Segunda Lectura

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SEGUNDA LECTURA

En el estudio de la antropología debemos establecer el sentido y alcance


que nos interesa obtener, pues la antropología puede ser considerada desde
varios puntos de vista, así tenemos en primer lugar, el punto de vista filosófico
(como antropología filosófica), la cual se interesa mediante la reflexión por
explicar y comprender la naturaleza o condición humana, es decir, responder a
las grandes interrogantes que los hombres de todas las culturas y sociedades se
han planteado a lo largo de la existencia humana y en todos los lugares
habitados por el hombre y que seguramente se seguirá haciendo en el futuro.

Preguntas tales como: ¿qué es el hombre?, ¿qué es el alma?, ¿qué es la


inmortalidad?, ¿cuál es la relación del hombre con Dios o con las divinidades?
¿Qué relaciones tiene el hombre con el resto de la naturaleza y especialmente
con las otras especies animales? son algunas de esas inquietudes sobre las que
la antropología filosófica trata de ofrecer alguna respuesta. Además de otras
más existenciales tales como: ¿cuál es el sentido de la vida? ¿Qué debo hacer?
¿Qué puedo esperar? entre otras. De hecho, la antropología desde la
antigüedad se inició como parte del pensamiento filosófico y sus interrogantes
surgieron en ella, así como los intentos por darle respuesta han sido
permanentes a lo largo de la historia y parece que siempre estarán abiertas
como interrogantes en todas la culturas y buscando alguna respuesta.

Pero, como hemos señalado más arriba, desde la segunda mitad del
siglo XIX se fue conformando una antropología científica guiada por los
principios y postulados teóricos y metodológicos de las ciencias naturales que
para entonces estaban en pleno desarrollo. Los principios del método
inductivo a partir de la observación de los fenómenos naturales se imponían
como criterio de cientificidad en todos los campos del saber, y, de hecho, la
observación de la realidad había pasado a ser un valor fundamental para el
conocimiento científico y en general en otros campos de la cultura moderna
occidental. La antropología, también quiso ser científica y no sólo apoyarse en
la especulación o reflexión filosófica, en este sentido, lo que va a marcar su
desarrollo posterior hasta nuestros días, va a estar guiado por el propósito de
alcanzar dicha meta de cientificidad, si bien la reflexión filosófica nunca ha

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dejado de estar presente en mayor o menor medida, y según las diversas
tradiciones que se fueron desarrollando.

No podemos dejar de mencionar que además de la antropología


filosófica y la antropología científica, podemos constatar diversas formas de
antropologías teológicas en las diversas experiencias de religiosidad que
históricamente conocemos. En líneas generales, ellas buscan comprender las
múltiples formas, maneras y estilos de las representaciones que los hombres se
hacen acerca de Dios, o las variadas maneras de explicar la relación del
hombre con lo trascendental.

Sin embargo, también es bueno destacar, que al margen de estas tres


posibilidades de conocimiento y saber antropológico, es posible reconocer que
en todo pueblo, nación o civilización se da siempre algunos tipos de saberes o
explicaciones con motivaciones parecidas a las tres anteriores y que en buena
medida cumplen sus mismas funciones sociales, culturales y psicológicas,
pues los hombres, siempre se preguntan sobre ellos mismos y sus diferencias
frente a los otros pueblos y culturas, cercanos o lejanos, contemporáneos o del
pasado, es decir, que parece existir una interrogante antropológica
fundamental que se mantiene a través del tiempo y el espacio formuladas y
respondidas bajo diversas modalidades narrativas: historias, cuentos, mitos,
leyendas y en general cualquier forma que permita concebir alguna
racionalidad ante el aparente sentido caótico de las cosas y la vida misma del
hombre. Desde luego, en nuestro caso, el interés fundamental es la
antropología como ciencia y todas las otras formas de antropología entran en
su consideración como formas de saber o conocimiento a las que se busca un
acercamiento teórico y metodológico para comprenderlas y explicarlas como
campos de interés científico.

La antropología como ciencia que surgió del proceso de mundialización


del planeta ha contribuido a la construcción de un pensamiento que asume el
carácter biológico común de la humanidad y que tiene sus formas de
expresiones sociales y culturales diversas, todas igualmente racionales,
lógicas, e incluso con sus toques de locura e irracionalidades, pero siempre
buscando su comprensión para un uso creativo en beneficio de todos. De allí

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la importancia de conocer la “condición humana”, lo cual supone situar al
hombre en las complejidades de sus diversos contextos vitales y existenciales.

Las diversas ciencias naturales, humanas y sociales sobre todo en el


transcurso del siglo veinte permitieron recomponer, redimensionar y ampliar
las diversas construcciones teóricas e imaginarias acerca del hombre como
especie, como sociedad, como cultura; en sus dimensiones comunitarias e
individuales (biofísicas y psicológicas). Cada vez más se conocen las
múltiples relaciones de nuestra especie con las otras especies animales del
pasado y del presente, se han podido reconstruir sus vínculos primordiales
dentro del cosmos como realidad física pero en las condiciones únicas de
nuestro planeta, que no es la misma que la de cualquier lugar del universo.

Como bien ha señalado Edgar Morín en los “Siete Saberes Necesarios


para la Educación del Futuro” si algo, ha caracterizado al hombre, es el
hecho de reconocerse en sus dimensiones cósmicas (nuestro planeta es apenas
un pequeño lugar dentro de un universos más inmenso de lo que se suponía
hasta hace poco tiempo), condiciones físicas (la relación de este planeta con el
sol y su luz como fuente de energía, hizo posible el surgimiento de la vida) y
las condiciones terrenales (en la tierra y sólo en ella, hasta que se descubra lo
contrario, únicamente en la tierra se dieron las condiciones que permitieron la
formación de la biosfera en toda su complejidad).

Sin embargo, el hombre asume, a la vez, una suerte de desarraigo o


separación como si no formara parte de esta realidad y no estuviese
plenamente determinado por dichas condiciones. Ahora debemos reconocer
que con los pies sobre la tierra tenemos que alzar la mirada más allá de
nuestro entorno inmediato y cercano. El hombre, aunque se pueda sentir
desarraigado de las condiciones que lo determinan no puede ignorar su arraigo
profundo y necesario en ellas, le guste o no, lo reconozca o no.

En cuanto a la condición humana propiamente dicha, lo primero que se


debe reconocer es que el hombre es una especie animal que mediante un
proceso evolutivo de carácter biológico conocido como hominización llegó a
transformar esta especie en una tal, capaz de producir ella misma sus formas
de organización social, cultural, lingüísticas y sobre todo desarrollar la función
simbólica como elemento clave para pasar de la simple hominización a la
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humanización o autocreación de lo humano por los humanos, en base a las
condiciones anteriormente mencionadas, y, la producción de otras nuevas
mediante el trabajo transformador de la naturaleza y productor de la sociedad
y la cultura mismas, gracias a la mediación del lenguaje y la facultad o
capacidad de simbolizar.

El proceso de hominización / humanización es el producto de miles de


años de evolución en el transcurso de los cuales fueron desapareciendo las
diversas especies emparentadas con el “homo sapiens”, esta especie que había
establecido diversos grados de mestizaje tanto a nivel biológico como social y
cultural con aquellas otras, fue la única especie de los homínidos que
sobrevivió a diversos cambios ambientales severos, y mantuvo su continuidad
a través del tiempo, conservando como herencia importantes rasgos
biológicos, sociales y culturales de sus parientes desaparecidos. Por ejemplo,
en el ADN del homo sapiens se han encontrado rastros genéticos
pertenecientes al ADN de los neandertales.

El ser humano representa la unión de dos dimensiones unidas


íntimamente de manera inseparable e indisoluble, que le dan el carácter de un
ser unidual, es decir, constituido por la unión de lo físico y lo biológico, que
lo constituyen en su plenitud biológica; plenitud que a su vez, sólo se puede
realizar gracias a la otra dimensión, es decir, por la cultura, y, decir cultura es
hablar de la capacidad de crear lenguaje y de simbolización o representación
de la realidad mediante signos y símbolos construidos de manera expresa y
deliberada, para lograr de esta manera transformarse en ser social y cultural,
un ser histórico.

La dimensión social, cultural y simbólica es la que hace de esta especie


animal, algo más que un simple animal, el ser humano sin dejar por ello de
estar constituido y formar parte del mundo animal, terrestre, físico y cósmico.
Sin la cultura, el lenguaje y la capacidad de simbolizar el hombre sería un
primate más como sus parientes más cercanos en el orden biológico, y por otra
parte, muy indefenso y disminuido en cuanto a capacidades para enfrentarse a
la rudeza del mundo natural.

Si bien el cerebro es el que hace posible, en tanto soporte o base


material el desarrollo de estructuras y funciones complejas, él mismo sólo se
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desarrolla en su relación dinámica con la mente y la cultura. Es necesario
comprender que los tres componentes: cerebro, mente y cultura actúan
recíprocamente cada uno sobre los otros a la vez que recibe la influencia de
los otros.

En esa relación triádica surge otra relación de gran complejidad la cual


está constituida por los afectos, por los impulsos instintivos y por la razón.
Frente a la irracionalidad de los impulsos y de los afectos, la razón busca
controlar la fuerza ciega de aquellos, pero a la vez se nutre de dicha fuerza de
manera creativa, no busca eliminarlos sino manejarlas y controlarlos para
provecho del hombre.

Pero, cuando hablamos del hombre hay la tendencia a considerarlo sólo


como individuo, aislado, casi como surgido de la nada, cuando en realidad el
término hombre supone su consideración como miembro o parte de una
especie biológica, que se organiza en sociedades productoras de cultura
mediante el lenguaje y el trabajo y que está constituida por individuos. Se da
una profunda unidad del hombre en su condición de especie, sociedad
(cultura) e individuo, cada una de ellas supone las otras dos necesariamente.

De hecho, el individuo como tal, es ya una realidad social pues


biológicamente se originó en un acto social, surgió del apareamiento de sus
progenitores, los cuales se relacionaron en base a una serie de códigos sociales
y culturales expresados mediante el lenguaje y símbolos.

El ser humano, el homo sapiens, es pues, el resultado de la síntesis


compleja en una especie única formada por el mestizaje con otras especies del
género humano, organizado en múltiples formas de sociedades constituidas
por individuos en los que a su vez se da otra síntesis compleja entre el cerebro,
la mente y la cultura de las cuales emerge otro nivel de complejidad
representado por los impulsos instintivos, los afectos y pasiones así como la
razón que busca ordenar y regular para darle sentido y coherencia existencial y
así garantizar la reproducción biosocial a través del tiempo y el espacio. El
hombre pues, es la síntesis de una complejidad de complejidades.

Lo fundamental, para comprender el sentido antropológico, es asumir


que si bien el hombre, individual y colectivamente forma parte de la unidad de

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una especie biológica, a su vez, dicha unidad se expresa por medio de la
diversidad de sociedades y culturas (lenguas, signos y símbolos); así como los
individuos, en tanto que miembros de una sociedad y cultura particular, se
expresan en su singularidad sin dejar de ser miembros de una comunidad que
los define como individuos en tanto forman parte de ella.

En muchas teorías sociales, antropológicas y psicológicas se define al


hombre como ser o animal cultural, y, desde luego que la cultura es el
resultado del proceso evolutivo, que una vez que emergió, transformó las
relaciones del hombre con el resto de la naturaleza y en cierto sentido le
aportó las llaves (códigos y claves) que le han permitido ir más allá de las
determinaciones e imposiciones de las leyes naturales, pues adquirió la
capacidad de controlar y manipular dichas leyes, e incluso, él mismo
convertirse en legislador de su destino o también, administrador de su
creación.

La transformación de la especie humana en una nueva realidad gracias


al surgimiento de la cultura ha venido a representar el despliegue de sus
potencialidades creativas y productivas, no sólo desde el punto de vista de la
fabricación de artefactos, sino también y de manera muy especial, de la
creación de la sociedad misma y la gran variedad de instituciones, de la
diversidad de formas culturales y simbólicas.

Pero, de igual manera, también las potencialidades destructivas de las


condiciones que hacen posible la vida, y sobre todo los efectos
autodestructivos de muchos de los inventos del hombre, frente a esta realidad
surge la necesidad de establecer mecanismos reguladores en base a principios
éticos que fomenten la solidaridad humana y la creación de las condiciones
que lejos de amenazar la supervivencia de la especie, más bien amplíen sus
grandes posibilidades naturales, sociales y culturales tanto desde el punto de
vista de los individuos como de las comunidades y colectividades humanas.

Consideremos e investiguemos el hombre en su unidad y en su diversidad. La


unidad no debe llevar al desconocimiento o negación de la diversidad sobre el
todo social, cultural y simbólico que se expresa en la multiplicidad de formas
de organización social, políticas, económicas, jurídicas, ideológicas bajo las
formas religiosas, artísticas, estéticas y éticas. Pero, a la vez, el
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reconocimiento de la diversidad no debe llevar al desconocimiento o negación
de la íntima y profunda unidad de lo humano.

PROFESOR

PASTOR PONCE

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