Mexico Barbaro
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El autor concluye que toda la vida de estas personas estaba controlada por sus
amos, y a pesar de que la Constitución prohibía la esclavitud, la realidad en las
haciendas era otra, donde el peonaje extremo era la norma.
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de riego. Eran capaces de construir ciudades de adobe y mantener escuelas
públicas, así como un gobierno estructurado. Además, se destacaban como los
mejores trabajadores de Sonora, conocidos por su honestidad, fuerza física y
habilidades laborales, siendo más eficientes que muchos otros trabajadores de la
región.
Durante siglos, los yaquis lograron resistir los intentos de subyugación por parte de
los españoles, quienes finalmente les concedieron territorios como reconocimiento a
su valentía y resistencia. Estas tierras fueron respetadas por los gobernantes
mexicanos hasta la llegada de Porfirio Díaz, cuando el gobierno comenzó a tomar
medidas para apoderarse de las tierras de los yaquis, desencadenando una serie de
eventos que llevarían al conflicto armado. El gobierno de Sonora vio en las tierras
de los yaquis una oportunidad para lucrar, y envió militares para tomar posesión del
territorio. Incluso, utilizaron falsos agrimensores para trazar límites y declarar que
esas tierras habían sido asignadas a extranjeros, despojando a los yaquis de su
hogar ancestral.
En medio de esta injusticia, el jefe yaqui, Cajeme, fue atacado y sus propiedades
fueron confiscadas por las autoridades. Este acto de agresión obligó a los yaquis a
tomar las armas para defender su patrimonio y sus derechos. A pesar de sus
esfuerzos, en 1894 el gobierno, mediante un decreto federal, les arrebató
definitivamente sus tierras y se las otorgó al general Lorenzo Torres. Las acciones
del gobierno no se detuvieron allí; recurrieron a la violencia extrema, perpetrando
masacres y ofreciendo recompensas a quienes exterminaran a los yaquis, con el fin
de eliminar cualquier resistencia por parte de este pueblo valiente.
Tras años de lucha, la guerra llegó a un punto muerto. Muchos yaquis fueron
capturados o se vieron obligados a rendirse, y sus líderes fueron ejecutados. A los
sobrevivientes se les concedió un territorio al norte, en una región árida y desolada,
considerada uno de los lugares más inhóspitos de América. Algunos yaquis se
dispersaron por el estado, trabajando como obreros en minas o en ferrocarriles,
mientras que otros fueron obligados a emplearse como peones agrícolas. El
gobierno, en un intento de acabar con la resistencia yaqui, los deportó en masa a
lugares como Yucatán, donde eran forzados a trabajar en las haciendas de
henequén en condiciones casi inhumanas.
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Capítulo 4: Los esclavos contratados de Valle Nacional
Valle Nacional es conocido en toda la región como un lugar temido por los
trabajadores. La gente evita a toda costa ir allí, y los contratos de trabajo que se
utilizan para atraer a los obreros son puras trampas. Los hacendados ofrecen dinero
adelantado y pagan los costos del transporte, pero todo esto se suma como una
deuda que el trabajador debe pagar con su labor. Una vez que los trabajadores
llegan al valle, están atrapados y deben cumplir su contrato bajo condiciones de
esclavitud.
Hay dos maneras principales en las que los trabajadores son llevados a Valle
Nacional. La primera es a través de un jefe político local, que en lugar de enviar a
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pequeños delincuentes a prisión, los vende como esclavos y se queda con el dinero.
Este método lo hace tan lucrativo que los jefes arrestan a cualquier persona que
puedan para venderla como mano de obra. La segunda forma es mediante los
llamados "enganchadores", quienes abren oficinas de empleo y anuncian trabajos
bien pagados. Los incautos aceptan un adelanto, pero pronto son encerrados y
enviados al valle con la excusa de que tienen una deuda que deben saldar.
En Tuxtepec, un punto de paso obligatorio para los esclavos, el jefe político Rodolfo
Pardo exige una comisión del 10% sobre el precio de cada esclavo vendido. A los
esclavos se les promete atención médica y salarios según los contratos, pero en la
práctica, los hacendados no cumplen con estas promesas. Si los esclavos mueren,
sus cuerpos son lanzados a los caimanes en las ciénagas para evitar el gasto de un
entierro.
En 1876, Porfirio Díaz se apoderó de la capital mexicana con sus fuerzas militares y
se autoproclamó Presidente provisional. Poco después, organizó unas supuestas
elecciones, pero la realidad fue que se declaró Presidente constitucional sin
oposición legítima. Desde ese momento, Díaz se ha mantenido en el poder durante
más de ocho periodos presidenciales, sin enfrentar nunca una competencia electoral
real. El control que ha ejercido sobre el país ha sido absoluto, manipulando a su
favor las elecciones y eliminando cualquier posibilidad de una transición
democrática.
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En el México de Díaz, el poder se concentraba en tres tipos de funcionarios: el
presidente, el gobernador y el jefe político. Estas figuras representaban todo el
control sobre la nación, ya que en realidad el único poder con relevancia era el
Ejecutivo. Los otros dos poderes, el Legislativo y el Judicial, existían solo en
nombre, sin ejercer ninguna influencia significativa en el país. Las elecciones
populares eran una farsa, y los ciudadanos carecían de una verdadera oportunidad
para expresar su voluntad en las urnas.
Además del Ejército, Díaz contaba con varios cuerpos policiales represivos que
aseguraban el control sobre la población. Uno de los más notorios eran los rurales,
una policía montada que en su mayoría estaba conformada por criminales
reclutados por el Gobierno para actuar como fuerza represiva. Estos rurales, tanto
federales como estatales, se encargaban de llevar a cabo órdenes de represión,
utilizando la violencia para sofocar cualquier tipo de resistencia. También existía una
extensa red de policía secreta encargada de espiar y sofocar cualquier movimiento
revolucionario o de oposición que surgiera.
Una de las prácticas más temidas y utilizadas durante el gobierno de Díaz fue la
llamada "ley fuga". Este método consistía en un decreto que autorizaba a las
fuerzas del orden a disparar contra cualquier prisionero que intentara escapar
mientras estaba bajo custodia. En realidad, esta táctica era usada como una excusa
para asesinar a miles de personas que eran consideradas peligrosas para el
régimen, eliminando cualquier disidencia sin necesidad de pasar por un juicio.
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origen fue un convento con capacidad para albergar a 500 reclusos, llegó a tener
más de cinco mil prisioneros. Las condiciones de vida eran deplorables, con mala
alimentación y altas tasas de enfermedades como la tuberculosis. Otra prisión
destacada era San Juan de Ulúa, utilizada específicamente para encarcelar a
presos políticos. Una vez que estos prisioneros llegaban a la cárcel, se les aislaba
completamente, sin posibilidad de comunicarse con el exterior, desapareciendo del
ámbito público de manera definitiva.
Entre todos los elementos represivos del régimen de Díaz, el jefe político se
destacaba como una figura clave en la represión y el control social. Este funcionario
local tenía el mando sobre la policía y los rurales, además de supervisar las
operaciones de la acordada y dar órdenes a las tropas regulares para mantener el
control absoluto sobre la población. Su papel era fundamental para ejecutar las
políticas de represión y asegurarse de que cualquier oposición al régimen fuera
rápidamente sofocada, utilizando la violencia y la intimidación como principales
herramientas.
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Los directores de estos periódicos fueron encarcelados y las imprentas destruidas o
confiscadas por el Estado, en un claro intento de silenciar cualquier crítica hacia el
régimen. Aquellos dirigentes que aún conservaban su libertad decidieron huir a los
Estados Unidos, donde establecieron su cuartel general para continuar la lucha
desde el exilio.
En Estados Unidos, los liberales lograron organizar una junta directiva para el
partido y comenzaron a publicar periódicos desde el extranjero. No obstante, el
gobierno mexicano, implacable en su persecución, envió agentes para seguirlos y
hostilizarlos con falsas acusaciones, lo que provocó la detención de varios líderes.
Al ver frustrados sus intentos de lograr un cambio pacífico en México, los dirigentes
liberales concluyeron que la única manera de acabar con el régimen de Díaz era
mediante la fuerza armada.
Una de las rebeliones más significativas que promovió el Partido Liberal fue la
llamada "Rebelión de las Vacas" en junio de 1908. Este levantamiento fue planeado
por el Partido Liberal, que afirmaba tener 46 grupos militares listos para levantarse
en México. Sin embargo, la realidad fue muy diferente: toda la lucha fue llevada a
cabo por refugiados mexicanos que cruzaron la frontera desde Estados Unidos. El
gobierno de Díaz, informado con antelación de los planes revolucionarios, arrestó a
los miembros clave del movimiento antes de que pudieran actuar, lo que resultó en
el fracaso de la rebelión.
Para junio de 1910, todos los líderes del Partido Liberal habían sido encarcelados
en Estados Unidos o vivían ocultos para evitar la represión. Cualquier mexicano que
apoyara abiertamente la causa liberal enfrentaba la posibilidad de ser arrestado bajo
la acusación de estar vinculado a las revueltas fallidas. La represión fue tan efectiva
que para ese momento no quedaba prácticamente ninguna figura en México
dispuesta a desafiar públicamente el poder de Díaz, lo que reflejaba el grado de
control absoluto que había alcanzado el régimen.
De esta manera, Díaz no solo destruyó al Partido Liberal, sino que con ello eliminó
toda posibilidad de una oposición política organizada en México, consolidando aún
más su dictadura y perpetuando un régimen que sofocaba cualquier voz disidente a
través del uso del miedo, la represión y la violencia sistemática.
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Capítulo 11: Cuatro huelgas mexicanas
Sin embargo, una vez que la empresa se enteró de que los fondos para la huelga en
Puebla provenían de los trabajadores de Río Blanco, cerró la fábrica y dejó sin
empleo a sus seis mil obreros. Ante esta desesperada situación, los trabajadores
decidieron finalmente declararse en huelga y presentaron sus demandas al
gobierno. Pero la respuesta de Díaz fue un simulacro de justicia; tras una supuesta
investigación, dictaminó un fallo que no trajo ningún cambio real. Los obreros
tuvieron que regresar a trabajar en las mismas condiciones de explotación que
habían denunciado.
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luego prendió fuego a la misma fábrica. La respuesta del gobierno fue brutal: el
ejército apareció rápidamente y abrió fuego contra la multitud, resultando en una
masacre donde se calcula que murieron entre 200 y 800 personas.
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La represión no se limitaba a la persecución de individuos; también se manifestaba
en la censura. Los cónsules suprimieron periódicos que difundían información crítica
sobre el régimen de Díaz y encarcelaron a sus directores. Además, disolvieron
clubes políticos que promovían la oposición al gobierno mexicano, lo que dejó a
muchos opositores sin un espacio seguro para organizarse y actuar.
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