Waves of Fury - K. Webster

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2

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CRÉDITOS

Traducción
Mona
4

Corrección
Karikai

Diseño
Bruja_Luna_
ÍNDICE
IMPORTANTE _________________ 3 CAPÍTULO VEINTE ___________ 123
CRÉDITOS____________________ 4 CAPÍTULO VEINTIUNO ________ 129
DEDICATORIA ________________ 7 CAPÍTULO VEINTIDÓS ________ 135
SINOPSIS ____________________ 8 CAPÍTULO VEINTITRÉS ________ 144
NOTA DE LA AUTORA _________ 10 CAPÍTULO VEINTICUATRO _____ 150
PARTE UNO _________________ 11 CAPÍTULO VEINTICINCO ______ 155
CAPÍTULO UNO ______________ 12 CAPÍTULO VEINTISÉIS ________ 161 5
CAPÍTULO DOS ______________ 19 CAPÍTULO VEINTISIETE _______ 169
CAPÍTULO TRES ______________ 25 CAPÍTULO VEINTIOCHO _______ 175
CAPÍTULO CUATRO ___________ 29 CAPÍTULO VEINTINUEVE ______ 181
CAPÍTULO CINCO _____________ 35 CAPÍTULO TREINTA __________ 188
CAPÍTULO SEIS _______________ 39 CAPÍTULO TREINTA Y UNO ____ 193
CAPÍTULO SIETE ______________ 43 CAPÍTULO TREINTA Y DOS _____ 200
CAPÍTULO OCHO _____________ 47 CAPÍTULO TREINTA Y TRES ____ 206
CAPÍTULO NUEVE ____________ 54 CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO _ 212
CAPÍTULO DIEZ ______________ 60 PARTE TRES ________________ 218
CAPÍTULO ONCE _____________ 66 CAPÍTULO TREINTA Y CINCO ___ 219
CAPÍTULO DOCE _____________ 72 CAPÍTULO TREINTA Y SEIS _____ 226
CAPÍTULO TRECE _____________ 78 CAPÍTULO TREINTA Y SIETE ____ 232
CAPÍTULO CATORCE __________ 83 CAPÍTULO TREINTA Y OCHO ___ 238
PARTE DOS _________________ 93 CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE __ 245
CAPÍTULO QUINCE ___________ 94 CAPÍTULO CUARENTA ________ 251
CAPÍTULO DIECISÉIS __________ 99 CAPÍTULO CUARENTA Y UNO __ 257
CAPÍTULO DIECISIETE ________ 105 CAPÍTULO CUARENTA Y DOS ___ 265
CAPÍTULO DIECIOCHO ________ 111 EPÍLOGO __________________ 270
CAPÍTULO DIECINUEVE _______ 117 ACERCA DE LA AUTORA_______ 277
6
DEDICATORIA
Para Matt: ya casi es hora de otras vacaciones en la playa.

7
SINOPSIS
De la autora superventas de USA Today, K Webster, llega un thriller
postapocalíptico de supervivencia en la Tierra en ruinas protagonizado por héroes
LGBTQ+ que deben unirse, a pesar de sus diferencias, no sólo para adaptarse al
nuevo mundo destruido, sino para encontrar la seguridad en él.

Un tsunami cataclísmico que destruye la ciudad se abre paso a través de San


Francisco y no parece que vaya a remitir pronto...
Olas implacables y crecidas aterradoras de las aguas. Personas varadas en lo alto
8
de los edificios más altos. Sin esperanza de rescate. Nunca.
Kellen Bennett ha vivido toda su vida sumido en un profundo miedo. Pero ante la
extinción humana, por fin puede convertirse en el hombre que siempre quiso ser.
Valiente.
Como director general de su empresa, Kellen se siente responsable de los que se
quedan tirados en su edificio y está dispuesto a hacer lo que haga falta para cuidarlos
hasta que llegue la ayuda.
Tyler Walsh, un repartidor de comida, se encuentra varado con un arrogante
hombre de negocios y un piso lleno de gente asustada. No quiere esperar a ser
rescatado. Su familia está ahí fuera, en alguna parte, y él cruzará a nado todo el Océano
Pacífico si eso significa llegar hasta ellos.
Puede que sólo tenga dieciocho años, pero Tyler tiene más inteligencia callejera
que todos los supervivientes con los que está atrapado juntos, lo que significa que no
puede abandonarlos a su suerte o todos morirán.
Con naves no tripuladas estrellándose contra edificios, extraños estallidos
meteorológicos a cada paso y gente que pierde la cabeza por el miedo a lo desconocido,
Kellen y Tyler deben formar equipo para idear un plan que los rescate a ellos y a los que
los rodean.
Pero la Tierra está furiosa, con una rabieta de proporciones épicas.
A medida que los fenómenos meteorológicos se multiplican y aumentan en
violencia, se dan cuenta de que el tiempo se agota rápidamente.
Tienen que salir del edificio y llegar a tierra firme antes de que su única fuente de
protección se desmorone en el malvado y monstruoso mar.
Si queda algo de tierra en pie...
Waves of Fury es una aventura postapocalíptica ambientada en una ciudad del
noroeste del Pacífico inundada por un tsunami. Este libro es independiente, pero está
relacionado con Skies of Fire, otra entrega de Surviving Earth Chronicles escrita por
Lindsey Pogue.

9
NOTA DE LA AUTORA
Mientras lees Waves of Fury, ten en cuenta que este libro del mundo de
Supervivencia en la Tierra se basa en teorías y escenarios hipotéticos. Aunque se ha
investigado mucho en la creación de este libro, también me he tomado libertades
creativas en ocasiones. Espero que disfrutes de esta emocionante y trepidante historia
sobre el fin del mundo.

10
PARTE UNO

11
CAPÍTULO UNO
Kellen
Hoy es el fin del mundo.
Al menos eso es lo que dice la brillante y sonriente presentadora del programa
matinal diario entre que nos da recetas saludables aptas para cetogénicos 1 y los últimos
chismes de famosos, seguidos de una importante pausa publicitaria sobre detergente
lavavajillas. 12
He vivido toda mi vida esperando que el mundo se acabara. Y cada día sigo aquí,
sin que nada borre catastróficamente mi existencia de mi prisión autoconstruida.
Algunos hombres matarían por estar en mi supuesta celda. Una torre en el corazón
del distrito financiero de San Francisco con vistas a la resplandeciente bahía salpicada
de barcos de todas las formas y tamaños. Mi oficina es más grande que la casa de
algunos: un amplio despacho esquinero con ventanales que ofrecen las mejores vistas
de la bahía.
Y, sin embargo, se sigue sintiendo que algo falta.
Toda mi vida es decepcionante y aburrida a pesar de mi éxito percibido.
Vuelvo a mirar el televisor que cuelga de una de las paredes de mi despacho.
Vuelven las noticias con informes de actividad sísmica en la zona de Yellowstone. Aunque
no es raro, ha captado la atención de las noticias nacionales, lo que significa que los
lunáticos o moonies 2 cargarán sus autocaravanas y se dirigirán a la fuente de la acción.
Patético.
A diferencia de los moonies, yo me siento firmemente en el otro bando. Los
escépticos. Lo primero que recuerdo es a mi madre contándome historias de cómo el
gran asteroide llamado Gertrude chocó contra la Luna en el verano del 73. Me dijo que
las repercusiones de los daños en nuestra atracción gravitatoria se dejarían sentir durante
años y que, en última instancia, acabarían con la Tierra y toda su vida.
Ahora tengo cuarenta años. Sigo esperando el supuesto apocalipsis.

1
Cerogénicos: Personas que se rigen por la dieta cetogénica, es una dieta especial alta en
grasa, baja en carbohidratos y moderada en proteína, cuidadosamente controlada.
2
Monnies: En jerga estadounidense, es una persona que muestra un entusiasmo excepcional
por una causa u organización, un fanático.
—...y la Casa Blanca insta a todos a mantener la calma. Que no cunda el pánico y
compren papel higiénico como hicieron en 2020. —La periodista se ríe y le hace un gesto
con el dedo a su copresentador—. Te estoy mirando a ti, Ted.
Me fijo en la cinta de alerta especial que recorre la parte inferior de la pantalla.

Austin (Texas) y Shreveport (Los Ángeles) sufrieron sismos moderados


a primeras horas de la mañana. No se han registrado heridos. Algunos daños
en carreteras y edificios. Austin registró magnitudes de 5,3 y Shreveport de
5,9.

Pensar en Texas me trae a la mente imágenes de mi hermano. El pequeño Knox.


Bueno, a los veintiocho años, obviamente ya no es tan pequeño, sobre todo después de 13
una década trabajando en el rancho con papá.
Echo de menos a Knox. Echo de menos lo que podríamos haber tenido si nuestro
padre no fuera un imbécil tan cruel del que no pude alejarme lo bastante rápido.
Austin no es la única ciudad de Texas que está sufriendo una actividad inusual.
Todo el estado ha tenido una actividad sísmica alarmante y anormal. Los informes de
Internet han estado afirmando que los volcanes inactivos están volviendo a la vida, a raíz
de la actividad del supervolcán de Yellowstone, que es algo que han estado monitoreando
continuamente. ¿Pero volcanes en Texas? Me parece un poco exagerado. Aún no he
llegado a la conclusión de si los informes proceden de moonies o no.
Pero si Knox tuviera problemas, me llamaría.
¿Verdad?
Lo haría. Sé que lo haría.
—¿Kellen? —Frannie chirría al entrar en mi oficina—. Hope, Gerry y yo vamos a
pedir en esa nueva pescadería del muelle 15. ¿Quieres que te traiga algo?
Sacando mi atención de mi sombrío estado de ánimo, la miro y le ofrezco una
sonrisa rígida.
—Estoy bien. Probablemente pediré lo de siempre de los viernes.
Sonríe, sacudiendo la cabeza.
—Sigue comiendo esos bocadillos de albóndigas y empezarás a parecerte a mí.
—Se acaricia la barriga y suelta una carcajada—. Ojalá la vida fuera así de justa.
Probablemente siempre serás un pastel de carne.
Esto le hace ganar una sonrisa de mi parte. Frannie es lo más parecido a una
amiga. Claro, le pago para que esté a mi lado, para que siempre esté pendiente de mí y
se asegure de que mi vida va sobre ruedas, pero he llegado a quererla. Aunque coquetea
como si fuera algo tan natural como respirar, está felizmente casada con un policía
retirado. Desde que los conozco, Ron y Frannie han conseguido llevarme a algún partido
de fútbol.
En cuanto se va, el calor que traía consigo se evapora. Un escalofrío me recorre la
espalda. No es raro que esté de mal humor, pero no soy de los que se sienten ansiosos.
Al menos, ya no. No desde que dejé Texas hace una década.
Mi teléfono suena en el bolsillo y lo saco para leer la alerta meteorológica nacional.
Un tornado monstruoso arrasa Baltimore sin previo aviso.
Frunzo el ceño ante la alerta. Actividad sísmica en Yellowstone, dos terremotos y
un tornado monstruoso el mismo día. Se me retuercen las entrañas.
Los evangelistas catastrofistas y los moonies harán su agosto con esto. Un bando
vaticinará cuatro jinetes con trompetas y el otro se pondrá los cascos, esperando que les
caigan rocas y otros escombros desde el espacio mientras parlotean sobre cómo llevan 14
cincuenta años advirtiéndonos. Ambos predicarán que es el fin.
La muerte es inminente.
O eso dicen.
Un enfermizo zarcillo de asombro se teje en mi mente. ¿Qué piensa papá de todo
esto? Estoy seguro de que el gran Mitch Bennett tendría mucho que decir al respecto.
Siempre fue mucho más práctico cuando se trataba de cosas como esta, con instintos
increíbles y consejos procesables. Es una pena que, tras la muerte de mamá, su ya
pesada mano se hiciera insoportable y sus odiosas palabras acabaran por llevarme al
límite que me llevó a California. Sin la interferencia de mamá, no habría podido quedarme.
Y dejaste al pequeño Knox allí con ese bastardo hace tantos años...
No quería huir -y huir fue exactamente lo que hice, pero con la pérdida de mamá,
la siempre creciente decepción de papá que se había convertido en una crueldad tan
aplastante y la forma en que Knox me miraba como si yo tuviera todas las respuestas, era
demasiado. Knox se estaba convirtiendo en un hombre. Seguramente no me necesitaba.
No es que yo le hubiera sido útil de todos modos mientras esquivaba la ira de papá.
Escapar era crucial para mi propia supervivencia. Por desgracia, mi hermano
estaba solo.
Necesito moverme y escapar de los deprimentes pensamientos que me rondan
por la cabeza. Se ven nubes cada vez más oscuras a lo lejos, lo que indica que se avecina
una tormenta. En San Francisco llueve todo el año, así que no es preocupante. Sin
embargo, después de escuchar varios informes meteorológicos extraños esta mañana,
las nubes oscuras son ominosas.
Contrólate.
Mirar obsesivamente las noticias y pasear por la oficina no calma mis
pensamientos en espiral. Un buen vaso de bourbon podría, pero ni siquiera es mediodía.
Desgraciadamente, lo único que me ha sacado adelante en la última década en solitario
es el trabajo.
SF Freedom Acquisition 3 ha sido la boya que ha evitado que me ahogara por
sentimientos de fracaso, de abandono a mi hermano, de decepción de mi padre en más
de un sentido y de la trágica y desgarradora pérdida de mi madre. Suele ser el único
momento en el que encuentro un respiro dentro de mi cabeza, llenándola de informes y
clientes y empresas que comprar o vender en lugar de pesados recuerdos de mi pasado.
Cuando elegí el nombre de mi empresa, incluso incluí la palabra libertad porque
representaba la liberación de las garras de mi padre.
Ahora no me siento tan libre.
Sigo sintiéndome como el joven vulnerable de hace tantos años, esperando a que
el dorso de la mano de papá me golpeara en la cara como si pudiera sacarme lo gay a
bofetadas. La mayoría de los días, creo que lo hizo, porque unos cuantos ligues a puerta
15
cerrada y en estado de embriaguez durante los últimos diez años fueron el único atisbo
del chico que intentó salir del armario en la conservadora mierda de Texas. Sin relaciones
ni amistades. Ni desfiles ni arco iris. Solo yo. Solo. Siempre jodidamente solo.
De alguna manera, me las arreglo para enterrar esos pensamientos y ocuparme
de revisar los correos electrónicos. Soy una máquina respondiendo, solo levanto la vista
cuando me siento observado.
No es Frannie.
Kyle.
Kyle Upton es mi director de operaciones. Un tipo joven y apuesto con un hambre
voraz de éxito. Si no fuera el dueño de esta empresa, temería por mi propio trabajo. Un
día, él va a dejar SFFA por un pez más grande que pagará mucho más de lo que yo puedo
ofrecer. Es brillante y un poco demasiado astuto para su propio bien.
—Toc toc, jefe —dice, con una sonrisa de comemierda mientras hace un gesto
hacia el televisor—. ¿Podemos hablar de la oficina de Cincinnati o estás esperando a que
esta vez caiga un asteroide sobre la Tierra y te saque de tu miseria?
Como dije. Astuto. Observador como el demonio. A veces se me eriza la piel.
Apenas puedo lidiar con mis problemas sin que alguien más intente echar un vistazo
también.
—No hay ninguna oficina de Cincinnati —digo, con tono entrecortado, mientras
silencio el televisor.
Se encoge de hombros y cierra la puerta. Se acomoda en la silla frente a mi
escritorio.
—Todavía no, Bennett, todavía no.

3
En español: SF Adquisición de Libertad
Nunca.
Por mí, Cincinnati podría estar en China. Si abriera otra oficina, y eso es un enorme
si estoy seguro de que no la pondría en Cincinnati.
—¿Qué necesitas? —Le clavo una mirada seria—. Tengo que ponerme al día con
un montón de correos.
—Estaba pensando en robar a Frannie. Ella sabe lo que hace, a diferencia de Elise.
—Sus cejas se fruncen—. Además, la voz de Elise me pone de los nervios. Vamos,
hombre. Hazme un favor.
De ninguna manera renunciaría a Frannie.
Nunca.
Renunciaría a toda la empresa y empezaría de nuevo antes de dejar que se fuera
a ayudar a otra persona. Es una de las pocas personas que me entienden.
16
—Frannie se queda. ¿Por qué no llevas este problema tuyo abajo a RRHH si te
molesta tanto?
Finge poner mala cara, lo que lo hace parecer mucho más joven de veintiocho
años, la misma edad que mi hermano.
—Porque Barb está cansada de verme. No es culpa mía que todos mis ayudantes
apesten.
Kyle, aunque es muy bueno en su trabajo, suele ser impaciente con la gente y no
les permite ningún margen de error. Este año ha pasado por seis ayudantes y apenas
estamos en verano.
—A Gerry parece gustarle Hope. Quizá podrías pedirle a ella y a Elise que cambien
de sitio un rato. —Vuelvo los ojos al ordenador, respondiendo rápidamente a un correo
electrónico que tenía pendiente.
—¿Has visto a Hope? A Gerry le gusta por mucho más que sus habilidades.
Ignoro su grosero comentario. Hope es joven, rubia y elegante. También venía con
un currículum estelar en el que había trabajado como asistente de nivel ejecutivo en uno
de nuestros competidores. Su insinuación de que la contrataron por su aspecto y no por
sus habilidades es un testimonio de por qué no puede mantener a una asistente.
—Por muy estimulante que sea esta conversación, Kyle, no tengo tiempo para
esto. —Dejo escapar un suspiro pesado y molesto—. Habla con Frannie para programar
una reunión. Entonces podré dedicarte toda mi atención.
Se le enrojece la cara y aprieta la mandíbula. Probablemente lo he molestado, pero
se comporta como un mocoso y no tengo tiempo para eso.
—Ya me las arreglaré, jefe —refunfuña, poniéndose en pie—. Espero que te hayas
acordado del casco.
Frunzo el ceño mientras sale de mi despacho. ¿Casco? Tomo el mando a distancia
y pulso el botón para volver a poner el sonido. Efectivamente, están entrevistando a un
moonie de la vieja escuela.
—...Soy lo bastante viejo para recordar el asteroide del 73 —dice el hombre de
cabello blanco, mostrando unos dientes amarillos mientras sonríe—. Gerty asustó a todo
el mundo. Pero a mí no. Va a hacer falta mucho más que un asteroide hijo de puta para
acabar conmigo. Mi exmujer lo intentó una o dos veces con una maldita almohada
mientras dormía, ¡y aquí sigo!
—De vuelta a ti, Ted —dice la joven con una sonrisa tensa.
—Sí que era colorido —resopla Ted, con los ojos muy abiertos—. Felicidades a
nuestros técnicos de sonido por salvar a los pequeños oídos de ese lenguaje. Los niños
también ven nuestro programa, Sr. Moonie.
17
El copresentador se ríe de Ted y luego pasan a hablar de deportes. Si el mundo
realmente se fuera a acabar hoy, me gustaría pensar que las noticias serían mucho más
serias.
Abandono una vez más mi correo electrónico y me giro en la silla de mi escritorio.
Las nubes de tormenta ya no son visibles y me pregunto si me las había imaginado antes.
Es posible.
Estoy inquieto y mi mente va en demasiadas direcciones.
¿Cómo están Knox y papá estos días? ¿Sus vidas giran en torno al rancho, criando
ganado para venderlo y obtener los beneficios que puedan mientras intentan
desesperadamente olvidar el enorme vacío que dejó mamá cuando murió? Me duele el
pecho cada vez que pienso en mi madre. Ella era el sol en nuestro nublado mundo. Lo
era todo para nosotros.
Mis pensamientos rebotan de mi familia al propio estado de Texas. El mercado
financiero en la mayor parte de esa región ha tocado fondo, ya que la gente que puede
permitírselo emigra al oeste, a tierras más seguras. La actividad sísmica que aumentó con
los años expulsó a cualquier persona con sentido común. Milagrosamente, el estado al
que elegí mudarme se ha convertido en uno de los más rentables por ser uno de los más
seguros, especialmente San Francisco, a pesar de ser una ciudad costera. Es como si los
ricos pudieran permitirse mantener a raya los gruñidos del planeta enfadado a base de
pura voluntad y montones de dinero ganado a costa de los menos afortunados.
Sin duda soy uno de esos hombres ricos, que arrebatan propiedades a quienes
luchan por llegar a fin de mes, para obtener beneficios vendiéndolas luego con increíbles
ganancias a famosos, multimillonarios y políticos que pueden permitirse comprar
seguridad geográfica.
El corazón me late con fuerza en el pecho y no sé si es el estrés de mi vida que
me agobia o la cafeína. El tercer café que me he tomado esta mañana ha sido
probablemente uno de más con el estómago vacío. Estoy tan colocado por la cafeína que
no me extrañaría que pronto empezara también a oír colores.
—A continuación —dice Ted—, tenemos unos cuantos TikToks de animales
adorables para compartir con ustedes. ¿Has visto alguna vez a un conejito con tutú,
Marla? Prepárate para una sobrecarga de ternura después de nuestra pausa.
En ese sentido, apago la televisión.
Tal vez el mundo ya se acabó y estoy en el infierno.
Es la única explicación para mi vida de mierda.

18
CAPÍTULO DOS
Tyler
—No puedo cancelarlo. Son mil cuatrocientos dólares, Ty.
Mi hermano mayor, Aaron, no es precisamente de los que me piden permiso, pero
tampoco soy de los que le dicen cómo tiene que hacer su trabajo. Ambos estamos en
aguas desconocidas aquí.
—Es que esta mañana hay un montón de notificaciones sobre sucesos 19
meteorológicos raros —digo cojeando, levantando el teléfono como para convencerlo—
. Parece que también puede haber tormenta.
Atraviesa el minúsculo salón de nuestro apartamento de dos dormitorios, que deja
entrever la bahía entre dos feos edificios. Tiene los hombros tensos y casi puedo oír cómo
se le revuelven las ideas. Aaron suele ser el responsable, el encargado de cuidar de sus
dos hermanos idiotas, así que sé que decida lo que decida será lo correcto.
Intenta decirle eso a mí instinto.
Se me hace un nudo en el estómago por razones desconocidas y odio esa
sensación.
¿Es así como se siente Aaron cada vez que Jesse o yo hacemos algo imprudente?
—Brilla el sol —dice Aaron, señalando el cristal—. Es sólo una reserva de medio
día. Entraré y saldré en unas horas. No tienes que preocuparte.
Lo que no menciona es cuánto necesita esta contratación. A pesar de que San
Francisco es una ciudad próspera en comparación con otras partes del país, en los
últimos seis meses se ha producido un descenso significativo de las reservas. No
sabemos si se debe a que la gente está guardando su dinero y llenando sus arcas del
Juicio Final a medida que los fenómenos meteorológicos extremos se hacen más
comunes o si las inundaciones y los fenómenos oceánicos a lo largo del Golfo de México
y la costa oriental que causan miedo en los posibles pasajeros son los culpables.
—Necesitamos esto —dice Aaron en voz baja, atrayendo de nuevo mi atención
hacia él—. Es sólo uno de los dos de todo este mes que tenemos reservados y sabes que
apenas alcanza para cubrir las nóminas.
Las nubes de tormenta que había visto antes se han disipado. Quizá me esté
preocupando por nada.
Como hicieron tus padres...
Mamá y papá eran fanáticos del deterioro de la Luna y su efecto sobre la Tierra.
La definición pura de maníacos lunares. Lo que los mató al final fue su obsesión, no una
catástrofe real.
No seré como ellos.
—Lo sé —cedo con un suspiro—. Eres un buen capitán. Además, alguien tiene
que ganar más que mis míseros diecisiete dólares a la hora. No podremos mantener a
Jesse fuera de la cárcel sólo con mi sueldo.
Aaron hace un gesto de frustración y sacude la cabeza.
—Jesse no va a ir a la cárcel. No me importa si tengo que encadenar su trasero a
ese sofá para que no se meta en líos.
—Está suspendido por una semana. No se sabe en qué clase de mierda se va a
meter con todo ese tiempo de inactividad. 20
—Por eso viene conmigo —refunfuña Aaron—. Wayne puede mantenerlo ocupado
limpiando y fileteando el pescado que pesquen los clientes.
A Jesse le va a encantar. El vértigo sube dentro de mí. Es un pomposo maleducado
de dieciséis años que vive pendiente de su teléfono. Meterse hasta las rodillas en tripas
de pescado hará bien en bajarle los humos.
—¿Puedo compartir las buenas noticias? —pregunto, sonriendo—. Por favor, por
favor, por favor.
Aaron sonríe.
—Buena suerte sacándolo de la cama.
Deseoso de atormentar a mi hermanito, entro en la habitación que compartimos.
Está tumbado en la cama gemela de su lado de la habitación, enredado en las sábanas y
roncando suavemente. Me acerco a su mesilla y, pasando por encima de botas y ropa
desechadas, tomo una botella de agua medio vacía. Después de desenroscar el tapón,
disfruto vertiéndosela en la nuca.
—¿Qué mier....? —ruge, levantándose bruscamente.
—Despierta, princesa —le digo, cortándole el paso—. El capitán requiere tus
servicios.
Me hace un gesto de desprecio y se tumba de lado, evitando la mancha de
humedad de la cama.
—Lárgate. Estoy de vacaciones.
Empiezo a rebuscar en su montón de trastos desordenados sobre su cómoda,
sabiendo que eso le enfadará.
—Estás suspendido por empujar a tu profesor de arte. Se llama castigo, no
vacaciones, idiota.
—El Sr. Davis me llamó basura —Jesse chasquea los labios—. No soy basura.
Levanto una ceja y señalo su desorden por todas partes.
—No. No lo eres —digo inexpresivo—. ¿Cómo pudo pensar algo tan horrible?
Me gruñe de nuevo, pero soy inmune a sus arrebatos de malcriadez. He estado
lidiando con ellos desde que papá disparó a nuestra madre en la cabeza antes de
apuntarse a sí mismo. No soy el Sr. Davis. No puede apartarme como siempre intenta
apartar sus problemas. Soy su hermano y le devolveré el empujón.
—Vístete y prepárate para salir por la puerta en diez minutos. Aaron tiene un
charter privado en alta mar hoy. Es mucho dinero. Gánate el sustento hoy y puede que
te pague.
Jesse gime.
—Amigo. ¿En serio? Odio el Angler-traz. Es una asquerosa excusa para un barco,
21
Ty.
Me hace gracia el nombre que Aaron eligió para su barco de pesca ecológico
Wegley de diez metros. Es un juego de palabras entre la pesca y Alcatraz. A sus clientes
les encanta la conexión e incluso compran artículos de Angler-traz en su sitio web.
—El asqueroso Angler-traz es lo que mantiene las Nikes en tus pies y un iPhone
en tu bolsillo.
Es inútil sacar a relucir que el Angler-traz es lo que hace que Aaron se hunda y
apenas llegue a fin de mes. El préstamo del barco tiene a su empresa, Walsh at the Wharf,
endeudada hasta las cejas.
—Pero soy un niño —continúa Jesse—. No puedes obligar a un niño a trabajar.
¿Un niño?
—Hombre, mides un metro ochenta y te está creciendo el bigote. Eres un
inmaduro. Por suerte para ti, también dejan que los bebés malcriados despellejen
pescado. Walsh at the Wharf es un empleador de igualdad de oportunidades.
—Da igual —murmura, pero empieza a levantarse de la cama.
Puede que la mayoría de los días sea una espina clavada en el costado de Aaron
y mío, pero sigue siendo leal a nosotros, especialmente a Aaron. Si no fuera porque Aaron
puso toda su vida en pausa y se endeudó mucho para sacarnos de la casa de acogida
cuando murieron nuestros padres, Jesse seguiría yendo de casa en casa. Aquel año,
cuando él tenía nueve años y yo once, sufrimos tanto mental como emocionalmente. No
podíamos aguantar más, pero, por suerte, Aaron llegó justo a tiempo para reunirnos de
nuevo.
—Vístete con varias capas, cariño —me burlo con voz cantarina sólo para
molestarlo—. El tiempo está de mal humor igual que tú.
Satisfecho de que se haya levantado y vaya a prepararse, me dirijo a la cocina.
Aaron lleva puesto su polo azul real de Walsh at the Wharf con capitán bordado en un
lado del pecho, mientras consulta su teléfono. Reconozco su ceño fruncido por la
preocupación, pero lo suaviza cuando se da cuenta de que le estoy mirando, forzando
una sonrisa en su lugar.
—¿Todo bien? —pregunto, haciendo un punto para echar un vistazo a su teléfono.
—Tranquilo —me asegura—. Será bueno salir de la bahía y llegar a aguas abiertas.
Bueno para todos. ¿Trabajas hoy?
—Alguien tiene que alimentar a los zombis corporativos.
—¿Repartiendo pedidos en el Distrito Financiero?
Asiento mientras rebusco en los armarios un paquete de Pop-Tarts. Cuando
encuentro el último paquete de cerezas, lo abro y devoro medio pastelito de un bocado. 22
—Los trajeados dan las mejores propinas —digo con la boca llena de cerezas
dulces, mientras las migas empolvan la parte delantera de mi camiseta negra—. Son
idiotas, pero dejan buenas propinas.
—¿Alguien te enseñó alguna vez a no hablar con la boca llena? —pregunta Aaron,
sacudiendo la cabeza—. Eres un animal.
—Estoy bastante seguro de que fracasaste en ese trabajo.
Me sonríe. A pesar de todas nuestras burlas, mis hermanos y yo somos muy
unidos. Cuando nuestro mundo se desmoronaba por culpa de nuestros padres
desquiciados, nos teníamos el uno al otro y eso nos ayudó a salir adelante. La vida, a
pesar de que Jesse es un delincuente bocazas y Aaron se deja la piel para mantener su
empresa en números rojos, es bastante buena.
El teléfono de Aaron zumba, robando su atención una vez más. Cuando empieza
a enviar mensajes de texto rápidamente, sé que es con su nueva novia, Tabby. Tiene mi
edad y grandes problemas con su padre. No tengo ni idea de por qué mi hermano no
puede encontrar una chica normal con la que salir. Al final todas resultan psicóticas.
—Ustedes se pelean más de lo que se llevan bien —señalo encogiéndome de
hombros—. Podría ser el momento de cortar esta soga también. Tal vez dejar de
encontrar chicas en la escuela de Jesse.
Resopla.
—Tiene diecinueve años y está en la universidad, imbécil. Déjala en paz.
—Y tú estás rozando los treinta, viejo. En serio, rompe con ella de una vez.
—Lo intenté la semana pasada —murmura—, pero se puso a llorar. Sabes que no
puedo con las lágrimas.
—Te hace sentir miserable. Déjame adivinar, está enfadada porque no quieres
volver a comer con ella.
Aaron me mira boquiabierto.
—¿Cómo lo sabes?
—Es egoísta y exigente. Sólo sería la decimoquinta vez que se enfada contigo por
lo mismo. —Me encojo de hombros como si fuera algo sabido—. Quizá podría
acompañarte. Ayudar a Jesse.
Los dos nos reímos al pensarlo. Tabby tiene extensiones de pestañas y acrílicos.
Es chocante que salga con un capitán de pesca, pero que pise su barco o se acerque a
un pescado eviscerado es una imagen mental cómica.
—¿Qué pasa con Jesse? —Jesse pregunta, acercándose a la caja vacía de Pop-
Tart—. Hombre. Te comiste el último Pop-Tart de cereza. —Va por la última mitad de la
tart, pero me la meto en la boca antes de que pueda agarrarla.
—Tabby va a ser tu niñera hoy —me burlo, mordisqueando mis palabras—. Vas a 23
tener que asegurarte de que tenga buena iluminación para sus historias de Instagram. El
Angler-traz se va a hacer viral.
Jesse se gira hacia Aaron.
—¿Tabby va a ir? De ninguna manera. No voy a subir a ese barco con ella. ¡Se
quejará todo el tiempo!
—Ambos se llevarán de maravilla —digo—. Dos guisantes en una vaina.
Esta vez los dos hermanos me gruñeron.
—Tabby no va —resopla Aaron—. Tyler está de mal humor esta mañana, así que
tendrás que ignorarlo. ¿Estás casi listo, Jess?
Jesse elige otra caja de Pop-Tarts y se decanta por las de fresa, a pesar de que a
nadie en casa le gusta tanto el sabor a fresa.
—Listo como nunca estaré para el trabajo infantil forzado.
Sonrío a mis hermanos cuando la electricidad parpadea un instante. Aaron frunce
el ceño y yo vuelvo a sentir esa sensación de inquietud en el estómago. La tart se me
agria en el estómago, amenazando con reaparecer.
—Seguro que hay una vacante en la guardería de Tabby —bromeo en lugar de
abordar la preocupación que me asalta—. Tengo entregas en ese edificio todo el tiempo.
Podrías montarte en el manillar como cuando éramos pequeños.
Jesse se burla.
—Al diablo con eso. Prefiero salir con el ruidoso Wayne cualquier día de la semana
que con Tabby.
—No es tan mala —dice Aaron exasperado.
—Tampoco es tan buena —decimos Jesse y yo al mismo tiempo.
Todos nos partimos de risa. Incluso con la facilidad de Jesse para meterse en
problemas, mi incapacidad para encontrar algo decente que hacer con mi vida, o el
magnetismo de Aaron hacia las chicas quejumbrosas, no cambiaría nada. Mis hermanos
son todo mi mundo, aunque sean muy molestos.
—Si hoy haces alguna entrega cerca de Tabby, llévale un café helado de esa
tienda de moda que tanto le gusta como ofrenda de paz de mi parte. Te deberé una —
dice Aaron—. No pido mucho, Ty. Esto me la quitará de encima por un tiempo.
Por mucho que me disguste esa mujer, haría cualquier cosa por mi hermano. Tiene
razón. Nunca pide nada. Lo único que le importa es que estemos juntos, felices, con Pop-
Tarts en la barriga y un techo sobre nuestras cabezas. Puedo hacerle un favor, incluso si
eso significa ser su chico de los recados.
Mi teléfono suena para avisarme que se acerca la hora de comer. La sensación de
desasosiego que sentía en el pecho disminuye a medida que me anticipo a la jornada
24
laboral que me espera. Puede que no sea el mejor trabajo del mundo, pero tengo toda la
vida para averiguar qué quiero hacer.
Siempre hay un mañana.
No es que el mundo vaya a acabarse antes.
Recojo la mochila que me acompaña a todas partes y le hago un saludo simulado
a Aaron.
—Sus deseos son órdenes, capitán. Espero más Pop-Tarts de cereza a cambio de
mi encuentro con el diablo pelirrojo de la guardería.
—Tendrás tus Pop-Tarts de cereza, mocoso. Ahora sal de aquí antes de que
decida arrastrarte al mar con nosotros.
Pase difícil.
En ese momento, tomo la bici que está junto a la puerta y saludo a mis hermanos.
—Diviértanse hoy.
—Traeré la cena más tarde —me dice Aaron—. Nos vemos esta noche.
—¡Adiós, perdedor! —Jesse grita.
Me río y salgo en bici, ansioso por hacer ejercicio y, con suerte, por unos buenos
consejos. Algún día encontraré un trabajo bien pagado para que Aaron no tenga que
trabajar tanto. Demonios, quizá incluso me plantee hacer algún curso universitario o algo
así.
Mañana.
Siempre hay un mañana.
CAPÍTULO TRES
Kellen
Se oyen voces por el pasillo que me sacan de mi trabajo. El tiempo ha pasado
rápido y borroso mientras limpiaba mi bandeja de entrada y es casi mediodía. Entre
correo y correo, he conseguido hacer mi pedido de comida, pero aún no ha llegado treinta
minutos después, a pesar de los quince minutos prometidos.
Debería haberle dicho a Frannie que me trajera algo de la pescadería. 25
Un trueno retumba a lo lejos y me alegro en secreto de no haberme imaginado
antes nubes de tormenta. Cuando me vuelvo hacia las ventanas, el cielo se ha oscurecido
sobre la bahía y las nubes se agitan de forma ominosa.
Estupendo. Mi sándwich no sólo va a estar frío, sino también mojado.
Intento cancelar el pedido, pero el sistema indica que la entrega está en curso.
Estoy a punto de ponerme en contacto con el servicio de atención al cliente cuando mi
teléfono emite un pitido con una alerta meteorológica local.
Se espera tiempo severo para la 1PM. Tormentas con relámpagos y
vientos moderados. Aviso de viento en efecto hasta las 7PM con ráfagas de
55-63 kmph. ¡Mantente a salvo, San Francisco!
Como para puntualizar la alerta, el viento silba afuera de mis ventanas. No es la
primera tormenta que azota la bahía y, desde luego, no será la última. Entonces, ¿por qué
no puedo librarme de esta extraña sensación de inquietud? Ya no estoy convencido de
que sea el café.
Abandono mi posición junto a la ventana y vuelvo a encender la televisión. Ya no
es el programa matinal ni los programas diarios que suelen emitirse a esta hora. Han
interrumpido con verdaderos informativos que informan en directo desde Seattle.
—Como pueden ver por la escasa iluminación aquí en la emisora, estamos sin
electricidad tras ese importante terremoto y dependemos de nuestros generadores para
llevarles las noticias. En este momento, no estamos seguros de la magnitud de los daños.
Están llegando llamadas de todas partes sobre la Sapace Needle que al parecer se ha
derrumbado. Por supuesto, seguiremos esta noticia a medida que se desarrolle.
Saco mi teléfono de la chaqueta de mi traje y busco en Internet
—Space Needle Colapso. —Ya hay varios vídeos colgados. Al hacer clic en uno
de ellos, veo cómo alguien que camina cerca filma el temblor del suelo y comenta el
terremoto, pero luego empieza a gritar. La cámara rebota por todas partes mientras
gritan—: ¡Se va a caer! Mierda, se va a caer. —La vista sube en picada hasta la Space
Needle. Efectivamente, se oye un sonido ensordecedor mientras empieza a
desmoronarse como si estuviera hecha de Legos.
Mi estómago refunfuña. Abandono el vídeo para estar pendiente de mi comida.
Está más cerca de mi edificio, pero aún no he llegado.
—Los terremotos ocurren todo el tiempo —dice uno de los reporteros de la
televisión—, y por desgracia, a veces los daños son importantes. Les pedimos
encarecidamente que no cunda el pánico. Dejen que los socorristas hagan su trabajo.
Para estar seguros, permanezcan en casa.
Pum.
Dirijo la cabeza hacia las ventanas y frunzo el ceño al no ver nada. ¿Se habrá
levantado ya tanto viento como para que vuelen escombros por aquí arriba? 26
Pum.
No son escombros. Un pájaro. Otro pájaro. Este deja una mancha de sangre.
—¿Qué demonios? —murmuro.
Pum.
Pum, pum, pum.
Pum, pum, pum, pum, pum.
Uno tras otro, pájaros de diferentes tamaños y formas chocan contra mis ventanas.
Y luego silencio.
Empiezan a pitarme los oídos y luego se acumula una incómoda presión en los
conductos. Abro la boca y muevo la mandíbula para intentar que los oídos me piten.
Siento un dolor agudo detrás de los ojos, como el principio de una fuerte migraña sinusal.
—Frannie —grito, pellizcándome el puente de la nariz.
Entra en mi despacho con las palmas de las manos sobre las orejas.
—¿Sientes eso?
—Está cayendo una tormenta —digo, señalando las malditas ventanas—.
Probablemente es la presión de eso. Una docena de pájaros acaban de golpear mis
ventanas.
Sus redondas mejillas siempre sonrosadas por el exceso de rubor palidecen ante
mis palabras.
—Ron llamó hace un rato y me dijo que fuera a casa. Se está preocupando por
nada, ¿verdad, Kellen?
—Por supuesto —digo rápidamente, aunque no creo del todo mis palabras—. Es
sólo una tormenta y pasará.
—¿Y Seattle?
—Los terremotos ocurren todo el tiempo —digo, repitiendo como un loro la noticia
de antes—. Es una pena, pero no es raro.
Asiente, pero no pierde el ceño fruncido.
—También se habla de una inminente erupción volcánica en Yellowstone. Si
estalla, va a ser horrible para esa gente.
—Todo irá bien. No te dejes llevar por las noticias. Tienen fama de relacionar todo
lo que pueden con el asteroide del 73.
—No te preocupes, cariño, no voy a convertirme en un maníaca lunar. —Se ríe,
aunque suena forzado—. Le dije a Ron que con los vientos que se espera que recibamos,
probablemente sea más seguro para mí quedarme en el trabajo que estar afuera en él.
¿No estás de acuerdo? 27
—Absolutamente.
Estoy de acuerdo por razones puramente egoístas. No podría soportar perder a
Frannie atropellada por un moonie demasiado excitado. Casi puedo apostar los zapatos
de mis pies a que Ron le encontraría sentido a ese argumento.
—Luces cansado —dice Frannie, acercándose a mí, con los ojos arrugados por la
preocupación—. ¿Ya comiste?
Mi estómago gruñe audiblemente la respuesta.
Se ríe entre dientes y sacude la cabeza.
—Mira, si hubieras sido valiente, podrías haber comido los mejores camarones
fritos que he probado nunca.
—Mi comida llegará pronto. Estaré bien con mis albóndigas, muchas gracias.
El teléfono de su mesa suena con fuerza. Se excusa con una sonrisa tensa y se
apresura a contestar. Voy a comprobar de nuevo en la aplicación el progreso de mi
sustituto cuando me distrae otro mensaje de alerta.

Un enorme socavón devasta el centro de Cincinnati, Ohio.

A Kyle no le va a gustar eso.


La pausa publicitaria parece extrañamente fuera de lugar en la televisión
considerando los fenómenos meteorológicos y desastres naturales que están ocurriendo
en todo el país. Me gustaría pensar que el socavón de Ohio es un poco más importante
que una píldora contra la disfunción eréctil. Paso a otra emisora que está en el lugar, una
reportera frenética hace señas hacia la destrucción del socavón. Intenta ocultar el pánico
en su voz, pero sus ojos brillan de miedo.
¿Qué demonios está pasando?
¿Se ha decidido por fin la Luna a desatar la furia que se nos viene prometiendo
desde hace medio siglo?
Y lo más importante, ¿dónde está mi maldito bocadillo?
Necesito distraerme y decido llamar a mi hermano. No estamos muy unidos y eso
es culpa mía, pero no por ello estoy menos preocupado por él. Pulso su contacto en el
teléfono y espero a que se conecte.
Suena y suena hasta que me mandan al buzón de voz.
Estupendo.
¿Ha cambiado de número? ¿Está filtrando mis llamadas? O, peor aún, ¿está
pasando algo en el sur de Texas que yo desconozco? Se me revuelven las entrañas y
doy gracias por no haber comido nada todavía. Considero la posibilidad de llamar a papá.
28
La idea desaparece al instante. Ni siquiera el fin del mundo es suficiente para que vuelva
a hablar con él.
Está bien. Knox está bien. Todo está bien.
Siempre fuiste bueno mintiéndote a ti mismo, Kellen.
Las luces parpadean varias veces, pero permanecen encendidas. Tiro el teléfono
sobre la mesa y me acerco a las ventanas. La lluvia ha empezado a caer sobre los
cristales, arrastrando los restos de sangre de los pájaros. Con el cielo cada vez más
oscuro y el aumento de la velocidad del viento, la bahía se agita violentamente, como el
café que queda en mi estómago.
Gimo cuando otra ráfaga de presión me hace sentir como si me fueran a estallar
los tímpanos. ¿Qué demonios está pasando?
Afuera, las nubes se agitan y bajan cada vez más hasta que parecen tragarse la
bahía por completo. A diferencia de la niebla habitual, estas nubes retumban con truenos
y relámpagos. Nunca había visto nada igual.
Rugido.
Este estruendo procede de mi interior y no del exterior. A mi estómago no le
impresiona la magnífica vista. Juro por Dios que, si tengo que bajar una planta y comer
de una máquina expendedora de la sala de descanso de la empresa porque mi bocadillo
está secuestrado, voy a perder la cabeza.
Me siento como si estuviera atrapado en un bucle constante e interminable de
querer llamar a Knox y a papá una y otra vez pero apenas me contengo, maravillándome
por la terrible tormenta que azota el exterior y comprobando las noticias por si hay
novedades.
Y, aun así, todavía no hay sándwich.
Este es el viernes más lunes de la historia.
CAPÍTULO CUATRO
Tyler
¿Por qué de repente la gente tiene hambre cuando cree que el mundo se acaba?
No me quejo. Estoy muy ocupado y las propinas son geniales.
Pero me preocupa que mis hermanos estén mar adentro. Y siguen ahí fuera
porque puedo ver su ubicación, dos círculos morados parpadeantes lejos de la ciudad y
la bahía. 29
Aaron es un buen capitán. No sería la primera vez que se ve envuelto en una
tormenta, nada menos que con un barco lleno de clientes. Navegará la tormenta como
siempre lo ha hecho.
Sin embargo, no puedo deshacerme de esa sensación que me corroe las entrañas.
Me corroe el estómago mientras espero a que la mujer que tengo delante decida cuál de
los cafés cargados de azúcar es el más saludable. Finalmente, toma una decisión y puedo
pedir la bebida de Tabby.
Mientras espero a que le preparen la bebida, oigo por casualidad a dos tipos
trajeados hablar de un socavón en Ohio.
—Es mucho —dice el mayor de los dos—. Mi mujer está lista para ir a Tahoe.
—¿Cree que esto es el fin? —pregunta el otro tipo, dando un sorbo a su café—.
Maldita sea, han añadido más de dos cucharadas de avellana. No puedo beber esto.
El hombre mayor se ríe.
—Haz que lo rehagan, Bart. Podría ser el último en un futuro próximo.
Sus burlas relajan mis nervios. Si estos tipos, a todas luces hombres de negocios
de éxito, están más preocupados por su pedido de café que por los fuertes vientos que
silban entre los edificios, supongo que debería seguir su ejemplo.
No soy como mamá y papá.
La bilis me sube por la garganta, pero me la trago. Mis padres relacionaban cada
gota de lluvia con la inminente desaparición de la luna. Una vez, durante una temporada
especialmente tormentosa, nos obligaron a Jesse y a mí a permanecer en la bañera con
cascos. Incluso nos mantuvieron enterrados bajo los cojines del sofá. Hacía calor y era
incómodo. Si mencionábamos siquiera salir del baño, nos daban una paliza.
No recuerdo dónde estaba Aaron durante ese tiempo. Probablemente
escondiéndose en casa de una amiga todo lo posible para escapar del control
sobreprotector de nuestros padres.
—Tyler —dice el camarero, tendiéndome un café helado.
Tomo el café y salgo a la calle, donde tengo la bicicleta apoyada en un parquímetro.
Mi próxima entrega es en el mismo edificio que la guardería de Tabby. Con suerte, el
rápido desvío para tomar su café no contará demasiado en mi contra y en contra de mi
propina. A partir de aquí, todo es cuesta abajo -literalmente- y recuperaré tiempo en el
trayecto hasta su edificio.
El viento azota casi dolorosamente mi cara mientras guardo su café en la bolsa de
comida que mantengo sujeta a la parte delantera de mi bicicleta. El bocadillo que había
comprado en Evan's Sub Shop sigue caliente en su envoltorio, bien envuelto en el fondo.
30
Me subo a la bici y salgo por la acera, feliz de que el camino esté más despejado
que de costumbre. La inminente tormenta y los vientos más fuertes de lo habitual tienen
a la gente escondida en sus edificios, lo que facilita enormemente mi trabajo.
El viento empuja contra mi frente, haciendo que casi pierda la gorra de béisbol. Le
doy la vuelta y sigo pedaleando, agradecido por la ruta cuesta abajo. Una gota de lluvia
me cae en la punta de la nariz. Otra me salpica el antebrazo.
Estupendo.
Está a punto de diluviar.
Me acerco a la intersección que precede al edificio de mi destino cuando un auto
chilla delante de mí a pesar de mi señal de que es seguro cruzar. Entonces me doy cuenta
de que el semáforo está en rojo. Los autos empiezan a tocarse el claxon, todos confusos
y agitados por ver quién es el siguiente. Espero a que duden y atravieso la carretera a
toda velocidad.
La lluvia no deja de caer, empapa mi camiseta negra y me hace desear haber
pensado en llevar una rompevientos. Consigo encontrar un toldo que azota furiosamente
pero que me protege de la lluvia y estaciono allí la bicicleta. Como esto puede llevarme
un rato, encadeno la bici a una barandilla delante del edificio antes de sacar rápidamente
la mochila de su percha en la parte delantera de la bici. Con cuidado de no derramar el
café, me meto la bolsa bajo el brazo y entro trotando.
La guardería en la que trabaja Tabby es de gama alta y parece cara. Aquí no hay
niños mocosos. La mayoría de los niños están tan arreglados como los padres que están
a su alrededor, listos para recogerlos.
Espera.
No está cerca de cinco.
—...Leon dice que tenemos que ir al este para quedarnos con sus padres —le dice
una guapa morena a una rubia muy embarazada—. ¿Pero Nebraska? ¿En serio? No
puedo quedarme con mis suegros más que unos días durante las vacaciones. Está
hablando de hacer las maletas y mudarse. Mataré a Ramona si vuelve a intentar que los
niños coman hamburguesas.
La embarazada frunce el ceño, compadecida.
—¿Ella no sabe que estás sin carne?
—Lo sabe —resopla la morena—, pero cree que es una fase. Y no me hagas hablar
de las milicias redneck 4 que se hacen presentes donde viven.
—¿Por qué tendrías que mudarte allí? —pregunto, incapaz de no interrumpir.
Las dos mujeres se vuelven hacia mí y me miran con desconfianza. La morena me
mira con desprecio antes de ignorar por completo mi pregunta, dándome la espalda.
Quiero preguntar más sobre las milicias y la posible mudanza, pero está claro por sus
miradas condescendientes que es una conversación AB y quieren que me salga con C. 31
—Tal vez Leon no esté muy lejos de sacarnos de esta ciudad. Se está cayendo a
pedazos. Gente entrometida por todas partes. —Me mira por encima del hombro,
abrazando su bolso más cerca de su cuerpo—. Lo siento, pero ¿tienen hijos aquí?
—Repartidor —refunfuño—. Lo siento. Pensaba que estaban hablando del tiempo.
La mujer me mira con desprecio antes de decirle en voz no muy baja a su amiga:
—Cuando la ciudad echó a los sintecho de una vez por todas, pensé que habíamos
dado un giro a mejor. Parece que hay algunos un peldaño por encima que deberían
haberse ido con ellos.
—Pero entonces, ¿quién nos traería nuestros Starbies? —dice la otra mujer con
una risita, mirando mi mochila con desdén.
Me salgo de la fila, ya que está tardando una eternidad y no me gusta que me
hablen con desprecio, y asomo la cabeza por la puerta para buscar a Tabby. Lleva el
cabello carmesí recogido en un moño desordenado, un niño llorón en una cadera y
escribe un mensaje de texto con sus largas garras en la otra mano.
—Tabs —ladro por encima del caos de niños llorando y madres perras a mi
alrededor.
Levanta la vista y hace una mueca al verme. Yo también me alegro de verte. Con
los labios fruncidos, deja al niño llorando en el suelo y se acerca a mí.
—¿Qué? —suelta—. ¿Mi novio te envió con una ofrenda de paz por ignorarme?
—Está trabajando —muerdo, incapaz de evitar sentirme a la defensiva por mi
hermano.

4
Milicias Redneck: Grupo de activistas de extrema izquierda y de la clase trabajadora que
promueve la justicia social y protege a las minorías.
Pone los ojos en blanco y sus pestañas ridículamente largas se agitan ante el
movimiento.
—¿Y bien?
Dejo la mochila en el suelo y abro la cremallera, agradecido al ver que el café sigue
a buen recaudo en el portavasos. Lo saco y se lo ofrezco, esperando alguna muestra de
gratitud.
—¿Qué? —gruñe—. ¿Se supone que tengo que darte las gracias?
Perra.
Tabby Holmes va camino de convertirse en la bruja no carnívora con la que había
tenido el placer de hablar momentos antes. Que me parta un rayo si dejo que mi hermano
siga saliendo con ella.
—Aaron me envió a romper contigo. Aparentemente, no puede soportar cuando
32
lloras. No es él, eres tú. —Le enseño una sonrisa malvada—. Oh, espera, tal vez me
equivoqué en la redacción.
Se burla de mí.
—Eres un imbécil, Ty.
—Se necesita uno para conocer a otro, Tabs. Adiós para siempre.
No espero a ver si me grita o no, sino que cierro la cremallera de la bolsa para
mantener caliente el bocadillo y me lo vuelvo a meter bajo el brazo. Paso junto a la morena
que ha conseguido reunir a sus tres hijos pequeños -todos ellos, al parecer, conejos que
comen lechuga- y me pregunto cómo será para ellos. Por lo que parece, su madre es una
madre helicóptero, pero eso tiene que ser mejor que ser una maniática de la luna como
lo eran los míos.
Mientras me escabullo entre la gente que se reúne en una fila desordenada para
recoger a sus hijos temprano de la guardería, intento imaginar una vida en la que
tuviéramos padres normales que se preocuparan por el consumo de carne y no por cada
gota de lluvia o nube de tormenta. ¿Es realmente diferente para esos tres niños de lo que
fue para nosotros?
Mi mente da un giro oscuro, imaginando a la morena perdiendo la cabeza porque
su suegra les da una hamburguesa con queso a sus hijos y luego ella llevando a cabo un
asesinato/suicidio como con mis propios padres.
No.
Difícil de imaginar.
Mis padres siguen ganando en la categoría de locos.
Me lanzo hacia uno de los ascensores, pulso el botón de la planta superior y me
escabullo hasta la parte trasera de la jaula metálica. Varios tipos suben detrás de mí. Uno
de ellos mira mi gastada mochila con recelo, como si llevara armas con las que pienso
robarle su estúpida corbata, que probablemente cuesta más de lo que ganaré en todo el
día. Menos mal que aquí las propinas son muy buenas, porque tengo que aguantar
muchas miradas condescendientes que me ponen de los nervios.
Se abren las puertas de la sexta planta y entra una mujer mayor con su chihuahua
negro abrazado al pecho.
¡Guau! ¡Guau-guau-guau!
El perro sigue gritándonos a todos por existir siquiera. Me acerco para acariciarlo
y aúlla. Es un mierdecilla simpático y molesto. La mujer me ve y se aleja de mí, mirándome
con el ceño fruncido.
Lo que sea.
Suspiro pesadamente y opto por comprobar mi teléfono por millonésima vez, ya
que aparentemente este será el viaje en ascensor más largo de mi vida. Mi teléfono 33
muestra cero barras. Qué maravilla. Me lo vuelvo a meter en el bolsillo y miro los números
del panel mientras subimos lentamente. Perdemos y ganamos gente varias veces
mientras subimos. La mujer y su perro desaparecieron hace varios pisos. Sólo faltan dos
pisos.
La última de las personas del ascensor sale cuando se abren las puertas y entran
tres personas más. Un hombre, más o menos de la edad de Aaron, vestido de traje, una
mujer mayor con un moño de cabello blanco y un cárdigan amarillo, y un tipo más joven,
de aspecto friki, con gafas de montura gruesa y que lleva tirantes.
—Te escucha más —le dice el trajeado a la mujer—. Yo sólo soy el que se queja.
Se ríe entre dientes.
—No eres una quejumbroso. Tu trabajo es importante y necesitas ayuda de
calidad. Pronto encontraremos a la persona adecuada.
La corriente parpadea al cerrarse las puertas. Considero la posibilidad de pulsar
el botón para que me dejen salir y poder subir corriendo el último tramo de las escaleras,
pero vacilo lo suficiente para que nos pongamos en marcha.
Y entonces la energía vuelve a parpadear, esta vez, sumiéndonos en la oscuridad
durante varios largos segundos. Contengo la respiración, esperando a que vuelva la
electricidad. Con un débil parpadeo, lo hace. Junto con él llega el sonido de un zumbido
bajo dentro del ascensor.
El trajeado se acerca y pulsa el botón del piso superior. Una y otra vez, como si la
insistencia fuera a funcionar. Nada.
—Está atascado —dice exasperado—. ¿Qué demonios?
—Tal vez dure sólo un minuto —dice la mujer, con voz insegura.
—Podríamos pedir ayuda —ofrece el friki.
El traje le lanza una mirada fulminante que hace que el friki se marchite.
—No me digas, Sherlock.
—Kyle —amonesta la mujer—. No oí eso.
Kyle le dedica una sonrisa lobuna.
—¿Oír qué? Sabes que soy tu favorito, Barb.
—Discúlpate con Brian —ordena Barb—. Sólo intenta ser útil.
Kyle sonríe a Brian.
—Lo siento, amiguito.
Idiotas.
Ignorando a los tres, paso por delante de ellos y pulso el botón de ayuda. Suena
un trino y me responde una voz grave.
—Estamos atascados —le dice Kyle al operador—. Envíe a alguien para que nos
34
saque.
—Todos los ascensores del edificio han dejado de moverse —dice el operario en
tono aburrido—. Tenemos a mantenimiento en camino. Por favor, permanezcan ahí hasta
que volvamos a ponerlos en marcha.
—¿Permanecer aquí? —Kyle refunfuña—. Como si tuviéramos elección.
—¿Cuánto tiempo más? —pregunto, ya irritado por estar atrapado aquí con este
imbécil.
El operador parlotea diciendo que tarda entre quince minutos y unas horas.
Increíble.
Ahí va mi maldita propina.
CAPÍTULO CINCO
Kellen
Esto es ridículo.
He esperado más de una hora desde que la aplicación mostró mi sándwich en el
maldito edificio. ¿Qué podría estar haciendo este idiota? ¿Entregando bocadillos en cada
piso hasta llegar al último? Sinceramente, reto al incompetente repartidor a que aparezca
en este momento. Atrévete. No sólo no va a recibir propina, sino que también van a recibir
una crítica desagradable. Increíble.
35
—Kellen —dice Frannie, asomando la cabeza en mi despacho—. Ha llegado tu
comida. Además, Barb quiere saber si puede tener un minuto de tu tiempo.
Barb es de recursos humanos. ¿Qué necesita de mí?
Mi ya terrible humor se agria aún más. Kyle. No debería sorprenderme. Le dije que
involucrara a Recursos Humanos si necesitaba un nuevo asistente, pero no pensé que
fuera tan rápido en querer seguir adelante. La irritación por esta mierda de día hace
tiempo que se ha convertido en algo que roza la ira. Lo primero es lo primero.
—La veré en un minuto. Que pase el repartidor, por favor.
Frannie frunce el ceño, pero asiente antes de alejarse. Giro la cabeza sobre los
hombros, intentando liberar la tensión de los músculos del cuello. Me duele la cabeza
desde el extraño cambio de presión de antes y no se me ha pasado. Probablemente
tampoco ayuda el hecho de que me muera de hambre.
Un chico de no más de dieciocho o diecinueve años entra en mi despacho como
si no le importara nada. Lleva la gorra de béisbol hacia atrás y está sudando. No me
saluda con una sonrisa cortés ni me pide disculpas por la espera. No, el mierdecilla
empieza a abrir la cremallera de su mochila como si fuera a comerme ese bocadillo que
probablemente ya esté helado.
—Voy a detenerte ahí mismo —gruño, incapaz de contener mi ira—. Puedes
quedarte con tu sándwich de mierda.
El chico se detiene a mitad de la cremallera y dirige su atención a mi cara.
—¿Qué?
Cruzo los brazos sobre el pecho y le clavo una mirada furiosa de la que mi malvado
padre estaría orgulloso.
—Ya me has oído. No voy a aceptar el maldito bocadillo.
—Tú lo pediste —dice apretando los dientes.
Las bolas de este tipo.
—Lo hice —acepto en tono cortante—. Hace casi dos horas.
—No fue culpa mía —me responde—. Estuve atrapado en el ascensor de tu
edificio.
Me vuelven a doler los oídos a medida que aumenta la presión. Me froto las sienes
en un intento de calmar las punzadas.
—Vete. Llévate ese bocadillo frío.
Jadea y espero su respuesta. Pero cuando levanto la vista, ya no me mira con el
ceño fruncido, sino que mira por la ventana. Me giro para ver qué le llama la atención.
Las nubes bajas, oscuras y ominosas de la tormenta se retiran. 36
Pero eso no es lo extraño.
El pavor me retuerce el estómago y la bilis me sube por la garganta. Ya no me
molesta mi bocadillo porque algo malo está pasando.
—¿Qué pasa con el agua? —pregunta el chico, con confusión en el tono.
Me acerco a la ventana, intentando comprender lo que estoy viendo. En toda la
década que llevo aquí, nunca había visto nada igual. El agua está... desapareciendo.
En otra parte de mi planta oigo un parloteo nervioso, así que sé que los demás
también lo ven. La bahía se está retirando con bastante rapidez, como si alguien hubiera
tirado del enchufe y todo se estuviera vaciando.
No soy capaz de responder a la pregunta del chico ni de sacar el teléfono para
buscar información meteorológica actualizada. Estoy paralizado por la inusual
desaparición de la bahía. Por cada centímetro que se retiran las nubes de tormenta,
parece que se llevan el agua con ellas. Y debido a este extraño suceso, no podemos ver
más allá de las nubes de tormenta para saber qué está haciendo exactamente el agua.
Pero no puede ser nada tan malo, ¿verdad?
San Francisco ha sido elegida la ciudad más segura del mundo durante los tres
últimos años consecutivos.
La presión en mis oídos aumenta y gimo, cubriéndome los lados de la cabeza con
las palmas de las manos. Me doy cuenta de que el chico murmura algo, pero no consigo
entender lo que dice. Lo único que puedo hacer es mirar fijamente.
Los barcos, antaño atracados en los numerosos muelles visibles, están asentados
sobre el fondo rocoso, inclinados y chocando unos contra otros. El puente de la bahía de
San Francisco-Oakland parece fuera de lugar ahora que no hay agua bajo él.
Bajo mis pies se siente una baja vibración que sube zumbando por mi cuerpo hasta
llegar a mis dientes. Toda la oficina parece traquetear en silencio, claramente los
estruendos se sienten por todas partes. Soy vagamente consciente de que el chico
maldice mientras intenta llamar a alguien por teléfono. Yo estoy demasiado paralizado
para intentar llamar a alguien.
Las luces del edificio parpadean, no es la primera vez hoy, pero siguen encendidas.
Suelto un fuerte suspiro mientras otra insoportable ráfaga de presión asalta mis oídos.
El viento silba y los enormes cristales se tambalean ligeramente. Los pájaros
vuelan esta vez lejos del edificio, siendo zarandeados mientras intentan escapar. Algunos
se estrellan contra el edificio de enfrente, esta vez contra su propia voluntad, y mueren al
instante.
—¿Qué demonios? —exclama el chico ante el espectáculo de las aves.
Ya no me interesan los pájaros. Lo que más me preocupa es la bahía vacía. Dónde
está el agua y, lo que es más importante, ¿cuándo volverá? 37
Las vibraciones aumentan y ya no se siente como un zumbido. Me tiemblan las
piernas. Un movimiento me llama la atención. El puente de la bahía de San Francisco-
Oakland se balancea y rebota ligeramente. Odiaría estar en ese puente ahora mismo.
Aunque, estando aquí arriba, ver la bahía desvanecerse ante mis ojos no es mucho
mejor.
Los truenos retumban a lo lejos y el cielo se ilumina con una telaraña de luz
eléctrica. Las nubes son casi negras y pintan el horizonte con una fatalidad inminente.
Me siento como si debiera hacer algo, pero no tengo fuerzas para mover los pies.
Me quedo inmóvil, mirando cómo se desarrolla este extraño horror. El chico, como yo,
está boquiabierto, como si no pudiera creer lo que ve.
—Están ahí afuera —ahoga el chico, con la palma de la mano golpeando el cristal—
. Mi familia está ahí afuera.
La lástima sustituye a la rabia que sentía antes.
—Seguro que están bien.
Mentiras.
Nada de esto está bien.
Algo terrible está ocurriendo. Puedo sentirlo en lo más profundo de mis huesos y
en el palpitar de mis oídos.
La bahía ha desaparecido.
Se ha ido.
Otro estruendo recorre el edificio, haciéndome tambalear. La silla de mi escritorio
rueda y choca contra un aparador cerca de las ventanas.
El fuerte ruido de un helicóptero rompe el inquietante estruendo y vuela
peligrosamente bajo, justo por encima de los edificios, hacia la bahía vacía. Entonces me
doy cuenta de que, como los pájaros, no tiene control. El viento lo lleva hacia las enormes
y furiosas nubes de tormenta en la distancia. Y, como en una película de acción con una
gran imagen generada por computadora, es absorbido por el oscuro vacío.
Por un momento, mi mente da vueltas en busca de respuestas. La opción obvia es
que estamos experimentando uno de los extraños fenómenos meteorológicos que se
producen en todo el mundo. Sin embargo, como siempre he sido fan de King y Koontz,
no puedo evitar preguntarme si se trata de extraterrestres, de algún monstruo marino o
de un producto de mi jodida imaginación.
Monstruos o alienígenas serían una respuesta fácil y algo contra lo que luchar.
La Madre Naturaleza es imparable y no es precisamente justa cuando entra en
guerra.
No hay forma de parar esto, sea lo que sea. 38
Las nubes negras comienzan a levantarse y disiparse, convirtiéndose en un
brillante tono azul oscuro.
¿Se está debilitando la tormenta? ¿Va a devolvernos nuestra bahía?
Es entonces cuando me doy cuenta de que las nubes no son azul oscuro.
Las nubes se han ido.
No, el azul desde el horizonte hasta donde alcanza la vista, es un muro gigante.
Una pared gigante de agua de mierda.
Las sirenas finalmente dan la alarma, pero es demasiado tarde.
Santa Mierda.
Tsunami.
CAPÍTULO SEIS
Tyler
Vuelvo a llamar a Aaron. Por millonésima vez. Luego a Jesse.
Nada, excepto las alertas de demasiado tarde que aparecen en mi teléfono.
Esto no es un simulacro. Alerta de tsunami. Busquen terreno alto
inmediatamente.
El miedo me sube por la garganta y el pánico se apodera de mí, haciéndome 39
temblar. Mis hermanos. Mierda. Mis hermanos están ahí afuera y no tengo ni idea de qué
hacer al respecto.
Suenan sirenas por toda la ciudad.
Mi cliente -Kellen, como decía la aplicación de reparto- se ha quedado
inquietantemente callado. La ira de su frío sándwich no aparece por ninguna parte.
El suelo vuelve a retumbar, esta vez de forma audible. Me agarro a lo que tengo
más cerca -el brazo de Kellen- para no perder el equilibrio. Bajo su traje, el músculo de
su tríceps es sorprendentemente firme. Me reprendo por haberme dado cuenta de algo
así cuando el mundo parece irse al infierno.
Las luces sobre nosotros zumban y vibran, parpadeando sin parar como si
estuviéramos en una jodida fiesta apocalíptica de oficina.
—Mierda —sisea Kellen—. Mierda.
Vuelvo a centrar mi atención más allá del cristal que en lo que ocurre en su
despacho, buscando en la bahía señales de agua. Nada más que un cuenco escurrido de
rocas. Mi mirada roza las nubes de tormenta y se detiene cuando encuentro lo que busco.
El pavor se me retuerce en las entrañas mientras intento descifrar qué es lo que
estoy viendo. Es agua. Cantidades interminables de agua, subiendo, subiendo, subiendo,
subiendo. Es como si la aspiraran desde la ciudad hacia el cielo.
¿También se están llevando a mis hermanos?
¿Han zozobrado y se los ha tragado el mar?
Aprieto con fuerza el brazo de Kellen. Debe de estar tan aturdido como yo, porque
no se queja ni me empuja. Parece que ambos estamos paralizados por el terror.
Un grito atraviesa el aire más allá de su oficina, seguido de alguien que llora y otro
que grita. El tsunami está ocurriendo. Se está hinchando, creciendo y fortaleciendo. No
podemos hacer otra cosa que observar horrorizados.
—¿Qué hacemos? —balbuceo, incapaz de elevar mi voz por encima de un
susurro—. ¿Qué demonios hacemos?
Kellen se encoge de hombros, haciéndome consciente de que sigo aferrado a él
como si pudiera salvarme. Le arranco la mano del brazo con fuerza y vuelvo a quedar
atrapado por la creciente montaña de agua.
Mamá, papá... tenían razón.
Siete años demasiado pronto, pero predijiste la diezma de la vida.
La amargura me amarga la lengua. Era más fácil creer que estaban locos que
aceptar que su miedo estaba justificado. Miedo a.... esto.
Se suponía que papá nos mataría a todos. Ese era su plan. Sin embargo, en el
momento en que disparó a nuestra madre en la cabeza, la culpa fue demasiado para
soportar. No podía hacerle eso a sus hijos también, y se puso la pistola en la boca. 40
¿Están mirando desde algún lugar? ¿Del cielo? ¿Del infierno? ¿Otra realidad?
¿Están Aaron y Jesse con ellos ahora?
¿Estoy solo?
Alguien emite un sonido gutural y adolorido. Me sobresalto al darme cuenta de
que soy yo. La pena amenaza con ahogarme mucho más rápido que cualquier ola
catastrófica.
La bilis me quema el esófago. Intento tragarla, pero las náuseas aumentan. Es
entonces cuando percibo el empalagoso aroma de la salsa marinara y las albóndigas muy
condimentadas. Sin darme cuenta, cierro la cremallera de la mochila para evitar las
arcadas.
Es curioso en qué te fijas cuando tu vida pasa ante tus ojos.
Como la colonia de Kellen. Huele jodidamente caro. Hasta este momento, siempre
me pregunté cómo sería tener todo lo que siempre quise. De poder sacar una AMEX
negra y comprar lo que me diera la gana.
Mis hermanos se ahogan y yo pienso en Lamborghinis.
Me estoy volviendo loco. Estoy perdiendo la cabeza.
Otro estruendo de la tierra me hace agarrarme de nuevo a Kellen. Esta vez, no me
suelto porque prefiero aferrarme a mi maleducado cliente en los últimos segundos de mi
vida antes que morir solo.
Soy todo lo que queda.
Me pitan los oídos y entonces lo oigo.
Un rugido.
Suavemente al principio y en la distancia, en algún lugar más allá de las sirenas
ululantes.
Entonces la presión en mi cabeza aumenta a medida que el sonido crece en
intensidad. Tardo un segundo en darme cuenta de que el sonido procede del mar.
—Ya viene —sisea Kellen, gesticulando salvajemente hacia el cristal—. ¡El agua
está volviendo!
Efectivamente, la ola sigue siendo una imponente torre mientras el agua que se
encuentra bajo ella vuelve hacia la ciudad. Es como si la mayor presa del mundo se
hubiera abierto de golpe, enviando toda el agua existente hacia nosotros.
Todo lo que puedo hacer es mirar fijamente, cautivo de su ira inminente, incapaz
de pensar en otra cosa que no sea la muerte de mis hermanos.
Es imposible que hayan sobrevivido a esta... cosa.
Es exactamente eso. Una cosa. Nunca en mis dieciocho años de vida he leído o
aprendido nada sobre esto. Claro que sé lo que es un tsunami o una inundación grave. 41
Incluso recuerdo haber aprendido sobre el Arca de Noé en un vídeo de YouTube que
encontré una vez.
Nada es comparable a lo que está a punto de devorar esta ciudad de un trago.
Tsunami no se siente como una palabra lo suficientemente grande para describirlo.
Algo me hace cosquillas en la mandíbula y tardo un segundo en darme cuenta de
que es una lágrima. La pérdida de mis hermanos duele físicamente. Pronto, sin embargo,
yo también me habré ido.
Pero ¿y si lo consiguieran?
¿Y si Aaron volvió cuando sospechó que pasaba algo raro con el tiempo?
¿Y si atracaron el Angler-traz y están sentados en nuestro apartamento,
esperándome?
Suelto el brazo de Kellen y me froto la mejilla mojada. Tengo que salvarlos. Tengo
que llegar al apartamento. ¿Y qué pasa con Tabby? Aaron también querrá que la salve.
Puedo recogerla de camino.
Dando tumbos hacia atrás, intento no pensar en el agua que va a inundar la ciudad
en cualquier momento y me dirijo hacia la puerta.
—¿A dónde vas? —Kellen brama detrás de mí.
—Tengo que encontrar a mis hermanos —ahogo la voz, cruda como si me hubiera
tragado cuchillas de afeitar—. ¡Tengo que ir antes de que sea demasiado tarde!
Al instante se me echa encima, me agarra de la mochila y me impide salir de la
oficina.
»¡Suéltame! —grito, tratando de desenredarme de él—. ¡Suéltame, idiota!
—Es demasiado tarde —susurra, con voz resignada.
Me gira físicamente hacia las ventanas una vez más. El rugido de fuera es más
fuerte, pero ahora va acompañado de estruendosas sacudidas cuando el agua se abre
paso entre los muelles y los barcos de la orilla. Sin tener en cuenta el nivel del mar, el
agua salada y monstruosa avanza, arrollando edificios, autos y, probablemente, a miles
de personas.
—Mierda —siseo.
Todo el edificio tiembla mientras el agua se estrella contra varias estructuras
cercanas. Los cristales se hacen añicos, estallando una y otra vez como mini explosiones
por todas partes. Y entonces el agua consume este edificio, haciendo que todo vibre
como si estuviéramos en una violenta montaña rusa.
Tabby.
Pienso en ella y en ese niño llorando en su cadera nadando por sus vidas, 42
atrapados dentro de una guardería en el primer piso.
Nadie sobrevivirá.
Se me revuelven las entrañas y miro impotente por la ventana. Se oyen gritos por
todas partes, pero esta oficina en particular está en silencio mientras Kellen y yo vemos
cómo se desarrolla la extinción de San Francisco. El agua sigue avanzando y puedo ver
cómo se hace cada vez más profunda, sumergiendo por completo algunos edificios.
¿Cuánta agua recibiremos?
¿Estaremos seguros en lo alto de este edificio?
El agua sigue inundando por debajo de nosotros, subiendo rápidamente, pero
sorprendentemente, esa no es toda mi preocupación.
No, mi mayor temor en este momento es ese muro de agua en la distancia que se
hincha más y más cerca con cada segundo que pasa.
Lo peor está por llegar.
CAPÍTULO SIETE
Kellen
—¡Prepárense! —grito a cualquiera que me escuche.
El chico, ahora pálido y con las mejillas mojadas por las lágrimas, permanece
inmóvil. Había mencionado a sus hermanos como si pudiera ir a rescatarlos.
No puede.
Se han ido. 43
Todos, pronto, se habrán ido.
Con mi despacho medio acristalado y una ola destructiva que nos golpeará en
cuestión de segundos, tomo la rápida decisión de intentar protegernos de los cristales.
—¡Ayúdame a darle la vuelta a esto! —le digo bruscamente al chico, haciendo un
gesto salvaje hacia mi escritorio.
Se queda inmóvil mientras lo tiro todo al suelo: el laptop, las carpetas, los adornos.
Lo agarro de la parte delantera de la camiseta y tiro de él hacia mí para poder mirarlo a
los ojos.
—Escritorio. Ahora.
Obtengo un asentimiento vacilante y entonces se pone en acción. Juntos,
volcamos el escritorio. Lo empujo al suelo detrás de él, echando un último vistazo a
nuestra inminente perdición. Lentamente, me arrodillo y mantengo la cabeza por encima
del borde del escritorio para poder observar con relativa seguridad.
La ola ha perdido parte de su altura, lo que me permite ver las oscuras nubes de
tormenta por encima y más allá de ella. Pero a medida que deja de ser una torre de agua,
se convierte más en una bestia voraz que se alimenta de los edificios a su paso.
Las luces parpadean y, esta vez sí, se va la luz para siempre, sumiéndonos en una
silenciosa oscuridad. Como si la ola de un tsunami gigante no fuera suficientemente
aterradora por sí sola, ahora tenemos que enfrentarnos a ella en la oscuridad.
El edificio retumba y tiembla, lo que me hace preguntarme hasta qué punto esta
estructura de acero y hormigón puede resistir la furia de la Madre Naturaleza. Se oyen
estampidos y estruendos por todas partes, una ensordecedora cacofonía del Apocalipsis.
El agua azota el edificio, impidiéndome ver a través de las ventanas. Me recuerda
a un túnel de lavado: esperas a que limpien tu vehículo mientras te sientas a salvo dentro
para no mojarte.
El cristal se astilla formando una telaraña gigante en una de las ventanas. Y luego
otra. Y, como no puede ser más espantoso, se abre un orificio del tamaño de una moneda
de veinticinco centavos y entra agua a raudales en mi despacho. Alrededor del agujero,
las grietas se hacen más grandes y abundantes. Lo tomo como una señal para apartar la
vista. Caigo de trasero junto al chico y suelto un gemido estrangulado.
—Vamos a morir, ¿verdad? —pregunta con los ojos marrones muy abiertos.
En lugar de responder a su pregunta, lo tomo suavemente la mano, con un impulso
inusitado de ofrecerle algún tipo de consuelo -y tal vez a mí mismo-, y niego con la cabeza.
Mentiroso.
Es sólo cuestión de tiempo.
Pronto estaremos todos muertos.
—¿Cómo te llamas, chico? —exclamo, apretando su mano.
44
—T…Tyler —balbucea—. Tú eres Kellen. La aplicación me lo dijo.
Los sonidos del agua al precipitarse en mi despacho por lo que ahora parecen ser
múltiples agujeros me distraen. Se estremece y se me hiela la sangre. En lugar de dejar
que el miedo nos consuma, lo miro a los ojos.
—No te preocupes. Seguirás recibiendo tu propina —digo inexpresivo.
Parpadea varias veces y sus facciones se transforman del niño asustado al tipo
burlón que había entrado en mi despacho con mi sándwich frío cómo el trasero.
—Más vale que sea la mejor maldita propina de mi vida —dice Tyler, mostrándome
una sonrisa que se siente fuera de lugar debido a nuestra situación—. Después de todo
lo que pasé para traer….
Sus palabras se ahogan -con mala intención- cuando el agua helada pasa a nuestro
lado, sumergiéndonos hasta el pecho. Sigo tomado de su mano, pero esta vez me aferro
a ella como si mi vida dependiera de ello.
Porque es así.
La poca vida que me queda.
—¿Es un mal momento para decirte que no sé nadar? —grito, cerrando los ojos.
—¡Mierda!
Su respuesta resuena dentro de mi cabeza mientras somos barridos de la cubierta
de mi escritorio y ambos nos estrellamos contra la pared junto a mi puerta. El agua se
nos echa encima y llega hasta el techo, atrapándonos en este tanque de desesperación.
Algo duro me golpea en el costado y me desgarra partes del traje en un instante. Me
sacude, pero Tyler me sujeta con fuerza. Me aparta de los escombros.
Es demasiado tarde.
Estamos bajo el agua y vamos a morir.
Luego nos succionan en la dirección opuesta, como espuma arrastrada por un
desagüe. La idea de ser arrastrado de vuelta al mar es tan aterradora que casi me
desmayo. Mi otro lado choca contra lo que creo que es mi escritorio y luego me sacan
por la ventana.
Afuera. De. La. Maldita. Ventana.
Estoy muerto.
Un dolor agudo en el hombro me hace exhalar el poco aliento que me quedaba en
los pulmones. Mientras el agua se precipita fuera de mi despacho e intenta llevarme con
ella, me doy cuenta de que sigo agarrado a Tyler. O, mejor aún, él se aferra a mí.
El agua se retira de mi despacho con la misma rapidez con la que entró y
enseguida me doy cuenta de que estoy en el exterior de mi edificio. Cuando el agua
finalmente se escurra, será una larga caída hasta la acera. 45
Aspiro las bocanadas de aire que tanto necesito mientras intento procesar mi
situación.
El dolor me asalta desde todas las direcciones, pero ahora mismo estoy más
concentrado en permanecer dentro de mi oficina, donde el agua se va. Donde hay aire y
relativa seguridad.
—Te tengo —sisea Tyler, tirando con todas sus fuerzas—. Más vale que esta
propina sea jodidamente buena.
Lanzo una carcajada histérica. Es mejor que desmayarse de terror.
—¿Acaso el treinta por ciento no es la norma cuando alguien te trae un bocadillo
frío y ahora mojado, pero en cambio te salva la vida?
Gruñe, sin molestarse en contestar, y me arrastra de vuelta a mi despacho con un
chapoteo. Otra ola intenta sacarme de nuevo, pero él se resiste y me arrastra lejos de la
ventana. El edificio parece inclinarse. Una de las esquinas de mi despacho no está seca,
pero el agua no llega hasta las rodillas. Nos arrastra hasta la esquina, ambos tropezamos
y caemos rendidos.
Tardo sólo unos segundos en darme cuenta de que estoy medio encima de este
desconocido, jadeando como si no pudiera volver a respirar. Está temblando tan fuerte
que tengo el impulso de abrazarlo contra mí para que pare.
A pesar de estar completamente agotado por haber estado a punto de morir,
consigo incorporarme y apoyo la espalda contra la pared. Mis ojos se dirigen a las
ventanas, o donde antes estaban, y observo los daños.
Nunca en mis cuarenta años he visto nada igual.
San Francisco está completamente inundada.
Afortunadamente, la enorme ola monstruosa ha desaparecido, pero el agua sigue
corriendo alrededor del edificio, sin retroceder más allá de la parte inferior del último piso.
No oigo nada más allá de mi despacho, aparte del chorro de agua, los crujidos del
edificio y los ocasionales estruendos de la tierra. ¿Habrá perecido mi personal en el
embate de las olas?
El piso de abajo no tuvo ninguna oportunidad. Si, por alguna razón, se las
arreglaron para golpear el hueco de la escalera y subir aquí, podrían haber sobrevivido,
pero considerando la falta de voces, es dudoso.
Frannie.
Me obligo a no pensar en lo que le ha pasado. No le lloraré hasta que vea su
cuerpo. Hasta entonces, creeré que está bien. Necesito algo en lo que creer ahora mismo.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Tyler, con la voz temblorosa.
Ojalá fuera como mi padre en este momento, o incluso como Knox. Ojalá pudiera
mirar a este chico directamente a los ojos y trazar un plan para rescatarlo de esta locura. 46
Desearía un maldito barco mientras lo deseo.
Por supuesto, nada de eso se cumple.
—No lo sé —admito con un gruñido tenso, el estrés de nuestra situación finalmente
cayendo sobre mí con el peso de mil toneladas—. No lo sé, carajo.
CAPÍTULO OCHO
Tyler
Se han ido.
Es imposible que el Angler-traz sobreviviera a esa monstruosa mutación en que se
ha convertido el mar. El barco habría volcado o las olas se lo habrían tragado. Aaron es
un buen capitán, pero no es tan bueno. No es invencible.
El dolor me atraviesa el pecho y me hace un agujero donde antes estaba el 47
corazón. Mis hermanos, la única familia que tengo, han muerto y no pude hacer nada
para evitarlo.
Debería haber estado allí con ellos. Casi lo estaba. En lugar de eso, un ascensor
me mantuvo cautivo y milagrosamente me quedé atrapado discutiendo con Kellen. Si
esas cosas no hubieran pasado, es seguro que estaría flotando por la ciudad, nada más
que comida para peces.
Al menos estaría con mis hermanos.
Alguien gime en la distancia, sacándome de mi propia autocompasión. No es
Kellen. Está mirando el agua que golpea nuestros zapatos, con los ojos muy abiertos por
el terror.
—Ayuda —grita la mujer—. Que alguien me ayude, por favor.
Una vez más, espero a que Kellen, claramente el jefe de todos aquí, entre en
acción. No se inmuta. Estoy seguro de que está conmocionado. Yo sí que lo estoy.
Pero no podemos quedarnos aquí sin hacer nada.
Aaron, e incluso Jesse, no se sentarían a esperar ayuda. No, se pondrían en acción
para ayudar a la gente. En todo caso, puedo honrar a mis hermanos siendo como ellos.
—Sujétame la mochila —balbuceo, quitándomela de los hombros—. No la tires al
agua.
Mi dura instrucción hace que Kellen se sobresalte. Me mira con recelo, pero sujeta
la mochila y agarra con fuerza las correas mientras tira de ella hacia sí. Cuando estoy
seguro de que no va a perderla -tanto la mochila como su mente-, corro por la moqueta
empapada hacia la zona que creo que era la entrada.
Está bajo el agua.
Fabuloso.
Me replanteo mi decisión cuando oigo voces apagadas y más sollozos. Tengo en
cuenta la inclinación del edificio y las ventanas del despacho de Kellen. Si sólo una
esquina de su despacho está por encima del agua, significa que los demás en esta planta
no pueden tener mucho aire. Si además están heridos, puede que sólo tengan cuestión
de minutos. Tengo que ayudar.
Respiro hondo y me dejo caer en el agua fría, deslizándome por el suelo hasta
sumergirme por completo. Me escuece abrir los ojos, pero necesito ver adónde voy. El
agua está oscura y turbia, pero pronto encuentro la silueta de la puerta de su despacho.
Nado hacia ella. A un lado hay un archivador que inmoviliza la puerta.
—Kellen, ¿estás ahí?
El agua amortigua la voz, pero sin duda es femenina. Debajo de mí se oyen golpes
suaves en la puerta.
48
Mis pulmones empiezan a arder, así que empujo hacia la superficie en busca de
aire.
—Oiga, señora, ¿puede oírme? —grito a través de la pared—. Kellen y yo estamos
a salvo. ¿Cuál es su situación?
—¡Soy Frannie! Soy Frannie. Tenemos algunas bolsas de aire, pero cada vez que
una ola golpea...
Sus palabras se ahogan y entonces oigo toser al otro lado.
—Hay un archivador en la puerta —grito—. Voy a moverlo y luego abriré la puerta.
Prepárate para nadar. Voy a sacarte de ahí.
No espero respuesta y vuelvo a sumergirme en el agua. El archivador pesa mucho
ahora que está lleno de papeles y carpetas empapados, pero consigo abrirlo. Antes de
que pueda agarrar el tirador, lo abren de un empujón y entra por la puerta una mujer
mayor. La tomo del brazo y la arrastro en dirección a un lugar relativamente seguro.
Cuando salimos y ve a Kellen, se echa a llorar.
Por fin, despierta de su niebla y avanza. Agradezco ver que sigue agarrado a mi
mochila, aunque la toma de la mano y la ayuda a tumbarse junto a él.
—Hay otros, pero no sé dónde —dice, con todo el cuerpo tembloroso—. Tenemos
que ayudarlos.
Le hago un gesto cortante con la cabeza.
—Quédate aquí con Kellen. Yo iré a buscarlos.
El agua está fría, pero no es insoportable, y vuelvo a sumergirme. Esta vez
atravieso la puerta y entro en la zona de recepción. Me doy cuenta de que hay una
pequeña bolsa de aire sobre mí, así que me tomo un segundo para respirar y
reagruparme.
—¿Hay alguien ahí? —grito.
Varias voces responden a la vez, aparentemente ansiosas ante la perspectiva de
un rescate. Por desgracia para ellos, sólo estoy yo. Ni policía, ni guardacostas, ni ángeles
de la guarda. Tendrá que ser así.
Me sumerjo de nuevo bajo la superficie, apartando papeles y otros desechos de
mi camino mientras nado hacia donde creo que está la gente. Veo varias piernas pisando
el agua al otro lado del ascensor.
Al salir a la superficie, observo rápidamente a los supervivientes. Reconozco
inmediatamente al friki, al idiota y a la anciana del ascensor. También hay un hombre y
otras dos mujeres. Todos están empapados y aterrorizados, y me miran como si fuera su
salvador.
—Kellen y Frannie están en el despacho de Kellen —explico, con la respiración
entrecortada como el agua que nos rodea—. Hay una bolsa de aire entre aquí y allí. Hay
sitio para sentarse en su despacho. Síganme.
49
Sin esperar nada más, vuelvo a sumergirme tras respirar hondo. Me doy la vuelta
y me aseguro de que me siguen antes de cruzar a nado la zona de recepción. Me detengo
a aspirar más aire cerca de la puerta y oigo a varios de los que vienen detrás hacer lo
mismo antes de atravesarla nadando.
Kellen sigue abrazado a Frannie cuando vuelvo a la oficina, con la mochila sujeta
con su mano de hierro. Salgo del agua y empiezo a tirar de la gente hacia la alfombra. Al
final, todos están a salvo fuera del agua y acurrucados en el pequeño espacio que no está
bajo el agua.
—¿Hay alguien más en esta planta? —pregunto, mirando a Kellen.
Frunce el ceño y niega con la cabeza, con incertidumbre en la voz al decir:
—No lo creo.
—No —dice con firmeza una mujer rubia—. Esto es todo el mundo.
Ocho pares de ojos se posan en mí, evaluándome como si yo tuviera las respuestas
a lo que sigue. La verdad es que no tengo ni idea. Estoy tan perdido, aterrorizado y
confuso como ellos. La diferencia es que me he pasado toda la vida ocultando esos
miedos, primero con mis padres y luego en un centro de acogida. Incluso ahora, estoy
fingiendo ser adulto, esperando que nadie se dé cuenta de que soy tan despistado como
ellos.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta el idiota—. Estamos jodidos.
Kellen se eriza, pero no dice nada.
Suelto un fuerte suspiro, dándome cuenta de una vez por todas de que nadie va a
dar el paso. Tengo que ser yo.
—Sí, parece que estamos jodidos. Pero podemos sobrevivir a esto. Yo soy Tyler.
—Soy Frannie —dice Frannie—. Este de aquí es Kellen, como ya sabes. —Señala
a los demás, empezando por el friki, el idiota y la vieja del ascensor—. Brian, Kyle, Barb.
—Luego señala a un chico más o menos de la edad de Kellen, a una morena sollozante
y a la rubia de aspecto feroz—. Estos son Gerry, Elise y Hope.
—Genial —digo, asintiendo lentamente—. Necesitamos reunir provisiones.
Cualquier cosa útil. No sabemos cuándo se retirará el agua ni cuándo llegará la ayuda.
Las cosas podrían torcerse rápidamente y no queremos ser blancos fáciles.
Kyle hace una mueca.
—No es momento para juegos de palabras bonitos.
Ignorándola, me acerco a Kellen y le quito la mochila.
—Tengo un par de barritas de proteínas y una botella de agua aquí. ¿Alguien tiene
algún tentempié o botella en los cajones de su escritorio o en algún sitio al que podamos 50
llegar?
—Tengo cosas en el cajón de mi escritorio —ofrece Frannie.
—Yo también —dice Hope.
Elise, con la barbilla tambaleante, gimotea.
—¿Están... están todos los demás en el edificio muertos?
—¿Qué te parece? —Kyle gruñe—. ¡El edificio está bajo la maldita agua!
El grupo estalla en una cacofonía de refunfuños y reprimendas por la crueldad de
Kyle. Los detengo con un gesto de la mano.
—No tenemos tiempo para esto —escupo—. Frannie, Hope, vamos a ver qué
podemos encontrar. Kyle, ¿puedes nadar hasta las ventanas y ver si puedes evaluar lo
que está pasando ahí afuera. El resto de ustedes pueden mover cualquier mueble de esta
esquina para que tengamos más espacio.
—¿Quién murió y puso a este chico al mando? —pregunta Kyle, con el labio
curvado por el disgusto.
—Kyle —gruñe Kellen—. Para.
A Kyle se le enciende la nariz, pero asiente.
—Bien. Brian, tú vienes conmigo. No voy a ir solo.
Brian hace una mueca, pero asiente.
—Sí, claro, hombre.
Le devuelvo la mochila a Kellen. Al saber que llevo provisiones en ella, parece
agarrarla con más fuerza que antes. Ahora que ya tenemos nuestros deberes, Frannie,
Hope y yo volvemos al agua. Yo lidero el camino, deteniéndome en la siguiente bolsa de
aire.
—¿De quién es el escritorio más cercano? —pregunto, pero sus respuestas se
ahogan cuando el agua se hincha y nos roba la bolsa de aire. Segundos después, vuelve
a retirarse, dándonos el oxígeno que tanto necesitamos.
—El mío —dice Frannie—. Por allí, creo. Todo se movió cuando la gran ola golpeó.
Todos aspiramos y nos sumergimos bajo la superficie, siguiendo a Frannie.
Encuentra su escritorio y abre un cajón. Coge una bolsa de tamaño personal de lo que
parecen palomitas de maíz y un paquete de galletas de mantequilla de maní. Se las quito
para dejarle las manos libres. Me indica que es todo lo que tiene. Hope señala hacia
donde encontré a los demás, cerca del ascensor.
Al llegar al siguiente punto de aire, salimos de nuevo, todos jadeantes por el
esfuerzo.
—Mi mesa está por allí —dice Hope señalando en otra dirección—. Traje mi 51
almuerzo, pero terminé comiendo comida para llevar en su lugar. Tengo algunas cosas
en mi bolso.
—Estamos justo detrás de ti —le aseguro—. Vamos a recogerlo.
De nuevo, nos sumergimos bajo el agua y nadamos entre escombros y muebles
flotantes. Hope localiza su escritorio y saca la bolsa. La desliza sobre su cuerpo,
asegurándola, y luego abre otro cajón. De ahí, saca un largo y afilado abrecartas. Sin
duda puede ser útil. Le hago un gesto con la cabeza y le señalo los ascensores. El camino
de vuelta no dura más que unos minutos. Estamos descansando en la bolsa de aire
cercana al escritorio de Frannie cuando ésta habla.
—¿Crees que alguien llegó al hueco de la escalera? —Frannie pregunta—.
¿Deberíamos comprobarlo?
Tanto Hope como yo asentimos.
—Sígueme —dice Frannie antes de sumergirse de nuevo bajo el agua.
Se aleja nadando de la puerta de Kellen, adentrándose en las aguas turbias,
pataleando con fuerza hasta que llegamos a una puerta con la etiqueta ESCALERA. Está
abollada por dentro, probablemente por el golpe de un escritorio o algo así, lo que me
hace preguntarme si se abrirá. Después de ver a Frannie tantear el pomo un par de veces,
la empujo. Haciendo palanca con el pie apoyado en la pared, giro y tiro con todas mis
fuerzas. El metal gime y protesta, pero luego cede. Los pulmones me arden por la
necesidad de respirar. En lugar de volver atrás, nado a través de la abertura y me alegro
de descubrir mucho más aire y una superficie seca.
—Dios mío —grazna Frannie cuando un cuerpo choca contra ella—. ¿Está
muerto?
El hombre en cuestión tiene un corte en el cuello y no se mueve. Le doy la vuelta
y, a juzgar por la herida que casi lo ha decapitado, diría que hace tiempo que no se salvó.
—Está muerto —gruño—. No podemos hacer nada por él. —Hago un gesto hacia
las escaleras que suben al tejado—. Pero si pudiéramos traer a todos aquí, el suelo está
más alto y podría ser más seguro.
Salgo del agua y subo las escaleras desiguales ahora que el edificio está inclinado,
utilizando la barandilla para mantenerme firme. Los truenos retumban afuera, haciendo
vibrar todo el edificio y cada uno de mis huesos. Esta tormenta -o lo que demonios sea
esto- no parece contentarse hasta que todos estemos muertos.
Desde más allá de los muros exteriores de hormigón de la escalera, el viento aúlla,
una ominosa advertencia segundos antes de que el edificio empiece a gemir aún más
fuerte. El agua chapotea alrededor de los escalones, brotando bruscamente y
rociándome. Frannie ya ha subido los escalones conmigo, pero Hope sigue en el agua,
siendo ahora arrojada lejos de los escalones. Grita cuando choca contra la pared y luego
el cadáver choca contra ella. 52
—Ven aquí, donde es seguro —grito, extendiendo un brazo hacia ella.
Hope consigue apartarse de la pared y se agarra a mi mano extendida. La tiro por
encima de la barandilla. Afortunadamente, no se queja del golpe en el hombro y se pone
rápidamente en pie, aunque ha perdido los zapatos de tacón.
El rellano entre el piso de Kellen y la azotea está seco y es lo suficientemente
grande para que todos se reúnan, así que en cuanto podamos, tendremos que trasladar
a todo el mundo a la nueva ubicación.
Frannie sube las escaleras delante de mí y golpea la puerta de la azotea cuando
llega.
—¡Está atascada!
La empujo e intento girar el pomo, pero está cerrado. Junto a la puerta hay un
hacha encerrada en una jaula de metal. Naturalmente, también está cerrada. Mi navaja
está en la mochila. Tendré que esperar a recogerla a menos que...
—Hope, ¿todavía tienes ese abrecartas?
Abre la cremallera de la bolsa del almuerzo y saca el brillante objeto metálico. Se
lo quito y evalúo la jaula metálica. El candado que la mantiene cerrada es grueso pero
barato. Me cuesta un poco de trabajo, pero consigo forzar la cerradura suficientes veces
con el abrecartas como para romper algo dentro de la cerradura. Dejo escapar un suspiro
de alivio cuando consigo tirar de la cerradura para liberar el hacha.
El hacha es ligera y fácil de manejar. Tras soltarla, miro por encima del hombro
para asegurarme de que Hope y Frannie no están detrás de mí antes de empezar a
blandirla. Doy un paso atrás y la golpeo con fuerza por encima de la cabeza, haciendo
aterrizar la hoja en la parte más fina del metal entre el pomo y la puerta.
¡Crack!
El pomo sale volando y se desliza por el suelo de cemento antes de rodar por el
borde y caer al agua. La puerta se abre de golpe y casi me da en la cara. Me agarro a ella
y, con cautela, asomo la cabeza.
Está lloviendo a cántaros y me cuesta ver más allá de unos metros. Pero a juzgar
por los cristales rotos, los trozos de hormigón y los trozos de metal de otros edificios que
han caído sobre el tejado, no cabe duda de que los edificios que nos rodean no están en
mucho mejor estado.
Mis ojos se posan en un trozo de hormigón del tamaño de un vaso de leche. Corro
bajo la lluvia unos metros y lo recojo. Cuando vuelvo, las dos mujeres me observan con
recelo. El viento se resiste, pero consigo cerrar la puerta y empujar el hormigón para
evitar que se abra.
—¿Y ahora qué? —Frannie pregunta, con la desesperación grabada en las líneas
de su cara—. ¿Qué hacemos ahora?
53
Date la vuelta y muere porque, como dijo Kyle, estamos jodidos.
—Ya lo resolveremos —miento—. Traigamos a todos aquí y luego lo resolveremos
juntos.
CAPÍTULO NUEVE
Kellen
Todavía me cuesta hacerme a la idea de que hay agua. Por todas partes. Y, por lo
que parece, no va a retroceder pronto.
Nos lo advirtieron.
Llevan cincuenta malditos años advirtiéndonos.
Cuesta creer que por fin esté ocurriendo. Casi como si estuviera atrapado en una 54
pesadilla realista, un sueño húmedo diabólico y no de los divertidos.
Kyle maldice desde cerca de la ventana por la que casi me habían barrido no hace
mucho. Brian, detrás de él, se balancea en el agua, mirando a lo lejos junto con él.
—¿Qué pasa? —grito, con voz ronca y temblorosa—. ¿Qué ves?
—¡Agua! —Kyle grita—. La ciudad es un puto océano. ¡Estamos jodidos!
Elise empieza a sollozar desconsoladamente mientras Gerry intenta consolarla.
Barb me agarra la mano y me la aprieta. Como su jefe, debería estar diciéndoles que todo
irá bien e ideando algún plan.
Sin embargo...
Todo lo que puedo hacer es permanecer congelado, mi cerebro es lo único que
se mueve, y de forma salvaje.
La fuerte lluvia que cae sobre el edificio es casi ensordecedora, junto con el aullido
del viento. El edificio gime y cruje, lo que me hace preguntarme cuánto tiempo más podrá
soportar los embates de la tormenta. Si se derrumba y desaparece, moriremos en
cuestión de segundos.
Podría ser la salida más fácil para todos.
Muerte rápida por ahogamiento.
Kyle empieza a nadar hacia nosotros, con el rostro fruncido por la frustración. Brian
permanece cerca de las ventanas, mirando lo que solía ser la bahía.
Barb se estremece y se vuelve para mirarme.
—¿Deberíamos mover los muebles como dijo Tyler que hiciéramos?
La mención de Tyler hace que mi ansiedad aumente de nuevo. Llevan afuera unos
quince o veinte minutos, lo que me inquieta, sobre todo porque Frannie está con ellos.
¿Y si se quedan atrapados sin aire?
Asiento, intentando sacudirme la niebla en la que quiero esconderme de la realidad
y la responsabilidad. Fingir que esto no está pasando no nos salvará.
Esta vez no puedes huir de tus problemas.
Ojalá papá y Knox estuvieran aquí para verte ahora, enfrentándote a la mierda
como un hombre.
—Sí —asiento con un gruñido—. Hagamos lo que podamos hasta que vuelvan.
Si vuelven...
Kyle sale del agua y se desploma junto a Barb. El traje, empapado hasta los huesos,
se le amolda al cuerpo y respira con dificultad. Sus ojos desorbitados se cruzan con los
míos, una mezcla de incredulidad, terror y furia. Aparto mi mirada de la suya, me levanto
sobre piernas temblorosas y examino mi oficina, o lo que queda de ella.
Dado que la mayoría de los muebles están flotando por ahí o posiblemente barridos
55
por la ventana hacia el mar, mover el pesado plantar de hormigón, el librero y la mesa
con una silla que queda no debería ser difícil.
Estoy pensando por dónde empezar cuando alguien sale del agua aspirando con
fuerza. Tyler. Me siento aliviado cuando Hope y Frannie aparecen justo después. Tyler
chapotea hacia mí, con las cejas fruncidas.
—¿Qué? —exijo, con la voz ronca—. ¿Qué pasa?
Sacude la cabeza.
—Nada. La escalera está seca. Tenemos que llevar a todos allí. Es mucho más
seguro que esto. —Hace un gesto hacia mi despacho, que está medio sumergido. Luego
baja la mirada—. Hay cuerpos allí, sin embargo. Tendremos que hacer algo con ellos.
Mi estómago hambriento se agarrota ante la idea de ver y tocar un cadáver. El
único que he tocado fue el de mi madre. Ya me estoy quebrando bajo el estrés de hoy.
Los recuerdos de mamá sólo me borrarán por completo.
—No puedo —balbuceo con un estremecimiento—. Tyler, no puedo.
En lugar de mostrarse frustrado conmigo, se vuelve para observar a nuestro grupo
destrozado. Con un suspiro, llama a Hope. Tiene el cabello rubio pegado a la cabeza y
los pechos casi obscenos en su blusa blanca, ahora transparente, pero tiene una fiereza
que me falta en este momento. Es una opción mucho mejor que yo.
—Hope y yo trasladaremos los cuerpos a... —se interrumpe, frotándose la sien—.
¿Dónde podemos, eh, contenerlos?
Hope rebota sobre sus pies descalzos como para entrar en calor.
—Sala de conferencias. Es un espacio interior. Podemos cerrar la puerta.
Tyler le hace un gesto de aprobación antes de volver sus profundos ojos marrones
hacia mí.
—Danos a Hope y a mí quince minutos y luego tú y Frannie tienen que sacar a
todo el mundo de aquí hacia la escalera. —Señala su mochila—. ¿Puedes llevar mi
mochila? No quiero arriesgarme a perderla mientras lidiamos con los cuerpos. Las pocas
provisiones que tenemos son demasiado valiosas.
—Por supuesto —gruño. Antes de que pueda retirarse, me agarro a su bíceps—.
Gracias por hacer esto.
Su intensa expresión se suaviza brevemente y luego desaparece, Hope
sumergiéndose en el agua con él. Miro a la gente que está sentada en la esquina más
alejada de mi despacho. Todos están abatidos y aterrorizados. Ninguno de nosotros
esperaba que la tarde fuera así. Por costumbre, saco el teléfono del bolsillo para ver la
hora.
Muerto.
56
Completamente anegado.
Mis pensamientos vuelven a mi hermano y a mi padre. ¿Se habrán enterado ya de
la noticia? ¿Estarán intentando localizarme? ¿Les importa? Intento no pensar en esto
último. Puede que a Knox le moleste que me fuera tras la muerte de mamá, pero sigue
siendo mi hermano. Tengo que creer que está muy preocupado por mí.
Papá, por otro lado, probablemente piensa que me lo he buscado de alguna
manera. Castigo por dejarlo a él y a su legado en la estacada.
Con un rápido movimiento de cabeza, lanzo mi inútil teléfono al agua con un
chapoteo. Tiro de las correas de la mochila de Tyler sobre cada hombro, apretando las
correas para que no se pierda en la inmersión. Finalmente, hago balance de lo que queda
de mi despacho. No queda nada de valor. Sólo la gente.
—Escuchen —afirmo, con la esperanza de inyectar algo de confianza en mis
palabras—. Vamos a trasladarnos al hueco de la escalera. Es más seguro que aquí.
Como para puntualizar mis palabras, una marejada de agua me llega por los pies
hasta las rodillas, casi sumergiendo a los que están sentados en el suelo. Elise lanza un
graznido de sorpresa y se agarra a Gerry para que la ola no la arrastre cuando se retira.
Todos se ponen en pie y me miran con recelo. Nadie quiere quedarse aquí y no los culpo.
—Frannie, ve delante —le ordeno—. Sé que todos sabemos dónde está la
escalera, pero como está todo bajo el agua, puede ser confuso. Frannie llevará un grupo-
Gerry y Elise. Yo seguiré con mi grupo: Barb, Brian y Kyle. Tyler y Hope se reunirán con
nosotros allí. ¿Estamos bien?
Todos asienten, ansiosos por pasar al siguiente lugar.
Frannie, Gerry y Elise desaparecen bajo el agua. Les damos cinco minutos más o
menos y luego Kyle va delante con Barb detrás. Brian va detrás de Barb y yo soy el último.
Odio el agua, mierda.
Desde que era pequeño y me caí en un río del rancho, siempre me ha dado miedo.
Puedo agitarme lo suficiente como para mantener la cabeza fuera del agua, pero nadar
de verdad es algo que nunca aprendí a hacer por miedo.
Y ahora mi peor pesadilla está chapoteando alrededor de mis tobillos.
Sólo tienes que aguantar la respiración, bracear y utilizar paredes o muebles para
impulsarte.
Mis palabras de ánimo no consiguen calmar mi corazón errático, pero bastan para
que me sumerja en el agua. Con una gran bocanada de aire, caigo bajo la superficie. La
puerta de mi despacho está abierta y veo las piernas de Brian pataleando al atravesarla.
Me levanto del suelo y aprovecho la fuerza para impulsarme hacia la puerta. Cuando
llego, me agarro al marco y salto al otro lado. Brian se balancea en la pequeña bolsa de
aire y me dedica una sonrisa sombría. Inspira y se sumerge. Lo imito y lo sigo.
57
Incluso con los ojos abiertos, la recepción está a oscuras. Los muebles flotan entre
papeles esparcidos. Busco en el agua turbia hasta que veo a Brian más adelante.
Utilizando el marco de la puerta, salgo disparado hacia donde lo vi por última vez. La
puerta de la escalera está abierta y doy una patada con las piernas al llegar a ella. Me
empiezan a arder los pulmones, así que espero llegar pronto. Oigo voces apagadas por
encima de mí. Mi mano golpea lo que creo que es la superficie, pero no doy con el aire.
Por un momento, siento pánico de no lograrlo.
Será como cuando seguía resbalando en el barro bajo el agua en el rancho,
incapaz de plantar los pies, aspirando una bocanada de agua en lugar de aire.
Antes de que el recuerdo pueda robarme por completo, alguien me agarra por
detrás de la mochila que llevo. Luego, con un tirón, me empujan hacia la superficie. En
cuanto mi cara sale del agua, aspiro aire con un sonido áspero. La mano de la mochila
sigue guiándome hacia las escaleras que están a la vista. Una vez que mis pies tocan los
escalones, me siento lo bastante valiente como para mirar a mi salvador.
Tyler.
Me dedica una rápida sonrisa y me suelta para que suba los escalones. Hope le
sigue con los labios ligeramente azules. Los sigo por los escalones hasta un rellano entre
el acceso a la azotea y el suelo de mi despacho. Está seco y es relativamente seguro. Los
demás están sentados en el rellano, recuperando el aliento.
Un trueno retumba, haciendo vibrar todo el edificio. Todos nos detenemos,
preparándonos para algo catastrófico, pero no ocurre nada.
—Voy a echar un vistazo en el tejado —le digo a Tyler, sin aliento—. Haz que se
acurruquen para entrar en calor y busca una forma de racionar lo que tenemos.
Tyler asiente, tomando la mochila que le ofrezco.
—Ten cuidado.
Subo los escalones hasta la puerta del tejado. En el suelo hay un hacha junto a un
trozo de hormigón que parece mantener la puerta cerrada. Tiro del pesado trozo de
escombro hacia atrás lo suficiente para poder deslizarme por la puerta.
La lluvia me pica en la cara cuando el viento me la arroja. Entrecierro los ojos, me
los tapo con la mano e intento observar lo que me rodea. Con el edificio
considerablemente inclinado hacia un lado, tengo cuidado con cada paso para no
resbalar y cometer un error fatal. La lluvia sigue cayendo sobre mí y me impide ver más
allá de unos metros.
El viento aúlla tan ruidosamente que me hace daño en los oídos. Debajo de mí, el
edificio se mueve y gime.
Mierda. Tenemos que salir de este maldito edificio. ¿Pero cómo? No puedo pedir
exactamente una balsa salvavidas Uber.
58
Entre truenos se oyen ruidos y gemidos de edificios. De vez en cuando, algún gran
trozo de escombro roza algún edificio, tal vez éste, y provoca más estruendo.
¿Cuánta gente sobrevivió a esta... esta cosa?
¿Somos los únicos que quedamos en esta ciudad olvidada de Dios?
Considerando que sólo quedan unos pocos edificios que sobresalen del agua y
que son un poco más altos que el nuestro, voy a arriesgarme a decir que no muchos lo
consiguieron. Además, han desaparecido todas las posibilidades de rescate. Las
comisarías, los bomberos, los hospitales y los guardacostas son ahora tumbas hundidas.
Estamos bien jodidos.
Estoy a punto de darme la vuelta y volver al interior para refugiarme de la tormenta
cuando veo algo oscuro a lo lejos. Lentamente, comienza a materializarse entre las
láminas de lluvia que caen. Mi mente tiene problemas para entender lo que estoy viendo.
¿Qué demonios es esa cosa?
El atronador crujido del metal contra el hormigón es una cacofonía ensordecedora.
Me quedo atónito, mirando fijamente la monstruosidad.
No, no es una nave extraterrestre.
Es un maldito crucero.
Durante un breve instante, la euforia se apodera de mí al permitir que la esperanza
de un rescate se abra paso. La felicidad se desvanece rápidamente al continuar a la
deriva. No hay luces encendidas en el barco. Al parecer, es un barco fantasma vacío que
se ha soltado de donde estaba atracado antes del tsunami.
No está tripulado, lo que significa que nadie lo controla.
Y se dirige hacia aquí...
Uno de los edificios cercanos chirría cuando el crucero choca contra él. El
hormigón tiembla y luego, con un gemido de derrota, el edificio se derrumba por la
tensión.
Oh, mierda.
Las olas del edificio que se hunde se precipitan hacia el tejado y rocían los
costados. No sé a dónde ha ido el crucero, pero sé que llegará pronto.
Tengo que advertir a los demás.
Si puedo sacarlos y llevarlos al tejado, quizá tengamos la oportunidad de nadar
hasta otro edificio. Bueno, los que saben nadar. El resto de nosotros estamos muertos.
Salgo de mi asombro, giro sobre mis talones y corro hacia la puerta del tejado.
Vuelo a través de la abertura en la que se encuentra Tyler con el hacha en la mano,
derrapando sobre el resbaladizo hormigón hasta chocar contra la barandilla. 59
—¡Prepárense para el impacto! —Rujo justo cuando la nave golpea nuestro
edificio.
Todo retumba y tiembla bajo nosotros. Pierdo el equilibrio y caigo de cara sobre la
barandilla. Caigo en las oscuras profundidades del agua de la escalera y suelto un grito
de pánico.
Golpeo el agua con los brazos por encima de mí en un esfuerzo por impedir que
mi cabeza golpee algo que podría ser fatal. El agua surge justo cuando rompo la superficie
y me dispara hasta el techo. Se oyen gemidos metálicos cuando estoy completamente
sumergido. Y aunque mi cabeza choca con fuerza contra el hormigón, el agua aún no ha
vuelto a bajar. Justo cuando me pregunto si me voy a asfixiar, el agua vuelve a bajar y me
invade una nueva sensación de pánico al verme arrastrado hacia las profundidades del
hueco de la escalera.
Un dolor me recorre el costado y me hace detenerme bruscamente. Tardo un
segundo en darme cuenta de que los trozos de barandilla que se han doblado y soltado
me han enganchado. Jadeando, intento subirme a la barandilla sin éxito.
El agua vuelve a precipitarse hacia mí sin previo aviso como un géiser, pero esta
vez en lugar de dispararme hacia arriba, permanezco enredado en el metal.
Me retuerzo y me agito para intentar zafarme de la barandilla, pero el metal afilado
se clava más en mi carne y me da más cornadas.
No voy a ninguna parte.
Espero no ahogarme.
CAPÍTULO DIEZ
Tyler
Todos vamos a morir.
Mi pesada mochila me tira al suelo y la puerta del tejado me inmoviliza. Con el
hacha, intento engancharla a la barandilla para liberarme. Justo cuando avanzo, el agua
vuelve a succionarme y trago aire con avidez.
Una vez que el agua se ha ido y se mantiene abajo esta vez, empujo lentamente la 60
puerta del techo lejos de mí y me levanto temblorosamente. Menos mal que aún llevo la
mochila o habríamos perdido las pocas provisiones que tenemos.
—Barb está herida —ladra Kyle, acunando a la mujer mayor en sus brazos—. Se
golpeó la cabeza.
Como no sé nada de traumatismos craneales, espero a que alguien intervenga
para ayudar. Por suerte, Frannie se acerca tambaleándose. Gerry ayuda a Brian a salir
del agua y Hope consuela a Elise, que no deja de llorar.
¿Dónde está Kellen?
—Ayuda —se atraganta una voz ronca—. Estoy atascado.
De inmediato, me inclino sobre la barandilla justo antes de donde falta una parte
para descubrir a Kellen. Su traje parece estar enganchado en el metal y cuelga sobre el
agua.
—Gerry —espeto—. Necesito ayuda aquí.
Gerry camina hacia mí, con las facciones demacradas por el cansancio. Cuando
mira por encima de la borda y ve a Kellen, se tensa.
—¿Puedes levantar los brazos, Kell? Gerry y yo vamos a sacarte de ahí.
Kellen levanta la cabeza para vernos y luego vuelve a mirar hacia abajo. Le tiembla
todo el cuerpo. La sangre gotea de alguna parte de él, salpicando las oscuras aguas de
abajo.
—No puedo caer en eso —balbucea, señalando salvajemente hacia abajo—.
Moriré. Mierda, no quiero m…m…morir.
—No vas a morir —le aseguro con una firmeza en la voz que no siento. Nada en
esta situación es seguro, pero eso no ayudará a calmarlo—. Vamos a sacarte. Levanta
los brazos.
Sigue mirando el agua que se agita bajo él. Cuando el agua sube un poco y le llega
a los tobillos, entra en pánico. Observo impotente cómo agita los brazos y las piernas.
—¡Socorro! ¡Ayúdenme! —grita—. ¡Tyler, ayuda!
—Kellen —gruño—, mírame.
—No puedo. Me voy...
—Mira. Hacía. Mí.
Levanta la cabeza y su mirada frenética se cruza con la mía. Para ser un importante
director general de treinta y tantos o cuarenta y pocos, en ese momento no aparenta
tener más de dieciséis años que Jesse.
—Levanta el brazo —dice Gerry, con voz tranquilizadora—. Te tenemos, hombre.
Kellen gruñe al intentar levantar el brazo. Se estremece y sacude la cabeza. 61
—Me duele. Este metal me ha corneado.
Las náuseas me revuelven las entrañas. ¿Cuánto metal tiene incrustado? ¿Y si lo
mantiene con vida?
—Bueno, no podemos dejarte ahí para siempre —refunfuño—. ¿Puedes sujetar el
extremo del hacha al menos?
Me inclino sobre la barandilla, agarro el hacha con las dos manos por debajo de la
hoja y le ofrezco el extremo romo de madera. Es lo bastante larga para que pueda
agarrarla.
—No te sueltes —le digo—. Gerry va a hacer lo que pueda para desengancharte
mientras yo te subo. Confía en nosotros para salir de este lío.
Asiente rápidamente, sus ojos suplicantes se clavan en los míos.
»No te soltaré.
Espero a que agarre bien el mango del hacha mientras Gerry se desliza sobre el
vientre, metiendo los brazos por debajo de la parte inferior de la barandilla. Se desliza
hasta que la mitad de su cuerpo cuelga de la cornisa. Brian se apresura a agarrarle los
pies a Gerry para evitar que se caiga del todo.
—A la de tres —les digo a todos—. Voy a tirar de ustedes hacia arriba y, cuando
puedan, usen los pies para apoyarse en las barandillas. —Me apoyo en la barandilla—.
¡Uno, dos, tres!
Mientras tiro de Kellen hacia arriba con todas mis fuerzas, aúlla de dolor. Oigo que
Gerry le dice algo tranquilizador, pero no lo entiendo. Los bíceps me chirrían por el
esfuerzo y la barandilla se me clava en las entrañas. Tengo cuidado de no cortarme
accidentalmente con el extremo afilado del hacha mientras lo descuelgo de su gancho.
—¡Está fuera! —Gerry grita justo cuando Kellen lanza un grito de agonía—. ¡Tira!
Lucho por llevarlo más arriba, pero entonces Kyle está a mi lado, agarrado a la
chaqueta del traje de Kellen. Juntos, tiramos de él hacia arriba y por encima de la
barandilla.
Kellen es esencialmente peso muerto y se desploma sobre mí, su cabeza
esquivando por poco el mortal extremo del hacha. Por suerte, Brian se acerca y me la
quita de las manos. Los escalones se clavan en mi espalda y estoy completamente
agotado por haber expulsado la poca energía que me quedaba, pero el alivio me inunda.
Kellen tiembla y sus dientes castañetean ruidosamente. Brian, Frannie y Gerry
están de pie alrededor, con la preocupación brillando en sus ojos. Kyle ha retrocedido
hasta donde Barb está sentada apoyada en la pared junto a Hope y Elise.
—Tenemos que echarle un vistazo a tu herida —gruño—. Vamos, grandullón. No
puedo moverme debajo de ti.
62
Kellen hace una mueca de dolor al levantarse de encima de mí. Tiene la cara pálida
y un moretón azulado en la frente. Está vivo y puede moverse, eso ya es algo. Gerry lo
ayuda a ponerse en pie y lo guía hasta lo alto de la escalera. La puerta sigue abriéndose
y cerrándose, haciendo todo tipo de ruido mientras continúa el tiempo tormentoso, pero
Gerry coloca a Kellen delante de ella, usando su espalda como tope de la puerta, ya que
ahora falta nuestro trozo de hormigón.
Brian me echa una mano y me levanta. Aún llevo la mochila encima y pesa una
tonelada, pero ahora no puedo quitármela por miedo a perderla.
Subo los escalones hasta donde se sienta Kellen y me arrodillo a su lado.
—Vamos a echar un vistazo. ¿Puedes quitarte la chaqueta?
Aprieta los ojos y sus labios forman una fina línea.
»Tomaré eso como un no —digo con un gruñido.
Con cuidado, separo una solapa de su chaqueta del torso para dejar al descubierto
su camisa de vestir ensangrentada. Luego le desabrocho los botones antes de despegar
con cuidado el material desgarrado de la fuente de la hemorragia. Efectivamente, tiene
un corte de varios centímetros justo debajo de las costillas, en el costado. Probablemente
fueron las costillas lo que lo salvó e impidió que se destripara por completo.
Necesito un botiquín de primeros auxilios, pero también necesito un barco y a mis
hermanos y una maldita hamburguesa con queso. Tendré que conformarme con lo que
tengo por ahora.
—Denme sus corbatas —les digo a Gerry y Kellen—. Tenemos que parar la
hemorragia. —Luego, a Brian, le digo—: Agarra la de Kyle también.
Brian hace una mueca, pero asiente y se aleja. Kellen intenta quitarse la corbata
temblorosamente. Tarda varios intentos en deshacer el nudo. Gerry me da su corbata y
aparta la mano de Kellen para ayudarlo. Doblo la corbata de Gerry en un cuadrado grueso
para usarla como venda.
Brian vuelve y me empuja la corbata de Kyle.
—La tengo.
—Átalas juntas en un extremo —le instruyo—. Vamos a usarlo como un cabestrillo.
Kellen gime cuando aprieto la corbata doblada contra su herida. Sé que le duele
muchísimo, pero ahora no puedo hacer nada. Necesitará ayuda adecuada más tarde,
pero esto es todo lo que puedo ofrecerle de momento. Una vez que Gerry tiene las
corbatas anudadas, pasa el material por detrás de la espalda de Kellen, por debajo de su
camisa. Cubro con cuidado la corbata de Gerry que funciona como vendaje improvisado
y luego le paso el otro extremo de las corbatas. La anuda y tira de ella. Kellen sisea entre
dientes, lo que hace que Gerry me lance una mirada preocupada.
—Tiene que estar apretado —le aseguro—. Hazle un buen nudo. Podemos
comprobarlo más tarde. 63
Cuando termina de hacer el nudo y vuelve a colocar la ropa de Kellen en su sitio,
Gerry y Brian se retiran a estar con los demás. Me acomodo en el suelo junto a Kellen,
con la mochila también pegada a la puerta. La lluvia sigue azotando el edificio exterior,
pero no recibimos más oleaje.
—¿Qué pasó? —pregunto, girándome ligeramente para mirar a Kellen—. Te oí
decir que nos preparáramos para el impacto antes de que se desatara el infierno.
Gruñe y se pasa una mano por la cara.
—Un crucero. Derribó otro edificio antes de chocar contra el nuestro. Es un puto
milagro que sigamos vivos.
—No jodas —murmuro—. Mierda.
Kellen se queda callado un momento antes de decir:
—Supongo que la propina que prometí sigue creciendo, ¿eh?
Se me escapa una carcajada.
—A este paso, vas a tener que ponerme en nómina. Demonios, dame algunas de
tus acciones ya que estás ahí.
A pesar del día infernal que hemos tenido, ambos nos sonreímos. Los gemidos
cercanos de Barb borran el humor de nuestras caras.
—¿Qué demonios vamos a hacer? —exclama Kyle, levantando las manos—. Barb
está conmocionada. Necesita un maldito médico.
Kellen también necesita un médico, pero no tenemos suerte.
—Necesitamos un segundo para recuperar el aliento —gruñe Gerry—. Estoy
demasiado viejo para esta mierda.
—Al menos tienes el almuerzo —murmura Kellen, sonriéndome—. Nada de
opciones sobre acciones para ti. Nunca lo olvidarás.
Está haciendo bromas, lo cual es mejor a que se me muera. Lo acepto.
—Necesitaremos nuestras fuerzas para lo que venga después —afirmo,
sentándome para poder quitarme la mochila y ponerla sobre mi regazo—. Pongámonos
todos algo en la barriga.
No tenemos mucho entre todos, por lo que hemos reunido, pero es suficiente para
que todos podamos tomar unos tragos de refresco y agua y picar algo de los aperitivos
que hemos adquirido. Incluso hay suficiente para permitirnos otro descanso dentro de un
rato. Después de eso, estamos jodidos a menos que escapemos de este infierno o nos
rescaten milagrosamente.
No estoy seguro de lo que vendrá después y no puedo pensar con tanta antelación.
—Todos, traten de descansar —les ordeno—. También tenemos que acurrucarnos
para entrar en calor lo mejor que podamos. La noche se nos echa encima y estar con la 64
ropa mojada no va a ser cómodo.
Gracias a Dios que esta mierda no ocurrió en invierno o estaríamos totalmente
jodidos.
Kellen levanta las piernas para hacer sitio delante de él. Gerry se sienta a su lado
y Elise y Hope al otro. Brian ayuda a Kyle a mover a Barb, colocándola en medio de
nuestro grupo. Brian se sienta en el escalón junto a Hope y Kyle se sienta en el escalón
junto a Barb. Frannie se sienta a mi lado en el escalón, apoyada en mi costado.
Somos un grupo lamentable, los nueve intentando sobrevivir, apiñados en el
rellano, pero seguimos vivos. Todavía estamos todos aquí.
La cabeza de Kellen se inclina hacia un lado y se apoya en mi hombro. Tan cerca,
a pesar de haberse sumergido varias veces, capto un rastro de su colonia. Sigue oliendo
cara. Cierro los ojos e inhalo su reconfortante aroma. No hay mucho que me reconforte
en este momento, así que me permito el capricho.
Abrazo mi mochila contra mí, odiando cómo las lágrimas empiezan a pincharme
detrás de los párpados. Ahora que tenemos un momento de respiro, no puedo evitar
pensar en la pérdida de mis hermanos. Es un dolor en lo más profundo de mi pecho que
me ahoga. Saber que nunca le volveré a echar mierda a Jesse por ser un adolescente
malcriado me revuelve el estómago. No volver a ver la sonrisa tranquilizadora de Aaron
hace que un sollozo me ahogue la garganta.
¿Y ahora qué?
¿Cómo puedo seguir sin ellos?
Una mano fría rodea la mía y aprieta. Abro los ojos y miro hacia donde me agarra
la gran mano de Kellen.
No conozco a este hombre.
Mierda, esta tarde le odiaba por ser tan imbécil.
Ahora, estoy agradecido por su presencia.
Necesito a alguien a quien aferrarme o podría dejarme llevar mar adentro.
—Vamos a superar esto —susurra Kellen—. Te lo prometo.
No sé si va dirigido a mí, a él o a todo el grupo, pero me aferro a él de todos modos.
Creo cada una de sus palabras porque mentalmente no puedo permitirme no hacerlo.
Vamos a superar esto.
Tenemos que hacerlo.

65
CAPÍTULO ONCE
Kellen
No me gusta sentirme débil, ni que me hagan daño, ni que me cuiden. Desde que
mamá murió, he estado oficialmente por mi cuenta y haciendo un buen trabajo yo solo.
Sobreviví a mi padre, sobreviví a mudarme al otro lado del país, sobreviví al espíritu
empresarial.
Y aquí estoy yo también sobreviviendo al apocalipsis. 66
Excepto que no lo estoy haciendo solo.
Tengo siete empleados y Tyler.
Honestamente, sin Tyler, sé que esto sería mucho más difícil de lo que ya es. Está
demostrando ser un líder más que capaz. Tyler es fuerte y mantiene la compostura frente
al terror. Comparado con él, soy débil, como mi padre siempre decía.
Sin embargo, de alguna manera, Tyler no me hace sentir así.
También es agradable a la vista...
Intento desesperadamente aplastar ese pensamiento. Llevo demasiado tiempo
luchando contra esa parte de mí. Teniendo un padre ranchero conservador y estricto, ser
gay no era aceptado. Ni siquiera estaba permitido. Su risa desdeñosa cuando salí del
closet ante él y mi madre de adolescente todavía me persigue. Ella se entrometía como
siempre, asegurándome que, aunque no entendía mi sexualidad, seguía amándome.
¿Pero papá?
Pensó que yo era una broma. Que era una fase que superaría y de la que luego
me arrepentiría. Mi padre nunca entendió mi atracción por los hombres o el hecho de
que no era algo que simplemente superaría algún día.
Nunca lo superé.
Lo que sí me inculcó fue inseguridad sobre mi sexualidad. No salgo con nadie y,
desde luego, no me meto en ningún tipo de relación. De vez en cuando me ha picado el
gusanillo a través de aplicaciones de citas, pero nunca ha sido más que para ligar.
Tyler remueve algo muy dentro de mí. Su rostro juvenil se endurece con historias
que siento curiosidad por conocer.
Si lo hubiera conocido a través de la aplicación, habría disfrutado del encuentro,
sin duda, pero habría vuelto por más. Es el tipo de chico con el que, si me hubiera
permitido tener una cita, me habría permitido dejar atrás mis complejos.
En otra vida, tal vez.
En ésta, me veo obligado a estar con él mientras luchamos por nuestras vidas,
pero nunca saldrá nada de la atracción que siento. Diablos, probablemente me ve como
un dinosaurio temeroso del agua que necesita ser salvado cada vez que se da la vuelta.
Patético.
Todavía no puedo creer lo idiota que fui con él hace unas horas. Sólo estaba
haciendo su trabajo, se quedó atrapado en un ascensor y se llevó la peor parte de mi
estrés. Tyler está preocupado por sus hermanos y se las ha arreglado para mantener su
mierda junta. Es admirable.
En cuanto a mi hermano, intento no preocuparme por él. Le ha ido bien estos años,
ayudando con el rancho y haciéndose un nombre en mi ciudad natal. Si alguno de estos
fenómenos meteorológicos o catástrofes afectan a Texas como aquí en California, Knox 67
sabrá qué hacer. Probablemente encontrará la forma de salvar a todos los habitantes del
pueblo y también a todo el ganado.
Por favor, Dios, que esté bien.
La mano de Tyler aprieta la mía, haciéndome saber que está despierto. Ahora que
es de noche, está oscuro en el hueco de la escalera con la puerta cerrada. Mi reloj ya no
funciona, pero si tuviera que adivinar, probablemente sea más de medianoche. No hemos
tenido ninguna marejada ni choque de barcos en horas. Quizá lo peor ya haya pasado.
—¿Estás despierto? —murmura Tyler, girando la cabeza hacia mí. Su aliento
caliente me hace cosquillas en las mejillas, haciendo que el calor florezca en mi pecho—
. Esto es incómodo como el infierno.
Oigo los ronquidos de Gerry por encima de los de los demás, que parecen seguir
durmiendo.
—No para Gerry —bromeo, aspirando con avidez el cabello de Tyler que me roza
la nariz. Huele a champú persistente y agua salada. Me gusta mucho ese aroma—. Gerry
podría dormir en cualquier sitio. Lo he atrapado muchas veces tomando una siesta en su
escritorio.
Tyler se ríe suavemente.
—¿Así que incluso los grandes zombis corporativos también tienen holgazanes en
su grupo?
—¿Zombis corporativos?
—Sí, ya sabes cómo son. Caminar sin dejar de pensar a su torre en el cielo,
trabajando de nueve a cinco una y otra vez hasta que mueren.
—Hmph —gruño—. Mi trabajo es un poco más entretenido que eso.
—Pero no para Gerry.
Los dos nos reímos. No quito la mano de Tyler. En la oscuridad, puedo aferrarme
a él, fingiendo por un momento que todo es normal y que no es el fin de una maldición.
—¿Qué vamos a hacer, Kellen? —pregunta Tyler con un suspiro derrotado—.
Estamos atrapados sin ningún sitio al que ir.
—La ayuda llegará —le aseguro—. Ya llegará.
No sé cómo ni de quién, pero tiene que ser así.
—Sí —murmura—. Tal vez. —Su otra mano tantea a ciegas sobre mi pecho,
enviando un estremecimiento directo a mi polla—. ¿Cómo está tu herida?
—Duele —admito con los dientes apretados mientras me recorre con los dedos—
. Aunque no se puede hacer mucho al respecto.
Localiza mi herida y desliza la mano por debajo de la camisa para comprobar el
vendaje. Presiona ligeramente con los dedos.
68
—No creo que haya sangrado de nuevo. Eso ya es algo.
—Podría haber sido peor —digo con un escalofrío—. Podría haber sido succionado
más profundamente en el hueco de la escalera y ahogado.
—Te habría salvado. —Su mano permanece en mi estómago bajo la camisa. El
corazón me martillea salvajemente en el pecho. De todos los momentos para decidir que
me interesa un chico, ahora es definitivamente el más inoportuno.
—Es algo nuestro —bromeo, sin poder evitar una sonrisa—. Me salvas una y otra
vez.
¿Es algo nuestro? Cierra la boca, idiota. Suenas como un imbécil.
¿Y si mis empleados están despiertos? Ninguno de ellos sabe siquiera que soy
gay, y mucho menos que me restriego estúpidamente con el repartidor de comida del
que, horas atrás, me estaba quejando en masa. Soy una vergüenza, como siempre pensó
papá.
Pero Tyler no me hace sentir como un perdedor, porque se ríe y me roza los
abdominales con sus dedos antes de retirar la mano.
—Y pensar que casi me echas. Me estás gustando.
Eso es.
Si alguna vez salimos de aquí, aprovecharía la oportunidad de llevarlo a cenar para
mostrarle mi agradecimiento. Se me ocurren muchas otras cosas que podría hacer
después.
»Menos mal que eres ardiente —continúa Tyler, con la voz baja y cerca de mi
mejilla—. Hace que sea más fácil aguantarte.
¿Cree que soy ardiente?
¿Estamos coqueteando?
El calor recorre mi cuerpo helado, calentándome desde el pecho hasta el final de
cada una de mis extremidades. La última vez que alguien me dijo que era ardiente fue en
el instituto. Conocí a un chico en el centro comercial que me dejó practicar con él mis
nuevas habilidades para las mamadas en un probador. Desde entonces, me han dicho
que tengo éxito y que soy un buen partido, pero nunca que soy ardiente.
—Mi ego lo necesitaba —susurro—. Gracias.
—¿No vas a patearme el trasero por coquetear contigo?
Así que estamos coqueteando. Es bueno saberlo.
—Te aseguro, Tyler, que patearte el trasero es lo último que quiero hacerte. —
Vuelvo a apretar mi nariz contra su cabello, deseando que estuviéramos lejos de toda
esta mierda, solos en una habitación de hotel.
Empieza a decir algo, pero entonces alguien se aclara la garganta. Toda la lujuria 69
y el deseo de perseguir a un hombre como Tyler se aplastan.
Frannie se mueve junto a Tyler antes de decir:
—¿Cómo te sientes, Kellen?
Humillado.
Horrorizada de que pudiera haber estado escuchando lo que yo creía que era una
conversación privada.
Toso y hago una mueca de dolor justo debajo de las costillas.
—Yo... me siento bien. ¿Cómo lo llevas tú? ¿Te mantienes bien?
—Estoy preocupada por Ron —dice Frannie, la emoción hace temblar su voz—.
Con su rodilla mal... —Se detiene y luego solloza—. No lo logró, ¿verdad?
Nadie lo logró aparte de unos pocos elegidos de nosotros. Toda la ciudad está
bajo el agua. Aun así, no puedo ser el portador de malas noticias.
—Seguro que está bien —digo, con la voz tensa—. En cuanto salgamos de aquí,
iremos a buscarlo.
Alguien resopla cerca de mí y me invade otra oleada de vergüenza. ¿Estaban todos
escuchándonos hablar a Tyler y a mí en silencio? ¿Saben todos que ahora soy gay?
Mierda.
—Necesitamos provisiones —ladra la voz. Kyle—. Barb no se ha movido mucho.
Necesita más que unos sorbos de agua. Necesita cuidados adecuados, comida caliente
y una puta manta.
Entiendo sus frustraciones, pero es como si me hiciera responsable de esta
mierda.
—¿Dónde, Kyle? —le grité—. ¿Dónde demonios piensas conseguir estas cosas?
Kyle maldice en voz baja, pero no responde.
—La sala de descanso de nuestra planta —dice Brian, uniéndose suavemente a la
conversación. Sí, todo el mundo ha oído mi mortificante intento de ligar con un hombre
que tiene la mitad de mi edad. Jodidamente maravilloso—. Hay cajas de agua
embotellada y una máquina expendedora —continúa—. Puede que incluso haya un
botiquín de primeros auxilios o ibuprofeno.
—Ese suelo está completamente sumergido —le recuerdo, irritado por tener que
hacerlo—. No podemos llegar ahí. Ni hablar.
Tyler se pone rígido a mi lado y la inquietud me recorre. No está pensando en....
no. No. Lo está pensando.
—¿Quién aguanta más la respiración? —pregunta Kyle, seguido de una risa
amarga.
Frannie, para mi horror, interviene: 70
—Sé que me he ablandado con la edad, pero era una gran nadadora en la
universidad. Yo lo haré.
—Y una mierda —gruño, buscando su cara en la oscuridad imposible—. ¿Estás
intentando que te maten, mujer?
Tyler aparta su mano de la mía y empieza a rebuscar en su bolso. Segundos
después, saca algo y una luz cegadora inunda la escalera. Todos, excepto Barb, nos
miran con ojos de búho. Si no estuviera tan molesto por esta estúpida proposición, me
avergonzaría absolutamente de que todos hayan oído la charla coqueta de Tyler y mía.
—La linterna aún funciona —dice Tyler, agitándola brevemente antes de
apagarla—. Podemos usar esto para buscar en la sala de descanso.
—Tyler, no vas a ir. Tú tampoco, Frannie.
—Yo voy —escupe Kyle—. Intenta detenerme, Kellen. Noticia de última hora,
moriremos aquí si no hacemos algo.
La culpa me inunda.
—Lo sé, pero tiene que haber una manera mejor...
—Yo también iré —dice Brian—, ya que conozco el trazado y fue idea mía.
Increíble.
—Tenemos suficiente para pasar la mañana. —Me froto la sien y suelto un fuerte
suspiro—. Al menos esperen hasta entonces. Puede que entonces entre algo de luz por
las ventanas de esa planta. Hacerlo ahora sería un suicidio.
La mano de Tyler encuentra mi rodilla y la aprieta.
—Hasta el día entonces. Hasta entonces, haremos un plan y Brian nos lo trazará.
—Se gira, acercando su boca tanto a mi mejilla que hace que mi corazón martillee en mi
pecho—. Voy a buscar el botiquín para vendarte bien la herida y desinfectarla.
Aunque me conmueve que esté motivado para hacer esto con el fin de ayudarme,
también me da mucho miedo.
—Será mejor que vuelvan todos —digo con voz ronca, odiando lo débil que
parezco—. Es una orden.
Frannie, Tyler, Brian y Kyle se lanzan a planearlo todo mientras yo me quedo
inmóvil. La idea de perder a la mitad de nuestro grupo es suficiente para que me suba la
bilis por la garganta. Pero tienen razón. Necesitamos comida y agua. Además, si no
conseguimos un botiquín de primeros auxilios, es posible que desarrolle una infección
por el agua de mar, que sin duda está contaminada con lo que arrastró en su exitoso
intento de ahogar la ciudad.
No sobreviví tanto tiempo sólo para morir por un corte infectado.
—Por favor, que estén a salvo —murmuro—. Por favor. 71
Tyler se sienta y deja caer la cabeza sobre mi hombro.
—Yo cuidaré de ellos. Todo va a salir bien.
Pero ¿quién cuidará de ti?
CAPÍTULO DOCE
Tyler
Esto va a apestar de verdad.
Pero también es necesario para nuestra supervivencia. Kyle tiene razón. No
podemos quedarnos sin hacer nada. Si hay provisiones y suministros cerca, nos debemos
a nosotros mismos intentar obtenerlos. Sin más agua, como mínimo, pronto estaremos
todos muertos. 72
Además, esta tarea me distraerá de otras cosas, como la muerte de mis hermanos.
Anoche apenas dormí más de diez minutos seguidos porque las pesadillas en las que
veía los cadáveres de mis hermanos flotando en el agua no dejaban de despertarme.
Si hay algún resquicio de esperanza en esto, es que no tuve que verlos morir.
El dolor en mi pecho resurge, pero una mirada a las decididas facciones de Kyle
me hace recordar nuestra tarea.
Comida. Agua. Primeros auxilios.
Podemos hacerlo.
—Otra vez —dice Frannie, señalando a sus tres alumnos: Kyle, Brian y yo—. Hope,
empieza a contar ahora.
Siguiendo las instrucciones, los cuatro aspiramos una bocanada de aire mientras
Hope cuenta en voz alta para nosotros. Frannie explicó antes que una persona normal
puede aguantar la respiración entre treinta y sesenta segundos. Pero los Navy
SEALs/BUDs y los buceadores entrenados pueden aguantar la respiración mucho más
tiempo, normalmente entre tres y cinco minutos. Incluso algunos famosos pueden
aguantar la respiración más de seis o siete minutos. Saber que es posible ayuda y, con
sus consejos y sugerencias, he conseguido dedicar más tiempo a mi propia contención
de la respiración.
Mientras todos escuchamos la cadencia constante del conteo de Hope, vuelvo a
considerar el plan. Brian cree que no deberíamos tardar más de unos veinte segundos si
nadamos rápido desde el momento en que nos zambullimos en la escalera sumergida
para atravesar la puerta, recorrer el pasillo y llegar a la sala de descanso. Una vez allí,
cada uno tiene su tarea. Kyle y Brian irrumpirán en la máquina expendedora para llevarse
todos los tentempiés que puedan, yo llenaré mi mochila ahora vacía con todas las botellas
de agua que pueda y Frannie buscará el botiquín de primeros auxilios que se supone que
está debajo del lavabo.
Entramos y salimos.
Fácil.
Pero nuestro tiempo de viaje de ida y vuelta es de aproximadamente cuarenta
segundos, lo que nos deja otros veinticuatro segundos para recoger lo que necesitamos.
No hay mucho margen de error.
Jadeo en cuanto Hope dice:
—Ochenta y siete —lo que significa que aguanto cerca de un minuto y medio.
Frannie es la siguiente, unos segundos después de mí, y Brian aguanta hasta después de
la marca de los dos minutos, con Kyle justo detrás de él. Ya me duelen los pulmones,
pero no podemos prepararnos tanto como para acabar de una vez.
—Si pasa algo —dice Kellen—, salgan de ahí. Olviden las provisiones y ayuden a
su compañero. Que nadie se quede atrás. 73
Todos asentimos solemnemente. Me ajusto la mochila vacía para ponérmela
delante. También está ya medio desabrochada. Para no retrasarnos, todos nos hemos
quitado la ropa y los zapatos. Es bastante incómodo, sobre todo ver a Frannie
semidesnuda, pero no podemos permitir que nada, ni la ropa ni los zapatos, nos reste
unos segundos preciosos de inmersión.
—Es ahora o nunca —afirmo a los demás en mi misión de buceo—. Vamos.
Kellen me sostiene la mirada durante un largo instante y luego me dedica una
sombría sonrisa. Todos cuentan con nosotros para conseguir los suministros que
necesitamos. Me siento como si pudiéramos hacerlo. Solo debemos tener cuidado.
—Brian y Kyle, vayan adelante —digo mientras todos bajamos las escaleras y
chapoteamos en el agua—. Estaremos justo detrás de ustedes.
Kyle sostiene la linterna y la enciende. Nos echa da mirada rápida a cada uno y
luego aspira un enorme suspiro. Brian hace lo mismo. Ambos desaparecen en un
instante. Frannie inhala profundamente al mismo tiempo que yo. Los dos nos zambullimos
en el agua, ella delante y yo tirando de la retaguardia.
Al principio, es alarmante nadar en la oscuridad del hueco de la escalera, pero el
haz de luz que rebota me da algo que seguir. Apresuradamente, Frannie y yo seguimos
a los demás. Kyle y Brian se apresuran a abrir la puerta antes de empujar sus cuerpos a
través de ella. Una vez que atravesamos la puerta del piso de destino, me doy cuenta de
que hay mucha más luz que en el hueco de la escalera. Echo un vistazo rápido a mi
alrededor y veo que todos los cristales de los dos lados de esta planta han desaparecido
por completo. Los muebles también han sido succionados.
En lugar de quedarme mirando la espeluznante escena durante demasiado tiempo,
sigo a Frannie nadando por un pasillo que sigue en pie. Pasamos la puerta de una oficina
y nos dirigimos a una gran sala de descanso. Brian y Kyle ya están en la máquina
expendedora, pensando en la mejor manera de entrar. Frannie se acerca a un armario y
empieza a abrir puertas. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero ya me empiezan a doler
los pulmones.
En la tercera puerta del armario, encuentra oro. En las estanterías hay dos cajas
de agua sin tocar. Nado junto a ella para romper el plástico. Juntos, empezamos a sacar
botellas de las cajas y a meterlas en mi mochila.
Un grito sumergido llama mi atención. Sacudiendo la cabeza por encima del
hombro, veo a Brian sujetándose el brazo contra el pecho mientras gruesas cintas de
sangre bailan a su alrededor. El cristal de la máquina expendedora está roto y, al parecer,
Brian se ha hecho una herida en el proceso. El botiquín de primeros auxilios es una
necesidad en este momento.
Señalo hacia el pasillo, indicándole que vuelva a la superficie. Con un gesto
sombrío, se aleja nadando, dejando tras de sí una densa nube de sangre. Una vez que
Frannie y yo hemos llenado mi mochila todo lo que hemos podido, ella se dirige al lavabo
74
mientras yo nado para ayudar a Kyle. Los bocadillos flotan a su alrededor mientras intenta
recogerlos entre sus brazos. Consigo desabrochar el bolsillo delantero de mi mochila
para empezar a meter en él todas las bolsas de patatas fritas o chocolates que puedo.
Ya no me duelen los pulmones, sino todo lo contrario. Voy a tener que largarme
de aquí pronto. Frannie me toca el hombro por detrás y me lanza una bolsa de basura.
Kyle la atrapa para guardar más bocadillos. Sus manos están vacías de un botiquín de
primeros auxilios.
Señala más allá por el pasillo. Quizá haya una sala de suministros o algo así. Le
hago un gesto con la cabeza y sale por la puerta hacia la izquierda. Le hago señas a Kyle
de que tengo que irme, pero él sigue llenando la bolsa de basura sin mirarme.
Me alejo de la máquina expendedora y nado hacia la puerta. Miro a la izquierda,
hacia el oscuro pasillo, pero no veo a Frannie. Oigo lo que parece un grito ahogado a mi
derecha y los golpes me llaman la atención. Empiezo a nadar hacia donde debe estar
Brian, pero no lo encuentro en medio de una nube de sangre.
Mierda.
¿Qué tan grave fue ese corte?
¿Ha tocado una arteria?
Alejo la sangre con la esperanza de verlo, tratando desesperadamente de ignorar
el dolor que se apodera de mis pulmones.
Nada.
Pasa una sombra.
Estoy mirándolo fijamente cuando la mano de alguien choca contra mí. Brian se
materializa desde la nube de sangre, pálido y sin vida. Sus ojos muertos permanecen
abiertos, al igual que su boca. Entonces me doy cuenta de que no sólo le sangra el brazo.
Le falta un trozo enorme de la pierna.
¿Qué demonios?
La sombra vuelve a pasar, esta vez conectando con el centro de Brian. Una aleta
me golpea cuando la sombra gira bruscamente y se aleja con su presa en las fauces.
Un tiburón.
Un maldito tiburón.
Estoy a punto de lanzarme hacia la escalera cuando la criatura aparece de nuevo,
con la carne colgando de sus feroces dientes. Se lanza a por mí, pero se da la vuelta y
vuelve a atacar el cuerpo de Brian. Presa del pánico, vuelvo nadando por el pasillo. Kyle
ya no está en la sala de descanso. ¿Y dónde está Frannie? Sigo nadando hasta que llego
a la puerta abierta de un armario.
Algo me agarra del brazo y grito, expulsando el resto del aire de mis pulmones.
Antes de que pueda asustarme y aspirar una bocanada de agua, me arrastran hasta el 75
techo del pequeño espacio.
Una bolsa de aire.
Jadeo en busca de aire en la pequeña franja de espacio, con los ojos clavados en
Frannie. Los dos tenemos que inclinar la cabeza para mantener la nariz y la boca fuera
del agua.
—T…Tiburón —balbuceo, consciente de repente de que estoy pisando el agua
mientras una criatura me acecha—. Tiene a Brian.
Frannie gimotea.
—¿Un tiburón? ¿Cómo?
Porque el mundo pensó que había que jodernos un poco más aparentemente.
—Tenemos que encontrar a Kyle y largarnos de aquí —digo en su lugar—.
¿Encontraste el botiquín de primeros auxilios?
Me siento como si golpeara algo contra mis manos. Agarro la cajita de plástico,
aliviado de tenerla en mis manos.
—¿Algo que podamos usar como arma? —pregunto, aspirando accidentalmente
un poco de agua de mar que me provoca arcadas—. Mierda.
Asiente y desaparece. Un segundo después reaparece en nuestro estrecho
espacio aéreo y me muestra la parte superior de un mango de madera. Lo más probable
es que sea una fregona o una escoba.
—Quédate detrás de mí —le ordeno—. Lucharé contra él si se acerca a nosotros.
Pase lo que pase, quiero que nades como un demonio hasta la escalera.
—De acuerdo —balbucea—. ¿Y Kyle?
—Si lo vemos, lo agarramos. Si no, tenemos que volver y reagruparnos.
—¿A la de tres?
—A la de tres.
Me entrega el mango de madera y yo lo cambio por el botiquín. Tras la cuenta
atrás, aspiramos aire antes de sumergirnos. Salgo nadando por la puerta del armario de
suministros, teniendo cuidado de mirar primero hacia arriba y hacia abajo por el pasillo.
Dando fuertes patadas con las piernas, me lanzo más allá de la sala de descanso, que
permanece vacía. Mi escoba -como he aprendido desde que me sumergí- está delante
de mí, lista para usarla como arma.
Aún sin Kyle.
El agua sigue cubierta de sangre cuando vuelvo a la zona donde vi a Brian por
última vez. En lugar de nadar a través de ella y arriesgarme a toparme con el tiburón,
nado a lo largo de la pared hacia la puerta abierta de la escalera.
Antes de alcanzarla, la sombra oscura pasa zumbando por delante de mí a través 76
de la puerta. Dejo de nadar y floto en el agua, mirando a Frannie. Tiene los ojos muy
abiertos por el pánico. Antes de que sepamos qué hacer a continuación, el tiburón se
abre paso de nuevo a través de la puerta y su aleta caudal golpea el marco al salir.
Desaparece y luego carga contra mí. Levanto la escoba e intento apuñalarlo cuando se
acerca. Me esquiva, choca contra la pared y me roza al pasar.
A mi alrededor resuenan gemidos y crujidos un segundo antes de que el agua se
vuelva gris turbio. El hormigón me roza la parte exterior del brazo y grito de dolor. Cuando
me giro para buscar a Frannie, no la encuentro.
El muro debe haber caído.
Mierda.
Algo me toca la pierna y me aparto de un tirón. Me toca de nuevo, rodeándome el
tobillo. Es una mano humana. Me libero y me sumerjo para encontrar la fuente. Cuando
veo a Frannie, casi sollozo de alivio. Pero sólo un segundo.
Un enorme trozo de hormigón le aplasta la pierna contra el suelo. Suelto la escoba
para intentar quitarle el pesado trozo de encima. No se mueve.
¡No!
Intento frenéticamente arrancárselo sin éxito. El pánico y la falta de oxígeno hacen
que mi visión se oscurezca. Estamos jodidos.
Frannie me agarra de la mandíbula y me obliga a mirarla. Luego me da el botiquín.
Sacudo la cabeza con vehemencia, pero ella ya me está señalando la escalera para que
me vaya.
No puedo dejarla.
Ya perdimos a Brian. No podemos perderla a ella también.
—¡Vamos! —grita bajo el agua, expulsando lo que le queda de aliento.
Me golpea con los puños para que me vaya, hasta que sus brazos se debilitan y
flotan a su alrededor. Unos ojos abiertos y sin vida me miran fijamente.
Considero abandonar ahora mismo.
Aspirar agua y rendirme a mi destino.
Nunca vamos a sobrevivir a esta mierda. Nuestras vidas están acabadas. ¿Por qué
seguir luchando?
Kellen estará muy disgustado por haber perdido a dos de sus empleados.
¿Le molestará perderme a mí también?
Sí.
Además, todavía me debe una mega propina.
Intento una vez más apartar el hormigón de Frannie, pero no lo consigo. Con mis 77
últimas energías, nado hacia la escalera. Una marejada de agua recorre el edificio
mientras atravieso la puerta. La puerta me golpea en la parte baja de la espalda, haciendo
que todo se vuelva negro por un momento.
Cuando vuelvo en mí, estoy desorientado y no sé dónde estoy. Sin aire y con la
vista en un túnel, nado en dirección a donde creo que puedo escapar de las escaleras y
tomar aire.
Casi lo consigo.
Tan cerca.
Entonces, estúpidamente, aspiro, pero no es oxígeno.
Es agua y estoy jodido.
Esta vez todo se vuelve negro para siempre.
CAPÍTULO TRECE
Kellen
—¿Por qué tardan tanto? —exijo cuando Kyle golpea una bolsa de basura en el
suelo de cemento junto a Barb—. Ya deberían haber vuelto. Hope, ¿cuánto tiempo ha
pasado?
Kyle, agotado y agitado por el esfuerzo, se limita a gemir en lugar de responderme.
Hope me mira con el ceño fruncido, indicándome mi respuesta. 78
Demasiado largo.
No lo suficiente para que sobrevivan.
Hago una mueca de dolor mientras bajo las escaleras. El agua salpica mis zapatos
de vestir mientras me pregunto si tengo que ir por ellos o no. Quizá pueda salvarlos.
Hope me aprieta el hombro antes de zambullirse en el agua delante de mí.
—Voy a entrar.
—Voy contigo —gruño, obligándome a meterme en el agua que lleva casi
veinticuatro horas intentando matarme con todas sus fuerzas.
Puede que no sepa nadar, pero a estas alturas nada va a detenerme, ni siquiera el
miedo a ahogarme.
Al ver la determinación en mi rostro, me hace un rápido gesto con la cabeza y se
sumerge bajo la superficie. Respiro hondo y también me sumerjo. Hope se aleja de mí
nadando rápidamente, haciendo que las burbujas revoloteen frente a mi cara. Tardo un
segundo en ajustar los ojos y, cuando lo hago, me quedo paralizado.
Hay un cuerpo medio asomando por la puerta de la escalera.
Tyler.
El corazón se me oprime en el pecho mientras salgo de los escalones hacia la
puerta. Hope saca a Tyler por la abertura antes de entregármelo. Luego desaparece por
la puerta. Engancho mis brazos alrededor de la cintura de Tyler, arrastrándolo por la
escalera hacia el aire. Cuando por fin resurjo, con los pulmones ardiendo, me doy cuenta
de que no respira conmigo.
¡Mierda!
—No, no, no —repito mientras lo subo por los escalones y lo saco del agua—.
Quédate conmigo, Tyler.
Su piel es pálida y parece tan joven en este momento. Un sollozo me sube por la
garganta ante lo injusto de la situación. No debía morir así.
Obligo a que desaparezca el pánico y comienzo las compresiones torácicas. En el
instituto aprendí RCP en mi último año, e intento desesperadamente recordar los
movimientos. Cuando decido que ya he hecho suficientes compresiones, soplo aire en
sus pulmones y vuelvo a empezar.
Le he fallado.
Yo soy el maldito jefe aquí y debería haber sido el que bajara o los detuviera. En
vez de eso, dejé ir a cuatro de los nuestros y sólo uno ha vuelto respirando.
—Por favor —suplico, ahogándome en lágrimas—. Por favor, respira.
Puedo sentir a otros cerca de mí, pero no me atrevo a mirarlos. Estoy demasiado
concentrado en intentar resucitar a Tyler de entre los muertos. 79
Hope sale del agua, maldiciendo y llorando, deja caer una caja de plástico de
primeros auxilios sobre el cemento y tira la mochila de Tyler junto a ella. Se arrodilla a mi
lado, palpa la garganta de Tyler y sacude la cabeza.
Con un rugido de frustración, golpeo con fuerza el centro del pecho de Tyler con
el puño y vuelvo a posar mis labios en los suyos, forzando la entrada de aire en su
obstinado cuerpo.
Se estremece.
Entonces, un gorgoteo resuena en su pecho antes de que vomite agua de mar. La
euforia me invade mientras Hope me ayuda a ponerlo de lado. Sigue expulsando una
cantidad interminable de agua y todo su cuerpo se convulsiona. Le acaricio el cabello y
le susurro que no está solo.
Está vivo.
Hope se pone en pie y sube temblorosamente los escalones hasta donde yace
Kyle.
—¡Monstruo!
Se queja y se sienta sobre un codo.
—¿Qué?
—¡Los dejaste allí y no nos avisaste!
¿De qué demonios está hablando?
—Brian estaba muerto cuando salí de la sala de descanso —responde Kyle—. Los
otros dos estaban desaparecidos. ¿Se suponía que debía morir buscándolos?
Hope golpea con el puño a Kyle en la mandíbula. Él se levanta de un salto,
empuñando las manos, pero, por suerte, Gerry se interpone entre ellos.
—Basta —ladra Gerry—. Todo esto está jodido, pero no es culpa de nadie. —A
Kyle le dice—: ¿Se ahogó?
Tyler empieza a llorar suavemente y eso me rompe el puto corazón. Lo atraigo a
mi regazo, ignorando el dolor punzante de mi costado. Seguro que vuelve a sangrar como
un loco, pero abrazarlo ahora es más importante. Ha estado a punto de morir.
—Shh —canturreo, con la voz temblorosa—. No pasa nada. Tú estás bien.
Se aferra a mí y hunde la cabeza en mi hombro. Le acaricio la espalda desnuda
con los dedos mientras intento seguir la conversación con los demás.
—¿Importa cómo? —Kyle tira hacia atrás—. Está muerto. —Elise empieza a llorar
histéricamente, lo que se gana la ira de Kyle—. ¡Cállate de una puta vez, Elise! Eres una
inútil, maldita sea.
Hope se lanza de nuevo contra él, pero Gerry la sujeta antes de que pueda hacerle 80
daño. Le señala con un dedo acusador.
—¡Vi su cuerpo medio devorado! —Hope le grita—. ¡Había un tiburón ahí abajo y
no nos diste ni un aviso!
Kyle tiene la decencia de parecer avergonzado. Frunce el ceño y se mira los pies.
—No estaba seguro de lo que vi. Vi sangre y Brian estaba muerto.
—Había un tiburón —dice Tyler, con su aliento caliente en mi nuca—. Yo lo vi.
Atacó a Brian.
Mi estómago se revuelve violentamente, amenazando con purgar la poca comida
que tengo en él.
—¿Y Frannie?
Tyler se incorpora tembloroso para que sus ojos inyectados en sangre se
encuentren con los míos. Le tiembla el labio inferior mientras sacude la cabeza.
»No —susurro—. Frannie no pudo irse.
Aprieta los ojos y se estremece ante los recuerdos que lo atormentan.
—La inmovilizó el hormigón. No fui lo bastante fuerte. —Vuelve a abrir los ojos y
los mira de un lado a otro como si intentara hacerme entender—. Lo intenté. Lo intenté
de verdad, Kellen.
Me invade el dolor por la pérdida de una de mis únicas amigas. Pero tener a este
joven destrozado en mis brazos me distrae de mi pena.
—No pasa nada —balbuceo—. Lo has hecho bien. Sigues aquí.
Su cuerpo se relaja contra el mío.
—Lo siento mucho.
—Yo también. Ven, vamos. Volvamos arriba y calentémonos.
Hope lanza dagas con los ojos a Kyle. Al parecer, él ha terminado con su pelea
porque vuelve a su botín de la bolsa de basura para sacar el contenido. Elise corre hacia
Hope y la abraza con fuerza.
—Gerry —gruño—. ¿Puedes ayudar?
Ahora que la situación está controlada entre Kyle y Hope, entra en acción para
ayudarme con Tyler. Juntos, lo arrastramos escaleras arriba hasta nuestro sitio. Me siento
con cautela, consciente de que me he vuelto a joder la herida, pero intento ignorarla lo
mejor que puedo.
Una vez que Tyler se acomoda a mi lado, Gerry vuelve a bajar para recuperar el
botiquín y la mochila. Mientras estaban fuera, con la ayuda de Hope, me quité la chaqueta.
Como Tyler está en calzoncillos y tiritando, recojo mi chaqueta húmeda y se la pongo por
encima. Se acurruca contra mí como si yo fuera una fuente mágica de consuelo para él.
81
Gerry me tiende una botella de agua abierta. La acepto amablemente, bebo unos
tragos y se la ofrezco a Tyler. Él levanta la cabeza y separa los labios. Le echo un poco
de agua en la boca. Cuando la traga y no vuelve a vomitar, le doy más. Compartimos la
botella hasta que se vacía, pero por suerte, según lo que veo en la bolsa, tenemos de
sobra por el momento.
Frannie y Brian se han ido.
Se asienta inmediatamente en todos nosotros. Quedamos siete.
La luz gris de las grietas y algunos agujeros de las paredes exteriores ilumina
nuestro espacio lo suficiente como para ver el profundo cansancio grabado en los rostros
de todos. Ni siquiera ha pasado un día entero y todos estamos agotados.
¿Cuánto más podemos aguantar?
¿Estamos prolongando una muerte inevitable?
Kyle me lanza un par de chocolates. Desenvuelvo un Snickers y le doy un
mordisco, casi devorando la mitad del chocolate. Luego le doy de comer a Tyler. Se
mueve hasta sentarse a mi lado y menos en mi regazo. Aunque echo de menos su cuerpo
contra el mío, me alivia el dolor del costado. Además, saber que se siente un poco mejor
me hace feliz.
Compartimos el Snickers y después abro el Butterfinger. Cuando se acaban, mi
estómago refunfuña en señal de protesta. Los chocolates no son precisamente una gran
fuente de nutrición, pero es todo lo que tenemos en este momento. Odio que dos
personas hayan sacrificado sus vidas para que nos comiéramos un maldito tentempié.
El grupo debe sentirse algo parecido porque nadie habla. Elise sigue llorando, a
pesar de lo mucho que claramente molesta a Kyle. Hope lo observa con ojos
entrecerrados y furiosos. Gerry mantiene la cara enterrada entre las manos mientras Barb
duerme sin ser molestada. Poco a poco, mis tensos músculos empiezan a deshacer su
tensión. La tormenta parece haber amainado en las últimas horas. Se oyen suaves
golpecitos de lluvia más allá de los gemidos y lamentos siempre presentes del edificio.
Ayer por la mañana, cuando me levanté para prepararme para el trabajo, nunca
habría imaginado que el edificio estaría bajo el agua y sería un tanque de contención para
un tiburón. Esta mierda es una locura. No podría haberlo inventado si lo hubiera intentado.
Me imagino hablando con mi hermano sobre esto. De ninguna manera me creería. La
imagen de su mirada incrédula en mi mente hace que una sonrisa se dibuje en mis labios.
Se me pasa, sin embargo, cuando pienso en Frannie, que probablemente sea
comida para tiburones a estas alturas. Incluso si quisiéramos recuperar su cuerpo, no
sería seguro.
Poco a poco, los sonidos de respiraciones pesadas llenan el aire, y pronto, los
ronquidos de Gerry los acompañan. Todo el mundo está agotado de nuestra terrible
mañana. Creo que Tyler también está durmiendo la siesta hasta que habla.
82
—Intenté quedarme y ayudar todo el tiempo que pude —susurra, con un escalofrío
recorriéndole—. Ella me obligó a irme.
—No hay nada que pudieras haber hecho.
Creo esto porque si lo hubiera, lo habría hecho. Tyler es ese tipo de persona. No
es como Kyle, listo para abandonar a otros cuando las cosas se ponen difíciles. Esto tiene
que estar matando a Tyler.
—Realmente lo siento, Kell.
Es la segunda vez que me llama así. Siempre he sido Kellen. Incluso en casa.
Nunca Kell. Me gusta.
—Lo sé. Pero deja de castigarte por ello. No cambiará nada.
Asiente y deja escapar un pesado suspiro.
—¿Crees que alguna vez saldremos de aquí?
Cada día parece menos probable.
Aun así, le doy el regalo de la esperanza.
—Lo haremos. Ahora descansa.
Esta vez, duerme. Y finalmente, yo también.
CAPÍTULO CATORCE
Tyler
¡Guau-guau-guau-guau-guau-guau!
Me despierto con el ladrido de un perro a lo lejos, que apenas se oye más allá de
los quejidos del inestable edificio y de nuestro malhumorado grupo. Pero, por primera
vez desde que empezó toda esta debacle, me da esperanzas de que quizá haya más
supervivientes ahí afuera. Sigue lloviendo, lo que significa que salir de nuestro refugio no
es posible por el momento.
83
Un escalofrío recorre mi cuerpo, haciéndome plenamente consciente de mi estado
de desnudez. No llevo más que mis calzoncillos y la chaqueta de Kellen. Aunque huele a
él y es extrañamente reconfortante, me siento en desventaja al no estar vestido. Al
incorporarme, veo mi ropa apilada en el regazo de Kellen. Ya hemos dormido toda la
tarde y está anocheciendo en nuestro ya oscuro refugio. Las pocas rendijas de las
paredes exteriores que dejan pasar la luz natural no revelan nada, aparte del constante
chorro de lluvia.
Con cuidado de no despertar a nadie, me pongo rápidamente la ropa y los zapatos.
Cuando termino, la respiración de Kellen se ha calmado. Cuando lo miro, tiene los ojos
abiertos y me observa. Siento un cosquilleo cálido que ahuyenta los últimos escalofríos.
Antes de la zambullida y de que se desatara el infierno, había sentido una chispeante
atracción entre nosotros. Pensé que tal vez me transmitía vibraciones homosexuales,
pero no lo confirmé hasta que empezamos a coquetear.
Kellen no es mi tipo. Diablos, probablemente es tan viejo como lo sería mi padre si
aún viviera. No estoy buscando un papito. Es guapo, sin embargo, de una manera clásica.
Arrugado y ahora con un poco de vello en las mejillas, es más real y asequible de lo que
era cuando lo conocí.
Un poco de coqueteo en el fin del mundo nunca hace daño a nadie...
No, nuestra jodida situación hace eso por sí mismo. Quiero decir, ¿tiburones?
Quién hubiera pensado que estarían en el maldito edificio. Yo seguro que no. Ver los ojos
muertos y la carne desgarrada de Brian me perseguirá por mucho tiempo. ¿Y perder a
Frannie? Eso dolió especialmente. No fui lo suficientemente fuerte para salvarla.
Ahora que vuelvo a estar completamente vestido, observo el aspecto de Kellen.
Tiene la mandíbula tensa y los músculos del cuello flexionados. Le duele.
Mierda.
Estaba tan agotado después del infierno de hoy que me olvidé por completo de su
lesión.
—¿Te ha revisado alguien la herida? —balbuceo, con la voz ronca, como si llevara
horas gritando. Supongo que casi ahogarse te hace eso.
Me hace un leve gesto con la cabeza.
—Todo el mundo ha estado durmiendo.
Observo el rellano en el que nos hemos apiñado los siete. Junto a Kellen está mi
mochila. Ya no está llena con las botellas de agua, que deben de haber sido trasladadas
a la bolsa de basura, y vuelve a albergar mis pertenencias. Alargo la mano y me la pongo
en el regazo. Al abrir la cremallera, descubro el botiquín de primeros auxilios y mi linterna
encima.
—Toma, sujeta esto —le ordeno a Kellen después de encender la linterna. 84
Toma la linterna y roza con los dedos los míos. Me gusta que las yemas de sus
dedos se sientan ligeramente ásperas para alguien que probablemente no ha hecho un
solo día de trabajo duro en su vida. Va con su aire de superviviente rudo.
—Al menos no es un botiquín de mierda —digo mientras le doy la vuelta al botiquín
entre las manos—. No es impermeable, pero sigue envuelto en su embalaje original. Le
sacaremos algún provecho.
Rompo el embalaje y lo tiro. Abro la caja de plástico y observo el kit de trescientas
setenta piezas. Será muy útil para desinfectar y vendar la herida de Kellen.
—¿Puedes desabrocharte la camisa? —pregunto mientras rebusco en la caja lo
que busco.
Gruñe y deja la linterna en el suelo apuntando hacia arriba. Una vez desabrochada,
se levanta la camiseta para ver el desastre que hay debajo. El vendaje improvisado ha
desaparecido y el cabestrillo descansa sobre su estómago tenso. Intento concentrarme
en la herida y no en el hecho de que sus abdominales parecen tallados en piedra. Para
su edad, tiene un gran cuerpo.
—Primero tengo que limpiarla. Esto probablemente te va a doler —le advierto
mientras abro uno de los paquetes de desinfectante de manos para desinfectarme las
manos. Luego me pongo un par de guantes estériles azules incluidos en el paquete—.
Apunta la linterna hacia donde pueda ver.
La luz baila por el hueco de la escalera antes de posarse sobre su furioso corte.
Se abre y gotea sangre. Aunque los bordes están enrojecidos, aún no parece estar
infectado. Cuanto antes nos ocupemos de esto, mejor. Abro un paño con alcohol y lo
froto suavemente alrededor del corte. Sisea al sentir el ardor.
—Lo sé —murmuro—. Esto apesta. Lo siento.
—Gracias —dice, con la voz baja y tensa por el dolor—. Gracias por... todo.
Su agradecimiento por algo tan sencillo como limpiarle la herida hace que un calor
incómodo me queme las mejillas. En mi familia, hacemos lo que hay que hacer porque es
así. Nadie se sienta a esperar que lo feliciten por sus esfuerzos. Su agradecimiento no es
necesario.
Utilizo otra almohadilla con alcohol para frotar un poco dentro de la herida. Es lo
mejor que puedo hacer con lo que tengo. También hay pomadas antibióticas. Abro una
de ellas y me aseguro de apretar el contenido en el agujero justo debajo de las costillas.
Con un bastoncillo de algodón, lo extiendo por todo el cuerpo. Una vez aplicado, utilizo
unos vendajes de mariposa para mantener la herida unida. Luego la cubro con una venda
de gasa.
—Inclínate hacia delante —le digo—. Voy a usar este rollo de gasa para envolverte
el torso y mantenerlo en su sitio. Es autoadhesiva, así que estaremos bien mientras se
mantenga seca. 85
Kellen se incorpora y levanta ligeramente los brazos. Con cuidado, coloco parte
del rollo de gasa sobre su vendaje y luego lo enrollo alrededor de su espalda. Esto acerca
nuestras caras y no puedo ignorar cómo se me tensa el estómago en respuesta. No es el
momento de ponerse caliente con este hombre.
Debes estar concentrado, Tyler.
Consigo terminar de envolverlo sin presionar accidentalmente mis labios contra
los suyos. A juzgar por la mirada ardiente que me dirige, no puede ignorar la ardiente
conexión que acaba de surgir entre nosotros.
Me aclaro la garganta, me siento y limpio el desastre que he hecho antes de volver
a meter el botiquín en la mochila. Cuando me acomodo a su lado, me siento mucho mejor
con su herida.
—Siento no poder ofrecer ningún alivio para el dolor —digo una vez que la luz se
apaga, bañándonos de nuevo en la oscuridad.
Apoya su cabeza contra la mía.
—Ya estoy bien.
Sonriendo, vuelvo a tomarlo de la mano.
—Sí, yo también.

—Eres un idiota de primera —sisea Hope, despertándome—. Deberías haber sido


tú el que muriera. No ellos.
Kyle frunce el labio y la mira con desprecio.
—Vete a la mierda, Barbie.
Gerry le hace un leve gesto con la cabeza. Sus fosas nasales se encienden de
rabia, pero no dice ni una palabra más.
—¿Qué me he perdido? —gruño, mirando de reojo a Kellen.
Miró a Kyle con el ceño fruncido y murmuró:
—Decía que el hecho de que Brian se cortara con la máquina expendedora lo
distrajo. Que podría haber conseguido más comida si no hubiera estado tan concentrado
en preocuparse por él, lo cual, al final, fue un desperdicio ya que murió.
Kyle, ignorando a todos, acaricia con sus dedos el cabello de Barb. Este tipo es un
imbécil, pero no merece morir por ello. Nadie lo merece. Sin embargo, si sigue
molestando a Hope, ella podría alimentar a los tiburones con su trasero.
Hope se afana en distribuir botellas de agua a todos menos a Kyle. Supongo que
piensa que él puede buscarse su propia agua. Luego reparte varios paquetes de galletas 86
de mantequilla de maní para desayunar. Elise se aferra a su lado, ya no llora, pero está
casi catatónica. Todos comemos nuestras escasas raciones en silencio.
Estoy seguro de que vuelvo a oír ladrar al perro a lo lejos, pero un trueno lo silencia.
Esperar a que llegue la ayuda o a que pase el mal tiempo ya me está cansando. Esto es
aburrido y claustrofóbico.
—¿Hashtag? —pregunta Kellen, pasando un dedo por mi antebrazo—. ¿Quién se
tatúa un hashtag en el brazo?
Suelto una pequeña carcajada.
—No es un hashtag.
Kellen sonríe, levantando una ceja a modo de pregunta. En lugar de contestar,
rebusco en mi bolso hasta encontrar un bolígrafo.
—Tres en raya. —Le sonrío mientras dibujo una O en el centro de la cuadrícula—
. Cuando Jesse y yo éramos más jóvenes, fuimos a un montón de vistas judiciales en las
que Aaron intentaba conseguir nuestra custodia tras la muerte de nuestros padres. Eran
aburridísimas. Jugábamos al tres en raya en los brazos para pasar el tiempo.
Kellen me quita el bolígrafo y se inclina hacia mí.
—¿Siempre eres el de la O?
—Siempre.
Su mano rodea mi antebrazo y lo sujeta mientras dibuja lentamente una X en la
parte superior izquierda de la cuadrícula. Su tacto me produce impulsos eléctricos que
recorren mi piel.
—No sabía que tus padres habían muerto —dice Kellen, esperando a que coloque
mi O en algún sitio—. Lo siento.
—No lo sientas —digo con sorna—. Eran maníacos lunares. Papá literalmente
disparó a mamá y luego se suicidó por eso. —La ira florece en mi pecho al pensar en
ellos—. No fue lo bastante valiente como para acabar con nosotros también.
—Mierda —pronuncia Kellen, sacudiendo la cabeza—. Eso apesta.
Me encojo de hombros.
—La vida es mejor sólo conmigo y mis hermanos. —Se me escapa una risa
amarga—. Bueno, lo era.
No me da más el pésame, cosa que agradezco. Perder a mis hermanos es un tema
demasiado duro como para pensar en él ahora mismo. Nos turnamos hasta que le gano.
Entonces me chupo el pulgar antes de borrar toda la tinta. De nuevo, jugamos otra ronda.
Jugamos una y otra vez, con movimientos bastante parejos, sin que ninguno de los dos
lleve una gran ventaja sobre el otro. Me recuerda a mis hermanos en el buen sentido, no 87
en el deprimente, y me sirve para pasar el rato, lo cual me parece bien.
El perro vuelve a ladrar a lo lejos. Interrumpo nuestro juego para mirar a Kellen.
—Jesse siempre quiso un perro, pero el casero de donde vivimos no lo permite.
—Levanto el cuello para escuchar los sonidos de donde podría estar el perro—. Oye,
creo que ha dejado de llover.
—¿Deberíamos ir al tejado y echar un vistazo? —pregunta Kellen—. ¿Ver si
podemos inspeccionar los daños sin que la tormenta intente acabar con nosotros?
A pesar de ser el jefe de toda esta gente, me gusta cómo me consulta. Como si
fuéramos compañeros de apocalipsis.
—¿Estás preparado? —pregunto, bajando la cabeza para indicar su herida.
Su media sonrisa es sexy y me revuelve el estómago.
—Gracias a ti, me las arreglaré. Me siento mucho mejor.
Me pongo en pie y lo ayudo a levantarse. Toma su chaqueta y se la vuelve a poner
con cuidado. Está destrozada y manchada de sangre.
—Será mejor que nos llevemos el hacha —digo, sonriéndole mientras me pongo
la mochila—. La gente podría pensar que eres un zombi de verdad y no sólo uno
corporativo.
Me regaña, pero me entrega el hacha. Los demás nos miran expectantes.
—No se muevan —instruye Kellen—. Evaluaremos la situación y volveremos para
trazar un plan.
Kellen abre la puerta y la atraviesa. Sopla el viento y sigue lloviendo un poco, pero
espero que lo peor ya haya pasado. El agua del mar se agita y salpica contra el lateral de
nuestro edificio, aunque no con tanta intensidad como cuando el crucero pasó a toda
velocidad por aquí.
—Mierda.
Las palabras apenas pronunciadas de Kellen me hacen ir a su lado. La escena que
tengo ante mí es difícil de comprender. Parece sacada de uno de los videojuegos de
Jesse.
Esto no puede ser real.
Hay agua por todas partes. Casi como si estuviera en uno de los viajes de pesca
chárter de Aaron en alta mar, excepto que en lugar de estar en el Angler-traz, estamos
encaramados en un edificio cualquiera del distrito financiero. No sé qué esperaba cuando
llegué a ver lo que quedaba de nuestra ciudad, pero no era esto.
Puedo contar con las dos manos el número de edificios que sobresalen del agua.
Todo lo demás sólo ... se ha ido.
Nunca saldremos de aquí. Nadie vendrá a salvarnos. Kilómetros de océano hasta 88
donde alcanza la vista nos rodean por completo. Estamos muy jodidos.
La desesperación se abre paso dentro de mí.
¿Cuál es el maldito punto? Kellen debería haberme dejado ahogar en vez de
revivirme. Todo esto es demasiado para soportarlo.
El perro empieza a ladrar de nuevo, sacándome de mi rápida caída en la
desesperanza. Escudriño los pocos edificios que nos rodean, intentando averiguar de
dónde viene. A unos cien metros, veo movimiento en el rellano de una escalera de
incendios.
Entrecierro los ojos y veo que es el mismo chihuahua que vi en el ascensor hace
lo que se siente toda una vida. Su anciana dueña no aparece por ninguna parte. No sé
cómo llegó el pobre cachorro de este edificio a aquél, pero estoy seguro de que fue muy
aterrador. Tiene suerte de haber sobrevivido.
—Tenemos que salvarlo —gruño, dejando caer mi hacha al tejado junto a mí.
Kellen rompe por fin su silencio y me fulmina con la mirada.
—¿Me tomas el pelo? No vas a volver a nadar en esa agua.
Ignorándolo, me quito la mochila, los vaqueros, la camiseta y los zapatos. Cuando
estoy listo para nadar, llego al borde del edificio para ver el agua turbia y agitada que hay
bajo la superficie.
Los pasos de Kellen crujen en la grava suelta detrás de mí. Su mano se enrosca
alrededor de mi bíceps y aprieta.
—He dicho que no —gruñe.
Lo miro por encima del hombro y le respondo:
—No eres mi jefe, Kell. Puede que seas de ellos, pero no eres el mío. Voy a rescatar
a ese perro.
Un destello de terror brilla en sus ojos, acechando tras su repentina ira.
—¡No puedes! Harás que te maten igual que a Frannie y a Brian.
—Estoy salvando al maldito perro. Fin de la historia.
Le tiembla la mandíbula y me fulmina con la mirada. Puede que funcione con sus
subordinados, pero no conmigo. Ese perro morirá a menos que lo ayude. Está solo, sin
comida ni agua.
Aparto mi mirada de la de Kellen y vuelvo a observar las agitadas aguas. Si hubiera
tiburones, vería sus aletas dorsales. Creo que corro más peligro por los escombros y los
edificios que hay bajo la superficie que por otro encuentro con un tiburón. Aun así, un
escalofrío de aprensión me recorre la espalda.
—Por favor —Kellen ronca—. No lo hagas. No puedo salvarte si la mierda se va al
sur. 89
—No necesito que me rescaten —gruño.
Abre la boca para seguir discutiendo, pero aprovecho el factor sorpresa. Me zafo
de él, doy un salto y caigo al agua con los pies por delante, que es mejor que tirarme de
cabeza.
Rápidamente, vuelvo a la superficie, no deseando estar bajo el agua tan pronto
después de haber estado a punto de ahogarme. Cuando emerjo, oigo a Kellen gritar mi
nombre detrás de mí. Una ola me alcanza y apenas puedo mantener la cabeza por encima
de ella.
El perro empieza a ladrar en serio ahora que me ve en el agua. Respiro hondo
antes de nadar con fuerza contra la ola. Una vez que la supero, dejo que me arrastre
hacia el edificio donde el perro está dando a conocer su presencia al mundo. Kellen no
deja de gritar mi nombre, lo cual es ligeramente molesto, pero fácilmente ignorable.
Algo me roza la pierna y me pregunto qué habrá flotando bajo la superficie. Podría
haber trozos de metal o de hormigón o enormes fragmentos de cristal. Por no hablar de
cadáveres y tiburones. El agua no es mi lugar favorito, pero no puedo dejar solo al pobre
perro.
Si Jesse estuviera aquí, se llevaría a ese perro.
Lo hago por mi hermano.
El oleaje de otra ola me lanza hacia mi destino, pero más rápido de lo que espero.
Me golpeo contra el hormigón del edificio y me quedo sin aliento. Algo duro me golpea
el brazo.
Eso va a dejar un moretón.
Gruñendo de esfuerzo, lucho contra las aguas mientras me lanzan continuamente
contra el lateral del edificio hasta que llego a la escalera de incendios. El perro está en el
rellano, otro nivel más arriba. Cuando por fin salgo del agua, estoy maltrecho y agotado.
No sé cómo demonios voy a volver con un perro a cuestas. No lo pensé muy bien.
—¡Tyler!
Kellen está molesto por la forma en que sube y baja por la cornisa del tejado como
un león feroz. Demasiado para compañeros de apocalipsis. Me siento culpable por
haberme rebelado. Realmente la jodí.
El perro aúlla lastimeramente y araña el metal, intentando llegar hasta mí. Dejo de
concentrarme en Kellen y empleo mis últimas energías en subir la escalera hasta llegar
al rellano. Paso por encima de la barandilla y ni siquiera tengo que agacharme del todo
para recoger al perro. Se lanza varios metros desde el suelo directo a mis brazos. Se me
escapa una carcajada cuando empieza a lamerme la barbilla y la mandíbula.
—Hola —digo, sonriendo al cachorro feliz—. Y justo ayer, pensé que no te gustaba 90
en el ascensor.
El perro ladra, saca la lengua y vuelve a lamerme. Lo aprieto contra mí y beso la
parte superior de su peluda cabeza. Su collar tintinea, llamando mi atención. Agarro el
círculo metálico que cuelga del collar empapado y busco su nombre. Pretzel.
—¿Pretzel? ¿Ese es tu nombre, amigo?
Pretzel aúlla y gimotea. Lo acurruco contra mí. Como su dueña no aparece por
ninguna parte, supongo que murió en el tsunami. No se sabe cuánto tiempo ha estado
aquí este pobre perro, expuesto a los elementos, sin comida ni agua. Me duele saber que
estaba solo.
—Ya no —murmuro—. Ahora me tienes a mí.
—¡Tyler!
Señalo a Kellen.
—A él también, Pretzel. Aunque está súper molesto porque te rescaté.
Más allá de los gritos y maldiciones de Kellen, de los silbidos del viento y el
chapoteo de las olas, y de los ladridos de Pretzel, oigo algo más. Un ruido sordo. ¿Un
motor quizás?
Intento hacer callar al perro, pero está demasiado contento para ser rescatado.
Estoy oteando el horizonte cuando algo rodea el lateral del edificio.
¡Un barco!
Este también está tripulado. Veo gente en él. Kellen ha dejado de gritar mi nombre
y ahora saluda salvajemente hacia el barco. Pretzel aúlla y yo también saludo a los recién
llegados.
Nos van a rescatar.
Esta pesadilla terminará pronto.
Cuando veo el barco, lo reconozco. El corazón me da un vuelco en el pecho. ¿Es
un sueño? No puede ser real.
Voces gritan desde el barco.
Voces que conozco.
Voces que me encantan.
Mierda.
—¡Aaron! ¡Jesse! —grito, con lágrimas calientes llenando mis ojos y haciendo que
me ahogue con mis palabras—. ¡Aquí! ¡Aquí!
El motor del Angler-traz se apaga y se deja llevar por las olas hasta que se balancea
entre Kellen y yo. Jesse lanza un aro salvavidas flotante atado a una cuerda. Desciendo
por la escalera y me meto en el agua con Pretzel bien agarrado y luego me agarro al aro
salvavidas. Me agarro a él con un brazo y al perro con el otro, y dejo que Jesse me
91
sumerja. Cuando llego a la orilla, una adolescente se materializa a tiempo para
arrancarme a Pretzel de los brazos. Luego, mis dos hermanos me agarran de los bíceps
y me suben al barco.
—Están aquí —balbuceo asombrado mientras mis hermanos se turnan para
sacarme la vida—. Han venido por mí. ¿Cómo?
Aaron me sujeta la cara con las dos manos y me sonríe.
—Sabía que estabas en el distrito financiero cuando llegaron las olas. Si alguien
podía sobrevivir, serías tú.
Volvemos a abrazarnos, esta vez durante más tiempo. Ambos temblamos mientras
se nos escapan lágrimas de alegría. Una vez compuesto, se aparta para mirarme de
nuevo.
—Cuando dejó de llover, vinimos a buscarte. Oí que alguien gritaba tu nombre, así
que seguimos el sonido. Y entonces, ahí estabas. Sosteniendo al azar a un perro en nada
más que tu ropa interior en el lado de un edificio en la moda típica de Tyler.
Resoplo una carcajada.
—Ya era hora de que aparecieran.
A Aaron se le escapa la sonrisa y mira más allá de mí, hacia la escalera de
incendios.
—¿Tabby?
La culpa me invade. Si hubiera sabido que esta mierda iba a caer, tal vez podría
haber obligado a Tabby a subir a la cima conmigo. Es dudoso, pero podría haberlo
intentado.
—Sólo somos siete y ella no es uno. Lo siento.
Aaron inclina la cabeza, con el dolor marcando sus rasgos. Odiaba a Tabby, pero
Aaron se preocupaba por ella y no me gusta verlo triste. Traga saliva y luego asiente
como si aceptara mi respuesta.
—Lo único que importa es que volvamos a estar juntos.
—¿Qué pasa ahora?
—Salgamos de aquí y vayamos a tierra firme, hermanito.
Gracias a Dios.
Ya casi ha terminado.

92
PARTE DOS

93
CAPÍTULO QUINCE
Kellen
Se están abrazando.
Estas no son personas al azar. Son los hermanos de Tyler. Increíble.
Es un milagro que sobrevivieran y se reunieran con él. Quizá yo me reúna pronto
con mi propio hermano. Solo puedo pensar en abrazar el cuello de Knox ahora mismo.
Echo tanto de menos a mi hermano. 94
Tan pronto como todo esto termine, voy a llamarlo y disculparme por mis acciones.
Demonios, tal vez pasemos Acción de Gracias juntos o algo así. El punto es, vamos a salir
de aquí y voy a hacer las cosas bien con Knox.
Si nos rescatan...
Tyler no nos dejará aquí. Ni siquiera pudo dejar al perro, por el amor de Dios. Les
contará todo sobre nuestro grupo para que podamos salir de esta ciudad hundida.
Necesito reunir a nuestro grupo, pero tengo miedo de dejar mi lugar. Como si al
girarme desaparecieran... Nada más que un espejismo esperanzador.
—¡Kellen!
La voz de Tyler se proyecta sobre las olas. Me sonríe feliz y yo le sonrío también.
—Tírame mi ropa y luego trae a todos aquí. Hay sitio de sobra.
Me apresuro a buscar su ropa y sus zapatos. Meto lo que puedo de su ropa en la
mochila y le ato los zapatos a una de las correas. Espera junto al borde del bote, con los
brazos abiertos y preparados. Balanceo la mochila de un lado a otro un par de veces para
calcular el impulso que necesitaré antes de lanzársela. Sale alta, pero él la atrapa
fácilmente y grita:
—¡Touchdown!
Sin perder ni un minuto más, recojo el hacha y me dirijo de nuevo al rellano donde
permanece nuestro grupo. Casi choco con Hope cuando vuelvo a entrar.
—¿Qué pasa?
—Un barco —digo con una amplia sonrisa—. Los hermanos de Tyler. Nos han
rescatado. Tomen tus cosas y vámonos.
Como era de esperar, Elise se echa a llorar y Gerry da puñetazos al aire. Le paso
el hacha a Hope y le hago un gesto para que ella y Elise vayan delante de nosotros.
—Pásame la bolsa de suministros —le digo a Kyle—. Tú y Gerry van a tener que
poner a Barb de pie.
Quiero ayudar, pero me arriesgaría a desgarrarme la herida. Saber que tendré que
mojarme y estropearla me molesta, pero espero que sea una excusa para que Tyler
vuelva a curarme.
Kyle me pasa la bolsa de basura. Le hago un nudo en la parte superior para poder
tirarla al barco cuando lleguemos. Mientras suben a Barb, mantengo la puerta abierta
para dejarlos pasar. Cuando salimos al tejado, veo a la gente del barco sacando del agua
a Elise y a Hope. Hope, milagrosamente, nadó con la maldita hacha.
Cuando llego al borde, ahueco las manos para proyectar mi voz.
—¿Cómo llevamos a Barb al barco?
Veo a Tyler consultando con el mayor de los dos hombres a los que abrazó y 95
gesticulando, aunque no consigo entender lo que dicen. El otro hombre,
presumiblemente Aaron, le da un chaleco salvavidas a Tyler. Tyler lanza el chaleco
salvavidas hacia mí. El viento lo lanza a mi derecha, pero afortunadamente Kyle lo atrapa
en el aire, casi dejando caer a Barb en el proceso.
—Sujétala y se lo pondré —le ordeno.
Nos cuesta un poco, pero entre los tres conseguimos ponerle el chaleco salvavidas
a Barb y ajustárselo todo lo posible. Aún no se ha despertado desde que se golpeó la
cabeza, lo que es preocupante. Con suerte, cuando salgamos de la ciudad, podremos
llevarla a un hospital para que reciba la atención médica adecuada.
El agua se desliza por el lateral del edificio y nos salpica a los cuatro. Entonces me
doy cuenta de que está mucho más agitado que cuando Tyler cruzó a nado para rescatar
al perro. El viento se ha levantado, lo que podría ser el problema. En cualquier caso,
tenemos que salir de aquí y pronto.
—De acuerdo —les digo a Gerry y Tyler—. Una mano en Barb y otra en el anillo
de flotación. Agárrense y ellos los enrollarán. Ya casi llegamos.
Me encargo de sujetar a Barb mientras Gerry sujeta el anillo de flotación que le
lanzan. Engancha un brazo alrededor de él y luego nos hace un gesto con la cabeza para
indicarnos que está listo para Barb. Una vez que tiene una mano en el chaleco salvavidas
de Barb, Kyle la empuja suavemente al agua, pero no la suelta. Los dos hombres luchan
un segundo por orientarse y entonces Kyle grita para que se metan.
En el barco, no pierden tiempo en subir a los tres. Los observo con la respiración
contenida. Otra ola se cuela entre los edificios y hace que el barco se balancee. Los tres
desaparecen bajo la ola y vuelven a salir, dos de ellos balbuceando y maldiciendo.
Vamos.
Están cerca.
No podemos perder a nadie más.
Para mi alivio, son arrastrados a la borda en cuestión de segundos. Tyler y uno de
los chicos a los que abrazaba se agarran a la chaqueta de Barb, arrastrándola hasta el
bote. Otros dos hombres se materializan para ayudar a Gerry y Kyle. Sólo cuando están
a salvo en el barco vuelvo a respirar.
Gracias a Dios.
Empieza a llover a cántaros y me escuece en las mejillas. El cielo se ha oscurecido
y el viento aúlla como si le molestara que escapáramos. Me invade la angustia de que me
dejen solo para morir.
Tyler me grita algo, pero no le oigo por el viento. Me lanza el anillo, pero sale
despedido hacia mi derecha. Rápidamente, vuelve a sacarlo del agua para intentarlo de
nuevo. Antes de que pueda lanzarlo, otra ola golpea, haciendo que el barco se incline 96
peligrosamente hacia un lado y luego hacia el otro. Elise casi se cae del barco de no ser
porque uno de los hombres le agarra el brazo.
Tyler intenta lanzar el aro de nuevo. Aterriza a unos metros delante de mí, pero
mis pies vacilan, con un miedo repentino y debilitador a que el agua se apodere de mí.
¿Qué pasa si pierdo el agarre del flotador?
Seré absorbido por el oscuro abismo con cuerpos y tiburones y quién sabe qué
mierda más.
No puedo hacerlo.
Realmente voy a morir.
—¡Kell! —Tyler brama—. Puedes hacerlo. ¡Agarra el anillo y no lo sueltes!
Sus palabras me sacan de mi terror. Asiento rápidamente y me siento en el borde
del edificio, con las piernas sumergidas en el agua. Otra ola me empuja de espaldas al
tejado. Me agarro con los dedos a la cornisa de hormigón, aferrándome con todas mis
fuerzas. Tyler me mira con determinación mientras lanza el anillo. Esta vez cae a medio
metro de distancia. Antes de que pueda cuestionar mis acciones, salto hacia él.
El tiempo se ralentiza mientras caigo hacia el anillo. Una ola empieza a alejarlo,
pero en un último esfuerzo, estiro el brazo, ignorando el dolor del costado, y me agarro a
duras penas al flotador. Oigo vagamente los vítores de alguien antes de que otra ola me
trague por completo.
Consigo enredar ambos brazos en el aro salvavidas, sujetándome como si mi vida
dependiera de ello. Porque así es. Un segundo después, vuelvo a salir a la superficie y
respiro hondo. Tyler me grita algo, pero no lo oigo. La lluvia cae a cántaros y las olas
están fuera de control. Espero que me atrapen como a todos los demás, pero en lugar de
eso, me sacuden con fuerza cuando el motor del barco ruge y se pone en marcha.
¡Pero no estoy dentro del barco!
¡No pueden dejarme!
Se me escapa un aullido de terror antes de que otra ola de agua me engulla. Soy
zarandeada por la corriente y choco contra algo duro que me deja sin aliento. Antes de
asfixiarme, vuelvo a la superficie.
Detrás de mí, oigo un gruñido fuerte y adolorido.
No una persona.
Un edificio.
El repentino cambio de tiempo y la ferocidad de las olas son demasiado para uno
de los edificios. Se rinde y es succionado bajo la superficie hacia su lugar de descanso
final. Todo lo que puedo hacer es aguantar y rezar para que me eleven pronto.
Se oyen más sonidos a mi alrededor. Es ensordecedor. Mientras tanto, me siento
como si estuviera haciendo jet ski sin los esquís. Me arrastran por el agua tan deprisa que
97
el chorro se siente como pequeños cortes en mi cara y la fuerza con la que golpeo los
escombros en el agua casi me saca por completo del aro salvavidas.
Me doy la vuelta, mirando en la dirección de la que acabamos de venir, y la vista
me aterroriza. Más allá de las oscuras cortinas de lluvia, observo cómo un edificio tras
otro desaparece bajo otra ola montañosa.
Mi edificio ha desaparecido.
Si no fuera porque los hermanos de Tyler aparecieron cuando lo hicieron, ahora
estaríamos todos muertos.
Una ráfaga de múltiples manos me agarra y luego me sacan bruscamente del agua.
Tyler, Gerry, Kyle y otro hombre me han liberado. Me dejan caer al suelo del barco, donde
sigo aferrándome al flotador. Mi pecho se agita, haciendo que mi herida grite de agonía
mientras intento aceptar el hecho de que casi acabamos de morir. Otra vez.
La emoción me embarga por dentro, me duele la garganta y me arden los ojos.
Tardo un segundo en darme cuenta de que alguien me está hablando. Por encima del
rugido del motor del barco y la lluvia torrencial, me doy cuenta de que es Tyler.
Estás bien.
Te tengo.
Estamos a salvo.
Sus palabras son un bálsamo para la tormenta psicológica que asola mi cabeza.
Me agarro a su mano con profunda desesperación.
¿Cómo es posible que alguien a quien conocí hace sólo unos días se sienta tan
importante para mí? Es como si nos conociéramos desde hace meses, no el poco tiempo
que hace que nos conocemos de verdad. Si hay algo por lo que estar agradecido en una
situación como esta, es haber conocido a Tyler. Sin él, ninguno de nosotros habría llegado
tan lejos.
—¿Adónde vamos ahora? —exclamo con una mueca de dolor cuando golpeamos
una ola a toda velocidad y salgo despedido por los aires antes de caer de golpe sobre la
cubierta—. Tu hermano capitanea como un loco.
Tyler me sonríe.
—Deberías vernos a mí o a Jesse cuando intentemos pilotar esta cosa.
Kyle, que está sentado cerca, se une a la conversación.
—No sé a dónde vamos, pero si no vuelvo a ver el agua del mar, será demasiado
pronto.
Lentamente, Tyler me ayuda a ponerme de rodillas. No me suelta la mano, cosa
que agradezco. Antes me habría dado vergüenza que mis empleados me vieran tomado
de su mano. Sin embargo, ahora me importa un bledo. Necesito demasiado su fuerza
como para preocuparme por lo que piense la gente. 98
Hasta donde alcanza la vista, el océano nos rodea. La cima de nuestra antaño gran
ciudad que se aferraba a la vida, con la barbilla apenas por encima del agua, se ha
ahogado. San Francisco no es más que un lugar que una vez fue. No estoy seguro de
que vuelva a ser el hogar de nadie más que de la vida marina.
El motor se para bruscamente, pero seguimos avanzando con el impulso que
habíamos creado. No hay que ser un genio para saber que Aaron probablemente piense
en la preservación del combustible. No estamos fuera de peligro todavía.
Como no hay nada más que ver que más agua -y estoy harto de mirarla-, me doy
la vuelta y me siento sobre el trasero. Me arde el costado y siento nuevos moretones por
todas partes debido a los golpes que recibí contra los escombros submarinos durante
nuestra precipitada huida. Observo al grupo de supervivientes hacinados en el barco.
Tenemos a nuestra tripulación original: Tyler, Hope, Elise, Gerry, Kyle, Barb y yo.
También están los hermanos de Tyler, Jesse y Aaron, además de otro chico que lleva una
camiseta con el mismo logotipo que Aaron. También hay otra familia. Un padre, un poco
mayor que yo y con el cabello canoso, una madre más o menos de mi edad, una
adolescente y un niño de unos seis o siete años. Y, por supuesto, nuestra mascota de
supervivencia... un chihuahua.
Este fin de semana se han perdido muchas vidas.
Amigos, familias, mascotas.
La pérdida no sólo de una gran ciudad, sino de toda una población de gente
normal, es desoladora. Lo único que puedo esperar es que las personas que lograron
salir de San Francisco y de las demás ciudades costeras afectadas se esfuercen por vivir
lo mejor posible en honor de quienes ya no pueden hacerlo.
Aprieto con más fuerza la mano de Tyler.
Sé que voy a dar lo mejor de mí.
CAPÍTULO DIECISÉIS
Tyler
Finalmente, el agotamiento me roba a Kellen. Se duerme sentado e incluso ronca.
Sonrío mientras lo guío suavemente hacia su lado bueno, usando mi muslo como
almohada. Mientras duerme, le muevo el brazo y le quito la chaqueta, la camisa y la
camiseta empapadas para evaluar la herida.
De la herida reabierta brota sangre. Localizo el botiquín de primeros auxilios y lo
limpio rápidamente con las toallitas con alcohol. Ni siquiera se inmuta. Una vez que lo he
99
vendado, guardo el botiquín en la mochila y me recuesto para descansar.
Como vamos a la deriva, dejando que el viento nos empuje hacia el este, Aaron
abandona su puesto en el timón para venir a sentarse cerca de mí. Ya no llueve, pero el
viento es feroz. Todo el mundo está callado, durmiendo o con la mirada perdida en sus
propios pensamientos. Incluso Jesse duerme, acurrucado junto a la adolescente, con
Pretzel entre los dos.
—Pretzel no es el único extraviado que recogiste —dice Aaron, sonriéndome.
Entonces me doy cuenta de que mis dedos están acariciando el cabello de Kellen.
Los aparto para poder echarle la bronca a mi hermano. Dios, se siente bien echarnos
mierda el uno al otro otra vez.
—Tú también tienes unos cuantos. —Hago un gesto a la familia—. ¿Eran tus
clientes?
Asiente, una expresión pensativa cruza sus facciones.
—El padre es Dan Kravitz. Es dentista. Los otros tres son su mujer, Judy, y sus dos
hijos, Hailey y Silas.
—Parece que tú, Jesse y Wayne se encargaron de ellos. Todos siguen vivos y bien.
Aaron frunce el ceño.
—Me dio mucho miedo durante un rato. —Aprieta la mandíbula—. No tienes ni
idea de lo difícil que fue huir del Área de la Bahía en lugar de dirigirme directamente hacia
ella con la esperanza de rescatar a mi hermano pequeño.
Saber que estaba igual de preocupado por mí hace que me duela el pecho.
—Wayne tuvo que sujetarme físicamente —admite Aaron, con la amargura en la
lengua—. También es por eso por lo que tiene un ojo morado.
Mi mirada se desvía hacia donde está sentado Wayne, con la cabeza echada hacia
atrás y la boca abierta mientras duerme. Tiene el ojo lastimado, pero es un tipo fuerte, así
que seguro que ha aguantado bien el puñetazo.
—Por mi parte, tampoco fue exactamente un día de sol y arco iris —gruño,
reprimiendo un escalofrío—. Si no me hubiera quedado atrapado en el ascensor minutos
antes de que llegara el tsunami, estaría frito. —Como Tabby.
A Aaron se le mueve la mandíbula mientras considera mis palabras. Se le
humedecen los ojos, lo que hace que los míos ardan de emoción. Hemos sobrevivido
milagrosamente a esta catástrofe y, de algún modo, nos hemos reunido. Igual que en la
última catástrofe a la que nos enfrentamos, cuando papá mató a mamá. Somos
supervivientes dentro y fuera del apocalipsis.
—Tenías razón —admite Aaron—. Tenías un mal presentimiento y...
100
—Si me hubieras hecho caso, ahora no estaríamos aquí. —Le clavo una mirada
firme—. Por algo eres el hermano mayor. Tus instintos también importan.
Se relaja ante mis palabras.
—Pensar que esta es la única vez que la actitud de estupidez de Jesse realmente
funcionó a su favor. Si no lo hubieran suspendido de la escuela...
Demasiados y si... para mi comodidad.
—No tiene sentido pensar en las cosas terribles que podrían haber pasado —le
digo—. Lo único que podemos hacer es seguir adelante con nuestro grupo de
desarrapados.
Aaron sigue mi mirada, ambos echamos un vistazo a cada persona.
—¿Quiénes son?
—Kellen era mi cliente. Discutimos porque llegué tarde, pero al final me salvó. Es
un tipo genial.
Mi hermano sonríe ante mi minimización de lo genial que me parece este tipo.
—A veces tu actitud de estupidez también juega a tu favor.
No puedo discutirlo.
—El mayor de allí es Gerry y el más joven es Kyle. —Luego hago un gesto hacia
donde Hope tiene a Elise arrimada a su lado—. La rubia es Hope y la morena es Elise. La
mujer inconsciente es Barb. Se golpeó bastante la cabeza y no se ha recuperado.
—Lástima que Dan sea dentista y no médico —murmura Aaron.
—Cuando lleguemos a la orilla, la llevaremos a un hospital. La curarán.
Aaron arquea las cejas y pone esa cara de tristeza cuando está a punto de darme
una mala noticia. Se me revuelve el estómago.
—¿Qué? —balbuceo—. No me digas que todo el maldito planeta está inundado.
Aaron sacude la cabeza e indica el timón.
—He estado escuchando las transmisiones. Son irregulares debido a la distancia,
pero he recibido múltiples informes de catástrofes en todo el mundo. No es sólo aquí.
Por alguna razón, oigo la voz burlona de papá en mi cabeza.
—Te lo dije. Te dije que el mundo se acababa. Podrías haber tomado la salida fácil
como mamá y yo.
—¿Qué tipo de catástrofes?
—Socavones por todas partes. Ciudades enteras destruidas... Actividad sísmica,
incendios, volcanes... —se interrumpe y se frota la cara con la palma de la mano—.
Sinceramente, no sabemos qué esperar cuando lleguemos a tierra.
—Pero tiene que haber ayuda, ¿no? ¿La Guardia Nacional? ¿La FEMA 5? ¿La Cruz
Roja Americana?
101
—He oído que hay algunos campos de refugiados en las Grandes Llanuras, que
parecen estar menos afectadas hasta ahora. Tal vez nos dirijamos allí.
Ambos nos quedamos callados mientras contemplamos cuál puede ser nuestro
futuro. No estoy seguro de que vaya a ser genial, pero es mucho mejor que nuestro
pasado reciente. Prefiero arriesgarme en tierra firme, eso seguro.
—¿Cuánto combustible tenemos? —pregunto, aunque no estoy seguro de querer
saber la respuesta.
—No lo suficiente. —Aaron gruñe y se levanta—. Esperaba usar la tormenta para
dirigirnos a tierra porque sé que necesitaremos el último combustible para llegar a tierra.
Tan pronto como hagamos contacto visual con algo que no sea más agua, haré lo que
pueda para llevarnos allí.
Se sumerge en el timón para examinar un mapa, poniendo fin a la conversación.
Sabiendo que mi hermano es capaz de manejar las cosas, finalmente me permito dormir.
En cuestión de segundos, me duermo profundamente.

Un silbido agudo me despierta. Está oscuro en el barco y Kellen ya no duerme


sobre mi pierna. Me pongo en pie, ligeramente desorientado. Las luces del Angler-traz
iluminan el camino que tenemos por delante mientras Aaron dirige el barco. Sigo los
gestos de Aaron.
Terreno.
En la oscuridad, más allá de las luces del Angler-traz, se ven árboles. Kellen
aparece de la nada y me pone una mano firme en el hombro.

5
FEMA: Siglas en inglés de Agencia Federal de Gestión de Emergencias.
—Aaron me habló de las transmisiones de radio —dice Kellen con un fuerte
suspiro—. Texas ha caído.
Giro la cabeza para estudiarlo en la oscuridad. Tiene la cara resbaladiza por la
lluvia y está pálido. Me fijo en sus carnosos labios entreabiertos y me pregunto, aunque
brevemente, a qué sabrán.
—Mi hermano —se le escapa a Kellen—. Él y mi padre están allí.
—Seguro que salieron —murmuro—. Si tú saliste de tu apuro, ellos también lo
habrán hecho.
Sus hombros se relajan ante mis palabras.
—Knox es muy capaz. Y papá también. Papá puede ser un idiota, pero puede
manejarse solo.
—Pronto estarás con ellos —le aseguro—. Los encontraremos.
102
Una sonrisa curva sus labios en un lado.
—¿Nosotros? ¿Vas a ayudarme?
—Sigo trabajando en el mejor consejo, hombre.
Antes de que pueda responder, Aaron me grita. Me separo de Kellen para correr
hacia mi hermano en el timón.
—Ahí —dice, señalando el asfalto más adelante—. Es una carretera. No sé con
qué tipo de escombros nos encontraremos cerca de la orilla. Nuestra mejor opción será
llevar el barco a la orilla con las últimas reservas de combustible. Todo el mundo tendrá
que estar listo, sin embargo. No va a ser un aterrizaje suave y no hay nada que pueda
hacer al respecto.
Le hago un gesto con la cabeza antes de informar a Kellen. En cuestión de minutos,
todo el mundo se ha levantado, salvo Barbara, con las bolsas y las provisiones en la mano,
listos para partir.
Nos estamos acercando cuando el motor empieza a toser y a chisporrotear. Aaron
brama y golpea el salpicadero con el puño, como si pudiera arrancar de nuevo el barco.
El Angler-traz lanza un suspiro cansado y se calla. Seguimos navegando a una velocidad
decente. Sólo espero que no tengamos que nadar el resto del trayecto, porque el agua
ha demostrado ser increíblemente peligrosa.
A medida que nos acercamos a la carretera que emerge del agua y desaparece
entre los árboles, estudio la zona en busca de señales de vida. Ni luces, ni sonidos, ni
gente. No hay nada. Es espeluznante y un escalofrío me recorre la espalda.
—¡Sujétense! —Aaron grita cuando estamos a unos nueve metros de distancia—.
¡Vamos a entrar con fuerza!
Me agarro con una mano a un asa del exterior del timón y con la otra al brazo de
Kellen. Segundos después, el sonido ensordecedor de crujidos y aplastamientos asalta
mis tímpanos. Rebotamos y somos arrojados a un lado cuando el barco vuelca tras su
atraque forzoso.
La mano con la que agarro el brazo de Kellen se aparta de un tirón y ruedo por la
acera hasta caer sobre la hierba. Me pongo en pie tambaleándome, dispuesto a ayudar
a los demás. Hay gente esparcida por toda la carretera. Hago un rápido recuento, pero
no veo a mi hermano mayor.
—¡Aaron! —grito, corriendo hacia el barco hundido.
Se oyen golpes en el timón. Está atrapado. Segundos después, aparece Wayne,
llevando mi hacha robada. Me hace señas para que me aparte. Con unos cuantos golpes
bien dados, astilla la madera lo suficiente para que Aaron pueda pasar un brazo a través
de ella. Juntos, rompemos los paneles de madera hasta que Aaron tiene espacio
suficiente para salir. Cuando lo llevamos a tierra firme, todo el mundo parece estar
poniéndose en pie. Jesse sangra por la ceja y Pretzel aúlla lastimosamente. Aparte de
103
eso, nadie parece estar herido.
—No —ladra Kyle—. ¿Me estás tomando el pelo?
Está en cuclillas junto a Barb, que yace en el asfalto, inmóvil.
—¿Qué pasa? —exijo, corriendo hacia ellos—. ¿Está bien?
La anciana ya no duerme. Ni siquiera respira. Su cabeza está torcida en un ángulo
extraño, antinatural.
Mierda, Barb está muerta.
Aunque probablemente sea lo mejor.
La culpa me asalta en cuanto lo pienso.
—¡Tú! —Kyle grita mientras se pone de pie. Carga contra Aaron—. ¡Mataste a
Barb!
Lanza un puñetazo que impacta en la mandíbula de mi hermano. Antes de que
pueda entrar en acción, Jesse se une a la refriega, gritándole a Kyle que se aleje de su
hermano. Salgo de mi asombro y consigo agarrar a Jesse antes de que haga algo
estúpido como estrangular a Kyle. Por suerte, Gerry y Kellen rodean a Kyle con sus brazos
y lo alejan de Aaron.
Aaron se frota la mandíbula y agacha la cabeza. Sé que se siente mal por el atraque
forzoso, pero no es como si hubiera muelles esperando nuestra llegada. No importa por
dónde intentáramos desembarcar del barco, iba a ser peligroso.
Hope se acerca a Aaron y se agarra a su brazo.
—Gracias por salvarnos y traernos aquí. No todos somos idiotas.
—Zorra —le suelta Kyle a Hope y luego intenta quitarse de encima a Kellen y
Gerry—. Suéltenme.
—Basta —le gruñe Kellen a Kyle—. Toda esta situación está jodida, pero culpar a
Aaron no traerá de vuelta a Barb. Vamos. Vámonos de aquí.
Kellen arrastra a Kyle por la carretera, lejos del barco destrozado y del cuerpo sin
vida de Barb. Ahora que sé que Jesse no va a matar a Kyle, lo suelto. Gruñe y trota hacia
donde Hailey sostiene a un Pretzel tembloroso.
No sé lo que nos espera, pero espero que haya una comida caliente, una cama
seca y unas pocas horas en las que no tengamos que pasar cada minuto sobreviviendo
al infierno.
No es mucho pedir.
Empezamos a caminar por la carretera. Apenas hemos recorrido 400 metros
cuando vemos una señal de tráfico.
Mariposa County Line. 104
Mierda.
El Área de la Bahía no era el único lugar bajo el agua. Al parecer, toda la costa
californiana hasta las puertas de Mariposa lo estaba.
Alguien escribió burdamente con Sharpie sobre el cartel:
Gerty nos atrapó.
Estoy empezando a pensar que Gerty tiene a todos...
CAPÍTULO DIECISIETE
Kellen
Barb se ha ido.
El dolor de perder a otro de mis empleados es agudo e implacable. Sin embargo,
su muerte ha afectado más a Kyle, ya que estaban muy unidos. Desde que la dejamos en
el lugar del naufragio hace treinta minutos, ha estado lúgubremente callado.
Nuestra agotada banda de supervivientes avanza por la carretera en silencio 105
general. Gerry ha retrocedido, manteniéndose cerca de Kyle, y yo he tomado la delantera.
Tyler trota a mi lado y me dedica una sonrisa sombría, iluminada por la luna parcialmente
nublada.
—No se oye nada —dice en un susurro—. Es un poco aterrador.
Asiento.
—Probablemente todos evacuaron cuando llegaron las aguas del tsunami.
Probablemente estén en la ciudad de al lado, refugiados en hoteles.
—Lástima que no podamos encontrar un hotel —dice Tyler con un gruñido—.
Estoy tan jodidamente cansado.
Le pongo una mano en la nuca y le doy un apretón reconfortante.
—No caminaremos para siempre.
Sigue lloviznando a intervalos mientras caminamos, lo que hace imposible sentirse
abrigado. Mis zapatos de vestir me hacen ampollas en la parte posterior de los talones y
en los laterales de los dedos gordos de los pies. Me alegraré cuando pueda quitarme esta
ropa y ponerme algo más práctico para el fin del mundo.
—¿Cuál es el plan? —Tyler pregunta, haciendo un gesto hacia la carretera
oscura—. Después de reagruparnos, quiero decir.
—Si no recuerdo mal, Sierra Nevada no está lejos de aquí. Nuestra mejor apuesta
es llegar allí donde tendremos la barrera natural para cualquier otra inundación. Después
de eso... —Me entretengo y me encojo de hombros—. Tus suposiciones son tan buenas
como las mías.
Llegamos a una carretera que se cruza con la que estamos recorriendo, donde un
gran cartel de madera con la palabra Hank's General Store y una flecha que apunta a la
derecha nos hace señas. Debajo hay otra señal que indica zona de acampada.
A 400 metros de Hank's.
Un kilómetro y medio hasta la zona de acampada.
Me detengo y me doy la vuelta para mirar a nuestro cansado grupo.
—¿Qué les parece si echamos un vistazo al almacén?
Murmullos de acuerdo recorren el grupo. Satisfecho con su respuesta, le hago un
gesto a Tyler para que me siga por la carretera. Aquí los árboles son más espesos,
cuelgan sobre la carretera y bloquean la poca luz de la luna que tenemos, y el asfalto no
es tan ancho como el de la carretera principal. Si la última carretera era aterradora, ésta
definitivamente la supera.
La carretera acaba abriéndose a un pequeño almacén general y un
estacionamiento decrépito. Por desgracia, no hay ni una luz encendida. Avanzo a grandes
zancadas, con una ligera mueca de dolor por las ampollas, hasta llegar al porche de la
tienda. En la puerta hay un cartel con el horario de apertura, de ocho a ocho. 106
—¿Entramos a la fuerza? —Jesse pregunta, subiendo los escalones para mirar
dentro de la puerta de cristal.
—No podemos entrar —murmura Elise desde cerca—. Iremos a la cárcel.
Intercambio una mirada con Tyler. Tiene las cejas fruncidas y frunce el ceño.
—¿Qué te parece? —le pregunto en voz baja.
—Si entramos y salta la alarma, vendrá la policía. Pueden ayudarnos a ponernos a
salvo —dice Tyler—. Si no pasa nada, tendremos los suministros que necesitamos.
—Puedo dejar mi tarjeta de crédito con una nota —ofrece Dan, que también se
une a nosotros en el porche—. Tendremos cuidado de mantener las cosas bien dentro
de la tienda y no romper nada.
—Entonces está decidido. Entraremos, tomaremos lo que necesitemos y
prometeremos pagar a los dueños. —Me giro hacia el grupo—. Cualquier objeción,
levanten la mano.
La única que levanta la mano es Elise. Cuando se da cuenta de que está sola,
vuelve a bajarla rápidamente.
—Genial. No necesitamos que vayan todos. Tyler, Aaron, Dan y yo iremos a ver
qué pasa. Todos los demás pueden quedarse aquí y descansar hasta que lo
consideremos seguro.
Tyler estudia la puerta delantera de cristal como si buscara la mejor manera de
entrar mientras Aaron camina hacia la parte trasera con Dan. No hay forma fácil de entrar
por delante sin romper el cristal. Lo último que queremos es abrir el almacén a
saqueadores o animales. Tiene que haber otra manera de entrar.
Se oye un crujido y Aaron grita:
—¡Lo tengo!
Tyler y yo nos dirigimos a la parte trasera del edificio y encontramos una puerta
entreabierta. No ha saltado ninguna alarma, lo que significa que es probable que el
edificio esté sin electricidad. Una vez dentro, busco a tientas un interruptor de la luz y,
tras encenderlo y apagarlo un par de veces, mi observación se confirma.
Necesitamos luz.
Segundos después, una luz ilumina el espacio y luego me ciega. Entrecierro los
ojos hasta que apunta al suelo.
—Hay todo un cubo de minilinternas —dice Tyler, entregándome una—. Veamos
qué podemos encontrar.
Tomo la linterna que me ofrecen y sigo a Tyler por la tienda. Una parte de la tienda
parece ser la típica tienda de comestibles, recuerdos y bebidas. Más allá de los pasillos
de alimentos, otra abertura conduce a una segunda área de la tienda general. 107
—Premio gordo —dice Aaron—. Equipo de camping y suministros. Botas, ropa y
otras cosas útiles.
Botas y ropa.
Gracias a Dios.
—Desbloquea la puerta principal, Dan —le ordeno—, y dile a todo el mundo que
puede entrar a tomar lo que necesite. Haremos un inventario para pagar al dueño antes
de irnos.
Dan se separa para traer a los demás mientras Tyler y yo nos dirigimos a la zona
de acampada. Es tan grande como la parte de la comida, lo que es genial. Nunca me
había alegrado tanto de ver camisetas de camuflaje y pantalones Carhartt.
Ansioso por quitarme la ropa mojada y estropeada, no tardo en quitarme la
chaqueta. Me duele el costado, pero ya me había dado cuenta de que Tyler me había
curado la herida mientras dormía. Me desabrocho rápidamente la camisa, me la quito y
empiezo a quitarme la camiseta con cuidado.
Cuando huelo mi propio olor corporal, gimo de vergüenza.
Tyler se ríe y sacude la cabeza.
—No eres el único, Kell. Iré a buscar desodorante.
Sus ojos se detienen en mi pecho durante un instante, provocando que el calor
me invada, y luego se da la vuelta bruscamente para marcharse. Empiezo a mirar en los
estantes de camisetas de camuflaje de manga larga hasta que encuentro una de mi talla.
Tyler vuelve con un desodorante que ya ha abierto y al que ha quitado el tapón. Acepto
amablemente su ofrecimiento e intento borrar mi hedor antes de devolvérselo. Una vez
que me pongo la camiseta, maravillosamente seca, me pongo a buscar unos pantalones.
Los pantalones de trabajo Carhartt me recuerdan a los que solía llevar en el
rancho. Se siente como si hubiera pasado toda una vida. Como no tengo calzoncillos de
repuesto, me veo obligado a quedarme con los que aún están mojados, pero al ponerme
los pantalones nuevos me siento genial.
—Calcetines —dice Tyler, lanzándome un pequeño paquete—. Tienen unas botas
de montaña en un rincón. No hay una gran selección de estilos, pero parece que hay
varias tallas para elegir.
Abro el paquete con los dientes y me cambio los calcetines empapados. Los pies
también me huelen bastante mal, pero no puedo hacer nada hasta que me dé una ducha,
sea cuando sea. Los calcetines son gruesos y calientes, para mi alegría.
Como prometió, en la esquina de la tienda están las botas de montaña. Encuentro
a Kyle y Gerry ya allí, ambos ansiosos por perder sus zapatos de vestir. Espero que haya
algunos que les sirvan también a Hope y Elise, ya que perdieron los tacones hace mucho
tiempo, cuando el agua llegó por primera vez e intentó ahogarnos.
108
Me siento como un hombre nuevo cuando localizo un par de botas de mi talla y
me quedan perfectas al atármelas.
Kyle, tras encontrar sus botas, se marcha a mirar la ropa. Gerry se queda para
ayudar a Hope y Elise cuando llegan. Los dejo a los tres para que busquen una mochila
o algo para llevar provisiones. Por suerte, hay toda una pared de ellas. El equipo de
acampada y senderismo de esta tienda es una bendición.
Tomo una mochila y saco todo el relleno. Luego vuelvo a la ropa. Me vendrá bien
tener una muda de repuesto. Una vez que reúno unos cuantos artículos, reviso el resto
de provisiones de caza. La comida y el agua son importantes, pero también lo son otras
cosas que podemos necesitar si nos vemos obligados a permanecer al aire libre. Agarro
cerillas, un par de linternas a pilas, un hacha, un rollo para dormir que pueda atar a la
mochila, un par de navajas y unas cuantas cajas de pastillas potabilizadoras.
Tyler se une a mí justo cuando estoy cerrando la cremallera de mi mochila y
empieza a llenar una mochila nueva, mucho más resistente y hecha para el exterior que
la suya actual, con provisiones similares.
Las botellas de los frigoríficos del otro lado de la tienda empiezan a traquetear.
Tardo un segundo en darme cuenta de que el suelo está temblando. Tyler me lanza una
mirada de pánico mientras se agarra a mi brazo. El temblor no se detiene, sino que se
intensifica y hace que varios objetos caigan al suelo por toda la tienda. Varias personas
gritan y me pregunto si habrán sido alcanzadas por los objetos que caen.
A diferencia de la mayoría de los terremotos, que duran más o menos un minuto,
éste sigue retumbando. Todo el mundo se pone en marcha y termina rápidamente sus
compras. Tyler me saca de la zona de acampada y me lleva a la zona de comida.
Tomamos lo que podemos, llenamos las bolsas y nos apresuramos a salir del edificio
antes de que se nos venga encima.
Afuera, casi todo el mundo ha escapado ya de la tienda. Aaron y Hope son los
últimos en salir, con los brazos llenos de cosas.
—Deberíamos ir a un terreno más estable —grito por encima de los quejumbrosos
gemidos de la tierra—. El área de acampada es por ahí. Siempre podemos volver si
olvidamos algo.
Elise se tambalea hacia mí, frunciendo el ceño.
—¿Y la lista para el dueño? No me siento cómoda robando sus cosas.
Dan le hace un gesto para que lo siga fuera de la tienda.
—Dejé una nota y mi tarjeta. Les dije que me cobraran lo que quisieran por lo que
nos llevamos. Está bien.
Satisfecha, Elise corre para alcanzar a Hope y Aaron, que ya están camino abajo,
en dirección al campamento. Esta vez, Tyler y yo vamos en la retaguardia, asegurándonos
de no perder a nadie. El estruendo finalmente disminuye, pero no hace nada por mi
corazón que late erráticamente. 109
¿Cuándo acabará esto?
El resto del camino transcurre sin incidentes. Es de noche, pero la lluvia ha
resistido. Finalmente llegamos al camping. Al frente hay un edificio de registro,
presumiblemente también sin electricidad, como el almacén general. Más allá,
encontramos dos cabañas cerca. Puede que haya más cuanto más nos adentremos en
el camping, pero nadie parece ansioso por encontrar más.
—Pasaremos aquí la noche —digo señalando las cabañas—. Sepárense. Hope y
Elise, ustedes dos pueden quedarse con Dan y su familia. Los demás podemos quedarnos
al lado. ¿Alguna objeción?
Jesse levanta la mano.
—Debería quedarme allí también por si Dan necesita ayuda para proteger a las
mujeres.
Hope pone los ojos en blanco cuando Dan le da la razón. Hasta ahora ha
demostrado ser muy capaz de protegerse a sí misma y a los demás.
Todo el mundo se separa. También tenemos que forzar las puertas de estas
cabañas, pero no es demasiado difícil, ya que son viejas y sólo nos enfrentamos a puertas
de madera, no de cristal. Una vez dentro de nuestra cabaña, encendemos algunas de las
linternas a pilas para determinar nuestra situación para dormir. Hay dos juegos de literas
en una pared, un sofá en la otra y una alfombra mohosa en el centro de la cabaña.
Kyle reclama una de las literas de abajo y Gerry se sube encima de la suya. Wayne
se queda con la otra. Aaron levanta una ceja mirando a Tyler.
—Tómala tú —dice Tyler—. Yo me quedo con el suelo. Kellen puede quedarse
con el sofá.
Aaron sonríe y despeina el cabello de su hermano pequeño antes de subirse a la
cama.
—Podemos compartir el sofá —le digo a Tyler—. Nadie tiene que dormir en el
suelo.
Nos acercamos al sofá y nos disponemos a deshacernos de nuestras bolsas.
Mientras me quito las botas, Tyler rebusca en su bolso y saca una bolsa de cecina.
—¿Tienes hambre cómo para cenar?
Mi estómago gruñe como si quisiera responderle.
—Claro que sí.
Se acomoda en un extremo del sofá y yo en el otro. Incluso tener medio sofá para
dormir es mejor que el hueco de la escalera de mi edificio. Estamos en silencio mientras
comemos la cecina, pero ninguno de los dos se duerme mucho después que los demás.
—¿No puedes dormir? —Tyler susurra.
110
—No.
—¿Quieres jugar al tres en raya otra vez?
Sonrío y asiento.
—¿Quién va ganando hasta ahora?
—Yo. Aunque ya tendrás tiempo de ponerte al día.
Busca un bolígrafo en el bolso y se arrastra por los cojines para sentarse a mi lado.
A pesar del dolor en el costado, estiro el brazo sobre el respaldo del sofá, invitándolo a
entrar en mi espacio. Su cálido cuerpo ahuyenta cualquier escalofrío que pudiera
quedarme. Tiro de su brazo hacia mi regazo, empujando la tela de su nueva camiseta de
manga larga hacia arriba para dejar al descubierto su tatuaje. Cuando le paso el pulgar
por la piel, se estremece.
—¿Frío?
—Ya estoy bien.
Inclina la cabeza para mirarme. Tan cerca, con nuestras bocas a escasos
centímetros, me entran ganas de besarlo. Casi lo hago, pero entonces se aparta para
dibujar una O en el centro de su tatuaje.
Por primera vez desde que ocurrió todo este caos, estoy realmente relajado y feliz.
Me gusta Tyler. Realmente me gusta.
Espero poder hacer algo al respecto.
CAPÍTULO DIECIOCHO
Tyler
Anoche dormí bien y mal. Bien porque usé el muslo de Kellen como almohada.
Malo porque tuvimos algunos temblores más que fueron preocupantes. Aun así, conseguí
dormir unas cuantas horas, que fue probablemente lo más largo que he dormido en días.
Lo que daría por una cama de verdad. Incluso la compartiría con Kellen.
Está sentado en una mesa de picnic, comiendo distraídamente una barrita de
proteínas y frunciendo el ceño mientras escucha a Dan hablar en voz baja. Aaron, Hope,
111
Elise y Wayne también están sentados con ellos. Me molesta un poco que me hayan
dejado dormir hasta tarde en lugar de invitarme a su sesión de estrategia.
Jesse suelta una carcajada que llama mi atención. Está contando animadamente
un cuento a Judy, Hailey y Silas. Pretzel duerme acurrucado en la sudadera de Jesse,
con su cabecita asomando por un lado del largo bolsillo delantero.
Salvé a ese perro y el agradecimiento que recibo es una traición.
Lucho contra una sonrisa. No estoy enfadado en absoluto. Se siente como si Jesse
finalmente tuviera el perro que siempre quiso. Aunque el fin del mundo fuera la única
forma de conseguirlo.
Un sonido detrás de mí capta mi atención. Kyle tose, de espaldas a mí, y se mea
contra un árbol. Espero que hoy esté de mejor humor. Perder a su amiga fue duro para
él, pero necesitamos que todo el mundo esté alerta si tenemos alguna esperanza de llegar
a un campamento o refugio del FEMA.
La voz suave y profunda de Kellen baila en el aire, ganándose mi atención una vez
más. Lo oigo sugerir la mejor ruta hacia posibles lugares seguros y por qué cree que son
una opción. Estoy a punto de unirme a él para aportar mi granito de arena cuando oigo
chirriar los neumáticos.
Todo nuestro grupo se gira para observar a lo lejos la carretera de donde procede
el sonido. En cuestión de segundos, dos camionetas Chevy se dirigen hacia el
estacionamiento del camping, frente a la oficina y las dos cabañas.
¡Más gente!
Quizá puedan decirnos adónde ir.
Las dos camionetas se detienen con un chirrido y, casi de inmediato, tres hombres
fornidos bajan de los vehículos. Los tres llevan armas: dos escopetas y un rifle pesado,
un AK-47 quizá. El alivio de encontrar a otros supervivientes se apaga cuando la inquietud
se instala en mis entrañas.
—Hola, amigos —saluda Dan, viniendo a ponerse a mi lado—. Me alegro de ver
otras caras por aquí.
Los tres hombres se acercan, pero mantienen una distancia de unos cinco metros
entre nosotros. Tienen la cara roja y el ceño fruncido y enfadado, con la clara intención
de intimidar. Endurezco la columna y aprieto los dientes, con cuidado de dejar que digan
lo que tienen que decir antes de soltar un abrupto grito en la boca. Al fin y al cabo, no soy
Jesse.
El mayor de los tres, un hombre rubio con barba desaliñada y barriga, escupe un
fajo de algo repugnante al suelo, a nuestros pies. Me cuesta no reaccionar ni apartarme.
—Bonita camiseta —afirma el hombre, haciéndome un gesto—. ¿Qué más has 112
robado?
Me erizo ante su tono acerbo.
Dan levanta ambas manos de forma apaciguadora.
—Señor, hemos recorrido un largo camino...
El más joven de los tres -son idénticos salvo por ligeras diferencias de edad, así
que deben de ser hermanos- dice:
—¿Señor? Gunter no es un señor. No es lo bastante elegante para eso.
El hombre mayor, o Gunter, escupe otro tajo de lo que ahora supongo que es
tabaco de mascar a mis pies.
—Mike —advierte Gunter—. Mantén la boca cerrada.
Mike, el mediano de los dos, le da un codazo al más joven.
—Corta el rollo, Nicky.
—Te he hecho una pregunta —gruñe Gunter, con los ojos entrecerrados en Dan—
. ¿Qué más has robado de la tienda de nuestro padre?
—Estamos agradecidos —dice Dan en tono diplomático—, por los suministros y la
comida, por eso dejé mi tarjeta de crédito y una nota....
—Tiene ochenta y dos años —interrumpe Gunter—. Un maldito viejo. ¿Te sientes
bien robando a los ancianos?
Dan, bendito sea, no pierde la genialidad. Estoy a segundos de plantar mi bota en
la basura de este idiotas.
—Comprendo tu frustración —dice Dan—, y tienes todo el derecho a estar
descontento con nosotros. Sin embargo, esperamos que seas amable con nosotros, ya
que hemos perdido gente y apenas sobrevivimos. Mi tarjeta de crédito debería ser más
que suficiente para cubrir los...
—Tu tarjeta de crédito significa una mierda cuando no hay electricidad —gruñe
Gunter, apretando con fuerza su escopeta—. Pagarás por lo que te llevaste de una forma
u otra.
El miedo se apodera de mí. De espaldas a nuestro grupo, no estoy seguro de cómo
están manejando la situación. De momento, todos están callados, claramente intimidados
por esos tres imbéciles enojados con pistolas.
—Tengo un Rolex —dice Dan, levantándose la manga para mostrar el costoso
reloj—. Es tuyo. Aunque lo empeñes, te dará un buen dinero. —Mira por encima del
hombro—. Judy. ¿Tus joyas?
Se acerca a Dan y le quita su enorme alianza de diamantes.
—Esto también vale mucho. No queremos problemas, señor.
Nicky vuelve a resoplar, claramente divertido de que llamen señor a su hermano 113
mayor.
—¿Es tu hija? —Gunter pregunta, señalando con la cabeza más allá de nosotros—
. ¿La joven?
Dan se pone rígido, ignorando la pregunta.
—Estoy seguro de que entre todos podremos llegar a algún tipo de pago con
nuestras joyas....
El estruendoso sonido de la escopeta al dispararse hace que varias personas
griten de sorpresa. Gunter nos sonríe mientras las hojas del árbol que tenemos encima
revolotean alrededor de nuestras cabezas.
—Responde a la maldita pregunta, hombre —gruñe Gunter.
—¿O qué? —Jesse exige, voz caliente de ira.
Mierda.
Se acerca corriendo al lado de Judy y se coloca ligeramente delante de ella. Oigo
a Hailey lloriquear detrás de ella y Silas llora en silencio. Pretzel se estremece dentro del
bolsillo de Jesse, agachando la cabeza para esconderse de la tensa situación.
Gunter se ríe y sus dos hermanos se le unen. Después de un rato, sacude la cabeza
y dice:
—Nos llevaremos a la chica como intercambio.
El silencio se apodera de nosotros, aparte del viento que hace que las hojas se
dispersen a nuestro paso.
—No —suelta Dan, perdiendo rápidamente la genialidad—. Es una niña, animal.
No un pedazo de propiedad.
—Es el pequeño precio por pagar —dice Mike mientras mira a Hailey—. Una boca
menos que alimentar. No veo el problema.
Jesse avanza hasta situarse a unos metros del trío. Sus hombros están tensos
mientras sisea:
—Ya han oído al hombre. No va a pasar. Vuelvan a sus camionetas de pueblerinos
y déjennos en paz de una puta vez.
—Jesse —advierto en voz baja.
Deja que mi hermano eche leña al fuego en lugar de intentar apagarlo.
—Jesse —imita Gunter, apuntando a mi hermano pequeño con la culata de su
escopeta—. Escucha a tu amigo. Tu boca está escribiendo cheques que tu trasero no
puede cobrar.
Jesse lo mira con desprecio.
—No sé qué demonios significa eso, pero no te tengo miedo.
114
Gunter levanta la punta de su pistola y apunta con el cañón a la cara de Jesse. Mi
corazón deja de bombear sangre mientras intento aspirar aire.
No acabo de recuperar a mis hermanos para perder a uno de ellos por estupidez.
—Por si no se han dado cuenta —dice Gunter, con su saliva teñida de tabaco
sobrevolando a Jesse—, el viejo mundo se ha acabado. En este nuevo mundo, todos
hacemos lo que podemos para sobrevivir. Los malditos ladrones como tú no van a durar
mucho. —Asiente a Mike—. Ve a buscar nuestro pago.
Estos monstruos no van en serio a secuestrar a una adolescente, ¿verdad? Sin
armas contra sus tres, estamos superados y en una posición perdedora aquí.
—Por favor —suplica Dan—, no hagas esto. Sólo tiene quince años.
Gunter se ríe.
—Siempre me gustaron jóvenes. Por lo qué mí esposa me dejó también.
Mike se acerca a Hailey, que abraza a su hermano pequeño. Wayne, Gerry y Kyle
están boquiabiertos, con los ojos muy abiertos y horrorizados, pero no hacen ningún
movimiento para intervenir. Sin embargo, se han colocado estratégicamente delante de
Elise y Hope, ocultándolas. Aaron y Kellen se han ido.
¿Qué demonios...?
—Hombre, no puedes llevártela —grito, encontrando mi voz—. Te devolveremos
tu mierda. ¿Contento?
Jesse está tenso, listo para luchar, pero no es tan estúpido como parece. Sabiendo
que tiene una escopeta en la cara, se mantiene callado, incluso cuando Hailey le grita a
Mike que se mantenga alejado.
Dan se lanza por ellos, pero entonces Nicky se le echa encima, blande su rifle y le
da en la nuca. Cae al suelo con un gemido de dolor. Judy empieza a sollozar y a suplicar,
dividida entre ayudar a su marido y rescatar a su hija.
Tenemos que hacer algo.
¿Pero qué?
¿Cómo?
Mike lucha con Hailey, arrastrándola más allá de sus padres, Jesse y yo hasta
dónde están sus hermanos. Le besa el cuello juguetonamente como si fuera un puto
juego.
Jesse maldice como un loco, pero permanece en su sitio.
—Como he dicho —Gunter espeta a cualquiera que quiera escuchar—. Nuevo
mundo. Nuevas reglas. En este pueblo, no queda mucha gente, lo que significa que
estamos a cargo. Las mujeres son la nueva moneda por aquí.
La bilis me sube por el estómago. ¿Este hombre va en serio ahora mismo?
¿Tenemos un tsunami y unos cuantos socavones en todo el mundo y de repente todo se
115
convierte en un sálvese quien pueda sin ley?
—Por favor —suplica Hailey, con lágrimas gordas cayendo por sus mejillas—.
¡Mamá! ¡Papá! ¡Ayúdenme!
Nicky descarga su arma en la tierra junto a la cabeza de Dan, haciendo que todos
salten.
—No te resistas, niña bonita, o tu papi pagará el precio.
Hailey se queda paralizada, con la boca abierta de horror. No lucha contra su
captor, aparte de un temblor de cuerpo entero, ni siquiera cuando él la manosea
crudamente por encima de la camiseta. Jesse está tenso, listo para cargar contra Mike,
pero si lo intenta, estoy seguro de que Gunter rociará el bosque con su cerebro.
¿Qué demonios hacemos?
No podemos dejar que se la lleven. La violarán y sólo Dios sabe qué más. Pero
tampoco puedo dejar que mi hermano desayune perdigones por ella.
Es entonces cuando veo movimiento detrás de los hombres.
Alguien pasa entre las camionetas, agachado. Otro lo sigue. Conozco a los dos
alguien. Son Aaron y Kellen. ¿Tienen un plan? ¿Resultará en que le vuelen la cabeza a
Jesse?
—Esto es lo que va a pasar —dice Gunter, mirando a mi hermano pequeño, pero
dirigiéndose a todos nosotros—. Esta dulce chica va a pagar el precio de su robo. Y como
soy un jodido caballero, no voy a mancillarla delante de todos ustedes. Consideren esto
la amabilidad que creen que se les debe. —Inclina la cabeza hacia la izquierda—.
Subiremos a las camionetas y nos iremos con nuestro premio. Pero si nos siguen o nos
vuelven a robar, los sacrificaremos como a perros.
Hailey, resignada a su destino, solloza y baja la cabeza. Mike sonríe y le acaricia el
cabello con la nariz. Me siento asqueado e impotente para hacer algo por ayudarla.
—¿Seguro que no deberíamos hacerlos mirar? —Mike pregunta y luego se ríe
cuando Hailey chilla—. Cinco dólares a que es virgen. Me encantan las vírgenes.
—Nadie quiere ver tu polla de bebé —dice Gunter con una sonrisa de
satisfacción—. Ponla en la camioneta contigo y Nicky. Hay cuerda en la cama del mío.
Cuando Mike empieza a empujar a Hailey hacia las camionetas y Nicky se aleja de
nosotros para ir con él, Aaron y Kellen entran en acción.
Mantengo la mirada fija en Hailey mientras Kellen golpea a Mike en la cabeza con
un gran palo. Sorprendido, Mike brama y suelta a Hailey para enfrentarse a Kellen. Pero,
sorprendentemente, Kellen es más rápido y derriba a Mike al suelo. Aaron derriba a Nicky.
La imagen de Kellen y Aaron atacando a dos de esos idiotas me empuja a hacer lo mismo.
Me abalanzo sobre Gunter, agarro su escopeta y empujo con todas mis fuerzas.
¡Boom! 116
La escopeta estalla, haciendo vibrar mi mano que la rodea mientras Gunter y yo
caemos al suelo.
Sólo puedo esperar haber sido lo suficientemente rápido para salvar a Jesse de la
descarga del arma.
Por favor, Dios, permíteme haber sido lo suficientemente rápido.
CAPÍTULO DIECINUEVE
Kellen
Se oye otro disparo, que resuena a nuestro alrededor, pero no tengo tiempo de
ver si han alcanzado a alguien. Está claro que Mike no ha pasado los últimos días
encerrado en un edificio inundado sin apenas comer ni beber y con cero horas de sueño,
porque no es fácil derribarlo. Consigo desarmarlo, pero me asesta varios puñetazos
vertiginosos en la mandíbula.
Somos más nosotros que ellos.
117
No se llevarán a Hailey ni lastimarán a más de los nuestros. Nos aseguraremos de
ello.
Como nadie grita de dolor o pena, espero que eso signifique que el arma disparada
no ha alcanzado a nadie. Sigo forcejeando con el hombre más joven, haciendo todo lo
posible por dominarlo. Consigue tumbarme de espaldas y saca una navaja de la nada. La
hoja desafilada se clava en un lado de mi cuello, sin duda hiriendo la piel, pero sin
perforarla.
Consigo quitarle la navaja de la mano. Un mordisco agudo en la piel me hace
gruñir, pero es lo bastante superficial como para saber que no hay de qué preocuparse.
Mike me rodea el cuello con las manos, pero entonces le doy la vuelta hasta dejarlo
debajo de mí y me zafo de su fuerte agarre. Le doy un puñetazo en la nariz y me
estremezco al oír cómo se rompe el hueso. Mike gime y gorgotea mientras le brota sangre
de la nariz.
—Jodidamente. No te muevas.
Cada músculo de mi cuerpo se pone rígido cuando la voz masculina resuena por
encima de mí. Tardo dos segundos en darme cuenta de que el cañón de la escopeta que
entra en mi campo de visión por la derecha no me apunta a mí, sino a Mike. Levanto la
vista y veo a Kyle sosteniendo el arma temblorosamente.
Me levanto de un salto y dejo a Mike en el suelo, gimiendo de dolor, mientras
compruebo rápidamente el estado del resto de nuestro grupo. Tyler tiene una escopeta
apuntando a Gunter, que está sentado de rodillas, y Aaron tiene el rifle de Nicky apretado
contra la espalda del mierdecilla.
Los dominamos.
Gracias a Dios.
Judy y Dan tienen ahora a sus dos hijos junto a ellos, los cuatro llorando, pero
claramente agradecidos por el giro de los acontecimientos.
—¿Qué hacemos? —Kyle pregunta, amargura en su voz—. ¿Matarlos?
Se me revuelve el estómago al pensarlo. No quiero ser como esos imbéciles.
—Dijo que hay cuerda en la parte de atrás —grité casi en un susurro—. Átalo a la
parte trasera de la camioneta roja más pequeña.
Kyle, sólo ligeramente decepcionado por no haber sido capaz de destrozarle el
cráneo a Mike, asiente y ordena al hombre que se ponga en pie. Tyler también hace que
Gunter se levante. Jesse aprovecha para darle una fuerte patada en las bolas a Gunter.
—¿Qué demonios? —Gunter gruñe y luego se atraganta, vomitando vómito
mezclado con tabaco de mascar por todo el suelo—. ¡Me has roto las malditas bolas!
Tyler me sonríe con satisfacción mientras clava con fuerza la pistola en la espalda
118
de Gunter, empujándolo hacia la parte trasera del vehículo más pequeño.
Wayne y Gerry se unen para ayudar a atar a los hombres. Estos idiotas amenazaron
con secuestrar y violar a esa pobre chica. Ninguno de nosotros se los va a poner fácil.
Sólo cuando los tres idiotas están atados dolorosamente al parachoques de la camioneta
nos relajamos por fin como grupo.
—Busquen en la camioneta roja —les ladro a Kyle y Hope—. Agarren lo que
puedan. Usaremos la otra camioneta para largarnos de aquí.
Mientras empiezan a registrar la camioneta roja, me acerco a grandes zancadas al
Chevy azul de cabina extendida y abro la puerta trasera del lado del conductor. La
camioneta es una mina de oro de suministros. En el asiento hay una bolsa táctica repleta
de pistolas y munición. En el suelo hay dos escopetas más.
Tyler abre la otra puerta y sus ojos se abren de par en par al ver el botín.
—Estos tipos estaban planeando una guerra. Mierda.
Es desconcertante pensar que quizá no seamos el primer grupo al que intentan
intimidar y secuestrar, pero no podemos llamar a la policía. Y matarlos, aunque sería
profundamente satisfactorio, no es una opción. Esto es América. Puede que el mundo se
esté desmoronando, pero algunos de nosotros aún creemos en hacer lo correcto.
Lo correcto en este caso es atarlos a la camioneta y esperar que un oso los
encuentre.
Tyler cierra la puerta de la camioneta y aparece a mi lado. Dejo de rebuscar debajo
del asiento para mirarlo.
—¿Qué pasa?
Sus rasgos son duros y sus ojos brillan.
—Gracias.
Antes de darme cuenta de por qué me da las gracias, me abraza con fuerza.
Incapaz de dejar pasar la oportunidad de tocarlo, lo envuelvo en un fuerte abrazo.
—De nada, aunque no sé por qué.
Se burla, su aliento me hace cosquillas en el cuello y envía zarcillos de deseo
directos a mi entrepierna.
—Por ayudar a derribar a esos tipos. Estuvieron a punto de secuestrar a esa chica
y volarle la cabeza a mi hermano.
Le paso los dedos por la columna y se estremece.
—Tenemos que cuidarnos el uno al otro.
—Lo sé —dice, con la voz ronca mientras se aleja ligeramente, pero sin soltarme
del todo—. Todavía puedo agradecerle a un hombre que sea duro.
119
Levanto una ceja y le sonrío.
—Un tipo duro, ¿eh?
Sus labios se curvan en una sonrisa malvada.
—Sí. Bastante sexy también.
El calor me inunda, electrizando cada terminación nerviosa a su paso. Cree que
soy sexy. Alguien viejo como yo. Este tipo es genial para mi ego, eso seguro.
—Sexy, ¿eh? —Me burlo—. Realmente estás exprimiendo esta propina. Es bueno
que pague extra por los cumplidos.
Se inclina hacia delante y sus labios rozan mi oreja.
—Te pusiste diez veces más sexy cuando te cambiaste el traje de zombi de
empresa por este. —Sus dedos se enroscan en el material de mi camiseta sobre mis
abdominales—. Lo rudo te queda bien, Kell. Realmente bien.
Alguien dice algo cerca que hace que Tyler se aleje de mí. Doy un paso hacia él,
necesitando... algo... pero me detengo cuando Gerry rodea la parte trasera de la
camioneta.
Maldita sea.
Si toda esta gente no estuviera aquí con nosotros, habría empujado a Tyler contra
el lateral del vehículo para besar sus labios juveniles que saben todo lo que hay que decir
para prenderme fuego.
Pero no estamos solos.
Volvamos al tema de la supervivencia, que francamente se está haciendo viejo.
La tierra empieza a gruñir de nuevo y agarro la mano de Tyler por instinto. A
nuestro alrededor, los árboles se balancean de un lado a otro, crujiendo y gimiendo. Las
ramas se parten y luego un árbol entero se estrella contra el suelo. Mis dientes parecen
traquetear dentro de mi boca mientras soportamos otro terrible temblor, que dura más
que los de anoche.
Casi ha terminado.
En cualquier momento.
En lugar de calmarse, el temblor se intensifica. Un agudo crujido resuena en las
proximidades y luego se dirige hacia nosotros. El suelo bajo Gerry se abre, dejando al
descubierto una brecha de treinta centímetros. Lo salta y me lanza una mirada
aterrorizada.
Otro fuerte estruendo de un árbol al caer es seguido por crujidos y cristales rotos.
Me doy la vuelta y veo que un enorme roble ha aterrizado justo en medio de la oficina del
camping, destrozándola.
—¿Va a parar alguna vez? —Tyler grazna, apretando mis manos. 120
El suelo sigue quejándose y, varios segundos después, se apaga hasta que no se
siente nada, aparte de la brisa fría que nos azota desde el oeste.
Tyler frunce el ceño en dirección al viento, con expresión pensativa.
—Hace un poco de frío para esta época del año.
Tiene razón.
Si hubiera hecho tanto frío cuando nos quedamos atrapados en lo alto del edificio,
todos habríamos muerto de hipotermia.
—Vamos —le digo a Tyler—. Tenemos que recoger nuestro equipo, hacer una
parada en el almacén general, y luego llegar al otro lado de esa montaña.
—¿Crees que allí es seguro? —me pregunta, escrutando mis ojos.
—Eso espero. Cualquier cosa es más segura que donde estamos ahora. Por lo que
sabemos, California está a punto de caer en el océano como todos los moonies han
estado prediciendo desde que Gerty golpeó por primera vez.
Tyler se encoge de hombros, pero me hace un gesto de comprensión. Le suelto
la mano para que me ayude a reunir a los demás. Gerry, de espaldas a mí, se queda
mirando la enorme grieta que se ha formado en el asfalto.
—Esto se está poniendo feo —gruñe Gerry, sacudiendo la cabeza.
—Sólo va a empeorar. —Me agarro a su nuca y le doy un apretón reconfortante—
. Por eso tenemos que movernos.

Una vez cargada la camioneta con toda nuestra gente y nuestro equipo, nos
alejamos lentamente de Gunter, Mike y Nicky. Mientras nos preparábamos para nuestro
viaje, nos maldecían y nos llamaban de todo. En un momento, pensé que iba a tener que
contener físicamente a Jesse de matarlos a los tres por deporte.
Afortunadamente, conseguimos poner el infierno en marcha sin víctimas. Wayne,
que optó por conducir, Elise y Hope ocuparon el asiento delantero, mientras que Dan,
Judy, Hailey y Silas ocuparon el trasero. El resto nos amontonamos en la cama de la
camioneta. El plan para cuando paremos en el almacén general es enviar a los chicos a
buscar más comida y agua, pero también tomar chaquetas para todos. El repentino
descenso de la temperatura es alarmante.
En cuanto Wayne llega a la tienda, todos nos bajamos. El edificio está en peor
estado que ayer, sin duda debido a los temblores. Las ventanas de la fachada están
destrozadas y los escombros salen volando de la tienda, resbalando con el viento.
Tomo la delantera, atravieso la puerta de cristal rota y entro en el edificio. El suelo
está pegajoso por las botellas de refresco rotas y no estoy seguro, pero creo que huelo
121
a gas.
—Tenemos que entrar y salir —ladro—. La mitad de ustedes tomen las chaquetas.
Los demás recogeremos agua y comida.
—Huelo a gas —dice Gerry—. ¿Tú también lo hueles?
—Como dije. Dentro y fuera. —Le hago un gesto para que se mueva
rápidamente—. Vamos.
El grupo se apresura a recoger lo que necesita. Si hay una fuga de gas, bastaría
otro terremoto para encender el gas y provocar un incendio o una explosión. Quiero estar
lejos de aquí si eso ocurre.
Me lleno los bolsillos de barritas de proteínas y bolsitas de frutos secos antes de
recoger una caja de agua cerca de las neveras de bebidas rotas. Jesse pasa a mi lado
cuando salgo por la puerta, con los brazos llenos de chaquetas. Parece que acaba de
recoger toda la estantería.
Estoy cargando la camioneta cuando el suelo empieza a temblar de nuevo.
Mierda.
—¡Todo el mundo fuera! —grito hacia el edificio mientras Kyle sale, con los brazos
cargados de alimentos enlatados—. ¡Rápido!
Kyle acelera y Gerry le pisa los talones. Aaron es el siguiente en salir, con más
material de acampada en sus manos. Espero a que salga Tyler.
Y no lo hace.
—¡Tyler! —grito—. ¡Ahora! No tenemos más tiempo...
Mis palabras se interrumpen cuando el edificio empieza a derrumbarse. Suelto un
sonido ahogado cuando Aaron y Jesse se ponen en marcha hacia el edificio.
¡Bum!
Todos caemos de trasero al estallar la explosión. Soy vagamente consciente de
los trozos de cristal y las astillas de madera que se clavan en mi carne. En cuanto me
aseguro de que ha pasado lo peor, me pongo en pie de un salto y entrecierro los ojos
contra el infierno que sale de los restos del edificio.
Tyler.
Todavía estaba dentro.
¡No!
Aaron suelta un grito de dolor, tan lúgubre y horrible que lo siento en lo más
profundo de mis huesos.
No está muerto.
No puede ser. No después de todo lo que hemos sobrevivido hasta ahora.
122
Los segundos se convierten en minutos y Tyler no emerge de las llamas.
Esto no puede estar pasando.
CAPÍTULO VEINTE
Tyler
Estoy muerto.
Pero los muertos no son conscientes de que están muertos, ¿verdad?
Así que tal vez no estoy muerto...
Se me escapa un gemido áspero mientras intento comprender lo que me rodea.
Hace calor, no, cálido. Es muy caliente. Como cuando te acercas demasiado a una 123
hoguera y el calor te chamusca las cejas.
¿Por qué hace tanto calor?
Parpadeo para alejar la nube aturdida que hay dentro de mi cerebro, pero sigo sin
poder ver. Estábamos en la tienda, se produjo un terremoto y luego un estampido
ensordecedor.
A mi alrededor, oigo fuertes estallidos y crepitaciones mientras el fuego arde sin
control. Por desgracia para mí, estoy en él. O cerca de él.
Giro dolorosamente la cabeza hacia la derecha y el naranja resplandeciente del
infierno ilumina mi visión. Definitivamente, estoy en el suelo. Puedo oler la tierra que pisa
mi mejilla. ¿He escapado a tiempo?
Mi intento de huir a gatas del calor queda en suspenso cuando me doy cuenta de
que no puedo moverme. Tengo las piernas atrapadas bajo algo pesado. Una viga de
madera o alguna otra pieza del edificio.
¿Salieron todos los demás? ¿Mis hermanos? ¿Kellen?
Me entra el pánico y empiezo a arañar la tierra. Lo que sea que me tiene
inmovilizado mantiene las llamas alejadas de mí, pero sigue haciendo un calor de mierda.
Si no salgo de aquí pronto, me coceré hasta morir.
—Socorro —balbuceo, rezando para que los que aún están en la camioneta
puedan oírme.
Pero mi voz no vale nada y apenas se oye por encima del crepitar del fuego. Gruño
y clavo los dedos en el suelo, con la esperanza de salir de este lío en el que me he metido.
Nada.
Mientras la histeria infecta cada una de mis células, me aclaro la garganta y pongo
toda mi energía en gritar pidiendo ayuda. Mi vista hacia delante está llena de humo, pero
si tuviera que adivinar, me encuentro en algún lugar de la parte trasera del edificio, ya
que estaba de pie cerca de la parte trasera de la tienda en el momento de la explosión.
Tienen que oírme.
—¡Ayuda! ¡Kellen! ¡Aaron! ¡Jesse!
Cuando nadie aparece inmediatamente en mis inmediaciones, suelto un aullido
resignado. ¿Y si han muerto todos, incluidos los de la camioneta? ¿Y si soy el único
superviviente?
El peso de ese pensamiento solitario es mucho mayor que el del edificio que me
atrapa en sus ardientes garras. Las lágrimas de humo y desesperación caen libremente,
empapando el suelo bajo mis pies.
Intento llenar mis últimos pensamientos de recuerdos de infancia míos y de mis
hermanos. Incluso pienso en Kellen, guapo con su ropa de montaña. Todo ha 124
desaparecido.
—¡Allí!
El grito cercano me saca de mi abatimiento. Empiezo a gritar, esperando que
quienquiera que sea me encuentre. Segundos después, alguien cae al suelo de rodillas
frente a mí.
—¡Está vivo pero atascado! —Kellen grita—. ¡Ayúdenme a sacarlo de aquí!
Aaron y Jesse llegan, hablando el uno sobre el otro de lo felices que están de
verme.
Kellen y Aaron me agarran por las axilas, tirando con todas sus fuerzas al mismo
tiempo. Todo se siente como si me fueran a partir en dos.
—¡Ahhh! —grito—. ¡No funciona!
Aaron maldice.
Kellen me pasa los dedos por el cabello, tranquilizándome.
—Funcionará. Te sacaremos de aquí.
Jesse sale corriendo y aparece un momento después con una gran rama de árbol
rota. Los tres hombres gruñen y empujan. Empiezo a perder la esperanza cuando la tierra
vuelve a gruñir y aparece otro temblor.
Los chicos meten la rama por debajo de la estructura donde estoy inmovilizado,
raspándome los pantalones por el camino.
—Tira de él y en cuanto ceda, sácalo de aquí —ladra Aaron—. Vamos, Jesse. Pon
tu peso en él.
Justo cuando estoy a punto de renunciar a su plan, siento que el peso sobre mí se
levanta ligeramente. Kellen gime y me tira de los brazos. Consigo liberar una de mis
piernas y uso la suela de mi bota para empujar contra la cosa que me mantiene cautivo.
Con un poco más de agitación por mi parte y por parte de mis hermanos con la rama del
árbol, finalmente me libero.
Luego, los tres me arrastran lejos del fuego y hacia la hierba fresca, donde estoy
a salvo. El suelo sigue temblando, pero al menos ya no corremos el riesgo de morir
quemados.
Aaron me pone en posición sentada y me abraza tan fuerte que creo que se me
van a romper las costillas. Jesse se une al abrazo. Dejo caer las lágrimas de alivio,
agradecido por haber sobrevivido a la explosión junto con las tres personas favoritas que
me quedan en este mundo.
—¿Estás herido? —pregunta Kellen cuando mis hermanos me sueltan. Se pone
en cuclillas frente a mí, con la mirada entrecerrada inspeccionándome las piernas.
Muevo los pies y retuerzo los dedos. 125
—Tengo las pantorrillas muy lastimadas, pero no me he roto nada.
—Afortunado hijo de puta —dice Kellen con una sonrisa brillante—. Vamos,
hombre, larguémonos de aquí.
Me ayuda a ponerme en pie y me rodea con un brazo. Probablemente podría
caminar sin ayuda, pero estoy segura de que no quiero.
Kellen abrazándome se siente muy bien.

Los terremotos han cesado por el momento, o tal vez viajamos demasiado rápido
para que me dé cuenta. En cualquier caso, a pesar del frío viento que me azota la cara,
por fin me siento seguro. Me ayuda tener a Aaron sentado a mi derecha y a Kellen a mi
izquierda.
Nos dirigimos a las montañas. Esperamos llegar allí a salvo de tsunamis,
terremotos y secuestradores de pueblo. El frío, sin embargo, es otra historia. La
temperatura sigue bajando. Aunque me sienta de maravilla en las partes de los brazos
que se quemaron un poco durante el incendio, me pone nervioso.
Me ciño más la chaqueta y reprimo un escalofrío. Aunque casi muriéramos en el
proceso, era prudente que nos arriesgáramos para conseguir las chaquetas. Jesse no
perdió el tiempo buscando tallas en la tienda. Se las arregló para tomar todas las tallas
grandes y extragrandes. La chaqueta de Wayne era estrecha y la de Silas se lo tragaba,
pero lo importante era que todos teníamos una y nos sobraban unas cuantas, que
estamos utilizando como mantas.
—¿Cuánto falta? —pregunto, apoyándome en el calor de Kellen.
—Tenemos que estar cerca —dice con un gruñido—. ¿Cómo te sientes?
La camioneta choca con un bache lo bastante fuerte como para que me rechinen
los dientes. Trabajo la mandíbula antes de contestar.
—Me duelen las quemaduras, pero la pomada que me has puesto me ayuda. Me
pondré más cuando paremos. —Me estremezco cuando una ráfaga de viento me salpica
la cara con gotas de lluvia helada—. ¿Por qué hace tanto frío?
Kellen exhala una nube blanca.
—No sé, pero está empezando a asustarme. Aún no ha oscurecido, pero cuando
el sol se ponga del todo, sólo va a hacer más frío.
Al saber que no estoy solo con mi preocupación, me relajo y apoyo la cabeza en
su hombro. Su mano se desliza bajo el abrigo que tengo sobre el regazo y entrelaza sus
dedos con los míos. A pesar del frío, sus manos están sorprendentemente calientes.
Cubro nuestras manos unidas con la otra, buscando con avidez su calor. 126
Viajamos durante otra media hora más o menos antes de que Wayne empiece a
reducir la velocidad de la camioneta. Cuando se detiene, todos bajamos a la camioneta
para estirar las piernas y ver a qué se debe el retraso.
—Fin del camino —afirma Wayne en tono ronco, señalando el enorme árbol que
bloquea la calzada—. Si las montañas están donde queremos estar, entonces parece que
iremos a pie de aquí en adelante.
Elise señala más allá del árbol.
—El mapa dice que estamos cerca del valle de Yosemite. Quizá podamos
encontrar algún lugar seguro donde quedarnos. Un albergue o algo así. Podría haber
gente que nos ayude.
Todos asienten, pero la tensión es densa. Nuestro último encuentro con la gente
no fue bueno.
—Tendremos que empaquetarlo todo —dice Kellen, señalando los montones de
suministros cargados en la camioneta—. Intenten meter todo lo que puedan en las
mochilas sin que sea demasiado pesado de llevar.
—Traigan también el equipo de acampada —añade Aaron—. Por si acaso el
alojamiento no es una opción.
Comparte una mirada sombría con Hope, que asiente. Elise los mira con el ceño
fruncido antes de echar un vistazo más allá del árbol talado, como si viera a gente amable
esperando para ayudarnos. Pasamos los siguientes veinte minutos comiendo algo y
recogiendo antes de salir.
Aaron le ha quitado el mapa a Elise y lidera el grupo con Hope a su lado. Elise los
sigue y todos los demás también. Esta vez, Kellen y yo vamos en la retaguardia. Nuestro
grupo está en silencio mientras nos turnamos para trepar por el árbol y continuar nuestro
camino.
A medida que el sol se oculta en el horizonte, el frío se hace más intenso. Me meto
las manos en los bolsillos de la chaqueta y me preparo para el fuerte viento que me azota
la espalda. Por suerte, las chaquetas tienen capucha y todos nos la ponemos, con la
esperanza de mantener al menos la cabeza caliente. Podría ser peor. Podríamos
enfrentarnos al viento que silba bruscamente a través del valle de la montaña.
—Miren, hay un pequeño pueblo más adelante —grita Elise, pasando por delante
de Aaron y Hope—. Nos ayudarán. Ya verán.
Todos aceleran el paso, contagiados por su optimismo. Pero cuando se detiene
frente a un camión de dieciocho ruedas estacionado en la carretera, bloqueando nuestro
camino, chilla hasta detenerse. Alguien ha rociado el exterior del remolque con pintura
roja.
Sin provisiones. Sin comida. Sin alojamiento.
127
Sigue avanzando o te obligaremos.
El escalofrío que me recorre la espalda esta vez no tiene nada que ver con el frío.
Esta gente está protegiendo su pequeño pueblo de montaña. ¿De secuestradores? ¿De
moonies enloquecidos?
Aaron se gira para encontrarse con mi mirada.
—Parece que podemos seguir la base de las montañas alrededor del pueblo,
caminar por el bosque hasta llegar a Tioga Road, y luego seguir esa carretera a través de
las montañas hasta llegar al siguiente pueblo en la base del otro lado.
—¿A qué distancia está eso? —Kyle pregunta, irritación en su tono—. Algunos de
nosotros tenemos un frío de mierda.
—Es toda una caminata —admite Aaron con una mueca—. Probablemente
diecisiete horas a pie desde aquí hasta Lee Vining.
El grupo estalla en una activa charla en la que todos expresan sus opiniones a la
vez. Finalmente, Kellen silba, ganándose la atención de todos.
—Hemos pasado por cosas peores que una caminata fría —grita—. Si
encontramos algún lugar seguro por el camino, acamparemos. Sin embargo, dar la vuelta
no es una opción y tampoco lo es parar en el pueblo. Así que pasemos este pueblo y
reagrupémonos. Quejarnos no cambia el hecho de que tenemos que atravesar estas
montañas. Eventualmente, nos encontraremos con la Guardia Nacional o la Cruz Roja
Americana. Alguien nos ayudará. Sólo tenemos que llegar allí.
La voz de Kellen es segura y no admite discusión. Casi me convence de que lo
que dice es cierto. Que cruzaremos las montañas y seremos recibidos por los militares o
alguna otra agencia gubernamental. Que en uno o dos días podríamos estar a salvo,
cálidos y de vuelta a una vida normal.
Es el ceño fruncido de Kellen y el brillo nervioso de sus ojos lo que me permite ver
las cosas como son. Está reuniendo a nuestras tropas para la siguiente etapa de nuestro
viaje, pero no va a ser tan fácil como quiere que todos crean.
Seguimos en modo de supervivencia y haremos bien en recordarlo.
El grupo empieza a caminar de nuevo, Aaron a la cabeza. Choco mi hombro con
Kellen y lo miro. Me dedica una sonrisa sombría antes de volver a sujetarme de la mano.
Mientras seguimos el rastro de los demás, casi puedo fingir que estoy en una cita de
senderismo con un chico mayor y caliente.
Otro temblor de tierra me sube por las piernas y hace temblar todo mi cuerpo.
Definitivamente no es una cita.
Puedo soñar despierto más tarde. Ahora no es el momento.
128
CAPÍTULO VEINTIUNO
Kellen
Llevamos tres horas de caminata y una cosa es segura.
La gente es idiota.
Las pocas casas y tiendas por las que pasamos al principio de nuestro recorrido
por la ciudad revelaron la presencia de gente fuertemente armada y poco amistosa.
Recibimos el mensaje alto y claro. Muévete... o si no. 129
Así que seguimos moviéndonos.
Ahora, está oscuro y estamos caminando por una pendiente empinada a través del
espeso bosque. No es exactamente la opción más segura, pero si queremos llegar a
Tioga Road, tenemos que tomar este camino. Desde Tioga Road, que debería ser un
trayecto un poco más fácil ya que será por asfalto, tardaremos otras tres horas más o
menos en llegar a Tenaya Lake, donde esperamos encontrar cabañas o algún tipo de
alojamiento. Como mínimo, encontraremos un camping.
El chillido de un animal hace que todo el mundo se detenga. Al abrigo de los
árboles, está oscuro, salvo por el haz de luz de nuestras minilinternas.
—¿Qué ha sido eso? —Gerry sisea, con los ojos muy abiertos mientras me mira.
El animal vuelve a emitir el sonido. Adolorido. Moribundo. Horrible e inquietante.
—¿Coyote? —pregunta alguien.
—Oso —responde Kyle.
No creo que sea ninguna de las dos cosas.
—Estas partes son conocidas por sus borregos cimarrones —ofrece Dan—. Podría
ser uno de ellos.
Los sonidos se calman, así que seguimos adelante. Más adelante, parece haber
un claro y es más claro que la espesura profunda del bosque. Elise grita feliz.
—¡Es una carretera! —grita.
Quiero hacerla callar, sobre todo si hay cerca un animal herido y posiblemente
enfadado, pero Kyle se me adelanta.
—Por el amor de Dios, Elise, ¿estás intentando que nos maten?
Tyler me lanza una mirada exasperada. Todo el mundo está malhumorado,
estresado, tiene frío y está cansado. Seguro que hay discusiones, sobre todo con Kyle.
Pretzel empieza a ladrar cuando nos acercamos a la carretera y Jesse intenta que
pare. Por encima de los ladridos agudos, oigo a Aaron maldecir.
Se detiene en el borde de la carretera, Hope cerca de él, mientras Elise se queda
un poco alejada, con las manos tapándose la boca.
—¿Qué pasa? —pregunta Judy, arrastrando con ella a sus exhaustos hijos, uno
agarrado de cada mano.
Dan la detiene con el brazo y sacude la cabeza.
—Los niños no deberían ver esto.
Me agarro al bíceps de Tyler y lo arrastro tras de mí para que podamos ver cuál
es la causa de la alarma. En cuanto la pálida luz de la luna revela la fuente, desearía
haberme alejado como la familia de Dan.
¿Qué demonios?
130
Un ciervo mulo yace en la carretera, sus patas delanteras no son más que hueso
desde las pezuñas hasta las rodillas. Es como si le hubieran comido la carne.
¿Quién podría hacer esto?
¿Un coyote?
Al mirarlo más de cerca, el ciervo presenta el mismo deterioro alrededor de la
boca. Sigue emitiendo sonidos lastimeros y adoloridos, y todo su cuerpo se convulsiona.
Aaron apunta al pobre animal con una de las escopetas que robamos a los
secuestradores.
—Tenemos que sacarlo de su miseria.
Suelto a Tyler y suelto un gruñido.
—Guarda la munición. No sabemos lo que nos vamos a encontrar. Yo me encargo.
Desenvaino un cuchillo de caza de mi cinturón, cortesía del almacén, y me acerco
al ciervo. Cuanto más lo inspecciono, más me doy cuenta de que no ha sido un animal.
¿Podría ser una enfermedad carnívora de algún tipo?
Me arrodillo junto a él y le introduzco rápidamente la hoja por debajo del cuello, en
la cavidad torácica, atravesándole el corazón. Los temblores y lamentos cesan por
completo. Con un pesado suspiro, limpio la hoja del cuchillo en la pernera de mis
pantalones antes de ponerme en pie para dirigirme al grupo.
—No beban el agua aunque parezca fresca y esté alimentada por glaciares —
aconsejo—. Tenemos nuestras botellas que con suerte nos durarán hasta Lee Vining,
pero por si acaso, tendremos que asegurarnos de hervir y filtrar el agua que
consumamos.
—¿En qué estás pensando? —pregunta Dan, frunciendo el ceño—. ¿Bacterias
carnívoras?
—Es posible —afirmo, recordando un documental que vi una vez. Los efectos en
los humanos eran inquietantes—. Mejor prevenir que curar.
Elise, ahora sorbiéndose los mocos, se frota las manos.
—Va de mal en peor, ¿verdad? Dios, qué frío hace. Probablemente ahora todos
perderemos los dedos por congelación. Sabía que tenía que haber tomado unos guantes.
Kyle la mira con desprecio y mueve la cabeza como si su sola presencia le
repugnara. La acompaño a la carretera en dirección este. Pronto, todos volvemos a la
pista, nuestras botas hacen suaves ruidos sobre el asfalto. Por suerte, no encontramos
más animales.
—Cada vez hace más frío —dice Tyler, con la voz baja para que no se oiga—. Este
ha sido el maldito día más largo.
Ha sido la semana más larga. 131
Sigo esperando despertarme de esta realidad de pesadilla.
Un deseo.
Las nubes, dispersas al principio, se abren paso bailando sobre la luna, haciendo
nuestra caminata imposiblemente oscura. Nos vemos obligados a utilizar de nuevo las
linternas. La carretera se curva y serpentea, completamente rodeada de árboles. No hay
nada que ver. Ni paradas, ni gasolineras, ni tiendas.
Sólo árboles, más árboles, doblar la curva y sí, más árboles.
Esto dura un par de horas más o menos. Si bien todos empezamos a correr con
impaciencia por la carretera cuando pasamos junto al ciervo moribundo, ahora todos
hemos aminorado la marcha. Todo el mundo arrastra los pies y bosteza. Silas empieza a
llorar y suplica a su padre que lo lleve en brazos.
—No me siento las manos —se queja Elise, y su voz llega desde la parte delantera
del grupo hasta donde estamos nosotros, en la parte de atrás—. Vamos a morir en esta
carretera.
Aunque sé que todos nos sentimos igual, no puedo dejar que todos caigan en esa
línea de pensamiento. Se rendirán y nos queda demasiado camino por recorrer para
rendirnos.
—Pararemos pronto —le aseguro—. En cuanto encontremos un lugar adecuado
para acampar.
Suelta un resoplido de disgusto, pero no discute. Cuando retomamos el camino,
Tyler me da un empujón con el hombro.
—Cuando paremos, ¿quieres compartir tienda? —Me mira y luego se ríe de mi
ceja levantada—. ¿Qué? Estás caliente. No intento ponerme pervertido contigo.
Ante esto, sonrío.
—Claro, hombre, claro.
Me da un codazo y le sonrío, me devuelve la sonrisa. Mi primer instinto es rehuir
la idea de compartir tienda con este joven tan apuesto porque mis empleados y los demás
de mi grupo serán testigos de ello. Pero cuanto más tiempo paso con Tyler, más me doy
cuenta de que me importa un bledo.
La vida, aparentemente, es demasiado corta.
Hay que disfrutar al máximo mientras se pueda.
Compartir una tienda de campaña también sería un placer absoluto. ¿Nos
abrazaríamos? ¿Jugaríamos al tres en raya? ¿O haríamos algo más?
Besarnos. Tocarnos. Poner nuestras bocas una sobre la otra.
Me siento incómodo en mis pantalones. Ahora no es el momento de pensar en
tener sexo con Tyler. Diablos, más tarde, en la tienda realmente no es el momento
132
tampoco. Sobrevivir a este espectáculo de mierda debe ser mi objetivo principal.
Y sin embargo...
No puedo evitar preguntarme qué tipo de travesuras le gustan en la cama. Es más
joven y un poco más pequeño que yo, pero eso no nos hace necesariamente compatibles
en la cama. Tal vez le gusta arriba. Y yo no soy pasivo. Esta atracción podría apagarse en
cuanto cerremos la cremallera y actuemos.
¿Y después?
¿Serán las cosas incómodas?
¿Se irá de mi lado para estar al lado de sus hermanos?
Odio que se me revuelvan las entrañas al pensarlo. Me he encariñado con Tyler
como si lo conociera de toda la vida, no sólo de unos días. Permitir que se ponga distancia
entre nosotros por algo tan tonto como las posturas sexuales suena a tortura.
Definitivamente no habrá sexo.
No puedo perderlo. No cuando lo necesito tanto.
Como si sintonizara con mis pensamientos, me lanza una mirada curiosa. Me toma
de la mano. Tiene la piel helada, pero al agarrarnos las manos, ambas se calientan
rápidamente.
Su tacto fácil y afectuoso es todo lo que necesito. Desde luego, no me arriesgaré
a perderlo por ligar.
Pero, Dios, me encantaría inmovilizarlo debajo de mí y besarlo sin aliento.
—¡Miren! —Elise grita, su voz perfora la tranquila noche—. ¡Una fuente caliente!
¡Miren el vapor!
Corre hacia delante, el viento agita su cabello oscuro en violentos círculos.
—Elise —grito tras ella—. Más despacio.
—No te preocupes, Kellen, no me lo voy a beber. Sólo voy a calentarme las manos.
Todos trotamos tras ella, ansiosos por meter también las manos en las aguas
termales. Demonios, puede que incluso nuestros pies. Llega a la piscina humeante junto
a la carretera antes que nosotros. Percibo un olorcillo de algo peculiar.
Elise se arrodilla y nos sonríe antes de meter las manos en el agua. El aullido de
horror que emite a continuación nos deja a todos mirándola confusos. Su rostro se
transforma en uno de dolor mientras retira las manos. Se mira las manos temblorosas y
empieza a gritar con todas sus fuerzas.
Avanzo a la carga, detrás de los talones de Aaron. Cuando llegamos hasta ella,
observamos rápidamente la escena. Sus manos son algo salido de un espectáculo de
terror. Chisporrotean y humean mientras la carne se erosiona y se desprende en trozos. 133
Esto hace que sus gritos se vuelvan más agudos y empiece a agitarse. Antes de que
podamos detenerla, arroja más tejido ensangrentado de sus manos por todo el suelo a
su alrededor.
¿Qué demonios acaba de pasar?
—Quédense atrás —grita Aaron a nuestro grupo—. Algo está mal con el agua. Se
ha convertido en ácido.
Los lamentos de Elise se interrumpen cuando se desmaya, sin duda por el horror
y el dolor, y su cabeza golpea el suelo con un golpe audible. Tyler aparece al instante a
mi lado, sacando ya el botiquín de su mochila. Se agacha junto a ella para examinarle las
manos.
—Mierda —sisea—. Esto es malo. Kellen, esto es realmente malo.
Detrás de nosotros se oye un parloteo e incluso algunas arcadas, pero ahora no
puedo concentrarme en eso. Me pongo en marcha y levanto con cuidado uno de sus
brazos justo por debajo del codo para que podamos ver los daños.
El ácido -o lo que demonios hubiera en el agua- ha derretido toda la piel de sus
manos. Sus uñas han desaparecido y sus manos siguen chisporroteando mientras el
hueso empieza a quedar al descubierto.
—No sé qué hacer para esto —dice Tyler, con voz de pánico—. ¿Qué hacemos?
Aaron se restriega la palma de la mano por la cara y se encoge de hombros.
—Al diablo si lo sé.
—Tenemos que hacer algo —dice Hope—. Tal vez tratarlo como una quemadura
hasta que podamos conseguir ayuda.
Hasta que podamos conseguir ayuda...
Tyler le hace un gesto brusco con la cabeza y empieza a rebuscar en el botiquín.
Localiza los paquetes de pomada antibiótica y empieza a aplicársela generosamente en
las manos. Es difícil hacer algo cuando no podemos tocarle las manos sin miedo a que
nos caiga el ácido encima.
Encuentro unas vendas acolchadas y las abro. Se las colocamos en la parte
superior de las manos. Luego, él empieza a envolverle las manos con la gasa enrollada.
Utiliza todos los rollos hasta que las manos están completamente cubiertas. La sangre
mancha la gasa blanca cuando empieza a empaparla.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta mirándome.
Detenerse no es una opción. Tenemos que conseguir ayuda y rápido.
—Vamos a pie hasta que encontremos gente —digo—. Y entonces los
obligaremos a ayudarnos por cualquier medio necesario.
Aaron levanta su arma y me hace un gesto con la cabeza.
—Alto y claro, jefe.
134
—Aguanta, Elise —murmuro, recogiendo su cuerpo desmayado en mis brazos—.
Vamos a conseguirte ayuda.
CAPÍTULO VEINTIDÓS
Tyler
Elise ha pasado de Kellen a Wayne, a Aaron y luego de nuevo a Kellen mientras
continuamos nuestro largo y frío paseo. No sé cuánto hemos recorrido, pero me parecen
horas. Aparte de los gemidos de dolor de Elise cuando recupera el conocimiento, todo el
mundo está inquietantemente callado.
El viento es implacable, gana fuerza y baja la temperatura por momentos. Los ojos
no paran de llorarme y no sé si es por el aire helado, por puro agotamiento o por el
135
abatimiento absoluto de nuestra situación. Diablos, tal vez sea un poco de las tres cosas.
Cuando oigo el sonido de algo que no es viento, me detengo a trompicones y me
doy la vuelta para escuchar.
El motor de un vehículo.
Es el único sonido inorgánico en este momento y sobresale mucho.
—Oigo un auto —digo en voz alta, ganándome una oleada de jadeos de sorpresa—
. Mierda. Tal vez podamos salir de aquí.
El sonido sigue aumentando de volumen. Todo el mundo se ha detenido en este
punto, bloqueando la carretera y esperando para hacerles señas. Sean quienes sean,
haremos que se detengan por todos los medios, porque la vida de Elise está en juego.
Kellen entrega a Elise a Wayne mientras todos preparamos nuestras armas por si son
gente mala. Los faros aparecen al doblar la curva y me tapo los ojos. Después de haber
estado en una oscuridad tan absoluta ahora que las nubes son tan espesas, es cegador
ver la luz.
—¿Van más despacio? —Dan pregunta desde detrás de mí.
Cuando están a unos cien metros, todos empezamos a gritar y a saludar
frenéticamente. El pequeño sedán empieza a aminorar la marcha como si fueran a
detenerse. Entonces, sin previo aviso, el conductor corta bruscamente el volante a la
derecha y lleva el auto básico fuera del asfalto. El metal contra el terreno rocoso chirría
mientras el auto vuela sobre el escarpado suelo. Salen chispas de debajo del vehículo,
pero los daños que haya podido recibir pasan desapercibidos. Tan pronto como el auto
nos deja atrás, se desvía hacia la carretera, acelera y se adentra en la noche, con las
luces traseras desapareciendo en la siguiente curva.
—¡Malditos idiotas! —Kyle ruge.
La derrota pesa sobre todo el grupo cuando comprendemos colectivamente que
nadie va a ayudarnos. Desde que abandonamos el barco, cada grupo ha ido a lo suyo.
Fuimos ingenuos al pensar que esto sería diferente.
Elise gime roncamente y un escalofrío me recorre la espalda. Si no la ayudamos
pronto, contraerá una infección y morirá. Su destino está en nuestras manos.
Hemos perdido a muchos.
No podemos perder a nadie más.
—¡Mira! Tenaya Lake está a cuatrocientos metros —Jesse llama—. Espero que
tengan máquinas expendedoras y cabañas.
Todo el mundo acelera ahora que se vislumbra el final de la noche. Las botas
golpean el pavimento y el resoplido es una cacofonía relajante que hace maravillas para
mantener mi mente despejada. Me aferro a la esperanza de que haya algo más que 136
máquinas expendedoras y cabañas. Quizá haya un guardabosques o gente amable.
¿Sería mucho pedir una ambulancia abandonada con las llaves puestas en el
salpicadero?
Me encuentro trotando junto a Kellen y el resto del grupo, ansioso por ver qué hay
en este lago. Cuando giro, descubro un estacionamiento y no mucho más, aparte de unas
cuantas mesas de picnic dispersas por los alrededores. Hay un minúsculo edificio de
baños con probablemente un retrete dentro y un solo auto estacionado en el
estacionamiento.
En la oscuridad, veo dos figuras que se mueven.
Es la gente que ha pasado de nosotros.
—¡Eh! —grito, corriendo hacia ellos—. ¡Necesitamos ayuda!
Al acercarme y balancear mi linterna sobre sus formas, descubro a dos mujeres
de más o menos mi edad, ambas aterrorizadas y llorando.
—No voy a hacerles daño —digo mientras me detengo a seis metros de ellas—.
Alguien de nuestro grupo está gravemente herido. Tenemos que darle atención médica
inmediatamente.
La morena más alta frunce el ceño y señala enfadada el neumático.
—¡Por su culpa, parados en la carretera, se nos ha pinchado un neumático! —Le
tiembla el labio hasta que se lo muerde—. Déjennos en paz.
Kyle y Jesse aparecen a continuación, deteniéndose a mi lado.
—Escucha —digo, con voz tranquila—. Seguro que podemos ayudarnos
mutuamente. Quizá podamos cambiar arreglar el neumático por llevar a nuestra amiga al
hospital más cercano.
La rubia bajita cruza los brazos sobre el pecho y me mira con el ceño fruncido.
—¿Hospital? ¿Has escuchado las noticias últimamente? Todo es un caos.
—Llevamos días huyendo de catástrofe en catástrofe, así que discúlpenos si no
hemos visto las noticias de la noche —dice Jesse, irritado.
Le doy un codazo y le lanzo una mirada amarga. Ser idiotas no nos llevará lejos.
—¿Qué quieres decir? —pregunto con la mirada fija en las dos chicas. Me doy
cuenta de que las dos están tiritando y muy mal vestidas para este tiempo, sólo con sus
sudaderas y pantalones de pijama—. Tenemos chaquetas de sobra. ¿Quieren cambiarlos
por información?
El resto de nuestro grupo se acerca silenciosamente detrás de nosotros. Las dos
chicas asimilan nuestro grupo y parecen calmarse un poco cuando no perciben una
amenaza inmediata. Tener más mujeres, un niño y un perro también ayuda.
—Chaquetas por información —suelta la morena—. Soy Mallory y esta es mi 137
compañera de universidad Katie.
Hago un gesto a Dan para que me pase una de las chaquetas que habíamos traído
y luego saco otra de la presilla de mi mochila. Habíamos guardado los extras por si las
necesitábamos para abrigarnos. Una vez que tengo las dos chaquetas, se las paso a
Mallory. Ella y Katie se las ponen rápidamente, suben la cremallera y se ponen las
capuchas antes de revelar ninguna información.
—Mi padre nos dijo que nos quedáramos en nuestros dormitorios. Que sería
seguro —dice Mallory, sorbiéndose los mocos—. Pero entonces hubo terremotos. De los
malos. Apenas pudimos salir del campus con lo puesto.
—¿Adónde se dirigen? —pregunto—. ¿Hay campamentos de la FEMA en algún
sitio? ¿Los militares?
—Nuestros teléfonos dejaron de funcionar —dice Katie—. Así que aparte de lo que
pudimos oír en una emisora local por la radio, no estamos seguras.
—¿Qué ha dicho la emisora de radio? —Kellen pregunta.
—Que estamos jodidos —muerde amargamente Mallory—. El mundo entero se
desmorona y se va al infierno. Puede que la abuela fuera una moonie, pero tenía razón,
Dios bendiga su alma.
Me erizo ante la mención de un moonie. Cada vez que pienso en esos locos, no
puedo evitar acordarme de mis padres. Desde luego, ahora no es el momento de pensar
en ellos.
—¿Puedes explicarte mejor? —pregunta Kellen con una paciencia impresionante.
—Texas y Ohio han desaparecido —grazna Katie—. Toda la costa este y oeste han
desaparecido. Dicen que toda Europa y Sudamérica han desaparecido.
—¿Cómo que desaparecido? —pregunto, mirando a Kellen, cuyas facciones se
han tensado como si le doliera algo.
—Hundido en la tierra, bajo el agua, o en un infierno abrasador —dice Mallory—.
Por eso intentamos apresurarnos a llegar a Oklahoma, de donde somos. Puede que sea
seguro.
Muy bien.
—¿Desde dónde emite la emisora? —pregunta Dan.
—Stove Pipe Wells —responde Mallory—. Es un pequeño punto en el mapa por lo
que podemos ver, pero el hombre de la radio dijo que tienen refugio, personal médico y
comida. Pensamos en parar de camino a Oklahoma. Ninguna de las dos ha comido en
todo el día, ni siquiera ha dormido.
Kellen se acerca lentamente. Las dos chicas le miran con recelo, pero no se
apartan.
—Déjennos cambiar el neumático. Pueden descansar y comer con nosotros y 138
luego ¿podemos enviar a nuestra amiga Elise con ustedes? Ha sufrido quemaduras y está
agonizando. El resto de nosotros puede alcanzarlos en Stove Pipe Wells, pero mientras
tanto, ella tendrá acceso al personal médico.
Las dos chicas intercambian una mirada y entonces Mallory habla.
—De acuerdo, llevaremos a tu amiga.
Suelto un suspiro de alivio. Kellen me dedica una pequeña sonrisa y le hace señas
a Wayne para que se acerque. Kellen le quita Elise a Wayne, que se ofrece a cambiar el
neumático.
—Vamos a levantar el campamento —dice Kellen a nuestro grupo—. Encendamos
un fuego y comamos algo. Cuanto antes podamos dormir, antes podremos conseguir
ayuda para Elise.
Todos se ponen en marcha mientras Wayne se ocupa del auto. Una vez que Hope
y Aaron consiguen montar una de las tiendas, hacemos que Elise se instale dentro. Kellen
intenta encender un fuego después de que hayamos reunido suficientes palos y leña. En
cuanto se enciende la primera llama, me siento mil veces mejor. Minutos después, el
fuego ruge y todos, incluidas las recién llegadas, se acercan lo más posible al calor que
tanto necesitamos.
Judy y Hailey comparten parte de la comida de sus mochilas con las chicas
mientras yo me pongo a montar la tienda de campaña que pienso compartir con Kellen.
Había querido decir que quería acurrucarme con él para estar cálido. Pero ahora que
parece que lo peor ya ha pasado, tengo curiosidad por saber si él haría algo más.
La química entre nosotros, aunque completamente inconveniente, es palpable.
Tener una noche de intimidad en nuestra propia tienda me parece una bendición.
No me quedo a ver dónde se acuestan los demás, sino que prefiero seguir a Kellen
hasta la tienda. Está iluminada por el fuego exterior, así que no hace falta usar la linterna
a pilas ni las linternas. Compartimos una cena rápida a base de pistachos, barritas de
proteínas y agua embotellada. Está sombrío y callado a pesar de la emoción de tener un
viaje para Elise.
—¿Va todo bien? —pregunto mientras me quito una de las botas.
Kellen gruñe.
—Mi hermano y mi padre están en Texas, ¿sabes? No conozco su destino.
¿Salieron con vida? ¿Me están buscando? —Su voz se quiebra al final—. Lo siento. No
quiero ser un aguafiestas.
Espero a que se estire sobre el saco abierto y me tumbo a su lado. Nos cubre con
el cubrecama y sube la cremallera para envolvernos.
—No estás siendo un aguafiestas —le digo una vez que ya no estoy temblando e
inhalando su almizclado aroma masculino del que ayer mismo se avergonzaba—. Estás
preocupado por tu familia. Lo entiendo. 139
Suspira pesadamente.
—No estoy en los mejores términos con mi hermano y me niego a hablar con mi
padre, pero...
—Pero aún los amas.
—Sí. Lo hago.
Extiendo la palma de la mano sobre su pecho. Él la cubre con la suya y la aprieta.
—Sabes —digo con una sonrisa—, si se parecen en algo a ti, lograron salir sanos
y salvos de allí. Al parecer, ser rudo viene de familia.
—Hmph.
—¿Qué? Eres rudo. No estaríamos aquí sin ti.
Se queja.
—Lo tienes al revés, hombre. Gracias a ti hemos llegado hasta aquí.
—Estoy de acuerdo en no estar de acuerdo.
Su mano se desliza fuera de la mía y encuentra mi barbilla. Me levanta la cabeza
hasta que nuestras narices se tocan. Me pasa suavemente el pulgar por el labio inferior
y me pide en silencio lo que quiere.
Un beso.
Claro que sí.
Separo los labios y me inclino hacia él. Él me abraza hasta el final, apretando sus
labios contra los míos. Al principio, el beso es un suave picoteo, pero luego, como si
ambos estuviéramos hambrientos del otro, nuestras lenguas se lanzan a la guerra, se
agitan y se azotan. La palma de la mano de Kellen se desliza hasta mi cabello y enreda
los dedos en las hebras antes de acercarme más a él. Me recorre un impulso de deseo
que me anima a dar un paso más. Deslizo una pierna por encima de sus caderas y me
pongo a horcajadas sobre él.
Nuestro beso adquiere una energía más frenética mientras ambos nos
manoseamos donde podemos. Quiero memorizar cada plano duro de su cuerpo, cada
curva de sus músculos, cada rastrojo de su mandíbula. Me agarra por las caderas y utiliza
mi cuerpo para apretarse contra él.
Mierda.
Necesitaba esto.
Necesitaba cinco minutos para olvidarme de todo lo que me rodeaba y tomarme
un momento de placer.
El calor arde como lava por mis venas, ahuyentando el resto de mis escalofríos.
Cabalgo descaradamente a este hombre. 140
—Kell —ronco, intentando evitar que mis sonidos de placer lleguen a todos en el
campamento—. Mierda, esto se siente muy bien.
Asiente con un gruñido y me pellizca el labio inferior.
—Es muy bueno.
Mi orgasmo cae como una bomba y luego envía ondas de éxtasis que retumban
poderosamente por todas mis terminaciones nerviosas. Ni siquiera me importa ensuciar
mi único par de bóxers. Los sonidos de Kellen perdiéndose también merecen la pena.
—Un día de estos me voy a duchar —refunfuña—. Te juro que he estado sucio
todo el tiempo que te conozco.
Sonrío contra sus labios.
—Oliste bien durante cinco minutos al principio.
—Sólo por eso, tú te encargas de la limpieza, listillo. —Desabrocha el saco de
dormir y me mira con el ceño fruncido—. Ahora. Tu propina está disminuyendo.
Me río y salgo del calor de la cama para buscar mi mochila. Encuentro un paquete
de toallitas húmedas y le doy un par. Resulta incómodo limpiar nuestros desastres
individuales y mantener el contacto visual, así que nos callamos para hacerlo lo mejor
posible. Nos estamos subiendo la cremallera cuando Elise empieza a gemir.
Me acerco a la abertura de la tienda y abro la cremallera para asomarme. Aaron
está junto al fuego con Dan, hablando en voz baja y mirando la tienda de Elise.
—Ahora mismo no podemos hacer nada —dice Kellen con un suspiro triste—. Me
siento desesperado.
Subo la cremallera de la tienda y me coloco a su lado. Esta vez, cuando nos
abrazamos, nuestras pollas no se ponen nerviosas.
—¿Quieres jugar otra ronda de tres en raya? —pregunto con un bostezo tan
grande que me salta la mandíbula, incapaz de mantener los ojos abiertos.
Logra decir un suave
—Mmhmm —pero no hace ningún movimiento para tomar un bolígrafo. Con
pereza, me dibuja una X en el brazo con la punta del dedo. Me recorren zarcillos de
satisfacción.
A pesar de la creciente intensidad de los gemidos de dolor de Elise, ambos nos
quedamos dormidos de inmediato.

Me despierto con gritos. Al principio, creo que es en sueños, pero cuando Kellen
me da un codazo, me despierto del todo. ¿Pero qué demonios...? 141
Kellen y yo nos apresuramos a ponernos los zapatos y las chaquetas antes de salir
de la tienda.
—¡Alto! —Hope grita desde el estacionamiento—. ¿Qué pasa con ustedes?
Aaron la alcanza segundos antes que nosotros.
—¿Qué ha pasado? Hope, háblame. ¿Estás bien?
Entierra la cara entre las manos, dejando escapar un grito lastimero. Hope siempre
es dura y resistente. Es alarmante verla tan destrozada. Aaron la atrae hacia su pecho y
la abraza. Ella respira hondo, se quita las lágrimas de las mejillas y se suelta de él para
señalar la carretera.
—Se han ido.
—¿Ya se han llevado a Elise? —pregunto, con confusión en el tono.
—No —sisea Hope—. La dejaron, pero se llevaron a ese imbécil con ellos.
—¿Kyle? —Kellen pregunta—. ¿Por qué harían eso?
—Me enteré de la última parte, pero él los convenció de que ella iba a morir de
todos modos. Les ofreció protección hasta Oklahoma si nos abandonaban. —Hope
maldice maliciosamente y luego aprieta los ojos como para calmarse—. Para cuando me
puse las botas y fui tras ellos, ya estaban en el auto, marchándose.
—Increíble —sisea Aaron—. Jodidamente increíble.
Dan y Wayne salen de sus tiendas, bostezan y observan nuestro improvisado
campamento como si quisieran saber por qué tanto alboroto. Decido dejar que ellos lo
expliquen. Voy a tener que evaluar las manos de Elise, ya que parece que nos espera un
viaje más largo de lo esperado. Tras recoger rápidamente mi equipo, me meto en la tienda
que ella compartía con Aaron y Hope.
Dios, huele fatal.
Como carne humana quemada y meada.
Desabrocho la cremallera de su saco de dormir y compruebo que se ha
empeorado. La piel de su cara arde caliente, lo que podría significar que ya rebosa
infección o que se ha vuelto séptica o lo que demonios ocurra cuando te quemas las
manos hasta los huesos sin un tratamiento médico adecuado después ni ningún tipo de
analgésico.
—Mierda —gruño—. Mierda, mierda, mierda, mierda.
Kyle tenía razón. Ella va a morir de todos modos. No es que no pudiéramos haberlo
intentado, pero es inevitable. El mundo se ha ido a la mierda, no hay ayuda en ninguna
parte y ella está herida de muerte. Me pongo unos guantes de goma y empiezo a
desenvolver la gasa de sus manos. Un olor pútrido me llega a la nariz y apenas puedo
contener una arcada.
142
Ya no llora ni emite sonidos de dolor. De hecho, apenas se inmuta cuando expongo
una de sus manos -o lo que queda de ella- al aire. Es horrible. Una mano esquelética
cubierta de una sustancia viscosa sanguinolenta que apesta a podredumbre e infección.
La otra mano debe de estar igual de mal. En lugar de gastar más suministros, le envuelvo
la mano con cuidado y se la apoyo en el estómago.
—Tenemos que sacarla de su miseria —susurra Jesse desde la abertura de la
tienda—. Está demasiado jodida, Ty.
Me quito los guantes y salgo de la tienda pasando junto a él. Kellen me detiene y
me abraza con fuerza.
—¿Es malo? —pregunta con voz resignada.
Asiento, incapaz de evitar que se me salten las lágrimas. Aunque no soy médico,
me siento responsable de su cuidado. No puedo hacer nada por ella. Mis hombros
tiemblan mientras intento contener un sollozo. Las palmas de las manos de Kellen me
frotan la espalda, aliviándome un poco, pero no del todo.
—Yo lo haré —le dice Jesse a alguien—. Dame un arma.
Aaron y yo gruñimos un:
—No —al mismo tiempo que Dan dice—: Yo lo haré, hijo.
Kellen me suelta y me vuelvo hacia Dan. Se queda mirando la tienda, con el ceño
fruncido. La semana pasada era dentista. Esta semana va a practicar la eutanasia a una
joven porque es lo más humanitario. Es curioso cómo han cambiado las vidas de todos
en tan poco tiempo.
—Recojan todo y prepárense para irse —dice Dan—. Una vez que esté hecho,
ninguno de nosotros va a querer quedarse.
Todos se turnan en el baño mientras recogemos las provisiones y las tiendas.
Decidimos dejar la tienda en la que está Elise y tomar la que Kyle abandonó en su huida.
Finalmente, mientras el amanecer gris ilumina tenuemente el cielo sobre nosotros, es
hora de que Dan haga el trabajo para el que se ofreció voluntario.
—Toma a mi familia y váyanse —le dice a Jesse—. Los alcanzaré a todos.
El grupo empieza a alejarse vacilante. Cuando sólo quedamos Dan, Kellen y yo, le
hago un gesto con la cabeza a Dan, que desaparece dentro de la tienda. Lo oigo susurrar
una disculpa. Entonces, un repentino estallido atraviesa el aire, haciendo que Kellen y yo
nos sobresaltemos.
Está muerta.
Elise, que horas atrás estaba vibrante, viva y sana, ahora ha desaparecido.
Segundos después, Dan sale tambaleándose de la tienda y apenas consigue salir
antes de vomitar sobre sus botas. Kellen se acerca a él, le da una botella de agua y le
agarra el hombro en señal de apoyo. 143
No hacen falta más palabras.
El día de hoy es una puta mierda y apenas acaba de empezar.
CAPÍTULO VEINTITRÉS
Kellen
Llevamos caminando cinco horas seguidas con pocos descansos y sólo estamos
a mitad de camino de Lee Vining. Desde allí, si no conseguimos un vehículo, nos esperan
otras setenta y dos horas de marcha hasta Stovepipe Wells.
Esto es una locura.
Todavía me cuesta hacerme a la idea de que la sociedad se ha hundido tanto que 144
no podemos encontrar gente buena ni ayuda humanitaria. No ayuda que estemos
atrapados en la puta nada. No hay gasolineras ni casas a la vista. Sólo nosotros, la
carretera y las temperaturas cada vez más bajas. Lo único que agradezco desde que
empezamos a caminar por las montañas es que no nos hemos encontrado con ningún
terremoto.
Es asombroso lo que aprendes sobre las personas cuando te ves obligado a estar
cerca de ellas y en una situación desesperada y de alto riesgo.
Wayne ronca tan fuerte que dan ganas de taparle la boca con cinta adhesiva. Gerry
tiene que hacer pausas para cagar. Muchas veces. Dice que caminar lo hace regular.
Jesse siempre tiene algún comentario inteligente que hace que Hailey se ría y los demás
pongamos los ojos en blanco. Silas sabe mucho sobre dinosaurios. Judy es una gran
cantante y canta algunas canciones para distraernos un rato. A Aaron le gusta Hope, pero
ella está demasiado enfadada con el mundo como para darse cuenta. Dan sabe mucho
sobre los acontecimientos mundiales y es un aficionado a la historia, lo que también
resulta bastante entretenido.
¿Y Tyler?
Tyler es magnético.
Todo lo que dice o hace atrae mi atención hacia él. Me hace olvidar fácilmente que
estamos sobreviviendo al fin del mundo. Vuelvo a sentirme veinteañera, deseosa de
romance y del afecto de otra persona.
Este no soy yo.
Y ni siquiera estoy enfadado por ello.
Quizá necesitaba un duro respiro en mi vida. Obviamente, nunca habría elegido
este camino, pero es la mano que me ha tocado. Aparte de toda la angustia de perder
gente continuamente y preocuparme por mi hermano, los momentos con Tyler han sido
bastante espectaculares.
Como anoche...
Me desharé de estos calzoncillos en cuanto pueda porque nadie quiere caminar
diez horas en ropa interior con costra de semen. Pero este inconveniente merece la pena.
Anoche me folló en seco hasta que nos corrimos los dos y fue todo lo que podía haber
imaginado.
Estoy desesperado por más de él.
Quiero meterme en nuestra tienda, recién duchado si estoy fantaseando, y
desnudarlo. Quiero tener tiempo para admirar su cuerpo y adorarlo como es debido.
Quiero sus manos y su lengua sobre mí. Quiero estar muy dentro de él, besándolo
rudamente mientras le doy lo que ambos necesitamos.
—¿Quién necesita ir al baño? —Gerry pregunta porque, por supuesto, tiene que
cagar. 145
—Sí, yo quiero —dicen Judy y Hope a la vez.
Todos nos detenemos mientras Judy, Hope y Gerry se dirigen a los árboles en
busca de intimidad. Me dejo caer de trasero sobre el asfalto, observando a Tyler mientras
vigila con su hermano pequeño mientras Aaron los observa con orgullo paternal en los
ojos.
—¡Ahh! —grita una de las mujeres de los árboles.
Dan se lanza hacia ellas, lo que significa que era Judy. Segundos después, ella
cojea mientras su marido la sostiene.
—¿Qué pasó? —grito.
—Me torcí el tobillo —refunfuña Judy—. Soy tan estúpida.
—¡Mamá! —Hailey sisea—. No eres estúpida.
Judy le lanza una mirada molesta. Comprendo su frustración. En nuestra realidad,
donde caminar durante diez horas diarias es la norma, una lesión como esta es todo un
lastre.
Tyler se acerca a ella a grandes zancadas y la obliga a sentarse en la carretera
para poder evaluar su tobillo. Para no tener ninguna formación médica, Tyler lo hace lo
mejor que puede. Habría sido un excelente paramédico.
Judy hace un gesto de dolor al quitarse la bota. Silas se acerca a ella y la abraza
mientras Dan y Hailey la observan con la misma expresión de preocupación.
—¿Se siente roto? —Tyler pregunta, presionando suavemente alrededor del
hueso de su tobillo.
—Sólo estoy muy adolorida —dice con un suspiro—. Estoy bien. Tengo que
estarlo.
Eso no es mentira.
Hoy en día estás bien o estás muerto. No hay término medio.
—Voy a vendártelo para darte más apoyo —dice Tyler mientras saca el grueso
vendaje de su botiquín—. Esta noche, cuando descansemos, tienes que descansar este
pie. Haz que el esposo y los niños te atiendan.
Ella sonríe.
—Gracias, Doc.
Tyler le venda eficazmente el tobillo y luego lo ayuda a ponerse de nuevo el
calcetín y la bota.
—Jess —grita—. Encuéntrale a Judy un bastón que pueda usar para caminar.
Necesitará el apoyo extra. —Luego me dice—, ¿Cómo está tu costado?
Lo he estado comprobando en nuestros numerosos descansos para ir al baño y
parece que se está curando bien.
146
—Adolorido, pero mejor.
—Le vendrían bien nuevos apósitos —dice Tyler mientras se mueve para sentarse
a mi lado—. Déjame verlo.
Me desabrocho la chaqueta y me levanto la camiseta. Tan cerca de él, percibo su
olor. Salado y único. Podría distinguir su olor en una rueda de reconocimiento con los
ojos cerrados. Mientras que yo probablemente huelo a muerte recalentada o a calcetines
de gimnasia apestosos, él huele divinamente. Me recuerda a anoche, cuando pude
probarlo. Su boca también sabía muy bien.
—Sobrevivirás —dice mientras inspecciona mi herida—. Está muy lastimada. —
Levanta una ceja y leo entre líneas. ¿Te hice daño anoche?
—Estoy bien —le aseguro, compartiendo una sonrisa malévola—. Mejor que bien.
Se ríe y se pone a limpiarme la herida. Una vez curada, me da permiso para
bajarme la camiseta y volver a ponerme la chaqueta.
—Srta. Judy —dice Wayne—, si quiere cantarme cosas dulces al oído, la llevaré a
caballito adonde quiera ir.
Judy se sonroja y se ríe. Dan le frunce el ceño juguetonamente. A pesar de todas
nuestras dificultades, el humor del grupo ahora mismo es ligero y eso me encanta de
nosotros. Incluso Hope está sonriendo, y no la he visto hacer mucho eso últimamente.
Realmente espero que Lee Vining pueda ofrecernos algo. Alojamiento, un
vehículo, provisiones, humanos amables. Me aferraré a esa esperanza también.

Es última hora de la tarde cuando vemos la señal de Lee Vining. Mejor aún, hay
promesas de comida y alojamiento. Nuestro buen humor colectivo crece con cada paso
que damos.
Es decir, hasta llegar a la ciudad.
La pequeña ciudad situada al pie de las montañas se ha hundido en un pozo que
se extiende hasta donde alcanza la vista y tiene al menos quince metros de profundidad.
Un cartel de una tienda de cannabis es lo único que queda de ella. Todos estamos de pie
al borde del sumidero, boquiabiertos, en parte fascinados y en parte derrotados.
—Saldremos de la carretera y nos dirigiremos hacia la 395, alcanzándola pasado
el socavón —digo, dirigiéndome por fin al grupo—. Puede que tengamos suerte y
encontremos un auto.
Judy, que hace unas horas aceptó la oferta de Wayne, me lanza una sonrisa triste.
Todos teníamos muchas esperanzas puestas en Lee Vining. Pero no podemos quedarnos
de brazos cruzados. Pronto tendremos que encontrar un lugar para acampar.
Guío a nuestro grupo alrededor del enorme sumidero y hacia la carretera que nos 147
llevará a Stovepipe Wells. El suelo tiembla bajo nuestros pies y no puedo evitar
preguntarme si no estaríamos más seguros en las montañas. Sin embargo, no hay vuelta
atrás. Sin alojamiento ni comida ni agua, al final estaríamos jodidos allí arriba.
Tyler se pone a mi lado. Cuando me toma de la mano, le doy la bienvenida. No sé
qué pensarán los demás de nuestro incipiente romance, pero soy demasiado egoísta para
preocuparme. Me siento bien tomándolo de la mano. Sin duda ayuda a suavizar el golpe
del fracaso que fue Lee Vining para nosotros.
Caminamos otros diez minutos hasta que veo una estructura a lo lejos. Está
atardeciendo, lo que dificulta la visión, pero mi corazón se acelera ante la expectativa.
—Hay un edificio más adelante —le digo a Tyler—. ¿Qué crees que es?
—Esperemos un McDonald's que funcione.
Lanzo una carcajada.
—De todas las cosas que podrías desear, ¿es eso?
—He estado viviendo a base de frutos secos y chocolates —refunfuña—. Una
hamburguesa suena divina ahora mismo.
Ambos sonreímos al acercarnos. No es un McDonald's, pero es lo más parecido.
Un hotel intacto. No es el más bonito de los hoteles, ya que ha visto días mejores, pero
seguro que es mejor que vivir en una tienda de campaña.
—Tyler, Aaron, Dan —digo, señalando a los hombres—. Vamos a comprobar las
cosas antes de ir todos corriendo por allí.
Nos hemos quemado demasiadas veces como para confiar en que cualquiera que
encontremos será bueno con nosotros.
Una vez reunido el equipo de exploradores, nos dirigimos con cuidado hacia el
edificio. La piscina está vacía y en el estacionamiento no hay autos. Hay un cartel en la
puerta que dice que Lee Vining fue evacuado y que el hotel está cerrado hasta nuevo
aviso.
Golpeo la puerta de la oficina del hotel mientras Aaron y Tyler miran dentro en
busca de movimiento. Después de unos minutos sin hacer nada, tomo una papelera
metálica del exterior y la lanzo contra la ventana principal. Los cristales estallan y
esparcen fragmentos por el suelo delante de mí.
—Sutil —dice Tyler, sonriéndome.
Me río, entro con las botas haciendo crujir el cristal y me dirijo a la pared donde
cuelgan unas llaves viejas. Aaron intenta encender las luces, pero la electricidad parece
estar cortada. Recojo todas las llaves de las catorce habitaciones y me las meto en el
bolsillo. En la oficina no hay nada útil en forma de comida o suministros.
—Dan, Aaron —les ordeno—, miren si hay máquinas expendedoras. Nos vemos 148
en el grupo después. Tyler y yo revisaremos algunas de estas habitaciones para asegurar
algunas para la noche.
Nos separamos y nos dirigimos a las habitaciones que hay junto a la acera. La
habitación uno tiene una cama matrimonial recién hecha. Las dos habitaciones siguientes
están desordenadas, con toallas tiradas y ropa de cama arrugada. Las siguientes están
limpias como la primera, pero tienen camas de matrimonio.
—Lástima que la electricidad no funcione —refunfuño mientras enciendo y apago
un interruptor.
Tyler desaparece en el oscuro cuarto de baño y entonces oigo el sonido del agua
corriendo.
—¡Hay agua!
—Ten cuidado —ladro—. El agua puede no ser segura.
—Dos pasos por delante de ti —grita—. Lo pasé por una toallita y no pasó nada.
No hay ácido. Probablemente no lo bebería, para estar seguro, pero definitivamente
podemos ducharnos.
Una ducha parece demasiado buena para ser verdad.
Una vez que nos hemos asegurado de que hay suficientes habitaciones de hotel
para que todo el mundo duerma cómodamente, volvemos al grupo. Aaron sonríe
ampliamente mientras me lanza una bolsa de Doritos.
—Máquinas expendedoras —dice Aarón, lanzándole a continuación a Tyler un
paquete de Pop-Tarts—. También tienen de las buenas.
Tal vez Lee Vining no fuera una pérdida total después de todo.
—Esta noche hará frío sin fuego —le digo al grupo—, pero tendremos mantas,
camas de verdad y cobijo del viento gélido. Tenemos que ganar donde podamos.
Todos parlotean a la vez, la emoción es palpable en nuestro grupo. Les enseño las
habitaciones. Por mucho que me gustaría llevarme a Tyler a la intimidad de la habitación
principal que he encontrado, acabo dándole la llave de la habitación cinco.
Wayne y Gerry deciden compartir habitación junto a la nuestra, aunque dudo que
haya travesuras. Sólo ronquidos y cagadas. Junto a ellos, Dan y su familia ocupan la
habitación de al lado. En la última habitación, Hope, Aaron, Jesse y Pretzel desaparecen
dentro.
Una vez que me he asegurado de que todo el mundo está a salvo en sus
habitaciones, me meto en la que comparto con Tyler. La luz de la linterna a pilas ilumina
el cuarto de baño que hay detrás de él. Ya tiene la ducha abierta y me sorprende ver el
vapor que sale del cuarto de baño.
—¿Agua caliente? —balbuceo sorprendido.
149
—Claro que sí —dice Tyler con una amplia sonrisa mientras empieza a quitarse la
chaqueta—. ¿De uno en uno o juntos?
Le sonrío como un lobo mientras dejo caer la mochila a la alfombra.
—¿Y dejarte robar toda el agua caliente? Ni hablar. La compartiremos.
—¿Eso es todo lo que haremos? ¿Compartir agua caliente? —Se quita la camiseta,
mostrando su esculpido y joven pecho que me hace agua la boca—. Hmm, ¿Kell?
—Puede que también te deje enjabonar ciertas partes de mí.
—Es una cita.
Demonios.
¿Es eso lo que es? ¿Estamos saliendo durante el apocalipsis? Sí. Sí, creo que lo
hacemos.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
Tyler
Esta ducha es mi regalo por sobrevivir al fin del mundo.
No es sólo jabón y agua caliente... también es él.
Ver a un Kellen muy desnudo enjabonando su musculoso cuerpo, iluminado
únicamente por la linterna que yo había pegado en el asiento del retrete es un
espectáculo precioso. 150
Sí, es mucho mayor que yo, pero este hombre realmente lo hace por mí.
De verdad, de verdad, de verdad lo hace.
Su ceja se arquea mientras recorre con la mirada mi mano en movimiento, pero
no dice nada. Las conversaciones tácitas entre nosotros son a veces las más ruidosas.
Lo excita verme hacer esto delante de él. Después de restregarse las axilas por tercera
vez, suelta el jabón y se acerca a mí. Gimo cuando su enorme mano se enrosca alrededor
de la mía y toma el control.
—Mierda —siseo, deslizando una palma por su pecho—. ¿Cómo es esto tan
caliente?
Se agacha y pega sus labios a los míos en lugar de responder. Dejo que me devore,
deleitándome con cada golpe de placer que me da con sus caricias expertas. No soy
novato y demuestro lo bueno que puedo ser también con las manos, lo que me arranca
un gruñido voraz.
—Me vuelves loco —murmura, jadeando contra mi cuello—. Las cosas que quiero
hacerte.
Dios, yo también las quiero.
Hemos pasado por mucha mierda y hemos sobrevivido. Eso te acerca a alguien
más de lo que podrías imaginar. Pero no es sólo eso. Es él. Es toda una vibra masculina,
sexual y protectora en la que quiero bañarme y beber. Soy adicto a este hombre.
No tardamos mucho en gemir de nuestros orgasmos mutuos. Y justo a tiempo, ya
que el agua caliente ha desaparecido.
—El agua se enfría —murmura contra mi piel—. Vamos a enjuagarnos antes de
que se nos congele el trasero.
Tras otro enjabonado, rápido y directo, cierro el grifo y él recoge nuestras toallas.
El vapor ha calentado un poco el cuarto de baño, pero sé que en el dormitorio hará un
frío de mierda y no me apetece nada.
En cuanto nos envolvemos la cintura con las toallas, Kellen me toma de la mano y
corremos hacia una de las camas. Retira la ropa de cama y me hace señas para que me
meta. Contemplo divertido y castañeteando los dientes cómo roba las sábanas de la otra
cama y me las echa por encima. Luego rebusca en su mochila hasta que encuentra dos
pares de calcetines. Me lanza un par mientras tira rápidamente del suyo.
—Tenemos que cambiarte la venda mojada —le digo—. Toma una de esas
también.
Refunfuña, pero rebusca en mi mochila hasta que encuentra el botiquín. Después
de quejarse más de lo helada que está la habitación, por fin encuentra una venda. Me
ofrezco a cambiársela, pero me arranca la otra antes de sustituirla rápidamente por una
151
limpia.
—Maldita sea, hace frío —se queja mientras prácticamente se zambulle en la cama
conmigo—. Jesús. Estoy bastante seguro de que mis bolas volvieron a meterse dentro
de mi cuerpo.
Me río y me envuelvo en él, robándole su calor. Me abraza con fuerza. Los dos
temblamos y maldecimos el frío hasta que nuestro calor corporal empieza a ahuyentar el
escalofrío.
—Deberíamos dormir mientras podamos —murmura, con su aliento haciéndome
cosquillas en el cabello mojado—. Demonios, deberíamos intentar comer también.
Ninguno de los dos se mueve.
—Me parece bien hacer sólo esto —digo con una sonrisa—. Al menos estamos
calientes.
Los dos nos quedamos callados. Puedo oír los ronquidos de Wayne a través de la
pared. Pobre Gerry. Le tocó la peor parte con los compañeros de cuarto. Eso me hace
preguntarme sobre la situación para dormir en la habitación de mis hermanos.
—Aaron mejor que sea un hombre y haga un movimiento sobre Hope.
Kellen se ríe entre dientes.
—¿Verdad? Está caliente por ella.
—Es mucho mejor que todas las mujeres con las que ha salido juntas. Me gusta
Hope. Es feroz, descarada y dura.
—Parece que ya se han tomado cariño. Tal vez como amigos por ahora, pero él
está enamorado.
—Aaron es un buen tipo —le aseguro—. Se merece a alguien genial. No
deberíamos ser los únicos que echamos un polvo por aquí.
—Seguro que Dan está echando un polvo —bromea Kellen—. Reclamando a su
mujer antes de que Wayne lo intente.
—Seguro que los niños están encantados de dormir en la cama de al lado.
Ambos resoplamos de risa. Esto se siente bien. ¿Me atrevería a decir que incluso
mejor que lo que acabamos de hacer en la ducha? Tumbados aquí, limpios y acurrucados
contra Kellen en una cama de verdad mientras nos cagamos a tiros es de lo que están
hechas las fantasías.
—¿Kell?
—¿Sí, Ty?
—Me gustas.
Su palma se enrosca posesivamente sobre mi cadera.
152
—Tú también me gustas.
—¿Estás listo para ir a dormir?
Me besa la barbuda mandíbula y murmura:
—No.
Yo tampoco.
Nuestras toallas desaparecen bastante rápido después de eso.
Mentí. De esto están hechas las fantasías.

Me despierto al amanecer con el ruido de unos golpes en la puerta. Kellen se


levanta de la cama y, con el trasero desnudo, se acerca a la puerta antes de asomarse.
—¿Qué? —exige, entrecerrando los ojos por la mirilla.
La voz de Jesse resuena al otro lado.
—Dile a mi hermano que hemos encontrado un vehículo.
Kellen y yo intercambiamos una mirada de asombro antes de apresurarnos a
buscar nuestra ropa. Tardamos menos de cinco minutos en vestirnos y abrigarnos.
Encontramos a Jesse de pie afuera con Hailey delante de una vieja camioneta Chevy que
tiene más óxido que pintura.
—Un poco pequeña, ¿eh? —pregunto, señalándolo.
—Un poco sin opciones —Jesse responde—. Lo encontré un poco más arriba en
una iglesia.
—Lo hizo muy rápido —dice Hailey, con asombro en la voz.
No es exactamente algo de lo que debería estar orgullosa.
—¿Sabe tu padre que has estado corriendo por las calles con mi hermano? —
pregunto antes de mirar hacia su habitación.
Sus mejillas se vuelven aún más rosadas de lo que ya están por el aire frío.
—No podíamos dormir.
Jesse me sonríe. Conozco esa mirada. No ha estado tramando nada bueno. Los
dos son demasiado jóvenes para estar haciendo lo que creo que estaban haciendo.
Definitivamente, Kellen y yo no somos los únicos que follamos por aquí.
—El embarazo es peor durante el apocalipsis —refunfuño—. Espero que hayas
envuelto tu mierda, Jess.
Pone los ojos en blanco como si fuera idiota.
—¿Envolviste tu mierda?
153
Kellen emite un sonido ahogado de vergüenza.
—No corro el riesgo de que pequeños Jesses corran por ahí —le respondo.
Ignorándome, Jesse toma la mano de Hailey. Ella se sonroja de nuevo y le sonríe.
Por Dios. ¿Kellen y yo somos así de molestos?
—¿Hailey? —Dan llama desde un par de habitaciones más abajo.
Jesse le suelta la mano como si fuera una serpiente y ella se aparta de él, con la
culpa marcando la expresión de ambos.
—Aquí, papá —responde Hailey—. ¡Jesse encontró una camioneta!
La mirada de Dan se desplaza entre los dos, con la sospecha bailando en sus ojos.
Aquí es donde a mi hermano le patean el trasero solo por ser él.
Pero en lugar de un golpe en el trasero, el suelo empieza a temblar. El tiempo fácil,
casi tranquilo que hemos pasado en este hotel llega a su fin.
—Vamos a empacar —instruye Kellen—. Deberíamos ponernos en marcha en la
próxima media hora. ¿Cuánta gasolina tiene esa cosa?
—Tres cuartos de tanque —dice Jesse—. No nos llevará hasta allí, pero reducirá
el tiempo de viaje hasta Stovepipe Wells.
En menos de treinta minutos, estoy sentado junto a Kellen en la cama de la
camioneta sobre un grueso jergón de mantas que hemos hecho. Wayne está adelante,
conduciendo la camioneta, con Judy, Hailey, Silas y Pretzel apretujados en el asiento,
donde hace calor. Dan está a mi otro lado con Gerry a su lado. Jesse, Hope y Aaron están
sentados frente a nosotros. Todas nuestras provisiones están entre nosotros y el
cortavientos improvisado que hicimos con la ropa de cama que compramos en el hotel
está atado a cada esquina de la caja de la camioneta, ofreciéndonos algo de refugio del
frío viento. No son las mejores condiciones de viaje, pero seguro que es mejor que
caminar. Nunca se lo admitiré a Jesse, pero me alegro de que nos encontrara un vehículo.
Conducimos durante horas sin parar. Cuando empezamos a reducir la velocidad,
me pregunto si estamos haciendo una parada para comer o para estirar las piernas. No
es hasta que el vehículo se detiene por completo y aparece Wayne cuando nos
enteramos del motivo.
—Sin gasolina —gruñe Wayne con frustración—. Parece que vamos a caminar
desde aquí.
—¿Dónde es aquí? —Kellen pregunta.
—Panamint Springs.
Alguien desata las mantas y salimos a gatas de la caja de la camioneta para
hacernos una idea de lo que nos rodea. Más adelante, hay un pequeño pueblo con lo que
parece alojamiento, una gasolinera y un restaurante. Sin embargo, no hay autos y está
completamente desierto. 154
—¿Cuánto falta para llegar a Stovepipe Wells? —pregunto, mirando a Kellen.
Estudia el mapa un momento y suspira.
—Cincuenta kilómetros más o menos.
Si no encontramos un vehículo por el camino, nos esperan al menos once horas
de caminata. Jodidamente genial.
—Si eso es una gasolinera —dice Jesse, señalando hacia el pueblo—, podemos
tomar gasolina y llenar este bebé. —Golpea el lateral de la camioneta—. No es el fin del
mundo.
Abro la boca para decirle que, de hecho, es el fin del mundo, pero Dan se me
adelanta.
—Si se fue la luz, que es lo más probable, eso significa que los surtidores estarán
apagados. No tendremos gasolina.
—Por el amor de Dios —se queja Jesse—. ¿Nunca podremos tener un respiro? —
Pretzel asoma la cabeza por entre la cremallera de la chaqueta de Jesse y ladra como
dándole la razón.
—Pronto saldremos de esta pesadilla cuando lleguemos a Stovepipe Wells —le
dice Kellen y me da un codazo—. Veamos qué podemos encontrar en forma de
provisiones en este pueblo y tal vez nos refugiemos el resto del día para recuperarnos.
Mañana saldremos temprano y llegaremos a nuestro destino.
Como no tenemos mejores planes, recogemos nuestras cosas y partimos hacia
Panamint Springs.
¿Podría todo esto acabar realmente mañana por la noche?
No voy a contener la respiración.
CAPÍTULO VEINTICINCO
Kellen
Panamint Springs es un oasis en nuestro infierno actual. Bueno, al menos, esa es
nuestra esperanza. Nuestro grupo permanece unido, discutiendo la mejor manera de
seguir adelante. ¿Y si este pueblo es como el último que atravesamos? ¿Estará
abandonado o lleno de gente armada que quiere que sigamos adelante?
Desde mi punto de vista, es evidente que el pintoresco y envejecido complejo
sigue intacto. Ya ha oscurecido, pero no veo luces en ninguna de las estructuras. Esto
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podría significar un lugar seguro para pasar la noche. Puede que incluso encontremos
más comida y provisiones. Mi estómago me gruñe enfadado. Daría mi bola izquierda por
una comida caliente ahora mismo.
—Tal vez podamos encontrar una radio —dice Dan con esperanza—. Sería bueno
tener un mejor control de lo que está pasando ahí afuera.
—¿Estamos cerca del lugar del Estropajo? —le pregunta Silas a su padre.
Dan se ríe entre dientes.
—Stovepipe Wells. Y estamos bastante cerca. Probablemente otro día de caminata
y podríamos estar allí.
Estamos poniendo mucha fe en Stovepipe Wells. Si realmente es un lugar donde
podemos recibir ayuda y cobijo, tal vez también pueda encontrar la forma de llegar hasta
mi hermano y mi padre en ese punto.
—Como en el último hotel, enviaremos un equipo de exploradores —le digo a
nuestro grupo—. Yo y Tyler en un equipo y Aaron y Dan en el otro.
El resto del grupo se apiña, cansado pero deseoso de un lugar donde descansar.
Cuando nos acercamos al complejo, decidimos dividirnos. Dan y Aaron
comprobarán si hay gente en las cabañas pequeñas, mientras Tyler y yo echamos un
vistazo al restaurante. Mi estómago vuelve a rugir hambriento, lo bastante fuerte como
para ganarme una sonrisa de Tyler.
—¿Hola? —grito en tono amistoso, proyectando el resplandor de mi linterna a lo
largo de la fachada del edificio del restaurante—. ¿Hay alguien aquí?
Como en el último hotel, descubrimos una nota en la puerta.
El centro turístico ha sido evacuado. Por favor, diríjase a la siguiente
ciudad, Stovepipe Wells, para opciones de alojamiento y comida. El complejo
está protegido con cámaras. El allanamiento y el robo serán perseguidos por
la ley.
—Me encantaría hablar con un policía ahora mismo —murmura Tyler—. Es sólo
una advertencia para asustar a la gente. Cinco dólares a que este lugar no tiene
electricidad.
Se me ocurren otras cosas más importantes en las que apostar además de nuestro
inútil dinero, pero me muerdo la lengua. Tyler ya está pensando en cómo entrar en el
pequeño restaurante.
La puerta del restaurante es de madera y tiene un pomo de aspecto frágil. Basta
un fuerte pisotón de la bota de Tyler en la parte inferior de la puerta para que se abra de
golpe.
—Sutil —digo con una risita, imitando sus palabras de cuando irrumpí en el último 156
lugar.
Me sonríe antes de adentrarse en la oscuridad del restaurante. Me arrastro tras él,
escudriñando la zona con mi linterna. Su luz se une a la mía e ilumina un poco más la
zona. El restaurante está limpio y no parece haber sido saqueado por los viajeros.
A diferencia del almacén general que atravesamos hace poco.
Elise tenía objeciones morales respecto a quitarle algo a otra persona, pero a estas
alturas creo que todos nos estamos volviendo inmunes a esos sentimientos. Necesitamos
estas cosas para sobrevivir y nadie se ofrece a ayudarnos. Elise se ha ido, así que nadie
ha expresado una opinión diferente.
Tyler entra en la cocina mientras yo rebusco detrás de la barra. Encuentro una
caja de galletas saladas y abro una con avidez. Estoy masticando las galletas secas
cuando oigo a Tyler gritar.
Tiro las galletas y me apresuro a entrar en la cocina para ver por qué tanto alboroto.
Está delante de un pequeño congelador.
—No creo que lo hayan abierto desde que se quedaron sin electricidad —exclama
Tyler, con la voz llena de regocijo—. Mira, hay una caja entera de hamburguesas
congeladas.
Me acerco a él, me asomo al congelador y lo veo con mis propios ojos.
—Mierda. Estamos comiendo bien esta noche.
En la cocina no hay muchas cosas, pero hay una estantería llena de panes de
hamburguesa. No son del tipo recién hecho tampoco. Son de los que se compran en la
tienda y llevan conservantes para que no se pongan rancios ni mohosos.
El frigorífico apesta a comida estropeada y lo cerramos rápidamente, considerando
todo lo que había allí una pérdida total. Pero conseguimos hamburguesas, hamburguesas
de pollo, panecillos, latas gigantes de judías verdes y varias bolsas de patatas fritas. Es
un festín.
—Las habitaciones están despejadas —dice Aaron—. ¿Hay algo aquí?
—Tenemos comida, hombre —grita Tyler—. Sólo tenemos que averiguar cómo
encender la parrilla.
—¡Claro que sí! —Aaron grita—. Traeré a Wayne. Si alguien puede resolver esa
mierda, es él.

Treinta minutos después, estamos todos en la cocina, viendo a Wayne cocinar en


la parrilla plana que ha conseguido encender. El sabroso aroma de la carne nos hace
salivar como lobos hambrientos. Wayne saca la primera hamburguesa y la pone en un 157
panecillo.
—Esto es para mí dulce pajarito cantor, Judy.
Judy, que está sentada en una silla cercana, canta una canción inventada sobre lo
mucho que quiere a Wayne y que va a dejar a Dan por él. Todos nos reímos, necesitando
desesperadamente un poco de diversión en nuestro agotador día.
Cuando todos tenemos los platos llenos, nos dirigimos al comedor y nos
repartimos entre las mesas. Tyler sonríe con satisfacción a su hermano pequeño, que
casualmente tiene el brazo sobre la parte posterior de la cabina, Hailey sentado cerca.
Dan y Judy parecen ajenos.
Elijo la mesa en la que ya están sentados Hope y Aaron, y me siento al lado de
Hope. Han encendido una de las lámparas de pilas y la han colocado en el centro de la
mesa. Tyler se sienta junto a Aaron, justo enfrente de mí. Su pie se apoya en el mío y
ninguno de los dos los mueve.
—Es la mejor hamburguesa que he comido en mi vida —murmura Hope entre
dientes.
Los minutos siguientes transcurren en silencio mientras todos comen. Como
proclamó Hope, es la mejor hamburguesa de la historia. No hay nada como el apocalipsis
para apreciar las pequeñas cosas. Hace unos días, me molestaba comerme un sándwich
frío. Ahora estoy prácticamente teniendo un orgasmo por una hamburguesa genérica
congelada.
No llego muy lejos en mi comida antes de que me duela. Llevo varios días sin
comer mucho y mi estómago no está disfrutando de esta nueva dieta. A juzgar por las
expresiones de dolor a mi alrededor, diría que todos se sienten igual. De repente me entra
el pánico y pienso que la carne no estaba buena, pero Tyler me guiña un ojo y me
tranquiliza en silencio.
—Coman lo que puedan y mañana tomaremos el resto —anuncia Wayne mientras
se acerca al bar desde la cocina—. Lo he cocinado todo y lo he vuelto a meter en el
congelador. Será fácil recalentarlo por la mañana y debería estar bien a pesar de que
hayamos abierto el congelador y dejado salir el aire frío.
Todos estamos de acuerdo en que es hora de irse a la cama. Una vez que hemos
recogido nuestro equipo, seguimos a Dan y Aaron afuera. Nos describen las cabañas que
han encontrado. Al igual que la noche anterior, nos dividimos de la misma manera,
excepto que esta vez, tenemos la cabaña con una cama king-size.
Tyler se dirige ansioso a la ducha, pero varios minutos después gruñe de
frustración.
—Han cortado el agua.
—Nos ducharemos en Stovepipe Wells —le aseguro—. Necesitamos descansar 158
de todos modos.
Apenas consigo quitarme las botas y la chaqueta antes de meterme en la cama.
Hace frío como anoche, pero pronto, con Tyler envuelto en mis brazos bajo la manta,
entramos en calor. A diferencia de anoche, no nos tocamos. Creo que los dos estamos
demasiado agotados. Por suerte, abrazarlo es casi igual de satisfactorio.
—Ya casi llegamos —dice Tyler con sueño—. No puedo esperar.
Mientras él se duerme, mi mente decide empezar a correr. Si Stovepipe Wells es
otro callejón sin salida, ¿qué haremos entonces? ¿Debería intentar dirigirme hacia Texas
para buscar a Knox? ¿Qué pasa con los demás?
Sé que estamos más seguros como grupo. Hemos tenido que confiar los unos en
los otros para salir de algunas situaciones precarias. No estoy seguro de haber podido
hacerlo solo. La idea de no tener a Tyler a mi lado me marea.
O podrían ser las hamburguesas...
Mi estómago gruñe, esta vez de dolor. Hace días que no hago del baño como es
debido, a diferencia de Gerry. Espero que mi estómago no decida dar rienda suelta a sus
demonios mientras estoy encerrado en una habitación de hotel con el chico que me gusta
y sin agua corriente.
Otra sacudida de dolor me hace sudar a mares.
Por el amor de Dios.

Llevamos todo el maldito día caminando y me tiemblan las piernas. Anoche, para
mi horror, me sentí mal del estómago. Tyler, bendito sea, no mencionó el hedor putrefacto
que salía del baño, pero parecía muy ansioso por ponerse en camino hoy. Al parecer,
algunos de nosotros nos enfermamos anoche, entre ellos Hailey, Jesse y Dan. Todo el
mundo se abstuvo de la carne de esta mañana y se comió el resto de los bollos, patatas
fritas y judías verdes.
—Necesitas beber más agua —dice Tyler, dándome otra botella de agua—. Estás
deshidratado.
Gimo para mis adentros.
—Sí, gracias.
Dan cree que algunas de las hamburguesas ya se habían descongelado más allá
de las temperaturas seguras y que tuvimos suerte de conseguirlas. Daría lo que fuera
ahora mismo por un poco de Immodium.
Una ducha suena casi igual de tentadora.
—Estamos cerca —dice Aaron cuando nos detenemos a descansar—. ¿Un
kilómetro y medio o tres más tal vez?
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Él y Hope miran el mapa en sus manos, ambos asienten con la cabeza. Agradezco
que nuestro viaje esté llegando a su fin. No sé si podré soportar caminar mucho más.
—Creo que veo un auto —dice Gerry, señalando la carretera en la oscuridad
apagada—. Justo ahí.
Entrecierro los ojos, incapaz de ver gran cosa con tanta nube. El viento nos azota
desde atrás, frío e implacable. Estoy harto de este frío. Es verano, carajo.
Gerry, claramente convencido de que ve un auto, se pone a caminar a paso ligero.
A pesar de sentirme como si me hubiera calentado la muerte, troto tras él.
—Espera —gruño—. No vayas solo.
Gerry me da las gracias y juntos nos dirigimos hacia el auto. Al acercarnos, lo
reconozco.
—Es el auto de esas chicas —dice Gerry—. Cuando vea a Kyle, le daré una patada
en las bolas.
Gerry, un hombre normalmente jovial, está tan contento con Kyle como yo. No es
que hubiera importado. Elise estaba demasiado mal de todos modos. Es el hecho del
asunto, sin embargo. Abandonó el grupo a la primera oportunidad que tuvo. Sabía que
era un imbécil, pero vamos.
A medida que nos acercamos, tengo una sensación de inquietud. Se me eriza el
vello de los brazos, pero esta vez no por el interminable frío cortante. Un trueno retumba
a lo lejos, haciendo temblar ligeramente el suelo.
—Hola —grito cuando estamos a unos 30 metros—. ¿Kyle?
Nada.
Sólo el sonido del viento silbando y truenos lejanos.
—Vamos a echar un vistazo —gruño, dirigiéndome con cautela hacia el vehículo.
—Alguien está tendido en el suelo —susurra Gerry—. ¿Crees que están
dormidos?
¿Afuera? Lo dudo. Desde luego, no lo digo en voz alta. Encogiéndome de hombros,
me arrastro hacia el cuerpo tendido en el suelo.
Una de las mujeres, no sé cuál, yace boca abajo, desnuda de trasero para arriba.
Le bajaron los pantalones de su pijama hasta los tobillos y yace en un charco de sangre.
Mierda.
Esto no tiene buena pinta.
—¿Crees que Kyle hizo esto? —Gerry gruñe, apresurándose a comprobar el pulso
de la mujer—. Maldita sea, está muerta. Fría y dura, también. Esto no pasó hace poco.
Me pongo en cuclillas cerca de su cuerpo y le aparto el cabello. Un corte a lo largo
del cuello parece ser la causa de su muerte. Me fijo en sus uñas. Están desgarradas,
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como si hubiera intentado arañar el asfalto para alejarse de quien le estaba haciendo esto.
—Creo que fue... violada —dice Gerry, señalando su trasero desnudo manchado
de sangre—. Esto no es bueno, Kellen.
Se me revuelve el estómago, esta vez con un hilillo de miedo, mientras me pongo
en pie. Entonces me fijo en la otra mujer, inclinada sobre la parte delantera del vehículo.
Sus pantalones han desaparecido por completo. También ella parece haber sido
brutalmente violada, asesinada y abandonada a la intemperie.
Tragando saliva, ilumino el vehículo y confirmo mi temor. Kyle está sentado en el
asiento del copiloto, desplomado, con una herida de bala en la cabeza.
—Él también está muerto —balbuceo. Observo la zona a mi alrededor, buscando
quién podría haber hecho esto. Me hace pensar en esos tres tipos con los que nos
encontramos la primera vez, que querían llevarse a Hailey. Este nuevo mundo no tiene
ley.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Gerry, con voz temblorosa.
—Volvamos con los otros y hagamos un plan. Hay gente mala aquí afuera.
Tenemos que asegurarnos de no toparnos con ellos.
Pensar en Judy, Hailey o Hope corriendo la misma suerte me da ganas de vomitar.
No podemos toparnos con esta gente.
CAPÍTULO VEINTISÉIS
Tyler
Los neumáticos han sido rajados y faltan las llaves. Quienquiera que les haya
hecho esto no sólo los estaba eliminando, sino que estaba dejando una advertencia a
cualquiera que se cruzara con ellos.
¿Quiénes son estas personas?
—¿Deberíamos enterrarlos? —pregunta Gerry, temblando mientras mira los 161
cadáveres—. Esto está muy jodido, Kellen.
Kellen lanza una mirada hacia Stovepipe Wells y suspira antes de mirar a Gerry.
—Lo es y, no, no creo que podamos permitirnos perder el tiempo ni la energía.
Ciertamente estoy de acuerdo con eso. Es horrible lo que les pasó a Kyle y a esas
chicas, pero tenemos que seguir adelante.
—Tenemos que salir de la carretera —dice Aaron, incapaz de apartar los ojos de
la chica muerta en el suelo—. Estos monstruos podrían estar vigilando a la gente que
viaja por aquí. Demonios, puede que ya estemos en su punto de mira.
—¿Crees que esta zona es una trampa? —pregunto, con la alarma sonando de
repente en mi cabeza.
—No podemos excluir esa idea —murmura Aaron—. Podría tratarse simplemente
de un grupo itinerante de merodeadores que se encontró con estos tres. Pero si fue algo
planeado y mucho más siniestro, estoy seguro de que no quiero meterme en algo así. —
Mira a Hope, que frunce el ceño preocupada—. Tenemos que ser inteligentes.
—Quizá la gente de Stovepipe Wells nos ayude —dice Judy, con la voz
enronquecida por el llanto—. Tiene que haber presencia militar o policial o de la FEMA.
Algo.
Hailey, Jesse, Silas y Pretzel permanecen en un lugar fuera de la vista de la
carnicería. Mi hermano puede ser un poco mierda, pero esto lo rompería. Esos niños no
necesitan ver la brutalidad a la que nos enfrentamos.
—Tal vez —murmura Kellen, pero no parece convencido.
A mí tampoco me convence.
Aaron vuelve a abrir el mapa. Decidimos dejar la carretera 190 por la que hemos
estado viajando, que pasa directamente por la pequeña ciudad, viajar hacia el este a lo
largo del lado sur de la zona, y luego llegará a Stovepipe Wells a través de una ruta
indirecta que está fuera del camino trillado. Entrar por una carretera principal no parece
prudente, así que vamos a evitarlo.
—Veamos si podemos utilizar alguna provisión del vehículo y comprobemos la
radio antes de salir —sugiero, dirigiéndome al asiento del conductor.
Cristales rotos y la materia cerebral fría y casi congelada de Kyle ensucian el
asiento. Meto la mano en la manga de la chaqueta y quito los vidrios. Una vez que es
seguro sentarse, me meto, haciendo lo posible por ignorar el cadáver putrefacto que
tengo al lado.
Aunque las llaves ya no están, consigo utilizar mi navaja para arrancar la columna
de dirección e intentar hacer un puente al auto. No soy un sabio como Jesse, pero me
las arreglo. Alguien -Kellen- abre el asiento trasero y empieza a rebuscar en una bolsa
que encuentra.
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No consigo que el motor arranque, lo que no importa, teniendo en cuenta que no
podemos conducirlo con los neumáticos pinchados, pero consigo encender la radio. La
mayoría de los canales son estáticos, pero encuentro uno que repite la emisión. Subo el
volumen para que todo el mundo pueda oírla.
—...ofrecemos seguridad en número, comida, agua y refugio. Traigan a sus familias
y niños, amigos y vecinos. La Patrulla de Carreteras de Nevada se ha apostado aquí para
ayudar en nuestros esfuerzos. Por la seguridad de nuestra zona, pediremos a todas las
personas que busquen refugio que entreguen sus armas. Si desean irse, se les
devolverán. Es un lugar aterrador ahí afuera y se recomienda que se refugien en una de
las zonas seguras en lugar de salir por su cuenta. Todos son bienvenidos.
—¿Dónde? —Wayne pregunta al otro lado de mi ventana.
Lo hago callar cuando la emisión se repite.
—En Stovepipe Wells, ofrecemos seguridad en número, comida y refugio.
En cuanto me doy cuenta de que es el mismo mensaje, lo apago y salgo del
vehículo, deseoso de no compartir el aire con el muerto Kyle.
—¿Qué les parece? —pregunto al grupo que ahora rodea el vehículo.
—Si podemos llegar a Stovepipe Wells, estaremos a salvo —dice Judy,
limpiándose una lágrima—. Ya casi llegamos.
Kellen y Aaron intercambian una mirada cautelosa. Levanto una ceja cuando Kellen
me mira. Frunce los labios un momento antes de decir lo que piensa.
—Creo que deberíamos proseguir hacia nuestro destino, pero tomando la ruta
indirecta sugerida antes. Si podemos hacernos una idea del terreno antes de entrar en
ese pueblo, podremos decidir mejor si quedarnos o seguir avanzando.
—Pero son una zona segura —argumenta Judy débilmente.
Dan la abraza a su lado.
—Espero que tengas razón, cariño. Pero en el caso de que sea una trampa y esté
plagada de la gente que le hizo esto a Kyle y a las chicas, entonces tenemos que estar
preparados.
El silencio flota en el aire.
Una vez casi se llevan a su hija. Ver lo que les ocurrió a Kyle y a las chicas es un
recordatorio de que la gente se lleva brutalmente lo que quiere. Las mujeres jóvenes
parecen ser la mercancía favorita en esta pesadilla postapocalíptica.
—Bien, sí, por supuesto —asiente Judy—. Tenemos que mantenernos a salvo.
Una vez que hemos recogido todas las provisiones del auto, nos dirigimos hacia
los niños. Nos miran con recelo, pero no dicen nada. No hay mucho que decir.
Como grupo, empezamos nuestro camino fuera de la carretera principal. Aaron y
Hope van a la cabeza mientras Kellen y yo vamos detrás. Todavía tiene un aspecto 163
enfermizo por la enfermedad transmitida por los alimentos de anoche, pero sobrevivirá.
—Cuando nos acerquemos a Stovepipe Wells, tendremos que enviar de nuevo un
equipo de exploración por delante de nuestro grupo —dice Kellen por lo bajo—. Tengo
un mal presentimiento sobre este lugar.
A pesar del profesional faro de esperanza que ofrecía la radio, no puedo evitar
estar de acuerdo. Mi instinto no suele guiarme en la dirección equivocada. En este
momento, se retuerce ante la idea de que estamos haciendo precisamente eso.
—Quizá tengamos que alejarnos de estos pueblecitos —digo con un suspiro—.
Los pueblerinos que hacen lo que les da la gana se están volviendo viejos. ¿Cuál es la
próxima gran ciudad?
—Las Vegas —dice Kellen—. Eso podría ser peor o podría estar perfectamente
bien. Las Vegas podría significar refugio y suministros. Debido a su tamaño, puede que
incluso tengan a la FEMA destinada allí para ayudar a los que vengan del oeste. Es una
opción, seguro.
Sé que pronto tendremos que volver a mirar el mapa.
A medida que nos acercamos a Stovepipe Wells y se pueden ver estructuras en la
oscuridad de la noche, todos nos detenemos lentamente. Kellen y yo pasamos por alto al
grupo para acercarnos a Aaron, Hope y Dan, que ya están mirando el mapa una vez más.
—Creo que tenemos que dejar a nuestro grupo aquí —dice Aaron—, y algunos de
nosotros ir por delante para comprobar las cosas.
Jesse se acerca a nosotros.
—Voy a ir esta vez.
Antes de que Aaron o yo podamos protestar, levanta una mano y niega con la
cabeza.
—Escúchenme —dice Jesse—. El equipo debe ser pequeño. Uno o dos de
nosotros. Será más fácil entrar y salir.
—Iremos Aaron y yo —digo con firmeza.
Jesse pone los ojos en blanco, recordándome que es un mocoso de dieciséis años.
Supongo que desde que juega a esconder la salchicha con Hailey, ahora se cree un
hombre.
—Sé cómo hacer un puente a un auto —continúa Jesse con un gruñido—. Lo
intentaste ahí atrás y fracasaste. —Engancha un pulgar sobre su hombro, indicando el
auto con los cuerpos—. Puedo hacerlo funcionar.
Tiene razón, aunque no me guste.
—Soy un corredor rápido —le digo a nuestro grupo—. Iré con él. No te ofendas,
hermano mayor, pero tus piernas de mar no van muy rápido. 164
—Yo también iré —empieza Kellen, pero le hago un gesto para que no vaya.
—Todavía estás enfermo. Demonios, Jesse también lo está, pero estás tardando
más en recuperarte que él y Hailey. Quédate atrás y protege a todos.
Kellen y Aaron fruncen el ceño al ser expulsados de la misión.
—Puedo ir —ofrece Hope—. Corro rápido y...
—Te necesito aquí —dice Aaron, cortándola—. Además, si lo que buscan son
mujeres, no te vamos a servir en bandeja.
Hope frunce el ceño, pero asiente.
—Lo comprobaremos —aseguro a nuestro grupo—. Si parece legítimo,
volveremos y podremos entrar en la ciudad. Si es una trampa, conseguiremos un vehículo
y los recogeremos a todos al salir de ahí.
A Stovepipe Wells vamos...

—¿Qué pasa contigo y Hailey? —pregunto mientras nos acercamos sigilosamente


a nuestro destino: un gran edificio metálico en la parte sur de la pequeña ciudad turística.
Jesse me sonríe por encima del hombro.
—Estamos enamorados.
—La conoces desde hace cinco minutos —siseo—. No estás enamorado.
Se detiene en seco y se encara conmigo, con una sonrisa burlona en su rostro
adolescente.
—Tú sí que eres quién para hablar.
Entorno los ojos hacia él.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Sabes muy bien lo que significa. —Me golpea en el centro del pecho—. Todo el
mundo sabe que tú y Kellen están follando.
El calor me sube a las mejillas. No es que me avergüence o que no sea consciente
de que todo el mundo sabe que compartimos cama cada noche. Es sólo que nunca le he
hablado a Jesse de mis encuentros sexuales.
—No estamos... follando. —Todavía.
Jesse pone los ojos en blanco.
—Okey, claro, hombre.
—¿Pero Hailey y tú sí? ¿Qué piensa su padre?
—Para tu información —dice Jesse por lo bajo—, hicimos el amor. Porque estamos 165
enamorados.
Parpadeo estúpidamente mirando a mi hermano. Tiene dieciséis años, apenas
conoce a esta chica y de verdad cree que está enamorado. Nunca me había dado cuenta
de lo mucho que se parecía a Aaron hasta este momento.
—Ten cuidado —advierto—. No la dejes embarazada e intenta que su padre no te
dispare.
—Danny Boy me ama.
Lo ignoro para trotar el resto del camino hasta el edificio. Se pone a mi lado y los
dos respiramos con dificultad. El aire frío se nubla frente a nosotros con cada exhalación.
Le hago un gesto para que se quede detrás de mí mientras me arrastro por el
lateral del edificio, pegándome a las sombras, hasta llegar a la fachada.
Risas.
Tuerzo el cuello y busco el origen del sonido amortiguado. Entrecierro los ojos en
la oscuridad hasta que veo un pequeño grupo de hombres en la carretera, junto a un auto
de policía frente a la taberna del otro lado del restaurante.
—¿Patrulla de Caminos de Nevada? —Jesse susurra cerca de mi oído.
—Eso parece.
Un par de hombres se separan de la manada y empiezan a caminar por la carretera
en nuestra dirección. Jesse y yo nos agachamos. Pronto oigo sus botas golpeando el
pavimento y sus voces bajas se hacen audibles.
—River y Gator están metidos en un buen lío con el grandullón —dice el hombre
alto y larguirucho—. Entiendo que se deshicieran del hombre, ¿pero también de las
chicas? La cagaron.
El tipo más bajo y regordete gruñe.
—Me sorprende que Ponce no los bajara a los dos cuando alardearon de ello.
No sé mucho sobre la patrulla de caminos, pero estos tipos, vestidos
informalmente, no parecen formar parte de ellos.
Los truenos vuelven a retumbar en la distancia. Ambos hombres se detienen para
mirar hacia el este.
—Va a haber tormenta y nosotros somos los jodidos afortunados que tenemos que
limpiar su desastre. ¿Qué hemos hecho para merecer esto, Manny?
Manny, el más bajo, vuelve a gruñir.
—Hombres bajos en el tótem. Hace tiempo que no echas un polvo. —Le da un
coscorrón juguetón al otro hombre—. ¿Quieres un coño frío y muerto, Derek?
Derek lo empuja.
166
—No seas un maldito enfermo.
Los dos se ponen en marcha de nuevo por el camino.
—Después de ocuparnos de esta mierda, voy a visitar el hotel. Seguro que nos
ganará algún coño caliente, vivo y pateando.
Derek resopla.
—Ahora sí. Esa que capturaron ayer en la autopista tenía un buen par de tetas...
Sus voces vuelven a apagarse cuando se alejan del alcance de sus oídos.
Me giro e indico a Jesse que se dirija a la parte trasera del edificio. Una vez que
estamos mejor escondidos, suelto un fuerte suspiro.
—Lo sabía —digo apretando los dientes—. Es una trampa para atraer a la gente.
Mujeres específicamente. Mierda.
Jesse frunce el ceño.
—Hora del plan B.
—¿Crees que podemos robar ese auto de policía?
Menea la cabeza.
—No, pero hay algunos autos estacionados cerca en el hotel. Vi una Suburban lo
suficientemente grande como para llevar a nuestro equipo. También parece más vieja, lo
que podría significar que es más fácil de calentar.
Elaboramos un plan que consiste en que yo sea el vigía mientras Jesse cruza la
carretera para intentar robar el vehículo. Si los tipos que están cerca del auto de policía
lo oyen y van por él, yo me encargo de abatirlos con la escopeta.
De repente, desearía que Aaron o Kellen estuvieran aquí. Mi hermano pequeño y
yo no somos exactamente tipos tácticos. No tengo ni idea de cómo va a salir esto.
—Podemos hacerlo —me asegura Jesse, agarrándome del hombro—. Si consigo
arrancarlo, vuelve corriendo con el grupo y prepáralos. Yo llegaré hasta ustedes y
sacaremos nuestros traseros de aquí.
—¿Si no puedes ponerlo en marcha?
—Pasaremos al Plan C.
—¿Cuál es el plan C?
—Matar a esos tipos y llevarnos su vehículo.
Hago una mueca ante su nuevo plan, que suena horrible. Estoy a punto de sugerir
mi versión del Plan C, que consiste en volver con el grupo y largarnos de Dodge a pie,
pero mi impaciente hermano ya está cruzando la carretera a pie antes de que pueda
detenerlo.
Mierda.
167
Me apresuro a seguirlo y me detengo justo al borde del edificio. Milagrosamente,
cruza la calle sin ser detectado. Apunto a los tipos con la escopeta y espero escuchando
atentamente mientras el corazón se me acelera en el pecho.
Nunca he disparado un arma antes.
En uno de nuestros largos paseos, Kellen me explicó los conceptos básicos del
armamento. Es un poco más que apuntar y disparar, pero ahora tengo una comprensión
general. Aunque esperaba no llegar a esto.
Los segundos se convierten en minutos y empiezo a preocuparme. Imagino que,
si atraparan a Jesse, armaría todo tipo de dramas. Pero ha estado muy tranquilo, lo que
probablemente significa que está teniendo problemas.
Un fuerte trueno hace vibrar todos los edificios y, más allá, me parece oír cristales
rotos. Sin embargo, el grupo no corre hacia la Suburban, sino que apunta a la tormenta
que ilumina el cielo a lo lejos.
Hasta aquí todo bien.
Una eternidad después, oigo el sonido del motor del Suburban girando. Entonces
los faros inundan el oscuro estacionamiento.
Mierda.
Lo consiguió.
—Alguien está conduciendo después del toque de queda —grita un hombre desde
cerca—. ¡Podríamos tener un fugitivo! ¡Detengan ese vehículo!
Por mucho que quiera quedarme para ayudar a mi hermano, me atengo al plan.
Giro sobre mis talones y vuelvo por donde he venido, corriendo hacia nuestro grupo.
Stovepipe Wells es una trampa, y si no nos largamos de aquí, sin duda correremos
la misma suerte que Kyle.
¿Y nuestras mujeres?
Algo me dice que estos hombres no cometerán el error de matarlas y acabar con
su miseria. Las retendrán. Y lo que eso conlleve puede ser peor que la muerte.
Tenemos que largarnos de aquí.

168
CAPÍTULO VEINTISIETE
Kellen
Se avecina una tormenta.
Sigo traumatizado por la última tormenta horrenda que se llevó por delante mi
ciudad, mi empresa y sólo Dios sabe cuánta gente. Con cada trueno, mi ansiedad
aumenta un poco más.
Tampoco ayuda que tanto Tyler como Jesse fueran a una misión peligrosa sin 169
refuerzos.
Entrecierro los ojos en la oscuridad y me estremezco cuando las punzadas de
arenilla pican mi carne fría y expuesta. Pronto aparecerán. Sólo tengo que ser paciente.
Aaron, igual de excitado, camina a mi lado.
—Están tardando demasiado —murmura—. ¿Por qué están tardando tanto?
Como no tengo respuesta, mantengo la boca cerrada, intentando distinguir
cualquier tipo de figura en movimiento en la noche de tinta. Un destello de luz en las
telarañas del cielo y un estruendo épico siguen al espectáculo. Vuelve a oscurecer, pero
estoy bastante seguro de haber visto una figura que se movía hacia nosotros.
—Creo que los veo —digo, dándole un codazo a Aaron.
—Yo también lo vi. Una persona, sin embargo.
Una sensación de hundimiento se instala en mis entrañas. Espero a que los
relámpagos iluminen el mundo a mi alrededor. Esta vez, estoy seguro de ver a alguien.
Creo que están corriendo.
—Todo el mundo —llamo después de otro ensordecedor trueno—, prepárense
para moverse. ¡Ahora, gente!
Nuestro agotado grupo se pone en pie y empieza a recoger sus bolsas. Otra
cacofonía de truenos sacude el suelo bajo nosotros, haciendo que mi ritmo cardíaco
aumente un poco más.
Sólo eran truenos.
No un terremoto.
La figura que corre hacia nosotros aparece la siguiente vez que la luz se esparce
por el cielo.
Es Tyler.
El alivio que siento al verlo vivo e ileso se aplasta cuando me doy cuenta de que
Jesse no está con él. Pero eso es bueno, ¿no? Tal vez aseguró un vehículo.
Sin embargo, hay algo frenético en Tyler.
Yo también tengo ganas de empezar a correr.
¿Desde dónde? ¿De dónde?
Antes de que pueda contemplar las respuestas a cualquiera de esas preguntas, la
voz de Tyler se eleva por encima del viento que amenaza con derribarme.
—¡Tiene uno! ¡Jesse tiene uno!
El alivio me inunda. Ha conseguido un vehículo, lo que significa que nos largamos
de aquí. Al menos, estaremos protegidos de los elementos.
—Vamos —grita Tyler cuando se acerca a nosotros, agarrando mi bíceps—. ¡Nos 170
persiguen!
Jadea con fuerza, pero no deja de correr, esta vez casi arrastrándome. Acelero el
paso para que no tenga que arrastrarme. Echo un rápido vistazo por encima del hombro
y me fijo en las linternas de todos los miembros del grupo, que se apresuran a seguirme.
La luz irrumpe en mi campo de visión y se me erizan todos los vellos de los brazos.
El estruendo ensordecedor me hace tropezar y caer de cara contra el suelo.
—Mierda, eso estuvo cerca —ladra Aaron—. Ese golpe estuvo justo ahí...
Le corta el paso otro rayo a menos de quince metros del que casi me mata. Los
relámpagos caen del cielo como si quisieran extinguirnos uno a uno. Corremos sin ton ni
son. Todos esperamos atravesar este desierto y llegar al auto de Jesse antes de morir
electrocutados.
Estamos casi de vuelta a la carretera principal, el auto con el cadáver de Kyle a la
vista. Antes de que lo alcancemos, otro enorme rayo cae sobre el vehículo.
¡Bum!
Me alejo de la explosión y miro atónito, incrédulo. El auto está ardiendo y el rayo
nos acecha, jugando con nosotros como un gato con un ratón aterrorizado.
Hacemos zigzag para evitar los golpes, pero es imposible predecir dónde caerán.
Más adelante, los faros rebotan hacia nosotros.
—Es Jesse —grita Tyler por encima de los truenos y los fuertes vientos—. ¡Ya casi
llegamos!
El gran todoterreno se abalanza sobre nosotros y se detiene en el asfalto.
—¡Entren! —Jesse grita—. ¡Dense prisa!
Me precipito hacia una de las puertas traseras más cercanas a mí y la abro de par
en par. Agarro a Tyler del brazo y lo meto en el todoterreno. Luego agarro a la siguiente
persona, Hope, y la meto dentro. Dan y su familia están al otro lado y también suben.
Wayne, el hombre más corpulento del grupo, ocupa el asiento delantero junto a Jesse.
Aaron me obliga a entrar en el vehículo y él se mete detrás de mí. Cuando se da
la vuelta para ayudar a Gerry, un brillante destello de luz me ciega.
¡Bum!
El todoterreno se balancea violentamente y todo el mundo grita en respuesta. Algo
se incendia cerca del todoterreno y el olor a carne y cabello humanos quemados
impregna mis sentidos. Tardo medio segundo en darme cuenta de que es Gerry.
Ha sido golpeado.
Y ahora está ardiendo.
Dios mío.
171
Aaron salta del vehículo conmigo pisándole los talones. Conseguimos hacer rodar
a Gerry hasta apagar las llamas de su abrigo y su cabello. No se mueve y apesta a
enfermiza piel carbonizada. Apenas soy capaz de reprimir una arcada.
Juntos, lo subimos al vehículo, donde Dan consigue arrastrarlo hacia la parte
trasera. Aaron y yo logramos entrar ilesos.
—¿Están todos? —Jesse grita—. ¡Tenemos compañía!
No consigo cerrar la puerta antes de que Jesse dé un giro brusco en U y casi me
haga caer del vehículo. Aaron me agarra por la mochila antes de que caiga al asfalto.
Cierro la puerta de un tirón.
El todoterreno tiene un buen tamaño, pero estamos todos apretujados, sentados
unos encima de otros y aplastados de forma incómoda.
¡Mierda!
La ventana trasera estalla en mil pedazos. ¿Qué demonios pasa? La gente nos
está disparando. En una maldita tormenta eléctrica. Jesse acelera, enviándonos a todos
a toda velocidad unos contra otros. Se oyen gruñidos y maldiciones por encima de los
disparos, los truenos y el chirrido de los neumáticos.
—Vamos, Gerry —grita Hope—. No pasa nada. Ahora estás a salvo. Respira,
cariño. Respira.
La bilis me sube por la garganta. El olor de la carne quemada de Gerry es
nauseabundo. Saber que no respira es aún peor.
¿Por qué no podemos tener un respiro?
Jesse conduce como si fuera el protagonista de Grand Theft Auto, sorteando autos
atascados y otros escombros mientras intenta dejar atrás a la gente a la que robamos el
todoterreno.
Otro disparo rebota en el retrovisor lateral, demasiado cerca. Probablemente
podríamos disparar de vuelta, pero estoy prácticamente sentado en el regazo de Aaron.
No hay espacio para hacer nada excepto aguantar y rezar para que sobrevivamos.
Si Knox pudiera verme ahora...
Pensar abruptamente en mi hermano casi me arranca una carcajada histérica. ¿Me
consideraría valiente o se preguntaría cómo demonios me he metido en semejante
situación? Casi puedo visualizarnos a los dos compartiendo una cerveza en el porche de
la casa de mi padre, contando todas nuestras historias de guerra de cuando la Tierra
intentó acabar con nosotros.
Nunca lo volveré a ver.
El pensamiento es aleccionador. Empiezo a comprender que mi vida nunca volverá
a ser la misma. Las personas con las que intento sobrevivir son todo mi mundo estos días. 172
Encontrar a mi hermano vivo me parece tan extraño como la idea de que hace una
semana me sentía cómodo en mi aburrida y predecible vida en un rascacielos de San
Francisco.
Un cuerpo empuja contra el mío y gruño. Es Tyler. Está intentando abrir su bolso
para buscar su botiquín de primeros auxilios. No me atrevo a decirle que ese botiquín no
le servirá de nada a Gerry.
¡Crash!
Todos salimos despedidos hacia delante cuando algo impacta contra la parte
trasera del todoterreno. Duro. Hailey grita y Pretzel aúlla.
—Nos golpearon —grita Judy—. Van a...
Jesse pisa a fondo el acelerador y el auto que viene detrás no hace más que
chocarnos. Da un volantazo a la izquierda y luego a la derecha, intentando despistar a los
que lo persiguen, y casi me deja sin sentido al golpearme la cabeza contra la ventanilla.
¡Bum!
Otra explosión sacude el vehículo y una luz cegadora destella a nuestro alrededor.
Jesse ulula en señal de victoria.
—¡El rayo tiene uno de los autos! —Jesse grita—. Aguanten. Voy a perder el otro.
Puedo mirar entre los dos asientos delanteros y por el parabrisas. Hay más autos
abandonados en la carretera. Parecen colocados estratégicamente. Esos imbéciles de
Stovepipe Wells probablemente lo hicieron para frenar a cualquiera que intentara pasar.
Por suerte para nosotros, tenemos a Jesse, y es sorprendentemente bueno esquivando
obstáculos en el vehículo grande.
—¡Guau!
La voz atónita de Jesse me hace escudriñar la carretera en busca de lo que ha
captado su atención. Más adelante, la carretera se ha hundido en un mini socavón de
probablemente quince metros de diámetro.
¿Qué vamos a hacer?
En lugar de frenar, Jesse se lanza, empujándonos a todos hacia atrás una vez más.
—Sujétense —grita Jesse.
Veo con horror que el socavón se acerca rápidamente. Cuando estamos
demasiado cerca, Jesse frena en seco y mueve el volante hacia la derecha.
Y ahora estamos girando.
Todo se desorienta y damos unas vueltas que se sienten como cien, pero que en
realidad son más bien cuatro o cinco, antes de detenernos. Me pitan los oídos y tardo un
momento en recuperar el sonido.
173
Cielos.
El grupo aplaude mientras los truenos retumban a nuestro alrededor.
Me doy la vuelta e intento averiguar qué están mirando todos. Entonces lo veo. El
auto que nos perseguía está ardiendo por no haber frenado lo bastante rápido para evitar
el socavón. Se han estrellado de cabeza contra el otro lado del socavón.
Jesse comienza a conducir de nuevo, todos rebotando salvajemente mientras
maniobra sobre el terreno rocoso del desierto hasta que consigue rodear el socavón y
volver a la carretera.
La adrenalina que me estaba recorriendo finalmente se desploma una vez que
estamos fuera de peligro inmediato. Me pongo en cuclillas sobre el suelo y me apoyo en
el respaldo del asiento de Wayne. Una oleada de cansancio hace que se me caigan los
párpados.
Me despierto con el ruido de un portazo. Antes de que pueda distinguir lo que me
rodea, la puerta que tengo detrás se abre y Wayne empieza a sacarnos del vehículo uno
a uno. Tembloroso, me alejo del todoterreno para observar lo que me rodea. Ya no hay
tormenta, o hemos pasado lo peor. La lluvia es fría, pero no es lo más terrible que hemos
encontrado hasta ahora.
Entrecierro los ojos e intento averiguar dónde nos hemos detenido. Un área de
descanso. Un poco más allá del estacionamiento hay un pequeño edificio que me hace
señas como un faro. Empiezo a caminar hacia él, mareado y todavía intentando sacudirme
el aturdimiento. Cuando me doy la vuelta, veo a Wayne llevando un cadáver.
El cuerpo de Gerry.
Ni siquiera llegué al edificio antes de que me doblara, vomitando en seco. Gerry
era mi amigo. Era un buen tipo. Odio que haya muerto tan brutalmente. Me siguen
quitando a todos los que conozco.
Tyler me da una botella de agua con el tapón quitado. La tomo y me la bebo de un
trago, quitándome el ácido de la lengua antes de darle las gracias.
—Vamos —gruñe Tyler—. Vamos a tratar de descansar un poco.
Me conduce al interior del oscuro edificio, con su linterna rebotando delante de
nosotros. No hay mucho en el edificio, aparte de unos baños que no parecen funcionar.
Pero, para nuestra sorpresa, hay una hilera de máquinas expendedoras intactas.
Por fin, algo nos sale bien.
Dan y Jesse consiguen entrar primero en el que tiene comida y se reparten los
bocadillos que encuentran. Yo agradezco un paquete de donas en polvo y unas galletas
de mantequilla de maní. Tyler elige un paquete de PopTarts de cereza que aprieta contra
su pecho con una sonrisa de felicidad en los labios. Sin poder contenerme, me inclino
hacia delante y le beso los labios. 174
—Lo siento —murmuro—. Solo necesitaba algo bueno después del infierno de día
que ha sido este.
Tyler apoya la cabeza en mi hombro.
—Siento lo de Gerry.
Una bola de emoción me obstruye la garganta.
—Era un buen tipo.
—Sí, lo era.
—Ty —digo con un suspiro pesado—. Estoy cansado.
—Lo sé, Kell, yo también. Esto no puede durar para siempre. Iremos a Las Vegas
y encontraremos ayuda. El mundo entero no puede ser así. No puede.
Su voz suena tan pequeña.
El mundo entero no puede ser así. No puede.
No me atrevo a aplastar la poca esperanza que le queda, pero no encuentro mucho
consuelo en sus palabras. No han hecho más que insistir en esto toda nuestra vida. Que
lo que Gerty hizo hace décadas en la Luna acabaría causando estragos en la Tierra.
Siempre fue un juego de apresurarse y esperar.
Sin duda, la espera ha terminado.
CAPÍTULO VEINTIOCHO
Tyler
Me despierto cuando alguien me sacude. Aaron está en cuclillas a mi lado con el
mapa. Una tenue luz entra por las pocas ventanas del área de descanso. Hemos llegado
a la mañana.
Bueno, algunos lo hicimos.
Gerry se ha ido. Esta nueva vida nuestra sólo toma y toma y toma. Es 175
enloquecedora y miserable. Si no tuviera a mi familia y a Kellen conmigo para soportar
este infierno, me habría rendido hace tiempo.
—Tenemos que ir a Las Vegas —dice Aaron con un suspiro—. Es la ciudad más
poblada y cercana a nosotros. Hay muchas oportunidades de que encontremos ayuda
allí.
—O más idiotas —refunfuña Kellen—. Nuestra suerte con la gente es una mierda
en el mejor de los casos.
No está mintiendo.
—¿Y si es más de lo mismo? —le pregunto a mi hermano—. ¿Y si tenemos milicias
sedientas de poder a la espera de los vulnerables y desprevenidos?
—Tenemos que aprovechar la oportunidad —afirma Aaron con firmeza—. Hope
está de acuerdo.
Pongo los ojos en blanco. Cuando Aaron echa un polvo, es increíble lo mucho que
influye en él la mujer que comparte su cama. Hay que reconocer que Hope es buena.
Mucho mejor que cualquier otra mujer a la que Aaron le haya metido la polla.
—¿Y si Las Vegas es un fracaso? —pregunto con un bostezo tan amplio que me
hace saltar la mandíbula—. ¿Entonces qué? No podemos huir eternamente.
Kellen guarda silencio un instante y luego se pone rígido.
—¿Se sabe algo de Kansas?
Aaron le levanta una ceja.
—¿Kansas? Eso está al otro lado del maldito país.
Kellen levanta la palma de la mano, pero ahora asiente enérgicamente con la
cabeza mientras una idea echa raíces. Una chispa de expectación recorre mi espina
dorsal.
—Estuve pensando anoche mientras todos dormían. Claro, no hemos tenido
noticias, pero tengo familia allí. Ransom, concretamente. —Kellen arrastra el mapa fuera
del alcance de Aaron y desliza un dedo desde Las Vegas en una ruta hacia el noroeste
hasta la frontera de Utah—. Nos dirigimos por aquí hacia Denver, otra gran ciudad que
podría haber sobrevivido.
Sin ver un mapa de Utah o Colorado para el caso, estoy confundido sobre cómo
sabe todo esto.
—Alguien debería repasar la geografía básica de Estados Unidos —dice Kellen
con una sonrisa de satisfacción—. Confíen en mí. Puedo llevarnos hasta allí. Y
asaltaremos tiendas de conveniencia o paradas de descanso por el camino para
conseguir un Atlas.
—¿Familia en Kansas? —digo lentamente—. ¿Serían acogedores para nuestro
grupo?
176
—Es mi tío —se apresura a decir Kellen—. No es un imbécil como mi padre. Y si
hay alguna esperanza de que mi hermano y mi padre hayan sobrevivido a toda la mierda
que está pasando en Texas, es probable que también se dirijan hacia allí. —
Prácticamente vibra de emoción ahora—. Mi tío es un preparacionista 6. Tendrá reservas
de comida, agua, suministros. Además, tendremos refugio y un lugar para descansar por
fin.
—¿Y si Kansas se ha ido? —pregunta Aaron en tono solemne.
Kellen se estremece y suspira.
—Entonces siempre está el plan B.
Desvía la mirada hacia el rifle que tiene a su lado. ¿Suicidio? Sí, no soy fan del plan
B.
—Los encontraremos allí —les aseguro a ambos—. Larguémonos de aquí.

La parte de Nevada por la que viajamos es remota, escasa de gente y recursos, y


ahora, debido al fenómeno meteorológico, frío como la mierda. Estamos en el segundo
día de viaje con demasiadas personas hacinadas en un vehículo y apesta. Realmente
apesta.
Pero bueno, nadie ha muerto desde que salimos del área de descanso, así que ahí
está eso.
Sin embargo, estamos peligrosamente escasos de agua y alimentos.

6
Preparacionista: En inglés prepper, es una persona que se prepara para sobrevivir a un
desastre o cataclismo importante, su estilo de vida consiste en estar preparado y estudiar materiales,
procedimientos y técnicas para sobrevivir.
Cuando empieza a nevar, estoy a punto de perder la cabeza.
—Llegaremos a las afueras de Las Vegas al anochecer —dice Kellen, agarrando
mi mano—. Aguanta ahí.
Nuestro grupo se ha quedado en silencio en el auto, aparte de los ánimos de
Kellen. Esta mañana, después de dedicar unas palabras a Gerry, nos hemos tomado unas
horas para hacer balance de nuestras provisiones y estar pendientes del vehículo.
Aunque el todoterreno ha sufrido daños, no es nada que nos impida conducirlo hasta que
se quede sin gasolina.
Ese es nuestro mayor problema en este momento.
Las Vegas está a unas dos o tres horas de viaje normal de nuestra ubicación, según
Kellen sabe el kilometraje que tenemos que cubrir. Sin embargo, nos estamos quedando
sin gasolina y, sin ninguna forma de desviar combustible de un vehículo abandonado si 177
nos topamos con uno, estamos básicamente jodidos.
Volveremos a hacer senderismo enseguida.
El todoterreno empieza a chisporrotear y a dar ligeras sacudidas. Jesse maldice y
Wayne gime. Ha llegado el momento. Acelera todo lo que puede hasta que el vehículo se
detiene. Nos hemos quedado sin gasolina. Oficialmente.
—Tomémonos un momento para comer y hacer nuestras necesidades —dice
Kellen al grupo—. Luego continuaremos a pie. Deberíamos empezar a ver signos de
civilización pronto.
Una afirmación que debería traer esperanza trae pavor en su lugar.
Nadie lo dice y todos hacemos lo que se nos ordena, masticando nuestras escasas
raciones que no hacen nada por acallar las ruidosas protestas de nuestros estómagos
vacíos. Normalmente, podría subsistir a base de comida basura durante días sin ningún
nutriente real. Sin embargo, aquí afuera, donde cada minuto es de supervivencia, estoy
quemando las pocas calorías que consigo ingerir, lo que me está dejando mareado y
débil. Sé que todo el mundo se siente igual.
Mientras todos hacemos nuestras necesidades en el gélido aire, con los copos de
nieve salpicándonos el cabello y la cara, temo en silencio el camino que nos espera. No
tenemos ni idea de lo que vendrá, lo que nos tiene a todos ansiosos y nerviosos.
—Así que, um, chicos —dice Dan lentamente, con voz ronca—. El tobillo de Judy
se ha vuelto a doblar después de la carrera de anoche. Se lo he vendado de nuevo, pero
le duele.
Echo un vistazo a la cara de Judy y me doy cuenta de que no carga el peso sobre
el tobillo lesionado.
—Tengo algunos analgésicos en mi mochila —ofrezco, empezando a quitarme la
mochila de la espalda.
Judy me hace una seña con la cabeza.
—No. Todos sabemos que las lesiones aquí pueden ser mucho peores que un
tobillo adolorido. Prefiero conservarlos para alguien que pueda necesitarlos más.
Pienso en Elise y sus manos arruinadas.
Probablemente el ibuprofeno sea más adecuado para los problemas de Judy que
para los de alguien como Elise, pero mantengo la boca cerrada y me echo la mochila al
hombro.
Aaron y Hope se adelantan a los demás y Dan y Judy los siguen. Wayne se ofrece
a llevarla en brazos, pero ella dice que aguantará todo lo que pueda antes de aceptarlo.
Una hora más tarde, todo lo que encontramos es nieve más pesada y fuertes
vientos. Casi me hubiera gustado quedarnos un día más en el área de descanso, pero sin
provisiones suficientes, cambiaríamos un problema por otro. 178
A medida que avanza la oscuridad, percibo un claro olor a humo. Podría significar
que hay gente cerca y fuego. El fuego podría significar comida. Intento no dejar que la
excitación me invada. Otra media hora de viaje y Aaron se detiene, mapa en mano,
mientras Hope señala hacia delante. Kellen y yo intercambiamos una mirada y trotamos
hacia ellos. Sigo hacia donde señala Hope y veo una fila interminable y atascada de autos
abandonados.
¿Dónde está toda la gente?
Me estremezco al recordar todas las películas y series de zombis que he visto. Un
lugar así debería estar plagado de muertos vivientes. Por suerte, Dios o el universo o
quienquiera que esté a cargo de este jodido juego que estamos jugando decide darnos
un respiro. Los zombis acabarían con nosotros.
—¿Ves ese brillo naranja? —Kellen dice, dándome un codazo—. Creo que eso es
fuego. Más que una fogata.
Es como si todos los vehículos vacíos apuntaran hacia la fuente. Las Vegas. La
tormenta eléctrica vino de la dirección de Las Vegas. Con todos los edificios altos, sólo
puedo imaginar el daño que recibió la ciudad. Si causó incendios, no tardaría mucho con
el viento en arrasar todo el maldito lugar.
—Empiecen a revisar los vehículos en busca de suministros —instruye Aaron—. Y
vean si alguno de ellos aún tiene gasolina o le quedan las llaves puestas. Supongo que
todos están inservibles o la gente que los tenía no los habría dejado aquí. Pero sería
estúpido no comprobarlo.
Todos se dividen en sus equipos habituales. Sin embargo, Wayne se queda con
Jesse esta vez ya que Gerry se ha ido. No hay rima o razón, pero empezamos a saquear
los vehículos abiertos. La gente que los dejó se llevó las provisiones que les quedaban.
Supongo que salieron a pie hacia Las Vegas.
Debemos recorrer uno o dos kilómetros, encontrando sólo una o dos botellas de
agua al azar o un paquete de chicles. Wayne encuentra algunos cigarrillos y fuma en
cadena todo el paquete a una velocidad récord.
Ninguna persona, viva o muerta.
Es aterrador.
Sigue siendo mejor que los zombis.
A medida que la carretera avanza, se vuelve más y más traicionera. Los socavones
han volcado la carretera y se han llevado por delante autos y semirremolques en sus
cavernosas fauces, que a veces se extienden a más de cien metros de profundidad.
Tenemos que rodearlos una y otra vez, alejándonos del borde para evitar deslizarnos con
ellos. El olor a putrefacción, a carne humana descomponiéndose, me asalta las fosas
nasales. Las personas que murieron en esos sumideros no parecieron sobrevivir y no voy 179
a intentar rebuscar entre los restos de los muertos y los vehículos para encontrar una
botella de agua o una chocolate.
Kellen está rodeando un arbusto ralo cuando veo movimiento. Más allá del viento,
oigo el claro sonido de un cascabel.
¡No!
Antes de que pueda gritar una advertencia, veo con horror cómo una serpiente de
cascabel ataca a Kellen y le clava los dientes en el tobillo. Kellen ruge de terror e intenta
por todos los medios quitársela de encima. El reptil venenoso sale despedido a unos dos
metros de él y, antes de que pueda hacerle más daño, le apunto con la escopeta y
disparo.
¡Ka-boom!
La luz me ciega por el fogonazo, pero disparo otra vez donde vi a la serpiente por
última vez. Varias personas se abalanzan sobre nosotros y oigo gruñir a Wayne. Cuando
parpadeo, veo que Wayne ha acabado con la serpiente con su hacha.
Kellen.
Se queda atónito, mirando a la serpiente.
Lo mordió. La maldita serpiente lo mordió. Sin antídoto, está frito. No puedo
perderlo por una maldita mordedura de serpiente.
Me abalanzo sobre él y casi lo atropello para que se siente y poder verle la herida.
Empieza a intentar desatarse la bota, pero le aparto la mano de un manotazo para que lo
haga más deprisa, tirando de los cordones con tanta fuerza que me sorprende que no se
hayan roto. Sale veneno por dos agujeros en el cuero de la bota. Me sube la bilis a la
garganta. Cuando le arranco la bota, le bajo el calcetín en busca de la herida.
Todo el mundo se agolpa a nuestro alrededor, en silencio y a la espera de ver los
daños.
—¿Te duele? —balbuceo.
—Tengo las piernas entumecidas por el frío —gruñe Kellen—. No siento nada.
Hope se agacha a mi lado y me ofrece su linterna. Agarro su pie, girándolo a la
izquierda y luego a la derecha, buscando los agujeros en su piel.
Nada.
Mi corazón da un vuelco.
Le atravesó la bota, pero no la piel.
—No te mordió —me ahogo—. Kell, estás bien.
Wayne chilla de felicidad y Hope abraza a Kellen. Cuando se levanta y Kellen
vuelve a ponerse la bota, lo atraigo hacia mí para darle un abrazo. Nos abrazamos durante
un largo rato. Luego doy un paso atrás y le agarro la cara con las palmas de las manos. 180
—Me has dado un susto de muerte.
Kellen gruñe, pero me ofrece una sonrisa torcida.
—Tú y yo.
—No vuelvas a hacerlo —refunfuño antes de estrellar mis labios contra los suyos.
Seguro que mi aliento huele fatal y sé que tenemos público, pero no me importa.
El hombre del que me estoy enamorando está a salvo. Por una vez en este viaje olvidado
de la mano de Dios, hemos esquivado a la muerte en lugar de chocar contra ella.
Sólo espero que tengamos suerte.
CAPÍTULO VEINTINUEVE
Kellen
Las Vegas está que arde.
La derrota queda eclipsada por la adrenalina que aún corre por mis venas al haber
esquivado lo que podría haber sido un encuentro mortal con una serpiente de cascabel.
Tuve suerte. Mucha suerte.
Sin embargo, nuestra suerte ha desaparecido. 181
Las Vegas, más allá de la densa humareda y de los infiernos aun ardiendo, es una
pérdida total y absoluta. No habrá FEMA ni Cruz Roja Americana. Ni militares ni policía.
Ni comida ni suministros ni refugio.
Estamos jodidos.
El humo, mezclado con el aire helado, nos asalta, golpeando nuestros cuerpos ya
maltrechos. Silas tiene una tos terrible, claramente causada por el aire frío y ahora agitada
por el humo. Es preocupante. Incluso el perro, Pretzel, se siente miserable y lloriquea sin
parar.
Como la ciudad está en llamas, la rodeamos a pie en dirección norte. Estoy un
poco aturdido, arrastrando los pies, intentando mantener la chaqueta por encima de la
nariz y la boca para poder respirar, cuando de repente Hailey grita.
Me doy la vuelta y la encuentro boca abajo en el suelo, seguida de un sollozo
aullante. Sus padres se agolpan a su alrededor y Jesse también corre a ayudarla. Cuando
consiguen levantarla y ponerla de rodillas, la sangre le mancha los dientes y le corre por
la barbilla mientras llora.
Tyler entra en acción y saca el botiquín del bolso antes de colocarse frente a ella.
Ella sigue sollozando y temblando, claramente adolorida. Me coloco detrás de Tyler,
sosteniendo la linterna para que pueda ver los daños.
Un gran corte se extiende a lo largo de la afilada línea de su mandíbula hasta la
mitad de su barbilla. Ha sufrido una fea caída. Escupe sangre y algo blanco cae. Un diente.
Ah, mierda.
—¿Te has roto un diente? —Dan dice, tratando de mirar dentro de su boca.
Tyler lo aparta de un manotazo.
—Déjame limpiar y vendar esta herida primero. Luego podemos ver el daño
dentro.
Mientras Tyler se pone a limpiar la herida sangrante, hago balance de nuestro
entorno. El humo turbio nos impide ver realmente muy lejos. La única razón por la que
sabemos hacia dónde nos dirigimos es que mantenemos el fuego a nuestra izquierda en
todo momento, apostando a que eventualmente alcanzaremos el lado norte del mismo.
Hope y Aaron vuelven a mirar un mapa. Hemos encontrado algunas carreteras,
algunos autos abandonados y edificios quemados con el mismo mensaje Gerty nos atrapó
escrito en las paredes exteriores. Nada que merezca la pena y, desde luego, ninguna
persona. Sin embargo, basándome en el enfermizo olor a carne humana quemada, diría
que mucha gente nunca salió de Las Vegas. Al igual que en San Francisco. En todas
partes, la gente está cayendo como malditas moscas.
El cielo empieza a clarear, lo que ayudará a que nuestro viaje no sea tan
traicionero. Aunque todos necesitamos descansar, no podremos hasta que salgamos de
esta zona. 182
Miro a Tyler y veo que está soplando en la barbilla de Hailey. Ha utilizado el
pegamento médico para sellar la herida. Cuando está satisfecho con el aspecto y la
fijación, se aparta para que Dan nuestro dentista residente, eche un vistazo.
Se echa a llorar cuando le saca otro diente roto de la boca. Le da una botella de
agua y le dice que se enjuague. Se le escapa otro aullido mientras lo hace, claramente
adolorida. Su padre le hace abrir la boca de nuevo y le ilumina el interior.
—La mayoría fueron noqueados limpiamente. —Cuenta en voz baja—. Tres. Tres
dientes se han ido.
—Oh, cariño —dice Judy con un sollozo, acariciando el cabello de su hija por
detrás—. Debes estar sufriendo mucho.
Tyler ya tiene pastillas analgésicas sacadas de un paquete y listas para
administrárselas. Dan sigue mirando dentro de su boca. Finalmente, suspira con
resignación.
—¿Qué pasa? —pregunto, frunciendo el ceño.
—Tengo que tirar de este —gruñe Dan—. Está roto por la mitad, pero parte de él
todavía está alojado allí. Va a tener mucho dolor a menos que haga algo al respecto. —A
Tyler le dice—: Prepárame unas gasas para taponar esta herida. ¿Alguien tiene unos
alicates?
Hailey chilla horrorizada, pero su padre no bromea. Jesse y Wayne están de
acuerdo en buscar en algunos vehículos abandonados una caja de herramientas o algo
así. Hemos pasado por delante de algunos camiones de obras, así que es posible.
Mientras Hailey llora y sus padres la calman, intento no pensar en lo que esta joven está
a punto de tener que soportar. Todo esto es súper jodido.
Finalmente, Jesse vuelve corriendo hacia nosotros, con unos alicates en la mano.
Hailey sacude la cabeza con vehemencia y empieza a moverse. Tyler, Wayne, Jesse y yo
tenemos que sujetar a la pobre chica. Se traga los analgésicos que le ofrecen y luego un
trago de agua. Pero sabe lo que viene a continuación y se pone rígida. Sus ojos
desorbitados se clavan en los míos, aterrorizados a más no poder. Aaron se une a la
refriega y esta vez la ayuda a abrir la boca con fuerza. Puedo ver bien los daños.
Es el diente de arriba. Roto, dentado, sangrando.
Maldita sea.
Para cuando la tenemos en posición, Judy le entrega los alicates a su marido. Se
los ha limpiado lo mejor que ha podido. Dan se apresura a enganchar los alicates en el
extremo afilado y visible de su diente y aprieta el agarre.
—A la de tres, cariño —canturrea Dan, con la voz temblorosa por la emoción—.
Uno, dos...
Él tira con fuerza, sin llegar a tres. Ella grita horrorizada mientras se le saltan las 183
lágrimas. La sangre sigue brotando, pero Tyler es rápido y está listo con la gasa.
Rápidamente tapa ese agujero y los otros mientras ella solloza incontrolablemente. Todos
la sueltan ahora que lo peor ha pasado. Silas, abrazando a Pretzel contra su pecho, llora
junto con su hermana mayor, parando sólo para toser y llorar un poco más.
Esto, de alguna manera, es peor que Elise o Gerry o lo que le pasó a Kyle y esas
universitarias.
Nadie quiere ver a un niño en tal agonía.
Sin palabras, nuestro grupo vuelve a recoger y continúa su camino. Wayne recoge
en brazos a la chica que llora y la lleva como si fuera un tesoro. Se me rompe un poco el
corazón. Tyler me lanza una mirada sombría. Todos odiamos lo que había que hacer.
Unas horas más de marcha y ya es de día, a pesar del humo oscuro que cubre el
cielo. Podemos ver más lejos y examinar los recursos de que disponemos. Cuando vemos
un hotel barato, casi me ahogo de alivio.
También parece estar abandonado, al igual que los autos que encontramos al
principio. Aunque todavía está cerca del corazón de Las Vegas, que bien podría ser el
Infierno por el tamaño del enorme infierno, decidimos que podemos dedicar unas horas
a descansar, siempre que alguien vigile.
Encontramos habitaciones en el lado oeste y entramos fácilmente. Hay camas
sucias y deshechas y cajas vacías de comida para llevar por todas partes, pero estamos
demasiado cansados y agotados para preocuparnos. Sorprendentemente, el agua
todavía funciona aquí, y una vez que Tyler la considera segura, ambos nos turnamos para
beberla del grifo.
—¿Ducha? —pregunta con otro enorme bostezo—. Dudo que consiga dormir,
pero al menos estaré limpio. Luego podré ir a relevar a Aaron.
Aaron optó por quedarse y vigilar para asegurarse de que los incendios no se
acercaban demasiado.
Asiento, demasiado adormilado para mantener los ojos abiertos. Tyler enciende la
ducha, se quita la ropa sucia y llena de humo y entra. Veo su trasero esculpido antes de
que desaparezca tras la cortina. Me cuesta un poco, ya que mis miembros están muy
débiles, pero consigo desvestirme. Cuando me reúno con él, ya está enjabonado y tiene
el cabello mojado. Se aparta del rociador para dejarme pasar por debajo.
El agua caliente se siente bien en mi cuerpo adolorido. Ojalá pudiera quedarme
aquí para siempre. Se me han cerrado los ojos y gimo de placer cuando sus manos
callosas empiezan a enjabonarme el pecho.
Estoy muerto y me duele todo. Siseo, incapaz de dejar de empujar contra su puño
apretado.
—¿Me tocas también? —suplica, con voz ronca.
No necesito que me lo pidan dos veces. Con desesperada necesidad, me aferro a 184
su cuerpo mientras mis labios chocan contra los suyos. Los momentos siguientes son
frenéticos hasta que los dos estamos completamente agotados. Nos quedamos ahí,
besándonos perezosamente, mientras nuestros cuerpos vuelven a bajar de nuestro
subidón compartido. Luego sigue bañándome.
—Voy a relevar a Aaron —dice dándome un rápido beso en los labios—. Descansa.
Lo necesitas, viejo.
Sonrío y consigo darle un buen golpe en el trasero antes de que desaparezca.
Como no me he lavado bien desde que enfermé por comer carne en mal estado,
aprovecho el momento de intimidad para limpiar cada grieta y hendidura a mi alcance.
Cuando me seco con una de las toallas usadas y crujientes y me pongo ropa limpia, me
siento como un hombre nuevo.
Un hombre nuevo exhausto, apenas en pie.
Ni siquiera recuerdo haberme caído en la cama.

—¡Levántate! ¡Deprisa, Kell!


Me despierto, completamente desorientado y confuso. Tyler está de pie junto a mí,
empujándome la mochila, los pantalones y las botas.
—¿Qué pasa? —exclamo mientras me pongo los pantalones—. ¿Fuego?
Sacude la cabeza, con cara de pánico.
—Gente. De las malas. Vienen hacia aquí y ya han disparado a las ventanas de la
fachada del edificio. Tenemos que irnos. Ahora mismo.
Me pongo el resto de mis cosas y salgo por la puerta en unos segundos. Tyler me
empuja la escopeta y sale corriendo por la puerta. El resto del grupo sale de sus
habitaciones, pero nosotros ya estamos corriendo por la acera, con la esperanza de no
encontrarnos con más gente mala.
Una figura sale disparada de una escalera frente a nosotros y apenas consigo
levantar la escopeta antes de que Tyler la vuelva a empujar hacia abajo.
Es Aaron.
—Por aquí —sisea, señalando al norte—. Vienen del lado sur. ¡Tenemos que
movernos!
Wayne tira de Judy, que cojea, y Dan arrastra a Silas, que tose, detrás de ellos.
Jesse tiene un brazo protector alrededor de Hailey que abraza a Pretzel, con Hope
pisándoles los talones.
Aaron se adelanta, con el rifle preparado, en busca de amenazas antes de que
nuestro grupo las encuentre. Cuando llega al borde del edificio, se asoma por el lateral, 185
escanea la zona y se da la vuelta para indicarnos que avancemos más rápido.
Wayne corre como un jugador de fútbol, a toda velocidad. Todos corremos tras él.
Aaron espera a que Hope, la última de nuestro grupo pase, para ponerse entre ella y el
otro grupo.
Tenemos una buena ventaja, pero en cuanto oímos disparos detrás de nosotros,
cunde el pánico. Oigo el ruido del rifle de Aaron tan cerca que casi me ensordece. El
humo es cada vez más denso, como si Wayne nos estuviera llevando directamente hacia
el fuego. Quiero gritarle que vaya en otra dirección, pero sé que es para intentar
perderlos.
Sólo espero que no sea un error fatal.
Muy pronto, todos estamos tosiendo y tambaleándonos en el espeso humo.
Alguien -Tyler- me agarra del bíceps que sujeta la escopeta.
—Toma la mano de Hope. Permanezcan todos juntos.
La mano de Hope está húmeda en la mía y la aprieto con fuerza. El ritmo que
llevamos es constante, pero no podremos mantenerlo mucho tiempo. La tos de Silas se
hace más intensa y me recorre un hilillo de nervios. Tenemos que alejarlo de este humo.
Algo roza mi costado y me doy cuenta de que es otro edificio. Choco contra él y
casi tropiezo. Se oyen más disparos y luego Aaron ruge.
—¡Aaron! —Tyler retumba—. ¿Qué ha pasado?
—Me han dado. Mierda, me han dado.
Tyler me empuja hacia delante hasta que puedo ver a Dan delante de mí. Le hago
un rápido gesto con la cabeza antes de que desaparezca para ir a buscar a Aaron. Se me
revuelven las entrañas de preocupación.
Parece que vamos zigzagueando entre edificios y autos, algunos de los cuales
están ardiendo. La tos de nuestro grupo es cada vez más intensa. No es hasta que aspiro
una bocanada de aire frío y menos humeante que me doy cuenta de que hemos llegado
a un lugar seguro.
Por lo que hemos visto hasta ahora en nuestros viajes, parece que nos hemos
encontrado con otro parque nacional o reserva natural aquí en el desierto. Aunque no
encontraremos provisiones, al menos estaremos lejos de la gente, ya que son tan terribles
como los fenómenos meteorológicos.
Al menos aquí la tierra es más blanda y no tan dura como cuando estuvimos en el
Valle de la Muerte. De hecho, es un poco pantanosa.
—Tenemos que hacer un descanso —dice Tyler, jadeando por el esfuerzo—.
Llevamos horas. Necesito ver su herida de bala.
186
Todos se detienen y casi se desploman sobre el suelo blando. La ducha que había
robado parece como si la hubiera tomado hace años, no horas. Ya estoy sudado, lleno
de humo, y ahora mis pantalones están cubiertos de barro.
Aaron, con la cara pálida, permite que Tyler y Hope lo sienten. Observo
atentamente cómo Tyler saca provisiones de su mochila. Hope susurra seguridades a
Aaron mientras le acaricia el cabello sucio con los dedos.
Definitivamente son pareja. Me parece una locura que aún puedas encontrar
tiempo y energía para sentirte atraído y preocuparte por alguien incluso cuando el mundo
se está desmoronando literalmente a tu alrededor. Sé que ciertamente yo lo he hecho.
Hope ayuda a Aaron a quitarse la camiseta. Hace un frío de mierda y tiembla sin
control. Tyler inspecciona una mancha de sangre en su brazo izquierdo. Todo el mundo
se calla cuando empieza a limpiarlo, ignorando los siseos de dolor de su hermano. Judy
me lanza una botella de agua.
—Los llené en el hotel. Bebe.
Agradezco el agua y me la trago. Bueno, casi. Guardo la mitad para Tyler.
—Gracias —susurro, con la voz entrecortada por el humo y el esfuerzo.
Mientras Judy cojea, cuidando del grupo, pasando más tiempo con sus hijos y
Jesse, yo vuelvo a centrarme en Tyler.
—No creo que la bala esté alojada ahí —afirma Tyler, alivio en su tono—. Podría
empujar para ver...
—Diablos, no —dice Aaron—. Es un rasguño. Sólo pégalo y envuélvelo.
Hope saca nuestro menguante suministro de ibuprofeno y se lo mete a Aaron en
la boca. Él los acepta agradecido. Judy llega a tiempo para pasarle una botella de agua.
Tal vez podamos sentarnos aquí un rato y descansar.
Considero la posibilidad de montar la tienda, pero decido no hacerlo y me tumbo
en el suelo blando para dormitar.
Y debe de ser la velocidad del rayo, porque en lo que se siente como un par de
segundos más tarde, oigo a Tyler gritándome -de nuevo- que me levante de una puta vez.
Nos hundimos.

187
CAPÍTULO TREINTA
Tyler
Al principio no me había dado cuenta, pero cuando me levanto a estirar las piernas
después de curar la herida de Aaron, apenas puedo despegar las botas. Todos están en
diversos estados de hundimiento en el suelo pantanoso.
Al principio, lo atribuía a las tormentas que ablandan la tierra, pero luego tengo la
sensación de que me hundo, sin querer hacer un juego de palabras. 188
Algo no va bien.
Me cuesta un poco, pero con la ayuda de Jesse, consigo sacar a Kellen del barro.
Todo su trasero está completamente cubierto. Cuanto más tiempo estamos parados, más
nos hundimos.
—Sigan moviéndose —les ordeno a todos—. Tenemos que serpentear de vuelta
a una carretera y salir de este lodazal antes de que tengamos problemas.
Wayne, el más pesado del grupo, es el que avanza más despacio porque se hunde
más allá de los tobillos a cada paso. Sin embargo, Dan no se separa de él y le ofrece su
brazo para tirar de él cuando tiene problemas.
—Aléjense de ahí —grito, señalando hacia una zona de la tierra que burbujea—.
Esto no me gusta nada.
Todos continuamos moviéndonos tan rápido como podemos. La poca energía que
nos quedaba se agota por completo a medida que nos esforzamos físicamente sólo para
caminar. Después de ducharme con Kellen anoche, estaba demasiado excitado para
dormir y acabé haciendo compañía a Aaron hasta que vimos a la gente que se dirigía
hacia nosotros. Ahora me siento como si mi adrenalina no fuera más que humo en este
momento, y me estoy desvaneciendo rápidamente.
Mantente concentrado.
Mientras caminamos, Kellen rebusca en su mochila y saca una barrita de cereales.
La abre, la parte en dos y me da una mitad.
—Come, Ty.
Me trago la escasa comida de un bocado, sin apenas masticar. Se me hace agua
la boca, pero el tiempo apremia.
Dan y Wayne se quedan cada vez más atrás mientras Hope y Aaron van muy por
delante. Judy y Silas no están lejos de Dan y Wayne. Jesse, Hailey y Pretzel están en
algún lugar en el medio, más cerca de Hope y Aaron. George (Utah), nuestro próximo
destino según Kellen, cuando oigo los gritos de pánico de Judy.
—¡Dan! ¡Wayne! ¡Necesito ayuda!
Kellen y yo giramos y nos hundimos más allá de los tobillos para ver a Judy tirando
del brazo de Silas. Está casi metido hasta la cintura en el fango.
Las vibraciones me sacuden y tardo un segundo en darme cuenta de que estamos
sufriendo un terremoto. Mierda. ¿Otra vez?
Kellen gruñe, luchando por llegar hasta Judy y Silas. El suelo a nuestro alrededor
se agita como pudín en un cuenco. Pienso en una vieja película que vi de niño en la que
el héroe casi muere en arenas movedizas.
¿Es eso?
El suelo vuelve a retumbar y, hacia la zona más apestosa del parque, empieza a
189
hundirse como si la mierda fuera aspirada por el desagüe de un retrete medio atascado.
En cuestión de segundos, veo que se ha formado un enorme socavón.
—Hay un estacionamiento en esa dirección —Jesse grita—. Voy a ver si puedo
poner en marcha alguno de los vehículos. Puedo ver un camino cerca de él también. Sólo
tenemos que llegar a él.
Más temblores me hacen caer de trasero en el barro. Kellen me agarra del brazo
y me levanta con un gruñido. El suelo sigue temblando mientras se abren más agujeros
a nuestro alrededor.
Una de las fauces abiertas no está a tres metros de nosotros y tiene al menos
nueve metros de diámetro. No puedo ver lo profundo que es, ni quiero averiguarlo.
Un aullido desgarrador me eriza la piel. Sigo el sonido hasta donde Judy parece
estar luchando cerca de la boca de uno de esos sumideros. Dan y Wayne están casi a su
lado, ambos caminando tan rápido como pueden. Kellen y yo estamos demasiado lejos
para marcar la diferencia, pero seguimos avanzando hacia ellos de todos modos.
Dan alcanza primero a Judy y apenas la agarra del brazo antes de que desaparezca
de su vista. Casi cae en picada con ella si Wayne no se agarra a su mochila.
—Tenemos que llegar hasta ellos —gruñe Kellen, corriendo delante de mí tan
rápido como se puede en un barro que llega hasta las rodillas y con socavones
apareciendo por todas partes. A ellos les grita—: ¡Aguanten!
Para cuando Kellen llega hasta ellos, Dan está hundido hasta el pecho en la mugre
y Wayne, hasta la cintura. Kellen engancha un brazo alrededor del impresionante pecho
de Wayne, anclándolo en su sitio. Yo no me quedo atrás y consigo agarrar la mochila de
Kellen.
—Aguanta, cariño —ladra Dan—. No te sueltes.
Oigo los sollozos de Silas interrumpidos por ataques de tos y los gritos frenéticos
de Judy. Aunque no puedo ver exactamente lo que ocurre, me hago una idea. Están
colgando de un profundo sumidero y podrían caer en cualquier momento.
Me retuerzo y compruebo que el resto del grupo está bien. A lo lejos, veo a Aaron,
Hope, Jesse y Hailey saliendo del lodo. Están cerca de la carretera. Al menos están a
salvo.
El suelo vuelve a retumbar y siento que Kellen avanza bruscamente. Me agarro a
él, haciendo todo lo posible por no hundirme más en el barro.
—¿Puede sacarla? —Le ladro a Kellen—. ¿Qué está pasando?
—No puedo ver —le responde siseando.
—Maldita sea, es profundo —le grita Dan frenéticamente a Wayne—. Al menos 30
metros de caída. 190
Mi estómago se revuelve dolorosamente. No sé mucho sobre el terreno de por
aquí, pero parece que hay cavernas subterráneas o algo así y estamos avanzando por el
techo de arena que se escurre rápidamente.
—Tengo cuerda en mi mochila —gruño, recordando el fajo que eché al buscar
vehículos—. Voy a tener que soltarme.
—Tengo a Wayne —me asegura Kellen—. Hazlo rápido.
Suelto rápidamente a Kellen, deteniéndome solo un segundo para asegurarme de
que no desaparece ante mis ojos, y empiezo a rebuscar en mi mochila. Lo encuentro
debajo de la ropa sucia que había recogido tras la ducha de anoche. Una vez que vuelvo
a cerrar la cremallera de la bolsa y me la echo al hombro, empiezo a desenredar la
cuerda.
—Voy a hacer un nudo de bolina —digo mientras me pongo manos a la obra—.
Pásaselo a Judy. Yo pondré el otro extremo a mi alrededor.
En cuanto he arreglado los dos extremos, me paso la cuerda por el medio. Kellen
ya está enviando el otro extremo de la cuerda hacia abajo, hacia los demás.
La suciedad ha aumentado y empiezo a temer que ninguno de nosotros salga de
ésta.
—No lo sueltes, Judy —ladra Dan—. Intenta rodearte con esta cuerda, pero hagas
lo que hagas, no lo sueltes...
Sus palabras se silencian cuando la tierra vuelve a temblar, haciendo vibrar cada
hueso de mi cuerpo. Me hundo más en el frío barro. Todos vamos a morir aquí.
—¡Mamá!
El grito de Silas se prolonga lo que se siente como una eternidad y luego se silencia
de inmediato. Le sigue el gemido inhumano de Judy y lo sé. Sé lo que acaba de pasar.
Se ha ido.
Ese niño dulce y tranquilo se ha ido.
Me atraganto con la bilis mientras se me llenan los ojos de lágrimas. Me acuerdo
de Jesse cuando era pequeño. Es desgarrador saber que hemos perdido a otra persona,
esta vez el más joven de nuestro grupo.
Dan empieza a bramar. Suena como si estuviera rogando, suplicando, sollozando.
Judy, por otro lado, está histérica.
—¡Déjame ir! —grita—. ¡Déjame ir!
Dan maldice de dolor y luego grita de horror.
—¡Judy!
Todos retrocedemos un poco ahora que hemos perdido algo de peso. El peso de 191
un adulto y de un niño pequeño.
Voy a vomitar.
Esta vez sí vomito, apenas giro la cabeza a tiempo para salvar a Kellen de llevárselo
puesto. Él y Wayne están casi arrastrando a Dan fuera del sumidero. El hombre está
sollozando, con la cara roja y los mocos corriéndole por los labios.
Ha perdido a su mujer y a su hijo.
No puedo imaginar el dolor que está sufriendo.
Oímos bocinazos acercándose. Me doy la vuelta y veo una pequeña camioneta
Toyota de modelo antiguo que atraviesa la tierra por los bordes de la zona en la que nos
hundimos. Cuando se acerca lo suficiente, pero no tanto como para ser absorbido, Jesse
salta de la parte trasera. Ata una cuerda a la plataforma de la camioneta y se lanza a por
nosotros. Cuando se acerca, me lanza el extremo de la cuerda.
—¡Agárrate! —instruye—. ¡Vamos a sacarlos!
Vuelve corriendo a la camioneta y se sube. Entonces, lentamente, la camioneta
empieza a moverse. Me agarro a la cuerda que me ha tirado y espero que los demás
puedan agarrarse a la que tengo atada al medio. Al principio, me siento como si me fueran
a partir en dos, pero luego nos sacan lentamente del fango sin herirnos.
En cuanto pisamos tierra firme, los cuatro nos desplomamos. Aaron ha parado la
camioneta. Hope, Hailey y Jesse se abalanzan sobre nosotros para ayudarnos a
levantarnos. Hailey mira más allá de nosotros, con la cara herida y llena de moretones
mientras busca entre el grupo. Sus ojos se posan en su padre y frunce el ceño.
—¿Dónde están mamá y Silas? —Le tiembla el labio inferior y las lágrimas inundan
sus ojos—. Papá, ¿dónde están?
La toma en sus brazos y la estrecha.
—Lo siento mucho, cariño. Lo siento mucho.
Ambos sollozan incontrolablemente. Todos nos sentimos derrotados en este
momento. Incluso oigo llorar a Wayne, lo que no es propio de él.
—Tyler —murmura Jesse en voz baja—. Tenemos que irnos. Mete a todos en la
camioneta.
Hope y Jesse ayudan a Hailey y Dan a subir al asiento del copiloto de la camioneta.
El hombre sostiene a su hija en el regazo como si fuera un niña pequeña que ha tenido
una pesadilla. Hope cierra la puerta y mueve la cabeza con tristeza. Los demás subimos
a la caja de la camioneta.
Estamos cubiertos de barro, muertos de frío, hambrientos, sedientos y con el
corazón roto.
¿Cuánto podemos aguantar?
La camioneta se aleja y pronto encuentra de nuevo la carretera. Una vez en tierra 192
firme, Aaron lleva el vehículo al límite, corriendo por el asfalto a una velocidad de vértigo.
Queremos dejar todo esto atrás. Irnos lejos, muy lejos de aquí.
Pero ¿qué nos espera al continuar nuestro camino? ¿Más muerte y miseria?
Kellen me atrae hacia él, con todo el cuerpo tembloroso. Su calor y su consuelo
son justo lo que necesito si tengo alguna esperanza de soportar lo que viene a
continuación. Me susurra cosas tranquilizadoras, me acaricia el cabello y me besa la
cabeza. Entonces me doy cuenta de que sigo llorando. Me duele el corazón y parece que
no puedo parar.
Se me caen los párpados, pero no me rindo. Me aferro a Kellen, mis ojos pasan de
Jesse a Hope, a Wayne y luego de nuevo a Jesse. Pretzel asoma su cabecita por encima
de la chaqueta de Jesse y suelta un aullido lastimero. Incluso el perro está destrozado.
Las probabilidades están tan injustamente en nuestra contra. No importa hacia
dónde miremos, nos encontramos con más dolor y sufrimiento. No sé si acabará nunca.
Es como si la Madre Naturaleza fuera un diosa vengativa y furiosa, deseosa de imponer
una justicia despiadada a todos los seres humanos de la Tierra.
Es minuciosa y eficiente.
Despiadada y cruel.
Me pregunto cuánto tardará en eliminar a todos.
Sentimos que tenemos los días contados, como si el tiempo corriera en nuestro
contra.
—Duerme, Ty. Necesitas descansar. Te tengo.
La voz de Kellen, suave y tranquilizadora, hace que por fin me relaje. Esta vez soy
incapaz de mantener los ojos abiertos y me desvanezco rápidamente en la oscuridad con
un solo pensamiento en la cabeza.
Por favor, no nos quites a nadie más. Hemos perdido a demasiados.
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
Kellen
Tyler se ha desmayado y ronca ruidosamente por encima del viento y el ruido del
motor de la camioneta. Hope mira tristemente a Tyler, mientras Jesse y Wayne tienen la
misma expresión pétrea. Todos estamos desesperados.
Aaron conduce a un ritmo considerablemente rápido, como si pudiéramos dejar
atrás el horror y las tragedias a las que nos hemos enfrentado hasta ahora, especialmente
las más recientes. Sin embargo, por muy rápido que conduzca, el dolor nos mantiene
193
estrangulados.
¿Cómo están Dan y Hailey?
¿Tendrán la voluntad de seguir adelante?
Si perdiera a Tyler ahora mismo, no estoy seguro de si lo haría. Me siento
derrotado y tan malditamente cansado. La esperanza de ver a mi hermano algún día casi
se siente tonta y fantasiosa. Una quimera que nunca se hará realidad.
No estoy seguro de cuánto tiempo conducimos. Se siente interminable. Como si
estuviéramos en un purgatorio de dolor y sufrimiento. Pero sé que no es verdad. Un
tanque de gasolina sólo puede llegar hasta cierto punto. Cuando el vehículo empieza a ir
más despacio, el entumecimiento empieza a descongelarse y el miedo vuelve a
invadirnos.
¿A qué nos enfrentaremos ahora?
Aaron se detiene por completo y salta fuera. Se dirige a la plataforma de la
camioneta y dice:
—Bloqueo adelante.
Ninguno de nosotros tiene la energía para luchar. Otra vez.
—Voy a ver si nos ayudan —dice Aaron lentamente, esperando a que alguien
discuta—. Tenemos que intentarlo en este momento.
Nadie está de acuerdo ni discute, así que Aaron vuelve a la camioneta.
Lentamente, conduce hacia la barricada. Cuando se detiene de nuevo, oigo la voz de un
hombre.
—Explíquese, señor —dice el hombre—. Este pueblo no tolerará a ningún
alborotador.
Aaron sale del vehículo.
—Encantado de conocerte. Soy Aaron. Mi familia y amigos han pasado por un
infierno. ¿Puede tu gente ayudarnos?
El hombre guarda silencio un momento y luego dice con voz áspera:
—Me llamo Harry. Este tipo es Ryan. Los dos somos bomberos aquí en St. George.
¿Qué tipo de ayuda necesitan? No tenemos mucha comida ni suministros.
¿Bomberos?
Mis entrañas se agitan con esperanza, pero luego se desvanecen rápidamente al
recordar que Stovepipe Wells tenía policías en su grupo y que no estaban tramando nada
bueno.
—Hemos estado viajando desde San Francisco —explica Aaron cansado—. Ha
desaparecido. Completamente ahogado por el mar. Tuve la suerte de estar en mi barco
cuando llegó el tsunami. Rescaté este lote de uno de los rascacielos que aún sobresalían 194
del agua.
—¿No me digas? —pregunta el más joven, Ryan—. Es un viaje muy largo.
—Mucho a pie —continúa Aaron—. Hemos perdido a mucha gente. Hace poco,
en las afueras de Las Vegas, perdimos a una mujer y a su hijo en un socavón. Nuestro
grupo está abatido y derrotado. Cualquier amabilidad será de ayuda. Por favor.
Los hombres se quedan callados un momento, pero entonces habla el más
valiente, Harry.
—Hay un Motel 8 justo después de este control de carretera. Se supone que es
un lugar para recuperar el aliento durante un día o dos antes de seguir adelante. Una
estación de visitantes, por así decirlo. Tenemos voluntarios que pueden ofrecer un
mínimo de primeros auxilios y atención médica. El agua sigue funcionando, pero no hay
electricidad. Hay una cafetería instalada en la estación de bomberos. Podemos ofrecer
una comida al día a los recién llegados, pero eso es todo. Lo siento, pero es todo lo que
tenemos.
Después del tiempo que hemos pasado, un refugio agradable y seguro con un par
de comidas prometidas suena casi demasiado bueno para ser verdad.
—¿Esto no es una trampa? —Aaron pregunta—. Nos hemos topado con gente
desagradable. Muchos de ellos.
Harry gruñe.
—Lo mismo digo, hermano. Espero que no hayas pasado por Stovepipe Wells.
Hemos acogido a unas cuantas personas que apenas escaparon con vida por allí.
—Esos seríamos nosotros también —admite Aaron—. Creo que están capturando
mujeres para hacer Dios sabe qué cosas con ellas. Es más, un campo de prisioneros que
un refugio seguro. Nos libramos de ellos por los pellos.
—Parece que ustedes tienen un montón de información —dice Harry—. ¿Qué les
parece esto? Los alojamos en el motel y luego podemos intercambiar información por
algunos suministros. Las necesitarán cuando salgan dentro de dos días.
¿Es mucho esperar que nos retengan indefinidamente?
—No puedo agradecerte lo suficiente tu amabilidad, Harry. Te diremos todo lo que
sabemos. Dan, el de la camioneta, es dentista. Acaba de perder a su mujer y a su hijo,
pero sé que puede ayudar si alguien necesita que le miren los dientes. Yo era dueño de
una compañía de pesca de altura y excursiones por la bahía. Puede que seamos un grupo
variopinto, pero estoy seguro de que podemos ofrecer ayuda a cambio de su gentileza.
Pronto, el motor vuelve a arrancar y pasamos junto a los dos hombres que montan
guardia en St. Harry, un hombre corpulento y macizo, me mira mientras pasamos, con
expresión de lástima. Sé que tenemos un aspecto horrible.
195
Aaron conduce hasta el Motel 8 y estaciona en un sitio libre. Cuando empezamos
a salir, una mujer corpulenta con el cabello canoso recogido en un moño sale de la
recepción. Habla un momento por la radio y luego nos saluda con una sonrisa.
—Harry dice que tenemos invitados —dice la mujer—. Soy Florence. No soy la
dueña de este motel, pero llevo años en la junta de la Cámara de Comercio. Me han
nombrado para dirigir este puesto. Las habitaciones uno, tres y siete están disponibles.
Se proporcionan sábanas limpias, agua embotellada y algunos aperitivos. También hay
artículos de aseo para que puedan limpiarse. Si dejan sus cosas sucias afuera de la
puerta, alguien estará por aquí esta noche para recogerlas y darles un lavado.
—Gracias —murmuramos todos lastimosamente.
—Hacemos lo que podemos —dice Florence—. Harry quiere reunirse para
desayunar e intercambiar información. Dijo que nos reuniéramos en la oficina del motel.
Luego, para almorzar, pueden ir a la estación de bomberos a comer algo caliente. Algo
me dice que hace tiempo que no comen una de esas.
La última comida caliente que tomé fue hace mucho tiempo y me puse enfermo.
Después de resolver la situación de las camas entre las habitaciones, Tyler y yo
nos quedamos con la cama matrimonial de la habitación uno. Aaron y Hope deciden
quedarse con Dan y Hailey en la habitación tres con las dos camas dobles, y Wayne y
Jesse se quedan con la última habitación. Como si estuviéramos en trance, Tyler y yo nos
quitamos la ropa y recogemos toda la sucia de las bolsas. Mientras él empieza a ducharse,
yo me asomo por la puerta y las tiro en un montón. No me entusiasma dejar mi ropa al
cuidado de otra persona, pero en este momento no me quedan energías para luchar.
Cuando llego a la ducha, el vapor llena el pequeño cuarto de baño.
Dentro, encuentro a Tyler sollozando en silencio.
Se me saltan las lágrimas. Recojo al mugriento hombre en mi reconfortante abrazo
e intento por todos los medios asegurarle que todo irá bien.
Espero que crea mis mentiras porque nada es seguro en este mundo.
Nada.

Como prometieron, a la mañana siguiente nuestra ropa está limpia y bien doblada
junto a la puerta de nuestra habitación. Como podemos, Tyler y yo nos damos otra ducha.
Los dos estamos demasiado agotados y sombríos para ponernos juguetones y nos
conformamos con abrazarnos. Una vez vestidos y listos para afrontar el día, salimos y nos
encontramos con Aaron, Hope y Wayne al otro lado de la puerta.
—¿Cómo están Dan y Hailey?
Hope frunce el ceño.
—No han dejado de llorar. Les hemos dicho que se queden adentro y descansen. 196
Jesse va a vigilarlos mientras nos reunimos con Harry.
Se me retuercen las entrañas dolorosamente. Si yo siento que mi mundo podría
acabarse literalmente si perdiera a Tyler, a quien he conocido brevemente en
comparación, solo puedo imaginar cómo se sienten Dan y Hailey al perder a la mitad de
su familia.
Aaron va adelante con Hope a su lado. Tyler va a mi lado mientras Wayne nos
sigue. La recepción del motel está llena de gente. Cuando huelo algo salado -queso y
huevos-, mi estómago gruñe.
Harry, otro hombre de perilla canosa y Florence están sentados a una mesa
colocada en el centro de la sala. En el centro de la mesa hay una jarra de lo que ruego a
todos los dioses del universo que sea café. También hay una cesta con cupcakes y una
bandeja con sándwiches de desayuno.
Pero sólo prometió un almuerzo caliente.
Harry, al darse cuenta de nuestras expresiones hambrientas, se ríe entre dientes
y hace un gesto con la mano hacia la extensión.
—Sírvanse ustedes mismos. Esto es un desayuno de negocios. No forma parte de
su promesa de una comida al día. Siéntense. Coman y lo que sobre, llévenselo a los
demás de su grupo.
Tyler no necesita que se lo digan dos veces y va directo por un sándwich de
desayuno. Me lanza uno y apenas lo he desenvuelto antes de devorar la mitad de un
bocado. Los sabores salados y sabrosos explotan en mi boca, haciéndome gemir de
placer.
Mientras comemos, Harry presenta al otro hombre.
—Este tipo de aquí es nuestro alcalde, Jared Snead. Jared ha mantenido unida a
esta ciudad mientras el resto del país se desmorona. Tenemos con él una deuda de
gratitud por su rapidez mental y su capacidad de actuar para proteger nuestra ciudad.
Todos dirigimos nuestras miradas al hombre serio que nos observa con una
expresión ilegible. Le hago un gesto con la cabeza, pero no intento hablar por encima del
bocado de sándwich que estoy intentando tragar. Florence empieza a servir café en tazas
y nos las va pasando. Limpio las migas secas del sándwich con el café caliente y amargo.
Cielo.
Nunca he probado nada tan delicioso en toda mi vida.
Una vez que me siento menos como un animal hambriento y más como un ser
humano civilizado, me dirijo a Jared y le doy la mano.
—No podemos agradecerles lo suficiente que nos acogieran cuando lo hicieron. 197
—Hago un gesto hacia mi grupo—. Hemos estado a punto de morir más veces de las que
podemos contar. Han sido un par de semanas duras. —¿O meses? Demonios, tal vez
sólo han sido días. Para ser honesto, todo el viaje ha sido un borrón. Tristemente, no estoy
seguro de cuánto tiempo ha pasado en realidad, lo que me resulta chocante.
—Siéntense —dice Jared—. Hablaremos de todo lo que han soportado.
Durante la hora siguiente, nos atiborramos de cupcakes y café hasta que nos
ponemos un poco verdes. Hablamos de nuestro viaje. Todos escuchan absortos, sólo nos
interrumpen para aclarar algo o hacer más preguntas. Ninguno nos juzga por robar autos,
comida y provisiones.
—Hola —dice una voz alegre al entrar en la oficina—. Soy una paramédico local
aquí. Me llamo Amy.
Amy, con su cabello rubio fresa y su sonrisa radiante, entra en la sala con una niña
pequeña a cuestas. Se pone en cuclillas para susurrarle a la niña, que corre hacia la mesa
para sentarse junto a Florence, que la espera con un cupcake.
—Es Cora. La encontraron vagando por las afueras de St. George hace unos días
—dice Amy mientras deja su bolso sobre la mesa—. Nunca se va de mi lado. Prometo
que se porta bien. —Luego examina a nuestro cansado grupo—. ¿Quién necesita
atención médica?
Mi herida en el costado se siente como hace eones, así que no levanto la mano.
Tyler gruñe y me señala a mí y luego a Aaron.
—A Kellen se le clavó una varilla metálica de un rascacielos. Una bala rozó a mi
hermano Aaron. He tratado sus heridas lo mejor que he podido, pero no soy un
profesional. Sólo un repartidor con un botiquín.
Amy mira a Tyler con aprecio. Está buenísimo, incluso cansado, abatido y
deprimido. Está claro que tiene ojos y ve todo lo que yo veo en él. Como me siento
posesivo, le pongo una mano en la nuca y aprieto ligeramente.
—No dejes que se venda barato. Fue mi salvador muchas veces. —Le dirijo la
mirada y le guiño un ojo. Él sonríe, pero sus mejillas se enrojecen ligeramente ante el
cumplido—. No podría hacer esto sin él.
No lo digo directamente, pero la insinuación está ahí. Mío. Tyler es mío. Lo siento,
Pastel de Fresa.
Me sonríe amablemente y luego señala primero a Aaron.
—Echemos un vistazo a la herida de bala.
La herida de Aaron parece bastante fea, pero ella la limpia rápidamente, la vuelve
a vendar y le hace tragar antibióticos. Mientras espero, Hope y Wayne recogen el resto
de la comida para llevársela a los demás. Van a traer a Hailey de vuelta para que Amy le
revise las heridas de la boca.
Mientras tanto, Florence, Cora, Jared y Harry nos observan absortos. Podríamos 198
ser extraterrestres por lo interesantes que les parecemos. Es evidente que han tenido su
buena ración de gente de paso, pero aparte de la falta de electricidad y la disminución
de los suministros de alimentos, la vida ha continuado para ellos sin mucho problema.
Estas personas no han perdido a sus seres queridos.
No han tenido que huir de merodeadores, tormentas eléctricas ni socavones
mortales.
Ninguno de ellos parece haberse perdido ningún tipo de comida.
Cora, aunque se le encontró vagando, sigue teniendo el asombro infantil y las
sonrisas fáciles que se encuentran en la mayoría de los niños de su edad. Por eso le estoy
agradecido. A Silas le robaron la sonrisa mucho antes de que le robaran la vida. Hailey y
Jesse se han visto obligados a crecer en poco tiempo. Incluso nuestro maldito perro del
grupo está traumatizado.
Hablando de Pretzel, lo oigo ladrar y aullar, anunciando su llegada de los brazos
de Hailey. No mira a nadie a los ojos mientras Hope la lleva lentamente hacia Amy.
—¿Tienen algo suave para comer? —Hailey pregunta, un suave ceceo ahora
presente—. Me duele al comer.
Florence y Amy reaccionan de forma parecida y, al mismo tiempo, las dos se
abalanzan sobre la pequeña para mimarla. Florence se pone en marcha con la promesa
de unas tazas de pudding mientras Amy sostiene con ternura la cara de Hailey entre sus
palmas, inspeccionando entre lágrimas a la chica herida.
Tyler se pone a mi lado y me da un codazo.
—¿Cómo está reaccionando tu barriga a esta comida?
Me siento lleno. Más que lleno. Lleno como si me hubiera comido tres cenas de
Acción de Gracias una detrás de otra. Lo que no siento son náuseas, o peor, como si
fuera a tener problemas estomacales. Otra vez.
—Todo bien —digo con una sonrisa tímida—. ¿Y tú?
—Genial. —Su sonrisa se vuelve diabólica—. Espero que siga así hasta...
Esta noche.
Se refiere a esta noche. Cuando estemos limpios, alimentados, seguros y
arropados en una cama blanda. Siento en la entrepierna la anticipación de lo que esto
puede significar.
¿Sexo?
¿Vamos a tener sexo de verdad?
Se inclina hacia mí, con su aliento caliente haciéndome cosquillas en la oreja.
—Mientras Amy te revisa, veré qué clase de provisiones puedo conseguir.
—Es una cita —digo con un gruñido de necesidad apenas reprimido. 199
Este ha sido el momento más estresante y agotador de mi vida, pero de alguna
manera también ha sido el mejor. Gracias a Tyler. Si alguien puede traerme un rayo de
esperanza en un mundo eternamente oscuro, es él.
Tyler.
Mío.
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
Tyler
St. George es salvaje. Pero no salvaje en el sentido de, el mundo se acaba y todo
el mundo se muere a mi alrededor. Más bien como una realidad alternativa salvaje.
Esta gente sigue su día a día como si un apagón les causara una leve molestia y
no como si la Tierra intentara destruirse a sí misma. No ayuda a su estado casi delirante
ya que parecen no haber sido tocados por los horrores que hemos presenciado. 200
Los niños juegan al fútbol en la calle principal. Los ancianos se sientan en los
porches y beben de tazas humeantes. Varios hombres y mujeres sin discapacidad
patrullan la zona, pero sólo a medias, prefiriendo dejar el arma para unirse a un partido
de kickball o echar una partida de billar con uno de los ancianos.
¿No saben que nuestro planeta se está muriendo?
¿No sólo muriendo, sino volviéndose absolutamente homicida con sus residentes
en su misión suicida?
No, esta gente no tiene ni idea.
Debe ser agradable ser tan inconsciente. He visto cosas de las que nunca me
recuperaré. Las manos mutiladas de Elise y la masa encefálica de Kyle en el asiento del
auto son dos imágenes que no puedo borrar por más que lo intento.
Antes, me abrí paso por la ciudad, parando en un par de tiendas abiertas. Todavía
aceptaban dinero en efectivo, aunque se siente inútil en este momento, teniendo en
cuenta el estado del mundo. Por suerte, el dueño de la tienda -Bud- me permitió
intercambiar mi fuerza joven y bruta ayudándolo a mover unas cajas a cambio de una
botella de lubricante personal y un paquete de seis cervezas de las que nunca había oído
hablar.
Escuché al hombre ruidoso con problemas de eructos excesivos mientras me daba
consejos sobre cómo cortejar a una dama en mi cita. Supongo que es obvio considerando
todo lo que le cambié. Sabiamente, me callé la boca al preguntarle si las mismas reglas
se aplicaban para cortejar a un hombre.
Con la cerveza bajo el brazo y el lubricante guardado en el bolsillo de la chaqueta,
me dirijo hacia el motel. Es casi la hora de comer y debo reunirme con nuestro grupo
para ir juntos. Bud me asegura que Janine es una buena cocinera y que no nos
decepcionará.
Una vez en el motel, guardo mis cosas para la cita en la habitación y encuentro al
grupo en la recepción. Amy, Cora y Harry se han ido, pero Florence y Jared están allí, en
una profunda conversación con Kellen. Hope está trenzando el cabello de Hailey en una
apretada trenza francesa. Hailey sonríe mientras abraza a Pretzel contra su pecho, así
que algo es algo. Jesse y Aaron están sentados en el suelo, con la espalda apoyada en
la pared, simplemente observando a todo el mundo con la misma expresión serena. Dan
está cerca de una ventana, mirando hacia fuera, con los hombros encorvados, mientras
Wayne hace de centinela junto a la puerta principal, con los brazos cruzados sobre el
pecho.
—Oh, querida —exclama Florence—. ¿Quieres mirar la hora? Tenemos que ir a la
estación de bomberos. Sé que tienen hambre.
Al saber que ésta será nuestra última comida del día, se me revuelve el estómago.
Florence, con expresión cómplice, me aparta y sonríe. 201
—Es algo que decimos a los recién llegados —me dice, ofreciéndome el codo para
que lo tome—. Nos da tiempo a investigarlos para asegurarnos de que son decentes.
—¿Y si lo son?
—Comen como el resto de nosotros —dice Florence con una risita—. Sin
embargo, después de comer querrás reunirte con Bill y Red. Necesitarán ayuda para
llevar las cajas de comida desde la tienda que hay al final de la carretera hasta el parque
de bomberos para que Janine pueda preparar la cena. Esa tienda y la cocina de Janine
son dos de los únicos lugares con un generador de trabajo.
—¿Cómo hace un generador para mantener en marcha todo un Walmart? —
pregunto asombrado.
—Cariño, es un Costco —responde con una sonrisa burlona mientras salimos de
la oficina—. Y tienen el generador en una cámara frigorífica. Así pudiste comer huevos y
queso esta mañana.
—¿Qué pasa cuando se acabe?
La sonrisa de Florence decae y se encoge de hombros mientras atravesamos la
ciudad camino del parque de bomberos.
—Estoy segura de que el gobierno lo tendrá todo resuelto mucho antes. Vamos,
he oído que Janine tiene tarta de especias de postre con auténtico glaseado de queso
crema.
Me estremezco ante sus palabras.
¿El gobierno? ¿Qué gobierno? No ha habido más que caos desde San Francisco.
Esta mujer está delirando.
Tengo en la punta de la lengua la idea de discutir con ella, pero cuando me decido
a hacerlo, ya estamos caminando hacia una de las seis filas de personas que desembocan
en los muelles abiertos de la estación de bomberos. La gente ríe y charla alegremente
mientras espera su turno para comer. Veo pasar a un hombre que ya ha recogido su
comida y casi se me cae la baba. Lleva un bol de poliestireno lleno de lo que parece ser
chili con una rebanada gigante de pan de maíz encima. En la otra mano lleva un trozo
cuadrado de tarta en precario equilibrio sobre un endeble plato de papel. En el bolsillo
de la sudadera lleva una lata de Pepsi que apenas asoma.
El aroma de la carne cocinada a fuego lento, las alubias y las especias me
envuelve. Casi gimo al verlo pasar. Florence se ríe y me pellizca el brazo.
—Hay suficiente para todos, Tyler.
Hacemos fila durante unos veinte minutos antes de llegar a las mesas de comida.
Detrás de las mesas hay voluntarios que se apresuran a servir chili para todos. Tomo con
gratitud un cuenco humeante y me aseguro de tomar un refresco y un pastel al salir.
Florence me lleva a una mesa de picnic. Hace frío y de vez en cuando me cae un copo
de nieve en la cara. Uno de los vecinos se queja del frío.
202
¿Frío?
Esto es prácticamente un oasis en una isla desierta comparado con los fríos
extremos que hemos soportado.
No tardo en devorar hasta la última gota de mi cuenco y mi plato. Florence,
divertida por mi hambre, me ofrece el resto de su pan de maíz. También me lo como sin
vacilar. Una vez que nos hemos deshecho de nuestra basura, me lleva a reunirme con
Bill y Red.
Bill, un tipo enorme con una enorme barriga cervecera y el cabello rojo fuego, se
apoya en una camioneta de trabajo con un remolque enganchado a la parte trasera. Red
es su mujer, morena y mucho más pequeña. No estoy seguro de por qué se llama Red,
pero sin duda es más apropiado para su marido.
Varias personas suben al remolque, entre ellas yo, y nos dirigimos a recoger
comida. Florence se queda atrás, me saluda con la mano y vuelve a meterse entre la
gente. Los demás me observan con curiosidad e incluso intentan entablar conversación,
pero debo de ser un mal conversador, porque al final se rinden y hablan entre ellos.
El viento helado me azota mientras vamos rebotando en el remolque. A kilómetro
y medio más o menos del núcleo principal de la ciudad está el venerado Costco. Me
alegra ver que al menos tienen guardias armados. Sigo a un tipo que se llama Gus hasta
el interior del enorme edificio. Es oscuro y cavernoso. Unas linternas a pilas iluminan el
abismo del almacén mayorista. Cuando nos dirigimos a la parte trasera, veo luz y oigo el
zumbido de un generador. Todo está muy organizado y la gente nos da instrucciones
sobre qué recoger y adónde ir. Incluso puedo echar un vistazo a la cámara frigorífica y a
su menguante reserva de alimentos que aún no se han estropeado.
¿Qué pasa cuando se acaben?
Una sensación de inquietud se instala en la boca de mi estómago. Quizá todos
tengan la impresión de que estamos sufriendo una pequeña alteración de la vida
cotidiana. Que la ayuda está en camino y que la semana que viene, o el mes que viene,
todo volverá a la normalidad.
No han visto lo que yo he visto.
La culpa amenaza con tragarme entero. Debería agarrar a cada persona, sacudirla
con fuerza por los hombros y advertirle de lo que hay ahí fuera. Que cuando se acaben
las provisiones, lo más probable es que recurran a la violencia para sobrevivir.
¿Pero quién soy yo para arruinarles el día?
Algo me dice que no me creerían de todos modos. Expulsarían a mi grupo de aquí
y eso es lo último que necesitamos ahora.
Paso el resto de la tarde trabajando para ganarme el sustento y no acabo de ver a 203
Kellen ni a mi grupo hasta después de cenar. ¿Quién iba a decir que unos espaguetis
baratos con judías verdes podrían ser la mejor comida que he comido nunca? Y, lo mejor
de todo, sobró pastel de especias.
Cuando llegamos a la habitación del motel, estoy lleno y contento.
—¿Listo para nuestra cita? —pregunta Kellen, sonriéndome mientras entramos en
nuestra habitación—. Si esto no fuera el fin del mundo, habría hecho algo mucho más
impresionante.
La puerta se cierra tras de mí y observo el espacio. Hay un par de velas a pilas
parpadeando en la mesilla cerca de la cama. Junto a las velas, una vieja radio a pilas pone
música. La cerveza que me gané está al lado.
—¿Cómo? —pregunto, acercándome a los dulces sonidos de Aerosmith que
suenan desde el ronco altavoz.
Cuando hace un tiempo comprobamos la radio del auto, nos encontramos con
mucha estática y sólo una emisora que retransmitía Stovepipe Wells como refugio seguro.
—Soy ingenioso —dice Kellen, acercándose por detrás para envolverme en sus
brazos—. Mientras tú estabas afuera trabajando, yo también. Jared me pidió que llevara
comida y medicinas a los ancianos confinados en casa. Estaban tan dispuestos como
Jared a intercambiar información por cosas. —Señala las velas y la radio—. Un anciano
tenía ese reproductor de CD y toda una caja de CD que pertenecían a su hijo, que ya es
mayor y vive en Maryland. Dijo que estaba feliz de que fuera a un buen hogar.
Giro entre los brazos de Kellen y apoyo la cabeza en su hombro. Los dos nos
balanceamos perezosamente al ritmo de la música, con las manos jugueteando el uno
con el otro.
—Esto es bonito —murmuro, mis labios encuentran su cuello—. Sería aún más
bonito si estuvieras desnudo.
Su rica risa me hace reír a mí también. Entonces los dos nos manoseamos como
si estuviéramos desesperados por este momento.
Estamos desesperados por este momento.
Kellen se desnuda antes que yo y, en cuanto me quita los calzoncillos, me empuja
sobre la cama. Sus labios se encuentran con los míos hambrientos mientras se apoya en
mi cuerpo. Estoy deseando que me toque y me bese. Los dos queremos... más. Mucho
más.
Pero no tiene prisa. Sus besos son ávidos y apasionados, pero me provoca con
lentos empujones de sus caderas. Me muerde el labio inferior y me susurra palabras
obscenas que me acercan cada vez más al límite de la cordura. Sin previo aviso, se
aparta, jadeando.
—¿Por qué has parado? —Me quejo, acercándome a él—. Vuelve a mí. 204
La sonrisa de Kellen es torcida y casi infantil.
—Sólo estoy empezando, Ty. Y seguiré viniendo a ti mientras me aceptes.
Me gusta esa respuesta.
—Quería que esta cita fuera romántica —dice, con la sonrisa caída—. Beber una
cerveza o dos. Hablar. Pero parece que no puedo quitarte las manos de encima el tiempo
suficiente para mantener una conversación.
—No quiero cerveza ni charlar ahora, Kell, te quiero a ti. Podemos hablar más
tarde.
Lo agarro por los hombros y lo atraigo hacia mí. Necesito besarlo. Kellen siente
mis deseos y choca sus labios contra los míos, desesperadamente, como si esta fuera
nuestra única vez.
Espero que no lo sea.
Tras un ardiente y feliz momento juntos en el que ambos quedamos plenamente
satisfechos, me deleito en su reconfortante presencia y mi ritmo cardíaco por fin
disminuye a una cadencia más regular.
—Eso —murmura Kellen contra mi oreja—, ha sido el mejor momento de toda mi
vida. Gracias, Ty. Gracias por ser tú.
Me deleito con sus palabras, dejando que calmen todo el dolor interior y exterior
que he sentido desde que aquella ola se apoderó de mi ciudad. Kellen es la luz en este
mundo oscuro. Ahora que por fin lo he tenido tan cerca, no hay forma de que lo deje
marchar.
Puede que sea una cita para una relación bastante reciente, pero siento un voto
retumbando en mis venas. Es animal e imparable, me recorre como un incendio forestal
fuera de control.
Es mío. Hasta que la muerte nos separe.
Por desgracia, en nuestro nuevo mundo, eso podría significar mañana mismo.
Hasta entonces, voy a apreciar cada maldito segundo con él.

205
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
Kellen
Hemos pasado unos días en St. George y no me atrevo a salir de nuestra pequeña
burbuja de seguridad. Ni siquiera estoy seguro de si es prudente. Por fin hemos
encontrado un lugar donde descansar sin que nuestra gente muera. ¿Por qué
deberíamos irnos?
Knox. 206
Mi hermano pequeño todavía podría estar por ahí. Y tengo familia en Kansas. ¿Es
inteligente quedarse en el primer pueblo que no está tratando de matarnos?
Por mucho que no quiera ir, mi instinto me dice que tengo que hacerlo. Puede que
aquí me vea obligado a separarme de Tyler. Antes había visto su sonrisa relajada mientras
jugaba al fútbol con unos niños de la zona. Estaba despreocupado y tan feliz como se
puede estar durante el apocalipsis. Ya tiene a su familia. No hay razón para que atraviese
estados y los ponga a todos en peligro para que yo pueda reunirme con mi hermano.
El dolor de dejarlo atrás me retuerce los intestinos, casi me hace doblarme y
vomitar el pollo con albóndigas que he comido. No quiero dejarlo, ni a él ni a nadie de
nuestro grupo. Pero quizá sea lo mejor.
Esta mañana, durante el desayuno, Jared me invitó a formar parte de la comunidad
de St George. Permanentemente. Me había gustado, así que estoy seguro de que todos
se sentían igual.
Debería irme a primera hora de la mañana. Pasar una última noche con Tyler,
hacer la maleta y salir al amanecer. Será doloroso, pero es necesario. Cuanto más lo
pienso, más ganas tengo de ver a Knox.
Tal vez Tyler elija ir conmigo.
Pero no puedo ponerlo en peligro. Es mejor que se quede aquí.
Como si percibiera mi agitación interior, veo que Tyler me observa mientras bebe
sorbos de una botella de agua. Un niño lo tira de la chaqueta y vuelve a señalar el juego,
rogándole que juegue un poco más. Tyler le dice algo al niño, pero sigue mirándome.
En su mirada, encuentro ardor y necesidad, pero también hay algo más profundo.
Algo que se encajó cuando empujé dentro de él e hicimos el amor hace unas noches.
Cada noche es más intensa que la anterior. Si estuviera leyendo sobre nuestra relación
en un libro, me reiría de lo poco realista que es enamorarse tanto de alguien en tan poco
tiempo.
Pero esto no es un libro.
Es mi realidad.
Estoy obsesionado con Tyler. Lo adoro. Es divertido e inteligente y tan
condenadamente guapo. Nunca me cansaré de querer darle placer tanto dentro como
fuera del dormitorio.
Dejarlo va a doler mucho.
Me obligo a sonreír y luego vuelvo la mirada al suelo, observando mis botas que
aún tienen barro incrustado en las costuras a pesar de haber sido lavadas con manguera
desde el día en que perdimos a Judy y Silas.
Dios, a Silas le habría encantado estar aquí. Hay tantos niños de su edad que son
felices y juguetones. Ninguno de ellos está preocupado por saber de dónde vendrá su
próxima comida o si un rayo los va a fulminar mientras corren o si el suelo se va a abrir 207
para tragárselos enteros.
Pobre Silas. Estuvimos tan cerca de tener esto para él.
No puedo hacer nada por Silas ni por Judy ni por Gerry ni por los demás que
hemos perdido, pero puedo mantener a salvo al resto yendo por mi cuenta.
Esta noche, reuniré al grupo y daré la noticia. Mañana, los dejaré a todos atrás
para partir en busca de mi hermano. Dolerá, pero es necesario. Al menos les debo una
despedida. Irme sin decirles nada sería cruel.
¿Me odiará Tyler?
Por supuesto que lo hará. Pero no para siempre. Sin mí, puede encontrar a alguien
de su edad que viva aquí. Tal vez Amy. Ella ciertamente aprecia su buena apariencia y
parece dulce. Tyler no me necesita. Sólo soy un viejo con el que se quedó atascado. Es
mejor así.
A pesar de mi convencimiento interior, mi corazón protesta, late desbocado ante
la idea de dejarlo aquí. Imaginarme la mano pequeña y femenina de Amy en su hombro
o en su cara o más abajo hace que el asco se me revuelva en las entrañas.
Es mío, maldita sea.
Mañana no lo será.

Espero junto a nuestras habitaciones de motel, paseando ansioso por la acera,


justo después de cenar. Wayne es el primero en llegar, con una ceja gruesa y poblada
levantada en señal de interrogación.
—Quería reunirme con todos antes de que se vayan a la cama. ¿Puedes darme
unos minutos?
Wayne frunce ligeramente el ceño, pero asiente, se apoya en la pared y saca un
paquete de cigarrillos del bolsillo de su chaqueta. Pronto, Dan se acerca, con la cabeza
gacha, y Jesse y Hailey lo siguen. Se toman de la mano como un viejo matrimonio.
Detrás de ellos, Aaron pasa el brazo por encima de los hombros de Hope mientras
caminan, los dos sonriendo con hermosas sonrisas.
Aquí todo el mundo está en paz.
Tyler no dejará a sus hermanos y sus hermanos parecen felices de estar aquí.
Es mejor que vaya solo.
Cuando Tyler se despide de Florence y camina hacia nosotros, estoy a punto de
estallar de nervios. Algo en mi expresión me delata con Tyler, porque en un momento
esboza una sonrisa fácil y al siguiente se le afinan los labios.
Con los ojos entrecerrados sobre mí, Tyler dice:
208
—¿Qué pasa, Kell?
Hago una mueca y aparto la mirada de la suya para mirar a todos los miembros
del grupo. Dan está rígido y sus rasgos son ilegibles mientras me mira fijamente.
—Me voy —suelto—. Mañana por la mañana.
Todo el mundo guarda silencio por un momento.
—Podrías habernos avisado un poco antes para poder hacer las maletas e irnos
—dice Tyler bromeando, aunque su voz tensa hace que caiga en saco roto.
—Solo —aclaro—. Mañana, me voy a Kansas solo.
Silencio.
Aparte de las risas que se oyen al final de la calle cuando la gente vuelve a casa
por la noche, todo está muy tranquilo.
—No —dice Tyler.
—Ya lo he pensado —digo, pero Tyler me interrumpe.
—Dije que no, Kellen.
Levanto la cabeza y miro hacia él. Le tiembla la mandíbula mientras me mira.
—No estaba pidiendo permiso —respondo—. Tengo que encontrar a mi hermano,
a mi familia.
El grupo se queda en silencio mientras nos ven discutir, ninguno interrumpe ni
interviene.
—Y yo te digo que no va a pasar —prácticamente gruñe Tyler—. Me voy contigo.
—No. —Sacudo la cabeza con vehemencia—. Aquí estás a salvo. Tu familia y todos
los demás de este grupo están a salvo aquí. Todo el mundo es feliz. Quédense aquí y
vivan sus vidas.
—Todos los demás pueden quedarse aquí —protesta Tyler, merodeando más
cerca—, pero yo voy. No voy a quedarme aquí. Quedarnos mucho tiempo aquí nunca fue
el plan.
—El plan cambió —digo—. Quédate, maldita sea.
Retrocede.
—¿Por qué? ¿Ya no me quieres?
El dolor me punza el corazón y una bola de emoción me obstruye la garganta.
¿Está bromeando? Lo deseo más que a nadie en toda mi vida.
—No es eso y lo sabes. —Mi voz es ronca y quebradiza—. Intento protegerte.
—Sí, bueno, no lo hagas —sisea Tyler—. Puedo protegerme.
Antes de que pueda abrir la boca para seguir discutiendo, Dan se aclara la 209
garganta.
—Estaremos listos para salir al amanecer —dice Dan en un tono tranquilo y serio.
—No —refunfuño—. Hailey debería quedarse aquí. Es lo mejor para ella.
—La última vez que lo comprobé —dice Dan—, yo soy su padre.
Respetuosamente, no sabes lo que es mejor para ella.
Aaron se acerca y me agarra del hombro.
—Vamos a ir todos. En grupo. No sé el resto de ustedes, pero Hope y yo tenemos
reservas sobre este lugar.
Lo miro fijamente, atónito.
—¿Reservas? Es tan... perfecto.
Dan resopla.
—Hasta que se queden sin suministros.
—Hasta que el Costco se vacíe —añade Tyler, con la voz aún afilada como una
cuchilla—. Florence dice que el gobierno se abalanzará después para arreglarlo todo.
Creo que están delirando un poco. Esto es un refugio temporal para ellos. Es sólo cuestión
de tiempo que se desmorone.
Frunzo el ceño y miro a cada uno de los miembros de nuestro grupo. Realmente
van a renunciar a todo esto para viajar conmigo. Aunque me irrita su estupidez, también
me conmueve. Me hace sentir cuidado y parte de algo.
Estas personas son mis amigos.
Los amigos no abandonan a los amigos.
Okey, ahora me siento como un completo imbécil.
—Hablé con Jared esta tarde —dice Dan, cruzando los brazos sobre el pecho—.
Como dijo Tyler, no tienen un plan a largo plazo. Creen que están capeando una tormenta
literal. Ninguno de ellos siente la permanencia del estado del mundo. Es como si
estuvieran tan aislados de la realidad que no tienen ni idea, por mucho que les
expliquemos los horrores a los que nos hemos enfrentado.
—¿No dijiste que tu tío era un preparacionista o algo así? —Tyler pregunta, algo
de la hostilidad desapareció de su voz—. Probablemente tiene un plan para el futuro. Un
plan de verdad.
Dan vuelve a hablar.
—No he viajado tan lejos y he perdido casi todo lo que amo para rendirme ahora.
Voy a ver a mi hija sobreviviente hasta el final de esto y asegurarme de que esté
preparada para la mejor vida posible que pueda vivir, considerando todas las cosas.
Hailey le dedica a su padre una sonrisa medio desdentada que lo hace sonreír.
Jesse, claramente enamorado de la chica, la abraza más fuerte y le besa la cabeza. 210
Miro a Wayne para ver cuál es su opinión sobre el asunto. Asiente a Dan y dice:
—Les debemos a Judy y Silas no llegar a conformarnos.
Dan se estremece al mencionar sus nombres, pero sé que agradece la muestra de
apoyo.
—Está decidido —dice Aaron, sonriendo—. Nos reuniremos con Jared y los demás
por la mañana. Luego nos iremos.
Todos se despiden y se separan. Tyler entra en nuestra habitación y cierra la
puerta tras de sí.
Sigue molesto.
Suspiro, miro hacia el cielo nublado y sacudo la cabeza. Tengo que arreglar esto.
Con un resoplido que forma una bocanada blanca, salgo tras él. Una vez adentro, lo
encuentro sentado en el borde de la cama, con los codos apoyados en las rodillas y la
cara entre las palmas de las manos. Me siento culpable.
—Ty, lo siento —murmuro, caminando lentamente hacia él—. Intentaba hacer lo
mejor para ti.
Su risa sardónica es la única respuesta que obtengo.
Arrodillado frente a sus muslos separados, le agarro las muñecas y se las aparto
suavemente de la cara. Sus ojos adoloridos se cruzan con los míos.
—Que conste que no quiero dejarte nunca —susurro—. Sólo quiero que seas feliz
y estés a salvo.
Se inclina más y deja caer su frente sobre la mía.
—Me siento más feliz y seguro contigo. Pensé que tú te sentías igual.
—Claro que sí —me apresuro a decir—. Siento tanto por ti, Ty, que es aterrador.
Para lo poco que te conozco, mis sentimientos no deberían ser tan intensos. Pero están
ahí. Dirigiendo cada uno de mis pensamientos. Estar contigo es lo único bueno que ha
salido de esta pesadilla.
Inclino la cabeza para que nuestras bocas se encuentren. Al principio, nuestros
labios se apoyan el uno en el otro. El rechazo me escuece por dentro cuando no me besa,
pero entonces gime derrotado y separa los labios para darme el acceso que no solo
quiero, sino que necesito.
Nos besamos así hasta que ambos nos quedamos sin aliento y mareados.
Entonces me levanto bruscamente y lo pongo de pie. Acuno su cabeza entre mis manos
y lo miro fijamente a los ojos.
—¿Me perdonas?
Tyler pone los ojos en blanco y asiente.
—Sí. Todavía estoy un poco molesto, pero no lo suficiente como para alejarme de 211
ti. Eres irritantemente adictivo así.
Sonrío y me alejo de él.
—¿Qué tal si te das una última ducha conmigo? Me pondré de rodillas y te
suplicaré hasta la última gota salada de perdón.
Los ojos de Tyler se oscurecen y sus labios se curvan hacia un lado.
—Juegas sucio, viejo.
Resoplo una carcajada.
—Es la única manera de jugar.
CAPÍTULO TREINTA Y
CUATRO
Tyler
Decir que el grupo de St. George se quedó atónito ante nuestra decisión es
quedarse corto. Florence lloraba de incredulidad mientras Jared discutía extensamente
con nosotros.
212
¿Cómo de estúpidos podemos ser para dejar una relativa seguridad?
Al final, fue Dan quien se enfrentó al alcalde. No fue cruel, pero sí directo,
recordándoles una vez más que este oasis en el infierno era temporal. Que debían
prepararse para sobrevivir a largo plazo.
Al final, accedieron sin problemas. El grupo de St. George tuvo la amabilidad de
abastecer nuestro vehículo con comida, provisiones y varios preciados contenedores de
gasolina.
Después de un buen desayuno, nos fuimos. Me sentía a la vez aliviado y
aterrorizado, con una buena dosis de incertidumbre por encima.
Llevamos en la carretera un par de horas más o menos y tengo todos los huesos
del cuerpo entumecidos por el frío cortante. Hasta ahora, sin embargo, no hemos
experimentado ningún fenómeno meteorológico terrible, lo que me da esperanzas de un
viaje tranquilo hasta Denver.
—¿Seguro que deberíamos ir a Denver primero? —pregunto por décima vez
desde que tomamos la decisión durante el desayuno—. ¿No deberíamos atajar hacia
Kansas?
Kellen se vuelve para mirarme, estudia mi boca un instante antes de mirarme a los
ojos.
—Jared dijo que habían enviado un pequeño grupo a Denver para estar al tanto
de la supuesta presencia militar allí, pero hace más de una semana que no saben nada
de ellos. Les debemos al menos una actualización. Nos acogieron cuando más lo
necesitábamos.
Si el grupo no informó, lo más probable es que se metieran en problemas, los
mataran o encontraran algo mejor. La última parece una esperanza estúpida.
No puedo evitar sentirme como si nosotros también fuéramos a tener problemas.
Después de todo, ese es nuestro historial hasta ahora.
Las próximas ocho o diez horas de viaje me van a crispar los nervios. Espero y
rezo para que todo sea en vano. Que los militares tengan las cosas bajo control allí.
Mi instinto me dice lo contrario.

Me despierto con la cabeza golpeándome contra la ventanilla trasera cuando


Aaron acelera y pasa por encima de algo en la carretera. Está oscureciendo, ya sea por
una tormenta inminente, por el crepúsculo o por ambas cosas, pero observo varias
miradas amplias y preocupadas de los demás en la plataforma de la camioneta.
—¿Qué pasa? —balbuceo, ignorando la necesidad de enfadarme. De mala 213
manera.
Kellen me da una botella de agua y frunce el ceño.
—Autos más adelante. Parece que una caravana de faros se dirige hacia nosotros.
Estupendo.
Todos se tensan cuando nos acercamos.
Sigue, Aaron.
Nadie dice una palabra mientras Aaron pasa junto al primer vehículo de la caravana
de lo que parecen ser entre diez y doce vehículos. Después de varios segundos en los
que el viento helado no hace más que azotarme el cabello y golpearme la cara, casi creo
que me he preocupado en vano.
Hasta que oiga el primer disparo...
Disparo de arma.
Y otro.
Se oyen golpes en el lateral de la camioneta mientras continúan los disparos. ¡Nos
están disparando! Kellen me agarra por la nuca y me tira hacia abajo. El sonido de los
cristales rompiéndose y cayendo sobre mi espalda me dice que nos hemos movido justo
a tiempo. Mi corazón se acelera casi tanto como el de Aaron, que mueve la camioneta
por la carretera para que no seamos un blanco fácil.
¿Vienen por nosotros?
¿Es aquí donde morimos todos?
Wayne aúlla de dolor y se me agarrota el pecho. Estoy aplastado bajo el peso de
Kellen, así que no puedo ver lo que lo hace gritar. Las voces caóticas de nuestro grupo
se oyen por encima de la cacofonía de disparos.
Y luego se detiene tan rápido como empezó.
Kellen se levanta y mira por encima del borde de la caja de la camioneta.
—No nos están siguiendo —grita—. Mierda. ¿Wayne? ¿Estás bien?
Wayne gruñe.
—Recibí una maldita bala en el trasero.
—Bájate los pantalones —instruye Hope—. Tyler. Ven aquí con tu equipo.
Aaron no disminuye la velocidad, lo cual es lo mejor. Si esa gente decide dar la
vuelta, tenemos que adelantarnos para poder dejarlos atrás. Saco mi equipo de la mochila
y corro hacia donde Wayne está tumbado de lado. Hope tiene una linterna y le apunta a
la parte baja de la espalda. Jesse cambia de lugar conmigo para hacer espacio.
Wayne está sangrando como un cerdo atascado.
—¿Qué hacemos? —pregunta Hope, señalando el trasero peludo y desnudo de 214
Wayne, que chorrea sangre—. ¡Tyler!
Salgo de mi aturdimiento y rebusco en mi botiquín. Amy ha tenido la amabilidad
de reponerlo con más suministros, incluidos analgésicos, tanto suaves como fuertes. Me
pongo unos guantes de goma y abro una de las toallitas con alcohol. Grita cuando se la
paso por el agujero redondo que tiene en el centro de la nalga derecha.
—¿Pasó? —Le pregunto a Hope.
Ella pasa la mano por la delantera de Wayne y él murmura algo sobre lo difícil que
es no tener una erección cuando una chica ardiente lo está acariciando. La miro de reojo,
pero en su mirada brilla el alivio. Si puede contar chistes, no le va a pasar nada.
—No hay orificio de salida —confirma.
la camioneta rebota y se desvía, lo que va a hacer que mi próxima tarea sea muy
divertida.
—Tengo que pescar la bala.
—No, estoy bien —dice Wayne, tratando de incorporarse.
Hope lo empuja de nuevo al suelo.
—No, no lo estás. No seas un bebé, zoquete.
Refunfuña en voz baja, esta vez refiriéndose a mujeres descaradas.
Rebusco en mi botiquín hasta encontrar unas tijeras y unas pinzas. Empapo ambas
con una toallita limpia mojada de alcohol y luego le pido a Hope que acerque la luz al
agujero. Tan suavemente como puedo, meto el meñique en el agujero de su carne.
Wayne maldice como el marinero que es.
A unos dos centímetros, siento la dureza inorgánica de la bala. Chocamos contra
un bache y mi meñique se atasca más profundamente.
—¡Mierda! —Wayne ruge—. ¡Saca tu dedo de mi trasero!
Jesse suelta una carcajada y luego Wayne gime al darse cuenta de lo que acaba
de decir. Sonriendo a Hope, me concentro en usar las pinzas para sacar esta maldita
bala. Usaré las tijeras como último recurso.
Cada vez que pongo las pinzas alrededor del extremo de la bala, se sale. Es como
jugar a ese juego Operando, pero lo que está en juego es mucho más que un ruidoso
zapatazo. Empiezo a preguntarme si debería abrir el agujero un poco más. Dolerá y podría
empeorar las cosas, pero no podemos dejarle la bala en el trasero.
Cuando por fin agarro bien la bala, tiro de ella. Tiro un poco más y luego se libera.
Golpea la cama de la camioneta con un ping.
—Está afuera, bebé grande —se burla Hope.
El alivio brilla en sus ojos e inunda mi pecho.
Paso varios minutos enjuagándole la herida, taponándosela con una gasa y 215
vendándosela. Debido a su ubicación, vamos a tener que cambiársela a menudo y lo más
probable es que empiece a tomar los antibióticos que me dio Amy. También tendré que
suturarlo, pero no en la oscuridad mientras arrastro el trasero por la carretera en la parte
trasera de una camioneta. Sacar la bala ya fue bastante cruel. Coserlo sería pura tortura.
Una vez que Wayne se ha acomodado, me acerco a Kellen. Me espera con una
botella de agua y una barrita de cereales. Tras deshacerme de los guantes y limpiarme,
acepto su oferta y me la trago.
Aaron sólo se detiene una vez para estar al tanto de cómo están todos, regaña a
Wayne por haber recibido un tiro en el trasero y llenar el depósito. Luego volvemos a la
carretera, esta vez con cuidado por los viajeros. Por suerte, las únicas luces que hay en
medio de la maldita nada son los faros delanteros y traseros de la camioneta.
Bum.
Debo haberme dormido otra vez porque me despierto con el sonido lejano de un
estruendo. ¿Truenos? La cabeza me da vueltas al pensar en otra tormenta eléctrica.
—Nos acercamos a Denver —dice Kellen, con la voz tensa—. ¿Oyes eso?
No sólo un bum. Varios bums. Esto no puede ser bueno.
—¿Tormenta?
Kellen sacude la cabeza.
—Suena como un campo de batalla.
—¿Crees que Denver se ha ido?
—No lo sé.
Cuanto más nos acercamos a la ciudad, un resplandor naranja ilumina las
montañas del horizonte frente a nosotros. Siento un ligero olor a humo. Me recuerda a
Las Vegas, que era una auténtica mierda.
—Como mínimo —dice Kellen—, tenemos que encontrar una radio y avisar a St.
George. Esa gente que se dirige hacia ellos no trama nada bueno y está claro que huyen
de lo que sea que haya pasado en Denver.
Las oportunidades de encontrar una radio que funcione sin arriesgar el pellejo se
me antojan casi imposibles. A pesar de ello, le hago un gesto con la cabeza. Haremos lo
que podamos por las únicas personas que nos han ayudado en este viaje.
Antes de acercarnos a Denver, Aaron detiene el vehículo y se baja. Él y Dan se
reúnen con nosotros en el lado de la cama de la camioneta.
Con la camioneta parada, los sonidos procedentes de la ciudad son
inconfundibles. Disparos. Bombas. Explosiones. La ciudad está sitiada.
—¿Qué hacemos ahora? —Hope pregunta—. No podemos entrar en eso.
—Tenemos que llegar a St. George y advertirles —dice Kellen—. ¿Pero cómo? 216
Dan sacude la cabeza.
—Están solos. Están vigilando y pueden protegerse de una docena de vehículos.
No vale la pena perder a ninguno de los nuestros sólo para darles una advertencia. Lo
siento, pero voy a hacer esta llamada. Vamos alrededor de Denver.
—Pero... —Kellen empieza.
Dan lo interrumpe.
—Lo sé. Es un asco. Pero así es el mundo ahora. Si encontramos una radio, lo
intentaremos. Pero no nos arriesgaremos. Lo siento.
Con esas palabras, regresa a la cabina de la camioneta, sube y cierra la puerta de
un portazo. Aaron mira a Hope con los ojos muy abiertos. Ella asiente.
—De acuerdo —dice Aaron con un suspiro pesado y resignado—. Daremos la
vuelta. Tomaremos una de las carreteras más pequeñas de las afueras de la ciudad, en
dirección este. Después de llegar a un lugar seguro, sin embargo, vamos a tener que
refugiarnos para pasar la noche. Estoy agotado.
Todo el mundo está sombrío mientras nos alejamos de la guerra que tiene lugar
en Denver. Es como si las grandes ciudades se hubieran vuelto unas contra otras. Espero
que este pueblo de Kansas sea nuestro refugio, porque acabamos de dejar el único lugar
seguro hasta ahora.
Kellen toma mi mano entre las suyas y entrelaza nuestros dedos. Pero merece la
pena. Estar aquí con Kellen, sin importar los peligros a los que nos enfrentemos juntos,
es mejor que quedarse solo en St. George.
Mi corazón late violentamente en mi pecho. Creo que amo a este hombre. Es un
concepto tan descabellado, pero lo siento en mis huesos. Aunque estuvo a punto de irse
sin mí, sé que él siente lo mismo.
Para matar el aburrimiento de este viaje, rebusco en mi mochila un bolígrafo de
tinta. Kellen me sonríe y me ayuda a subirme la chaqueta por el antebrazo para descubrir
el tatuaje del tres en raya. No estoy concentrado en ganar, sólo en los suaves toques en
mi piel del hombre más increíble que he conocido.
Jugamos durante horas, lo que se siente como un pequeño respiro de nuestra
brutal realidad. Y cuando estamos demasiado agotados para seguir jugando, Kellen me
estrecha contra su pecho, acunándome con los brazos. Aspiro el persistente aroma del
jabón del motel y me acurruco en su calor. Me besa la coronilla y me susurra seguridades
que hacen que se me cierren los ojos.
Iremos a Ransom, Kansas, y encontraremos al hermano de Kellen.
Entonces encontraremos un lugar seguro y haremos una vida juntos.
Sentir esperanza en un mundo tan sombrío es una tontería y una pérdida de 217
tiempo, pero cuando tienes un futuro con alguien estupendo -alguien con quien has ido
al infierno y has vuelto- no puedes evitar poner toda tu confianza en un mundo así.
No puede ser así para siempre.
Un día, estaremos a salvo.
Mientras me duermo, me aferro a ese pensamiento porque la alternativa es
demasiado deprimente, demasiado desgarradora como para siquiera considerarla.
Perderlo todo es lo que está en juego.
PARTE TRES

218
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
Kellen
Aaron nos conduce en círculos hasta que encuentra una vieja gasolinera a un lado
de la carretera. Lleva décadas cerrada, a juzgar por el mal estado y los letreros
anticuados, pero nos servirá para pasar la noche. Se detiene en la parte trasera para que
no nos vean desde la carretera y todos salimos de la camioneta para estirar las piernas.
—Tyler y yo iremos a echar un vistazo al interior —le digo a nuestro grupo mientras
empiezan a descargar sus mochilas y equipo—. Tenemos que asegurarnos de que es
219
seguro y no hay sorpresas escondidas para nosotros.
Los dos nos dirigimos a la puerta trasera y nos asomamos al espacio oscuro y
claramente abandonado. No parece haber nada al acecho. Tyler sacude el picaporte,
pero está cerrado. Sin embargo, una patada bien dada hace que la puerta se abra de
golpe sin oponer resistencia. Linternas en mano, recorremos el pequeño edificio en busca
de personas y provisiones. No encontramos ni lo uno ni lo otro. Sin embargo,
encontramos una familia de ratones a los que no les gusta que los molesten.
Pero es un refugio.
No es tan bonito como el último motel en el que nos alojamos en St. George, pero
seguro que es mejor que acampar a un lado de la carretera.
De vuelta al exterior, Wayne cojea hacia la puerta, apoyando la mayor parte de su
peso en Aaron y Dan.
—Ya estoy echando de menos mi cama —refunfuña Wayne.
Me siento culpable por el comentario. No habría recibido un balazo en el trasero si
yo no hubiera insistido en dejar la comodidad por este infierno en busca de Knox.
—Lo siento —murmuro en voz baja.
Tyler me da un codazo.
—¿Por qué lo sientes?
Intenta hacerme sentir mejor, pero no funciona. Todos estamos aquí por mi culpa.
Después de amontonarnos todos en el pequeño edificio, Dan bloquea la puerta
con un cubo de basura para impedir la entrada de intrusos y de las inclemencias del
tiempo. Colocamos nuestras bolsas de dormir una al lado de la otra en una larga fila, con
Tyler y yo en un extremo y Aaron y Hope en el otro. Wayne se tumba junto a Tyler, que
se apresura a coser la herida de bala de Wayne. Wayne refunfuña por el dolor, a lo que
Hope le echa más mierda por ser un niño. Al final, Wayne está curado y todos listos para
irnos a la cama.
—Intentemos dormir un poco —sugiere Aaron—. Cuando amanezca, trazaremos
un plan y saldremos de nuevo.
Mucho después de que todos se hayan dormido y de que los odiosos ronquidos
de Wayne resuenen a nuestro alrededor, miro fijamente el destartalado techo mientras la
luz gris se filtra lentamente en el espacio.
No tenemos ni idea de lo que nos espera.
Podría ser más de lo mismo: huir de hostiles, actos impredecibles de Dios y
condiciones meteorológicas demenciales, y lesiones que no tenemos por qué tratar
nosotros mismos. Es peligroso y, francamente, estúpido de mierda.
Debería haber luchado más para que todos se quedaran atrás. 220
Cuando llega la mañana, estoy completamente agotado por la falta de sueño y un
poco malhumorado. En lugar de decir algo de lo que me pueda arrepentir porque estoy
de mal humor, cierro los labios y hago las maletas sin aportar mi comentario habitual.
Mientras todos charlan, Tyler no deja de mirarme, con el ceño fruncido. Sabe que algo
no va bien. Soy yo. No estoy bien. Me alegro de que no me pregunte qué me pasa, porque
no sé si soy capaz de expresar lo que siento.
El sueño no tiene nada que ver.
Mi responsabilidad hacia este grupo y Tyler y mi voluntad de llevarlos al corazón
del peligro, son el verdadero problema aquí.
—Hace más calor que ayer —dice Hope mientras Aaron despliega un mapa de
Colorado que nos dio el grupo de St. George—. ¿Se han dado cuenta?
Aaron asiente.
—Espero que siga así.
Mientras Aaron, Dan, Hope y Tyler discuten posibles rutas a Kansas, yo me apoyo
en el lateral de la camioneta, escuchando a Jesse, Wayne y Hailey charlar. Hailey ha
decidido ir atrás con Jesse en lugar de ir delante con su padre. Pretzel ladra alegremente,
añadiendo su granito de arena a la conversación. No digo ni una palabra, sino que
escucho si hay algún problema.
El viento es fuerte hoy, pero Hope tiene razón. No hace tanto frío como anoche.
También puedo oler ese inconfundible aroma a ozono justo antes de una fuerte lluvia de
verano. Me aligera el ánimo considerablemente. Tal vez ya haya pasado el mal tiempo y
el viaje a Ransom sea coser y cantar.
Una gota gorda me golpea la nariz, fría y punzante. Otra me cae en la nuca. Luego
siento el pinchazo de un aluvión de gotas que me asaltan. Aaron recoge el mapa y se
pone adelante, Dan le pisa los talones. Los demás subimos a nuestros sitios habituales
en la plataforma de la camioneta, haciendo sitio esta vez a Hailey, que se sienta entre
Tyler y Jesse. Aaron arranca sin avisar y nos ponemos en marcha.
La lluvia nos toma el pelo durante unos cinco minutos y luego se abren los cielos,
empapándonos en un fuerte aguacero. A pesar de la temperatura más cálida, el agua fría
nos cala hasta los huesos y me preocupa cuánto tiempo podremos aguantar. Todos nos
acurrucamos unos contra otros, usando nuestras chaquetas y mochilas para refugiarnos.
—Primero pasaremos por Elizabeth, Colorado —me dice Tyler entre dientes
castañeteando—. Una vez que estemos en el tramo principal de la autopista 70,
esperamos que todo vaya sobre ruedas hasta Kansas.
Hasta ahora, nada de esto ha sido suave.
Por supuesto que no lo deprimo a él también con mi mal humor.
—Oye —dice en voz baja que apenas se oye por encima del estruendo del motor 221
y la lluvia torrencial—. ¿Todo bien?
—Sólo cansado de esta mierda. —Es una vaga no-respuesta, pero es todo lo que
tengo.
Su mano encuentra la mía y aprieta.
—Lo sé. Ya casi ha terminado. Otras cinco o seis horas y estaremos allí. Todo va
a salir bien, Kell.
En un mundo perfecto, conducir hasta Ransom desde nuestra ubicación actual
sólo nos llevaría unas horas. Nuestro mundo ya no es el perfecto que yo daba por
sentado. Finalmente se está deteriorando sin remedio. Nunca más habrá días fáciles o
aburridos.
Aaron aminora la marcha cuando atraviesa el agua estancada en la carretera. Sólo
tiene unos centímetros de profundidad, pero conduce con precaución. Con la velocidad
a la que está lloviendo, definitivamente vamos a tener que estar atentos a las
inundaciones repentinas. Un día más en este nuevo mundo de mierda.
Llegamos a Elizabeth y es una ciudad fantasma. Los escaparates han sido
tapiados, como en las ciudades que atravesamos desde San Francisco hasta Las Vegas.
Estoy seguro de que podríamos entrar en uno de los edificios para buscar provisiones,
pero por lo que parece, la gente de este pueblo ya se ha llevado todo lo de valor. Pronto,
estamos en el otro lado, continuando nuestro viaje, esta vez hacia Limon.
Otra hora pasa y estamos en la siguiente ciudad de tamaño decente, Limon. Sin
embargo, al igual que Elizabeth, está cerrada. Aaron se acerca a la estación de servicio
para leer un cartel.

Dirígete al oeste, a Denver, al campamento FEMA más cercano.


Demasiado para eso.
La lluvia sigue azotándonos y atravesamos más zonas inundadas. Hasta ahora, no
hemos tenido que retroceder ni sortear ninguna inundación en la carretera, pero no estoy
seguro de que la suerte nos acompañe. Nuestro historial dice que pronto tendremos
problemas. No soy pesimista. Soy realista.
Aaron hace otra parada en Flagler para repostar el último bidón de gasolina, pero
al igual que las otras ciudades por las que hemos pasado, ésta también está tapiada con
instrucciones de dirigirse a Denver.
Apenas llevamos en la carretera unos diez minutos cuando Aaron frena en seco.
Un rápido vistazo a través de las ventanas muestra más agua en la carretera. Lentamente,
comienza a avanzar por la calzada inundada mientras la lluvia sigue mojando todo a
nuestro paso.
222
Un estruendo comienza a sacudir la camioneta y el agua a nuestro alrededor
empieza a chapotear. Un terremoto en medio de una inundación. Fantástico. Estoy a
punto de afirmarlo cuando oigo un rugido. Me recuerda tanto al sonido del tsunami en
San Francisco que me paralizo de pánico. Los ojos de Tyler se encuentran con los míos
y apenas nos damos cuenta de lo que está pasando hasta que algo choca contra el lateral
de la camioneta.
Una ola de agua se desborda por el lateral de la camioneta y llena la caja. Todo
nuestro grupo está tan conmocionado que lo único que podemos hacer es emitir gritos
de asombro mientras intentamos averiguar qué está pasando.
la camioneta gira bruscamente a la derecha. Rápidamente me doy cuenta de que
no está girando, sino que el agua la está arrastrando. Me agarro a la caja de la camioneta
e intento comprender lo que nos rodea mientras giramos sin control. Nos precipitamos
con el flujo del agua fuera de la autopista y por el terraplén, en dirección a quién demonios
sabe dónde.
¡Bam!
Me sobresalto cuando la camioneta choca contra un grueso árbol. El crujido del
metal y el quejido de la madera se oyen por encima del agua. Entonces, para mi horror,
en lugar de rodear el árbol, la camioneta se vuelca sobre él, lo que nos hace volcar a
nosotros también.
En cuanto me sumerjo en el agua fría y turbia, me congelo. No solo por el frío, sino
porque me acuerdo de la escalera de mi edificio, donde casi me ahogo.
Me revuelvo, sin saber qué camino tomar y sin poder ver a través del agua sucia,
intentando salir a la superficie. Los escombros pasan rozándome y me golpean mientras
caigo al agua, inútil para detenerme. Mis pulmones arden por la necesidad de aire.
¡Ayuda!
El pánico me ataca más rápido de lo que puedo respirar. El dolor me quema el
pecho mientras el agua se precipita por mi garganta y es absorbida por mis pulmones.
Me agito frenéticamente, ahogándome con el agua. Algo me golpea en la cabeza y todo
se vuelve completamente negro.
Vuelvo en mí porque estoy vomitando. Ya no soy arrastrado por el agua y estoy
varado junto a la caudalosa riada. La asquerosa agua de la inundación sale de mí mientras
lucho por recuperar el aliento. Cuando he expulsado todo el vómito, parpadeo y empiezo
a buscar a los demás.
¡Tyler!
Las lágrimas me queman los ojos mientras observo la zona que me rodea. Sigue
lloviendo a cántaros, lo que dificulta la visión a un metro de mí. Oigo a alguien gemir de
dolor cerca de mí. Sacudo la cabeza para despejarme y empiezo a arrastrarme hacia el
sonido.
223
Hope está boca arriba, apoyando el brazo en el pecho mientras gime. Me abalanzo
sobre ella, muerto de preocupación.
—Hope —ronco—. Dime qué te duele.
Ahoga un sollozo y se mira la mano.
—Creo que me he roto el brazo. Dios, duele, Kellen. —Otro sollozo—. ¿Dónde está
Aaron?
El pánico en su voz desata mi pánico interior. Rápidamente escudriño a mi
alrededor, buscando a alguien de nuestro grupo.
—¡Tyler! ¡Aaron! —Balbuceo, con la voz ronca de vomitar agua turbia—. ¡Dan!
Nadie responde.
Mierda.
—Vamos —le ordeno—. Vamos a ponerte de pie. Tenemos que encontrar a todos
los demás.
Hope hace una mueca mientras la ayudo a levantarse. Los dos nos balanceamos
ligeramente. Se lleva el brazo al pecho y yo me toco distraídamente el lado de la cabeza
que me palpita. Mis dedos están ensangrentados, pero la lluvia se los lleva rápidamente.
No hay tiempo para examinar nuestras heridas. Tenemos que encontrar a los demás.
Lo siguiente que oigo son los aullidos de Pretzel. Su cuerpo está enterrado hasta
la mitad en el fango junto al agua. Me agacho rápidamente para quitarle el barro de
encima y liberar al pobre cachorro. Me lame la cara hasta que le hablo para que deje de
hacerlo. Lo meto bajo mi brazo izquierdo y envuelvo a Hope con el otro para guiarla.
Tras varios minutos caminando, llegamos a la camioneta que sobresalía del río
recién hecho. Dejo a Pretzel en el suelo para inspeccionar el vehículo. La cabina de la
camioneta está bajo el agua, lo que hace que se me retuerza el estómago de
preocupación.
Por favor, que Aaron y Dan hayan salido de allí.
Vadeo a través del agua corriente, agarrándome al lateral del vehículo, y luego me
sumerjo en el agua para intentar acceder a las puertas. Donde debería estar la ventanilla,
hay un espacio abierto. Tanteo alrededor del asiento y me alivia descubrir que no hay
nadie. Me pregunto cómo llegar al otro lado sin ser arrastrado cuando oigo la voz de
Aaron.
—¡Hope!
—Aquí —grita—. Aquí estoy.
Aaron y Dan aparecen tambaleándose. Dan parece tener la nariz rota, ya que la
sangre sigue manando de ella. Aaron tiene un enorme chichón en la frente. 224
—¿Dónde están los demás? —Exijo.
—Tenemos que encontrar a mi hija —dice Dan en tono nasal—. ¿Dónde está
Hailey?
—Vamos —le ordeno, recogiendo a Pretzel para dárselo a Dan—. Sigamos
caminando.
Cada minuto que pasa sin que encontremos a los demás, aumenta mi histeria. Si
le pasa algo a Tyler, nunca me perdonaré habernos metido en este lío.
—¡Ayuda!
Una voz más adelante ahuyenta el terror de mis huesos. Salgo corriendo hacia el
sonido. Encuentro a Wayne pisando el agua, con la pierna enganchada a un árbol. Cada
vez que el agua se precipita sobre su cabeza, se me para el corazón.
—Espera —grito—. ¡Ya voy!
Aaron se acerca a mí y los dos nos metemos en el agua. Flanqueamos a Wayne
por ambos lados. Los dos levantamos su enorme cuerpo del agua para que pueda zafar
la bota del árbol. Finalmente, tras varios minutos, conseguimos ponerlo de pie.
—Oí a alguien llorando por ahí —dice Wayne, señalando más adelante—. Sonaba
como Hailey.
Sacamos a Wayne del agua y se lo llevamos a Hope y Dan antes de partir en la
dirección que nos indicó. Hailey, como el pobre Pretzel, está atrapada en el barro bajo
las ramas de unos árboles. Cuando nos ve, sus lamentos se hacen más fuertes.
—Oye —le aseguro—. Ya estamos aquí. Vamos a sacarte de aquí y llevarte con tu
padre.
—¿Dónde está Jesse? —pregunta sollozando—. Tenía mi mano en la suya y luego
se había ido.
Aaron hace una mueca al mencionar a su hermano.
—Lo encontraremos.
Juntos, conseguimos apartar todas las ramas de los árboles y sacar a la chica del
barro. Una vez de pie, Dan aparece y casi la tira al suelo mientras la abraza. Pretzel aúlla
entre los dos.
Aaron y yo despegamos de nuevo, esta vez en busca de los últimos miembros de
nuestro grupo. La lluvia empieza a caer con más fuerza que antes, haciendo casi
imposible ver y ahogando todos los sonidos.
—¿Oyes eso? —Aaron grita, agarrándome del brazo para que no camine—. ¿Allí?
—Señala a través de las aguas inundadas—. Escucha.
Los dos levantamos el cuello, atentos a cualquier tipo de sonido. Entonces ambos
lo oímos. Gritos. 225
—¿Tyler? ¿Jesse? —Aaron grita hacia el sonido.
A través del aguacero, veo dos figuras que nos saludan.
—¡Vamos a cruzar a nado! —Tyler grita, su voz apenas se proyecta sobre la lluvia.
Mi estómago da un vuelco nervioso. Es peligroso con la velocidad a la que fluye el
agua y los escombros que la acompañan.
Aaron y yo nos quedamos parados inútilmente mientras Tyler y Jesse empiezan a
meterse en el agua. Cuando están a mitad de camino, me doy cuenta de que el agua es
más profunda porque ambos empiezan a nadar. Jesse es el nadador más rápido y pronto
se acerca a nosotros. Tyler maldice, se sumerge en el agua y vuelve a subir más adelante.
Salgo corriendo por la orilla, preparándome para pescarlo. Afortunadamente, encuentra
una presa y consigue salir tambaleándose de la furiosa riada. En cuanto está lo bastante
cerca, lo atraigo hacia mí y lo abrazo con fuerza, ahogando mis lágrimas. Se aferra a mí,
con todo el cuerpo tembloroso.
—¿Están todos bien? —balbucea.
—Todos están vivos —murmuro contra su cabeza—. Gracias a Dios.
No tengo ni idea de dónde estamos ni de dónde podemos refugiarnos, pero lo
único que importa ahora mismo es que nadie ha muerto. Podría haber ido mal y, sin
embargo, todos seguimos en pie.
¿Pero por cuánto tiempo?
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
Tyler
Perdimos nuestro vehículo, nuestras provisiones y ahora estamos empapados y
heridos. En pocas palabras, estamos completa y absolutamente jodidos. Kellen está
callado mientras nos acurrucamos todos juntos, tratando de averiguar nuestro próximo
movimiento. Por supuesto, la lluvia es implacable, haciendo su parte para castigarnos por
el simple hecho de existir en esta Tierra dejada de la mano de Dios.
—Papá, tengo frío —gimotea Hailey—. Ya no quiero estar aquí.
226
Estoy totalmente de acuerdo.
—¿Qué vamos a hacer con los suministros? —Hope pregunta—. Necesitamos
comida y agua.
Se lleva el brazo al pecho. Quiero mirarla, ver las heridas de todos, pero no puedo
hacer gran cosa en medio del aguacero sin mi equipo.
—Tenemos que empezar a caminar —dice Aaron—. Volveremos a la carretera
principal y nos ceñiremos a ella. Tarde o temprano llegaremos a un pueblo. Si está
abandonado, podemos reagruparnos en un edificio y al menos secarnos.
Es un plan tan bueno como cualquier otro. Nuestro lamentable grupo empieza a
caminar, chapoteando en los profundos charcos de agua a cada paso.
Las dos primeras horas pasan como un soplo. Todo el mundo está tranquilo y
simplemente agradecido de estar vivo. Sin embargo, cuando pasan las siguientes horas
sin que veamos señales de vida, creo que todos empezamos a perder los nervios. Me
arden los pies de ampollas, no siento los dedos de las manos ni de los pies y me muero
de hambre. La lluvia ha sido abundante, lo que ha evitado que nos deshidratáramos, pero
sin ninguna forma de capturarla, estamos relegados a caminar con la boca abierta para
recoger lo que podamos.
Esto apesta.
Realmente apesta.
Hacemos un alto en el camino para descansar los pies, pero sin comida es inútil
perder demasiado tiempo. Es imperativo que encontremos refugio y comida. Rápido.
La lluvia empieza a amainar, lo cual es un alivio. A pesar de las temperaturas más
cálidas, la lluvia sigue siendo fría y no nos hace ningún favor.
—¿Podemos parar y dormir? —pregunta Hailey con un gemido—. Estoy muy
cansada.
—Todavía no, cariño —dice Dan cansado—. Sólo unas horas más.
Unas pocas más se convierten más bien en diez. Llevamos casi un día caminando
sin señales de civilización, con más descansos cuanto más avanzamos. Mi estómago ha
estado refunfuñando tan fuerte que se está volviendo muy molesto. Hailey casi se
desmaya dos veces y ahora está entre su padre y Jesse. Hope sigue lloriqueando. Es una
mujer dura, así que sé que está sufriendo mucho.
Necesitamos ayuda.
Y rápido.
Si no, las cosas se pondrán feas rápidamente.
Por fin, vemos una señal de Seibert, Colorado, y un anuncio de una tienda de
227
alimentación y combustible en la siguiente salida. Nuestro grupo está demasiado agotado
y abatido para animarse, pero es suficiente para que todos aceleren el paso.
Kellen se ha puesto al frente del grupo y da largas zancadas que apenas puedo
seguir en mi debilitado estado. Es un hombre con una misión. Actualmente, su misión es
encontrar comida, medicinas y refugio. Con suerte, esto dará sus frutos para nosotros
muy pronto.
Sin embargo, cuando nos acercamos a la ciudad, Kellen se detiene.
—Todos, quédense aquí —dice Kellen—. Voy a explorar por delante y asegurarme
de que es seguro.
—Yo también voy —le digo, ignorando su ceño fruncido—. No vas a ir solo.
Sacude la cabeza con vehemencia.
—No puedo hacerles pasar por otro maldito problema. Sólo déjenme arriesgar mi
cuello para mantenerlos a todos a salvo.
¿Está delirando ahora mismo?
—Estás delirando, hombre —suelta Jesse—, si crees que vas a ganar esta
discusión. Tyler o alguien tiene que ir contigo.
Kellen aprieta los dientes y me hace un gesto de aprobación. No es que lo necesite.
Iba a ir de todos modos. Los dos nos ponemos en marcha sin decir palabra hacia Seibert.
Una vez fuera del alcance del grupo, ya no puedo contenerme.
—¿Qué ha sido eso de ahí atrás? —Exijo, cortando mi mirada hacia él.
Resopla.
—¿Qué fue qué?
—Estás siendo un héroe, Kell. No te hagas el tonto.
—Créeme —prácticamente escupe—, no soy un héroe. Se llama control de daños.
—¿Y qué te hace pensar que estás a cargo de controlar los daños?
—Porque todo esto es culpa mía. —Me lanza una mirada sombría—. Estamos en
este aprieto por mi culpa.
—Tendremos que acordar no estar de acuerdo en esto.
—Supongo que lo haremos.
El aire es gélido entre nosotros y no tiene nada que ver con la temperatura del aire,
que en realidad se está calentando ahora que no llueve tanto. Él quiere cargar con la
culpa de todo esto, pero no se lo permito. Todos estamos aquí porque elegimos estarlo.
Antes de que podamos indagar más en sus sentimientos al respecto, se materializa
una gasolinera. A diferencia de la abandonada en la que estuvimos, ésta parece estar en
funcionamiento. Las ventanas están tapiadas, lo que me lleva a pensar que sus
228
propietarios se marcharon en busca de la ayuda de la FEMA prometida en Denver.
Al acercarnos al edificio, nos damos cuenta de que alguien ha pintado con spray
la madera contrachapada que cubre las ventanas delanteras.

Propiedad privada. No entrar.

Kellen estudia el edificio durante un rato, asimilando el mensaje, y luego se acerca


a la ventana para inspeccionar la tabla. Enrosca los dedos bajo el borde de la madera y
tira. La madera cruje y los clavos se levantan. Me acerco para ayudarle. Juntos
conseguimos arrancar completamente el contrachapado. Lo dejamos a un lado y nos
asomamos a la ventana.
Es la típica tienda de ultramarinos con alimentos, bebidas y otros productos en las
estanterías, que necesitamos desesperadamente.
—Tenemos que entrar —le digo, mientras se me hace agua la boca agua al ver
una caja solitaria de PopTarts—. Una vez que nos aseguremos de que es seguro,
podremos ir por los demás. Nos quedaremos aquí un día o dos hasta que estemos en
condiciones de hacer la última etapa del viaje.
Kellen no responde. Se limita a mirar hacia la tienda con las manos juntas alrededor
de la cara. Lo que sea que esté pasando por su cabeza es algo de lo que nos ocuparemos.
Poner a salvo a nuestro grupo tendrá prioridad sobre su crisis mental. Me alejo de él para
buscar algo con lo que romper el cristal. No hay nada cerca, pero al final encuentro un
trozo de asfalto del tamaño de un puño en el borde del estacionamiento.
—Retrocede —le ordeno mientras me acerco a Kellen—. Voy a romperlo.
—Espera —gruñe, levantando una mano—. Me pareció oír algo.
Me acerco a él y echo un vistazo a la tienda. No hay movimiento, ni personas ni
animales, nada. Lo que hay, sin embargo, son los suministros que tanto necesitamos.
Tenemos que hacerlo.
Con un suspiro resignado, Kellen se aleja de la ventana. Yo abalanzo el brazo hacia
atrás y lanzo el asfalto contra la ventana. Suena como una astilla, pero no se rompe en
mil pedazos. Unas líneas plateadas y dentadas se entrecruzan ahora por todo el cristal,
ocultando nuestra visión del interior. Recojo el asfalto y repito mi acción. Lo lanzo tres
veces más y el trozo atraviesa por fin el cristal. Aun así, la ventana permanece
prácticamente intacta.
—Malditos cristales tintados —se queja Kellen.
Ahora que el cristal está debilitado, empieza a golpear la zona comprometida de la
ventana con la bota. Sigo su ejemplo e imito sus movimientos. Tardamos varios minutos
más, pero al final conseguimos abrirnos paso a través de la abertura.
229
La tienda huele a humo de cigarrillo rancio con un toque de pollo frito viejo y
grasiento. Mi estómago vuelve a refunfuñar al pensar en pollo frito.
—Tú revisa los pasillos y yo revisaré detrás de la caja registradora y el almacén —
dice Kellen, señalando la parte delantera de la tienda.
Le hago un gesto con la cabeza antes de separarnos. Despacio, me arrastro por
el primer pasillo donde había visto las PopTarts. En lugar de devorarlas, muerto de
hambre, recojo la caja, dispuesto a usarla como arma si hace falta. Si hay alguien
escondido, se la tiraré a la cabeza para darme una oportunidad de escapar.
Nada, aparte de la comida, me atrae del primer pasillo. Recorro el siguiente pasillo
y miro hacia la caja registradora por si hay algo al acecho.
Los sacos de dormir se alinean en el espacio. El corazón me late con violencia.
El siguiente pasillo está lleno de artículos para el auto, desde aceite de motor hasta
ambientadores. Cuando esté despejado, inspeccionaré este pasillo más de cerca en
busca de algo que pueda utilizar como arma. El siguiente pasillo tiene productos de
higiene femenina, pañales y preservativos. Al final hay una pequeña provisión de artículos
médicos, como paquetitos de ibuprofeno, agua oxigenada, vendas y gasas. Casi grito de
alegría.
En el último pasillo, descubro más sacos de dormir, pero ninguna persona. Este
lugar servirá sin duda. Podemos reunir a nuestro grupo y refugiarnos aquí. Antes de que
pueda ponerme cómoda, Kellen irrumpe desde la trastienda con una expresión de pánico
en el rostro. Recoge unas bolsas de plástico de la caja registradora y me entrega un fajo.
—Toma lo que puedas. Tenemos que irnos.
Lo miro con el ceño fruncido.
—¿Por qué? Aquí es seguro.
Sacude la cabeza.
—Tenemos que recoger algunas cosas e irnos.
Boquiabierto, intento averiguar qué lo asustó. ¿Ha visto a alguien? ¿Un cadáver?
—He dicho que te muevas, carajo —gruñe Kellen, acechándome hacia el primer
pasillo.
Mi corazón da un vuelco al sentir la ansiedad que emana de él. Me apresuro hacia
la zona de material médico y empiezo a tomar todo lo que puedo necesitar, consiguiendo
llenar uno de los sacos de plástico con todo lo que cabe.
—Tenemos que irnos —ladra Kellen—. Ayúdame a conseguir algunas botellas de
agua.
Los dos nos encontramos en las neveras. Cuando abro la puerta de una de ellas,
huelo a leche podrida y me dan arcadas. Kellen toma varias botellas de agua alineadas y
230
llena un saco para cada uno.
—Vamos. —Me empuja fuera del camino, dejando que la puerta se cierre tras él—
. Tenemos que salir de aquí.
Frunzo el ceño ante la idea de dejar el resto de nuestro botín. Nos vendría muy
bien. Mientras salimos, tomo un saco de dormir, cierro la cremallera y meto las bolsas
dentro. Kellen frunce el ceño, pero no dice nada. Entonces salimos los dos de la tienda.
Cuando echa a correr hacia nuestro grupo, siento que el pánico se apodera de mí.
¿Qué ha visto?
¿Por qué corremos?
Nuestro grupo espera nervioso mientras nosotros avanzamos a trompicones,
chapoteando en charcos gordos y armando todo tipo de jaleo. Cuando alcanzamos a los
demás, los dos estamos jadeando y sin aliento.
—¿Qué pasa? —Aaron pregunta—. ¿Había gente?
—No —digo, pero Kellen me interrumpe.
—Vi a unos niños escondidos en la parte de atrás. Niños pequeños. Quienquiera
que los dejó allí está regresando.
Se me hiela la sangre.
¿Había niños adentro?
—¿Están solos? —Hope pregunta, con la voz ligeramente temblorosa—.
¿Deberíamos ir por ellos?
Apenas podemos ayudarnos a nosotros mismos, ¿y ahora quiere rescatar a más
gente?
—Uno de los mayores le susurró a un niño pequeño que se callara porque sus
papás volverían pronto. —Kellen agacha la cabeza—. Tenemos que salir de aquí antes
de que eso ocurra.
Parpadeo sorprendido. ¿Por qué no me dijo nada?
—¿Has robado a una familia? —pregunta Hailey, con un tono lleno de horror—.
¿Les hiciste daño?
Kellen se burla, claramente disgustado por su pregunta.
—No, no les hicimos daño. Sólo tomamos lo que necesitábamos. Nada más. Aún
les queda mucho. No quiero estar cerca cuando vuelvan los padres.
Las náuseas me revuelven las entrañas.
Tomé sus PopTarts. Tomé la comida de los niños pequeños.
231
—¿Deberíamos devolver esto? —Mis palabras son roncas y temblorosas—. Kell...
Veo la indecisión en sus ojos, la suavidad transformando sus apuestos rasgos. El
rugido de mi estómago parece tomar una decisión por él. Su mirada se endurece y niega
con la cabeza.
—Estarán bien —gruñe—. Nos vamos ahora.
Con esas palabras, recogemos nuestro tesoro robado y nuestra gente rota,
alejándonos de la escena de nuestro crimen.
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
Kellen
La culpa no sólo me atormenta. Me rodea la garganta con sus dedos enjutos y se
clava en ella, dificultándome la respiración.
Lo que hicimos -lo que hice- estuvo mal.
Me trago el malestar y miro a cada uno de los miembros del grupo. Aunque
sombrías y silenciosas, me doy cuenta de que las provisiones han infundido un poco de 232
esperanza en una situación que, de otro modo, sería sombría.
Había que hacerlo.
No hice daño a nadie, aparte de asustar probablemente a los niños que encontré
escondidos, y no nos llevamos más de lo necesario. Este mundo está en vías de
desaparecer. Seguramente los otros supervivientes de allí habrían hecho lo mismo si se
invirtieran los papeles. No hay lugar para la misma moralidad y leyes que existían antes
de que llegara esa ola.
Entonces, ¿por qué la culpa sigue clavando sus garras en mí?
No llevamos más que unas horas caminando cuando nos topamos con la ciudad
de Bethune. Al igual que el pueblo anterior, Stratton, ha sido destruido en su mayor parte
por los terremotos. Sin embargo, como un faro entre los escombros, hay una oficina de
correos.
Refugio.
Por fin.
Conduzco al grupo hasta el pequeño edificio de ladrillo. A diferencia de otros
negocios tapiados por el camino, éste estaba abandonado. No hay mucha gente que
compruebe sus apartados de correos durante el apocalipsis. El cristal de la fachada está
astillado, probablemente por los terremotos, pero por lo demás está casi intacto.
Aaron intenta abrir la puerta principal y suelta una carcajada de sorpresa cuando
se abre. Él y Tyler entran primero para echar un vistazo. Un par de minutos más tarde,
regresan para acompañarnos al interior. Debido a las muchas ventanas del edificio, no
estamos en completa oscuridad una vez que entramos, la luz de la luna ilumina cada
habitación en la que entramos.
El alivio y el cansancio abrumador ahuyentan mi culpabilidad anterior. Revolvemos
el pequeño edificio en busca de algo útil. En el almacén, encontramos una gran cantidad
de cúteres que demuestran su utilidad cuando empezamos a cortar las grandes cajas de
lona. El material es grueso y nos mantendrá calientes mientras nuestra ropa se seca
mientras dormimos. También hay rollos y rollos de plástico de burbujas que servirán para
la ropa de cama. Sin embargo, el mejor hallazgo es la sala de descanso de los empleados,
donde hay un montón de vasos de fideos, paquetes de frutos secos, agua embotellada y
una estufa de gas que sigue siendo utilizable. Se siente como un milagro de Dios.
Todo el mundo se divide para hacer varias tareas. Hope, Dan y Hailey trabajan
juntos para hervir agua suficiente para alimentar a nuestro hambriento grupo con los
vasos de fideos mientras Aaron, Wayne y Jesse intentan hacer camas con plástico de
burbujas. Tyler y yo hacemos todo lo posible por rasgar la lona con nuestros cúteres para
cajas. No es tarea fácil. Tyler destroza agresivamente el material como si lo hubiera
molestado personalmente.
—Lo siento —suelto, el cansancio en mi tono lo hace apenas audible.
Hace un sonido de burla.
233
—¿Por qué?
—Por molestarte. Necesitábamos las provisiones.
—No estoy enfadado. —Suspira y se gira para mirarme—. Sólo estoy frustrado
con... esto. —Lanza una mano al aire y la agita alrededor como dando a entender todo lo
que nos rodea—. No importa qué camino tomemos, siempre es el equivocado. Es una
mierda. Ojalá me hubieras dicho algo mientras estábamos allí.
—¿Así podrías haber abandonado las provisiones? —pregunto, mi indignación
hace que mi voz se eleve—. Tuve que tomar una decisión en una fracción de segundo.
No habríamos llegado a esta pequeña ciudad si no hubiéramos hecho lo que
hicimos cuando lo hicimos. Nuestro grupo se estaba quedando sin combustible.
—Es que... me siento mal.
Tiro el cúter al suelo, me dirijo a Tyler y lo agarro por los hombros para mirarlo con
desprecio.
—¿Y crees que yo no?
Frunce el ceño.
—Sé que sí.
—Bien, porque me ha estado carcomiendo desde que me enteré de esos niños.
No soy un ladrón, Ty, pero este nuevo mundo es duro y brutal. A veces significa que las
cosas se ponen un poco feas.
Vuelve a suspirar, pero esta vez apoya la cabeza en mi hombro.
—Lo sé. Estoy de mal humor y muy cansado.
Mis músculos tensos se relajan mientras le estrecho en un fuerte abrazo.
—Yo también.
Nuestra culpa mutua se disipa mientras terminamos nuestra tarea. Algún día
estaremos en un lugar seguro y podremos volver a ser los hombres que éramos antes de
todo esto. Hasta entonces, tenemos que hacer lo que sea para sobrevivir.

Me despierto con el sonido de los motores de los autos que se acercan. Al principio
me pregunto si es un sueño, uno esperanzador en el que las autoridades vienen a
rescatarnos. Tyler, que estaba acurrucado contra mí para darse calor, también se
despierta sobresaltado, esta vez por el ruido de cristales rompiéndose. Es de madrugada
y el sol entra a raudales por las ventanas astilladas, cegándome.
—Hay alguien aquí —sisea Aaron.
El sonido atronador de muchas botas pisando fuerte en el edificio resuena a
nuestro alrededor. Una sombra se eleva sobre mí, bloqueando la luz.
234
—Ese es el saco de dormir de Jade —dice un tipo con voz grave—. Estos son los
ladrones.
Se me hiela la sangre al darme cuenta.
La gente a la que robamos está aquí. Fueron a buscarnos y nos encontraron.
Me quito el sueño de los ojos y me incorporo. El saco de dormir en cuestión cubre
a Hope y Hailey, que miran aterrorizadas a los hombres.
Estos hombres no sólo están enfadados con nosotros por robar. Han venido a
hacernos pagar. Eso es evidente con las múltiples armas que han traído con ellos, todas
ellas apuntando a cada uno de nosotros en nuestro grupo.
—Por favor —empiezo, con la voz rasposa por el sueño—. Fui yo, no las chicas.
Deja que te lo explique.
El hombre arenoso suelta una carcajada.
—¿Oyes eso, Nate? Esta lamentable excusa de hombre no sólo quiere llevarse el
mérito, sino que también quiere explicar por qué tomó la cama de tu mujer embarazada.
Nate, claramente el líder, levanta una enorme bola de flema y me la escupe. Por
suerte, cae sobre la lona que cubre mi cuerpo casi desnudo. Quitarnos la ropa mojada
para dejarla secar nos pareció una gran idea anoche y sin duda nos permitió entrar más
en calor. Ahora, me siento vulnerable y en desventaja con sólo mis calzoncillos.
—Creíamos que estaba abandonada —digo, cruzándome con el líder de ojos
acerados y mirada furiosa—. Nuestra gente estaba hambrienta y herida. Ya habíamos
tomado algunas cosas cuando descubrimos a los niños escondidos.
A Nate se le enciende la nariz.
—La única razón por la que no están muertos ahora mismo es porque esos niños
están intactos. La única razón.
Asiento.
—No somos mala gente. Sólo intentamos llegar a un lugar seguro. Lo siento
mucho.
—Lo siente, Garrett —le dice Nate al otro tipo—. ¿Qué vale lo siento de dónde
somos?
—Nada.
Los ojos de Nate se entrecierran.
—Escucha eso. Nada. Tu arrepentimiento no me sirve de nada.
—¿Qué quieres? —Tyler exige, indignación en su tono—. Como dijiste, si nos
quisieras muertos, ya estaríamos muertos.
Uno de los otros chicos se acerca a Hope y Hailey, mirándolas con interés. 235
—Veo algo que quiero.
Antes de que Aaron pueda golpear al tipo, Nate gruñe.
—Ya basta, Ed. No comerciamos con mujeres.
Ed se ríe como si estuviera bromeando. Algo me dice que, si el hombre más grande
no fuera su líder, Ed no tendría ningún problema en llevarse a una de nuestras chicas o
a las dos para compensar nuestras transgresiones.
—Entiendo que hemos metido la pata —vuelvo a decir, esperando un tono
diplomático—. Podemos devolverte todo lo que tomamos y más si nos dejas en paz. Es
todo lo que queremos.
Garrett se anima.
—¿Y más?
Tyler se tensa a mi lado pero no pronuncia palabra.
—Sí —digo con un suspiro resignado—. Encontramos cúteres, agua embotellada,
frutos secos y tazas de fideos. Puedes quedártelo todo más todo lo que nos llevamos.
Jesse maldice en voz baja y Hope emite un gemido. Sé que eso nos dejará otra
vez sin provisiones, pero nuestras vidas son más importantes en este momento. Podemos
encontrar más provisiones, cosas abandonadas, como aquí, en la oficina de correos. No
volveré a cometer ese error.
—¿Eres su líder? —pregunta Nate, inclinando la cabeza hacia un lado, la boca de
su pistola que apunta a mi cara nunca vacila.
—Sí —suelto, pensando que se siente mal.
Un verdadero líder no habría llevado a su gente a esta situación. Sólo soy un tipo
roto tratando de sobrevivir. Nada especial. Nada más.
—De acuerdo entonces —dice Nate, haciendo un gesto con su arma—. Vístete.
Tú y yo vamos a dar un paseo hasta tu alijo de provisiones mientras mis hombres se
aseguran de que los tuyos no hagan ninguna estupidez.
Tyler empieza a decir algo, sin duda una discusión de algún tipo, pero le
interrumpo con un fuerte movimiento de cabeza. Me levanto rápidamente y empiezo a
ponerme la ropa, casi seca. Una vez me atadas las botas, hago un gesto con la cabeza a
Nate y luego señalo hacia la parte de atrás.
—Después de ti —dice con un gruñido—. Por el bien de ambos, esperemos que
lo que prometes exista de verdad.
Mi estómago gruñe hambriento y ojalá se me hubiera ocurrido separar las
provisiones en caso de una situación así. Claro que es imposible que lo hubiera sabido.
Ahora tengo que dejarlo todo para que esta gente se vaya.
236
De nuevo me invade la culpa, esta vez por los míos, no por los suyos.
Le guío hasta la sala de descanso, donde han sacado la comida y el agua de los
armarios y la han colocado en una de las mesas. Lo mira con curiosidad, pero no hace
ademán de tocarlo.
—¿Alguno de esos contenedores sobrevivió? —Nate pregunta—. ¿O los
masacraste todos para hacer mantas?
—Hay más.
—Ve por uno y carga nuestras cosas.
Sus cosas.
En lugar de pronunciar alguna palabra que me haga disparar, me dirijo a la parte
del almacén del edificio para localizar uno de los grandes contenedores rodantes. Lo
empujo hasta la sala de descanso y me detengo cerca de la puerta.
—Ponlo ahí —dice Nate, moviendo su arma de la mesa a la papelera—. No tengo
todo el día.
Cargo la comida y el agua que podría habernos llevado hasta Ransom, Kansas,
pero que ahora es una ofrenda de paz para el grupo al que robamos. Se me retuercen
las entrañas de dolor. Cada día, mi capacidad de decisión es peor y más desesperada.
Muy pronto, no seré mejor que esas personas que han intentado hacernos daño en todo
momento desde que bajamos del barco en California.
Mamá estaría muy orgullosa.
Al pensar en mi madre, el hambre se convierte en náuseas que me revuelven las
entrañas. La bilis me sube por la garganta y tengo que tragar con fuerza para mantener
el ácido en el estómago donde debe estar.
Una vez que he recogido completamente la mesa, me giro para mirar a Nate.
—¿Y ahora qué?
Me estudia durante un tiempo incómodamente largo y luego dice:
—¿Qué hacías antes de esto?
—¿Importa?
—A mí sí.
—Dirigía una empresa de adquisiciones en San Francisco. Estaba en lo alto del
edificio cuando llegó el tsunami.
Sus cejas se levantan.
—¿Eras un traje elegante en la ciudad?
—Sí.
Nate baja el arma y una sonrisa se dibuja en sus labios.
—Vendía seguros. Tenía mi propia empresa. Míranos ahora.
237
Dos hombres de negocios convertidos en líderes de grupos salvajes empeñados
en sobrevivir.
—El mundo se ha ido al infierno —admito—. Sólo quiero encontrar algún lugar
donde refugiarme y tratar de sobrevivir a esta mierda.
Nate asiente. Luego se mete la pistola en la funda. Lo observo mientras saca varios
vasos de fideos, paquetes de frutos secos y un paquete entero de agua embotellada.
—Considera esto una amabilidad inmerecida de un alma gemela.
Miro sorprendido el pequeño montón de tesoros de valor incalculable que queda
sobre la mesa.
—Uh, gracias, hombre.
Nate se encoge de hombros.
—Vamos a dejarlos en paz. La próxima vez que se desesperen, puede que no se
encuentren con otra gente buena como nosotros. La próxima vez puede que sus hombres
sean torturados y sus mujeres violadas. Esta vez han esquivado una bala. No dejen que
se desperdicie.
Sin decir nada más, Nate se marcha.
Cuando su grupo se ha ido, con el estruendo de los motores de sus camionetas
señalando su salida, Tyler se apresura a entrar en la sala de descanso. Al verme vivo y
de una pieza, de pie junto a algunos suministros que se habían dejado atrás, suelta un
suspiro de alivio.
No merezco el abrazo feroz que me da, pero como las cosas que Nate dejó atrás,
lo tomo con gratitud de todos modos.
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
Tyler
Otro día entero de viaje a pie y todo el mundo está al límite de sus fuerzas. Nadie
habla ni bromea. Sin embargo, seguimos echando un vistazo a nuestras cada vez más
escasas provisiones. Al menos, hoy hace sol y algo de calor cuando cruzamos la frontera
entre Colorado y Kansas unas siete horas más tarde.
La ciudad de Kanorado -a algún brillante listillo se le ocurrió ese nombre- es
pequeña y no tiene mucho más que una gasolinera cerrada, un viejo cementerio, un
238
parque y una cafetería de mala muerte.
—Yo, Jesse y Wayne tomaremos el mando esta vez —dice Aaron—. El resto puede
sentarse y tomarse un respiro. Recemos para que esta cafetería tenga algo que ofrecer.
Kellen aprieta los dientes, pero no discute. Desde el último viaje de
aprovisionamiento, en el que nos siguieron y nos robaron a punta de pistola, Kellen ha
dejado de ser nuestro líder de buena fe y Aaron ha ocupado su lugar. Aunque Kellen nos
ha hecho pasar por muchas cosas y ha tomado decisiones rápidas que nos han salvado
muchas veces, estoy agradecido de que mi hermano le esté dando un respiro. Algo está
carcomiendo a Kellen por dentro y está nublando cada uno de sus movimientos.
En un mundo normal, sin todo este caos, si el chico con el que tuviera una relación
tuviera problemas, podríamos sentarnos en el sofá y hablarlo. Este mundo apocalíptico
no permite esos lujos. Tenemos que absorber lo que sea que estemos tratando
mentalmente o, de lo contrario, podríamos distraernos y, en última instancia, ser
literalmente succionados por la tierra. No sería la primera vez que perdemos gente de
esa manera.
Espero que lo que sea que le esté molestando de verdad desaparezca. Todos
hemos tomado decisiones -buenas o malas- con la esperanza de mejorar nuestra
supervivencia. Agonizar por el qué podría haber sido es una pendiente resbaladiza.
—¿Ya hemos llegado? —Hailey pregunta lastimosamente.
Pretzel también aúlla sus penas, lo que nos hace sonreír a Hope y a mí. Dan y
Kellen siguen cavilando.
—No se preocupen, Dorothy y Toto, ahora estamos en Kansas —dice Hope, con
una leve mueca de dolor mientras se ajusta la férula improvisada en el brazo herido, una
férula rudimentaria hecha con un palo que encontramos al azar y parte de su camisa.
—¿Dorothy? —pregunto al mismo tiempo que Hailey pregunta—: ¿Toto?
Esto rompe por fin el adusto humor de Dan y Kellen, que nos miran incrédulos.
—¿Qué? —Refunfuño—. La mujer habla con acertijos.
Hope sacude la cabeza decepcionada.
—De todas formas, ¿qué aprenden estos días?
—Sigo sin entenderlo —dice Hailey con un resoplido.
—El Mago de Oz —responde Dan con las cejas levantadas—. ¿Te suena?
—Sé lo que es El Mago de Oz —murmuro—. Sólo que nunca lo he visto ni nada.
—Yo tampoco —añade Hailey, encogiéndose de hombros—. ¿No es en blanco y
negro? Parece vieja y aburrida.
Dan grazna.
—Me hieres, niña.
239
Kellen y Hope se ríen a costa mía y de Hailey.
—Hardy har —le digo.
Un brillo en los ojos de Kellen me alegra el corazón. Ahí está mi chico. Ha quedado
enterrado bajo el estrés de sobrevivir, pero debajo sigue ahí. Cuando por fin aterricemos
definitivamente en algún lugar, podré descubrir cada una de sus capas y apreciar su
imagen completa.
Cuando me acerco a él, sus músculos se relajan y me envuelve en un abrazo muy
necesario. Lo abrazo fuerte, inhalando su aroma almizclado que me ha llegado a encantar.
Si alguna vez nos duchamos con regularidad, puede que no reconozca su olor.
—¿Qué te hace tanta gracia? —pregunta, con su aliento haciéndome cosquillas
en el cabello.
—Sólo pensando en lo mal que apestamos.
Suelta una carcajada.
—Me alegro de que te divierta. A mí, desde luego, no.
—Me gusta tu hedor —me burlo, mordiendo juguetonamente su hombro.
Sus palmas encuentran mi trasero y me da un fuerte apretón en ambas nalgas.
—Eres extraño, hombre. Muy, muy extraño.
—Puedo estar de acuerdo con eso —murmura Hope, habiendo escuchado nuestra
conversación—. Los dos tendrán jabón en sus calcetines para Navidad.
Sus palabras me oprimen el pecho. Estas personas, estos desconocidos, se han
convertido en mí familia en tan poco tiempo. Saber que, una vez que estemos a salvo,
todos planeamos seguir juntos me reconforta.
Seguimos jugando y provocando hasta que un estruendoso disparo resuena en la
ciudad. Y luego otro.
Todo el humor se desvanece a medida que se me escapa la sangre.
Mis hermanos.
Kellen sale corriendo hacia el ruido. Le ladro a Dan que vigile a las chicas mientras
ambos corremos tan rápido como nos permiten nuestras piernas. Antes de llegar a la
cafetería, una camioneta aparece por detrás del edificio, con los neumáticos chirriando
mientras arranca. Tenemos que zambullirnos detrás de un vehículo abandonado para
escapar del atropello. Un cristal rompe las ventanillas del auto tras el que nos
escondemos como último regalo de despedida del camionero. En cuanto el estruendo
del motor se aleja, levanto la cabeza para ver adónde han ido. Por suerte, no van en
dirección al resto de los nuestros.
240
Los gritos de Aaron se oyen dentro de la cafetería. El pánico me consume mientras
corro a ciegas hacia el sonido de sus lamentos.
Por favor, que mi hermano esté bien.
Por favor.
Empujo a través de la puerta destrozada de la cafetería, siguiendo el sonido de la
voz de Aaron. Estoy tan concentrado en llegar hasta él que no me doy cuenta de que hay
un obstáculo en mi camino. Mis pies se enredan en un par de gigantescas piernas
calzadas y caigo de cara sobre una enorme barriga que se sacude por el impacto.
Me levanto bruscamente y miro a la persona que está en el suelo. Su rostro ha
desaparecido, la sangre y las vísceras lo rodean y se acumulan bajo lo que queda de su
cabeza.
Wayne.
No. No. No.
Kellen me agarra del brazo y me levanta de un tirón. Maldice cuando llega a la
conclusión de que es Wayne.
—Vamos —gruñe—. No hay nada que podamos hacer por él ahora.
El mundo gira a mi alrededor y me tambaleo tras Kellen, con el miedo atascándome
la garganta y provocándome arcadas. Nos abrimos paso hasta la cocina, siguiendo una
mancha de sangre como si hubieran arrastrado a alguien por las baldosas grasientas, y
descubrimos a mis hermanos en el suelo, cerca del congelador.
Aaron está cubierto de sangre y solloza desconsoladamente. Al principio, creo que
está herido, pero entonces veo a mi hermanito en sus brazos, con la sangre filtrándose
por la parte delantera de su chaqueta.
—Jesse —grito, dejándome caer a su lado—. ¿Qué ha pasado?
—Ese hombre les disparó —gruñe Aaron—. ¡Sin motivo alguno! Estábamos siendo
obedientes.
Concentrándome en Jesse, empiezo a abrirle la chaqueta para evaluar sus heridas.
Pequeños agujeros sangrantes cubren su pecho, que parece inusualmente pálido. Tiene
los ojos cerrados y, por un momento, pienso que está muerto. Cuando le tomo el pulso y
aún se lo siento, suspiro aliviado.
Disparo de escopeta en el pecho, pero estaba claramente más lejos que Wayne.
Su escopeta casi le arranca la cabeza. Jesse todavía tiene una oportunidad.
Fuera se oyen más disparos y me pregunto si el autor habrá vuelto para acabar
con todos. Kellen sale como un cohete a investigar. Aaron no puede hacer nada más que
abrazar a nuestro hermano pequeño y sollozar sobre su cabello revuelto.
—Se va a poner bien —le miento a Aaron—. Cálmate, hombre. Cálmate por él y 241
ayúdame.
La cara roja y húmeda de Aaron se tuerce en una expresión de incredulidad.
—¿Ayudarte a qué, Ty? Está muerto.
—Todavía no —digo bruscamente.
—Pero lo estará pronto —me responde siseando—. Por si no te has dado cuenta,
no hay hospitales cerca. Estamos aquí solos. Nadie puede ayudarnos. No eres médico,
por mucho que nos gustaría que lo fueras.
Sus palabras duelen, pero la idea de perder a Jesse duele más. Haciendo caso
omiso de la perorata de Aaron, tomo unas toallitas de papel y hago lo que puedo para
ponerle vendas en las heridas. Quizá si detengo la hemorragia, gane tiempo para sacar
los perdigones, las balas o lo que sea que tenga dentro. Entonces encontraré algo con lo
que coserlo.
Unos pasos pesados entran en la cafetería. Me alivia que Kellen haya vuelto, pero
entonces oigo otras voces. No las de Dan, Hope o Hailey. Extrañas.
Las voces ladran órdenes a las que no encuentro sentido. Lo único que puedo
hacer es intentar ayudar a mi hermano. Cuando alguien me agarra y me arrastra, empiezo
a gritar y a dar puñetazos.
—Amigo, cálmate —gruñe un tipo contra mi oído—. Deja que Vince lleve a tu chico
con la Dra. B.
¿Dra. B?
Caigo rendido en sus brazos, deseando contra toda esperanza que se trate de un
amigo y no de un enemigo. Mis ojos se posan en los de Kellen, que asiente. Los recién
llegados parecen preparados para estas situaciones, porque traen una camilla parecida
a las que empujan los paramédicos.
Cargan con pericia a Jesse en la camilla y luego manejan el aparato por encima
de los cristales rotos y los escombros de la cafetería.
—Soy Owen —dice el tipo detrás de mí—. La gente de la doctora llevará a tu chico
al hospital. La Dra. B es el verdadero negocio.
Otro tipo de cabello blanco y ojos amables ayuda a Aaron a ponerse en pie.
—Soy el padre de Owen, Richard. Si no fuera por ustedes, nunca hubiéramos
atrapado a ese pedazo de mierda.
—¿Quién? —Aaron balbucea—. ¿El tipo que disparó a mi hermano y mató a
Wayne?
Richard asiente.
—Se llama Holt. Estaba con el grupo de Goodland pero luego perdió la maldita
cabeza. Sabíamos que probablemente se estaba escondiendo aquí, en esta pequeña
242
ciudad, pero fue capaz de evadirnos. Bueno, hasta que aparecieron ustedes y lo hicieron
volar su tapadera.
—El imbécil secuestró a mi hermana pequeña. Por eso lo hemos estado
persiguiendo —gruñe Owen—. Y si hizo algo más que secuestrarla, va a desear que le
hubiéramos disparado cuando lo atrapamos.
—¿Todavía está vivo? —Aaron sisea—. ¡Mató a mi mejor amigo!
—Y será castigado severamente —dice Richard, asintiendo enfáticamente—.
Ahora vamos. Pueden hacer autostop con nosotros de vuelta a Goodland.
Me invade la aprensión por tener que estar a merced de otro grupo, pero tienen a
mi hermano con ellos y tienen un doctor. No tenemos más remedio que confiar en ellos.
Cuando salimos, encontramos al resto de nuestro grupo hablando con una de las
mujeres del grupo de Goodland. No hablamos mucho mientras todos encontramos sitio
en los distintos vehículos. Me separo de Kellen y acabo compartiendo un pequeño sedán
con Aaron en el asiento trasero y dos tipos calvos delante. Mientras nos alejamos, veo a
una mujer que ayuda a una joven de mi edad, visiblemente conmocionada, a subir a una
camioneta grande en la que Owen ya está al volante.
Espero que esta gente sea buena.
La vida de Jesse está en sus manos.
El viaje en auto hasta la ciudad de Goodland pasa borroso. El agotamiento y el
hambre se toman un respiro mientras la desesperación y el miedo por la vida de mi
hermano se apoderan de mí.
No puedo perderlo.
No puedo perder a Jesse.
Un sollozo me ahoga la garganta, pero consigo tragármelo. Aaron llora
abiertamente, sin vergüenza. Su dolor sale a borbotones mientras yo intento
desesperadamente que no se escape el mío.
Pasamos por un puesto de control vigilado que me recuerda a St. George. Los
curiosos guardias nos observan a través de las ventanillas mientras pasamos. Uno de
ellos nos hace un gesto con la cabeza, pero soy incapaz de devolvérselo.
Poco después de entrar en la pequeña ciudad y girar unas cuantas calles, el
conductor de nuestro vehículo entra a toda velocidad en el estacionamiento de un centro
médico. No es exactamente el hospital que imaginaba, pero algo es algo. Mucho más de
lo que teníamos sin la ayuda de estos desconocidos.
Antes de que consiga parar el auto, Aaron y yo ya estamos fuera de él, corriendo
hacia las puertas principales del edificio. Una mujer con bata azul nos detiene con las
manos levantadas.
243
—Oigan, bajen la velocidad. Sólo se permite entrar al personal autorizado.
El conductor de nuestro auto le planta un beso en la cara.
—No pasa nada, cariño. Están con el chico que acaban de traer. Se lo debemos a
esta gente por haber atrapado a Holt.
—¿Y Deedee? Carl, ¿dónde está Deedee? ¿Sigue viva?
—Dee está a salvo, Karen. Ahora está con sus abuelos y su hermano.
Karen deja escapar un suspiro.
—Gracias a Dios. Bien, vamos, ustedes dos. Los llevaré a una sala de espera.
—Quiero ver a Jesse —suelto—. Por favor.
Karen asiente.
—Lo sé, pero la Dra. B es estricta con su quirófano. Que sepas que tu hermano
está en buenas manos. Si alguien puede ayudarlo, es la doctora B. Es una cirujana de
Denver que estaba aquí visitando a su hermana cuando empezaron a ocurrir todas las
cosas terribles. Tenemos suerte de tenerla.
Sorprendido por la noticia, asiento y sigo a la enfermera al interior del edificio, con
Aaron pisándome los talones. Nos conduce a una pequeña sala con una máquina
expendedora y algunas sillas.
—Hay un cubo con dinero encima de la máquina —dice Karen, haciendo un
gesto—. Sírvanse algo de comer. Solo les pedimos que tomen un bocadillo y una bebida
por persona.
Niego con la cabeza. Ver una máquina expendedora que funciona y a la que no
tenemos que destrozar y robar es ciertamente surrealista a estas alturas. Karen le da otro
beso a Carl antes de dejarnos con él y el otro tipo.
Aaron se deja caer en una silla y entierra la cara entre las manos. Voy por bebidas
y aperitivos. Es surrealista estar aquí cuando ayer a estas horas estábamos en la calle.
Hasta ahora, todo aquí se siente normal, ajeno al drama que destruye el resto del mundo.
Consigo que Aaron coma algo. Para cuando engullo mi paquete de donas
espolvoreadas, aparece Kellen con el resto de nuestro grupo. Hope corre hacia Aaron y
se sienta a su lado, ofreciéndole suaves seguridades.
La mirada de Kellen se posa en mí, haciéndome un agujero. Levanto los ojos
cansados para mirarlo. La versión más oscura del humor de Kellen ha vuelto. La culpa
empaña su atractivo reflejo, tirando de las comisuras de sus labios hacia abajo y formando
una arruga entre sus cejas.
Necesito su consuelo ahora mismo.
Jesse casi muere. Todavía no está fuera de peligro. 244
Al principio, creo que Kellen va a mantener las distancias, prefiriendo rumiar en
lugar de consolarme, pero en el último segundo, su mirada se suaviza. En un par de
rápidas y largas zancadas, se desploma en la silla junto a mí y me atrae hacia él.
No lloro, ni me enfado, ni hago nada.
Lo único que hago es aspirar el olor familiar de Kellen, cerrar los ojos y rezar a
Dios para que mi hermano llegue al otro lado.
CAPÍTULO TREINTA Y
NUEVE
Kellen
Debería haber ido con ellos en lugar de dejar que Aaron tomara la iniciativa.
Tal vez si hubiera ido, Wayne seguiría vivo y Jesse no habría recibido un disparo. 245
Tal vez podría haber convencido a ese Holt.
Mis remordimientos van en aumento hasta que tengo la sensación de que van a
derrumbarse a mi alrededor junto con mi cordura.
Sabía que debía haber anulado la decisión de Aaron, pero no lo hice. Y ahora me
siento responsable de todo lo que ha pasado. Si Jesse muere, no creo que pueda volver
a mirar a Tyler a los ojos.
Una o dos horas después de nuestra llegada, una mujer con bata negra se acerca
a nosotros. Sonríe, dejando ver un pequeño hueco entre sus dos dientes delanteros. Esa
sonrisa tiene que ser una buena señal.
—Soy la doctora Bellafleur —dice la mujer con un ligero acento francés—. Pueden
llamarme Dra. B. Pude curar a Jesse.
Aaron emite un sonido estrangulado de alivio y Tyler da un puñetazo al aire. El
resto del grupo sonríe aliviado.
—Ustedes deben ser los hermanos —dice la Dra. B—. ¿Por qué no vienen ustedes
dos? El resto puede caminar una cuadra hacia el este hasta la iglesia. Pregunten por
Mary. Mi hermana dirige el refugio allí y les conseguirá un lugar donde quedarse.
Aaron y Tyler siguen al doctor. Los demás salimos. Mientras que el sol había
brillado antes, una espesa capa de nubes se ha desplazado por el cielo. Huelo a humo y
me pregunto qué parte de nuestra gran nación estará ardiendo esta vez. Lo que queda
de nuestro pequeño grupo cojea camino de la iglesia.
Mary, una mujer idéntica a la doctora B, con el mismo espacio entre los dientes y
los mismos ojos, nos saluda alegremente con el acento francés que también tiene su
hermana.
—Me he enterado de lo de su grupo —saluda Mary—. Siento mucho lo del tipo
que no sobrevivió. Holt será juzgado por su asesinato. No se preocupen.
Asentimos, demasiado cansados para decir mucho más.
—Vamos. —María nos hace un gesto para que la sigamos a la iglesia—. Déjenme
mostrarles el lugar.
La iglesia parece un lugar lleno de vida. Niños de distintas edades juegan en
pequeños grupos en el vestíbulo, donde se han instalado juegos y juguetes. Más allá del
vestíbulo hay una sala de reuniones de tamaño decente que parece haber sido utilizada
para cenas populares. Se ha convertido en una cafetería para los habitantes del refugio.
Mary saluda con la mano a una mujer canosa que barre los restos de la última comida.
Pasada la cafetería y a través de otro pasillo, encontramos el santuario. Quedan algunos
bancos cerca del púlpito, pero el resto han sido retirados y sustituidos por catres y
algunas zonas con cortinas.
—A las familias se les permite su propia 'habitación' para que tengan intimidad —
dice Mary con una sonrisa—. ¿Supongo que quieren estar todos juntos? Si no, hay
246
muchos catres aquí al aire libre, pero suelen reservarse para los rezagados que nos
encontramos.
—Permaneceremos juntos —acepto asintiendo—. Gracias.
Mary nos muestra uno de los lugares con cortinas.
—Hay duchas disponibles en el motel local, pero tendrán que hablarlo con Paula,
la que barría cuando llegamos, y ella los pondrá en el horario, además de repasar las
reglas.
—¿Reglas? —pregunta Hope con una mueca.
—Nada demasiado descabellado —dice Mary con una risita—. Cosas sencillas
como limpiar lo que ensucies, no volverte loco usando el champú comunitario y demás,
y oh, no tardar más del tiempo asignado.
—¿Qué pasa si te pasas? —pregunta Dan, con el cuerpo tenso—. ¿Cuál es el
castigo?
Mary nos estudia a cada uno durante un momento y luego su sonrisa vacila.
—Todos han pasado por mucho. Me doy cuenta. No serán castigados. Sólo se les
recordará. Si tardan mucho, Paula se asegurará de que la próxima vez les toque más
tarde. Y, si eres reincidente, te pondrá el último. El último en salir de la noche se encarga
de fregar la ducha y rellenar los productos comunitarios.
Me relajo sabiendo que no es nada terrible.
—¿Cómo hacemos para conseguir provisiones? —pregunto, bostezando—. No
tenemos de todo.
La sonrisa de Mary ha vuelto con fuerza.
—Los residentes de Goodland han ofrecido voluntariamente su tiempo para hacer
paquetes para cada visitante que se aloja aquí. Las han separado por tamaños. Haré que
les traigan mochilas a todos. Sólo tienen que rellenar el formulario de su catre y
entregárselo a Paula o a mí. —Me da un apretón en el brazo—. ¿Por qué no se acomodan
todos y ya veremos cómo los organizamos?

Aaron y Tyler se perdieron la cena, aunque Mary me asegura que su hermana se


está asegurando de que les den de comer en el hospital. Los demás devoramos el
estofado enlatado y el pan recién horneado como si no hubiéramos comido en años.
Varios niños pequeños se ríen de nuestro entusiasmo por la cena blanda. Después, nos
duchamos por turnos. Ahora que estoy limpio y sentado en mi catre, el cansancio se
apodera de mí.
Hope me ve cabecear y sonríe.
—Duérmete, viejo.
247
—¿Viejo? —pregunto, levantando una ceja.
Se encoge de hombros.
—Me recuerda a mi padre. Podía dormir la siesta sentado. Volvía loca a mi madre.
—Sus ojos se llenan de lágrimas y esboza una sonrisa—. Los echo de menos.
—¿Dónde estab...
—Tenían una casa en Oakland. Es imposible que hubieran sobrevivido al tsunami
y a la inundación.
El dolor grabado en su bonita cara me revuelve las entrañas. Durante todo este
tiempo que he viajado con ella y con los demás nunca se me ocurrió preguntarle si tenía
familia a la que pudiera acudir o a la que pudiera haber perdido. Nunca habló de ello
hasta ahora y, desde luego, nunca le pregunté.
Vaya líder estás hecho, hombre.
—Lo siento —murmuro.
Por suerte, Mary nos evita más conversaciones incómodas. Ella y algunos
voluntarios distribuyen nuestras mochilas. Nos aseguramos de rellenar también los
formularios para Tyler y sus hermanos.
—Esto de aquí es para Pretzel —dice Mary, entregándole a Hailey una pequeña
mochila infantil—. No podemos olvidarnos de esa preciosidad.
La cara de Hailey se ilumina al aceptar la pequeña mochila. Una de las voluntarias,
una chica más o menos de su edad, le sonríe y saluda con la mano como si estuviera
contenta de tener una nueva amiga en potencia.
Una vez que Mary y sus ayudantes se han ido, todos nos ponemos a rebuscar en
nuestras mochilas. En mi mochila, descubro un par de vaqueros, dos camisetas, dos
pares de calzoncillos, tres pares de calcetines, una sudadera, un par de zapatillas de
deporte y una botella de agua de acero en el fondo. También encuentro una pastilla de
jabón sin abrir, un tubo pequeño de pasta de dientes, unos palillos de hilo dental, un
peine, un desodorante en barra y un paquete de dos cepillos de dientes. Como material
de lectura, han incluido una Biblia y un folleto sobre el Apocalipsis, lo que se siente muy
apropiado, ya que estamos viviendo el final de los tiempos. En un pequeño bolsillo
delantero, encuentro una pequeña linterna, un bote de ibuprofeno, un puñado de tiritas,
toallitas con alcohol y desinfectante de manos. En los bolsillos laterales hay tres barritas
de cereales, dos paquetes de mezcla de frutos secos, varios palitos de cecina, una botella
de agua de plástico, un paquete de chicles y un paquete de Skittles.
Estoy impresionado por su consideración y generosidad.
Hope se ríe y levanto la vista a tiempo para verla agitando una caja de tampones
hacia Hailey, que suelta una risita. Pretzel agita alegremente su nuevo juguete. El
contenido de la mochila del perro es una bolsa Ziplock con comida para perros, una 248
botella de agua, dos pequeños cuencos plegables, el juguete que está destrozando y una
bolsa de golosinas.
Siento la tentación de rebuscar en la mochila de Tyler, que está en el catre junto
al mío, para ver si tiene las mismas cosas que yo, pero consigo abstenerme de hacerlo.
Tomo mi mochila y me dirijo al baño de la iglesia para ponerme ropa limpia. Una
vez me he puesto algo que no huele tan mal, me aplico el nuevo desodorante y me lavo
los dientes antes de volver a nuestra zona.
—...va a estar bien —dice una voz profunda, el alivio inunda sus palabras—.
Tenemos mucha suerte de que nos hayan traído aquí.
Reconozco la voz como Aaron. Efectivamente, cuando entro en nuestra zona con
cortinas, lo encuentro a él y a Tyler de pie en medio de la sala con el resto del grupo
como público cautivo.
—¿Está despierto? ¿Cómo se siente? —Suelto desde detrás de Tyler y Aaron.
Tyler se da la vuelta y una sonrisa se dibuja en sus labios.
—Está sedado y malhumorado, pero está vivo, que es lo único que importa. La
Dra. B cree que podrá reunirse con nosotros en uno o dos días.
—Es una gran noticia. —Hago un gesto hacia su catre—. Le dieron a cada uno su
propio paquete de provisiones. Creo que te gustará que hayan incluido desodorante en
el mío.
Tyler se ríe.
—Qué delicia no tener que oler tu orina para variar.
Le doy la espalda.
—Los dos tienen que ducharse.
—Ya estoy en ello —dice Aaron, levantando la mano donde hay escrito un
número—. Una señora llamada Paula nos persiguió con su portapapeles.
Por mucho que quiera quedarme despierto y hablar con todo el mundo, apenas
puedo mantener los ojos abiertos. Le doy un rápido beso en los labios a Tyler antes de
que se vaya a ducharse. Pero cuando me tumbo en el catre y me cubro la cabeza con la
manta para tapar el ruido, siento como si me hubieran inyectado cafeína en el cerebro.
El sueño se me escapa mientras mi mente se acelera.
Este lugar es seguro.
Cálido, reconfortante, acogedor.
La gente de Goodland nos recibió con los brazos abiertos. Sería estúpido irnos
como lo hicimos de St. George.
Entonces, ¿por qué sigo sintiendo la necesidad de salir a la carretera? 249
Knox.
Tengo que encontrar a mi hermano y ponerme en contacto con mi familia. Si no,
me volveré loco preocupándome por él.
El tiempo se siente como si pasara. Cada segundo es más rápido que el anterior.
El corazón me palpita dolorosamente en el pecho y la sangre me corre por los oídos. La
ansiedad sacude cada nervio de mi cuerpo y agria el guiso de mi estómago.
Estoy tan cerca que prácticamente puedo sentir la presencia de mi hermano. Está
vivo. Sé que lo está. Siento que, si no lo estuviera, de algún modo lo sabría a nivel celular.
Si está vivo y por ahí, tengo que llegar a él.
Solo.
La idea me produce un escalofrío. Abandonar el grupo, especialmente a Tyler,
después de todo lo que hemos pasado, me pone enfermo. Ya lo intenté una vez y no me
dejaron.
Esta vez es diferente.
Perdimos gente por mi culpa. Hubo heridos por mi culpa. No puedo prometer lo
que nos espera de aquí a Ransom, pero sí lo que nos espera aquí.
Buena gente. Duchas. Comida. Seguridad. Atención médica.
Tyler y los demás tienen que quedarse aquí. Es su mejor oportunidad en este
momento. Probar suerte de nuevo, como grupo, es un suicidio. Al menos si me matan en
el camino, no tendré a nadie a quien culpar excepto a mí mismo. La culpa no me comerá
vivo cada segundo de cada día como lo hace ahora.
Podría irme ahora mismo, esta noche, pero no puedo arriesgarme a que Tyler
reaccione. Haría algo estúpido como ir tras de mí, dejando atrás a su hermanito sanando.
No puedo ser responsable de eso.
No, tengo que ser inteligente con esto.
Esperaré hasta que Jesse esté de vuelta y el grupo esté completo. Entonces le
dejaré una carta a Tyler explicándole mi misión y por qué no puede venir conmigo.
¿Me perdonará alguna vez?
¿Lo volveré a ver?
Si es seguro, tal vez podría volver por ellos. Eso es un gran tal vez, sin embargo.
Viajar es muy traicionero. No puedo hacer promesas, ni siquiera a mí mismo.
No, esto es un adiós.
Se me hace un nudo en la garganta y se me llenan los ojos de lágrimas. Podría
quedarme. Podría intentar olvidarme de Knox e intentar hacer una vida aquí con esta
gente, con Tyler.
250
Casi me burlo de la idea de olvidar a mi hermano. No pasa un solo día sin que no
piense en él o sin que me avergüence de haberlo dejado solo en Texas con el imbécil de
nuestro padre. Nunca podré olvidarlo. Siempre me lo preguntaré. Y si no lo busco y Knox
está vivo, pensará que estoy muerto. Eso también hace que me duela el pecho.
Aquí sólo hay una respuesta.
Tengo que irme.
Tyler eventualmente superará mi partida. Tiene que hacerlo. Es la única manera,
aunque rompa dos corazones en el proceso. No hay lugar en este mundo para el amor.
Familia y supervivencia.
Aquí, Tyler tendrá ambas cosas, y es el mejor regalo que podría hacerle.
CAPÍTULO CUARENTA
Tyler
Pasa una semana sin incidentes, que son prácticamente unas vacaciones para
nuestro grupo. Jesse pudo unirse a nosotros hace unos días. Odia que lo hagan
descansar y no se queda en el suelo mucho tiempo. Como ahora. Su catre está vacío y
sus zapatos no están.
—¿Dónde está Jesse? —le pregunto a Aaron mientras me acomodo en la silla a
su lado para desayunar—. Se había ido cuando me levanté.
251
Aaron echa un vistazo al reloj de pared y se ríe.
—Todos se habían ido cuando te levantaste.
—En serio, ¿dónde está ese chico?
—Seguro que está con Hailey —dice Hope desde el otro lado de Aaron—. Se
supone que los dos tenemos que ver a la Dra. B hoy. —Hope levanta su brazo vendado—
. Probablemente me pondrán una escayola dura.
La Dra. B está bastante segura de que Hope se fracturó el brazo cuando nos
arrastró la riada. Sin embargo, sin nadie cualificado para trabajar con la máquina de rayos
X, la Dr. B quería vigilar la hinchazón antes de poner una escayola para ver si era
necesario operar primero.
—Dile que descanse, por favor —refunfuño mientras ella se levanta.
—Está bien, papá —bromea Hope. Se inclina para besar a Aaron en los labios y
luego se aleja.
Mi hermano se queda mirándola, con una expresión estúpida en la cara.
—Estás enamorado —le digo, dándole un codazo antes de inhalar una de mis
tortitas—. Tan lindo.
Aaron resopla.
—Puedo asegurarte qué no hubo nada lindo en lo que hicimos anoche en mi catre.
Casi me atraganto con la comida.
—¡¿Ustedes dos tuvieron sexo con el resto de nosotros durmiendo ahí?!
—Como dijiste, estamos enamorados. —Me sonríe y me guiña un ojo—. Eso
significa que aprovechamos todas las oportunidades que se nos presentan.
Me divierten sus palabras, pero no puedo evitar sentir una punzada al pensar en
Kellen. Ha estado... algo raro esta semana. Casi como si estuviera deprimido o
profundamente triste. No sé muy bien por qué. Y aunque nos hemos besado, abrazado y
tomado de la mano, no hemos tenido tiempo ni oportunidad de ponernos cachondos.
Empiezo a preguntarme si eso es a propósito. Plan de Kellen.
No me había dado cuenta de que esto era un problema hasta ahora.
Definitivamente le pasa algo.
—¿Vas a ir al juicio después de esto? —Aaron pregunta—. Hope y Jesse no
podrán ir. Hailey y Pretzel estarán donde esté Jesse. Dan y yo estaremos allí, sin embargo.
—¿Y Kellen?
—Supongo que sí. Quiere que ese bastardo pague tanto como nosotros.
—¿Lo has visto esta mañana?
252
—Se levantó temprano. Habló con Dan y bebieron café antes de que saliera el sol.
Están por aquí en alguna parte.
Una sensación de inquietud se instala en mis entrañas.
Algo va mal. Puedo sentirlo.

—Declaramos al acusado culpable —dice un hombre corpulento con bigote,


mirando a Holt—. De todos los cargos.
La sala improvisada, el gimnasio del instituto, se llena de vítores. Este tipo Holt
realmente aterrorizó a los ciudadanos de aquí. Pero nos robó a nosotros. Wayne era un
buen hombre y alguien que cuidó de Aaron cuando nosotros no podíamos. Todos
extrañaremos al grandote.
—Silencio —dice el juez designado por la ciudad, el Sr. Cameron, golpeando el
podio con el puño—. Gracias, jurado.
Todo el mundo guarda silencio mientras esperamos la sentencia. Nos enteramos
de que tienen una pequeña cárcel en la comisaría del pueblo, pero es más bien para
delincuentes de poca monta. Los grandes delitos, como el secuestro y el asesinato,
merecen una sentencia más severa que el tiempo pasado en la cárcel. Al menos, aquí en
Goodland, es así.
—De acuerdo con la Ley Temporal de Goodland que está en vigor hasta que el
gobierno proporcione ayuda o se haga cargo, Holt Mayes, serás sentenciado a morir en
la horca —grita el Sr. Cameron—. Con efecto inmediato.
Contemplo con enfermizo placer cómo dos policías uniformados levantan a Holt
esposado y lo llevan afuera. Todo el mundo se agolpa para ver su castigo. Al menos
Wayne tendrá algo de justicia por su brutal asesinato.
Una vez que todo el mundo se agolpa en torno al toscamente erigido escenario de
madera en el patio de la escuela, esperamos lo que sucede a continuación. Había llegado
lo bastante pronto, en mi infructuosa búsqueda de Kellen, para descubrir que Dan era
uno de los hombres que ayudaban a construir la estructura en previsión de este mismo
acontecimiento. Un único y grueso lazo cuelga de una larga viga que atraviesa la parte
superior de la plataforma, balanceándose sobre un taburete situado justo debajo.
—¡Asesino! —grita una mujer—. ¡Desháganse de él!
Otro policía se une a los dos que sujetan a Holt. Lo ayudan a subir al taburete. El
nuevo agente utiliza su propio taburete para subirse y colocar la soga alrededor del cuello
de Holt. Holt gime y suplica, pero cae en oídos sordos.
El tercer agente se baja de su taburete y se aleja mientras los demás levantan el
cuello para mirar al agresor.
253
Las manos de Holt permanecen atadas por las esposas a la espalda. Se pone de
puntillas, haciendo que el taburete se tambalee de un lado a otro.
—¿Algunas últimas palabras? —pregunta el Sr. Cameron mientras se acerca al
criminal—. ¿Una disculpa a los amigos del hombre que asesinaste?
Holt sisea algo grosero e ininteligible. El Sr. Cameron sacude la cabeza con
disgusto.
—Oficial Dryer. Puede llevar a cabo el castigo ahora.
Dryer asiente y se acerca al taburete. Luego, sin fanfarria, le da una fuerte patada
que lo lanza a toda velocidad por el escenario. Holt cae, con los pies calzados pateando
el aire a sólo medio metro por encima de la plataforma de madera. Su rostro pasa
rápidamente del rojo al morado mientras gorgotea y jadea en busca de un aire que no
llega. El público guarda silencio mientras vemos cómo se le escapa la vida.
Al cabo de poco tiempo, deja de luchar. Entonces su balanceo y giro se ralentiza
hasta detenerse. Esperaba más pelea, pero fue una muerte rápida. Tan satisfactorio como
fue ver a Holt ser castigado por matar a Wayne e intentar matar a Jesse, no cambia el
hecho de que Wayne se ha ido para siempre.
Pasan quince minutos más y el Sr. Cameron hace señas a un hombre para que se
acerque. El hombre arrastra un taburete hasta el cadáver, se sube y comprueba si tiene
pulso. Mira el reloj y anuncia la hora de la muerte. Una vez confirmada la muerte, un
policía lo sustituye con un gran cuchillo de sierra. El policía corta la cuerda y el cuerpo
sin vida de Holt cae a la plataforma como un saco de patatas.
No hay movimiento.
Sigue muerto.
Escudriño a la multitud, buscando a Kellen, pero no lo veo. Tal vez no haya podido
asistir a esta ejecución pública. Me apresuro a volver a la iglesia para ver si ha ido allí.
Paula me detiene una vez dentro para ponerme en la lista de la ducha. Después
de garabatearme el número en la mano, me deja continuar mi búsqueda de Kellen.
Segundos después, atravieso la cortina de nuestra zona, esperando verlo acostado en su
catre.
Su catre está vacío.
Todas sus cosas también han desaparecido.
Mi estómago se retuerce violentamente. ¿Dónde están sus cosas? Sobre mi catre
hay una hoja de cuaderno doblada. Se me escapa toda la sangre cuando me siento a
leerlo.
Tyler,
Tuve que irme.
Las lágrimas me nublan la vista después de leer esas palabras. ¿Tenía que irse?
254
¿Está loco? Me limpio la humedad que gotea de mis ojos y vuelvo a la lectura, ansioso
de respuestas.
Todos sabemos que debería haber hecho esto en St. George. Pero no podía
decirles que no a todos, porque en el fondo los necesitaba a todos conmigo, e hice
que mataran a gente. Los asesinaron, Ty. Si no fuera por mí y mi desesperada
necesidad de llegar a Knox, Wayne aún estaría vivo.
Lanzo un bufido de burla. Está loco. Ha perdido la cabeza.
Como resultado de mis acciones, de mi egoísmo, perdimos nuestro vehículo,
las provisiones y todos resultaron heridos. Luego, cuando tomé de ese edificio
donde se escondían los niños, arriesgué sus vidas una vez más. Y, finalmente,
cuando retrocedí por miedo a estropear las cosas, volví a elegir mal. Wayne fue
disparado y asesinado. Jesse casi muere también. Si no fuera por el milagro de
Goodland y la gente acogedora de aquí, lo habríamos perdido. Eso es culpa mía.
¿Eso es culpa suya? Increíble. Está delirando.
Lo siento, pero tengo que ir a buscar a Knox por mi cuenta. Todos ustedes
están a salvo en Goodland. Hay comida, seguridad, refugio, atención médica y
buena gente. No puedo arriesgar más vidas por mi agenda personal.
Sé que te molestará que no me haya despedido, pero no podía soportar ver
el dolor en tus ojos. Tú, Tyler, has sido un maravilloso punto brillante en este mundo
ahora oscuro. Aprecio cada momento que pasamos juntos. Si las cosas hubieran
sido diferentes, me gustaría pensar que podríamos haber hecho una buena vida
juntos.
Se me escapa un sollozo y aprieto la carta con rabia. Las lágrimas resbalan por
mis mejillas mientras me esfuerzo por respirar. Es como si estuviera en la horca, porque
no puedo aspirar suficiente oxígeno y me siento morir. Lentamente, inspiro aire en mis
pulmones y me dispongo a enderezar la carta para poder terminarla.
Quizá cuando encuentre a mi hermano, pueda volver. Es un gran tal vez, sin
embargo. Ambos sabemos que este mundo es demasiado peligroso para hacer
planes a largo plazo. Probablemente sería mejor para ambos si pudieras olvidar que
existo.
Pero yo nunca te olvidaré.
Incapaz de seguir leyendo, vuelvo a arrugar la carta en mi puño. Suenan unos
sollozos fuertes y terribles. Giro la cabeza y me seco los ojos contra el hombro antes de
volver a abrir desesperadamente la carta.
Te amé, Tyler. De alguna manera, aunque en poco tiempo, me enamoré de un
joven valiente, guapo y fuerte de la mitad de mi edad. No tenía por qué estar con
alguien tan fuera de mi alcance. Fue fantástico mientras duró. Gracias por eso.
Sé que te preguntas por qué he puesto amé, en pasado. Porque cuando 255
termine esta carta y te abandone sin una despedida adecuada, no será justo seguir
amándote. La única manera de seguir adelante en mi viaje es apartarte de mi
corazón y de mi mente.
De verdad, siento que haya tenido que acabar así. Eres un buen hombre y no
te lo mereces.
Por favor, no vengas por mí. Sé que ya estás reuniendo al equipo y haciendo
un plan. Te ruego que no lo hagas. Jesse no está en condiciones de viajar. Tampoco
Hope. Hailey y Dan necesitan un hogar. No pertenecen a la carretera. Y tú, Tyler,
puedes hacer mucho para contribuir a una comunidad como Goodland. Naciste para
esto.
Es una tragedia tener que dejarte, pero tengo plena confianza en que te dejo
en buenas manos. Goodland cuidará de ti. Déjalos.
Un día, en un futuro cercano, me despertaré y me daré cuenta de que dejé mi
corazón contigo. Sé que va a doler más de lo que puedo imaginar. Me ahogaré en
mis remordimientos y me mereceré cada gramo de ese dolor. Sólo espero que no
te duela por mí.
Sácame de tu mente.
Olvídate de nosotros.
Cuida de nuestra gente.
X a tu O,
Kell

Los siguientes minutos son una locura de lágrimas, de meter cosas en mi mochila
y de maldecir a ese estúpido. ¿Cree que puedo quedarme aquí sentado mientras él se
aventura solo en territorio peligroso? No puede ser. Morirá ahí afuera él solo. Este mundo
está demasiado jodido como para ir sin nadie que te cubra las espaldas. Podría pasar
cualquier cosa. Ni siquiera puedo empezar a pensar en ello o voy a vomitar.
Una mano firme me agarra el hombro y me la quito de encima.
—Tyler —dice Aaron—. Cálmate. ¿Qué está pasando?
Me tiembla el labio inferior mientras le empujo la carta arrugada.
—Me dejó.
Aaron frunce las cejas.
—¿Kellen se fue?
Me echo la mochila al hombro y espero impaciente a que hojee la carta. Cuando
termina, aprieta los dientes y me mira con el ceño fruncido.
—Tengo que ir tras él —le digo con voz temblorosa. 256
Asiente.
—Todos lo haremos.
Kellen tiene razón. No es seguro que Hope o Jesse viajen. Pero no tenemos otra
opción. Es parte de nuestro grupo y ahora se ha ido. Completamente solo. Nadie querrá
quedarse sentado preguntándose qué le ha pasado, si está muerto, vivo o herido.
Te aseguro que yo no puedo esperar ni un segundo más.
CAPÍTULO CUARENTA Y
UNO
Kellen
En un mundo perfecto, podría ir en auto de Goodland a Ransom en poco más de
dos horas. En bicicleta, podría llegar en once horas. Sin embargo, viajando a pie y con
peligros imprevistos a cada paso, el tiempo estimado de caminata de más de cincuenta
257
horas será más bien de sesenta o setenta.
Algo menos de tres días.
Puedo hacerlo.
De un modo u otro, llegaré a mi destino en Kansas y conoceré el destino de mi
hermano. He llegado hasta aquí, así que no puedo permitirme no llegar hasta el final.
¿Qué dirá papá cuando llegue?
¿Me encontraré con su hostilidad habitual?
¿Y si nunca llegaron?
Dejo de pensar en mi familia cuando otra fuerte ráfaga de aire casi me hace caer
de trasero. Es como si la I-70 fuera el interior de una pajita y alguien poderoso y súper
molesto estuviera en el otro extremo, intentando como loco soplarme hasta ayer.
Al menos el aire es cálido.
Pequeña victoria.
Sin embargo, el frío a mis espaldas y el calor delante me tienen preocupado por
otro tipo de problema meteorológico.
Tornados.
Un auto, al otro lado de la interestatal, circula lentamente entre autos destrozados
y escombros. La mayoría de las carreteras que hemos encontrado hasta ahora están
bloqueadas, dañadas, han desaparecido por completo o están vigiladas por gente
desagradable.
Sigo manteniendo la esperanza de llegar a una zona de civilización que haya
recibido ayuda militar o de alguna otra agencia gubernamental. Pero con cada auto
abandonado y cada edificio saqueado que encuentro, esa esperanza disminuye más y
más.
Los Estados Unidos tal y como los conocía han desaparecido.
Supongo que también es así en el resto del mundo.
Gerty, el asteroide que causó todo esto hace décadas y décadas cuando se
estrelló contra nuestra luna, es responsable de la ruina definitiva de la humanidad.
Me estremezco ante los oscuros pensamientos. Aparte de mis viajes de
culpabilidad, mis pensamientos nunca se adentraban demasiado en el abismo cuando
estaba con Tyler.
Era un bote salvavidas.
Uno que necesitaba desesperadamente.
Me he aferrado a él desde aquel fatídico día en que la ola de furia devoró la ciudad
de mi hogar. Ahora es el momento de nadar por mi cuenta. No puedo dejar que los
pensamientos miserables me consuman. Me ahogaré y he llegado demasiado lejos para
258
hacerlo.
Las horas pasan terriblemente lentas. Estoy agradecido por mis nuevas zapatillas
gracias a la gente de Goodland. Me quedan perfectas y no me hacen ampollas como las
botas. Sin embargo, las he atado a la parte trasera de mi mochila, porque si me encuentro
con cualquier otro terreno aparte del asfalto, las voy a necesitar.
Las imágenes de la sonrisa sexy de Tyler siguen apareciendo en mi mente. Es una
tortura y me cuesta un gran esfuerzo apartarlas. Concéntrate en el camino. Mantén el
rumbo.
Viajo por la interestatal hasta que se hace de noche. Necesito buscar refugio para
pasar la noche, descansar y reagruparme para otro par de días de viaje. Sería estupendo
que alguno de los autos con los que me cruzo funcionara. Pero no es mi suerte.
Mi mente vuelve al pasado, pero esta vez muy atrás.

—¡Soy un vaquero como papá! —dice Knox, corriendo por el salón,


completamente ajeno a la tensión que lo rodea—. ¡Piu! ¡Piu! ¡Piu!
La mirada de papá no se aparta de mí y no le sigue el juego a su hijo de cinco
años. Me abstengo de mirar a mi padre a los ojos, dirijo mi atención a Knox y finjo
sujetarme el pecho por el dolor.
—Me has dado —ahogo juguetonamente—. Estoy muerto.
Se ríe antes de correr hacia las ventanas por enésima vez para ver si ya casi ha
anochecido. Le prometí que lo llevaría a pedir caramelos, ya que papá no quiere y mamá
está en la cama con migraña, pero no hasta que se ponga el sol.
—Kellen.
El tono de voz de papá destila ira. No sólo estoy lidiando con mi sexualidad, sino
que también tengo que hacerle entender a mi padre que no quiero dedicarme a esto de
la ganadería. No soy yo. He dedicado mi tiempo, pero ya soy casi un adulto. Es hora de
empezar a actuar como tal y seguir mi propio camino. Mamá cree que lo entenderá si le
doy un poco de tiempo para aclimatarse. A veces pienso que es un poco ilusa en lo que
respecta a ese hombre, porque él se ha aferrado a su forma de ser, y el resto de nosotros
no.
—Papá —digo con un pequeño suspiro—. ¿Podemos hablar de esto mañana?
No tengo que mirarlo para saber que está rechinando los dientes. Puedo oír el
sonido inconfundible de esmalte contra esmalte que no deja de erizarme la piel de
preocupación. Está molesto y, cuando lo está, nunca sabes si recibirás el dorso de su
mano o el ardiente aguijonazo de su cinturón de cuero. Mamá interfiere cuando puede,
pero no siempre tiene éxito, ni siempre está cerca. 259
Knox vuelve a interrumpir, esta vez con un lazo que lanza con pericia por encima
de mi cabeza. Consigo agarrarlo antes de que me ate como a un ternero. Efectivamente,
tira de la cuerda y ésta se tensa alrededor de mi maldito cuello como una soga.
—Basta —le ladra papá a Knox mientras yo tiro rápidamente de la cuerda—. Estás
a punto de que te manden a la cama en vez de irte con tu hermano.
Escarmentado y con lágrimas en los ojos, Knox suelta la cuerda y sale corriendo
de la habitación. Lucha por evitar que el cinturón de plástico de la funda se deslice por
su cintura mientras sale de aquí. Aunque me siento aliviado de que haya salido de aquí
antes de enfadar a papá, me eriza la piel ver que mi padre me dedica toda su atención.
—Te necesito aquí en esta granja. Con tu familia —dice papá con frialdad—. Es
donde perteneces. Donde pertenecen los hombres de verdad.
La última parte me escuece, pero la primera parte de sus palabras aún no me ha
dejado en paz. ¿Está bromeando? No somos familia. Knox y yo somos herederos del
imperio que papá ha creado. Quiere que nos hagamos cargo algún día no porque nos
ame. No, papá sólo quiere que su legado continúe.
Odio este lugar.
El sentimiento de culpa se apodera de mí y me hace sentir aceitoso y asqueroso.
Sólo quiero largarme de aquí esta noche y pasar el rato pidiendo caramelos con mi
hermano pequeño. ¿Por qué todo tiene que ser tan importante con papá? ¿No podemos
tener una noche libre de este constante bombardeo de interrogatorios? Mamá intenta
defenderlo, diciendo que sólo es duro por fuera, pero blando por dentro. Nunca he visto
un poco de suavidad en ese hombre. Jamás.
—Sí, claro —murmuro, desinflándome ante la derrota que me invade—. Tienes
razón.
No lo es, pero diré lo que sea para librarme de su presencia ahora mismo.
—Eso es lo que pensaba.
Con esas palabras, papá se pone en pie, llama a Knox para que se prepare y
desaparece por la puerta trasera.
El alivio que me inunda es breve.
Segundos después, el vaquero Knox vuelve a la carga y me amenaza con
dispararme en las bolas si no me muevo.
Resoplo divertido.
Y entonces me pongo en marcha porque no me extrañaría que el imbécil intentara
hacer precisamente eso.
Me gustan mis bolas, muchas gracias.
260
La sonrisa de mi persistente recuerdo se me borra literalmente de la cara. Un
destello de dolor en el puente de la nariz me marea, me hace tropezar y caer de rodillas
con un gruñido.
Una señal de stop.
El viento casi me noquea con una estúpida señal de stop que sigue dando tumbos
por el aire en un viaje para acabar con su próxima víctima desprevenida.
Me froto la nariz para asegurarme de que no la tengo rota. Por suerte, no sangra.
Quería mantener mi ropa libre de suciedad y sangre el mayor tiempo posible, al menos
hasta Ransom.
Mientras me repongo, escudriño mi entorno, por el que había estado pasando sin
rumbo mientras me perdía en la memoria.
Nada en este tramo de la interestatal.
Tierra desolada. Vehículos abandonados. Escombros aleatorios.
Necesito encontrar un lugar para descansar. El viento ha arreciado, lo que es
preocupante. Además, se han formado oscuras nubes de tormenta con el viento feroz.
Más adelante, veo un pequeño puente situado sobre la interestatal. No es el mejor refugio,
pero servirá.
Empieza a llover a cántaros, así que corro a toda velocidad. Mi estómago refunfuña
airadamente, dispuesto a comer, pero lo ignoro en mi empeño.
Bajo el puente, me tocó la lotería. Alguien ha abandonado un monovolumen debajo
y parece un lugar tan bueno como cualquier otro para pasar la noche. Rebusco en mi
mochila para recuperar la linterna y compruebo cuidadosamente las ventanillas para
asegurarme de que no me llevaré ninguna sorpresa.
Aparte de unas cuantas patatas fritas rancias aplastadas en la alfombra cerca del
asiento del auto que está atado y basura de comida rápida tirada por la furgoneta, es
seguro. Cerrado, pero seguro. Localizo una piedra y reviento la ventanilla delantera para
poder abrir el vehículo.
Una vez desbloqueado, abro el portón trasero. El viento azota el vehículo, robando
la basura del interior de la furgoneta y llevándosela de viaje por la interestatal. Tardo un
minuto en tantear los seguros de los asientos hasta que descubro cómo empujar los
traseros hacia delante, lo que me deja un espacio decente para tumbarme. Me meto en
la furgoneta y cierro la escotilla.
El quejido del viento es el único sonido.
Envejece rápidamente.
Al menos, cuando caminaba, tenía el relajante sonido de mis zapatos golpeando el 261
pavimento. Ahora mismo me siento como si me hubiera encerrado en una tumba
silenciosa a la que le faltan segundos para quedar sepultada por una tormenta de arena.
No viene arena.
La lluvia, sin embargo, decide caer a cántaros. Agradezco, una vez más, haber
seguido mi instinto y haber encontrado este lugar. Si hubiera intentado continuar y me
hubiera empapado, me habría enfadado conmigo mismo.
Rebusco en la mochila hasta que encuentro la cena. Palitos de cecina y Skittles.
Con un gruñido de desagrado, me trago rápidamente la comida y luego busco mi
sudadera. La doblo en un cuadrado para usarla de almohada. Una vez que tengo la
cabeza apoyada en ella y estoy todo lo estirado que se puede estar en la parte trasera de
un monovolumen, intento desconectar la mente para poder dormir.
Los pensamientos sobre Tyler vuelven contra mi voluntad.
—Basta —me reprendo—. Deja de pensar en él.
La parte de mí con la que aparentemente estoy hablando no responde. Gracias a
Dios por los pequeños milagros. Apenas llevo un día solo y ya me estoy volviendo loco.
Aprieto los ojos e intento concentrarme en la granja del tío Mason y la tía Beth.
Siempre fue un lugar muy luminoso en mis recuerdos.
Mi tía hacía la mejor limonada. Una vez le pregunté cuál era su secreto y se rió
diciendo:
—Crystal Lite. De niña, creía que era una mujer, una mujer mágica. Nunca sumé
dos más dos hasta que fui a hacer la compra por mi cuenta por primera vez cuando me
había mudado. Allí, entre las bebidas energéticas, Gatorade y Kool-Aid, estaba Crystal
Lite. Me reí a carcajadas, para disgusto de una mujer que compraba cerca.
Espero que mis tíos estén bien. Ellos, al igual que mi familia inmediata, siempre se
preparaban para lo peor. Sé que si consigo llegar hasta ellos -y ver a Knox- todo irá bien.
Sobreviviremos hasta que la ira de Gerty, el asteroide, acabe con nuestro planeta de una
vez por todas.
De nuevo, mi mente vuelve a Tyler. Se me forma un dolor en el pecho y por más
que me froto el lugar sobre el corazón, no desaparece. Escribirle esa carta fue más que
difícil. Decirle adiós se sentía tan... mal.
Me limpio una estúpida lágrima que se me escapa del ojo mientras miro fijamente
el techo oscuro de la furgoneta. El ligero olor a comida rápida grasienta me revuelve el
estómago.
Lo extraño.
Dios, cómo lo extraño.
¿Estaba destrozado al leer la carta?
Claro que sí. Me dio mucha pena escribirla. Casi puedo ver su cara de dolor al leer
262
mis palabras.
Le dije que lo amaba.
Tiempo pasado.
Era mentira porque lo amo.
Tiempo presente.
Siempre le amaré. Despertó partes de mí que no sabía que existían. De alguna
manera, el repartidor de comida se abrió camino dentro de mi corazón y acampó.
Me pellizco el puente de la nariz y luego hago una mueca de dolor, recordando el
golpe en la cara que me he dado antes. Se me escapan más lágrimas y culpo a la estúpida
señal de haberme hecho daño.
Fuiste tú quien se hizo daño, estúpido.
¡Vuelve!
Me siento y contemplo la posibilidad de hacerlo. Quizá no sea demasiado tarde.
Quizá pueda encontrar a Tyler, tomarlo en brazos y rogarle que me lleve de vuelta. Todo
este viaje es estúpido. Sí, quiero ver a mi hermano, pero lo más probable es que aparezca
en una granja destruida y sin gente. Una angustia tras otra. Todo será en vano.
Los faros me iluminan de repente a través de las ventanillas. Me tiro de nuevo al
suelo del vehículo, maldiciéndome en silencio por haberme sentado en primer lugar. Para
empezar, la carretera no es segura, pero de noche te buscas problemas estando aquí
solo.
Debería escabullirme de aquí mientras pueda.
¿Y si el viajero se detiene para llevarse mis provisiones?
Antes de que pueda localizar mis zapatos para ponérmelos, las luces se cortan de
repente. Me quedo helado, con el corazón latiéndome rápidamente en la garganta, y me
pregunto qué podría usar como arma. Lástima que los de Goodland no incluyeran una
Glock en las mochilas de bienvenida a los huéspedes.
Levanto la cabeza lo suficiente para asomarme por las ventanillas y buscar al
recién llegado. Como está lloviendo a cántaros, está muy oscuro y apenas puedo ver más
allá de la furgoneta. Rápidamente, meto la sudadera en la mochila y me calzo las zapatillas
de deporte. Una vez me he puesto la mochila, respiro hondo y agarro el asa interior de la
escotilla.
Voy a tener que salir corriendo.
La lluvia ahoga el chasquido audible de la manilla. Lentamente, levanto la trampilla
y me abalanzo sobre el asfalto, con los guijarros crujiendo bajo los pies. Sin preámbulos,
salgo corriendo en dirección opuesta a mi acosador.
Alguien grita desde la oscuridad detrás de mí. Masculino. Enojado. Y ahora me 263
persigue desde que revelé mi ubicación. Esperando contra toda esperanza que no tenga
un arma, ignoro sus gritos y corro hacia la seguridad del aguacero.
Si puedo llegar hasta allí, confío en poder perderlo.
Me empaparé, pero al menos seguiré teniendo mi mochila.
Detrás de mí, los pasos son cada vez más fuertes y cercanos. Aprieto los dientes,
aguanto y corro con más fuerza, mis largas piernas devorando la distancia que me separa
de la lluvia que me salva.
La fría cortina de agua que me espera es un shock para mi sistema. Suelto un
aullido y todas mis partes secas se empapan de inmediato. Mis zapatos salpican gruesos
charcos mientras sigo huyendo del hombre que me sigue.
—¡Deja de correr! —grita detrás de mí, demasiado cerca.
No puedo parar.
Me niego a hacerlo.
Eso, hasta que me obligan.
El hombre choca contra mí, derribándome a la carretera. Cada parte de mi cuerpo
que impacta contra el pavimento estalla en un dolor agudo. Grito, luchando por salir de
debajo de mi captor. Con una fuerza sobrehumana, el hombre me arranca la mochila y
me pone boca arriba.
Me sacudo contra su agarre, intentando liberar un brazo para darle un puñetazo,
pero toda lucha me abandona cuando fijo los ojos en la persona que tengo encima.
Incluso en la turbia oscuridad, lo reconozco.
No es un extraño para mí. Lo es todo para mí.
—¿Tyler? —Me ahogo, con el pecho jadeante por el esfuerzo—. ¿Qué estás
haciendo aquí?
Estúpido.
¿Esas flojas palabras son las primeras que salen de mi boca hacia él?
—Vine por ti, idiota —gruñe—. ¿En qué estabas pensando? —La rabia disminuye
brevemente y su voz se tambalea—. ¿Cómo has podido hacerme eso?
Me alegro de que ahora esté lloviendo para que no pueda verme llorar
abiertamente. La vergüenza y el arrepentimiento me rodean.
—La jodí —susurro, con los labios temblorosos—. Lo siento. Sé que metí la pata.
La tensión de su cuerpo se desangra, pero no se separa de mí.
—Me dolió, Kellen. Muchísimo. Me he vuelto loco de preocupación.
No puedo evitar alargar la mano para tocar su hermoso rostro. Sus ojos se cierran
y se inclina hacia mí. Le hice daño, pero no le he perdido. Está aquí conmigo y responde 264
a mis caricias.
—Juntos somos más fuertes —dice Tyler, volviendo a abrir los ojos para poder
fulminarme con la mirada—. Pensé que eras lo suficientemente inteligente como para
saberlo. Hemos sido un equipo imparable desde que nos conocimos.
—Lo sé. —La culpa me ataca desde todos los ángulos—. Me sentí... responsable
de todo lo malo que pasó.
—Si hubieras hablado conmigo de ello —retumba—, te habría recordado una y
otra vez que no fue culpa tuya. Eres un buen hombre y líder, Kellen, pero no puedes
controlar todo lo que ocurre. No todo es consecuencia directa de tus fallos. Incluso si lo
fuera, yo y los demás nos preocupamos por ti y nunca te culparíamos. ¿Pero dejarnos?
Eso fue cruel, hombre. Realmente cruel.
—Lo siento —balbuceo, deslizando la mano por detrás de su cabeza para
acercarlo más a mí—. Lo siento mucho.
No hace falta insistir mucho para que acerque sus labios a los míos. Al principio,
el beso es vacilante por su parte. Luego, como si me hubiera perdonado sólo con sus
labios, devora mi boca con un hambre incontrolada. Le devuelvo el beso con avidez.
Nos besamos, bajo una lluvia implacable, hasta que ambos nos quedamos sin
aliento y temblando. Tyler finalmente se baja de mí y me ayuda a levantarme.
—Vamos a quitarnos esta ropa mojada. —Su orden es ronca y llena de necesidad.
No hace falta que me lo digan dos veces.
CAPÍTULO CUARENTA Y
DOS
Tyler
No puedo creer que lo haya encontrado.
Estaba tan dispuesto a estrangularlo por dejarme, pero entonces se disculpó y fue 265
como si nunca nos hubiéramos separado. Lo sentía. Pude sentirlo. Le creí.
Mientras Kellen se quita la ropa mojada junto a la furgoneta, yo vuelvo al auto que
me prestaron los habitantes de Goodland. Dentro, tomo una bolsa de plástico llena de
mantas, comida, agua, una linterna de pilas y ropa de recambio. También recojo mi
mochila. Cuando vuelvo con Kellen, ya ha dejado la ropa encima de la furgoneta para que
se seque y me espera adentro.
—Tengo cosas para nosotros. —Empujo la bolsa en el espacio—. Voy a quitarme
esta ropa.
Mientras Kellen empieza a sacar cosas de la bolsa, yo me quito la ropa y la tiendo
junto a la suya. Se hace la luz en el interior de la furgoneta y lo miro para ver que ha
descubierto la linterna. Se apresura a colocar una manta en el suelo de la furgoneta y se
pone la otra sobre las piernas. Me meto y cierro la escotilla.
No hablamos con palabras.
Nuestra boca y nuestro cuerpo hablan en silencio.
Me atrae hacia su cuerpo frío y desnudo y nos envuelve en las sábanas. Los dos
estamos empalmados y adoloridos, los dos chocamos desvergonzadamente contra la
polla del otro.
—Tan bueno —murmura Kellen contra mi boca—. Eres tan perfecto, Tyler.
—¿Encontraste el lubricante?
Se aparta para mirarme con el ceño fruncido.
—¿Tienes lubricante?
Consigo agarrar la bañera y tirar de ella hacia un lado. Luego rebusco hasta
encontrar la botella. Kellen se ríe ante mi hallazgo.
—Prioridades —digo con una sonrisa de satisfacción—. La gente de Goodland no
decepciona. Su acceso a suministros útiles es admirable.
Una mirada sombría recorre sus rasgos.
—¿Dónde están los otros? ¿Tus hermanos?
—Shh —murmuro—. No quiero hablar de ellos ahora.
Nuestras bocas vuelven a encontrarse.
Todo a mi alrededor desaparece hasta que sólo quedamos él y yo.
Haciendo el amor.
Uniéndonos de la forma más íntima.
Ambos murmuramos palabras de amor y promesas de un futuro juntos. Es todo lo
que he deseado y más.
Amo a este hombre y él también me ama.
Siento en el alma que lo que dice es verdad. No va a dejarme nunca más.
266
Cuando por fin alcanzamos la cima juntos y nos quedamos sin energía, nos
tumbamos juntos en silencio, con los corazones latiendo al unísono.
Le acaricio el cabello mojado con los dedos, relajado y feliz aquí con él. Me da
besos de adoración en el pecho, la clavícula y el cuello.
—Gracias por venir a buscarme —susurra contra mi carne—. Siento que tuvieras
que hacerlo, pero te agradezco que lo hicieras. Tienes razón, te necesito. Te necesito. —
Aspira profundamente y suspira.
—¿Pero?
—Pero aún necesito encontrar a mi hermano. ¿Vendrás conmigo?
Me relajo ante su pregunta.
—No tienes que preguntar. Estoy contigo hasta el final.
—¿Y tus hermanos? —pregunta, con voz casi de susurro.
—Los veremos de nuevo. Una vez que lleguemos a Ransom y lo consideremos
seguro, podemos hacer que se unan a nosotros.
—¿Y si no es seguro?
—Entonces volvemos —le digo con firmeza—. Como dijiste en tu carta, Goodland
es un lugar hospitalario y seguro. Tiene futuro.
—¿Robaste el auto?
Resoplo una carcajada.
—No. No tuve que hacerlo. Mary me prestó el suyo.
—¿Cuánto tiempo?
—Dentro de una semana, Aaron y el resto de nuestro grupo saldrán con un par de
personas de Goodland. Si es seguro y acogedor, se quedarán con nosotros, y la gente
de Goodland llevará los dos autos de vuelta.
Kellen se incorpora y encuentra unas servilletas de comida rápida metidas en el
bolsillo lateral de la puerta. Con ellas nos limpia a los dos. Luego se asegura de que beba
agua antes de meternos a los dos en la cama. Me acurruco a su alrededor, aspirando su
aroma único. El desodorante que llevaba se ha desvanecido y me premia con el tenue
olor de su almizcle, que me encanta en secreto.
—Descansa un poco —murmura Kellen—. Quitaremos esta tirita a primera hora
de la mañana. Si no está, volveremos con los demás para la cena de mañana por la noche.
De cualquier modo, mañana sabremos adónde nos lleva nuestro destino.
—Mientras sea contigo, no me importa adónde vayamos.
267
Kellen me sujeta la mano y enhebra sus dedos con los míos.
—Te amo, Tyler.
Mi corazón tiembla de felicidad al oír sus palabras.
—Yo también te amo.

Kellen está tenso y sentado en el asiento del copiloto. Nos acercamos a Ransom y
todo a nuestro alrededor está completamente devastado por los tornados. Las casas han
sido arrasadas, los árboles no son más que palos en el suelo y hay escombros por todas
partes.
Tengo una sensación de hundimiento en las entrañas.
Al parecer, Kellen se siente igual porque tamborilea nerviosamente con los nudillos
en la ventanilla lateral y se agita en su asiento. Quiero asegurarle que su familia y su
granja están bien, pero no soy de los que dan falsas esperanzas.
Al pasar por la pequeña ciudad de Collyer, Kansas, nos maravillamos de que la
iglesia de ladrillo sea lo único que queda en pie. Alguien ha marcado el ladrillo con un
bote de spray.
El fin está aquí. Arrepiéntete antes de que sea demasiado tarde.
Varios hombres salen de la iglesia, escopetas en mano, y nos observan con
miradas de advertencia mientras pasamos. Les hacemos un respetuoso gesto con la
cabeza, pero no nos detenemos ni un segundo.
Hace tiempo que ha dejado de llover, pero el viento sigue soplando. Hay neblina,
el humo de los incendios cercanos cubre de hollín el vehículo blanco. Saber que somos
capaces de atravesar estas cosas en auto en lugar de que Kellen las recorra solo es,
como mínimo, un alivio.
Pronto nos desviamos de la antigua autopista 40 por la 531 que nos llevará
directamente al sur de Ransom. Según el mapa, nos quedan entre treinta y cuarenta y
cinco minutos antes de llegar a la ciudad.
Kellen se pone cada vez más ansioso mientras conducimos. Salimos esta mañana
antes del amanecer, sin molestarnos en desayunar. Ahora me ruge el estómago y me
pregunto si deberíamos hacer un descanso.
—Encontraré algo de comida —gruñe Kellen—. Sigue conduciendo.
Busca en la parte de atrás, rebusca y vuelve con una bolsa que me envió Mary.
Dentro hay unos cupcakes de arándanos, tiras de cecina casera y algunos frutos secos.
Comemos mientras cabalgamos en silencio contemplativo.
Estoy nervioso por conocer a Knox. Su familia no parece tan unida como mis
hermanos y yo. ¿Y si Knox me rechaza? O peor aún, ¿y si rechaza a su propio hermano? 268
Una sensación de asco me revuelve las entrañas, haciendo que los cupcakes se
me agrien en el estómago.
Pase lo que pase, Kellen y yo estaremos juntos. Será en Ransom o Goodland o
algún otro lugar. No importa, estaremos juntos.

La ciudad de Ransom no es gran cosa. Es vieja y está bastante vacía, salvo por un
par de iglesias, un banco, un restaurante y una escuela. En un abrir y cerrar de ojos,
atravesamos la parte principal del pueblo sin problemas y estamos en las afueras. Cuando
llegamos a un camino de tierra, Kellen me hace un gesto para que me detenga.
—¿Es aquí? —pregunto, señalando el pequeño cartel de madera con el nombre
Bennett y el número de la carretera grabados en él.
Asiente y me dirige una mirada suplicante.
—Déjame ir solo. Por si hay problemas.
Resoplo una carcajada.
—¿En serio?
Sin responder, sale del lado del acompañante y se reúne conmigo en el lado del
conductor. Abre la puerta y me desabrocha el cinturón. La ira se apodera de mí mientras
salgo.
—¿Todo lo que hablamos era mentira? —Exijo, con la voz temblorosa por el dolor.
Se deja caer en el asiento y luego apoya la cabeza en el volante. Me quedo cerca,
con los brazos cruzados sobre el pecho, esperando una respuesta. Tengo ganas de
frotarle los hombros para quitarle la tensión, pero estoy enfadado con él, así que me
abstengo.
—Kellen —grité—. Háblame. Me lo prometiste.
Se incorpora y suelta un fuerte suspiro antes de lanzarme una expresión tan
desconsolada que se me evapora toda la rabia.
—Lo siento. No era mentira. Te quiero conmigo. Es sólo que...
—¿Es sólo qué? —Frunzo el ceño mientras considero otra posibilidad—. ¿Te
avergüenzas de mí? ¿De estar con un hombre?
Me mira como si lo hubiera abofeteado.
—¿Qué? No, claro que no. Es que estoy muy nervioso por ver qué ha sido de la
granja de mi tío. Creo que tengo miedo de que me vea como un gran fracaso.
A veces es muy denso.
Cierro la puerta de su auto y troto hasta el lado del copiloto. Me siento y agarro su
mano con la mía.
269
—Podemos enfrentarnos a esto, a lo que sea —juro, con palabras feroces—,
siempre que lo hagamos juntos. Nunca volverás a estar solo, Kellen. ¿Entendido?
Sus labios se curvan en una sonrisa tímida.
—Sí, lo entiendo.
Mis labios se encuentran con los suyos y le doy un beso rápido y tranquilizador.
Luego le aprieto la mano y señalo con la cabeza el camino de tierra.
—Hagámoslo.
EPÍLOGO
Kellen
Cuando consigo girar los diales del candado de combinación que nunca ha
cambiado en todos estos años, abro la puerta y la atravieso, con una sensación de paz
que me invade. Tyler tenía razón. Pase lo que pase aquí esta mañana, lo seguiré teniendo
a él. Seguiré teniendo a nuestro grupo de amigos y a sus hermanos. Tenemos gente con
la que podemos vivir en Goodland. No toda la esperanza está perdida.
La granja del tío Mason y la tía Beth aparece a la vista. De nuestras visitas aquí
270
surgieron muchos buenos recuerdos. Era la parte de la vida en el campo que me
encantaba sin todo el trabajo duro y estresante que suponía vivir en el rancho de papá.
Siempre había deseado que papá se relajara como el tío Mason y viviera la vida en lugar
de intentar controlar todos sus movimientos.
Aparece un hombre con una escopeta. A su lado hay una mujer con una gorra que
dice positividad tóxica sea lo que sea lo que eso signifique. Ambos están tensos mientras
conduzco el vehículo hasta la casa, estacionando en el mismo sitio que solía hacerlo papá.
El hombre de complexión fuerte y hombros anchos es el mismo que sostuve en
mis brazos cuando sólo tenía doce años. Me maravillé al ver a aquel pequeñín que tenía
unos pulmones impresionantes mientras lloraba. Cuando le hablé y le dije:
—Encantado de conocerte, hermanito —dejó de llorar y me miró con ojos grandes
y curiosos. Justo en ese momento, en el hospital cercano a nuestra casa, me enamoré
del pequeño. Susurré el juramento de protegerlo siempre y para siempre.
En algún momento, olvidé ese voto.
Despacio, para que no me disparen, salgo del auto. En los ojos de Knox brilla el
reconocimiento y me mira boquiabierto.
Sin furia.
Sin asco.
Un placer maravilloso.
—Hola, hermanito. —Tiro del grandullón hacia mí, abrazándolo tan fuerte que
estoy seguro de que le romperé una costilla o dos. Afortunadamente, es tan sólido como
un buey.
Knox no responde, solo me abraza con fuerza, todo su cuerpo tenso. Me invaden
recuerdos entrañables de nuestra infancia compartida y del vínculo que formamos.
—Sabía que te encontraría —digo, aunque es mentira.
—Me alegro mucho de que lo hicieras. —Su voz es grave y áspera, me recuerda
a la de papá, pero aún hay una pizca del niño vulnerable que se esconde debajo. Mi
hermano pequeño.
Dudaba completamente de volver a verlo hasta ese momento.
Pero lo encontré. Nos encontramos el uno al otro.
—¿Dónde está papá? —pregunto, apartándome para mirar a mi hermano.
Sus rasgos se contraen y sacude la cabeza. Papá no está aquí. Estoy seguro de
que más tarde me lo contará todo, pero lo que no me dice es que no ha sobrevivido.
Espero sentir alivio, pero sólo siento tristeza. A pesar de su crueldad y su carácter
controlador, seguía siendo mi padre.
—Lo siento —murmuro y lo digo en serio. Miro hacia la granja—. ¿Tío Mason y tía
271
Beth?
Retrocede y entrega el rifle a la mujer, que me observa con curiosidad.
—Él murió hace un tiempo. De cáncer. Papá nunca nos lo dijo.
Me estremezco ante sus palabras. El tío Mason era el padre que siempre anhelé
tener.
—Bueno, vaya. Eso apesta.
La mujer ladea la cabeza mientras me estudia. Aun así, Knox no nos presenta.
—La tía Beth está aquí. Todavía está en su habitación. Harper también.
Finalmente, Señorita Positividad Tóxica da un paso al frente y me ofrece la mano.
—Soy Ava. Harper se unió a nosotros hace poco. Estamos cuidando de ella.
Las mejillas de Knox enrojecen ligeramente y la sonrisa ñoña que curva sus labios
me hace soltar una risita. Ava es algo más. Es su mujer. Por lo que veo, es feroz,
protectora y más que hermosa.
—No sabía que hicieran mujeres tan hermosas en Texas —le digo a Knox—. Lo
más impresionante es que encontraste una con la que emparejarte.
Knox resopla, relajándose con las bromas.
—No tenía elección. Falta de opciones.
Ella pone los ojos en blanco como si fuéramos los hombres más molestos del
planeta, lo que nos hace reír a los dos. Luego desvía la mirada hacia Tyler, que ha salido
del auto en silencio.
—¿Y tú eres?
Antes de que pueda responder, me dirijo a Tyler.
—Tyler es mi novio. Estamos enamorados.
Probablemente sea chocante para mi hermano oírlo y, francamente, es chocante
que lo haya soltado así, pero es la verdad. No quiero ocultar quién soy. Quiero gritarlo a
los cuatro vientos.
—Soy el único que puede soportar su olor corporal —dice Tyler con una sonrisa
burlona—. Realmente él es el afortunado en esta relación.
Todos se ríen y, por primera vez desde que vi aquel muro de agua en mi despacho,
me inunda una alegría y una paz abrumadoras.
Estoy en casa.
Con la familia.
Y el amor de mi posiblemente corta vida.

272
Tras un copioso almuerzo preparado por la tía Beth, vuelvo a maravillarme con la
historia de supervivencia de Knox. Han pasado por muchas cosas para llegar hasta aquí.
Su historia, aunque diferente, no lo es tanto de la mía. Me alegró saber que, aunque papá
no había logrado salir de allí, el buen amigo de Knox, Tony, sí lo había hecho, lo cual era
un milagro y estoy agradecido por ello. De hecho, según Knox, Tony y su madre están
instalados en una caravana en algún lugar de las tierras de la tía Beth. Incluso el ruidoso
caballo de Knox, Rooster, sobrevivió. De eso estoy seguro de que me arrepentiré más
tarde.
—Cuéntame más sobre Pretzel. —Harper, la niña morena que casi adoptaron, me
mira con ojos suplicantes. Aunque solo tiene siete u ocho años, me recuerda un poco a
Hailey.
—Se cree un puma —refunfuño.
—Pero tiene miedo de su propia sombra —añade Tyler con una risita.
Harper sonríe.
—Ya lo quiero. ¿Cuándo podré verlo?
—En una semana —le aseguro—. Junto con el resto de nuestra gente.
Knox se tensa ligeramente. Me doy cuenta de que sus encuentros con la gente
han sido tan angustiosos como los nuestros. Es difícil confiar en gente nueva en este
mundo roto.
—Háblanos de ellos —dice la tía Beth mientras rellena mi vaso con su espectacular
limonada.
Me lo trago de un trago, ocultando una sonrisa. Crystal Lite sigue siendo su
secreto.
—Dan es dentista. —Dejo mi vaso y miro a Harper—. ¿Te has cepillado los dientes
y usado hilo dental?
Me pone una cara amarga que nos hace reír a todos. Qué niña más adorable.
»La hija de Dan, Hailey, tiene unos quince años, creo. Te gustaría, Harper.
Tyler pasa a completar la información sobre sus hermanos.
—Aaron es mi hermano mayor. Capitaneaba un barco de pesca de altura. Nuestros
padres eran moonies. —Hace una pausa cuando Ava se estremece y luego continúa
rápidamente—. En fin, después de que murieron, mi hermano se quedó con mi custodia
y la de mi hermano menor Jesse. Ha estado cuidando de nosotros desde entonces.
—¿Cuántos años tiene Jesse? —Harper pregunta.
—Dieciséis —dice Tyler.
—Luego está Hope —añado—. Trabajó conmigo en mi empresa, pero luego se
enamoró de Aaron.
273
—Todos parecen normales —concede finalmente Knox, relajando los hombros—.
Es algo bueno porque realmente podríamos usar las manos extra.
Tyler y yo nos sentamos, ansiosos por escuchar lo que Knox tiene que decir.
—Harper —dice Ava, interrumpiendo a Knox—. ¿Por qué no vamos a estar con los
animales y dejamos que los chicos hablen?
—Si me libra de limpiar la cocina —dice la tía Beth con una sonrisa—, cuenten
conmigo.
Las tres nos dejan. Después de un tiempo, Knox da la noticia.
—Las cosas están empeorando, no mejorando.
Tanto yo como Tyler asentimos.
—La FEMA no existe. El gobierno parece haber desaparecido. —Me restriego una
palma sobre la cara—. Nos hemos cruzado con dos pueblos buenos en todo el viaje
desde la costa oeste y uno de ellos deliraba. Sólo será cuestión de tiempo que sean
tomados por idiotas o por su propia ingenuidad. La gente buena es escasa.
Knox frunce el ceño.
—Por eso tenemos que estar preparados.
—¿Preparados para qué? —Tyler pregunta—. ¿Tornados? ¿Terremotos?
¿Tormentas eléctricas?
—Todo eso, sí, por supuesto. Pero tenemos que estar preparados para gente
desesperada, hambrienta y enloquecida. El tiempo sólo intensificará estas cosas.
Ciertamente no mejorará.
—Goodland nos ayudará —le aseguro a mi hermano—. Cualquier cosa que
necesitemos, seguro que podemos intercambiar bienes o servicios para conseguir ayuda.
Serán una buena alianza.
Al final, nuestra conversación gira en torno a papá. Tyler se excusa para limpiar la
cocina y nos deja solos. Dejé a Knox con papá tras la muerte de mamá, pero sobrevivió
bien a pesar de tener que lidiar con ese hombre él solo. De hecho, Knox resultó ser un
hombre fuerte y trabajador, y estoy orgulloso de él.
No tardan en volver las chicas y pasamos el resto de la tarde conociendo a sus
animales, paseando por la propiedad y haciendo grandes planes para nuestro incierto
futuro.
Estamos en casa.
Por fin en casa.
No sé si alguna vez lo asimilaré del todo.

274
Una semana después...

—Gira a la derecha en el siguiente camino de tierra —le ordeno a Aaron a través


de la radio que Tyler había guardado en el auto—. A la derecha. Cambio.
—No lo veo. Cambio.
Entonces digo:
—Tu otra derecha. Cambio.
La estática crepita y entonces aparece un vehículo.
—Sí, sí —refunfuña Aaron—. Ya estamos aquí. Cambio.
Todo el mundo está en vilo mientras el todoterreno avanza por el camino de tierra
levantando polvo a su paso. Finalmente, llega a la granja y estaciona junto al auto de
Mary.
Todos se amontonan en un caos frenético de discusiones, risas y el inconfundible
sonido de un Pretzel ladrando.
Tyler le entrega las llaves del auto de Mary a una de las personas de Goodland, no
los conozco, y Aaron le entrega el otro juego a su amigo. Los hombres ayudan a todos a
descargar las provisiones y el equipo antes de volver a casa, llevándose los vehículos.
Una vez que se han ido, presento nuestro grupo a mi familia, Ava y Harper. La tía
Beth, tras enterarse de la pérdida de Dan y Hailey, se pone en plan madre gallina e insta
a Dan a entrar a comer algo.
Harper, que ya ha robado a Pretzel para ella sola, arrastra rápidamente a Hailey.
Jesse sigue a su novia, caminando mucho mejor que la última vez que lo vi. Aaron y Hope
se quedan cerca de nosotros, observando a los niños mientras se dirigen al granero.
—Pescador, ¿eh? —le dice Knox a Aaron.
Aaron se vuelve hacia él y asiente.
—No hay masa de agua de la que no pueda sacar un pez.
Knox sonríe.
—Será mejor que le consigamos a este hombre algo de equipo entonces.
—Por fin —le dice Hope a Ava—, otra mujer—. La testosterona en este viaje ha
sido fuerte. Ha sido difícil para mí y para Hailey. Nuestros corazones suaves y femeninos
apenas pueden soportarlo. —Sonríe a Ava, las dos comparten una mirada cómplice—.
¿Quieres mostrarme los alrededores?
Mientras las dos mujeres se alejan, Aaron sacude la cabeza.
—No dejes que Hope te engañe. No es una damisela en apuros.
—Por lo que parece —dice Knox—, se dirigen a planear cómo apoderarse de lo 275
que queda del mundo.
Me encojo de hombros, sonriendo.
—No sería lo peor que me ha pasado.
Knox asiente e indica las provisiones apiladas a nuestros pies.
—Llevemos esto adentro antes de que vuelva a llover.
Los cuatro hombres entramos para reunirnos con Dan y la tía Beth. Mi hermano
tiene un plan para nuestra futura supervivencia y estoy ansioso por oírlo.
Por fin puedo estar tranquilo. El mundo entero no descansa únicamente sobre mis
hombros. Tengo un hermano fuerte y feroz, un compañero increíblemente resistente, una
tía que sabe lo que hace y una familia unida que hará lo que sea necesario no solo para
sobrevivir, sino también para ser feliz. A todos los que hemos perdido por el camino les
debemos algo más que sobrevivir. Debemos prosperar, amar y encontrar la alegría
dondequiera que la encontremos.
Por fin mejoran las cosas.
Los truenos retumban a lo lejos y el viento levanta polvo a nuestro alrededor. Por
una vez, no sucumbo a la ansiedad. Nos enfrentaremos a lo que nos depare la madre
naturaleza.
Hacía delante.
Listos para luchar.
Juntos.

FIN
Lee el viaje de Knox y Ava en Skies of Fire by Lindsey Pogue.

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ACERCA DE LA AUTORA

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K Webster es una autora superventas del USA Today. Sus títulos se han convertido
en superventas en numerosas categorías, se han traducido a varios idiomas y se han
adaptado a audiolibros. Vive en Tornado Alley con su marido, sus dos hijos y su perrita
Blue. Cuando no está escribiendo, lee, bebe mucho café e investiga sobre extraterrestres.
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