ORDENACIONES

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INTRODUCCIÓN I.

IMPORTANCIA DE LA ORDENACIÓN
173. Los diáconos se ordenan mediante la imposición de las manos heredada
de los Apóstoles, para desempeñar eficazmente su ministerio por la gracia
sacramental. Por eso, ya desde la primitiva época de los Apóstoles, la Iglesia
Católica ha tenido en gran honor el sagrado Orden del diaconado.
174. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad
competente, administrar solemnemente el Bautismo, reservar y distribuir la
Eucaristía, asistir al Matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el
Viático a los moribundos, leer la sagrada Escritura a los fieles, instruir y
exhortar al pueblo, presidir el culto y la oración de los fieles, administrar los
sacramentales, presidir el rito de los funerales y de la sepultura. Dedicados a
los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el
aviso del bienaventurado Policarpo: “Compasivos, diligentes, actuando según
la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos”.
175. Los que van a ser ordenados diáconos deben ser admitidos por el Obispo
como candidatos, exceptuando los que están adscritos por los votos a un
instituto clerical.
176. Mediante la Ordenación de diácono se obtiene la incorporación al estado
clerical y la incardinación a una diócesis o prelatura personal
177. Por la libre aceptación del celibato ante la Iglesia, los candidatos al
diaconado se consagran a Cristo de un modo nuevo. Están obligados a
manifestarlo públicamente aun aquellos que hayan emitido el voto de castidad
perpetua en un instituto religioso.
178. En la celebración de las Órdenes se encomienda a los diáconos la función
de la alabanza divina en la que la Iglesia pide a Cristo, y por él al Padre, la
salvación de todo el mundo; y así han de celebrar la Liturgia de las Horas por
todo el pueblo de Dios, más aún, por todos los hombres.
Durante este mes de febrero nuestra Arquidiócesis se viste de fiesta. Es el
momento de las ordenaciones Diaconales a las que estamos acostumbrados a
presenciar y ser testigos cada día del Seminario, esta vez también habrá
Sacerdotales.
El rito de la ordenación se hace en el contexto de una misa estacional, es la
forma más solemne de celebración eucarística, y el modelo de todas las
demás: es la que preside el obispo, rodeado de su presbiterio y con la
participación de los fieles. Es la manifestación más perfecta de la Iglesia local,
que, bajo el ministerio del obispo, peregrina en nuestra Diócesis.

Durante la Eucaristía solemne tiene lugar la ordenación. En concreto, después


del Evangelio se hace el rito de la llamada, la petición de ordenación y la
elección. El que va a ser ordenado presbítero es llamado por su nombre. La
elección de Dios ha sido discernida y confirmada por la Iglesia durante los
años de seminario, y esto se expresa en este triple rito: la Iglesia llama al
candidato por su nombre. Él se pone en pie en medio de la asamblea, ante el
obispo. Luego la Iglesia pide al obispo que ordene al candidato. Es
normalmente el rector del seminario el que lo hace, pero no lo hace en nombre
propio, sino en nombre de toda la Iglesia, en este caso la Iglesia que peregrina
en la Diócesis. Se establece un precioso diálogo entre el obispo y el rector. El
obispo le pregunta si sabe si el candidato es digno, y el rector le contesta que,
después de haber consultado al pueblo de Dios no hay dudas sobre el
candidato. Así, el obispo concluye este primer rito introductorio de la
ordenación eligiendo al candidato para el Orden de los Presbíteros.

La homilía del obispo está planteada en el ritual como una exposición de lo


que significa el ministerio sacerdotal. Está dirigida ante todo al candidato,
pero a todos nos ayuda al escucharla a rezar por él y a ser conscientes de lo
que significa formar parte de la Iglesia.

Acabada la homilía, el obispo dialoga con el elegido. Le pregunta sobre su


disponibilidad a la hora de recibir el ministerio. En concreto le pregunta si está
dispuesto a ser un fiel colaborador del ministerio episcopal; le pregunta
también sobre si está dispuesto a ejercer el ministerio de la Palabra, presidir
las celebraciones litúrgicas, rezar por el pueblo que le sea encomendado y,
para ello, unir su vida a Cristo. Ante la respuesta afirmativa del ordenando, el
obispo le pregunta si promete respeto y obediencia, tanto a él como a sus
sucesores. El rito acaba con una bellísima exhortación que hace el obispo al
elegido, y que nos recuerda quién es el protagonista de todo ministerio,
vocación o carisma: "Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve
a término".
Imposición de manos y la plegaria de ordenación
El momento más importante de la celebración de la ordenación de un
presbítero es un momento doble: el que componen la imposición de manos y
la plegaria de ordenación. El gesto y la palabra se complementan en la liturgia:
la plegaria de ordenación es la que determina el gesto de la imposición de
manos, y nos permite captar su sentido.

El signo de la imposición de manos ha significado desde los comienzos de la


Iglesia la invocación del don del Espíritu. Lo encontramos ya en el Antiguo
Testamento, pero sobre todo en los inicios de la Iglesia, en el libro de los
Hechos de los Apóstoles y en las cartas. El mismo San Pablo recomienza a su
discípulo Timoteo que reavive el don del Espíritu que recibió por la
imposición de manos (2Tim 1, 6). El Espíritu Santo llena y capacita a la
persona, la transforma y la consagra en orden a la misión que se le
encomienda. La imposición de manos no es solamente la transmisión de un
poder o de una autoridad: es el don mismo del Espíritu que llena a una
persona.

Es el gesto por el que el obispo va a conferir el sacramento del Orden en el


grado de presbítero al elegido. Estamos en el momento más importante de la
ordenación, y el que requiere de nosotros, los que participamos en la
celebración, una oración todavía más intensa.

Después de la imposición de manos del obispo sobre el elegido, la asamblea


permanece en silencio orante mientras todos los sacerdotes presentes imponen
también las manos sobre el ordenando, como signo de corresponsabilidad. La
imposición de manos de los otros presbíteros no es sacramental, no confiere el
sacramento del orden.

El impresionante silencio se romperá con la plegaria del obispo. En ella,


recordando la Historia de la Salvación, el obispo evocará los momentos en los
que Moisés y los levitas en el Antiguo Testamento y luego Cristo y los
Apóstoles eligen a colaboradores que necesitan para llevar adelante su misión.
Por eso pedirá que el nuevo presbítero sea un digno cooperador del orden
episcopal ejerciendo santamente su ministerio en comunión con él.

Merece la pena reproducir el texto final de la plegaria, donde el obispo pide


para el nuevo presbítero una serie de dones que, en el fondo, son la
explicitación del don más grande: el del Espíritu. Dice en concreto: "Sean
honrados colaboradores del orden de los obispos, para que por su
predicación y con la gracia del Espíritu Santo, la palabra del Evangelio
fructifique en el corazón de los hombres y llegue hasta los confines de la
tierra. Sean, junto con nosotros, fieles dispensadores de tus Misterios, para
que tu pueblo se renueve con el baño del nuevo nacimiento y se alimente en tu
altar; para que los pecadores sean reconciliados y confortados los enfermos.
Que en comunión con nosotros, Señor, imploren tu misericordia, Señor, por
el pueblo que se les confía y en favor del mundo entero. Así, todas las
naciones congregadas en Cristo, formarán en un único pueblo tuyo que
alcanzará su plenitud en tu reino".
En el rito de la ordenación la asamblea prorrumpe en un solemne "Amén" al
terminar esta plegaria, participando así en la oración, que no es solo del
obispo, sino de toda la Iglesia.

Ritos explicativos
La liturgia tiene una pedagogía, y en este caso nos invita a profundizar en lo
que ya se ha realizado por medio de lo que llamamos los "ritos explicativos".
Así, lo que el Espíritu Santo ha realizado en el ordenado, que ya es sacerdote,
lo profundizamos ahora con unos sencillos signos, que nos hacen tomar
conciencia de lo que ello significa y nos permiten seguir orando por él.

En primer lugar el ordenando es revestido como presbítero para la celebración


de la misa. Para ello otros presbíteros le ayudan a ponerse la estola al modo
presbiteral –es decir, cayendo sobre el pecho– y encima de ella la casulla. Es
el signo visible del ministerio que va a ejercer de ahora en adelante en la
liturgia, presidiendo al pueblo de Dios. La espontaneidad de la asamblea hace
que en este momento, viendo al ya ordenado revestido como sacerdote,
prorrumpa en un fuerte aplauso. Esto, lógicamente, no está en el rito, pero nos
indica que la celebración está bien construida, y que la asamblea es consciente
de que el ordenado, efectivamente, es ya presbítero.

La estola va bajo la casulla porque la estola es lo primero que se recibe en la


ordenación y la casulla va encima de todo porque ésta simboliza la caridad
que lo cubre todo. Dicho de otra manera, la caridad es lo que debe saltar más a
la vista en el sacerdote; es lo que lo debe distinguir más que otra cosa. La
estola Simboliza a las ovejas que el buen pastor lleva sobre sus hombros.

En el caso de los diáconos la estola va cruzada del hombro izquierdo por


delante y por detrás a la parte derecha de la cintura; igualmente ceñida con el
cíngulo sobre el alba y bajo la dalmática.La estola del diácono es símbolo de
sacrificio y generosidad en el servicio de la comunidad cristiana.
Luego se le unge con el Santo Crisma, signo del carácter sacramental de la
ordenación, por el cual Cristo llena y configura la vida de aquel a quien ha
llamado a participar ministerialmente de su sacerdocio. El Crisma se usa en
los sacramentos que solamente se pueden administrar una vez, porque
suponen una configuración con Cristo que, por su propia naturaleza, es
definitiva: el Bautismo, la Confirmación y el Orden. En el caso de la
ordenación presbiteral el nuevo sacerdote es ungido en las manos, porque esas
manos son las que consagrarán, bendecirán, tocarán… haciendo presentes los
gestos mismos de Cristo.

El cáliz y la patena con la que se va a celebrar la Eucaristía serán también


entregados al nuevo presbítero, indicando así el deber de presidir la
celebración eucaristía y de seguir a Cristo crucificado, cuya muerte y
resurrección es actualizada sacramentalmente en la celebración de la
Eucaristía. Por eso se le invitará a modelar su vida a imagen del Misterio que
se celebra, convirtiendo su vida en una entrega permanente a Cristo y a los
hermanos. En ese sentido las palabras del obispo al entregarle el cáliz y la
patena son un auténtico programa de vida para el nuevo sacerdote: "Recibe la
ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e
imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del
Señor".
El abrazo del obispo al nuevo presbítero y también de los presbíteros
concelebrantes, en señal de acogida en el ministerio, sellará con el gozo y la
alegría el rito que la asamblea está viviendo como una gracia de Dios para su
Iglesia.

Solamente queda ya que la asamblea se disponga a celebrar la liturgia


eucarística, fuente y culmen de la vida cristiana, en la que el nuevo presbítero
concelebrará por primera vez con el obispo como sacerdote. Si el
neopresbítero ha recibido el don del Espíritu Santo en la ordenación, también
la asamblea lo recibe en abundancia al participar del mismo pan y del mismo
cáliz en el sacramento de la Eucaristía.

Que significa la estola?


La estola del diácono es símbolo de sacrificio y generosidad en el servicio de
la comunidad cristiana.

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