Habitat en Latinoamerica

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El hábitat en Latinoamérica: La estrategia del Caracol

Liliana Pineda

A finales de los años setenta el Banco de la República de Colombia


realizó una exposición sobre las zonas coloniales "recuperables" de
Bogotá. Barrios tradicionales como "La Candelaria, Las Aguas, La
Perseverancia" se vieron retratados por prestigiosos fotógrafos y
pintores que prefiguraron lo que podría ser una zona histórica y
artística del centro de la ciudad. Esto fue sólo uno de los tantos
aldabonazos de lo que ocurriría pocos años después en estos mismos
barrios, y otros igualmente habitados por familias pobres o "venidas a
menos". Cientos de viviendas de "inquilinato" fueron desalojadas y
sus habitantes desplazados al "extrarradio". En su lugar, después de
costosos trabajos de rehabilitación y restauración se montaron
hoteles, museos, sedes universitarias, galerías, bancos, oficinas de
organismos públicos, algunos habitáculos de lujo, etc. etc. Escenas
dramáticas de inquilinos y vecinos lanzados a la calle (como las que
se vivieron en la casa de la "Marichuela”, en Bogotá, en 1980) se han
estado produciendo desde hace varios años en todas las ciudades
latinoamericanas, y estos no son hechos aislados, gratuitos o
fortuitos sino efectos directos de la aplicación de políticas
territoriales, urbanas, claramente definidas.

En las últimas décadas el concepto de espacio urbano ha cambiado


extraordinariamente, transformándose por el efecto contundente de
los procesos económicos, sociológicos, culturales, tecnológicos,
demográficos y étnicos. Los centros multifuncionales, habitados por
gentes de toda condición, y la periferia que marca los límites de las
ciudades, están desapareciendo para dar paso, en las modernas
conurbaciones, megalópolis y metrópolis, a una sucesión de espacios
fragmentados por temas: trabajo, servicios, ocio, hábitat...
Actualmente, en esas inmensas extensiones urbanas es muy difícil
percibir las ciudades, en tanto que centros y espacios públicos, como
lugares de sociabilidad y civilidad.

Según datos del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el


Desarrollo) La población urbana creció más de un 50%, aumentando
de 2.398 millones a 3.608, (mientras que la población mundial creció
el 16%, de 5.450 a 6.330 millones). De ser el 44% en 1992, la
población urbana es casi 57% de la población mundial en el año
2000.

Pero este crecimiento galopante y desproporcionado corresponde


principalmente al Tercer Mundo. Entre 1950 y 2000 el número de
ciudades con más de 5 millones de habitantes en los países
empobrecidos se ha multiplicado por 45 (de 1 a 45), mientras en los
países industrializados se habrá multiplicado por 3 (de 1 a 3).

En el año 2000, 17 urbes gigantescas de más 10 millones de


habitantes están situadas en Asia, África y América Latina.

Hoy, el 50% de la población urbana de los países empobrecidos vive


en suburbios, el 40% no disfruta de sistemas de saneamiento, el
30% no evacua sus residuos sólidos y el 25% no tiene acceso al agua
potable. En números redondos más de mil millones de personas viven
en viviendas inadecuadas, más de 600 millones viven en hogares y
entornos amenazadores para la vida y la salud, y más de 100
millones carecen absolutamente de techo teniendo que vivir en las
calles. Las espantosas condiciones sanitarias de todos estos millones
de personas indican la estrecha relación existente entre las
condiciones de vivienda y el sostenimiento de la vida misma.

UN PASADO COMUN

En Latinoamérica la visión simplista de un crecimiento urbano


acelerado, con sectores terciarios desproporcionados, innumerables
suburbios, grandes extensiones de chabolas y ocupaciones ilegales de
tierras, propagada por los medios de comunicación, es corroborada
cotidianamente en los trabajos de investigación de afamados
especialistas y sobre todo por la acción urgente y desarticulada de
promotores, planificadores y políticos.

Actualmente, las ciudades latinoamericanas se presentan como


modelos de una gestión impotente para garantizar la peliaguda
coexistencia de la miseria con la opulencia, en un caldo de culturas
indígenas, africanas y europeas. Las imágenes de la violencia urbana
latinoamericana se exhiben continuamente en las televisiones
europeas en forma de escenas noticiosas de levantamientos y
revueltas, represiones policiales, acciones delictivas de niños
(gamines o pixotes), masacres, mortandades, etc. En medio del caos,
los habitantes de estas ciudades aun se identifican con las frases
míticas que los hacen ciudadanos de México "la ciudad más grande
del Mundo", de Río de Janeiro "la más hermosa", o Medellín "la ciudad
de la eterna primavera".

Si se las observa con detenimiento es evidente que estas ciudades,


como otras tantas en Latinoamérica, tienen en común las siguientes
características: Un pasado colonial común, una industria producto de
la urbanización y la fuerte influencia económica y cultural de EE.UU.
Todas pertenecen a zonas de economía dominada, sufren una
explosión demográfica y una proliferación del hábitat precario.
En cuanto a la explosión urbana, las cifras son elocuentes:
Latinoamérica tiene la mayor proporción de población urbanizada de
los países empobrecidos (41 % en 1950, 69% en 1985, más del 80%
en 1992) y los índices de urbanización son considerables (4% por año
entre 1950/65 y 3% entre 1970/85). Sus aglomeraciones figuran
entre las principales del planeta (México 20 millones, Sao Paulo 17
millones, Río de Janeiro 11 millones, Buenos Aires 10 millones). Tan
importantes son estas concentraciones de habitantes que en el
lenguaje corriente se asimila la ciudad al país: Caracas es Venezuela,
Santiago es Chile, Ciudad de México es México. En América del Sur,
mas que en las islas del Caribe o en los países de América Central
que se encuentran relativamente poco urbanizados, hay países que
tienen niveles de urbanización superiores al 80% (Uruguay, Chile,
Argentina, Venezuela), que se perciben como un reflejo deformado
del proceso de urbanización de los países desarrollados.

Otro de los rasgos característicos, aunque no específicos, de las


ciudades latinoamericanas es la existencia de un sector informal
considerable en la economía urbana. Entre 1950 y 1980, cuando el
sector industrial fue el elemento más dinámico de la economía de
México y el Brasil, se mantuvieron e incluso aumentaron las
actividades informales (contrariamente al modelo de desarrollo
industrial de los países desarrollados). Hoy en día el 30% de la
población urbana económicamente activa está empleada en dicho
sector: en todas las capitales latinoamericana los trabajadores
informales representan una parte importante de la fuerza de trabajo
urbana, y en algunas ya no se habla del sector informal, puesto que
es el sector formal el que constituye la excepción de la regia. Este
fenómeno está directamente relacionado con la extensión de la
pobreza.

La segregación espacial que estratifica brutalmente la sociedad desde


el "country club" al "inquilinato", el "rancho" o la "chabola", la
insuficiencia generalizada de infraestructuras urbanas, y la
incapacidad que se comprueba en todos los países empobrecidos para
brindar servicios colectivos y viviendas sociales en cantidades que
satisfagan una demanda siempre en aumento, son los problemas que
alimentan y legitiman las acciones colectivas de autoconstrucción,
ocupación y apropiación de terrenos, solares y viviendas, y las
actuaciones conjuntas de inquilinos dirigidas contra la expulsión y el
aumento de los alquileres, que han generado en las últimas décadas
importantes movimientos sociales y en algunos lugares, novedosas y
auténticas manifestaciones de "desobediencia civil", como la figura
del "superbarrio" en ciudad de México, o las operaciones colectivas de
inquilinos en el céntrico barrio bogotano de "La Perseverancia" en las
que se inspiró "La Estrategia del Caracol".
No debe sorprender que en todas partes el sector popular, los
habitantes "marginales", utilicen todos los procedimientos a su
alcance, ya sean alternativos o ilegales, para acceder a un hábitat.
Está claro que al margen de las reglas de gestión urbana y de sus
mecanismos institucionales, los habitantes son los que realmente
determinan, protagonizan y ejecutan el auténtico "desarrollo" popular
de las ciudades. Un desarrollo que, naturalmente, no ha estado libre
de influencias culturales que se cruzan y solapan en el tiempo y que
podemos simplificar, clasificándolas, en periodos que van desde la
organización municipal de las ciudades en cabildos, determinada por
las "leyes de indias", para asegurar unas sociedades "compactas y
militantes" destinadas a garantizar la homogeneidad del imperio y
servir de apoyo a la dualidad: conquistadores y conquistados; hasta
el urbanismo "gringo", que sirvió de base para rascacielos,
automóviles, autoservicios, y modos de vida que se han extendido
también a los barrios de chabolas en la periferia, donde no faltan las
antenas de televisión y los "bluyines" o donde el quechua y el
castellano antiguo se mezclan con el hispainglis", y el pop con la salsa
y el merengue. Las ciudades de idéntico origen han sufrido
evoluciones divergentes produciendo sociedades originales.

EL MODELO DEL "CIELO PROTECTOR"

Con el inicio de la crisis de los años treinta, una misma tendencia


política y económica determinaría el desarrollo de los pueblos
latinoamericanos. Un modelo de Estado proteccionista, promotor de
ambiciosos planes de industrialización, de sustitución de
importaciones, cuyo objetivo principal seria considerar la soberanía
nacional y garantizar la cohesión interna, se abrió paso en las mentes
de intelectuales y políticos latinoamericanos. Las profundas
modificaciones que se produjeron en la economía, en la producción,
(el cese de la explotación de recursos agrícolas y mineros), durante
este período, provocaron un éxodo rural hacia las ciudades de
grandes sectores de la población, éxodo que, por otra parte, ya se
había iniciado en los años 20 en algunas ciudades como México,
Lima, Santiago de Chile, Río de Janeiro y Sao Pablo, produciendo en
ellas una explosión demográfica y social, acompañada de desempleo
y miseria.

Los cambios económicos y urbanísticos de la posguerra y la adopción


de medidas populistas de algunos gobiernos (Cárdenas en México,
Vargas en Brasil, Ibáñez en Chile, Perón en Argentina. López
Pumarejo y Rojas Pinilla en Colombia, etc.), significaron una toma de
protagonismo de las ciudades en el desarrollo económico, regional, y
nacional (su contribución al producto interno bruto nacional llegó a
estimarse en un 60% en cada país), y sobre todo, un impulso al
éxodo de campesinos. El largo proceso de enfrentamiento adaptación
y asimilación recíproca entre estos inmigrantes y la población urbana
(clases populares y la pequeña capa medía) continua vigente,
generando modificaciones constantes en la vida cotidiana y política de
las ciudades. Entonces, los principales mecanismos de integración de
esta población inmigrante en el medio urbano fueron la industria, la
construcción, los servicios urbanos y el pequeño comercio. Se forma
un proletariado industrial, con sus organizaciones sindicales. La
industrialización y las actividades urbanas aceleran también la
formación de capas medias.

En este periodo el acceso a la vivienda se hacía a través de la oferta


del mercado, las barracas a campo abierto (el cielo protector)
constituían el hábitat reservado a los pobladores más pobres. Salvo
algunos grandes proyectos urbanísticos, la intervención del Estado en
el sector del urbanismo y de la vivienda era muy limitada. Las
primeras reformas sociales se manifestaron en ciertas experiencias de
viviendas baratas, de ciudades obreras y de cooperativas en las
ciudades industrializadas ("casas baratas" en Argentina, "vilas
operaias" en Brasil, "casas del ICT", en Bogotá). Comenzaban a
proliferar los conflictos urbanos que enfrentaron a arrendatarios y
propietarios, y se produjeron numerosas "huelgas de alquiler". El
Estado y los municipios reaccionaron casi siempre apoyando a los
propietarios y reprimiendo a los arrendatarios.

EL "DESARROLLISMO" Y LA MODERNIZACIÓN"

A comienzos de los años sesenta las teorías desarrollistas y de la


"modernización" latinoamericana, basadas en la expansión industrial
fueron objeto de una profunda revisión crítica. Se observa y se
comprueba que el fenómeno "transitorio" de la marginación aumenta
y se perpetúa en las ciudades, y que una parte creciente de la
población está empleada en actividades poco productivas,
escasamente lucrativas, y vive de cualquier manera en atroces
condiciones higiénicas.

La fuerte influencia cultural de EE.UU. produce cambios profundos en


los centros y las periferias. Los centros tradicionales se desintegran y
verticalizan con la construcción de rascacielos, centros comerciales y
grandes hoteles, y las periferias se dispersan tendiendo sus
tentáculos hasta terminar absorbiendo los pequeños pueblos y
municipios vecinos. Las implantaciones industriales y las nuevas
redes urbanas rebasan totalmente los límites administrativos. En esos
años los nuevos hábitat son de tres tipos: Casas o pisos
autocentrados, seguros y lujosos para la clase privilegiada
("Copacabana" e "Ipanema" en Rio; "Providencia" en Santiago de
Chile; "El Pedegral" en México, "Miraflores" y "Monterrico en Lima;
"Chapinero" y "Chicó" en Bogotá, "Bolonia" en la ciudad de Managua,
etc.); Edificios de apartamentos confortables, destinados a una
minoritaria capa media acomodada de la población, adquiridos
seguramente mediante operaciones de especulación inmobiliaria, en
barrios exclusivos en los que se fomenta un vecindario modelo
basado en el individualismo, la incomunicación y la insolidaridad; y
casitas unifamiliares o bloques multifamiliares en ciudades "jardín" o
ciudades "dormitorio" de la periferia, a las que se trasladan las capas
medias una vez desplazadas de su hábitat tradicional en centro,
(Ciudad Salitre en México, o Ciudad Kennedy en Bogotá).

Pero, paralelamente, comienza a proliferar un tipo -de hábitat muy


dinámico, urbanización o barrio ilegal o de "invasión", -al margen del
derecho escrito y casi siempre en contradicción con él, que elude el
control de la administración local y de los propietarios de terrenos,
construido por sus ocupantes con materiales de desecho o con los
desperdicios de la ciudad (las favelas de Río, las barriadas del Perú,
las poblaciones de Chile, las villas miseria de Argentina o los ranchos
de Venezuela y Colombia). Esta ilegalidad adquiere distintas formas
en función del régimen de propiedad de la tierra y, sobre todo, de los
distintos tipos de infracciones de las normas: transacciones seudo
legales en terrenos clandestinos o piratas, invasión de tierras, etc.
Estas últimas consisten en la ocupación de terrenos que tienden a la
formación de un barrio y pueden ser de tres tipos: por acciones
particulares y graduales (ocupaciones hormiga); acciones colectivas
de carácter político, que las distingue de cualquier otro tipo de acceso
ilegal, y ocupaciones más o menos autorizadas por los poderes
públicos. En Santiago de Chile unas 400.000 personas se
establecieron por la fuerza y organizaron "campamentos" libres en la
ciudad; en Caracas, después de la dictadura de Pérez Jiménez se
autoriza e incluso se promociona (mediante actividades de
ordenación) la ocupación ilegal y la construcción de ranchos en las
colinas que dominan la ciudad. En esas condiciones viven el 35% de
los habitantes de Caracas, el 25% de los de Lima y el 38% de los de
Río de Janeiro. Vale la pena señalar que estos habitantes constituían
el 60% de desempleados y subempleados de la población total en
este período.

LA ALIANZA PARA EL PROGRESO

El impacto de la revolución cubana, y el clima de inestabilidad


política, incremento la intervención pública, fue entonces cuando bajo
la influencia de LA ALIANZA PARA EL PROGRESO, surgió por primera
vez una convergencia de las políticas urbanas, designadas en un
principio como políticas de la vivienda. Los objetivos: disminuir el
desempleo mediante una movilización de la industria de la
construcción y resolver, mediante la asignación de fondos específicos,
el problema del alojamiento de familias de bajos ingresos que no
pueden encontrar una vivienda en las condiciones del mercado. Sin
embargo, la intervención de los poderes públicos se dirigía más bien
a solucionar el problema político planteado por los que vienen a
instalarse a las ciudades, considerados como una amenaza para el
orden público.

A finales de los sesenta y principios de la década del setenta el déficit


generalizado de los servicios públicos (hospitales, escuelas,
electricidad, agua, transportes, etc.) ya es endémico. El
endeudamiento y los programas de ajuste modifican las relaciones
Estado-Sociedad. Aparecen tres grandes temas de la crisis urbana: la
privatización, la descentralización y la participación. El Estado de las
décadas anteriores se transforma profundamente. Las políticas de
integración se refuerzan bajo la presión de las reivindicaciones de la
población y de las recomendaciones de los organismos
internacionales [LA CONFERENCIA INTERNACIONAL SOBRE LOS
ASENTAMIENTOS HUMANOS (Vancouver 1976) pone de relieve la
importancia de la pobreza y su dimensión en la ciudad]. Estas
políticas hacen hincapié en la necesidad de una participación que se
hará extensiva al sector informal y a las organizaciones populares. El
paradigma de una sociedad altamente movilizada por sus luchas
urbanas domina la reflexión sobre la ciudad. Los "marginados"
urbanos desempeñan un papel importante en las manifestaciones por
el derecho a la tierra, las ocupaciones organizadas, las asociaciones
para la autoconstrucción, las revueltas contra la crisis de los
transportes (incendio de autobuses, etc.). Sin embargo, a finales de
esta década, en todos los países salvo quizás en el Brasil, se tiende a
una disminución de las acciones colectivas.

EL FONDO MONETARIO INTERNACIONAL

A partir de 1982, y para garantizar el pago de la deuda "externa" los


países dominantes imponen, el control de las economías
latinoamericanas por parte del FONDO MONETARIO INTERNACIONAL.
La tendencia a la liberalización, la privatización y la
transnacionalización del sector público fue aceptada con todas sus
consecuencias sociales. La privatización de los servicios (agua, luz,
basuras, etc.) y la descentralización administrativa y territorial
afectaron a las ciudades y modificaron los equilibrios tradicionales.
Los municipios que son organismos tradicionalmente "dominados"
obtuvieron nuevas competencias, se responsabilizaron. Y cargaron
con todo el peso de la crisis urbana.

Los efectos de todos esos cambios serían terribles para las clases
populares, y también se dejarían sentir entre las capas medias de la
población, que iniciarán un proceso de "pauperización",
principalmente en las zonas más desprovistas de equipamientos
colectivos. Este modelo neoliberal aplicado por dictaduras y
"democracias" en diferentes versiones ha supuesto en todos los casos
una transferencia de riqueza hacia la clase económica más
privilegiada, y una transformación sustancial del mercado de trabajo
(proliferación de contratos precarios y eventuales, debilitamiento de
los sindicatos y crecimiento del sector informal). El aumento del
empleo en el sector informal coincidiría con una disminución de la
oferta de empleos "formales", una reducción de los salarios y de los
ingresos medios de las clases populares. (En 1980, del 75 al 80% de
los empleados del sector informal poseían ingresos inferiores al
mínimo legal). Las consecuencias fueron: un mayor empobrecimiento
de los sectores populares, una disminución de la protección social
(vinculada al trabajo fijo), una sobrecarga del trabajo doméstico
(para compensar la disminución de compras), agravamiento de la
desnutrición, disminución de la escolaridad, encarecimiento del
transporte, inamovilidad espacial y hacinamiento de las familias, que
ya no pueden pagar sus alquileres ni rembolsar sus deudas, y cuyos
miembros se ven precipitados a la marginación y la violencia.

El parecido de las viviendas (técnicas de construcción, materiales,


etc.) levantadas entre 1966 y 1985 disimula el aumento de su
densidad de ocupación (en el 1 % había más de 3 personas por
habitación y las camas del 24% eran compartidas por dos o más
personas). El "arrimado" o "allegado" (persona que vive en el hogar
de otra familia) es, junto con el desempleado, una de las figuras
dominantes de las ciudades.

Con la degradación de las condiciones sociales surgen nuevas


estrategias de supervivencia, una serie se soluciones colectivas
destinadas a satisfacer las necesidades esenciales en materia de
salud, vivienda, urbanismo (cantinas comunitarias, compras de
alimentos etc.) Se trata de intentos de mitigar la debilidad y la
desarticulación de lo sectores populares en el contexto de la crisis. A
la inversa de las modalidades de participación de los años anteriores,
que procuraban potenciar la acción colectiva y la lucha por la
conquista del poder, los movimientos urbanos se inspiran en una
voluntad de integración social y valoran al máximo la diversidad, el
pluralismo y la autonomía de las fuerzas que los componen. Los
nuevos movimientos sociales [feministas, ecologistas, regionalistas,
étnicos, (indios, negros,) culturales (rock nacional) o éticos (derechos
humanos), tienden a definir nuevas modalidades de acción política.
Aparecen formas nuevas de solidaridad y e organizaciones de base,
provocadas por las catástrofes: los contraproyectos que las
poblaciones damnificadas opusieron a los programas de
reconstrucción del centro de ciudad de México y de la ciudad de
Popayán (Colombia) después de sus catástrofes, son un ejemplo de
dominio que ejercen los ciudadanos latinoamericanos sobre sus
ciudades.

Por su parte las burocracias aceptan el diálogo oficioso con estos


nuevos interlocutores que acceden a un reconocimiento institucional
(se crean secretarías de la juventud, de los pobladores, de los
viviendistas, etc.). Se registra una descentralización de los conflictos
a nivel de los municipios que toman a su cargo la mayor parte de las
políticas llamadas de "compensación" en beneficio de los sectores
más afectados. Pero esta incorporación del movimiento urbano en el
gobierno municipal, su politización, va paralela a un agravamiento de
la crisis social y a una desorganización de las potentes asociaciones
de vecinos.

Hoy en día, en la mayoría de los países latinoamericanos, el Estado


se ha retirado del campo social, y sectores enteros de la actividad
estatal han sido descentralizados o privatizados, mientras que una
administración urbana improvisada diariamente ha sustituido las
políticas urbanísticas. Desde los años sesenta hasta nuestros días los
gobiernos y los organismos internacionales han abandonado la noción
de "Derecho a la Vivienda" concebida como una vivienda "completa"
sustituyéndola por un derecho a establecerse o "derecho a la ciudad".
Ejemplo de esto ha sido la evolución de los programas del Banco
Nacional de la Vivienda del Brasil (BNH) y del Banco Central
Hipotecario (BCH) de Colombia. Destinados en un principio a la
financiación de viviendas populares y sometidos a normas de
rentabilidad, se han convertido en los primeros bancos de estos
países contribuyendo con su acción a alojar a las capas medias.
Aunque también han realizado algunos proyectos para los sectores
populares, estos se han dirigido fundamentalmente hacia la obtención
de solares y servicios.

La inexistencia de políticas públicas específicas para la vivienda


popular se ha subsanado muchas veces con acciones de tipo social o
administrativo para tratar de solucionar el chabolismo. Estas medidas
han obedecido alternativamente a lógicas de integración o de
eliminación de este tipo de hábitat según las ciudades, los
emplazamientos, los objetivos sociales o políticos de los gobiernos de
turno, etc.

Durante este período se ha producido un cambio en el enfoque


conceptual de las políticas urbanísticas (ahora de "gestión urbana").
Se han sobrevalorado las posibilidades de la "autogestión" y la
"autoconstrucción", (teniendo en cuenta que estas formas de
producción del hábitat han sido históricamente alternativas para la
gran mayoría de excluidos) infravalorando o prescindiendo, por otra
parte, de los apoyos estructurales, serios y permanentes de la
sociedad y el estado para enfrentar el problema del hábitat. De la
construcción de viviendas se ha pasado a la "rehabilitación de
barriadas" y de la propiedad de la vivienda a la "regularización de la
construcción ilegal"; con el Estado delegando su responsabilidad a las
autoridades locales, y los municipios a los barrios y asociaciones de
vecinos (el 60% de Caracas está constituido por un hábitat
"irregular", marginado, cuya gestión se lleva a cabo mediante
intervenciones coyunturales y específicas de los municipios, los
organismos públicos y los partidos mayoritarios, pero principalmente
por la acción de las asociaciones de vecinos de los barrios).

En grandes líneas todo esto prefigura una segregación espacial, una


especie de tribalización de las ciudades o una multiplicación de micro
estados. Junto a las urbanizaciones privadas de lujo que viven en
régimen de autarquía, hay barrios enteros, e incluso ciudades
populares que viven casi o totalmente, al margen de toda legalidad.
Los caciques urbanos tienen sus propias esferas de influencia en las
que se distribuyen el trabajo y protegen a los suyos (como los
patrones de la lotería clandestina y de las "escolas de samba" en Río
de Janeiro, o los narcos en Medellín). La introducción no planificada
de innovaciones tecnológicas (cable, redes informáticas etc.) acelera
estas tendencias y se observa el surgimiento de modelos de
organización del territorio urbano que expresan la idea de metrópoli
de "crecimiento ilimitado". Los sistemas urbanos evolucionan a diario
hacia una sucesión de islotes unifuncionales de actividades
(administrativas, comerciales, residenciales, etc.) conectados entre sí
por redes y circuitos, etc. La acumulación de nuevas tecnologías de la
información y la comunicación hacen posible esta nueva espacialidad
aparentemente homogénea, igualitario e ilusoriamente democrática
(la televisión llega por igual a todos los hogares). Esto da lugar a una
intensa manipulación política y cultural que promueve prototipos de
belleza, consumo y expresión calcados del modelo "gringo" o de las
élites metropolitanas. El ciudadano que consume individualmente
estos mensajes deja de ser latinoamericano para convertirse en
habitante del "cohete global". Esta ilusión va aparejada con la
modernidad tecnológica de las comunicaciones que favorece la
instalación de zonas privilegiadas, - disociadas y aisladas y es
fomentada por la intervención activa de quienes se han integrado en
el sistema mundial y por la complacencia pasiva, el deseo mimético y
los fantasmas de la movilidad social de que están imbuidas las
poblaciones urbanas. El sutil entramado de plazas, calles, centros,
paseos y vida nocturna, legado de tradiciones coloniales desaparece
en un inmenso mar caótico de viviendas, izadas de precarias antenas
de televisión, que resultan un remedo pobre de las cuadriculadas y
pavimentadas extensiones de "chalés" de Miami, surcadas de
imponentes autopistas y súper-avenidas y ostentosamente coronadas
de antenas parabólicas. El sueño de la "modernidad" ha impuesto la
aparición de nuevos modos de vida y una reorganización espacial
"zonificada" en términos de consumo. Unos pueden adaptarse, otros
improvisan modos de integración, y los demás (los que se niegan a
integrarse) son excluidos. A finales del siglo las ciudades del
subcontinente serán "gringas" por su avidez de consumo y
latinoamericanas por su escaso poder adquisitivo. Si hasta hace poco
la fe en un destino común unía a los latinoamericanos, bajo el
impacto de esta moderna organización mundial sólo algunos
"territorios" o "zonas" se beneficiarán de la inserción privilegiada en
los circuitos mundiales.

Las previsiones para este milenio señalan que Latinoamérica seguirá


siendo la región más urbanizada del Tercer Mundo y un continente de
megalópolis. Uno de cada tres habitantes latinoamericanos vivirá en
ciudades de más de 4 millones de habitantes (en 1970, la proporción
era sólo 1 de cada 5). Los nuevos habitantes ya no serán los
inmigrantes rurales sino personas completamente ciudadanas sin
empleo y con escasas posibilidades de participación social. El espacio
urbano seguirá estando desarticulado, con grupos de población no
integrada, inmovilizado en barrios dispersos y unas clases
acomodadas atrincheradas en barrios fortificados, verdaderos
"bunkers", prácticamente inaccesibles.

¿GLOBALIZACION Ó HUMANIZACION?

Ante este panorama desolador y por muy desastrosas que sean todas
estas previsiones no está de más dudar de la linealidad evolutiva del
futuro. Tanto en los empobrecidos países latinoamericanos como en
los países empobrecedores llamados "Primer Mundo", millones de
personas durante las últimas décadas han modificado su hábitat de
forma irreversible, y millones de personas lo continúan haciendo de la
misma manera. En los cinco continentes, desde Indochina y la India,
pasando por Ecuador, hasta México, son también millones los que
constantemente, unas veces por "movilización" y la mayoría de las
veces por "inacción", se resisten a ser "competitivos" y "eficaces",
cuando esto sucede no solamente se resienten las economías
particulares y sociales, también quiebra el modelo y estornudan las
bolsas. Actualmente el ritmo de crecimiento de la población de las
ciudades, plantea dos horizontes contradictorios: el de la
globalización y el de la humanización. La tendencia actual no nos
permite ser muy optimistas puesto que el reloj ecológico corre en
nuestra contra... Sin embargo, la incapacidad cerril de muchos
pueblos empobrecidos a producir y consumir según el mandato
"divino" es una fuerza que no desprecian ni siquiera los analistas del
Fondo Monetario Internacional, los cuales, al parecer, con un pelín de
desaliento, comienzan a modificar su concepto de "espacio".

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