Antología del 27

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Antología

de la
generación del 27
Antología de la generación del 27

Pedro Salinas
Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más.
El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada
ya, para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.

Hoy estoy besando un beso;


estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no
—¿adónde se me ha escapado?—.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.
La voz a ti debida
Antología de la generación del 27

Luis Cernuda
Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje


al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,


no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,


cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;


donde habite el olvido.
Donde habite el olvido
Antología de la generación del 27

Rafael Alberti
Se equivocó la paloma,
se equivocaba.
Por ir al norte fue al sur,
creyó que el trigo era el agua.
Creyó que el mar era el cielo
que la noche la mañana.
Que las estrellas rocío,
que la calor la nevada.
Que tu falda era tu blusa,
que tu corazón su casa.
(Ella se durmió en la orilla,
tú en la cumbre de una rama.)
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Gerardo Diego

Columpio

A caballo en el quicio del mundo


un soñador jugaba al sí y al no

Las lluvias de colores


emigraban al país de los amores

Bandadas de flores
Flores de sí Flores de no

Cuchillos en el aire
que le rasgan las carnes
forman un puente

Sí No

Cabalgaba el soñador
Pájaros arlequines

cantan el no
cantan el sí
Antología de la generación del 27

Vicente Aleixandre
Destino trágico
Confundes ese mar silencioso que adoro
con la espuma instantánea del viento entre los árboles.

Pero el mar es distinto.


No es viento, no es su imagen.
No es el resplandor de un beso pasajero,
ni es siquiera el gemido de unas alas brillantes.

No confundáis sus plumas, sus alisadas plumas,


con el torso de una paloma.
No penséis en el pujante acero del águila.
Por el cielo las garras poderosas detienen el sol.
Las águilas oprimen a la noche que nace,
la estrujan —todo un río de último resplandor va a los mares—
y la arrojan remota, despedida, apagada,
allí donde el sol de mañana duerme niño sin vida.

Pero el mar, no. No es piedra,


esa esmeralda que todos amasteis en las tardes sedientas.
No es piedra rutilante toda labios tendiéndose,
aunque el calor tropical haga a la playa latir,
sintiendo el rumoroso corazón que la invade.

Muchas veces pensasteis en el bosque.


Duros mástiles altos,
árboles infinitos
bajo las ondas adivinasteis poblados de unos pájaros de espumosa blancura.
Visteis los vientos verdes
inspirados moverlos,
Antología de la generación del 27

y escuhasteis los trinos de unas gargantas dulces:


ruiseñor de los mares, noche tenue sin luna,
fulgor bajo las ondas donde pechos heridos
cantan tibios en ramos de coral con perfume.

Ah, sí, yo sé lo que adorasteis.


Vosotros pensativos en la orilla,
con vuestra mejilla en la mano aún mojada,
mirasteis esas ondas, mientras acaso pensabais en un cuerpo:
un solo cuerpo dulce de un animal tranquilo.
Tendisteis vuestra mano y aplicasteis su calor
a la tibia tersura de una piel aplacada.
¡Oh suave tigre a vuestros pies dormido!

Sus dientes blancos visibles en las fauces doradas,


brillaban ahora en paz. Sus ojos amarillos,
minúsculas guijas casi de nácar al poniente,
cerrados, eran todo silencio ya marino.
Y el cuerpo derramado, veteado sabiamente de una onda poderosa,
era bulto entregado, caliente, dulce solo.

Pero de pronto os levantasteis.


Habíais sentido las alas oscuras,
envío mágico del fondo que llama a los corazones.
Mirasteis fijamente el empezado rumor de los abismos.
¿Qué formas contemplasteis? ¿Qué signos, inviolados,
qué precisas palabras que la espuma decía,
dulce saliva de unos labios secretos
que se entreabren, invocan, someten, arrebatan?
El mansaje decía...
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Yo os vi agitar los brazos. Un viento huracanado


movió vuestros vestidos iluminados por el poniente trágico.
Vi vuestra cabellera alzarse traspasada de luces,
y desde lo alto de una roca instantánea
presencié vuestro cuerpo hendir los aires
y caer espumante en los senos del agua;
vi dos brazos largos surtir de la negra presencia
y vi vuestra blancura, oí el último grito,
cubierto rápidamente por los trinos alegres de los ruiseñores del fondo.
Sombra del paraíso
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Jorge Guillén
La doce en el reloj
Dije: Todo ya pleno.
Un álamo vibró.
Las hojas plateadas
sonaron con amor.
Los verdes eran grises,
el amor era sol.
Entonces, mediodía,
un pájaro sumió
su cantar en el viento
con tal adoración
que se sintió cantada
bajo el viento la flor
crecida entre las mieses,
más altas. Era yo,
centro en aquel instante
de tanto alrededor,
quien lo veía todo
Completo para un dios.
Dije: Todo, completo.
¡Las doce en el reloj!
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Federico García Lorca


Romance de la luna, luna
La luna vino a la fragua Niño déjame, no pises,
con su polisón de nardos. mi blancor almidonado.
El niño la mira mira. El jinete se acercaba
El niño la está mirando. tocando el tambor del llano.
En el aire conmovido Dentro de la fragua el niño,
mueve la luna sus brazos tiene los ojos cerrados.
y enseña, lúbrica y pura, Por el olivar venían,
sus senos de duro estaño. bronce y sueño, los gitanos.
Huye luna, luna, luna. Las cabezas levantadas
Si vinieran los gitanos, y los ojos entornados.
harían con tu corazón ¡Cómo canta la zumaya,
collares y anillos blancos. ay como canta en el árbol!
Niño déjame que baile. Por el cielo va la luna
Cuando vengan los gitanos, con el niño de la mano.
te encontrarán sobre el yunque Dentro de la fragua lloran,
con los ojillos cerrados. dando gritos, los gitanos.
Huye luna, luna, luna, El aire la vela, vela.
que ya siento sus caballos. el aire la está velando.

Romancero gitano
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Miguel Hernández
Elegía a Ramón Sijé
Yo quiero ser llorando el hortelano quiero apartar la tierra parte a parte
de la tierra que ocupas y estercolas, a dentelladas secas y calientes.
compañero del alma, tan temprano. Quiero minar la tierra hasta encontrarte
Alimentando lluvias, caracolas y besarte la noble calavera
y órganos mi dolor sin instrumento, y desamordazarte y regresarte.
a las desalentadas amapolas Volverás a mi huerto y a mi higuera:
daré tu corazón por alimento. por los altos andamios de las flores
Tanto dolor se agrupa en mi costado, pajareará tu alma colmenera
que por doler me duele hasta el aliento. de angelicales ceras y labores.
Un manotazo duro, un golpe helado, Volverás al arrullo de las rejas
un hachazo invisible y homicida, de los enamorados labradores.
un empujón brutal te ha derribado. Alegrarás la sombra de mis cejas,
No hay extensión más grande que mi y tu sangre se irán a cada lado
herida,
disputando tu novia y las abejas.
lloro mi desventura y sus conjuntos
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
y siento más tu muerte que mi vida.
llama a un campo de almendras
Ando sobre rastrojos de difuntos, espumosas
y sin calor de nadie y sin consuelo mi avariciosa voz de enamorado.
voy de mi corazón a mis asuntos. A las aladas almas de las rosas
Temprano levantó la muerte el vuelo, del almendro de nata te requiero,
temprano madrugó la madrugada, que tenemos que hablar de muchas cosas,
temprano estás rodando por el suelo. compañero del alma, compañero.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,

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