En blanco 6
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En blanco 6
Fecundación in vitro
Mientras tanto, decidieron construir, solos, sin créditos, sin
subsidios, rescatando ladrillos que iban encontrando, un pequeño
horno de 500 kilos en el que empezaron a hacer ceniceros
soplados, que Osvaldo y sus compañeros salían a vender en
bicicleta. Los que crean que soplar y hacer botellas es fácil,
deberían visitar este lugar. Los trabajadores deben tomar la masa
incandescente con una vara hueca, darle una forma redondeada
para que no caiga, y soplarla haciéndola girar sobre un molde que,
a su vez, gira frenéticamente. Todo un malabarismo a centímetros
del fuego.
En cuanto comenzaron a producir, recibieron el apoyo de algunos
viejos clientes de Cristalux, bazares sobre todo, que les compraban
el producto. “Ellos también estaban contra la pared porque
quedaron en manos el monopolio Rigoleau, que a su vez fue
comprado por la familia Cattorini que maneja todo el mercado de
envases”, narra Osvaldo. Así, pudieron empezar a cobrar: “Como
cooperativa no recibimos salario sino un anticipo de retorno. Al
principio 10 ó 20 pesos por semana, para nosotros era una hazaña”
explica Osvaldo. Se lanzaron a recuperar el horno de diez
fi
toneladas y rescataron una prensa para hacer platos: pero no
encajaban uno con la otra. Como en una fecundación, el vidrio
incandescente necesita una inclinación para uir desde el horno
hacia la prensa y era imposible ajustar las dos partes del proceso.
Osvaldo todavía se asombra: “No le encontrábamos la vuelta,
hasta que decidimos hacer un trabajo egipcio. Como no podíamos
levantar el horno (tiene el tamaño de una habitación) bajamos el
piso e instalamos la prensa un metro y medio más abajo. Ahí
pudimos trabajar”.
Hoy no usan ese horno “egipicio” porque tuvieron que
desmantelarlo en parte para reconstruir el gran horno de 43
toneladas, y automatizar todo el proceso, pero lo muestran como
uno de sus grandes orgullos: pudieron romper los límites, incluso
sobre los que creían estar parados.