociales de mayores ingresos, y
en particular por los vinculados al gran poder económico. El voto populista
nunca fue exclusivamente obrero o popular (en sentido sociológico amplio),
pero lo fue en un sentido claramente mayoritario que se agregó a otras mani-
8
festaciones de incuestionable y coincidente sentido . Las clases medias y altas
siempre oscilaron entre la desconfianza y la oposición, tomando los beneficios
que les reportaba la expansión de la producción orientada al mercado interno,
la política crediticia, el crecimiento del consumo y agraviándose de las incur-
8
Ver Schultz (1977 y 1983) y Mora, Araujo y Llorente (1980) para las bases electorales
del peronismo entre 1946 y 1973. Sobre Perú, ver Tuesta Soldevilla (1994); sobre el
ibarrismo ecuatoriano Burbano y de la Torre (1989), en general, Vilas (1994, 80-93).
28 Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
Con mayor fuerza en unos casos que en otros, la falta de mediación institu-
cional o corporativa en la relación líder/masas –a la que también contribuyó el
manejo de los medios masivos de comunicación– dotó a la experiencia de un
cierto perfil leviatanesco. Los escenarios emergentes de la crisis y del ajuste
neoliberal se parecen mucho al estado de naturaleza descrito por Thomas
Hobbes. No tanto por esa especie de sálvese quien pueda y guerra de todos
contra todos que se lleva a cabo en situaciones de hiperinflación, crac finan-
ciero, violencia terrorista y competencia despiadada por la captación de recur-
sos básicos insuficientes y por el aprovechamiento de oportunidades escasas,
sino por la vinculación directa, carente de mediación institucional que se esta-
blece entre los desposeídos y los poderosos. En estos escenarios el poder
deviene absoluto; es el precio que los de abajo deben pagar a fin de alcanzar
un mínimo de estabilidad y seguridad, y la fantasía de un futuro menos perver-
so. Y es también el precio que entregan gustosos los poderosos del mercado,
como condición política para el restablecimiento de la normalidad de los nego-
cios, la previsión en las transacciones o la ampliación de los espacios de acu-
mulación. Como el Leviatán de Hobbes, el Estado es total y todopoderoso, y
no existen defensas respecto de él, ni hay más derecho que los designios de
9
quien ejerce el poder .
9
Fue también un Leviatán muy corrupto: ver, por ejemplo, Diez Canseco (2002), Pease
García (2003) sobre los extraordinarios niveles de corrupción y arbitrariedad del régi-
men de Fujimori.
¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas? 29
que no existen estudios que avalen con datos que ese apoyo electoral fuera
suscitado por una intelección ciudadana acerca de las ventajas y beneficios de
una reorganización neoliberal de la economía y de la sociedad, y no por otros
motivos: desde la existencia de un importante núcleo de “voto duro” a favor
del PRI y del Partido Justicialista en México y Argentina, hasta la derrota de
Sendero Luminoso en Perú, pasando por el perfil transgresor de algunos de
estos dirigentes y su promoción mediática. Se ha señalado ya que la estabili-
dad monetaria o al menos la superación de los episodios hiperinflacionarios,
así como los programas de combate a la pobreza, tuvieron impacto electoral
positivo. Pero es poco más que especulaciones lo que se puede agregar dada
la ausencia de información sistemática o de estudios específicos. No puede
afirmarse sin más que el voto popular estuviera motivado por las reformas –como
aseguró con mucho entusiasmo y pocos datos la literatura vinculada al Banco
Mundial, por ejemplo, Haggard y Webb (1994)– pero es evidente que las re-
formas y su impacto negativo en materia de distribución de ingresos y calidad
de vida no fueron obstáculo para que los más pobres votaran en el mismo sen-
tido que los más ricos.
Podría uno decir: mucho neo y poco populismo. Pero tampoco mucho de
neo, porque los contenidos centrales de las políticas ejecutadas por estos re-
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gímenes forman parte desde hace más de medio siglo del repertorio de prefe-
rencias de buena parte de las elites económicas latinoamericanas y de las re-
comendaciones de los organismos financieros multilaterales. Lo interesante
del caso es que esas propuestas hayan podido ser insertadas en los procesos
electorales e implementadas por gobiernos surgidos de ellos, para dar cuerpo
a lo que ha venido a denominarse democracias de mercado. Más allá de lo
que indica de sorpresa, el prefijo neo no refiere a algún rasgo novedoso y dife-
rencial de los regímenes supuestamente neopopulistas respecto del populismo
“tradicional”. Lo novedoso en todo caso correría por cuenta de la promoción
de un diseño macroeconómico y social opuesto al diseño propio del populis-
mo. Es decir: de todo lo que es contrario al populismo. El neopopulismo sería
en realidad antipopulismo –como plantea, sin eufemismos, la literatura difundi-
da por el Banco Mundial y otras agencias financieras multilaterales (por ejem-
plo, Burki & Edwards, 1996).
10
Ver O’Donnell (1992, 1993, 1996) y las críticas de Weffort (1992) y Franco (1998). La
identificación entre ambas cosas es explícita en McClintock (1996).
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4. Consideraciones finales
11
Sobre el caso de Chávez en Venezuela ver Vilas (2001).
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En ambos tipos de casos parece claro que el funcionamiento previo del sis-
tema político presentó limitaciones para hacerse cargo de las demandas e inter-
eses cruzados que le formuló la sociedad. En escenarios de fuerte tensiona-
miento y de abierta conflictividad social, de pérdida de gravitación institucional
de algunos actores –por ejemplo el movimiento obrero, los sectores empresaria-
les orientados hacia el mercado interno o beneficiarios de subsidios y estímu-
los gubernamentales, fracciones de las clases medias– y surgimiento de acto-
res nuevos que compiten por posiciones de poder o por lo menos por un lugar
bajo el sol –nuevos pobres, sector informal urbano, empresarios ligados al po-
der económico externo, a la expansión y la especulación financiera, nuevos
segmentos del sector servicios o de tecnologías de punta– la preservación de
un mínimo de unidad y de conducción del conjunto social incluye normalmente
la concentración de los instrumentos y recursos del poder estatal.
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