Waves of Fury - K. Webster
Waves of Fury - K. Webster
Waves of Fury - K. Webster
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3
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CRÉDITOS
Traducción
Mona
4
Corrección
Karikai
Diseño
Bruja_Luna_
ÍNDICE
IMPORTANTE _________________ 3 CAPÍTULO VEINTE ___________ 123
CRÉDITOS____________________ 4 CAPÍTULO VEINTIUNO ________ 129
DEDICATORIA ________________ 7 CAPÍTULO VEINTIDÓS ________ 135
SINOPSIS ____________________ 8 CAPÍTULO VEINTITRÉS ________ 144
NOTA DE LA AUTORA _________ 10 CAPÍTULO VEINTICUATRO _____ 150
PARTE UNO _________________ 11 CAPÍTULO VEINTICINCO ______ 155
CAPÍTULO UNO ______________ 12 CAPÍTULO VEINTISÉIS ________ 161 5
CAPÍTULO DOS ______________ 19 CAPÍTULO VEINTISIETE _______ 169
CAPÍTULO TRES ______________ 25 CAPÍTULO VEINTIOCHO _______ 175
CAPÍTULO CUATRO ___________ 29 CAPÍTULO VEINTINUEVE ______ 181
CAPÍTULO CINCO _____________ 35 CAPÍTULO TREINTA __________ 188
CAPÍTULO SEIS _______________ 39 CAPÍTULO TREINTA Y UNO ____ 193
CAPÍTULO SIETE ______________ 43 CAPÍTULO TREINTA Y DOS _____ 200
CAPÍTULO OCHO _____________ 47 CAPÍTULO TREINTA Y TRES ____ 206
CAPÍTULO NUEVE ____________ 54 CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO _ 212
CAPÍTULO DIEZ ______________ 60 PARTE TRES ________________ 218
CAPÍTULO ONCE _____________ 66 CAPÍTULO TREINTA Y CINCO ___ 219
CAPÍTULO DOCE _____________ 72 CAPÍTULO TREINTA Y SEIS _____ 226
CAPÍTULO TRECE _____________ 78 CAPÍTULO TREINTA Y SIETE ____ 232
CAPÍTULO CATORCE __________ 83 CAPÍTULO TREINTA Y OCHO ___ 238
PARTE DOS _________________ 93 CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE __ 245
CAPÍTULO QUINCE ___________ 94 CAPÍTULO CUARENTA ________ 251
CAPÍTULO DIECISÉIS __________ 99 CAPÍTULO CUARENTA Y UNO __ 257
CAPÍTULO DIECISIETE ________ 105 CAPÍTULO CUARENTA Y DOS ___ 265
CAPÍTULO DIECIOCHO ________ 111 EPÍLOGO __________________ 270
CAPÍTULO DIECINUEVE _______ 117 ACERCA DE LA AUTORA_______ 277
6
DEDICATORIA
Para Matt: ya casi es hora de otras vacaciones en la playa.
7
SINOPSIS
De la autora superventas de USA Today, K Webster, llega un thriller
postapocalíptico de supervivencia en la Tierra en ruinas protagonizado por héroes
LGBTQ+ que deben unirse, a pesar de sus diferencias, no sólo para adaptarse al
nuevo mundo destruido, sino para encontrar la seguridad en él.
9
NOTA DE LA AUTORA
Mientras lees Waves of Fury, ten en cuenta que este libro del mundo de
Supervivencia en la Tierra se basa en teorías y escenarios hipotéticos. Aunque se ha
investigado mucho en la creación de este libro, también me he tomado libertades
creativas en ocasiones. Espero que disfrutes de esta emocionante y trepidante historia
sobre el fin del mundo.
10
PARTE UNO
11
CAPÍTULO UNO
Kellen
Hoy es el fin del mundo.
Al menos eso es lo que dice la brillante y sonriente presentadora del programa
matinal diario entre que nos da recetas saludables aptas para cetogénicos 1 y los últimos
chismes de famosos, seguidos de una importante pausa publicitaria sobre detergente
lavavajillas. 12
He vivido toda mi vida esperando que el mundo se acabara. Y cada día sigo aquí,
sin que nada borre catastróficamente mi existencia de mi prisión autoconstruida.
Algunos hombres matarían por estar en mi supuesta celda. Una torre en el corazón
del distrito financiero de San Francisco con vistas a la resplandeciente bahía salpicada
de barcos de todas las formas y tamaños. Mi oficina es más grande que la casa de
algunos: un amplio despacho esquinero con ventanales que ofrecen las mejores vistas
de la bahía.
Y, sin embargo, se sigue sintiendo que algo falta.
Toda mi vida es decepcionante y aburrida a pesar de mi éxito percibido.
Vuelvo a mirar el televisor que cuelga de una de las paredes de mi despacho.
Vuelven las noticias con informes de actividad sísmica en la zona de Yellowstone. Aunque
no es raro, ha captado la atención de las noticias nacionales, lo que significa que los
lunáticos o moonies 2 cargarán sus autocaravanas y se dirigirán a la fuente de la acción.
Patético.
A diferencia de los moonies, yo me siento firmemente en el otro bando. Los
escépticos. Lo primero que recuerdo es a mi madre contándome historias de cómo el
gran asteroide llamado Gertrude chocó contra la Luna en el verano del 73. Me dijo que
las repercusiones de los daños en nuestra atracción gravitatoria se dejarían sentir durante
años y que, en última instancia, acabarían con la Tierra y toda su vida.
Ahora tengo cuarenta años. Sigo esperando el supuesto apocalipsis.
1
Cerogénicos: Personas que se rigen por la dieta cetogénica, es una dieta especial alta en
grasa, baja en carbohidratos y moderada en proteína, cuidadosamente controlada.
2
Monnies: En jerga estadounidense, es una persona que muestra un entusiasmo excepcional
por una causa u organización, un fanático.
—...y la Casa Blanca insta a todos a mantener la calma. Que no cunda el pánico y
compren papel higiénico como hicieron en 2020. —La periodista se ríe y le hace un gesto
con el dedo a su copresentador—. Te estoy mirando a ti, Ted.
Me fijo en la cinta de alerta especial que recorre la parte inferior de la pantalla.
3
En español: SF Adquisición de Libertad
Nunca.
Por mí, Cincinnati podría estar en China. Si abriera otra oficina, y eso es un enorme
si estoy seguro de que no la pondría en Cincinnati.
—¿Qué necesitas? —Le clavo una mirada seria—. Tengo que ponerme al día con
un montón de correos.
—Estaba pensando en robar a Frannie. Ella sabe lo que hace, a diferencia de Elise.
—Sus cejas se fruncen—. Además, la voz de Elise me pone de los nervios. Vamos,
hombre. Hazme un favor.
De ninguna manera renunciaría a Frannie.
Nunca.
Renunciaría a toda la empresa y empezaría de nuevo antes de dejar que se fuera
a ayudar a otra persona. Es una de las pocas personas que me entienden.
16
—Frannie se queda. ¿Por qué no llevas este problema tuyo abajo a RRHH si te
molesta tanto?
Finge poner mala cara, lo que lo hace parecer mucho más joven de veintiocho
años, la misma edad que mi hermano.
—Porque Barb está cansada de verme. No es culpa mía que todos mis ayudantes
apesten.
Kyle, aunque es muy bueno en su trabajo, suele ser impaciente con la gente y no
les permite ningún margen de error. Este año ha pasado por seis ayudantes y apenas
estamos en verano.
—A Gerry parece gustarle Hope. Quizá podrías pedirle a ella y a Elise que cambien
de sitio un rato. —Vuelvo los ojos al ordenador, respondiendo rápidamente a un correo
electrónico que tenía pendiente.
—¿Has visto a Hope? A Gerry le gusta por mucho más que sus habilidades.
Ignoro su grosero comentario. Hope es joven, rubia y elegante. También venía con
un currículum estelar en el que había trabajado como asistente de nivel ejecutivo en uno
de nuestros competidores. Su insinuación de que la contrataron por su aspecto y no por
sus habilidades es un testimonio de por qué no puede mantener a una asistente.
—Por muy estimulante que sea esta conversación, Kyle, no tengo tiempo para
esto. —Dejo escapar un suspiro pesado y molesto—. Habla con Frannie para programar
una reunión. Entonces podré dedicarte toda mi atención.
Se le enrojece la cara y aprieta la mandíbula. Probablemente lo he molestado, pero
se comporta como un mocoso y no tengo tiempo para eso.
—Ya me las arreglaré, jefe —refunfuña, poniéndose en pie—. Espero que te hayas
acordado del casco.
Frunzo el ceño mientras sale de mi despacho. ¿Casco? Tomo el mando a distancia
y pulso el botón para volver a poner el sonido. Efectivamente, están entrevistando a un
moonie de la vieja escuela.
—...Soy lo bastante viejo para recordar el asteroide del 73 —dice el hombre de
cabello blanco, mostrando unos dientes amarillos mientras sonríe—. Gerty asustó a todo
el mundo. Pero a mí no. Va a hacer falta mucho más que un asteroide hijo de puta para
acabar conmigo. Mi exmujer lo intentó una o dos veces con una maldita almohada
mientras dormía, ¡y aquí sigo!
—De vuelta a ti, Ted —dice la joven con una sonrisa tensa.
—Sí que era colorido —resopla Ted, con los ojos muy abiertos—. Felicidades a
nuestros técnicos de sonido por salvar a los pequeños oídos de ese lenguaje. Los niños
también ven nuestro programa, Sr. Moonie.
17
El copresentador se ríe de Ted y luego pasan a hablar de deportes. Si el mundo
realmente se fuera a acabar hoy, me gustaría pensar que las noticias serían mucho más
serias.
Abandono una vez más mi correo electrónico y me giro en la silla de mi escritorio.
Las nubes de tormenta ya no son visibles y me pregunto si me las había imaginado antes.
Es posible.
Estoy inquieto y mi mente va en demasiadas direcciones.
¿Cómo están Knox y papá estos días? ¿Sus vidas giran en torno al rancho, criando
ganado para venderlo y obtener los beneficios que puedan mientras intentan
desesperadamente olvidar el enorme vacío que dejó mamá cuando murió? Me duele el
pecho cada vez que pienso en mi madre. Ella era el sol en nuestro nublado mundo. Lo
era todo para nosotros.
Mis pensamientos rebotan de mi familia al propio estado de Texas. El mercado
financiero en la mayor parte de esa región ha tocado fondo, ya que la gente que puede
permitírselo emigra al oeste, a tierras más seguras. La actividad sísmica que aumentó con
los años expulsó a cualquier persona con sentido común. Milagrosamente, el estado al
que elegí mudarme se ha convertido en uno de los más rentables por ser uno de los más
seguros, especialmente San Francisco, a pesar de ser una ciudad costera. Es como si los
ricos pudieran permitirse mantener a raya los gruñidos del planeta enfadado a base de
pura voluntad y montones de dinero ganado a costa de los menos afortunados.
Sin duda soy uno de esos hombres ricos, que arrebatan propiedades a quienes
luchan por llegar a fin de mes, para obtener beneficios vendiéndolas luego con increíbles
ganancias a famosos, multimillonarios y políticos que pueden permitirse comprar
seguridad geográfica.
El corazón me late con fuerza en el pecho y no sé si es el estrés de mi vida que
me agobia o la cafeína. El tercer café que me he tomado esta mañana ha sido
probablemente uno de más con el estómago vacío. Estoy tan colocado por la cafeína que
no me extrañaría que pronto empezara también a oír colores.
—A continuación —dice Ted—, tenemos unos cuantos TikToks de animales
adorables para compartir con ustedes. ¿Has visto alguna vez a un conejito con tutú,
Marla? Prepárate para una sobrecarga de ternura después de nuestra pausa.
En ese sentido, apago la televisión.
Tal vez el mundo ya se acabó y estoy en el infierno.
Es la única explicación para mi vida de mierda.
18
CAPÍTULO DOS
Tyler
—No puedo cancelarlo. Son mil cuatrocientos dólares, Ty.
Mi hermano mayor, Aaron, no es precisamente de los que me piden permiso, pero
tampoco soy de los que le dicen cómo tiene que hacer su trabajo. Ambos estamos en
aguas desconocidas aquí.
—Es que esta mañana hay un montón de notificaciones sobre sucesos 19
meteorológicos raros —digo cojeando, levantando el teléfono como para convencerlo—
. Parece que también puede haber tormenta.
Atraviesa el minúsculo salón de nuestro apartamento de dos dormitorios, que deja
entrever la bahía entre dos feos edificios. Tiene los hombros tensos y casi puedo oír cómo
se le revuelven las ideas. Aaron suele ser el responsable, el encargado de cuidar de sus
dos hermanos idiotas, así que sé que decida lo que decida será lo correcto.
Intenta decirle eso a mí instinto.
Se me hace un nudo en el estómago por razones desconocidas y odio esa
sensación.
¿Es así como se siente Aaron cada vez que Jesse o yo hacemos algo imprudente?
—Brilla el sol —dice Aaron, señalando el cristal—. Es sólo una reserva de medio
día. Entraré y saldré en unas horas. No tienes que preocuparte.
Lo que no menciona es cuánto necesita esta contratación. A pesar de que San
Francisco es una ciudad próspera en comparación con otras partes del país, en los
últimos seis meses se ha producido un descenso significativo de las reservas. No
sabemos si se debe a que la gente está guardando su dinero y llenando sus arcas del
Juicio Final a medida que los fenómenos meteorológicos extremos se hacen más
comunes o si las inundaciones y los fenómenos oceánicos a lo largo del Golfo de México
y la costa oriental que causan miedo en los posibles pasajeros son los culpables.
—Necesitamos esto —dice Aaron en voz baja, atrayendo de nuevo mi atención
hacia él—. Es sólo uno de los dos de todo este mes que tenemos reservados y sabes que
apenas alcanza para cubrir las nóminas.
Las nubes de tormenta que había visto antes se han disipado. Quizá me esté
preocupando por nada.
Como hicieron tus padres...
Mamá y papá eran fanáticos del deterioro de la Luna y su efecto sobre la Tierra.
La definición pura de maníacos lunares. Lo que los mató al final fue su obsesión, no una
catástrofe real.
No seré como ellos.
—Lo sé —cedo con un suspiro—. Eres un buen capitán. Además, alguien tiene
que ganar más que mis míseros diecisiete dólares a la hora. No podremos mantener a
Jesse fuera de la cárcel sólo con mi sueldo.
Aaron hace un gesto de frustración y sacude la cabeza.
—Jesse no va a ir a la cárcel. No me importa si tengo que encadenar su trasero a
ese sofá para que no se meta en líos.
—Está suspendido por una semana. No se sabe en qué clase de mierda se va a
meter con todo ese tiempo de inactividad. 20
—Por eso viene conmigo —refunfuña Aaron—. Wayne puede mantenerlo ocupado
limpiando y fileteando el pescado que pesquen los clientes.
A Jesse le va a encantar. El vértigo sube dentro de mí. Es un pomposo maleducado
de dieciséis años que vive pendiente de su teléfono. Meterse hasta las rodillas en tripas
de pescado hará bien en bajarle los humos.
—¿Puedo compartir las buenas noticias? —pregunto, sonriendo—. Por favor, por
favor, por favor.
Aaron sonríe.
—Buena suerte sacándolo de la cama.
Deseoso de atormentar a mi hermanito, entro en la habitación que compartimos.
Está tumbado en la cama gemela de su lado de la habitación, enredado en las sábanas y
roncando suavemente. Me acerco a su mesilla y, pasando por encima de botas y ropa
desechadas, tomo una botella de agua medio vacía. Después de desenroscar el tapón,
disfruto vertiéndosela en la nuca.
—¿Qué mier....? —ruge, levantándose bruscamente.
—Despierta, princesa —le digo, cortándole el paso—. El capitán requiere tus
servicios.
Me hace un gesto de desprecio y se tumba de lado, evitando la mancha de
humedad de la cama.
—Lárgate. Estoy de vacaciones.
Empiezo a rebuscar en su montón de trastos desordenados sobre su cómoda,
sabiendo que eso le enfadará.
—Estás suspendido por empujar a tu profesor de arte. Se llama castigo, no
vacaciones, idiota.
—El Sr. Davis me llamó basura —Jesse chasquea los labios—. No soy basura.
Levanto una ceja y señalo su desorden por todas partes.
—No. No lo eres —digo inexpresivo—. ¿Cómo pudo pensar algo tan horrible?
Me gruñe de nuevo, pero soy inmune a sus arrebatos de malcriadez. He estado
lidiando con ellos desde que papá disparó a nuestra madre en la cabeza antes de
apuntarse a sí mismo. No soy el Sr. Davis. No puede apartarme como siempre intenta
apartar sus problemas. Soy su hermano y le devolveré el empujón.
—Vístete y prepárate para salir por la puerta en diez minutos. Aaron tiene un
charter privado en alta mar hoy. Es mucho dinero. Gánate el sustento hoy y puede que
te pague.
Jesse gime.
—Amigo. ¿En serio? Odio el Angler-traz. Es una asquerosa excusa para un barco,
21
Ty.
Me hace gracia el nombre que Aaron eligió para su barco de pesca ecológico
Wegley de diez metros. Es un juego de palabras entre la pesca y Alcatraz. A sus clientes
les encanta la conexión e incluso compran artículos de Angler-traz en su sitio web.
—El asqueroso Angler-traz es lo que mantiene las Nikes en tus pies y un iPhone
en tu bolsillo.
Es inútil sacar a relucir que el Angler-traz es lo que hace que Aaron se hunda y
apenas llegue a fin de mes. El préstamo del barco tiene a su empresa, Walsh at the Wharf,
endeudada hasta las cejas.
—Pero soy un niño —continúa Jesse—. No puedes obligar a un niño a trabajar.
¿Un niño?
—Hombre, mides un metro ochenta y te está creciendo el bigote. Eres un
inmaduro. Por suerte para ti, también dejan que los bebés malcriados despellejen
pescado. Walsh at the Wharf es un empleador de igualdad de oportunidades.
—Da igual —murmura, pero empieza a levantarse de la cama.
Puede que la mayoría de los días sea una espina clavada en el costado de Aaron
y mío, pero sigue siendo leal a nosotros, especialmente a Aaron. Si no fuera porque Aaron
puso toda su vida en pausa y se endeudó mucho para sacarnos de la casa de acogida
cuando murieron nuestros padres, Jesse seguiría yendo de casa en casa. Aquel año,
cuando él tenía nueve años y yo once, sufrimos tanto mental como emocionalmente. No
podíamos aguantar más, pero, por suerte, Aaron llegó justo a tiempo para reunirnos de
nuevo.
—Vístete con varias capas, cariño —me burlo con voz cantarina sólo para
molestarlo—. El tiempo está de mal humor igual que tú.
Satisfecho de que se haya levantado y vaya a prepararse, me dirijo a la cocina.
Aaron lleva puesto su polo azul real de Walsh at the Wharf con capitán bordado en un
lado del pecho, mientras consulta su teléfono. Reconozco su ceño fruncido por la
preocupación, pero lo suaviza cuando se da cuenta de que le estoy mirando, forzando
una sonrisa en su lugar.
—¿Todo bien? —pregunto, haciendo un punto para echar un vistazo a su teléfono.
—Tranquilo —me asegura—. Será bueno salir de la bahía y llegar a aguas abiertas.
Bueno para todos. ¿Trabajas hoy?
—Alguien tiene que alimentar a los zombis corporativos.
—¿Repartiendo pedidos en el Distrito Financiero?
Asiento mientras rebusco en los armarios un paquete de Pop-Tarts. Cuando
encuentro el último paquete de cerezas, lo abro y devoro medio pastelito de un bocado. 22
—Los trajeados dan las mejores propinas —digo con la boca llena de cerezas
dulces, mientras las migas empolvan la parte delantera de mi camiseta negra—. Son
idiotas, pero dejan buenas propinas.
—¿Alguien te enseñó alguna vez a no hablar con la boca llena? —pregunta Aaron,
sacudiendo la cabeza—. Eres un animal.
—Estoy bastante seguro de que fracasaste en ese trabajo.
Me sonríe. A pesar de todas nuestras burlas, mis hermanos y yo somos muy
unidos. Cuando nuestro mundo se desmoronaba por culpa de nuestros padres
desquiciados, nos teníamos el uno al otro y eso nos ayudó a salir adelante. La vida, a
pesar de que Jesse es un delincuente bocazas y Aaron se deja la piel para mantener su
empresa en números rojos, es bastante buena.
El teléfono de Aaron zumba, robando su atención una vez más. Cuando empieza
a enviar mensajes de texto rápidamente, sé que es con su nueva novia, Tabby. Tiene mi
edad y grandes problemas con su padre. No tengo ni idea de por qué mi hermano no
puede encontrar una chica normal con la que salir. Al final todas resultan psicóticas.
—Ustedes se pelean más de lo que se llevan bien —señalo encogiéndome de
hombros—. Podría ser el momento de cortar esta soga también. Tal vez dejar de
encontrar chicas en la escuela de Jesse.
Resopla.
—Tiene diecinueve años y está en la universidad, imbécil. Déjala en paz.
—Y tú estás rozando los treinta, viejo. En serio, rompe con ella de una vez.
—Lo intenté la semana pasada —murmura—, pero se puso a llorar. Sabes que no
puedo con las lágrimas.
—Te hace sentir miserable. Déjame adivinar, está enfadada porque no quieres
volver a comer con ella.
Aaron me mira boquiabierto.
—¿Cómo lo sabes?
—Es egoísta y exigente. Sólo sería la decimoquinta vez que se enfada contigo por
lo mismo. —Me encojo de hombros como si fuera algo sabido—. Quizá podría
acompañarte. Ayudar a Jesse.
Los dos nos reímos al pensarlo. Tabby tiene extensiones de pestañas y acrílicos.
Es chocante que salga con un capitán de pesca, pero que pise su barco o se acerque a
un pescado eviscerado es una imagen mental cómica.
—¿Qué pasa con Jesse? —Jesse pregunta, acercándose a la caja vacía de Pop-
Tart—. Hombre. Te comiste el último Pop-Tart de cereza. —Va por la última mitad de la
tart, pero me la meto en la boca antes de que pueda agarrarla.
—Tabby va a ser tu niñera hoy —me burlo, mordisqueando mis palabras—. Vas a 23
tener que asegurarte de que tenga buena iluminación para sus historias de Instagram. El
Angler-traz se va a hacer viral.
Jesse se gira hacia Aaron.
—¿Tabby va a ir? De ninguna manera. No voy a subir a ese barco con ella. ¡Se
quejará todo el tiempo!
—Ambos se llevarán de maravilla —digo—. Dos guisantes en una vaina.
Esta vez los dos hermanos me gruñeron.
—Tabby no va —resopla Aaron—. Tyler está de mal humor esta mañana, así que
tendrás que ignorarlo. ¿Estás casi listo, Jess?
Jesse elige otra caja de Pop-Tarts y se decanta por las de fresa, a pesar de que a
nadie en casa le gusta tanto el sabor a fresa.
—Listo como nunca estaré para el trabajo infantil forzado.
Sonrío a mis hermanos cuando la electricidad parpadea un instante. Aaron frunce
el ceño y yo vuelvo a sentir esa sensación de inquietud en el estómago. La tart se me
agria en el estómago, amenazando con reaparecer.
—Seguro que hay una vacante en la guardería de Tabby —bromeo en lugar de
abordar la preocupación que me asalta—. Tengo entregas en ese edificio todo el tiempo.
Podrías montarte en el manillar como cuando éramos pequeños.
Jesse se burla.
—Al diablo con eso. Prefiero salir con el ruidoso Wayne cualquier día de la semana
que con Tabby.
—No es tan mala —dice Aaron exasperado.
—Tampoco es tan buena —decimos Jesse y yo al mismo tiempo.
Todos nos partimos de risa. Incluso con la facilidad de Jesse para meterse en
problemas, mi incapacidad para encontrar algo decente que hacer con mi vida, o el
magnetismo de Aaron hacia las chicas quejumbrosas, no cambiaría nada. Mis hermanos
son todo mi mundo, aunque sean muy molestos.
—Si hoy haces alguna entrega cerca de Tabby, llévale un café helado de esa
tienda de moda que tanto le gusta como ofrenda de paz de mi parte. Te deberé una —
dice Aaron—. No pido mucho, Ty. Esto me la quitará de encima por un tiempo.
Por mucho que me disguste esa mujer, haría cualquier cosa por mi hermano. Tiene
razón. Nunca pide nada. Lo único que le importa es que estemos juntos, felices, con Pop-
Tarts en la barriga y un techo sobre nuestras cabezas. Puedo hacerle un favor, incluso si
eso significa ser su chico de los recados.
Mi teléfono suena para avisarme que se acerca la hora de comer. La sensación de
desasosiego que sentía en el pecho disminuye a medida que me anticipo a la jornada
24
laboral que me espera. Puede que no sea el mejor trabajo del mundo, pero tengo toda la
vida para averiguar qué quiero hacer.
Siempre hay un mañana.
No es que el mundo vaya a acabarse antes.
Recojo la mochila que me acompaña a todas partes y le hago un saludo simulado
a Aaron.
—Sus deseos son órdenes, capitán. Espero más Pop-Tarts de cereza a cambio de
mi encuentro con el diablo pelirrojo de la guardería.
—Tendrás tus Pop-Tarts de cereza, mocoso. Ahora sal de aquí antes de que
decida arrastrarte al mar con nosotros.
Pase difícil.
En ese momento, tomo la bici que está junto a la puerta y saludo a mis hermanos.
—Diviértanse hoy.
—Traeré la cena más tarde —me dice Aaron—. Nos vemos esta noche.
—¡Adiós, perdedor! —Jesse grita.
Me río y salgo en bici, ansioso por hacer ejercicio y, con suerte, por unos buenos
consejos. Algún día encontraré un trabajo bien pagado para que Aaron no tenga que
trabajar tanto. Demonios, quizá incluso me plantee hacer algún curso universitario o algo
así.
Mañana.
Siempre hay un mañana.
CAPÍTULO TRES
Kellen
Se oyen voces por el pasillo que me sacan de mi trabajo. El tiempo ha pasado
rápido y borroso mientras limpiaba mi bandeja de entrada y es casi mediodía. Entre
correo y correo, he conseguido hacer mi pedido de comida, pero aún no ha llegado treinta
minutos después, a pesar de los quince minutos prometidos.
Debería haberle dicho a Frannie que me trajera algo de la pescadería. 25
Un trueno retumba a lo lejos y me alegro en secreto de no haberme imaginado
antes nubes de tormenta. Cuando me vuelvo hacia las ventanas, el cielo se ha oscurecido
sobre la bahía y las nubes se agitan de forma ominosa.
Estupendo. Mi sándwich no sólo va a estar frío, sino también mojado.
Intento cancelar el pedido, pero el sistema indica que la entrega está en curso.
Estoy a punto de ponerme en contacto con el servicio de atención al cliente cuando mi
teléfono emite un pitido con una alerta meteorológica local.
Se espera tiempo severo para la 1PM. Tormentas con relámpagos y
vientos moderados. Aviso de viento en efecto hasta las 7PM con ráfagas de
55-63 kmph. ¡Mantente a salvo, San Francisco!
Como para puntualizar la alerta, el viento silba afuera de mis ventanas. No es la
primera tormenta que azota la bahía y, desde luego, no será la última. Entonces, ¿por qué
no puedo librarme de esta extraña sensación de inquietud? Ya no estoy convencido de
que sea el café.
Abandono mi posición junto a la ventana y vuelvo a encender la televisión. Ya no
es el programa matinal ni los programas diarios que suelen emitirse a esta hora. Han
interrumpido con verdaderos informativos que informan en directo desde Seattle.
—Como pueden ver por la escasa iluminación aquí en la emisora, estamos sin
electricidad tras ese importante terremoto y dependemos de nuestros generadores para
llevarles las noticias. En este momento, no estamos seguros de la magnitud de los daños.
Están llegando llamadas de todas partes sobre la Sapace Needle que al parecer se ha
derrumbado. Por supuesto, seguiremos esta noticia a medida que se desarrolle.
Saco mi teléfono de la chaqueta de mi traje y busco en Internet
—Space Needle Colapso. —Ya hay varios vídeos colgados. Al hacer clic en uno
de ellos, veo cómo alguien que camina cerca filma el temblor del suelo y comenta el
terremoto, pero luego empieza a gritar. La cámara rebota por todas partes mientras
gritan—: ¡Se va a caer! Mierda, se va a caer. —La vista sube en picada hasta la Space
Needle. Efectivamente, se oye un sonido ensordecedor mientras empieza a
desmoronarse como si estuviera hecha de Legos.
Mi estómago refunfuña. Abandono el vídeo para estar pendiente de mi comida.
Está más cerca de mi edificio, pero aún no he llegado.
—Los terremotos ocurren todo el tiempo —dice uno de los reporteros de la
televisión—, y por desgracia, a veces los daños son importantes. Les pedimos
encarecidamente que no cunda el pánico. Dejen que los socorristas hagan su trabajo.
Para estar seguros, permanezcan en casa.
Pum.
Dirijo la cabeza hacia las ventanas y frunzo el ceño al no ver nada. ¿Se habrá
levantado ya tanto viento como para que vuelen escombros por aquí arriba? 26
Pum.
No son escombros. Un pájaro. Otro pájaro. Este deja una mancha de sangre.
—¿Qué demonios? —murmuro.
Pum.
Pum, pum, pum.
Pum, pum, pum, pum, pum.
Uno tras otro, pájaros de diferentes tamaños y formas chocan contra mis ventanas.
Y luego silencio.
Empiezan a pitarme los oídos y luego se acumula una incómoda presión en los
conductos. Abro la boca y muevo la mandíbula para intentar que los oídos me piten.
Siento un dolor agudo detrás de los ojos, como el principio de una fuerte migraña sinusal.
—Frannie —grito, pellizcándome el puente de la nariz.
Entra en mi despacho con las palmas de las manos sobre las orejas.
—¿Sientes eso?
—Está cayendo una tormenta —digo, señalando las malditas ventanas—.
Probablemente es la presión de eso. Una docena de pájaros acaban de golpear mis
ventanas.
Sus redondas mejillas siempre sonrosadas por el exceso de rubor palidecen ante
mis palabras.
—Ron llamó hace un rato y me dijo que fuera a casa. Se está preocupando por
nada, ¿verdad, Kellen?
—Por supuesto —digo rápidamente, aunque no creo del todo mis palabras—. Es
sólo una tormenta y pasará.
—¿Y Seattle?
—Los terremotos ocurren todo el tiempo —digo, repitiendo como un loro la noticia
de antes—. Es una pena, pero no es raro.
Asiente, pero no pierde el ceño fruncido.
—También se habla de una inminente erupción volcánica en Yellowstone. Si
estalla, va a ser horrible para esa gente.
—Todo irá bien. No te dejes llevar por las noticias. Tienen fama de relacionar todo
lo que pueden con el asteroide del 73.
—No te preocupes, cariño, no voy a convertirme en un maníaca lunar. —Se ríe,
aunque suena forzado—. Le dije a Ron que con los vientos que se espera que recibamos,
probablemente sea más seguro para mí quedarme en el trabajo que estar afuera en él.
¿No estás de acuerdo? 27
—Absolutamente.
Estoy de acuerdo por razones puramente egoístas. No podría soportar perder a
Frannie atropellada por un moonie demasiado excitado. Casi puedo apostar los zapatos
de mis pies a que Ron le encontraría sentido a ese argumento.
—Luces cansado —dice Frannie, acercándose a mí, con los ojos arrugados por la
preocupación—. ¿Ya comiste?
Mi estómago gruñe audiblemente la respuesta.
Se ríe entre dientes y sacude la cabeza.
—Mira, si hubieras sido valiente, podrías haber comido los mejores camarones
fritos que he probado nunca.
—Mi comida llegará pronto. Estaré bien con mis albóndigas, muchas gracias.
El teléfono de su mesa suena con fuerza. Se excusa con una sonrisa tensa y se
apresura a contestar. Voy a comprobar de nuevo en la aplicación el progreso de mi
sustituto cuando me distrae otro mensaje de alerta.
4
Milicias Redneck: Grupo de activistas de extrema izquierda y de la clase trabajadora que
promueve la justicia social y protege a las minorías.
Pone los ojos en blanco y sus pestañas ridículamente largas se agitan ante el
movimiento.
—¿Y bien?
Dejo la mochila en el suelo y abro la cremallera, agradecido al ver que el café sigue
a buen recaudo en el portavasos. Lo saco y se lo ofrezco, esperando alguna muestra de
gratitud.
—¿Qué? —gruñe—. ¿Se supone que tengo que darte las gracias?
Perra.
Tabby Holmes va camino de convertirse en la bruja no carnívora con la que había
tenido el placer de hablar momentos antes. Que me parta un rayo si dejo que mi hermano
siga saliendo con ella.
—Aaron me envió a romper contigo. Aparentemente, no puede soportar cuando
32
lloras. No es él, eres tú. —Le enseño una sonrisa malvada—. Oh, espera, tal vez me
equivoqué en la redacción.
Se burla de mí.
—Eres un imbécil, Ty.
—Se necesita uno para conocer a otro, Tabs. Adiós para siempre.
No espero a ver si me grita o no, sino que cierro la cremallera de la bolsa para
mantener caliente el bocadillo y me lo vuelvo a meter bajo el brazo. Paso junto a la morena
que ha conseguido reunir a sus tres hijos pequeños -todos ellos, al parecer, conejos que
comen lechuga- y me pregunto cómo será para ellos. Por lo que parece, su madre es una
madre helicóptero, pero eso tiene que ser mejor que ser una maniática de la luna como
lo eran los míos.
Mientras me escabullo entre la gente que se reúne en una fila desordenada para
recoger a sus hijos temprano de la guardería, intento imaginar una vida en la que
tuviéramos padres normales que se preocuparan por el consumo de carne y no por cada
gota de lluvia o nube de tormenta. ¿Es realmente diferente para esos tres niños de lo que
fue para nosotros?
Mi mente da un giro oscuro, imaginando a la morena perdiendo la cabeza porque
su suegra les da una hamburguesa con queso a sus hijos y luego ella llevando a cabo un
asesinato/suicidio como con mis propios padres.
No.
Difícil de imaginar.
Mis padres siguen ganando en la categoría de locos.
Me lanzo hacia uno de los ascensores, pulso el botón de la planta superior y me
escabullo hasta la parte trasera de la jaula metálica. Varios tipos suben detrás de mí. Uno
de ellos mira mi gastada mochila con recelo, como si llevara armas con las que pienso
robarle su estúpida corbata, que probablemente cuesta más de lo que ganaré en todo el
día. Menos mal que aquí las propinas son muy buenas, porque tengo que aguantar
muchas miradas condescendientes que me ponen de los nervios.
Se abren las puertas de la sexta planta y entra una mujer mayor con su chihuahua
negro abrazado al pecho.
¡Guau! ¡Guau-guau-guau!
El perro sigue gritándonos a todos por existir siquiera. Me acerco para acariciarlo
y aúlla. Es un mierdecilla simpático y molesto. La mujer me ve y se aleja de mí, mirándome
con el ceño fruncido.
Lo que sea.
Suspiro pesadamente y opto por comprobar mi teléfono por millonésima vez, ya
que aparentemente este será el viaje en ascensor más largo de mi vida. Mi teléfono 33
muestra cero barras. Qué maravilla. Me lo vuelvo a meter en el bolsillo y miro los números
del panel mientras subimos lentamente. Perdemos y ganamos gente varias veces
mientras subimos. La mujer y su perro desaparecieron hace varios pisos. Sólo faltan dos
pisos.
La última de las personas del ascensor sale cuando se abren las puertas y entran
tres personas más. Un hombre, más o menos de la edad de Aaron, vestido de traje, una
mujer mayor con un moño de cabello blanco y un cárdigan amarillo, y un tipo más joven,
de aspecto friki, con gafas de montura gruesa y que lleva tirantes.
—Te escucha más —le dice el trajeado a la mujer—. Yo sólo soy el que se queja.
Se ríe entre dientes.
—No eres una quejumbroso. Tu trabajo es importante y necesitas ayuda de
calidad. Pronto encontraremos a la persona adecuada.
La corriente parpadea al cerrarse las puertas. Considero la posibilidad de pulsar
el botón para que me dejen salir y poder subir corriendo el último tramo de las escaleras,
pero vacilo lo suficiente para que nos pongamos en marcha.
Y entonces la energía vuelve a parpadear, esta vez, sumiéndonos en la oscuridad
durante varios largos segundos. Contengo la respiración, esperando a que vuelva la
electricidad. Con un débil parpadeo, lo hace. Junto con él llega el sonido de un zumbido
bajo dentro del ascensor.
El trajeado se acerca y pulsa el botón del piso superior. Una y otra vez, como si la
insistencia fuera a funcionar. Nada.
—Está atascado —dice exasperado—. ¿Qué demonios?
—Tal vez dure sólo un minuto —dice la mujer, con voz insegura.
—Podríamos pedir ayuda —ofrece el friki.
El traje le lanza una mirada fulminante que hace que el friki se marchite.
—No me digas, Sherlock.
—Kyle —amonesta la mujer—. No oí eso.
Kyle le dedica una sonrisa lobuna.
—¿Oír qué? Sabes que soy tu favorito, Barb.
—Discúlpate con Brian —ordena Barb—. Sólo intenta ser útil.
Kyle sonríe a Brian.
—Lo siento, amiguito.
Idiotas.
Ignorando a los tres, paso por delante de ellos y pulso el botón de ayuda. Suena
un trino y me responde una voz grave.
—Estamos atascados —le dice Kyle al operador—. Envíe a alguien para que nos
34
saque.
—Todos los ascensores del edificio han dejado de moverse —dice el operario en
tono aburrido—. Tenemos a mantenimiento en camino. Por favor, permanezcan ahí hasta
que volvamos a ponerlos en marcha.
—¿Permanecer aquí? —Kyle refunfuña—. Como si tuviéramos elección.
—¿Cuánto tiempo más? —pregunto, ya irritado por estar atrapado aquí con este
imbécil.
El operador parlotea diciendo que tarda entre quince minutos y unas horas.
Increíble.
Ahí va mi maldita propina.
CAPÍTULO CINCO
Kellen
Esto es ridículo.
He esperado más de una hora desde que la aplicación mostró mi sándwich en el
maldito edificio. ¿Qué podría estar haciendo este idiota? ¿Entregando bocadillos en cada
piso hasta llegar al último? Sinceramente, reto al incompetente repartidor a que aparezca
en este momento. Atrévete. No sólo no va a recibir propina, sino que también van a recibir
una crítica desagradable. Increíble.
35
—Kellen —dice Frannie, asomando la cabeza en mi despacho—. Ha llegado tu
comida. Además, Barb quiere saber si puede tener un minuto de tu tiempo.
Barb es de recursos humanos. ¿Qué necesita de mí?
Mi ya terrible humor se agria aún más. Kyle. No debería sorprenderme. Le dije que
involucrara a Recursos Humanos si necesitaba un nuevo asistente, pero no pensé que
fuera tan rápido en querer seguir adelante. La irritación por esta mierda de día hace
tiempo que se ha convertido en algo que roza la ira. Lo primero es lo primero.
—La veré en un minuto. Que pase el repartidor, por favor.
Frannie frunce el ceño, pero asiente antes de alejarse. Giro la cabeza sobre los
hombros, intentando liberar la tensión de los músculos del cuello. Me duele la cabeza
desde el extraño cambio de presión de antes y no se me ha pasado. Probablemente
tampoco ayuda el hecho de que me muera de hambre.
Un chico de no más de dieciocho o diecinueve años entra en mi despacho como
si no le importara nada. Lleva la gorra de béisbol hacia atrás y está sudando. No me
saluda con una sonrisa cortés ni me pide disculpas por la espera. No, el mierdecilla
empieza a abrir la cremallera de su mochila como si fuera a comerme ese bocadillo que
probablemente ya esté helado.
—Voy a detenerte ahí mismo —gruño, incapaz de contener mi ira—. Puedes
quedarte con tu sándwich de mierda.
El chico se detiene a mitad de la cremallera y dirige su atención a mi cara.
—¿Qué?
Cruzo los brazos sobre el pecho y le clavo una mirada furiosa de la que mi malvado
padre estaría orgulloso.
—Ya me has oído. No voy a aceptar el maldito bocadillo.
—Tú lo pediste —dice apretando los dientes.
Las bolas de este tipo.
—Lo hice —acepto en tono cortante—. Hace casi dos horas.
—No fue culpa mía —me responde—. Estuve atrapado en el ascensor de tu
edificio.
Me vuelven a doler los oídos a medida que aumenta la presión. Me froto las sienes
en un intento de calmar las punzadas.
—Vete. Llévate ese bocadillo frío.
Jadea y espero su respuesta. Pero cuando levanto la vista, ya no me mira con el
ceño fruncido, sino que mira por la ventana. Me giro para ver qué le llama la atención.
Las nubes bajas, oscuras y ominosas de la tormenta se retiran. 36
Pero eso no es lo extraño.
El pavor me retuerce el estómago y la bilis me sube por la garganta. Ya no me
molesta mi bocadillo porque algo malo está pasando.
—¿Qué pasa con el agua? —pregunta el chico, con confusión en el tono.
Me acerco a la ventana, intentando comprender lo que estoy viendo. En toda la
década que llevo aquí, nunca había visto nada igual. El agua está... desapareciendo.
En otra parte de mi planta oigo un parloteo nervioso, así que sé que los demás
también lo ven. La bahía se está retirando con bastante rapidez, como si alguien hubiera
tirado del enchufe y todo se estuviera vaciando.
No soy capaz de responder a la pregunta del chico ni de sacar el teléfono para
buscar información meteorológica actualizada. Estoy paralizado por la inusual
desaparición de la bahía. Por cada centímetro que se retiran las nubes de tormenta,
parece que se llevan el agua con ellas. Y debido a este extraño suceso, no podemos ver
más allá de las nubes de tormenta para saber qué está haciendo exactamente el agua.
Pero no puede ser nada tan malo, ¿verdad?
San Francisco ha sido elegida la ciudad más segura del mundo durante los tres
últimos años consecutivos.
La presión en mis oídos aumenta y gimo, cubriéndome los lados de la cabeza con
las palmas de las manos. Me doy cuenta de que el chico murmura algo, pero no consigo
entender lo que dice. Lo único que puedo hacer es mirar fijamente.
Los barcos, antaño atracados en los numerosos muelles visibles, están asentados
sobre el fondo rocoso, inclinados y chocando unos contra otros. El puente de la bahía de
San Francisco-Oakland parece fuera de lugar ahora que no hay agua bajo él.
Bajo mis pies se siente una baja vibración que sube zumbando por mi cuerpo hasta
llegar a mis dientes. Toda la oficina parece traquetear en silencio, claramente los
estruendos se sienten por todas partes. Soy vagamente consciente de que el chico
maldice mientras intenta llamar a alguien por teléfono. Yo estoy demasiado paralizado
para intentar llamar a alguien.
Las luces del edificio parpadean, no es la primera vez hoy, pero siguen encendidas.
Suelto un fuerte suspiro mientras otra insoportable ráfaga de presión asalta mis oídos.
El viento silba y los enormes cristales se tambalean ligeramente. Los pájaros
vuelan esta vez lejos del edificio, siendo zarandeados mientras intentan escapar. Algunos
se estrellan contra el edificio de enfrente, esta vez contra su propia voluntad, y mueren al
instante.
—¿Qué demonios? —exclama el chico ante el espectáculo de las aves.
Ya no me interesan los pájaros. Lo que más me preocupa es la bahía vacía. Dónde
está el agua y, lo que es más importante, ¿cuándo volverá? 37
Las vibraciones aumentan y ya no se siente como un zumbido. Me tiemblan las
piernas. Un movimiento me llama la atención. El puente de la bahía de San Francisco-
Oakland se balancea y rebota ligeramente. Odiaría estar en ese puente ahora mismo.
Aunque, estando aquí arriba, ver la bahía desvanecerse ante mis ojos no es mucho
mejor.
Los truenos retumban a lo lejos y el cielo se ilumina con una telaraña de luz
eléctrica. Las nubes son casi negras y pintan el horizonte con una fatalidad inminente.
Me siento como si debiera hacer algo, pero no tengo fuerzas para mover los pies.
Me quedo inmóvil, mirando cómo se desarrolla este extraño horror. El chico, como yo,
está boquiabierto, como si no pudiera creer lo que ve.
—Están ahí afuera —ahoga el chico, con la palma de la mano golpeando el cristal—
. Mi familia está ahí afuera.
La lástima sustituye a la rabia que sentía antes.
—Seguro que están bien.
Mentiras.
Nada de esto está bien.
Algo terrible está ocurriendo. Puedo sentirlo en lo más profundo de mis huesos y
en el palpitar de mis oídos.
La bahía ha desaparecido.
Se ha ido.
Otro estruendo recorre el edificio, haciéndome tambalear. La silla de mi escritorio
rueda y choca contra un aparador cerca de las ventanas.
El fuerte ruido de un helicóptero rompe el inquietante estruendo y vuela
peligrosamente bajo, justo por encima de los edificios, hacia la bahía vacía. Entonces me
doy cuenta de que, como los pájaros, no tiene control. El viento lo lleva hacia las enormes
y furiosas nubes de tormenta en la distancia. Y, como en una película de acción con una
gran imagen generada por computadora, es absorbido por el oscuro vacío.
Por un momento, mi mente da vueltas en busca de respuestas. La opción obvia es
que estamos experimentando uno de los extraños fenómenos meteorológicos que se
producen en todo el mundo. Sin embargo, como siempre he sido fan de King y Koontz,
no puedo evitar preguntarme si se trata de extraterrestres, de algún monstruo marino o
de un producto de mi jodida imaginación.
Monstruos o alienígenas serían una respuesta fácil y algo contra lo que luchar.
La Madre Naturaleza es imparable y no es precisamente justa cuando entra en
guerra.
No hay forma de parar esto, sea lo que sea. 38
Las nubes negras comienzan a levantarse y disiparse, convirtiéndose en un
brillante tono azul oscuro.
¿Se está debilitando la tormenta? ¿Va a devolvernos nuestra bahía?
Es entonces cuando me doy cuenta de que las nubes no son azul oscuro.
Las nubes se han ido.
No, el azul desde el horizonte hasta donde alcanza la vista, es un muro gigante.
Una pared gigante de agua de mierda.
Las sirenas finalmente dan la alarma, pero es demasiado tarde.
Santa Mierda.
Tsunami.
CAPÍTULO SEIS
Tyler
Vuelvo a llamar a Aaron. Por millonésima vez. Luego a Jesse.
Nada, excepto las alertas de demasiado tarde que aparecen en mi teléfono.
Esto no es un simulacro. Alerta de tsunami. Busquen terreno alto
inmediatamente.
El miedo me sube por la garganta y el pánico se apodera de mí, haciéndome 39
temblar. Mis hermanos. Mierda. Mis hermanos están ahí afuera y no tengo ni idea de qué
hacer al respecto.
Suenan sirenas por toda la ciudad.
Mi cliente -Kellen, como decía la aplicación de reparto- se ha quedado
inquietantemente callado. La ira de su frío sándwich no aparece por ninguna parte.
El suelo vuelve a retumbar, esta vez de forma audible. Me agarro a lo que tengo
más cerca -el brazo de Kellen- para no perder el equilibrio. Bajo su traje, el músculo de
su tríceps es sorprendentemente firme. Me reprendo por haberme dado cuenta de algo
así cuando el mundo parece irse al infierno.
Las luces sobre nosotros zumban y vibran, parpadeando sin parar como si
estuviéramos en una jodida fiesta apocalíptica de oficina.
—Mierda —sisea Kellen—. Mierda.
Vuelvo a centrar mi atención más allá del cristal que en lo que ocurre en su
despacho, buscando en la bahía señales de agua. Nada más que un cuenco escurrido de
rocas. Mi mirada roza las nubes de tormenta y se detiene cuando encuentro lo que busco.
El pavor se me retuerce en las entrañas mientras intento descifrar qué es lo que
estoy viendo. Es agua. Cantidades interminables de agua, subiendo, subiendo, subiendo,
subiendo. Es como si la aspiraran desde la ciudad hacia el cielo.
¿También se están llevando a mis hermanos?
¿Han zozobrado y se los ha tragado el mar?
Aprieto con fuerza el brazo de Kellen. Debe de estar tan aturdido como yo, porque
no se queja ni me empuja. Parece que ambos estamos paralizados por el terror.
Un grito atraviesa el aire más allá de su oficina, seguido de alguien que llora y otro
que grita. El tsunami está ocurriendo. Se está hinchando, creciendo y fortaleciendo. No
podemos hacer otra cosa que observar horrorizados.
—¿Qué hacemos? —balbuceo, incapaz de elevar mi voz por encima de un
susurro—. ¿Qué demonios hacemos?
Kellen se encoge de hombros, haciéndome consciente de que sigo aferrado a él
como si pudiera salvarme. Le arranco la mano del brazo con fuerza y vuelvo a quedar
atrapado por la creciente montaña de agua.
Mamá, papá... tenían razón.
Siete años demasiado pronto, pero predijiste la diezma de la vida.
La amargura me amarga la lengua. Era más fácil creer que estaban locos que
aceptar que su miedo estaba justificado. Miedo a.... esto.
Se suponía que papá nos mataría a todos. Ese era su plan. Sin embargo, en el
momento en que disparó a nuestra madre en la cabeza, la culpa fue demasiado para
soportar. No podía hacerle eso a sus hijos también, y se puso la pistola en la boca. 40
¿Están mirando desde algún lugar? ¿Del cielo? ¿Del infierno? ¿Otra realidad?
¿Están Aaron y Jesse con ellos ahora?
¿Estoy solo?
Alguien emite un sonido gutural y adolorido. Me sobresalto al darme cuenta de
que soy yo. La pena amenaza con ahogarme mucho más rápido que cualquier ola
catastrófica.
La bilis me quema el esófago. Intento tragarla, pero las náuseas aumentan. Es
entonces cuando percibo el empalagoso aroma de la salsa marinara y las albóndigas muy
condimentadas. Sin darme cuenta, cierro la cremallera de la mochila para evitar las
arcadas.
Es curioso en qué te fijas cuando tu vida pasa ante tus ojos.
Como la colonia de Kellen. Huele jodidamente caro. Hasta este momento, siempre
me pregunté cómo sería tener todo lo que siempre quise. De poder sacar una AMEX
negra y comprar lo que me diera la gana.
Mis hermanos se ahogan y yo pienso en Lamborghinis.
Me estoy volviendo loco. Estoy perdiendo la cabeza.
Otro estruendo de la tierra me hace agarrarme de nuevo a Kellen. Esta vez, no me
suelto porque prefiero aferrarme a mi maleducado cliente en los últimos segundos de mi
vida antes que morir solo.
Soy todo lo que queda.
Me pitan los oídos y entonces lo oigo.
Un rugido.
Suavemente al principio y en la distancia, en algún lugar más allá de las sirenas
ululantes.
Entonces la presión en mi cabeza aumenta a medida que el sonido crece en
intensidad. Tardo un segundo en darme cuenta de que el sonido procede del mar.
—Ya viene —sisea Kellen, gesticulando salvajemente hacia el cristal—. ¡El agua
está volviendo!
Efectivamente, la ola sigue siendo una imponente torre mientras el agua que se
encuentra bajo ella vuelve hacia la ciudad. Es como si la mayor presa del mundo se
hubiera abierto de golpe, enviando toda el agua existente hacia nosotros.
Todo lo que puedo hacer es mirar fijamente, cautivo de su ira inminente, incapaz
de pensar en otra cosa que no sea la muerte de mis hermanos.
Es imposible que hayan sobrevivido a esta... cosa.
Es exactamente eso. Una cosa. Nunca en mis dieciocho años de vida he leído o
aprendido nada sobre esto. Claro que sé lo que es un tsunami o una inundación grave. 41
Incluso recuerdo haber aprendido sobre el Arca de Noé en un vídeo de YouTube que
encontré una vez.
Nada es comparable a lo que está a punto de devorar esta ciudad de un trago.
Tsunami no se siente como una palabra lo suficientemente grande para describirlo.
Algo me hace cosquillas en la mandíbula y tardo un segundo en darme cuenta de
que es una lágrima. La pérdida de mis hermanos duele físicamente. Pronto, sin embargo,
yo también me habré ido.
Pero ¿y si lo consiguieran?
¿Y si Aaron volvió cuando sospechó que pasaba algo raro con el tiempo?
¿Y si atracaron el Angler-traz y están sentados en nuestro apartamento,
esperándome?
Suelto el brazo de Kellen y me froto la mejilla mojada. Tengo que salvarlos. Tengo
que llegar al apartamento. ¿Y qué pasa con Tabby? Aaron también querrá que la salve.
Puedo recogerla de camino.
Dando tumbos hacia atrás, intento no pensar en el agua que va a inundar la ciudad
en cualquier momento y me dirijo hacia la puerta.
—¿A dónde vas? —Kellen brama detrás de mí.
—Tengo que encontrar a mis hermanos —ahogo la voz, cruda como si me hubiera
tragado cuchillas de afeitar—. ¡Tengo que ir antes de que sea demasiado tarde!
Al instante se me echa encima, me agarra de la mochila y me impide salir de la
oficina.
»¡Suéltame! —grito, tratando de desenredarme de él—. ¡Suéltame, idiota!
—Es demasiado tarde —susurra, con voz resignada.
Me gira físicamente hacia las ventanas una vez más. El rugido de fuera es más
fuerte, pero ahora va acompañado de estruendosas sacudidas cuando el agua se abre
paso entre los muelles y los barcos de la orilla. Sin tener en cuenta el nivel del mar, el
agua salada y monstruosa avanza, arrollando edificios, autos y, probablemente, a miles
de personas.
—Mierda —siseo.
Todo el edificio tiembla mientras el agua se estrella contra varias estructuras
cercanas. Los cristales se hacen añicos, estallando una y otra vez como mini explosiones
por todas partes. Y entonces el agua consume este edificio, haciendo que todo vibre
como si estuviéramos en una violenta montaña rusa.
Tabby.
Pienso en ella y en ese niño llorando en su cadera nadando por sus vidas, 42
atrapados dentro de una guardería en el primer piso.
Nadie sobrevivirá.
Se me revuelven las entrañas y miro impotente por la ventana. Se oyen gritos por
todas partes, pero esta oficina en particular está en silencio mientras Kellen y yo vemos
cómo se desarrolla la extinción de San Francisco. El agua sigue avanzando y puedo ver
cómo se hace cada vez más profunda, sumergiendo por completo algunos edificios.
¿Cuánta agua recibiremos?
¿Estaremos seguros en lo alto de este edificio?
El agua sigue inundando por debajo de nosotros, subiendo rápidamente, pero
sorprendentemente, esa no es toda mi preocupación.
No, mi mayor temor en este momento es ese muro de agua en la distancia que se
hincha más y más cerca con cada segundo que pasa.
Lo peor está por llegar.
CAPÍTULO SIETE
Kellen
—¡Prepárense! —grito a cualquiera que me escuche.
El chico, ahora pálido y con las mejillas mojadas por las lágrimas, permanece
inmóvil. Había mencionado a sus hermanos como si pudiera ir a rescatarlos.
No puede.
Se han ido. 43
Todos, pronto, se habrán ido.
Con mi despacho medio acristalado y una ola destructiva que nos golpeará en
cuestión de segundos, tomo la rápida decisión de intentar protegernos de los cristales.
—¡Ayúdame a darle la vuelta a esto! —le digo bruscamente al chico, haciendo un
gesto salvaje hacia mi escritorio.
Se queda inmóvil mientras lo tiro todo al suelo: el laptop, las carpetas, los adornos.
Lo agarro de la parte delantera de la camiseta y tiro de él hacia mí para poder mirarlo a
los ojos.
—Escritorio. Ahora.
Obtengo un asentimiento vacilante y entonces se pone en acción. Juntos,
volcamos el escritorio. Lo empujo al suelo detrás de él, echando un último vistazo a
nuestra inminente perdición. Lentamente, me arrodillo y mantengo la cabeza por encima
del borde del escritorio para poder observar con relativa seguridad.
La ola ha perdido parte de su altura, lo que me permite ver las oscuras nubes de
tormenta por encima y más allá de ella. Pero a medida que deja de ser una torre de agua,
se convierte más en una bestia voraz que se alimenta de los edificios a su paso.
Las luces parpadean y, esta vez sí, se va la luz para siempre, sumiéndonos en una
silenciosa oscuridad. Como si la ola de un tsunami gigante no fuera suficientemente
aterradora por sí sola, ahora tenemos que enfrentarnos a ella en la oscuridad.
El edificio retumba y tiembla, lo que me hace preguntarme hasta qué punto esta
estructura de acero y hormigón puede resistir la furia de la Madre Naturaleza. Se oyen
estampidos y estruendos por todas partes, una ensordecedora cacofonía del Apocalipsis.
El agua azota el edificio, impidiéndome ver a través de las ventanas. Me recuerda
a un túnel de lavado: esperas a que limpien tu vehículo mientras te sientas a salvo dentro
para no mojarte.
El cristal se astilla formando una telaraña gigante en una de las ventanas. Y luego
otra. Y, como no puede ser más espantoso, se abre un orificio del tamaño de una moneda
de veinticinco centavos y entra agua a raudales en mi despacho. Alrededor del agujero,
las grietas se hacen más grandes y abundantes. Lo tomo como una señal para apartar la
vista. Caigo de trasero junto al chico y suelto un gemido estrangulado.
—Vamos a morir, ¿verdad? —pregunta con los ojos marrones muy abiertos.
En lugar de responder a su pregunta, lo tomo suavemente la mano, con un impulso
inusitado de ofrecerle algún tipo de consuelo -y tal vez a mí mismo-, y niego con la cabeza.
Mentiroso.
Es sólo cuestión de tiempo.
Pronto estaremos todos muertos.
—¿Cómo te llamas, chico? —exclamo, apretando su mano.
44
—T…Tyler —balbucea—. Tú eres Kellen. La aplicación me lo dijo.
Los sonidos del agua al precipitarse en mi despacho por lo que ahora parecen ser
múltiples agujeros me distraen. Se estremece y se me hiela la sangre. En lugar de dejar
que el miedo nos consuma, lo miro a los ojos.
—No te preocupes. Seguirás recibiendo tu propina —digo inexpresivo.
Parpadea varias veces y sus facciones se transforman del niño asustado al tipo
burlón que había entrado en mi despacho con mi sándwich frío cómo el trasero.
—Más vale que sea la mejor maldita propina de mi vida —dice Tyler, mostrándome
una sonrisa que se siente fuera de lugar debido a nuestra situación—. Después de todo
lo que pasé para traer….
Sus palabras se ahogan -con mala intención- cuando el agua helada pasa a nuestro
lado, sumergiéndonos hasta el pecho. Sigo tomado de su mano, pero esta vez me aferro
a ella como si mi vida dependiera de ello.
Porque es así.
La poca vida que me queda.
—¿Es un mal momento para decirte que no sé nadar? —grito, cerrando los ojos.
—¡Mierda!
Su respuesta resuena dentro de mi cabeza mientras somos barridos de la cubierta
de mi escritorio y ambos nos estrellamos contra la pared junto a mi puerta. El agua se
nos echa encima y llega hasta el techo, atrapándonos en este tanque de desesperación.
Algo duro me golpea en el costado y me desgarra partes del traje en un instante. Me
sacude, pero Tyler me sujeta con fuerza. Me aparta de los escombros.
Es demasiado tarde.
Estamos bajo el agua y vamos a morir.
Luego nos succionan en la dirección opuesta, como espuma arrastrada por un
desagüe. La idea de ser arrastrado de vuelta al mar es tan aterradora que casi me
desmayo. Mi otro lado choca contra lo que creo que es mi escritorio y luego me sacan
por la ventana.
Afuera. De. La. Maldita. Ventana.
Estoy muerto.
Un dolor agudo en el hombro me hace exhalar el poco aliento que me quedaba en
los pulmones. Mientras el agua se precipita fuera de mi despacho e intenta llevarme con
ella, me doy cuenta de que sigo agarrado a Tyler. O, mejor aún, él se aferra a mí.
El agua se retira de mi despacho con la misma rapidez con la que entró y
enseguida me doy cuenta de que estoy en el exterior de mi edificio. Cuando el agua
finalmente se escurra, será una larga caída hasta la acera. 45
Aspiro las bocanadas de aire que tanto necesito mientras intento procesar mi
situación.
El dolor me asalta desde todas las direcciones, pero ahora mismo estoy más
concentrado en permanecer dentro de mi oficina, donde el agua se va. Donde hay aire y
relativa seguridad.
—Te tengo —sisea Tyler, tirando con todas sus fuerzas—. Más vale que esta
propina sea jodidamente buena.
Lanzo una carcajada histérica. Es mejor que desmayarse de terror.
—¿Acaso el treinta por ciento no es la norma cuando alguien te trae un bocadillo
frío y ahora mojado, pero en cambio te salva la vida?
Gruñe, sin molestarse en contestar, y me arrastra de vuelta a mi despacho con un
chapoteo. Otra ola intenta sacarme de nuevo, pero él se resiste y me arrastra lejos de la
ventana. El edificio parece inclinarse. Una de las esquinas de mi despacho no está seca,
pero el agua no llega hasta las rodillas. Nos arrastra hasta la esquina, ambos tropezamos
y caemos rendidos.
Tardo sólo unos segundos en darme cuenta de que estoy medio encima de este
desconocido, jadeando como si no pudiera volver a respirar. Está temblando tan fuerte
que tengo el impulso de abrazarlo contra mí para que pare.
A pesar de estar completamente agotado por haber estado a punto de morir,
consigo incorporarme y apoyo la espalda contra la pared. Mis ojos se dirigen a las
ventanas, o donde antes estaban, y observo los daños.
Nunca en mis cuarenta años he visto nada igual.
San Francisco está completamente inundada.
Afortunadamente, la enorme ola monstruosa ha desaparecido, pero el agua sigue
corriendo alrededor del edificio, sin retroceder más allá de la parte inferior del último piso.
No oigo nada más allá de mi despacho, aparte del chorro de agua, los crujidos del
edificio y los ocasionales estruendos de la tierra. ¿Habrá perecido mi personal en el
embate de las olas?
El piso de abajo no tuvo ninguna oportunidad. Si, por alguna razón, se las
arreglaron para golpear el hueco de la escalera y subir aquí, podrían haber sobrevivido,
pero considerando la falta de voces, es dudoso.
Frannie.
Me obligo a no pensar en lo que le ha pasado. No le lloraré hasta que vea su
cuerpo. Hasta entonces, creeré que está bien. Necesito algo en lo que creer ahora mismo.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Tyler, con la voz temblorosa.
Ojalá fuera como mi padre en este momento, o incluso como Knox. Ojalá pudiera
mirar a este chico directamente a los ojos y trazar un plan para rescatarlo de esta locura. 46
Desearía un maldito barco mientras lo deseo.
Por supuesto, nada de eso se cumple.
—No lo sé —admito con un gruñido tenso, el estrés de nuestra situación finalmente
cayendo sobre mí con el peso de mil toneladas—. No lo sé, carajo.
CAPÍTULO OCHO
Tyler
Se han ido.
Es imposible que el Angler-traz sobreviviera a esa monstruosa mutación en que se
ha convertido el mar. El barco habría volcado o las olas se lo habrían tragado. Aaron es
un buen capitán, pero no es tan bueno. No es invencible.
El dolor me atraviesa el pecho y me hace un agujero donde antes estaba el 47
corazón. Mis hermanos, la única familia que tengo, han muerto y no pude hacer nada
para evitarlo.
Debería haber estado allí con ellos. Casi lo estaba. En lugar de eso, un ascensor
me mantuvo cautivo y milagrosamente me quedé atrapado discutiendo con Kellen. Si
esas cosas no hubieran pasado, es seguro que estaría flotando por la ciudad, nada más
que comida para peces.
Al menos estaría con mis hermanos.
Alguien gime en la distancia, sacándome de mi propia autocompasión. No es
Kellen. Está mirando el agua que golpea nuestros zapatos, con los ojos muy abiertos por
el terror.
—Ayuda —grita la mujer—. Que alguien me ayude, por favor.
Una vez más, espero a que Kellen, claramente el jefe de todos aquí, entre en
acción. No se inmuta. Estoy seguro de que está conmocionado. Yo sí que lo estoy.
Pero no podemos quedarnos aquí sin hacer nada.
Aaron, e incluso Jesse, no se sentarían a esperar ayuda. No, se pondrían en acción
para ayudar a la gente. En todo caso, puedo honrar a mis hermanos siendo como ellos.
—Sujétame la mochila —balbuceo, quitándomela de los hombros—. No la tires al
agua.
Mi dura instrucción hace que Kellen se sobresalte. Me mira con recelo, pero sujeta
la mochila y agarra con fuerza las correas mientras tira de ella hacia sí. Cuando estoy
seguro de que no va a perderla -tanto la mochila como su mente-, corro por la moqueta
empapada hacia la zona que creo que era la entrada.
Está bajo el agua.
Fabuloso.
Me replanteo mi decisión cuando oigo voces apagadas y más sollozos. Tengo en
cuenta la inclinación del edificio y las ventanas del despacho de Kellen. Si sólo una
esquina de su despacho está por encima del agua, significa que los demás en esta planta
no pueden tener mucho aire. Si además están heridos, puede que sólo tengan cuestión
de minutos. Tengo que ayudar.
Respiro hondo y me dejo caer en el agua fría, deslizándome por el suelo hasta
sumergirme por completo. Me escuece abrir los ojos, pero necesito ver adónde voy. El
agua está oscura y turbia, pero pronto encuentro la silueta de la puerta de su despacho.
Nado hacia ella. A un lado hay un archivador que inmoviliza la puerta.
—Kellen, ¿estás ahí?
El agua amortigua la voz, pero sin duda es femenina. Debajo de mí se oyen golpes
suaves en la puerta.
48
Mis pulmones empiezan a arder, así que empujo hacia la superficie en busca de
aire.
—Oiga, señora, ¿puede oírme? —grito a través de la pared—. Kellen y yo estamos
a salvo. ¿Cuál es su situación?
—¡Soy Frannie! Soy Frannie. Tenemos algunas bolsas de aire, pero cada vez que
una ola golpea...
Sus palabras se ahogan y entonces oigo toser al otro lado.
—Hay un archivador en la puerta —grito—. Voy a moverlo y luego abriré la puerta.
Prepárate para nadar. Voy a sacarte de ahí.
No espero respuesta y vuelvo a sumergirme en el agua. El archivador pesa mucho
ahora que está lleno de papeles y carpetas empapados, pero consigo abrirlo. Antes de
que pueda agarrar el tirador, lo abren de un empujón y entra por la puerta una mujer
mayor. La tomo del brazo y la arrastro en dirección a un lugar relativamente seguro.
Cuando salimos y ve a Kellen, se echa a llorar.
Por fin, despierta de su niebla y avanza. Agradezco ver que sigue agarrado a mi
mochila, aunque la toma de la mano y la ayuda a tumbarse junto a él.
—Hay otros, pero no sé dónde —dice, con todo el cuerpo tembloroso—. Tenemos
que ayudarlos.
Le hago un gesto cortante con la cabeza.
—Quédate aquí con Kellen. Yo iré a buscarlos.
El agua está fría, pero no es insoportable, y vuelvo a sumergirme. Esta vez
atravieso la puerta y entro en la zona de recepción. Me doy cuenta de que hay una
pequeña bolsa de aire sobre mí, así que me tomo un segundo para respirar y
reagruparme.
—¿Hay alguien ahí? —grito.
Varias voces responden a la vez, aparentemente ansiosas ante la perspectiva de
un rescate. Por desgracia para ellos, sólo estoy yo. Ni policía, ni guardacostas, ni ángeles
de la guarda. Tendrá que ser así.
Me sumerjo de nuevo bajo la superficie, apartando papeles y otros desechos de
mi camino mientras nado hacia donde creo que está la gente. Veo varias piernas pisando
el agua al otro lado del ascensor.
Al salir a la superficie, observo rápidamente a los supervivientes. Reconozco
inmediatamente al friki, al idiota y a la anciana del ascensor. También hay un hombre y
otras dos mujeres. Todos están empapados y aterrorizados, y me miran como si fuera su
salvador.
—Kellen y Frannie están en el despacho de Kellen —explico, con la respiración
entrecortada como el agua que nos rodea—. Hay una bolsa de aire entre aquí y allí. Hay
sitio para sentarse en su despacho. Síganme.
49
Sin esperar nada más, vuelvo a sumergirme tras respirar hondo. Me doy la vuelta
y me aseguro de que me siguen antes de cruzar a nado la zona de recepción. Me detengo
a aspirar más aire cerca de la puerta y oigo a varios de los que vienen detrás hacer lo
mismo antes de atravesarla nadando.
Kellen sigue abrazado a Frannie cuando vuelvo a la oficina, con la mochila sujeta
con su mano de hierro. Salgo del agua y empiezo a tirar de la gente hacia la alfombra. Al
final, todos están a salvo fuera del agua y acurrucados en el pequeño espacio que no está
bajo el agua.
—¿Hay alguien más en esta planta? —pregunto, mirando a Kellen.
Frunce el ceño y niega con la cabeza, con incertidumbre en la voz al decir:
—No lo creo.
—No —dice con firmeza una mujer rubia—. Esto es todo el mundo.
Ocho pares de ojos se posan en mí, evaluándome como si yo tuviera las respuestas
a lo que sigue. La verdad es que no tengo ni idea. Estoy tan perdido, aterrorizado y
confuso como ellos. La diferencia es que me he pasado toda la vida ocultando esos
miedos, primero con mis padres y luego en un centro de acogida. Incluso ahora, estoy
fingiendo ser adulto, esperando que nadie se dé cuenta de que soy tan despistado como
ellos.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta el idiota—. Estamos jodidos.
Kellen se eriza, pero no dice nada.
Suelto un fuerte suspiro, dándome cuenta de una vez por todas de que nadie va a
dar el paso. Tengo que ser yo.
—Sí, parece que estamos jodidos. Pero podemos sobrevivir a esto. Yo soy Tyler.
—Soy Frannie —dice Frannie—. Este de aquí es Kellen, como ya sabes. —Señala
a los demás, empezando por el friki, el idiota y la vieja del ascensor—. Brian, Kyle, Barb.
—Luego señala a un chico más o menos de la edad de Kellen, a una morena sollozante
y a la rubia de aspecto feroz—. Estos son Gerry, Elise y Hope.
—Genial —digo, asintiendo lentamente—. Necesitamos reunir provisiones.
Cualquier cosa útil. No sabemos cuándo se retirará el agua ni cuándo llegará la ayuda.
Las cosas podrían torcerse rápidamente y no queremos ser blancos fáciles.
Kyle hace una mueca.
—No es momento para juegos de palabras bonitos.
Ignorándola, me acerco a Kellen y le quito la mochila.
—Tengo un par de barritas de proteínas y una botella de agua aquí. ¿Alguien tiene
algún tentempié o botella en los cajones de su escritorio o en algún sitio al que podamos 50
llegar?
—Tengo cosas en el cajón de mi escritorio —ofrece Frannie.
—Yo también —dice Hope.
Elise, con la barbilla tambaleante, gimotea.
—¿Están... están todos los demás en el edificio muertos?
—¿Qué te parece? —Kyle gruñe—. ¡El edificio está bajo la maldita agua!
El grupo estalla en una cacofonía de refunfuños y reprimendas por la crueldad de
Kyle. Los detengo con un gesto de la mano.
—No tenemos tiempo para esto —escupo—. Frannie, Hope, vamos a ver qué
podemos encontrar. Kyle, ¿puedes nadar hasta las ventanas y ver si puedes evaluar lo
que está pasando ahí afuera. El resto de ustedes pueden mover cualquier mueble de esta
esquina para que tengamos más espacio.
—¿Quién murió y puso a este chico al mando? —pregunta Kyle, con el labio
curvado por el disgusto.
—Kyle —gruñe Kellen—. Para.
A Kyle se le enciende la nariz, pero asiente.
—Bien. Brian, tú vienes conmigo. No voy a ir solo.
Brian hace una mueca, pero asiente.
—Sí, claro, hombre.
Le devuelvo la mochila a Kellen. Al saber que llevo provisiones en ella, parece
agarrarla con más fuerza que antes. Ahora que ya tenemos nuestros deberes, Frannie,
Hope y yo volvemos al agua. Yo lidero el camino, deteniéndome en la siguiente bolsa de
aire.
—¿De quién es el escritorio más cercano? —pregunto, pero sus respuestas se
ahogan cuando el agua se hincha y nos roba la bolsa de aire. Segundos después, vuelve
a retirarse, dándonos el oxígeno que tanto necesitamos.
—El mío —dice Frannie—. Por allí, creo. Todo se movió cuando la gran ola golpeó.
Todos aspiramos y nos sumergimos bajo la superficie, siguiendo a Frannie.
Encuentra su escritorio y abre un cajón. Coge una bolsa de tamaño personal de lo que
parecen palomitas de maíz y un paquete de galletas de mantequilla de maní. Se las quito
para dejarle las manos libres. Me indica que es todo lo que tiene. Hope señala hacia
donde encontré a los demás, cerca del ascensor.
Al llegar al siguiente punto de aire, salimos de nuevo, todos jadeantes por el
esfuerzo.
—Mi mesa está por allí —dice Hope señalando en otra dirección—. Traje mi 51
almuerzo, pero terminé comiendo comida para llevar en su lugar. Tengo algunas cosas
en mi bolso.
—Estamos justo detrás de ti —le aseguro—. Vamos a recogerlo.
De nuevo, nos sumergimos bajo el agua y nadamos entre escombros y muebles
flotantes. Hope localiza su escritorio y saca la bolsa. La desliza sobre su cuerpo,
asegurándola, y luego abre otro cajón. De ahí, saca un largo y afilado abrecartas. Sin
duda puede ser útil. Le hago un gesto con la cabeza y le señalo los ascensores. El camino
de vuelta no dura más que unos minutos. Estamos descansando en la bolsa de aire
cercana al escritorio de Frannie cuando ésta habla.
—¿Crees que alguien llegó al hueco de la escalera? —Frannie pregunta—.
¿Deberíamos comprobarlo?
Tanto Hope como yo asentimos.
—Sígueme —dice Frannie antes de sumergirse de nuevo bajo el agua.
Se aleja nadando de la puerta de Kellen, adentrándose en las aguas turbias,
pataleando con fuerza hasta que llegamos a una puerta con la etiqueta ESCALERA. Está
abollada por dentro, probablemente por el golpe de un escritorio o algo así, lo que me
hace preguntarme si se abrirá. Después de ver a Frannie tantear el pomo un par de veces,
la empujo. Haciendo palanca con el pie apoyado en la pared, giro y tiro con todas mis
fuerzas. El metal gime y protesta, pero luego cede. Los pulmones me arden por la
necesidad de respirar. En lugar de volver atrás, nado a través de la abertura y me alegro
de descubrir mucho más aire y una superficie seca.
—Dios mío —grazna Frannie cuando un cuerpo choca contra ella—. ¿Está
muerto?
El hombre en cuestión tiene un corte en el cuello y no se mueve. Le doy la vuelta
y, a juzgar por la herida que casi lo ha decapitado, diría que hace tiempo que no se salvó.
—Está muerto —gruño—. No podemos hacer nada por él. —Hago un gesto hacia
las escaleras que suben al tejado—. Pero si pudiéramos traer a todos aquí, el suelo está
más alto y podría ser más seguro.
Salgo del agua y subo las escaleras desiguales ahora que el edificio está inclinado,
utilizando la barandilla para mantenerme firme. Los truenos retumban afuera, haciendo
vibrar todo el edificio y cada uno de mis huesos. Esta tormenta -o lo que demonios sea
esto- no parece contentarse hasta que todos estemos muertos.
Desde más allá de los muros exteriores de hormigón de la escalera, el viento aúlla,
una ominosa advertencia segundos antes de que el edificio empiece a gemir aún más
fuerte. El agua chapotea alrededor de los escalones, brotando bruscamente y
rociándome. Frannie ya ha subido los escalones conmigo, pero Hope sigue en el agua,
siendo ahora arrojada lejos de los escalones. Grita cuando choca contra la pared y luego
el cadáver choca contra ella. 52
—Ven aquí, donde es seguro —grito, extendiendo un brazo hacia ella.
Hope consigue apartarse de la pared y se agarra a mi mano extendida. La tiro por
encima de la barandilla. Afortunadamente, no se queja del golpe en el hombro y se pone
rápidamente en pie, aunque ha perdido los zapatos de tacón.
El rellano entre el piso de Kellen y la azotea está seco y es lo suficientemente
grande para que todos se reúnan, así que en cuanto podamos, tendremos que trasladar
a todo el mundo a la nueva ubicación.
Frannie sube las escaleras delante de mí y golpea la puerta de la azotea cuando
llega.
—¡Está atascada!
La empujo e intento girar el pomo, pero está cerrado. Junto a la puerta hay un
hacha encerrada en una jaula de metal. Naturalmente, también está cerrada. Mi navaja
está en la mochila. Tendré que esperar a recogerla a menos que...
—Hope, ¿todavía tienes ese abrecartas?
Abre la cremallera de la bolsa del almuerzo y saca el brillante objeto metálico. Se
lo quito y evalúo la jaula metálica. El candado que la mantiene cerrada es grueso pero
barato. Me cuesta un poco de trabajo, pero consigo forzar la cerradura suficientes veces
con el abrecartas como para romper algo dentro de la cerradura. Dejo escapar un suspiro
de alivio cuando consigo tirar de la cerradura para liberar el hacha.
El hacha es ligera y fácil de manejar. Tras soltarla, miro por encima del hombro
para asegurarme de que Hope y Frannie no están detrás de mí antes de empezar a
blandirla. Doy un paso atrás y la golpeo con fuerza por encima de la cabeza, haciendo
aterrizar la hoja en la parte más fina del metal entre el pomo y la puerta.
¡Crack!
El pomo sale volando y se desliza por el suelo de cemento antes de rodar por el
borde y caer al agua. La puerta se abre de golpe y casi me da en la cara. Me agarro a ella
y, con cautela, asomo la cabeza.
Está lloviendo a cántaros y me cuesta ver más allá de unos metros. Pero a juzgar
por los cristales rotos, los trozos de hormigón y los trozos de metal de otros edificios que
han caído sobre el tejado, no cabe duda de que los edificios que nos rodean no están en
mucho mejor estado.
Mis ojos se posan en un trozo de hormigón del tamaño de un vaso de leche. Corro
bajo la lluvia unos metros y lo recojo. Cuando vuelvo, las dos mujeres me observan con
recelo. El viento se resiste, pero consigo cerrar la puerta y empujar el hormigón para
evitar que se abra.
—¿Y ahora qué? —Frannie pregunta, con la desesperación grabada en las líneas
de su cara—. ¿Qué hacemos ahora?
53
Date la vuelta y muere porque, como dijo Kyle, estamos jodidos.
—Ya lo resolveremos —miento—. Traigamos a todos aquí y luego lo resolveremos
juntos.
CAPÍTULO NUEVE
Kellen
Todavía me cuesta hacerme a la idea de que hay agua. Por todas partes. Y, por lo
que parece, no va a retroceder pronto.
Nos lo advirtieron.
Llevan cincuenta malditos años advirtiéndonos.
Cuesta creer que por fin esté ocurriendo. Casi como si estuviera atrapado en una 54
pesadilla realista, un sueño húmedo diabólico y no de los divertidos.
Kyle maldice desde cerca de la ventana por la que casi me habían barrido no hace
mucho. Brian, detrás de él, se balancea en el agua, mirando a lo lejos junto con él.
—¿Qué pasa? —grito, con voz ronca y temblorosa—. ¿Qué ves?
—¡Agua! —Kyle grita—. La ciudad es un puto océano. ¡Estamos jodidos!
Elise empieza a sollozar desconsoladamente mientras Gerry intenta consolarla.
Barb me agarra la mano y me la aprieta. Como su jefe, debería estar diciéndoles que todo
irá bien e ideando algún plan.
Sin embargo...
Todo lo que puedo hacer es permanecer congelado, mi cerebro es lo único que
se mueve, y de forma salvaje.
La fuerte lluvia que cae sobre el edificio es casi ensordecedora, junto con el aullido
del viento. El edificio gime y cruje, lo que me hace preguntarme cuánto tiempo más podrá
soportar los embates de la tormenta. Si se derrumba y desaparece, moriremos en
cuestión de segundos.
Podría ser la salida más fácil para todos.
Muerte rápida por ahogamiento.
Kyle empieza a nadar hacia nosotros, con el rostro fruncido por la frustración. Brian
permanece cerca de las ventanas, mirando lo que solía ser la bahía.
Barb se estremece y se vuelve para mirarme.
—¿Deberíamos mover los muebles como dijo Tyler que hiciéramos?
La mención de Tyler hace que mi ansiedad aumente de nuevo. Llevan afuera unos
quince o veinte minutos, lo que me inquieta, sobre todo porque Frannie está con ellos.
¿Y si se quedan atrapados sin aire?
Asiento, intentando sacudirme la niebla en la que quiero esconderme de la realidad
y la responsabilidad. Fingir que esto no está pasando no nos salvará.
Esta vez no puedes huir de tus problemas.
Ojalá papá y Knox estuvieran aquí para verte ahora, enfrentándote a la mierda
como un hombre.
—Sí —asiento con un gruñido—. Hagamos lo que podamos hasta que vuelvan.
Si vuelven...
Kyle sale del agua y se desploma junto a Barb. El traje, empapado hasta los huesos,
se le amolda al cuerpo y respira con dificultad. Sus ojos desorbitados se cruzan con los
míos, una mezcla de incredulidad, terror y furia. Aparto mi mirada de la suya, me levanto
sobre piernas temblorosas y examino mi oficina, o lo que queda de ella.
Dado que la mayoría de los muebles están flotando por ahí o posiblemente barridos
55
por la ventana hacia el mar, mover el pesado plantar de hormigón, el librero y la mesa
con una silla que queda no debería ser difícil.
Estoy pensando por dónde empezar cuando alguien sale del agua aspirando con
fuerza. Tyler. Me siento aliviado cuando Hope y Frannie aparecen justo después. Tyler
chapotea hacia mí, con las cejas fruncidas.
—¿Qué? —exijo, con la voz ronca—. ¿Qué pasa?
Sacude la cabeza.
—Nada. La escalera está seca. Tenemos que llevar a todos allí. Es mucho más
seguro que esto. —Hace un gesto hacia mi despacho, que está medio sumergido. Luego
baja la mirada—. Hay cuerpos allí, sin embargo. Tendremos que hacer algo con ellos.
Mi estómago hambriento se agarrota ante la idea de ver y tocar un cadáver. El
único que he tocado fue el de mi madre. Ya me estoy quebrando bajo el estrés de hoy.
Los recuerdos de mamá sólo me borrarán por completo.
—No puedo —balbuceo con un estremecimiento—. Tyler, no puedo.
En lugar de mostrarse frustrado conmigo, se vuelve para observar a nuestro grupo
destrozado. Con un suspiro, llama a Hope. Tiene el cabello rubio pegado a la cabeza y
los pechos casi obscenos en su blusa blanca, ahora transparente, pero tiene una fiereza
que me falta en este momento. Es una opción mucho mejor que yo.
—Hope y yo trasladaremos los cuerpos a... —se interrumpe, frotándose la sien—.
¿Dónde podemos, eh, contenerlos?
Hope rebota sobre sus pies descalzos como para entrar en calor.
—Sala de conferencias. Es un espacio interior. Podemos cerrar la puerta.
Tyler le hace un gesto de aprobación antes de volver sus profundos ojos marrones
hacia mí.
—Danos a Hope y a mí quince minutos y luego tú y Frannie tienen que sacar a
todo el mundo de aquí hacia la escalera. —Señala su mochila—. ¿Puedes llevar mi
mochila? No quiero arriesgarme a perderla mientras lidiamos con los cuerpos. Las pocas
provisiones que tenemos son demasiado valiosas.
—Por supuesto —gruño. Antes de que pueda retirarse, me agarro a su bíceps—.
Gracias por hacer esto.
Su intensa expresión se suaviza brevemente y luego desaparece, Hope
sumergiéndose en el agua con él. Miro a la gente que está sentada en la esquina más
alejada de mi despacho. Todos están abatidos y aterrorizados. Ninguno de nosotros
esperaba que la tarde fuera así. Por costumbre, saco el teléfono del bolsillo para ver la
hora.
Muerto.
56
Completamente anegado.
Mis pensamientos vuelven a mi hermano y a mi padre. ¿Se habrán enterado ya de
la noticia? ¿Estarán intentando localizarme? ¿Les importa? Intento no pensar en esto
último. Puede que a Knox le moleste que me fuera tras la muerte de mamá, pero sigue
siendo mi hermano. Tengo que creer que está muy preocupado por mí.
Papá, por otro lado, probablemente piensa que me lo he buscado de alguna
manera. Castigo por dejarlo a él y a su legado en la estacada.
Con un rápido movimiento de cabeza, lanzo mi inútil teléfono al agua con un
chapoteo. Tiro de las correas de la mochila de Tyler sobre cada hombro, apretando las
correas para que no se pierda en la inmersión. Finalmente, hago balance de lo que queda
de mi despacho. No queda nada de valor. Sólo la gente.
—Escuchen —afirmo, con la esperanza de inyectar algo de confianza en mis
palabras—. Vamos a trasladarnos al hueco de la escalera. Es más seguro que aquí.
Como para puntualizar mis palabras, una marejada de agua me llega por los pies
hasta las rodillas, casi sumergiendo a los que están sentados en el suelo. Elise lanza un
graznido de sorpresa y se agarra a Gerry para que la ola no la arrastre cuando se retira.
Todos se ponen en pie y me miran con recelo. Nadie quiere quedarse aquí y no los culpo.
—Frannie, ve delante —le ordeno—. Sé que todos sabemos dónde está la
escalera, pero como está todo bajo el agua, puede ser confuso. Frannie llevará un grupo-
Gerry y Elise. Yo seguiré con mi grupo: Barb, Brian y Kyle. Tyler y Hope se reunirán con
nosotros allí. ¿Estamos bien?
Todos asienten, ansiosos por pasar al siguiente lugar.
Frannie, Gerry y Elise desaparecen bajo el agua. Les damos cinco minutos más o
menos y luego Kyle va delante con Barb detrás. Brian va detrás de Barb y yo soy el último.
Odio el agua, mierda.
Desde que era pequeño y me caí en un río del rancho, siempre me ha dado miedo.
Puedo agitarme lo suficiente como para mantener la cabeza fuera del agua, pero nadar
de verdad es algo que nunca aprendí a hacer por miedo.
Y ahora mi peor pesadilla está chapoteando alrededor de mis tobillos.
Sólo tienes que aguantar la respiración, bracear y utilizar paredes o muebles para
impulsarte.
Mis palabras de ánimo no consiguen calmar mi corazón errático, pero bastan para
que me sumerja en el agua. Con una gran bocanada de aire, caigo bajo la superficie. La
puerta de mi despacho está abierta y veo las piernas de Brian pataleando al atravesarla.
Me levanto del suelo y aprovecho la fuerza para impulsarme hacia la puerta. Cuando
llego, me agarro al marco y salto al otro lado. Brian se balancea en la pequeña bolsa de
aire y me dedica una sonrisa sombría. Inspira y se sumerge. Lo imito y lo sigo.
57
Incluso con los ojos abiertos, la recepción está a oscuras. Los muebles flotan entre
papeles esparcidos. Busco en el agua turbia hasta que veo a Brian más adelante.
Utilizando el marco de la puerta, salgo disparado hacia donde lo vi por última vez. La
puerta de la escalera está abierta y doy una patada con las piernas al llegar a ella. Me
empiezan a arder los pulmones, así que espero llegar pronto. Oigo voces apagadas por
encima de mí. Mi mano golpea lo que creo que es la superficie, pero no doy con el aire.
Por un momento, siento pánico de no lograrlo.
Será como cuando seguía resbalando en el barro bajo el agua en el rancho,
incapaz de plantar los pies, aspirando una bocanada de agua en lugar de aire.
Antes de que el recuerdo pueda robarme por completo, alguien me agarra por
detrás de la mochila que llevo. Luego, con un tirón, me empujan hacia la superficie. En
cuanto mi cara sale del agua, aspiro aire con un sonido áspero. La mano de la mochila
sigue guiándome hacia las escaleras que están a la vista. Una vez que mis pies tocan los
escalones, me siento lo bastante valiente como para mirar a mi salvador.
Tyler.
Me dedica una rápida sonrisa y me suelta para que suba los escalones. Hope le
sigue con los labios ligeramente azules. Los sigo por los escalones hasta un rellano entre
el acceso a la azotea y el suelo de mi despacho. Está seco y es relativamente seguro. Los
demás están sentados en el rellano, recuperando el aliento.
Un trueno retumba, haciendo vibrar todo el edificio. Todos nos detenemos,
preparándonos para algo catastrófico, pero no ocurre nada.
—Voy a echar un vistazo en el tejado —le digo a Tyler, sin aliento—. Haz que se
acurruquen para entrar en calor y busca una forma de racionar lo que tenemos.
Tyler asiente, tomando la mochila que le ofrezco.
—Ten cuidado.
Subo los escalones hasta la puerta del tejado. En el suelo hay un hacha junto a un
trozo de hormigón que parece mantener la puerta cerrada. Tiro del pesado trozo de
escombro hacia atrás lo suficiente para poder deslizarme por la puerta.
La lluvia me pica en la cara cuando el viento me la arroja. Entrecierro los ojos, me
los tapo con la mano e intento observar lo que me rodea. Con el edificio
considerablemente inclinado hacia un lado, tengo cuidado con cada paso para no
resbalar y cometer un error fatal. La lluvia sigue cayendo sobre mí y me impide ver más
allá de unos metros.
El viento aúlla tan ruidosamente que me hace daño en los oídos. Debajo de mí, el
edificio se mueve y gime.
Mierda. Tenemos que salir de este maldito edificio. ¿Pero cómo? No puedo pedir
exactamente una balsa salvavidas Uber.
58
Entre truenos se oyen ruidos y gemidos de edificios. De vez en cuando, algún gran
trozo de escombro roza algún edificio, tal vez éste, y provoca más estruendo.
¿Cuánta gente sobrevivió a esta... esta cosa?
¿Somos los únicos que quedamos en esta ciudad olvidada de Dios?
Considerando que sólo quedan unos pocos edificios que sobresalen del agua y
que son un poco más altos que el nuestro, voy a arriesgarme a decir que no muchos lo
consiguieron. Además, han desaparecido todas las posibilidades de rescate. Las
comisarías, los bomberos, los hospitales y los guardacostas son ahora tumbas hundidas.
Estamos bien jodidos.
Estoy a punto de darme la vuelta y volver al interior para refugiarme de la tormenta
cuando veo algo oscuro a lo lejos. Lentamente, comienza a materializarse entre las
láminas de lluvia que caen. Mi mente tiene problemas para entender lo que estoy viendo.
¿Qué demonios es esa cosa?
El atronador crujido del metal contra el hormigón es una cacofonía ensordecedora.
Me quedo atónito, mirando fijamente la monstruosidad.
No, no es una nave extraterrestre.
Es un maldito crucero.
Durante un breve instante, la euforia se apodera de mí al permitir que la esperanza
de un rescate se abra paso. La felicidad se desvanece rápidamente al continuar a la
deriva. No hay luces encendidas en el barco. Al parecer, es un barco fantasma vacío que
se ha soltado de donde estaba atracado antes del tsunami.
No está tripulado, lo que significa que nadie lo controla.
Y se dirige hacia aquí...
Uno de los edificios cercanos chirría cuando el crucero choca contra él. El
hormigón tiembla y luego, con un gemido de derrota, el edificio se derrumba por la
tensión.
Oh, mierda.
Las olas del edificio que se hunde se precipitan hacia el tejado y rocían los
costados. No sé a dónde ha ido el crucero, pero sé que llegará pronto.
Tengo que advertir a los demás.
Si puedo sacarlos y llevarlos al tejado, quizá tengamos la oportunidad de nadar
hasta otro edificio. Bueno, los que saben nadar. El resto de nosotros estamos muertos.
Salgo de mi asombro, giro sobre mis talones y corro hacia la puerta del tejado.
Vuelo a través de la abertura en la que se encuentra Tyler con el hacha en la mano,
derrapando sobre el resbaladizo hormigón hasta chocar contra la barandilla. 59
—¡Prepárense para el impacto! —Rujo justo cuando la nave golpea nuestro
edificio.
Todo retumba y tiembla bajo nosotros. Pierdo el equilibrio y caigo de cara sobre la
barandilla. Caigo en las oscuras profundidades del agua de la escalera y suelto un grito
de pánico.
Golpeo el agua con los brazos por encima de mí en un esfuerzo por impedir que
mi cabeza golpee algo que podría ser fatal. El agua surge justo cuando rompo la superficie
y me dispara hasta el techo. Se oyen gemidos metálicos cuando estoy completamente
sumergido. Y aunque mi cabeza choca con fuerza contra el hormigón, el agua aún no ha
vuelto a bajar. Justo cuando me pregunto si me voy a asfixiar, el agua vuelve a bajar y me
invade una nueva sensación de pánico al verme arrastrado hacia las profundidades del
hueco de la escalera.
Un dolor me recorre el costado y me hace detenerme bruscamente. Tardo un
segundo en darme cuenta de que los trozos de barandilla que se han doblado y soltado
me han enganchado. Jadeando, intento subirme a la barandilla sin éxito.
El agua vuelve a precipitarse hacia mí sin previo aviso como un géiser, pero esta
vez en lugar de dispararme hacia arriba, permanezco enredado en el metal.
Me retuerzo y me agito para intentar zafarme de la barandilla, pero el metal afilado
se clava más en mi carne y me da más cornadas.
No voy a ninguna parte.
Espero no ahogarme.
CAPÍTULO DIEZ
Tyler
Todos vamos a morir.
Mi pesada mochila me tira al suelo y la puerta del tejado me inmoviliza. Con el
hacha, intento engancharla a la barandilla para liberarme. Justo cuando avanzo, el agua
vuelve a succionarme y trago aire con avidez.
Una vez que el agua se ha ido y se mantiene abajo esta vez, empujo lentamente la 60
puerta del techo lejos de mí y me levanto temblorosamente. Menos mal que aún llevo la
mochila o habríamos perdido las pocas provisiones que tenemos.
—Barb está herida —ladra Kyle, acunando a la mujer mayor en sus brazos—. Se
golpeó la cabeza.
Como no sé nada de traumatismos craneales, espero a que alguien intervenga
para ayudar. Por suerte, Frannie se acerca tambaleándose. Gerry ayuda a Brian a salir
del agua y Hope consuela a Elise, que no deja de llorar.
¿Dónde está Kellen?
—Ayuda —se atraganta una voz ronca—. Estoy atascado.
De inmediato, me inclino sobre la barandilla justo antes de donde falta una parte
para descubrir a Kellen. Su traje parece estar enganchado en el metal y cuelga sobre el
agua.
—Gerry —espeto—. Necesito ayuda aquí.
Gerry camina hacia mí, con las facciones demacradas por el cansancio. Cuando
mira por encima de la borda y ve a Kellen, se tensa.
—¿Puedes levantar los brazos, Kell? Gerry y yo vamos a sacarte de ahí.
Kellen levanta la cabeza para vernos y luego vuelve a mirar hacia abajo. Le tiembla
todo el cuerpo. La sangre gotea de alguna parte de él, salpicando las oscuras aguas de
abajo.
—No puedo caer en eso —balbucea, señalando salvajemente hacia abajo—.
Moriré. Mierda, no quiero m…m…morir.
—No vas a morir —le aseguro con una firmeza en la voz que no siento. Nada en
esta situación es seguro, pero eso no ayudará a calmarlo—. Vamos a sacarte. Levanta
los brazos.
Sigue mirando el agua que se agita bajo él. Cuando el agua sube un poco y le llega
a los tobillos, entra en pánico. Observo impotente cómo agita los brazos y las piernas.
—¡Socorro! ¡Ayúdenme! —grita—. ¡Tyler, ayuda!
—Kellen —gruño—, mírame.
—No puedo. Me voy...
—Mira. Hacía. Mí.
Levanta la cabeza y su mirada frenética se cruza con la mía. Para ser un importante
director general de treinta y tantos o cuarenta y pocos, en ese momento no aparenta
tener más de dieciséis años que Jesse.
—Levanta el brazo —dice Gerry, con voz tranquilizadora—. Te tenemos, hombre.
Kellen gruñe al intentar levantar el brazo. Se estremece y sacude la cabeza. 61
—Me duele. Este metal me ha corneado.
Las náuseas me revuelven las entrañas. ¿Cuánto metal tiene incrustado? ¿Y si lo
mantiene con vida?
—Bueno, no podemos dejarte ahí para siempre —refunfuño—. ¿Puedes sujetar el
extremo del hacha al menos?
Me inclino sobre la barandilla, agarro el hacha con las dos manos por debajo de la
hoja y le ofrezco el extremo romo de madera. Es lo bastante larga para que pueda
agarrarla.
—No te sueltes —le digo—. Gerry va a hacer lo que pueda para desengancharte
mientras yo te subo. Confía en nosotros para salir de este lío.
Asiente rápidamente, sus ojos suplicantes se clavan en los míos.
»No te soltaré.
Espero a que agarre bien el mango del hacha mientras Gerry se desliza sobre el
vientre, metiendo los brazos por debajo de la parte inferior de la barandilla. Se desliza
hasta que la mitad de su cuerpo cuelga de la cornisa. Brian se apresura a agarrarle los
pies a Gerry para evitar que se caiga del todo.
—A la de tres —les digo a todos—. Voy a tirar de ustedes hacia arriba y, cuando
puedan, usen los pies para apoyarse en las barandillas. —Me apoyo en la barandilla—.
¡Uno, dos, tres!
Mientras tiro de Kellen hacia arriba con todas mis fuerzas, aúlla de dolor. Oigo que
Gerry le dice algo tranquilizador, pero no lo entiendo. Los bíceps me chirrían por el
esfuerzo y la barandilla se me clava en las entrañas. Tengo cuidado de no cortarme
accidentalmente con el extremo afilado del hacha mientras lo descuelgo de su gancho.
—¡Está fuera! —Gerry grita justo cuando Kellen lanza un grito de agonía—. ¡Tira!
Lucho por llevarlo más arriba, pero entonces Kyle está a mi lado, agarrado a la
chaqueta del traje de Kellen. Juntos, tiramos de él hacia arriba y por encima de la
barandilla.
Kellen es esencialmente peso muerto y se desploma sobre mí, su cabeza
esquivando por poco el mortal extremo del hacha. Por suerte, Brian se acerca y me la
quita de las manos. Los escalones se clavan en mi espalda y estoy completamente
agotado por haber expulsado la poca energía que me quedaba, pero el alivio me inunda.
Kellen tiembla y sus dientes castañetean ruidosamente. Brian, Frannie y Gerry
están de pie alrededor, con la preocupación brillando en sus ojos. Kyle ha retrocedido
hasta donde Barb está sentada apoyada en la pared junto a Hope y Elise.
—Tenemos que echarle un vistazo a tu herida —gruño—. Vamos, grandullón. No
puedo moverme debajo de ti.
62
Kellen hace una mueca de dolor al levantarse de encima de mí. Tiene la cara pálida
y un moretón azulado en la frente. Está vivo y puede moverse, eso ya es algo. Gerry lo
ayuda a ponerse en pie y lo guía hasta lo alto de la escalera. La puerta sigue abriéndose
y cerrándose, haciendo todo tipo de ruido mientras continúa el tiempo tormentoso, pero
Gerry coloca a Kellen delante de ella, usando su espalda como tope de la puerta, ya que
ahora falta nuestro trozo de hormigón.
Brian me echa una mano y me levanta. Aún llevo la mochila encima y pesa una
tonelada, pero ahora no puedo quitármela por miedo a perderla.
Subo los escalones hasta donde se sienta Kellen y me arrodillo a su lado.
—Vamos a echar un vistazo. ¿Puedes quitarte la chaqueta?
Aprieta los ojos y sus labios forman una fina línea.
»Tomaré eso como un no —digo con un gruñido.
Con cuidado, separo una solapa de su chaqueta del torso para dejar al descubierto
su camisa de vestir ensangrentada. Luego le desabrocho los botones antes de despegar
con cuidado el material desgarrado de la fuente de la hemorragia. Efectivamente, tiene
un corte de varios centímetros justo debajo de las costillas, en el costado. Probablemente
fueron las costillas lo que lo salvó e impidió que se destripara por completo.
Necesito un botiquín de primeros auxilios, pero también necesito un barco y a mis
hermanos y una maldita hamburguesa con queso. Tendré que conformarme con lo que
tengo por ahora.
—Denme sus corbatas —les digo a Gerry y Kellen—. Tenemos que parar la
hemorragia. —Luego, a Brian, le digo—: Agarra la de Kyle también.
Brian hace una mueca, pero asiente y se aleja. Kellen intenta quitarse la corbata
temblorosamente. Tarda varios intentos en deshacer el nudo. Gerry me da su corbata y
aparta la mano de Kellen para ayudarlo. Doblo la corbata de Gerry en un cuadrado grueso
para usarla como venda.
Brian vuelve y me empuja la corbata de Kyle.
—La tengo.
—Átalas juntas en un extremo —le instruyo—. Vamos a usarlo como un cabestrillo.
Kellen gime cuando aprieto la corbata doblada contra su herida. Sé que le duele
muchísimo, pero ahora no puedo hacer nada. Necesitará ayuda adecuada más tarde,
pero esto es todo lo que puedo ofrecerle de momento. Una vez que Gerry tiene las
corbatas anudadas, pasa el material por detrás de la espalda de Kellen, por debajo de su
camisa. Cubro con cuidado la corbata de Gerry que funciona como vendaje improvisado
y luego le paso el otro extremo de las corbatas. La anuda y tira de ella. Kellen sisea entre
dientes, lo que hace que Gerry me lance una mirada preocupada.
—Tiene que estar apretado —le aseguro—. Hazle un buen nudo. Podemos
comprobarlo más tarde. 63
Cuando termina de hacer el nudo y vuelve a colocar la ropa de Kellen en su sitio,
Gerry y Brian se retiran a estar con los demás. Me acomodo en el suelo junto a Kellen,
con la mochila también pegada a la puerta. La lluvia sigue azotando el edificio exterior,
pero no recibimos más oleaje.
—¿Qué pasó? —pregunto, girándome ligeramente para mirar a Kellen—. Te oí
decir que nos preparáramos para el impacto antes de que se desatara el infierno.
Gruñe y se pasa una mano por la cara.
—Un crucero. Derribó otro edificio antes de chocar contra el nuestro. Es un puto
milagro que sigamos vivos.
—No jodas —murmuro—. Mierda.
Kellen se queda callado un momento antes de decir:
—Supongo que la propina que prometí sigue creciendo, ¿eh?
Se me escapa una carcajada.
—A este paso, vas a tener que ponerme en nómina. Demonios, dame algunas de
tus acciones ya que estás ahí.
A pesar del día infernal que hemos tenido, ambos nos sonreímos. Los gemidos
cercanos de Barb borran el humor de nuestras caras.
—¿Qué demonios vamos a hacer? —exclama Kyle, levantando las manos—. Barb
está conmocionada. Necesita un maldito médico.
Kellen también necesita un médico, pero no tenemos suerte.
—Necesitamos un segundo para recuperar el aliento —gruñe Gerry—. Estoy
demasiado viejo para esta mierda.
—Al menos tienes el almuerzo —murmura Kellen, sonriéndome—. Nada de
opciones sobre acciones para ti. Nunca lo olvidarás.
Está haciendo bromas, lo cual es mejor a que se me muera. Lo acepto.
—Necesitaremos nuestras fuerzas para lo que venga después —afirmo,
sentándome para poder quitarme la mochila y ponerla sobre mi regazo—. Pongámonos
todos algo en la barriga.
No tenemos mucho entre todos, por lo que hemos reunido, pero es suficiente para
que todos podamos tomar unos tragos de refresco y agua y picar algo de los aperitivos
que hemos adquirido. Incluso hay suficiente para permitirnos otro descanso dentro de un
rato. Después de eso, estamos jodidos a menos que escapemos de este infierno o nos
rescaten milagrosamente.
No estoy seguro de lo que vendrá después y no puedo pensar con tanta antelación.
—Todos, traten de descansar —les ordeno—. También tenemos que acurrucarnos
para entrar en calor lo mejor que podamos. La noche se nos echa encima y estar con la 64
ropa mojada no va a ser cómodo.
Gracias a Dios que esta mierda no ocurrió en invierno o estaríamos totalmente
jodidos.
Kellen levanta las piernas para hacer sitio delante de él. Gerry se sienta a su lado
y Elise y Hope al otro. Brian ayuda a Kyle a mover a Barb, colocándola en medio de
nuestro grupo. Brian se sienta en el escalón junto a Hope y Kyle se sienta en el escalón
junto a Barb. Frannie se sienta a mi lado en el escalón, apoyada en mi costado.
Somos un grupo lamentable, los nueve intentando sobrevivir, apiñados en el
rellano, pero seguimos vivos. Todavía estamos todos aquí.
La cabeza de Kellen se inclina hacia un lado y se apoya en mi hombro. Tan cerca,
a pesar de haberse sumergido varias veces, capto un rastro de su colonia. Sigue oliendo
cara. Cierro los ojos e inhalo su reconfortante aroma. No hay mucho que me reconforte
en este momento, así que me permito el capricho.
Abrazo mi mochila contra mí, odiando cómo las lágrimas empiezan a pincharme
detrás de los párpados. Ahora que tenemos un momento de respiro, no puedo evitar
pensar en la pérdida de mis hermanos. Es un dolor en lo más profundo de mi pecho que
me ahoga. Saber que nunca le volveré a echar mierda a Jesse por ser un adolescente
malcriado me revuelve el estómago. No volver a ver la sonrisa tranquilizadora de Aaron
hace que un sollozo me ahogue la garganta.
¿Y ahora qué?
¿Cómo puedo seguir sin ellos?
Una mano fría rodea la mía y aprieta. Abro los ojos y miro hacia donde me agarra
la gran mano de Kellen.
No conozco a este hombre.
Mierda, esta tarde le odiaba por ser tan imbécil.
Ahora, estoy agradecido por su presencia.
Necesito a alguien a quien aferrarme o podría dejarme llevar mar adentro.
—Vamos a superar esto —susurra Kellen—. Te lo prometo.
No sé si va dirigido a mí, a él o a todo el grupo, pero me aferro a él de todos modos.
Creo cada una de sus palabras porque mentalmente no puedo permitirme no hacerlo.
Vamos a superar esto.
Tenemos que hacerlo.
65
CAPÍTULO ONCE
Kellen
No me gusta sentirme débil, ni que me hagan daño, ni que me cuiden. Desde que
mamá murió, he estado oficialmente por mi cuenta y haciendo un buen trabajo yo solo.
Sobreviví a mi padre, sobreviví a mudarme al otro lado del país, sobreviví al espíritu
empresarial.
Y aquí estoy yo también sobreviviendo al apocalipsis. 66
Excepto que no lo estoy haciendo solo.
Tengo siete empleados y Tyler.
Honestamente, sin Tyler, sé que esto sería mucho más difícil de lo que ya es. Está
demostrando ser un líder más que capaz. Tyler es fuerte y mantiene la compostura frente
al terror. Comparado con él, soy débil, como mi padre siempre decía.
Sin embargo, de alguna manera, Tyler no me hace sentir así.
También es agradable a la vista...
Intento desesperadamente aplastar ese pensamiento. Llevo demasiado tiempo
luchando contra esa parte de mí. Teniendo un padre ranchero conservador y estricto, ser
gay no era aceptado. Ni siquiera estaba permitido. Su risa desdeñosa cuando salí del
closet ante él y mi madre de adolescente todavía me persigue. Ella se entrometía como
siempre, asegurándome que, aunque no entendía mi sexualidad, seguía amándome.
¿Pero papá?
Pensó que yo era una broma. Que era una fase que superaría y de la que luego
me arrepentiría. Mi padre nunca entendió mi atracción por los hombres o el hecho de
que no era algo que simplemente superaría algún día.
Nunca lo superé.
Lo que sí me inculcó fue inseguridad sobre mi sexualidad. No salgo con nadie y,
desde luego, no me meto en ningún tipo de relación. De vez en cuando me ha picado el
gusanillo a través de aplicaciones de citas, pero nunca ha sido más que para ligar.
Tyler remueve algo muy dentro de mí. Su rostro juvenil se endurece con historias
que siento curiosidad por conocer.
Si lo hubiera conocido a través de la aplicación, habría disfrutado del encuentro,
sin duda, pero habría vuelto por más. Es el tipo de chico con el que, si me hubiera
permitido tener una cita, me habría permitido dejar atrás mis complejos.
En otra vida, tal vez.
En ésta, me veo obligado a estar con él mientras luchamos por nuestras vidas,
pero nunca saldrá nada de la atracción que siento. Diablos, probablemente me ve como
un dinosaurio temeroso del agua que necesita ser salvado cada vez que se da la vuelta.
Patético.
Todavía no puedo creer lo idiota que fui con él hace unas horas. Sólo estaba
haciendo su trabajo, se quedó atrapado en un ascensor y se llevó la peor parte de mi
estrés. Tyler está preocupado por sus hermanos y se las ha arreglado para mantener su
mierda junta. Es admirable.
En cuanto a mi hermano, intento no preocuparme por él. Le ha ido bien estos años,
ayudando con el rancho y haciéndose un nombre en mi ciudad natal. Si alguno de estos
fenómenos meteorológicos o catástrofes afectan a Texas como aquí en California, Knox 67
sabrá qué hacer. Probablemente encontrará la forma de salvar a todos los habitantes del
pueblo y también a todo el ganado.
Por favor, Dios, que esté bien.
La mano de Tyler aprieta la mía, haciéndome saber que está despierto. Ahora que
es de noche, está oscuro en el hueco de la escalera con la puerta cerrada. Mi reloj ya no
funciona, pero si tuviera que adivinar, probablemente sea más de medianoche. No hemos
tenido ninguna marejada ni choque de barcos en horas. Quizá lo peor ya haya pasado.
—¿Estás despierto? —murmura Tyler, girando la cabeza hacia mí. Su aliento
caliente me hace cosquillas en las mejillas, haciendo que el calor florezca en mi pecho—
. Esto es incómodo como el infierno.
Oigo los ronquidos de Gerry por encima de los de los demás, que parecen seguir
durmiendo.
—No para Gerry —bromeo, aspirando con avidez el cabello de Tyler que me roza
la nariz. Huele a champú persistente y agua salada. Me gusta mucho ese aroma—. Gerry
podría dormir en cualquier sitio. Lo he atrapado muchas veces tomando una siesta en su
escritorio.
Tyler se ríe suavemente.
—¿Así que incluso los grandes zombis corporativos también tienen holgazanes en
su grupo?
—¿Zombis corporativos?
—Sí, ya sabes cómo son. Caminar sin dejar de pensar a su torre en el cielo,
trabajando de nueve a cinco una y otra vez hasta que mueren.
—Hmph —gruño—. Mi trabajo es un poco más entretenido que eso.
—Pero no para Gerry.
Los dos nos reímos. No quito la mano de Tyler. En la oscuridad, puedo aferrarme
a él, fingiendo por un momento que todo es normal y que no es el fin de una maldición.
—¿Qué vamos a hacer, Kellen? —pregunta Tyler con un suspiro derrotado—.
Estamos atrapados sin ningún sitio al que ir.
—La ayuda llegará —le aseguro—. Ya llegará.
No sé cómo ni de quién, pero tiene que ser así.
—Sí —murmura—. Tal vez. —Su otra mano tantea a ciegas sobre mi pecho,
enviando un estremecimiento directo a mi polla—. ¿Cómo está tu herida?
—Duele —admito con los dientes apretados mientras me recorre con los dedos—
. Aunque no se puede hacer mucho al respecto.
Localiza mi herida y desliza la mano por debajo de la camisa para comprobar el
vendaje. Presiona ligeramente con los dedos.
68
—No creo que haya sangrado de nuevo. Eso ya es algo.
—Podría haber sido peor —digo con un escalofrío—. Podría haber sido succionado
más profundamente en el hueco de la escalera y ahogado.
—Te habría salvado. —Su mano permanece en mi estómago bajo la camisa. El
corazón me martillea salvajemente en el pecho. De todos los momentos para decidir que
me interesa un chico, ahora es definitivamente el más inoportuno.
—Es algo nuestro —bromeo, sin poder evitar una sonrisa—. Me salvas una y otra
vez.
¿Es algo nuestro? Cierra la boca, idiota. Suenas como un imbécil.
¿Y si mis empleados están despiertos? Ninguno de ellos sabe siquiera que soy
gay, y mucho menos que me restriego estúpidamente con el repartidor de comida del
que, horas atrás, me estaba quejando en masa. Soy una vergüenza, como siempre pensó
papá.
Pero Tyler no me hace sentir como un perdedor, porque se ríe y me roza los
abdominales con sus dedos antes de retirar la mano.
—Y pensar que casi me echas. Me estás gustando.
Eso es.
Si alguna vez salimos de aquí, aprovecharía la oportunidad de llevarlo a cenar para
mostrarle mi agradecimiento. Se me ocurren muchas otras cosas que podría hacer
después.
»Menos mal que eres ardiente —continúa Tyler, con la voz baja y cerca de mi
mejilla—. Hace que sea más fácil aguantarte.
¿Cree que soy ardiente?
¿Estamos coqueteando?
El calor recorre mi cuerpo helado, calentándome desde el pecho hasta el final de
cada una de mis extremidades. La última vez que alguien me dijo que era ardiente fue en
el instituto. Conocí a un chico en el centro comercial que me dejó practicar con él mis
nuevas habilidades para las mamadas en un probador. Desde entonces, me han dicho
que tengo éxito y que soy un buen partido, pero nunca que soy ardiente.
—Mi ego lo necesitaba —susurro—. Gracias.
—¿No vas a patearme el trasero por coquetear contigo?
Así que estamos coqueteando. Es bueno saberlo.
—Te aseguro, Tyler, que patearte el trasero es lo último que quiero hacerte. —
Vuelvo a apretar mi nariz contra su cabello, deseando que estuviéramos lejos de toda
esta mierda, solos en una habitación de hotel.
Empieza a decir algo, pero entonces alguien se aclara la garganta. Toda la lujuria 69
y el deseo de perseguir a un hombre como Tyler se aplastan.
Frannie se mueve junto a Tyler antes de decir:
—¿Cómo te sientes, Kellen?
Humillado.
Horrorizada de que pudiera haber estado escuchando lo que yo creía que era una
conversación privada.
Toso y hago una mueca de dolor justo debajo de las costillas.
—Yo... me siento bien. ¿Cómo lo llevas tú? ¿Te mantienes bien?
—Estoy preocupada por Ron —dice Frannie, la emoción hace temblar su voz—.
Con su rodilla mal... —Se detiene y luego solloza—. No lo logró, ¿verdad?
Nadie lo logró aparte de unos pocos elegidos de nosotros. Toda la ciudad está
bajo el agua. Aun así, no puedo ser el portador de malas noticias.
—Seguro que está bien —digo, con la voz tensa—. En cuanto salgamos de aquí,
iremos a buscarlo.
Alguien resopla cerca de mí y me invade otra oleada de vergüenza. ¿Estaban todos
escuchándonos hablar a Tyler y a mí en silencio? ¿Saben todos que ahora soy gay?
Mierda.
—Necesitamos provisiones —ladra la voz. Kyle—. Barb no se ha movido mucho.
Necesita más que unos sorbos de agua. Necesita cuidados adecuados, comida caliente
y una puta manta.
Entiendo sus frustraciones, pero es como si me hiciera responsable de esta
mierda.
—¿Dónde, Kyle? —le grité—. ¿Dónde demonios piensas conseguir estas cosas?
Kyle maldice en voz baja, pero no responde.
—La sala de descanso de nuestra planta —dice Brian, uniéndose suavemente a la
conversación. Sí, todo el mundo ha oído mi mortificante intento de ligar con un hombre
que tiene la mitad de mi edad. Jodidamente maravilloso—. Hay cajas de agua
embotellada y una máquina expendedora —continúa—. Puede que incluso haya un
botiquín de primeros auxilios o ibuprofeno.
—Ese suelo está completamente sumergido —le recuerdo, irritado por tener que
hacerlo—. No podemos llegar ahí. Ni hablar.
Tyler se pone rígido a mi lado y la inquietud me recorre. No está pensando en....
no. No. Lo está pensando.
—¿Quién aguanta más la respiración? —pregunta Kyle, seguido de una risa
amarga.
Frannie, para mi horror, interviene: 70
—Sé que me he ablandado con la edad, pero era una gran nadadora en la
universidad. Yo lo haré.
—Y una mierda —gruño, buscando su cara en la oscuridad imposible—. ¿Estás
intentando que te maten, mujer?
Tyler aparta su mano de la mía y empieza a rebuscar en su bolso. Segundos
después, saca algo y una luz cegadora inunda la escalera. Todos, excepto Barb, nos
miran con ojos de búho. Si no estuviera tan molesto por esta estúpida proposición, me
avergonzaría absolutamente de que todos hayan oído la charla coqueta de Tyler y mía.
—La linterna aún funciona —dice Tyler, agitándola brevemente antes de
apagarla—. Podemos usar esto para buscar en la sala de descanso.
—Tyler, no vas a ir. Tú tampoco, Frannie.
—Yo voy —escupe Kyle—. Intenta detenerme, Kellen. Noticia de última hora,
moriremos aquí si no hacemos algo.
La culpa me inunda.
—Lo sé, pero tiene que haber una manera mejor...
—Yo también iré —dice Brian—, ya que conozco el trazado y fue idea mía.
Increíble.
—Tenemos suficiente para pasar la mañana. —Me froto la sien y suelto un fuerte
suspiro—. Al menos esperen hasta entonces. Puede que entonces entre algo de luz por
las ventanas de esa planta. Hacerlo ahora sería un suicidio.
La mano de Tyler encuentra mi rodilla y la aprieta.
—Hasta el día entonces. Hasta entonces, haremos un plan y Brian nos lo trazará.
—Se gira, acercando su boca tanto a mi mejilla que hace que mi corazón martillee en mi
pecho—. Voy a buscar el botiquín para vendarte bien la herida y desinfectarla.
Aunque me conmueve que esté motivado para hacer esto con el fin de ayudarme,
también me da mucho miedo.
—Será mejor que vuelvan todos —digo con voz ronca, odiando lo débil que
parezco—. Es una orden.
Frannie, Tyler, Brian y Kyle se lanzan a planearlo todo mientras yo me quedo
inmóvil. La idea de perder a la mitad de nuestro grupo es suficiente para que me suba la
bilis por la garganta. Pero tienen razón. Necesitamos comida y agua. Además, si no
conseguimos un botiquín de primeros auxilios, es posible que desarrolle una infección
por el agua de mar, que sin duda está contaminada con lo que arrastró en su exitoso
intento de ahogar la ciudad.
No sobreviví tanto tiempo sólo para morir por un corte infectado.
—Por favor, que estén a salvo —murmuro—. Por favor. 71
Tyler se sienta y deja caer la cabeza sobre mi hombro.
—Yo cuidaré de ellos. Todo va a salir bien.
Pero ¿quién cuidará de ti?
CAPÍTULO DOCE
Tyler
Esto va a apestar de verdad.
Pero también es necesario para nuestra supervivencia. Kyle tiene razón. No
podemos quedarnos sin hacer nada. Si hay provisiones y suministros cerca, nos debemos
a nosotros mismos intentar obtenerlos. Sin más agua, como mínimo, pronto estaremos
todos muertos. 72
Además, esta tarea me distraerá de otras cosas, como la muerte de mis hermanos.
Anoche apenas dormí más de diez minutos seguidos porque las pesadillas en las que
veía los cadáveres de mis hermanos flotando en el agua no dejaban de despertarme.
Si hay algún resquicio de esperanza en esto, es que no tuve que verlos morir.
El dolor en mi pecho resurge, pero una mirada a las decididas facciones de Kyle
me hace recordar nuestra tarea.
Comida. Agua. Primeros auxilios.
Podemos hacerlo.
—Otra vez —dice Frannie, señalando a sus tres alumnos: Kyle, Brian y yo—. Hope,
empieza a contar ahora.
Siguiendo las instrucciones, los cuatro aspiramos una bocanada de aire mientras
Hope cuenta en voz alta para nosotros. Frannie explicó antes que una persona normal
puede aguantar la respiración entre treinta y sesenta segundos. Pero los Navy
SEALs/BUDs y los buceadores entrenados pueden aguantar la respiración mucho más
tiempo, normalmente entre tres y cinco minutos. Incluso algunos famosos pueden
aguantar la respiración más de seis o siete minutos. Saber que es posible ayuda y, con
sus consejos y sugerencias, he conseguido dedicar más tiempo a mi propia contención
de la respiración.
Mientras todos escuchamos la cadencia constante del conteo de Hope, vuelvo a
considerar el plan. Brian cree que no deberíamos tardar más de unos veinte segundos si
nadamos rápido desde el momento en que nos zambullimos en la escalera sumergida
para atravesar la puerta, recorrer el pasillo y llegar a la sala de descanso. Una vez allí,
cada uno tiene su tarea. Kyle y Brian irrumpirán en la máquina expendedora para llevarse
todos los tentempiés que puedan, yo llenaré mi mochila ahora vacía con todas las botellas
de agua que pueda y Frannie buscará el botiquín de primeros auxilios que se supone que
está debajo del lavabo.
Entramos y salimos.
Fácil.
Pero nuestro tiempo de viaje de ida y vuelta es de aproximadamente cuarenta
segundos, lo que nos deja otros veinticuatro segundos para recoger lo que necesitamos.
No hay mucho margen de error.
Jadeo en cuanto Hope dice:
—Ochenta y siete —lo que significa que aguanto cerca de un minuto y medio.
Frannie es la siguiente, unos segundos después de mí, y Brian aguanta hasta después de
la marca de los dos minutos, con Kyle justo detrás de él. Ya me duelen los pulmones,
pero no podemos prepararnos tanto como para acabar de una vez.
—Si pasa algo —dice Kellen—, salgan de ahí. Olviden las provisiones y ayuden a
su compañero. Que nadie se quede atrás. 73
Todos asentimos solemnemente. Me ajusto la mochila vacía para ponérmela
delante. También está ya medio desabrochada. Para no retrasarnos, todos nos hemos
quitado la ropa y los zapatos. Es bastante incómodo, sobre todo ver a Frannie
semidesnuda, pero no podemos permitir que nada, ni la ropa ni los zapatos, nos reste
unos segundos preciosos de inmersión.
—Es ahora o nunca —afirmo a los demás en mi misión de buceo—. Vamos.
Kellen me sostiene la mirada durante un largo instante y luego me dedica una
sombría sonrisa. Todos cuentan con nosotros para conseguir los suministros que
necesitamos. Me siento como si pudiéramos hacerlo. Solo debemos tener cuidado.
—Brian y Kyle, vayan adelante —digo mientras todos bajamos las escaleras y
chapoteamos en el agua—. Estaremos justo detrás de ustedes.
Kyle sostiene la linterna y la enciende. Nos echa da mirada rápida a cada uno y
luego aspira un enorme suspiro. Brian hace lo mismo. Ambos desaparecen en un
instante. Frannie inhala profundamente al mismo tiempo que yo. Los dos nos zambullimos
en el agua, ella delante y yo tirando de la retaguardia.
Al principio, es alarmante nadar en la oscuridad del hueco de la escalera, pero el
haz de luz que rebota me da algo que seguir. Apresuradamente, Frannie y yo seguimos
a los demás. Kyle y Brian se apresuran a abrir la puerta antes de empujar sus cuerpos a
través de ella. Una vez que atravesamos la puerta del piso de destino, me doy cuenta de
que hay mucha más luz que en el hueco de la escalera. Echo un vistazo rápido a mi
alrededor y veo que todos los cristales de los dos lados de esta planta han desaparecido
por completo. Los muebles también han sido succionados.
En lugar de quedarme mirando la espeluznante escena durante demasiado tiempo,
sigo a Frannie nadando por un pasillo que sigue en pie. Pasamos la puerta de una oficina
y nos dirigimos a una gran sala de descanso. Brian y Kyle ya están en la máquina
expendedora, pensando en la mejor manera de entrar. Frannie se acerca a un armario y
empieza a abrir puertas. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero ya me empiezan a doler
los pulmones.
En la tercera puerta del armario, encuentra oro. En las estanterías hay dos cajas
de agua sin tocar. Nado junto a ella para romper el plástico. Juntos, empezamos a sacar
botellas de las cajas y a meterlas en mi mochila.
Un grito sumergido llama mi atención. Sacudiendo la cabeza por encima del
hombro, veo a Brian sujetándose el brazo contra el pecho mientras gruesas cintas de
sangre bailan a su alrededor. El cristal de la máquina expendedora está roto y, al parecer,
Brian se ha hecho una herida en el proceso. El botiquín de primeros auxilios es una
necesidad en este momento.
Señalo hacia el pasillo, indicándole que vuelva a la superficie. Con un gesto
sombrío, se aleja nadando, dejando tras de sí una densa nube de sangre. Una vez que
Frannie y yo hemos llenado mi mochila todo lo que hemos podido, ella se dirige al lavabo
74
mientras yo nado para ayudar a Kyle. Los bocadillos flotan a su alrededor mientras intenta
recogerlos entre sus brazos. Consigo desabrochar el bolsillo delantero de mi mochila
para empezar a meter en él todas las bolsas de patatas fritas o chocolates que puedo.
Ya no me duelen los pulmones, sino todo lo contrario. Voy a tener que largarme
de aquí pronto. Frannie me toca el hombro por detrás y me lanza una bolsa de basura.
Kyle la atrapa para guardar más bocadillos. Sus manos están vacías de un botiquín de
primeros auxilios.
Señala más allá por el pasillo. Quizá haya una sala de suministros o algo así. Le
hago un gesto con la cabeza y sale por la puerta hacia la izquierda. Le hago señas a Kyle
de que tengo que irme, pero él sigue llenando la bolsa de basura sin mirarme.
Me alejo de la máquina expendedora y nado hacia la puerta. Miro a la izquierda,
hacia el oscuro pasillo, pero no veo a Frannie. Oigo lo que parece un grito ahogado a mi
derecha y los golpes me llaman la atención. Empiezo a nadar hacia donde debe estar
Brian, pero no lo encuentro en medio de una nube de sangre.
Mierda.
¿Qué tan grave fue ese corte?
¿Ha tocado una arteria?
Alejo la sangre con la esperanza de verlo, tratando desesperadamente de ignorar
el dolor que se apodera de mis pulmones.
Nada.
Pasa una sombra.
Estoy mirándolo fijamente cuando la mano de alguien choca contra mí. Brian se
materializa desde la nube de sangre, pálido y sin vida. Sus ojos muertos permanecen
abiertos, al igual que su boca. Entonces me doy cuenta de que no sólo le sangra el brazo.
Le falta un trozo enorme de la pierna.
¿Qué demonios?
La sombra vuelve a pasar, esta vez conectando con el centro de Brian. Una aleta
me golpea cuando la sombra gira bruscamente y se aleja con su presa en las fauces.
Un tiburón.
Un maldito tiburón.
Estoy a punto de lanzarme hacia la escalera cuando la criatura aparece de nuevo,
con la carne colgando de sus feroces dientes. Se lanza a por mí, pero se da la vuelta y
vuelve a atacar el cuerpo de Brian. Presa del pánico, vuelvo nadando por el pasillo. Kyle
ya no está en la sala de descanso. ¿Y dónde está Frannie? Sigo nadando hasta que llego
a la puerta abierta de un armario.
Algo me agarra del brazo y grito, expulsando el resto del aire de mis pulmones.
Antes de que pueda asustarme y aspirar una bocanada de agua, me arrastran hasta el 75
techo del pequeño espacio.
Una bolsa de aire.
Jadeo en busca de aire en la pequeña franja de espacio, con los ojos clavados en
Frannie. Los dos tenemos que inclinar la cabeza para mantener la nariz y la boca fuera
del agua.
—T…Tiburón —balbuceo, consciente de repente de que estoy pisando el agua
mientras una criatura me acecha—. Tiene a Brian.
Frannie gimotea.
—¿Un tiburón? ¿Cómo?
Porque el mundo pensó que había que jodernos un poco más aparentemente.
—Tenemos que encontrar a Kyle y largarnos de aquí —digo en su lugar—.
¿Encontraste el botiquín de primeros auxilios?
Me siento como si golpeara algo contra mis manos. Agarro la cajita de plástico,
aliviado de tenerla en mis manos.
—¿Algo que podamos usar como arma? —pregunto, aspirando accidentalmente
un poco de agua de mar que me provoca arcadas—. Mierda.
Asiente y desaparece. Un segundo después reaparece en nuestro estrecho
espacio aéreo y me muestra la parte superior de un mango de madera. Lo más probable
es que sea una fregona o una escoba.
—Quédate detrás de mí —le ordeno—. Lucharé contra él si se acerca a nosotros.
Pase lo que pase, quiero que nades como un demonio hasta la escalera.
—De acuerdo —balbucea—. ¿Y Kyle?
—Si lo vemos, lo agarramos. Si no, tenemos que volver y reagruparnos.
—¿A la de tres?
—A la de tres.
Me entrega el mango de madera y yo lo cambio por el botiquín. Tras la cuenta
atrás, aspiramos aire antes de sumergirnos. Salgo nadando por la puerta del armario de
suministros, teniendo cuidado de mirar primero hacia arriba y hacia abajo por el pasillo.
Dando fuertes patadas con las piernas, me lanzo más allá de la sala de descanso, que
permanece vacía. Mi escoba -como he aprendido desde que me sumergí- está delante
de mí, lista para usarla como arma.
Aún sin Kyle.
El agua sigue cubierta de sangre cuando vuelvo a la zona donde vi a Brian por
última vez. En lugar de nadar a través de ella y arriesgarme a toparme con el tiburón,
nado a lo largo de la pared hacia la puerta abierta de la escalera.
Antes de alcanzarla, la sombra oscura pasa zumbando por delante de mí a través 76
de la puerta. Dejo de nadar y floto en el agua, mirando a Frannie. Tiene los ojos muy
abiertos por el pánico. Antes de que sepamos qué hacer a continuación, el tiburón se
abre paso de nuevo a través de la puerta y su aleta caudal golpea el marco al salir.
Desaparece y luego carga contra mí. Levanto la escoba e intento apuñalarlo cuando se
acerca. Me esquiva, choca contra la pared y me roza al pasar.
A mi alrededor resuenan gemidos y crujidos un segundo antes de que el agua se
vuelva gris turbio. El hormigón me roza la parte exterior del brazo y grito de dolor. Cuando
me giro para buscar a Frannie, no la encuentro.
El muro debe haber caído.
Mierda.
Algo me toca la pierna y me aparto de un tirón. Me toca de nuevo, rodeándome el
tobillo. Es una mano humana. Me libero y me sumerjo para encontrar la fuente. Cuando
veo a Frannie, casi sollozo de alivio. Pero sólo un segundo.
Un enorme trozo de hormigón le aplasta la pierna contra el suelo. Suelto la escoba
para intentar quitarle el pesado trozo de encima. No se mueve.
¡No!
Intento frenéticamente arrancárselo sin éxito. El pánico y la falta de oxígeno hacen
que mi visión se oscurezca. Estamos jodidos.
Frannie me agarra de la mandíbula y me obliga a mirarla. Luego me da el botiquín.
Sacudo la cabeza con vehemencia, pero ella ya me está señalando la escalera para que
me vaya.
No puedo dejarla.
Ya perdimos a Brian. No podemos perderla a ella también.
—¡Vamos! —grita bajo el agua, expulsando lo que le queda de aliento.
Me golpea con los puños para que me vaya, hasta que sus brazos se debilitan y
flotan a su alrededor. Unos ojos abiertos y sin vida me miran fijamente.
Considero abandonar ahora mismo.
Aspirar agua y rendirme a mi destino.
Nunca vamos a sobrevivir a esta mierda. Nuestras vidas están acabadas. ¿Por qué
seguir luchando?
Kellen estará muy disgustado por haber perdido a dos de sus empleados.
¿Le molestará perderme a mí también?
Sí.
Además, todavía me debe una mega propina.
Intento una vez más apartar el hormigón de Frannie, pero no lo consigo. Con mis 77
últimas energías, nado hacia la escalera. Una marejada de agua recorre el edificio
mientras atravieso la puerta. La puerta me golpea en la parte baja de la espalda, haciendo
que todo se vuelva negro por un momento.
Cuando vuelvo en mí, estoy desorientado y no sé dónde estoy. Sin aire y con la
vista en un túnel, nado en dirección a donde creo que puedo escapar de las escaleras y
tomar aire.
Casi lo consigo.
Tan cerca.
Entonces, estúpidamente, aspiro, pero no es oxígeno.
Es agua y estoy jodido.
Esta vez todo se vuelve negro para siempre.
CAPÍTULO TRECE
Kellen
—¿Por qué tardan tanto? —exijo cuando Kyle golpea una bolsa de basura en el
suelo de cemento junto a Barb—. Ya deberían haber vuelto. Hope, ¿cuánto tiempo ha
pasado?
Kyle, agotado y agitado por el esfuerzo, se limita a gemir en lugar de responderme.
Hope me mira con el ceño fruncido, indicándome mi respuesta. 78
Demasiado largo.
No lo suficiente para que sobrevivan.
Hago una mueca de dolor mientras bajo las escaleras. El agua salpica mis zapatos
de vestir mientras me pregunto si tengo que ir por ellos o no. Quizá pueda salvarlos.
Hope me aprieta el hombro antes de zambullirse en el agua delante de mí.
—Voy a entrar.
—Voy contigo —gruño, obligándome a meterme en el agua que lleva casi
veinticuatro horas intentando matarme con todas sus fuerzas.
Puede que no sepa nadar, pero a estas alturas nada va a detenerme, ni siquiera el
miedo a ahogarme.
Al ver la determinación en mi rostro, me hace un rápido gesto con la cabeza y se
sumerge bajo la superficie. Respiro hondo y también me sumerjo. Hope se aleja de mí
nadando rápidamente, haciendo que las burbujas revoloteen frente a mi cara. Tardo un
segundo en ajustar los ojos y, cuando lo hago, me quedo paralizado.
Hay un cuerpo medio asomando por la puerta de la escalera.
Tyler.
El corazón se me oprime en el pecho mientras salgo de los escalones hacia la
puerta. Hope saca a Tyler por la abertura antes de entregármelo. Luego desaparece por
la puerta. Engancho mis brazos alrededor de la cintura de Tyler, arrastrándolo por la
escalera hacia el aire. Cuando por fin resurjo, con los pulmones ardiendo, me doy cuenta
de que no respira conmigo.
¡Mierda!
—No, no, no —repito mientras lo subo por los escalones y lo saco del agua—.
Quédate conmigo, Tyler.
Su piel es pálida y parece tan joven en este momento. Un sollozo me sube por la
garganta ante lo injusto de la situación. No debía morir así.
Obligo a que desaparezca el pánico y comienzo las compresiones torácicas. En el
instituto aprendí RCP en mi último año, e intento desesperadamente recordar los
movimientos. Cuando decido que ya he hecho suficientes compresiones, soplo aire en
sus pulmones y vuelvo a empezar.
Le he fallado.
Yo soy el maldito jefe aquí y debería haber sido el que bajara o los detuviera. En
vez de eso, dejé ir a cuatro de los nuestros y sólo uno ha vuelto respirando.
—Por favor —suplico, ahogándome en lágrimas—. Por favor, respira.
Puedo sentir a otros cerca de mí, pero no me atrevo a mirarlos. Estoy demasiado
concentrado en intentar resucitar a Tyler de entre los muertos. 79
Hope sale del agua, maldiciendo y llorando, deja caer una caja de plástico de
primeros auxilios sobre el cemento y tira la mochila de Tyler junto a ella. Se arrodilla a mi
lado, palpa la garganta de Tyler y sacude la cabeza.
Con un rugido de frustración, golpeo con fuerza el centro del pecho de Tyler con
el puño y vuelvo a posar mis labios en los suyos, forzando la entrada de aire en su
obstinado cuerpo.
Se estremece.
Entonces, un gorgoteo resuena en su pecho antes de que vomite agua de mar. La
euforia me invade mientras Hope me ayuda a ponerlo de lado. Sigue expulsando una
cantidad interminable de agua y todo su cuerpo se convulsiona. Le acaricio el cabello y
le susurro que no está solo.
Está vivo.
Hope se pone en pie y sube temblorosamente los escalones hasta donde yace
Kyle.
—¡Monstruo!
Se queja y se sienta sobre un codo.
—¿Qué?
—¡Los dejaste allí y no nos avisaste!
¿De qué demonios está hablando?
—Brian estaba muerto cuando salí de la sala de descanso —responde Kyle—. Los
otros dos estaban desaparecidos. ¿Se suponía que debía morir buscándolos?
Hope golpea con el puño a Kyle en la mandíbula. Él se levanta de un salto,
empuñando las manos, pero, por suerte, Gerry se interpone entre ellos.
—Basta —ladra Gerry—. Todo esto está jodido, pero no es culpa de nadie. —A
Kyle le dice—: ¿Se ahogó?
Tyler empieza a llorar suavemente y eso me rompe el puto corazón. Lo atraigo a
mi regazo, ignorando el dolor punzante de mi costado. Seguro que vuelve a sangrar como
un loco, pero abrazarlo ahora es más importante. Ha estado a punto de morir.
—Shh —canturreo, con la voz temblorosa—. No pasa nada. Tú estás bien.
Se aferra a mí y hunde la cabeza en mi hombro. Le acaricio la espalda desnuda
con los dedos mientras intento seguir la conversación con los demás.
—¿Importa cómo? —Kyle tira hacia atrás—. Está muerto. —Elise empieza a llorar
histéricamente, lo que se gana la ira de Kyle—. ¡Cállate de una puta vez, Elise! Eres una
inútil, maldita sea.
Hope se lanza de nuevo contra él, pero Gerry la sujeta antes de que pueda hacerle 80
daño. Le señala con un dedo acusador.
—¡Vi su cuerpo medio devorado! —Hope le grita—. ¡Había un tiburón ahí abajo y
no nos diste ni un aviso!
Kyle tiene la decencia de parecer avergonzado. Frunce el ceño y se mira los pies.
—No estaba seguro de lo que vi. Vi sangre y Brian estaba muerto.
—Había un tiburón —dice Tyler, con su aliento caliente en mi nuca—. Yo lo vi.
Atacó a Brian.
Mi estómago se revuelve violentamente, amenazando con purgar la poca comida
que tengo en él.
—¿Y Frannie?
Tyler se incorpora tembloroso para que sus ojos inyectados en sangre se
encuentren con los míos. Le tiembla el labio inferior mientras sacude la cabeza.
»No —susurro—. Frannie no pudo irse.
Aprieta los ojos y se estremece ante los recuerdos que lo atormentan.
—La inmovilizó el hormigón. No fui lo bastante fuerte. —Vuelve a abrir los ojos y
los mira de un lado a otro como si intentara hacerme entender—. Lo intenté. Lo intenté
de verdad, Kellen.
Me invade el dolor por la pérdida de una de mis únicas amigas. Pero tener a este
joven destrozado en mis brazos me distrae de mi pena.
—No pasa nada —balbuceo—. Lo has hecho bien. Sigues aquí.
Su cuerpo se relaja contra el mío.
—Lo siento mucho.
—Yo también. Ven, vamos. Volvamos arriba y calentémonos.
Hope lanza dagas con los ojos a Kyle. Al parecer, él ha terminado con su pelea
porque vuelve a su botín de la bolsa de basura para sacar el contenido. Elise corre hacia
Hope y la abraza con fuerza.
—Gerry —gruño—. ¿Puedes ayudar?
Ahora que la situación está controlada entre Kyle y Hope, entra en acción para
ayudarme con Tyler. Juntos, lo arrastramos escaleras arriba hasta nuestro sitio. Me siento
con cautela, consciente de que me he vuelto a joder la herida, pero intento ignorarla lo
mejor que puedo.
Una vez que Tyler se acomoda a mi lado, Gerry vuelve a bajar para recuperar el
botiquín y la mochila. Mientras estaban fuera, con la ayuda de Hope, me quité la chaqueta.
Como Tyler está en calzoncillos y tiritando, recojo mi chaqueta húmeda y se la pongo por
encima. Se acurruca contra mí como si yo fuera una fuente mágica de consuelo para él.
81
Gerry me tiende una botella de agua abierta. La acepto amablemente, bebo unos
tragos y se la ofrezco a Tyler. Él levanta la cabeza y separa los labios. Le echo un poco
de agua en la boca. Cuando la traga y no vuelve a vomitar, le doy más. Compartimos la
botella hasta que se vacía, pero por suerte, según lo que veo en la bolsa, tenemos de
sobra por el momento.
Frannie y Brian se han ido.
Se asienta inmediatamente en todos nosotros. Quedamos siete.
La luz gris de las grietas y algunos agujeros de las paredes exteriores ilumina
nuestro espacio lo suficiente como para ver el profundo cansancio grabado en los rostros
de todos. Ni siquiera ha pasado un día entero y todos estamos agotados.
¿Cuánto más podemos aguantar?
¿Estamos prolongando una muerte inevitable?
Kyle me lanza un par de chocolates. Desenvuelvo un Snickers y le doy un
mordisco, casi devorando la mitad del chocolate. Luego le doy de comer a Tyler. Se
mueve hasta sentarse a mi lado y menos en mi regazo. Aunque echo de menos su cuerpo
contra el mío, me alivia el dolor del costado. Además, saber que se siente un poco mejor
me hace feliz.
Compartimos el Snickers y después abro el Butterfinger. Cuando se acaban, mi
estómago refunfuña en señal de protesta. Los chocolates no son precisamente una gran
fuente de nutrición, pero es todo lo que tenemos en este momento. Odio que dos
personas hayan sacrificado sus vidas para que nos comiéramos un maldito tentempié.
El grupo debe sentirse algo parecido porque nadie habla. Elise sigue llorando, a
pesar de lo mucho que claramente molesta a Kyle. Hope lo observa con ojos
entrecerrados y furiosos. Gerry mantiene la cara enterrada entre las manos mientras Barb
duerme sin ser molestada. Poco a poco, mis tensos músculos empiezan a deshacer su
tensión. La tormenta parece haber amainado en las últimas horas. Se oyen suaves
golpecitos de lluvia más allá de los gemidos y lamentos siempre presentes del edificio.
Ayer por la mañana, cuando me levanté para prepararme para el trabajo, nunca
habría imaginado que el edificio estaría bajo el agua y sería un tanque de contención para
un tiburón. Esta mierda es una locura. No podría haberlo inventado si lo hubiera intentado.
Me imagino hablando con mi hermano sobre esto. De ninguna manera me creería. La
imagen de su mirada incrédula en mi mente hace que una sonrisa se dibuje en mis labios.
Se me pasa, sin embargo, cuando pienso en Frannie, que probablemente sea
comida para tiburones a estas alturas. Incluso si quisiéramos recuperar su cuerpo, no
sería seguro.
Poco a poco, los sonidos de respiraciones pesadas llenan el aire, y pronto, los
ronquidos de Gerry los acompañan. Todo el mundo está agotado de nuestra terrible
mañana. Creo que Tyler también está durmiendo la siesta hasta que habla.
82
—Intenté quedarme y ayudar todo el tiempo que pude —susurra, con un escalofrío
recorriéndole—. Ella me obligó a irme.
—No hay nada que pudieras haber hecho.
Creo esto porque si lo hubiera, lo habría hecho. Tyler es ese tipo de persona. No
es como Kyle, listo para abandonar a otros cuando las cosas se ponen difíciles. Esto tiene
que estar matando a Tyler.
—Realmente lo siento, Kell.
Es la segunda vez que me llama así. Siempre he sido Kellen. Incluso en casa.
Nunca Kell. Me gusta.
—Lo sé. Pero deja de castigarte por ello. No cambiará nada.
Asiente y deja escapar un pesado suspiro.
—¿Crees que alguna vez saldremos de aquí?
Cada día parece menos probable.
Aun así, le doy el regalo de la esperanza.
—Lo haremos. Ahora descansa.
Esta vez, duerme. Y finalmente, yo también.
CAPÍTULO CATORCE
Tyler
¡Guau-guau-guau-guau-guau-guau!
Me despierto con el ladrido de un perro a lo lejos, que apenas se oye más allá de
los quejidos del inestable edificio y de nuestro malhumorado grupo. Pero, por primera
vez desde que empezó toda esta debacle, me da esperanzas de que quizá haya más
supervivientes ahí afuera. Sigue lloviendo, lo que significa que salir de nuestro refugio no
es posible por el momento.
83
Un escalofrío recorre mi cuerpo, haciéndome plenamente consciente de mi estado
de desnudez. No llevo más que mis calzoncillos y la chaqueta de Kellen. Aunque huele a
él y es extrañamente reconfortante, me siento en desventaja al no estar vestido. Al
incorporarme, veo mi ropa apilada en el regazo de Kellen. Ya hemos dormido toda la
tarde y está anocheciendo en nuestro ya oscuro refugio. Las pocas rendijas de las
paredes exteriores que dejan pasar la luz natural no revelan nada, aparte del constante
chorro de lluvia.
Con cuidado de no despertar a nadie, me pongo rápidamente la ropa y los zapatos.
Cuando termino, la respiración de Kellen se ha calmado. Cuando lo miro, tiene los ojos
abiertos y me observa. Siento un cosquilleo cálido que ahuyenta los últimos escalofríos.
Antes de la zambullida y de que se desatara el infierno, había sentido una chispeante
atracción entre nosotros. Pensé que tal vez me transmitía vibraciones homosexuales,
pero no lo confirmé hasta que empezamos a coquetear.
Kellen no es mi tipo. Diablos, probablemente es tan viejo como lo sería mi padre si
aún viviera. No estoy buscando un papito. Es guapo, sin embargo, de una manera clásica.
Arrugado y ahora con un poco de vello en las mejillas, es más real y asequible de lo que
era cuando lo conocí.
Un poco de coqueteo en el fin del mundo nunca hace daño a nadie...
No, nuestra jodida situación hace eso por sí mismo. Quiero decir, ¿tiburones?
Quién hubiera pensado que estarían en el maldito edificio. Yo seguro que no. Ver los ojos
muertos y la carne desgarrada de Brian me perseguirá por mucho tiempo. ¿Y perder a
Frannie? Eso dolió especialmente. No fui lo suficientemente fuerte para salvarla.
Ahora que vuelvo a estar completamente vestido, observo el aspecto de Kellen.
Tiene la mandíbula tensa y los músculos del cuello flexionados. Le duele.
Mierda.
Estaba tan agotado después del infierno de hoy que me olvidé por completo de su
lesión.
—¿Te ha revisado alguien la herida? —balbuceo, con la voz ronca, como si llevara
horas gritando. Supongo que casi ahogarse te hace eso.
Me hace un leve gesto con la cabeza.
—Todo el mundo ha estado durmiendo.
Observo el rellano en el que nos hemos apiñado los siete. Junto a Kellen está mi
mochila. Ya no está llena con las botellas de agua, que deben de haber sido trasladadas
a la bolsa de basura, y vuelve a albergar mis pertenencias. Alargo la mano y me la pongo
en el regazo. Al abrir la cremallera, descubro el botiquín de primeros auxilios y mi linterna
encima.
—Toma, sujeta esto —le ordeno a Kellen después de encender la linterna. 84
Toma la linterna y roza con los dedos los míos. Me gusta que las yemas de sus
dedos se sientan ligeramente ásperas para alguien que probablemente no ha hecho un
solo día de trabajo duro en su vida. Va con su aire de superviviente rudo.
—Al menos no es un botiquín de mierda —digo mientras le doy la vuelta al botiquín
entre las manos—. No es impermeable, pero sigue envuelto en su embalaje original. Le
sacaremos algún provecho.
Rompo el embalaje y lo tiro. Abro la caja de plástico y observo el kit de trescientas
setenta piezas. Será muy útil para desinfectar y vendar la herida de Kellen.
—¿Puedes desabrocharte la camisa? —pregunto mientras rebusco en la caja lo
que busco.
Gruñe y deja la linterna en el suelo apuntando hacia arriba. Una vez desabrochada,
se levanta la camiseta para ver el desastre que hay debajo. El vendaje improvisado ha
desaparecido y el cabestrillo descansa sobre su estómago tenso. Intento concentrarme
en la herida y no en el hecho de que sus abdominales parecen tallados en piedra. Para
su edad, tiene un gran cuerpo.
—Primero tengo que limpiarla. Esto probablemente te va a doler —le advierto
mientras abro uno de los paquetes de desinfectante de manos para desinfectarme las
manos. Luego me pongo un par de guantes estériles azules incluidos en el paquete—.
Apunta la linterna hacia donde pueda ver.
La luz baila por el hueco de la escalera antes de posarse sobre su furioso corte.
Se abre y gotea sangre. Aunque los bordes están enrojecidos, aún no parece estar
infectado. Cuanto antes nos ocupemos de esto, mejor. Abro un paño con alcohol y lo
froto suavemente alrededor del corte. Sisea al sentir el ardor.
—Lo sé —murmuro—. Esto apesta. Lo siento.
—Gracias —dice, con la voz baja y tensa por el dolor—. Gracias por... todo.
Su agradecimiento por algo tan sencillo como limpiarle la herida hace que un calor
incómodo me queme las mejillas. En mi familia, hacemos lo que hay que hacer porque es
así. Nadie se sienta a esperar que lo feliciten por sus esfuerzos. Su agradecimiento no es
necesario.
Utilizo otra almohadilla con alcohol para frotar un poco dentro de la herida. Es lo
mejor que puedo hacer con lo que tengo. También hay pomadas antibióticas. Abro una
de ellas y me aseguro de apretar el contenido en el agujero justo debajo de las costillas.
Con un bastoncillo de algodón, lo extiendo por todo el cuerpo. Una vez aplicado, utilizo
unos vendajes de mariposa para mantener la herida unida. Luego la cubro con una venda
de gasa.
—Inclínate hacia delante —le digo—. Voy a usar este rollo de gasa para envolverte
el torso y mantenerlo en su sitio. Es autoadhesiva, así que estaremos bien mientras se
mantenga seca. 85
Kellen se incorpora y levanta ligeramente los brazos. Con cuidado, coloco parte
del rollo de gasa sobre su vendaje y luego lo enrollo alrededor de su espalda. Esto acerca
nuestras caras y no puedo ignorar cómo se me tensa el estómago en respuesta. No es el
momento de ponerse caliente con este hombre.
Debes estar concentrado, Tyler.
Consigo terminar de envolverlo sin presionar accidentalmente mis labios contra
los suyos. A juzgar por la mirada ardiente que me dirige, no puede ignorar la ardiente
conexión que acaba de surgir entre nosotros.
Me aclaro la garganta, me siento y limpio el desastre que he hecho antes de volver
a meter el botiquín en la mochila. Cuando me acomodo a su lado, me siento mucho mejor
con su herida.
—Siento no poder ofrecer ningún alivio para el dolor —digo una vez que la luz se
apaga, bañándonos de nuevo en la oscuridad.
Apoya su cabeza contra la mía.
—Ya estoy bien.
Sonriendo, vuelvo a tomarlo de la mano.
—Sí, yo también.
92
PARTE DOS
93
CAPÍTULO QUINCE
Kellen
Se están abrazando.
Estas no son personas al azar. Son los hermanos de Tyler. Increíble.
Es un milagro que sobrevivieran y se reunieran con él. Quizá yo me reúna pronto
con mi propio hermano. Solo puedo pensar en abrazar el cuello de Knox ahora mismo.
Echo tanto de menos a mi hermano. 94
Tan pronto como todo esto termine, voy a llamarlo y disculparme por mis acciones.
Demonios, tal vez pasemos Acción de Gracias juntos o algo así. El punto es, vamos a salir
de aquí y voy a hacer las cosas bien con Knox.
Si nos rescatan...
Tyler no nos dejará aquí. Ni siquiera pudo dejar al perro, por el amor de Dios. Les
contará todo sobre nuestro grupo para que podamos salir de esta ciudad hundida.
Necesito reunir a nuestro grupo, pero tengo miedo de dejar mi lugar. Como si al
girarme desaparecieran... Nada más que un espejismo esperanzador.
—¡Kellen!
La voz de Tyler se proyecta sobre las olas. Me sonríe feliz y yo le sonrío también.
—Tírame mi ropa y luego trae a todos aquí. Hay sitio de sobra.
Me apresuro a buscar su ropa y sus zapatos. Meto lo que puedo de su ropa en la
mochila y le ato los zapatos a una de las correas. Espera junto al borde del bote, con los
brazos abiertos y preparados. Balanceo la mochila de un lado a otro un par de veces para
calcular el impulso que necesitaré antes de lanzársela. Sale alta, pero él la atrapa
fácilmente y grita:
—¡Touchdown!
Sin perder ni un minuto más, recojo el hacha y me dirijo de nuevo al rellano donde
permanece nuestro grupo. Casi choco con Hope cuando vuelvo a entrar.
—¿Qué pasa?
—Un barco —digo con una amplia sonrisa—. Los hermanos de Tyler. Nos han
rescatado. Tomen tus cosas y vámonos.
Como era de esperar, Elise se echa a llorar y Gerry da puñetazos al aire. Le paso
el hacha a Hope y le hago un gesto para que ella y Elise vayan delante de nosotros.
—Pásame la bolsa de suministros —le digo a Kyle—. Tú y Gerry van a tener que
poner a Barb de pie.
Quiero ayudar, pero me arriesgaría a desgarrarme la herida. Saber que tendré que
mojarme y estropearla me molesta, pero espero que sea una excusa para que Tyler
vuelva a curarme.
Kyle me pasa la bolsa de basura. Le hago un nudo en la parte superior para poder
tirarla al barco cuando lleguemos. Mientras suben a Barb, mantengo la puerta abierta
para dejarlos pasar. Cuando salimos al tejado, veo a la gente del barco sacando del agua
a Elise y a Hope. Hope, milagrosamente, nadó con la maldita hacha.
Cuando llego al borde, ahueco las manos para proyectar mi voz.
—¿Cómo llevamos a Barb al barco?
Veo a Tyler consultando con el mayor de los dos hombres a los que abrazó y 95
gesticulando, aunque no consigo entender lo que dicen. El otro hombre,
presumiblemente Aaron, le da un chaleco salvavidas a Tyler. Tyler lanza el chaleco
salvavidas hacia mí. El viento lo lanza a mi derecha, pero afortunadamente Kyle lo atrapa
en el aire, casi dejando caer a Barb en el proceso.
—Sujétala y se lo pondré —le ordeno.
Nos cuesta un poco, pero entre los tres conseguimos ponerle el chaleco salvavidas
a Barb y ajustárselo todo lo posible. Aún no se ha despertado desde que se golpeó la
cabeza, lo que es preocupante. Con suerte, cuando salgamos de la ciudad, podremos
llevarla a un hospital para que reciba la atención médica adecuada.
El agua se desliza por el lateral del edificio y nos salpica a los cuatro. Entonces me
doy cuenta de que está mucho más agitado que cuando Tyler cruzó a nado para rescatar
al perro. El viento se ha levantado, lo que podría ser el problema. En cualquier caso,
tenemos que salir de aquí y pronto.
—De acuerdo —les digo a Gerry y Tyler—. Una mano en Barb y otra en el anillo
de flotación. Agárrense y ellos los enrollarán. Ya casi llegamos.
Me encargo de sujetar a Barb mientras Gerry sujeta el anillo de flotación que le
lanzan. Engancha un brazo alrededor de él y luego nos hace un gesto con la cabeza para
indicarnos que está listo para Barb. Una vez que tiene una mano en el chaleco salvavidas
de Barb, Kyle la empuja suavemente al agua, pero no la suelta. Los dos hombres luchan
un segundo por orientarse y entonces Kyle grita para que se metan.
En el barco, no pierden tiempo en subir a los tres. Los observo con la respiración
contenida. Otra ola se cuela entre los edificios y hace que el barco se balancee. Los tres
desaparecen bajo la ola y vuelven a salir, dos de ellos balbuceando y maldiciendo.
Vamos.
Están cerca.
No podemos perder a nadie más.
Para mi alivio, son arrastrados a la borda en cuestión de segundos. Tyler y uno de
los chicos a los que abrazaba se agarran a la chaqueta de Barb, arrastrándola hasta el
bote. Otros dos hombres se materializan para ayudar a Gerry y Kyle. Sólo cuando están
a salvo en el barco vuelvo a respirar.
Gracias a Dios.
Empieza a llover a cántaros y me escuece en las mejillas. El cielo se ha oscurecido
y el viento aúlla como si le molestara que escapáramos. Me invade la angustia de que me
dejen solo para morir.
Tyler me grita algo, pero no le oigo por el viento. Me lanza el anillo, pero sale
despedido hacia mi derecha. Rápidamente, vuelve a sacarlo del agua para intentarlo de
nuevo. Antes de que pueda lanzarlo, otra ola golpea, haciendo que el barco se incline 96
peligrosamente hacia un lado y luego hacia el otro. Elise casi se cae del barco de no ser
porque uno de los hombres le agarra el brazo.
Tyler intenta lanzar el aro de nuevo. Aterriza a unos metros delante de mí, pero
mis pies vacilan, con un miedo repentino y debilitador a que el agua se apodere de mí.
¿Qué pasa si pierdo el agarre del flotador?
Seré absorbido por el oscuro abismo con cuerpos y tiburones y quién sabe qué
mierda más.
No puedo hacerlo.
Realmente voy a morir.
—¡Kell! —Tyler brama—. Puedes hacerlo. ¡Agarra el anillo y no lo sueltes!
Sus palabras me sacan de mi terror. Asiento rápidamente y me siento en el borde
del edificio, con las piernas sumergidas en el agua. Otra ola me empuja de espaldas al
tejado. Me agarro con los dedos a la cornisa de hormigón, aferrándome con todas mis
fuerzas. Tyler me mira con determinación mientras lanza el anillo. Esta vez cae a medio
metro de distancia. Antes de que pueda cuestionar mis acciones, salto hacia él.
El tiempo se ralentiza mientras caigo hacia el anillo. Una ola empieza a alejarlo,
pero en un último esfuerzo, estiro el brazo, ignorando el dolor del costado, y me agarro a
duras penas al flotador. Oigo vagamente los vítores de alguien antes de que otra ola me
trague por completo.
Consigo enredar ambos brazos en el aro salvavidas, sujetándome como si mi vida
dependiera de ello. Porque así es. Un segundo después, vuelvo a salir a la superficie y
respiro hondo. Tyler me grita algo, pero no lo oigo. La lluvia cae a cántaros y las olas
están fuera de control. Espero que me atrapen como a todos los demás, pero en lugar de
eso, me sacuden con fuerza cuando el motor del barco ruge y se pone en marcha.
¡Pero no estoy dentro del barco!
¡No pueden dejarme!
Se me escapa un aullido de terror antes de que otra ola de agua me engulla. Soy
zarandeada por la corriente y choco contra algo duro que me deja sin aliento. Antes de
asfixiarme, vuelvo a la superficie.
Detrás de mí, oigo un gruñido fuerte y adolorido.
No una persona.
Un edificio.
El repentino cambio de tiempo y la ferocidad de las olas son demasiado para uno
de los edificios. Se rinde y es succionado bajo la superficie hacia su lugar de descanso
final. Todo lo que puedo hacer es aguantar y rezar para que me eleven pronto.
Se oyen más sonidos a mi alrededor. Es ensordecedor. Mientras tanto, me siento
como si estuviera haciendo jet ski sin los esquís. Me arrastran por el agua tan deprisa que
97
el chorro se siente como pequeños cortes en mi cara y la fuerza con la que golpeo los
escombros en el agua casi me saca por completo del aro salvavidas.
Me doy la vuelta, mirando en la dirección de la que acabamos de venir, y la vista
me aterroriza. Más allá de las oscuras cortinas de lluvia, observo cómo un edificio tras
otro desaparece bajo otra ola montañosa.
Mi edificio ha desaparecido.
Si no fuera porque los hermanos de Tyler aparecieron cuando lo hicieron, ahora
estaríamos todos muertos.
Una ráfaga de múltiples manos me agarra y luego me sacan bruscamente del agua.
Tyler, Gerry, Kyle y otro hombre me han liberado. Me dejan caer al suelo del barco, donde
sigo aferrándome al flotador. Mi pecho se agita, haciendo que mi herida grite de agonía
mientras intento aceptar el hecho de que casi acabamos de morir. Otra vez.
La emoción me embarga por dentro, me duele la garganta y me arden los ojos.
Tardo un segundo en darme cuenta de que alguien me está hablando. Por encima del
rugido del motor del barco y la lluvia torrencial, me doy cuenta de que es Tyler.
Estás bien.
Te tengo.
Estamos a salvo.
Sus palabras son un bálsamo para la tormenta psicológica que asola mi cabeza.
Me agarro a su mano con profunda desesperación.
¿Cómo es posible que alguien a quien conocí hace sólo unos días se sienta tan
importante para mí? Es como si nos conociéramos desde hace meses, no el poco tiempo
que hace que nos conocemos de verdad. Si hay algo por lo que estar agradecido en una
situación como esta, es haber conocido a Tyler. Sin él, ninguno de nosotros habría llegado
tan lejos.
—¿Adónde vamos ahora? —exclamo con una mueca de dolor cuando golpeamos
una ola a toda velocidad y salgo despedido por los aires antes de caer de golpe sobre la
cubierta—. Tu hermano capitanea como un loco.
Tyler me sonríe.
—Deberías vernos a mí o a Jesse cuando intentemos pilotar esta cosa.
Kyle, que está sentado cerca, se une a la conversación.
—No sé a dónde vamos, pero si no vuelvo a ver el agua del mar, será demasiado
pronto.
Lentamente, Tyler me ayuda a ponerme de rodillas. No me suelta la mano, cosa
que agradezco. Antes me habría dado vergüenza que mis empleados me vieran tomado
de su mano. Sin embargo, ahora me importa un bledo. Necesito demasiado su fuerza
como para preocuparme por lo que piense la gente. 98
Hasta donde alcanza la vista, el océano nos rodea. La cima de nuestra antaño gran
ciudad que se aferraba a la vida, con la barbilla apenas por encima del agua, se ha
ahogado. San Francisco no es más que un lugar que una vez fue. No estoy seguro de
que vuelva a ser el hogar de nadie más que de la vida marina.
El motor se para bruscamente, pero seguimos avanzando con el impulso que
habíamos creado. No hay que ser un genio para saber que Aaron probablemente piense
en la preservación del combustible. No estamos fuera de peligro todavía.
Como no hay nada más que ver que más agua -y estoy harto de mirarla-, me doy
la vuelta y me siento sobre el trasero. Me arde el costado y siento nuevos moretones por
todas partes debido a los golpes que recibí contra los escombros submarinos durante
nuestra precipitada huida. Observo al grupo de supervivientes hacinados en el barco.
Tenemos a nuestra tripulación original: Tyler, Hope, Elise, Gerry, Kyle, Barb y yo.
También están los hermanos de Tyler, Jesse y Aaron, además de otro chico que lleva una
camiseta con el mismo logotipo que Aaron. También hay otra familia. Un padre, un poco
mayor que yo y con el cabello canoso, una madre más o menos de mi edad, una
adolescente y un niño de unos seis o siete años. Y, por supuesto, nuestra mascota de
supervivencia... un chihuahua.
Este fin de semana se han perdido muchas vidas.
Amigos, familias, mascotas.
La pérdida no sólo de una gran ciudad, sino de toda una población de gente
normal, es desoladora. Lo único que puedo esperar es que las personas que lograron
salir de San Francisco y de las demás ciudades costeras afectadas se esfuercen por vivir
lo mejor posible en honor de quienes ya no pueden hacerlo.
Aprieto con más fuerza la mano de Tyler.
Sé que voy a dar lo mejor de mí.
CAPÍTULO DIECISÉIS
Tyler
Finalmente, el agotamiento me roba a Kellen. Se duerme sentado e incluso ronca.
Sonrío mientras lo guío suavemente hacia su lado bueno, usando mi muslo como
almohada. Mientras duerme, le muevo el brazo y le quito la chaqueta, la camisa y la
camiseta empapadas para evaluar la herida.
De la herida reabierta brota sangre. Localizo el botiquín de primeros auxilios y lo
limpio rápidamente con las toallitas con alcohol. Ni siquiera se inmuta. Una vez que lo he
99
vendado, guardo el botiquín en la mochila y me recuesto para descansar.
Como vamos a la deriva, dejando que el viento nos empuje hacia el este, Aaron
abandona su puesto en el timón para venir a sentarse cerca de mí. Ya no llueve, pero el
viento es feroz. Todo el mundo está callado, durmiendo o con la mirada perdida en sus
propios pensamientos. Incluso Jesse duerme, acurrucado junto a la adolescente, con
Pretzel entre los dos.
—Pretzel no es el único extraviado que recogiste —dice Aaron, sonriéndome.
Entonces me doy cuenta de que mis dedos están acariciando el cabello de Kellen.
Los aparto para poder echarle la bronca a mi hermano. Dios, se siente bien echarnos
mierda el uno al otro otra vez.
—Tú también tienes unos cuantos. —Hago un gesto a la familia—. ¿Eran tus
clientes?
Asiente, una expresión pensativa cruza sus facciones.
—El padre es Dan Kravitz. Es dentista. Los otros tres son su mujer, Judy, y sus dos
hijos, Hailey y Silas.
—Parece que tú, Jesse y Wayne se encargaron de ellos. Todos siguen vivos y bien.
Aaron frunce el ceño.
—Me dio mucho miedo durante un rato. —Aprieta la mandíbula—. No tienes ni
idea de lo difícil que fue huir del Área de la Bahía en lugar de dirigirme directamente hacia
ella con la esperanza de rescatar a mi hermano pequeño.
Saber que estaba igual de preocupado por mí hace que me duela el pecho.
—Wayne tuvo que sujetarme físicamente —admite Aaron, con la amargura en la
lengua—. También es por eso por lo que tiene un ojo morado.
Mi mirada se desvía hacia donde está sentado Wayne, con la cabeza echada hacia
atrás y la boca abierta mientras duerme. Tiene el ojo lastimado, pero es un tipo fuerte, así
que seguro que ha aguantado bien el puñetazo.
—Por mi parte, tampoco fue exactamente un día de sol y arco iris —gruño,
reprimiendo un escalofrío—. Si no me hubiera quedado atrapado en el ascensor minutos
antes de que llegara el tsunami, estaría frito. —Como Tabby.
A Aaron se le mueve la mandíbula mientras considera mis palabras. Se le
humedecen los ojos, lo que hace que los míos ardan de emoción. Hemos sobrevivido
milagrosamente a esta catástrofe y, de algún modo, nos hemos reunido. Igual que en la
última catástrofe a la que nos enfrentamos, cuando papá mató a mamá. Somos
supervivientes dentro y fuera del apocalipsis.
—Tenías razón —admite Aaron—. Tenías un mal presentimiento y...
100
—Si me hubieras hecho caso, ahora no estaríamos aquí. —Le clavo una mirada
firme—. Por algo eres el hermano mayor. Tus instintos también importan.
Se relaja ante mis palabras.
—Pensar que esta es la única vez que la actitud de estupidez de Jesse realmente
funcionó a su favor. Si no lo hubieran suspendido de la escuela...
Demasiados y si... para mi comodidad.
—No tiene sentido pensar en las cosas terribles que podrían haber pasado —le
digo—. Lo único que podemos hacer es seguir adelante con nuestro grupo de
desarrapados.
Aaron sigue mi mirada, ambos echamos un vistazo a cada persona.
—¿Quiénes son?
—Kellen era mi cliente. Discutimos porque llegué tarde, pero al final me salvó. Es
un tipo genial.
Mi hermano sonríe ante mi minimización de lo genial que me parece este tipo.
—A veces tu actitud de estupidez también juega a tu favor.
No puedo discutirlo.
—El mayor de allí es Gerry y el más joven es Kyle. —Luego hago un gesto hacia
donde Hope tiene a Elise arrimada a su lado—. La rubia es Hope y la morena es Elise. La
mujer inconsciente es Barb. Se golpeó bastante la cabeza y no se ha recuperado.
—Lástima que Dan sea dentista y no médico —murmura Aaron.
—Cuando lleguemos a la orilla, la llevaremos a un hospital. La curarán.
Aaron arquea las cejas y pone esa cara de tristeza cuando está a punto de darme
una mala noticia. Se me revuelve el estómago.
—¿Qué? —balbuceo—. No me digas que todo el maldito planeta está inundado.
Aaron sacude la cabeza e indica el timón.
—He estado escuchando las transmisiones. Son irregulares debido a la distancia,
pero he recibido múltiples informes de catástrofes en todo el mundo. No es sólo aquí.
Por alguna razón, oigo la voz burlona de papá en mi cabeza.
—Te lo dije. Te dije que el mundo se acababa. Podrías haber tomado la salida fácil
como mamá y yo.
—¿Qué tipo de catástrofes?
—Socavones por todas partes. Ciudades enteras destruidas... Actividad sísmica,
incendios, volcanes... —se interrumpe y se frota la cara con la palma de la mano—.
Sinceramente, no sabemos qué esperar cuando lleguemos a tierra.
—Pero tiene que haber ayuda, ¿no? ¿La Guardia Nacional? ¿La FEMA 5? ¿La Cruz
Roja Americana?
101
—He oído que hay algunos campos de refugiados en las Grandes Llanuras, que
parecen estar menos afectadas hasta ahora. Tal vez nos dirijamos allí.
Ambos nos quedamos callados mientras contemplamos cuál puede ser nuestro
futuro. No estoy seguro de que vaya a ser genial, pero es mucho mejor que nuestro
pasado reciente. Prefiero arriesgarme en tierra firme, eso seguro.
—¿Cuánto combustible tenemos? —pregunto, aunque no estoy seguro de querer
saber la respuesta.
—No lo suficiente. —Aaron gruñe y se levanta—. Esperaba usar la tormenta para
dirigirnos a tierra porque sé que necesitaremos el último combustible para llegar a tierra.
Tan pronto como hagamos contacto visual con algo que no sea más agua, haré lo que
pueda para llevarnos allí.
Se sumerge en el timón para examinar un mapa, poniendo fin a la conversación.
Sabiendo que mi hermano es capaz de manejar las cosas, finalmente me permito dormir.
En cuestión de segundos, me duermo profundamente.
5
FEMA: Siglas en inglés de Agencia Federal de Gestión de Emergencias.
—Aaron me habló de las transmisiones de radio —dice Kellen con un fuerte
suspiro—. Texas ha caído.
Giro la cabeza para estudiarlo en la oscuridad. Tiene la cara resbaladiza por la
lluvia y está pálido. Me fijo en sus carnosos labios entreabiertos y me pregunto, aunque
brevemente, a qué sabrán.
—Mi hermano —se le escapa a Kellen—. Él y mi padre están allí.
—Seguro que salieron —murmuro—. Si tú saliste de tu apuro, ellos también lo
habrán hecho.
Sus hombros se relajan ante mis palabras.
—Knox es muy capaz. Y papá también. Papá puede ser un idiota, pero puede
manejarse solo.
—Pronto estarás con ellos —le aseguro—. Los encontraremos.
102
Una sonrisa curva sus labios en un lado.
—¿Nosotros? ¿Vas a ayudarme?
—Sigo trabajando en el mejor consejo, hombre.
Antes de que pueda responder, Aaron me grita. Me separo de Kellen para correr
hacia mi hermano en el timón.
—Ahí —dice, señalando el asfalto más adelante—. Es una carretera. No sé con
qué tipo de escombros nos encontraremos cerca de la orilla. Nuestra mejor opción será
llevar el barco a la orilla con las últimas reservas de combustible. Todo el mundo tendrá
que estar listo, sin embargo. No va a ser un aterrizaje suave y no hay nada que pueda
hacer al respecto.
Le hago un gesto con la cabeza antes de informar a Kellen. En cuestión de minutos,
todo el mundo se ha levantado, salvo Barbara, con las bolsas y las provisiones en la mano,
listos para partir.
Nos estamos acercando cuando el motor empieza a toser y a chisporrotear. Aaron
brama y golpea el salpicadero con el puño, como si pudiera arrancar de nuevo el barco.
El Angler-traz lanza un suspiro cansado y se calla. Seguimos navegando a una velocidad
decente. Sólo espero que no tengamos que nadar el resto del trayecto, porque el agua
ha demostrado ser increíblemente peligrosa.
A medida que nos acercamos a la carretera que emerge del agua y desaparece
entre los árboles, estudio la zona en busca de señales de vida. Ni luces, ni sonidos, ni
gente. No hay nada. Es espeluznante y un escalofrío me recorre la espalda.
—¡Sujétense! —Aaron grita cuando estamos a unos nueve metros de distancia—.
¡Vamos a entrar con fuerza!
Me agarro con una mano a un asa del exterior del timón y con la otra al brazo de
Kellen. Segundos después, el sonido ensordecedor de crujidos y aplastamientos asalta
mis tímpanos. Rebotamos y somos arrojados a un lado cuando el barco vuelca tras su
atraque forzoso.
La mano con la que agarro el brazo de Kellen se aparta de un tirón y ruedo por la
acera hasta caer sobre la hierba. Me pongo en pie tambaleándome, dispuesto a ayudar
a los demás. Hay gente esparcida por toda la carretera. Hago un rápido recuento, pero
no veo a mi hermano mayor.
—¡Aaron! —grito, corriendo hacia el barco hundido.
Se oyen golpes en el timón. Está atrapado. Segundos después, aparece Wayne,
llevando mi hacha robada. Me hace señas para que me aparte. Con unos cuantos golpes
bien dados, astilla la madera lo suficiente para que Aaron pueda pasar un brazo a través
de ella. Juntos, rompemos los paneles de madera hasta que Aaron tiene espacio
suficiente para salir. Cuando lo llevamos a tierra firme, todo el mundo parece estar
poniéndose en pie. Jesse sangra por la ceja y Pretzel aúlla lastimosamente. Aparte de
103
eso, nadie parece estar herido.
—No —ladra Kyle—. ¿Me estás tomando el pelo?
Está en cuclillas junto a Barb, que yace en el asfalto, inmóvil.
—¿Qué pasa? —exijo, corriendo hacia ellos—. ¿Está bien?
La anciana ya no duerme. Ni siquiera respira. Su cabeza está torcida en un ángulo
extraño, antinatural.
Mierda, Barb está muerta.
Aunque probablemente sea lo mejor.
La culpa me asalta en cuanto lo pienso.
—¡Tú! —Kyle grita mientras se pone de pie. Carga contra Aaron—. ¡Mataste a
Barb!
Lanza un puñetazo que impacta en la mandíbula de mi hermano. Antes de que
pueda entrar en acción, Jesse se une a la refriega, gritándole a Kyle que se aleje de su
hermano. Salgo de mi asombro y consigo agarrar a Jesse antes de que haga algo
estúpido como estrangular a Kyle. Por suerte, Gerry y Kellen rodean a Kyle con sus brazos
y lo alejan de Aaron.
Aaron se frota la mandíbula y agacha la cabeza. Sé que se siente mal por el atraque
forzoso, pero no es como si hubiera muelles esperando nuestra llegada. No importa por
dónde intentáramos desembarcar del barco, iba a ser peligroso.
Hope se acerca a Aaron y se agarra a su brazo.
—Gracias por salvarnos y traernos aquí. No todos somos idiotas.
—Zorra —le suelta Kyle a Hope y luego intenta quitarse de encima a Kellen y
Gerry—. Suéltenme.
—Basta —le gruñe Kellen a Kyle—. Toda esta situación está jodida, pero culpar a
Aaron no traerá de vuelta a Barb. Vamos. Vámonos de aquí.
Kellen arrastra a Kyle por la carretera, lejos del barco destrozado y del cuerpo sin
vida de Barb. Ahora que sé que Jesse no va a matar a Kyle, lo suelto. Gruñe y trota hacia
donde Hailey sostiene a un Pretzel tembloroso.
No sé lo que nos espera, pero espero que haya una comida caliente, una cama
seca y unas pocas horas en las que no tengamos que pasar cada minuto sobreviviendo
al infierno.
No es mucho pedir.
Empezamos a caminar por la carretera. Apenas hemos recorrido 400 metros
cuando vemos una señal de tráfico.
Mariposa County Line. 104
Mierda.
El Área de la Bahía no era el único lugar bajo el agua. Al parecer, toda la costa
californiana hasta las puertas de Mariposa lo estaba.
Alguien escribió burdamente con Sharpie sobre el cartel:
Gerty nos atrapó.
Estoy empezando a pensar que Gerty tiene a todos...
CAPÍTULO DIECISIETE
Kellen
Barb se ha ido.
El dolor de perder a otro de mis empleados es agudo e implacable. Sin embargo,
su muerte ha afectado más a Kyle, ya que estaban muy unidos. Desde que la dejamos en
el lugar del naufragio hace treinta minutos, ha estado lúgubremente callado.
Nuestra agotada banda de supervivientes avanza por la carretera en silencio 105
general. Gerry ha retrocedido, manteniéndose cerca de Kyle, y yo he tomado la delantera.
Tyler trota a mi lado y me dedica una sonrisa sombría, iluminada por la luna parcialmente
nublada.
—No se oye nada —dice en un susurro—. Es un poco aterrador.
Asiento.
—Probablemente todos evacuaron cuando llegaron las aguas del tsunami.
Probablemente estén en la ciudad de al lado, refugiados en hoteles.
—Lástima que no podamos encontrar un hotel —dice Tyler con un gruñido—.
Estoy tan jodidamente cansado.
Le pongo una mano en la nuca y le doy un apretón reconfortante.
—No caminaremos para siempre.
Sigue lloviznando a intervalos mientras caminamos, lo que hace imposible sentirse
abrigado. Mis zapatos de vestir me hacen ampollas en la parte posterior de los talones y
en los laterales de los dedos gordos de los pies. Me alegraré cuando pueda quitarme esta
ropa y ponerme algo más práctico para el fin del mundo.
—¿Cuál es el plan? —Tyler pregunta, haciendo un gesto hacia la carretera
oscura—. Después de reagruparnos, quiero decir.
—Si no recuerdo mal, Sierra Nevada no está lejos de aquí. Nuestra mejor apuesta
es llegar allí donde tendremos la barrera natural para cualquier otra inundación. Después
de eso... —Me entretengo y me encojo de hombros—. Tus suposiciones son tan buenas
como las mías.
Llegamos a una carretera que se cruza con la que estamos recorriendo, donde un
gran cartel de madera con la palabra Hank's General Store y una flecha que apunta a la
derecha nos hace señas. Debajo hay otra señal que indica zona de acampada.
A 400 metros de Hank's.
Un kilómetro y medio hasta la zona de acampada.
Me detengo y me doy la vuelta para mirar a nuestro cansado grupo.
—¿Qué les parece si echamos un vistazo al almacén?
Murmullos de acuerdo recorren el grupo. Satisfecho con su respuesta, le hago un
gesto a Tyler para que me siga por la carretera. Aquí los árboles son más espesos,
cuelgan sobre la carretera y bloquean la poca luz de la luna que tenemos, y el asfalto no
es tan ancho como el de la carretera principal. Si la última carretera era aterradora, ésta
definitivamente la supera.
La carretera acaba abriéndose a un pequeño almacén general y un
estacionamiento decrépito. Por desgracia, no hay ni una luz encendida. Avanzo a grandes
zancadas, con una ligera mueca de dolor por las ampollas, hasta llegar al porche de la
tienda. En la puerta hay un cartel con el horario de apertura, de ocho a ocho. 106
—¿Entramos a la fuerza? —Jesse pregunta, subiendo los escalones para mirar
dentro de la puerta de cristal.
—No podemos entrar —murmura Elise desde cerca—. Iremos a la cárcel.
Intercambio una mirada con Tyler. Tiene las cejas fruncidas y frunce el ceño.
—¿Qué te parece? —le pregunto en voz baja.
—Si entramos y salta la alarma, vendrá la policía. Pueden ayudarnos a ponernos a
salvo —dice Tyler—. Si no pasa nada, tendremos los suministros que necesitamos.
—Puedo dejar mi tarjeta de crédito con una nota —ofrece Dan, que también se
une a nosotros en el porche—. Tendremos cuidado de mantener las cosas bien dentro
de la tienda y no romper nada.
—Entonces está decidido. Entraremos, tomaremos lo que necesitemos y
prometeremos pagar a los dueños. —Me giro hacia el grupo—. Cualquier objeción,
levanten la mano.
La única que levanta la mano es Elise. Cuando se da cuenta de que está sola,
vuelve a bajarla rápidamente.
—Genial. No necesitamos que vayan todos. Tyler, Aaron, Dan y yo iremos a ver
qué pasa. Todos los demás pueden quedarse aquí y descansar hasta que lo
consideremos seguro.
Tyler estudia la puerta delantera de cristal como si buscara la mejor manera de
entrar mientras Aaron camina hacia la parte trasera con Dan. No hay forma fácil de entrar
por delante sin romper el cristal. Lo último que queremos es abrir el almacén a
saqueadores o animales. Tiene que haber otra manera de entrar.
Se oye un crujido y Aaron grita:
—¡Lo tengo!
Tyler y yo nos dirigimos a la parte trasera del edificio y encontramos una puerta
entreabierta. No ha saltado ninguna alarma, lo que significa que es probable que el
edificio esté sin electricidad. Una vez dentro, busco a tientas un interruptor de la luz y,
tras encenderlo y apagarlo un par de veces, mi observación se confirma.
Necesitamos luz.
Segundos después, una luz ilumina el espacio y luego me ciega. Entrecierro los
ojos hasta que apunta al suelo.
—Hay todo un cubo de minilinternas —dice Tyler, entregándome una—. Veamos
qué podemos encontrar.
Tomo la linterna que me ofrecen y sigo a Tyler por la tienda. Una parte de la tienda
parece ser la típica tienda de comestibles, recuerdos y bebidas. Más allá de los pasillos
de alimentos, otra abertura conduce a una segunda área de la tienda general. 107
—Premio gordo —dice Aaron—. Equipo de camping y suministros. Botas, ropa y
otras cosas útiles.
Botas y ropa.
Gracias a Dios.
—Desbloquea la puerta principal, Dan —le ordeno—, y dile a todo el mundo que
puede entrar a tomar lo que necesite. Haremos un inventario para pagar al dueño antes
de irnos.
Dan se separa para traer a los demás mientras Tyler y yo nos dirigimos a la zona
de acampada. Es tan grande como la parte de la comida, lo que es genial. Nunca me
había alegrado tanto de ver camisetas de camuflaje y pantalones Carhartt.
Ansioso por quitarme la ropa mojada y estropeada, no tardo en quitarme la
chaqueta. Me duele el costado, pero ya me había dado cuenta de que Tyler me había
curado la herida mientras dormía. Me desabrocho rápidamente la camisa, me la quito y
empiezo a quitarme la camiseta con cuidado.
Cuando huelo mi propio olor corporal, gimo de vergüenza.
Tyler se ríe y sacude la cabeza.
—No eres el único, Kell. Iré a buscar desodorante.
Sus ojos se detienen en mi pecho durante un instante, provocando que el calor
me invada, y luego se da la vuelta bruscamente para marcharse. Empiezo a mirar en los
estantes de camisetas de camuflaje de manga larga hasta que encuentro una de mi talla.
Tyler vuelve con un desodorante que ya ha abierto y al que ha quitado el tapón. Acepto
amablemente su ofrecimiento e intento borrar mi hedor antes de devolvérselo. Una vez
que me pongo la camiseta, maravillosamente seca, me pongo a buscar unos pantalones.
Los pantalones de trabajo Carhartt me recuerdan a los que solía llevar en el
rancho. Se siente como si hubiera pasado toda una vida. Como no tengo calzoncillos de
repuesto, me veo obligado a quedarme con los que aún están mojados, pero al ponerme
los pantalones nuevos me siento genial.
—Calcetines —dice Tyler, lanzándome un pequeño paquete—. Tienen unas botas
de montaña en un rincón. No hay una gran selección de estilos, pero parece que hay
varias tallas para elegir.
Abro el paquete con los dientes y me cambio los calcetines empapados. Los pies
también me huelen bastante mal, pero no puedo hacer nada hasta que me dé una ducha,
sea cuando sea. Los calcetines son gruesos y calientes, para mi alegría.
Como prometió, en la esquina de la tienda están las botas de montaña. Encuentro
a Kyle y Gerry ya allí, ambos ansiosos por perder sus zapatos de vestir. Espero que haya
algunos que les sirvan también a Hope y Elise, ya que perdieron los tacones hace mucho
tiempo, cuando el agua llegó por primera vez e intentó ahogarnos.
108
Me siento como un hombre nuevo cuando localizo un par de botas de mi talla y
me quedan perfectas al atármelas.
Kyle, tras encontrar sus botas, se marcha a mirar la ropa. Gerry se queda para
ayudar a Hope y Elise cuando llegan. Los dejo a los tres para que busquen una mochila
o algo para llevar provisiones. Por suerte, hay toda una pared de ellas. El equipo de
acampada y senderismo de esta tienda es una bendición.
Tomo una mochila y saco todo el relleno. Luego vuelvo a la ropa. Me vendrá bien
tener una muda de repuesto. Una vez que reúno unos cuantos artículos, reviso el resto
de provisiones de caza. La comida y el agua son importantes, pero también lo son otras
cosas que podemos necesitar si nos vemos obligados a permanecer al aire libre. Agarro
cerillas, un par de linternas a pilas, un hacha, un rollo para dormir que pueda atar a la
mochila, un par de navajas y unas cuantas cajas de pastillas potabilizadoras.
Tyler se une a mí justo cuando estoy cerrando la cremallera de mi mochila y
empieza a llenar una mochila nueva, mucho más resistente y hecha para el exterior que
la suya actual, con provisiones similares.
Las botellas de los frigoríficos del otro lado de la tienda empiezan a traquetear.
Tardo un segundo en darme cuenta de que el suelo está temblando. Tyler me lanza una
mirada de pánico mientras se agarra a mi brazo. El temblor no se detiene, sino que se
intensifica y hace que varios objetos caigan al suelo por toda la tienda. Varias personas
gritan y me pregunto si habrán sido alcanzadas por los objetos que caen.
A diferencia de la mayoría de los terremotos, que duran más o menos un minuto,
éste sigue retumbando. Todo el mundo se pone en marcha y termina rápidamente sus
compras. Tyler me saca de la zona de acampada y me lleva a la zona de comida.
Tomamos lo que podemos, llenamos las bolsas y nos apresuramos a salir del edificio
antes de que se nos venga encima.
Afuera, casi todo el mundo ha escapado ya de la tienda. Aaron y Hope son los
últimos en salir, con los brazos llenos de cosas.
—Deberíamos ir a un terreno más estable —grito por encima de los quejumbrosos
gemidos de la tierra—. El área de acampada es por ahí. Siempre podemos volver si
olvidamos algo.
Elise se tambalea hacia mí, frunciendo el ceño.
—¿Y la lista para el dueño? No me siento cómoda robando sus cosas.
Dan le hace un gesto para que lo siga fuera de la tienda.
—Dejé una nota y mi tarjeta. Les dije que me cobraran lo que quisieran por lo que
nos llevamos. Está bien.
Satisfecha, Elise corre para alcanzar a Hope y Aaron, que ya están camino abajo,
en dirección al campamento. Esta vez, Tyler y yo vamos en la retaguardia, asegurándonos
de no perder a nadie. El estruendo finalmente disminuye, pero no hace nada por mi
corazón que late erráticamente. 109
¿Cuándo acabará esto?
El resto del camino transcurre sin incidentes. Es de noche, pero la lluvia ha
resistido. Finalmente llegamos al camping. Al frente hay un edificio de registro,
presumiblemente también sin electricidad, como el almacén general. Más allá,
encontramos dos cabañas cerca. Puede que haya más cuanto más nos adentremos en
el camping, pero nadie parece ansioso por encontrar más.
—Pasaremos aquí la noche —digo señalando las cabañas—. Sepárense. Hope y
Elise, ustedes dos pueden quedarse con Dan y su familia. Los demás podemos quedarnos
al lado. ¿Alguna objeción?
Jesse levanta la mano.
—Debería quedarme allí también por si Dan necesita ayuda para proteger a las
mujeres.
Hope pone los ojos en blanco cuando Dan le da la razón. Hasta ahora ha
demostrado ser muy capaz de protegerse a sí misma y a los demás.
Todo el mundo se separa. También tenemos que forzar las puertas de estas
cabañas, pero no es demasiado difícil, ya que son viejas y sólo nos enfrentamos a puertas
de madera, no de cristal. Una vez dentro de nuestra cabaña, encendemos algunas de las
linternas a pilas para determinar nuestra situación para dormir. Hay dos juegos de literas
en una pared, un sofá en la otra y una alfombra mohosa en el centro de la cabaña.
Kyle reclama una de las literas de abajo y Gerry se sube encima de la suya. Wayne
se queda con la otra. Aaron levanta una ceja mirando a Tyler.
—Tómala tú —dice Tyler—. Yo me quedo con el suelo. Kellen puede quedarse
con el sofá.
Aaron sonríe y despeina el cabello de su hermano pequeño antes de subirse a la
cama.
—Podemos compartir el sofá —le digo a Tyler—. Nadie tiene que dormir en el
suelo.
Nos acercamos al sofá y nos disponemos a deshacernos de nuestras bolsas.
Mientras me quito las botas, Tyler rebusca en su bolso y saca una bolsa de cecina.
—¿Tienes hambre cómo para cenar?
Mi estómago gruñe como si quisiera responderle.
—Claro que sí.
Se acomoda en un extremo del sofá y yo en el otro. Incluso tener medio sofá para
dormir es mejor que el hueco de la escalera de mi edificio. Estamos en silencio mientras
comemos la cecina, pero ninguno de los dos se duerme mucho después que los demás.
—¿No puedes dormir? —Tyler susurra.
110
—No.
—¿Quieres jugar al tres en raya otra vez?
Sonrío y asiento.
—¿Quién va ganando hasta ahora?
—Yo. Aunque ya tendrás tiempo de ponerte al día.
Busca un bolígrafo en el bolso y se arrastra por los cojines para sentarse a mi lado.
A pesar del dolor en el costado, estiro el brazo sobre el respaldo del sofá, invitándolo a
entrar en mi espacio. Su cálido cuerpo ahuyenta cualquier escalofrío que pudiera
quedarme. Tiro de su brazo hacia mi regazo, empujando la tela de su nueva camiseta de
manga larga hacia arriba para dejar al descubierto su tatuaje. Cuando le paso el pulgar
por la piel, se estremece.
—¿Frío?
—Ya estoy bien.
Inclina la cabeza para mirarme. Tan cerca, con nuestras bocas a escasos
centímetros, me entran ganas de besarlo. Casi lo hago, pero entonces se aparta para
dibujar una O en el centro de su tatuaje.
Por primera vez desde que ocurrió todo este caos, estoy realmente relajado y feliz.
Me gusta Tyler. Realmente me gusta.
Espero poder hacer algo al respecto.
CAPÍTULO DIECIOCHO
Tyler
Anoche dormí bien y mal. Bien porque usé el muslo de Kellen como almohada.
Malo porque tuvimos algunos temblores más que fueron preocupantes. Aun así, conseguí
dormir unas cuantas horas, que fue probablemente lo más largo que he dormido en días.
Lo que daría por una cama de verdad. Incluso la compartiría con Kellen.
Está sentado en una mesa de picnic, comiendo distraídamente una barrita de
proteínas y frunciendo el ceño mientras escucha a Dan hablar en voz baja. Aaron, Hope,
111
Elise y Wayne también están sentados con ellos. Me molesta un poco que me hayan
dejado dormir hasta tarde en lugar de invitarme a su sesión de estrategia.
Jesse suelta una carcajada que llama mi atención. Está contando animadamente
un cuento a Judy, Hailey y Silas. Pretzel duerme acurrucado en la sudadera de Jesse,
con su cabecita asomando por un lado del largo bolsillo delantero.
Salvé a ese perro y el agradecimiento que recibo es una traición.
Lucho contra una sonrisa. No estoy enfadado en absoluto. Se siente como si Jesse
finalmente tuviera el perro que siempre quiso. Aunque el fin del mundo fuera la única
forma de conseguirlo.
Un sonido detrás de mí capta mi atención. Kyle tose, de espaldas a mí, y se mea
contra un árbol. Espero que hoy esté de mejor humor. Perder a su amiga fue duro para
él, pero necesitamos que todo el mundo esté alerta si tenemos alguna esperanza de llegar
a un campamento o refugio del FEMA.
La voz suave y profunda de Kellen baila en el aire, ganándose mi atención una vez
más. Lo oigo sugerir la mejor ruta hacia posibles lugares seguros y por qué cree que son
una opción. Estoy a punto de unirme a él para aportar mi granito de arena cuando oigo
chirriar los neumáticos.
Todo nuestro grupo se gira para observar a lo lejos la carretera de donde procede
el sonido. En cuestión de segundos, dos camionetas Chevy se dirigen hacia el
estacionamiento del camping, frente a la oficina y las dos cabañas.
¡Más gente!
Quizá puedan decirnos adónde ir.
Las dos camionetas se detienen con un chirrido y, casi de inmediato, tres hombres
fornidos bajan de los vehículos. Los tres llevan armas: dos escopetas y un rifle pesado,
un AK-47 quizá. El alivio de encontrar a otros supervivientes se apaga cuando la inquietud
se instala en mis entrañas.
—Hola, amigos —saluda Dan, viniendo a ponerse a mi lado—. Me alegro de ver
otras caras por aquí.
Los tres hombres se acercan, pero mantienen una distancia de unos cinco metros
entre nosotros. Tienen la cara roja y el ceño fruncido y enfadado, con la clara intención
de intimidar. Endurezco la columna y aprieto los dientes, con cuidado de dejar que digan
lo que tienen que decir antes de soltar un abrupto grito en la boca. Al fin y al cabo, no soy
Jesse.
El mayor de los tres, un hombre rubio con barba desaliñada y barriga, escupe un
fajo de algo repugnante al suelo, a nuestros pies. Me cuesta no reaccionar ni apartarme.
—Bonita camiseta —afirma el hombre, haciéndome un gesto—. ¿Qué más has 112
robado?
Me erizo ante su tono acerbo.
Dan levanta ambas manos de forma apaciguadora.
—Señor, hemos recorrido un largo camino...
El más joven de los tres -son idénticos salvo por ligeras diferencias de edad, así
que deben de ser hermanos- dice:
—¿Señor? Gunter no es un señor. No es lo bastante elegante para eso.
El hombre mayor, o Gunter, escupe otro tajo de lo que ahora supongo que es
tabaco de mascar a mis pies.
—Mike —advierte Gunter—. Mantén la boca cerrada.
Mike, el mediano de los dos, le da un codazo al más joven.
—Corta el rollo, Nicky.
—Te he hecho una pregunta —gruñe Gunter, con los ojos entrecerrados en Dan—
. ¿Qué más has robado de la tienda de nuestro padre?
—Estamos agradecidos —dice Dan en tono diplomático—, por los suministros y la
comida, por eso dejé mi tarjeta de crédito y una nota....
—Tiene ochenta y dos años —interrumpe Gunter—. Un maldito viejo. ¿Te sientes
bien robando a los ancianos?
Dan, bendito sea, no pierde la genialidad. Estoy a segundos de plantar mi bota en
la basura de este idiotas.
—Comprendo tu frustración —dice Dan—, y tienes todo el derecho a estar
descontento con nosotros. Sin embargo, esperamos que seas amable con nosotros, ya
que hemos perdido gente y apenas sobrevivimos. Mi tarjeta de crédito debería ser más
que suficiente para cubrir los...
—Tu tarjeta de crédito significa una mierda cuando no hay electricidad —gruñe
Gunter, apretando con fuerza su escopeta—. Pagarás por lo que te llevaste de una forma
u otra.
El miedo se apodera de mí. De espaldas a nuestro grupo, no estoy seguro de cómo
están manejando la situación. De momento, todos están callados, claramente intimidados
por esos tres imbéciles enojados con pistolas.
—Tengo un Rolex —dice Dan, levantándose la manga para mostrar el costoso
reloj—. Es tuyo. Aunque lo empeñes, te dará un buen dinero. —Mira por encima del
hombro—. Judy. ¿Tus joyas?
Se acerca a Dan y le quita su enorme alianza de diamantes.
—Esto también vale mucho. No queremos problemas, señor.
Nicky vuelve a resoplar, claramente divertido de que llamen señor a su hermano 113
mayor.
—¿Es tu hija? —Gunter pregunta, señalando con la cabeza más allá de nosotros—
. ¿La joven?
Dan se pone rígido, ignorando la pregunta.
—Estoy seguro de que entre todos podremos llegar a algún tipo de pago con
nuestras joyas....
El estruendoso sonido de la escopeta al dispararse hace que varias personas
griten de sorpresa. Gunter nos sonríe mientras las hojas del árbol que tenemos encima
revolotean alrededor de nuestras cabezas.
—Responde a la maldita pregunta, hombre —gruñe Gunter.
—¿O qué? —Jesse exige, voz caliente de ira.
Mierda.
Se acerca corriendo al lado de Judy y se coloca ligeramente delante de ella. Oigo
a Hailey lloriquear detrás de ella y Silas llora en silencio. Pretzel se estremece dentro del
bolsillo de Jesse, agachando la cabeza para esconderse de la tensa situación.
Gunter se ríe y sus dos hermanos se le unen. Después de un rato, sacude la cabeza
y dice:
—Nos llevaremos a la chica como intercambio.
El silencio se apodera de nosotros, aparte del viento que hace que las hojas se
dispersen a nuestro paso.
—No —suelta Dan, perdiendo rápidamente la genialidad—. Es una niña, animal.
No un pedazo de propiedad.
—Es el pequeño precio por pagar —dice Mike mientras mira a Hailey—. Una boca
menos que alimentar. No veo el problema.
Jesse avanza hasta situarse a unos metros del trío. Sus hombros están tensos
mientras sisea:
—Ya han oído al hombre. No va a pasar. Vuelvan a sus camionetas de pueblerinos
y déjennos en paz de una puta vez.
—Jesse —advierto en voz baja.
Deja que mi hermano eche leña al fuego en lugar de intentar apagarlo.
—Jesse —imita Gunter, apuntando a mi hermano pequeño con la culata de su
escopeta—. Escucha a tu amigo. Tu boca está escribiendo cheques que tu trasero no
puede cobrar.
Jesse lo mira con desprecio.
—No sé qué demonios significa eso, pero no te tengo miedo.
114
Gunter levanta la punta de su pistola y apunta con el cañón a la cara de Jesse. Mi
corazón deja de bombear sangre mientras intento aspirar aire.
No acabo de recuperar a mis hermanos para perder a uno de ellos por estupidez.
—Por si no se han dado cuenta —dice Gunter, con su saliva teñida de tabaco
sobrevolando a Jesse—, el viejo mundo se ha acabado. En este nuevo mundo, todos
hacemos lo que podemos para sobrevivir. Los malditos ladrones como tú no van a durar
mucho. —Asiente a Mike—. Ve a buscar nuestro pago.
Estos monstruos no van en serio a secuestrar a una adolescente, ¿verdad? Sin
armas contra sus tres, estamos superados y en una posición perdedora aquí.
—Por favor —suplica Dan—, no hagas esto. Sólo tiene quince años.
Gunter se ríe.
—Siempre me gustaron jóvenes. Por lo qué mí esposa me dejó también.
Mike se acerca a Hailey, que abraza a su hermano pequeño. Wayne, Gerry y Kyle
están boquiabiertos, con los ojos muy abiertos y horrorizados, pero no hacen ningún
movimiento para intervenir. Sin embargo, se han colocado estratégicamente delante de
Elise y Hope, ocultándolas. Aaron y Kellen se han ido.
¿Qué demonios...?
—Hombre, no puedes llevártela —grito, encontrando mi voz—. Te devolveremos
tu mierda. ¿Contento?
Jesse está tenso, listo para luchar, pero no es tan estúpido como parece. Sabiendo
que tiene una escopeta en la cara, se mantiene callado, incluso cuando Hailey le grita a
Mike que se mantenga alejado.
Dan se lanza por ellos, pero entonces Nicky se le echa encima, blande su rifle y le
da en la nuca. Cae al suelo con un gemido de dolor. Judy empieza a sollozar y a suplicar,
dividida entre ayudar a su marido y rescatar a su hija.
Tenemos que hacer algo.
¿Pero qué?
¿Cómo?
Mike lucha con Hailey, arrastrándola más allá de sus padres, Jesse y yo hasta
dónde están sus hermanos. Le besa el cuello juguetonamente como si fuera un puto
juego.
Jesse maldice como un loco, pero permanece en su sitio.
—Como he dicho —Gunter espeta a cualquiera que quiera escuchar—. Nuevo
mundo. Nuevas reglas. En este pueblo, no queda mucha gente, lo que significa que
estamos a cargo. Las mujeres son la nueva moneda por aquí.
La bilis me sube por el estómago. ¿Este hombre va en serio ahora mismo?
¿Tenemos un tsunami y unos cuantos socavones en todo el mundo y de repente todo se
115
convierte en un sálvese quien pueda sin ley?
—Por favor —suplica Hailey, con lágrimas gordas cayendo por sus mejillas—.
¡Mamá! ¡Papá! ¡Ayúdenme!
Nicky descarga su arma en la tierra junto a la cabeza de Dan, haciendo que todos
salten.
—No te resistas, niña bonita, o tu papi pagará el precio.
Hailey se queda paralizada, con la boca abierta de horror. No lucha contra su
captor, aparte de un temblor de cuerpo entero, ni siquiera cuando él la manosea
crudamente por encima de la camiseta. Jesse está tenso, listo para cargar contra Mike,
pero si lo intenta, estoy seguro de que Gunter rociará el bosque con su cerebro.
¿Qué demonios hacemos?
No podemos dejar que se la lleven. La violarán y sólo Dios sabe qué más. Pero
tampoco puedo dejar que mi hermano desayune perdigones por ella.
Es entonces cuando veo movimiento detrás de los hombres.
Alguien pasa entre las camionetas, agachado. Otro lo sigue. Conozco a los dos
alguien. Son Aaron y Kellen. ¿Tienen un plan? ¿Resultará en que le vuelen la cabeza a
Jesse?
—Esto es lo que va a pasar —dice Gunter, mirando a mi hermano pequeño, pero
dirigiéndose a todos nosotros—. Esta dulce chica va a pagar el precio de su robo. Y como
soy un jodido caballero, no voy a mancillarla delante de todos ustedes. Consideren esto
la amabilidad que creen que se les debe. —Inclina la cabeza hacia la izquierda—.
Subiremos a las camionetas y nos iremos con nuestro premio. Pero si nos siguen o nos
vuelven a robar, los sacrificaremos como a perros.
Hailey, resignada a su destino, solloza y baja la cabeza. Mike sonríe y le acaricia el
cabello con la nariz. Me siento asqueado e impotente para hacer algo por ayudarla.
—¿Seguro que no deberíamos hacerlos mirar? —Mike pregunta y luego se ríe
cuando Hailey chilla—. Cinco dólares a que es virgen. Me encantan las vírgenes.
—Nadie quiere ver tu polla de bebé —dice Gunter con una sonrisa de
satisfacción—. Ponla en la camioneta contigo y Nicky. Hay cuerda en la cama del mío.
Cuando Mike empieza a empujar a Hailey hacia las camionetas y Nicky se aleja de
nosotros para ir con él, Aaron y Kellen entran en acción.
Mantengo la mirada fija en Hailey mientras Kellen golpea a Mike en la cabeza con
un gran palo. Sorprendido, Mike brama y suelta a Hailey para enfrentarse a Kellen. Pero,
sorprendentemente, Kellen es más rápido y derriba a Mike al suelo. Aaron derriba a Nicky.
La imagen de Kellen y Aaron atacando a dos de esos idiotas me empuja a hacer lo mismo.
Me abalanzo sobre Gunter, agarro su escopeta y empujo con todas mis fuerzas.
¡Boom! 116
La escopeta estalla, haciendo vibrar mi mano que la rodea mientras Gunter y yo
caemos al suelo.
Sólo puedo esperar haber sido lo suficientemente rápido para salvar a Jesse de la
descarga del arma.
Por favor, Dios, permíteme haber sido lo suficientemente rápido.
CAPÍTULO DIECINUEVE
Kellen
Se oye otro disparo, que resuena a nuestro alrededor, pero no tengo tiempo de
ver si han alcanzado a alguien. Está claro que Mike no ha pasado los últimos días
encerrado en un edificio inundado sin apenas comer ni beber y con cero horas de sueño,
porque no es fácil derribarlo. Consigo desarmarlo, pero me asesta varios puñetazos
vertiginosos en la mandíbula.
Somos más nosotros que ellos.
117
No se llevarán a Hailey ni lastimarán a más de los nuestros. Nos aseguraremos de
ello.
Como nadie grita de dolor o pena, espero que eso signifique que el arma disparada
no ha alcanzado a nadie. Sigo forcejeando con el hombre más joven, haciendo todo lo
posible por dominarlo. Consigue tumbarme de espaldas y saca una navaja de la nada. La
hoja desafilada se clava en un lado de mi cuello, sin duda hiriendo la piel, pero sin
perforarla.
Consigo quitarle la navaja de la mano. Un mordisco agudo en la piel me hace
gruñir, pero es lo bastante superficial como para saber que no hay de qué preocuparse.
Mike me rodea el cuello con las manos, pero entonces le doy la vuelta hasta dejarlo
debajo de mí y me zafo de su fuerte agarre. Le doy un puñetazo en la nariz y me
estremezco al oír cómo se rompe el hueso. Mike gime y gorgotea mientras le brota sangre
de la nariz.
—Jodidamente. No te muevas.
Cada músculo de mi cuerpo se pone rígido cuando la voz masculina resuena por
encima de mí. Tardo dos segundos en darme cuenta de que el cañón de la escopeta que
entra en mi campo de visión por la derecha no me apunta a mí, sino a Mike. Levanto la
vista y veo a Kyle sosteniendo el arma temblorosamente.
Me levanto de un salto y dejo a Mike en el suelo, gimiendo de dolor, mientras
compruebo rápidamente el estado del resto de nuestro grupo. Tyler tiene una escopeta
apuntando a Gunter, que está sentado de rodillas, y Aaron tiene el rifle de Nicky apretado
contra la espalda del mierdecilla.
Los dominamos.
Gracias a Dios.
Judy y Dan tienen ahora a sus dos hijos junto a ellos, los cuatro llorando, pero
claramente agradecidos por el giro de los acontecimientos.
—¿Qué hacemos? —Kyle pregunta, amargura en su voz—. ¿Matarlos?
Se me revuelve el estómago al pensarlo. No quiero ser como esos imbéciles.
—Dijo que hay cuerda en la parte de atrás —grité casi en un susurro—. Átalo a la
parte trasera de la camioneta roja más pequeña.
Kyle, sólo ligeramente decepcionado por no haber sido capaz de destrozarle el
cráneo a Mike, asiente y ordena al hombre que se ponga en pie. Tyler también hace que
Gunter se levante. Jesse aprovecha para darle una fuerte patada en las bolas a Gunter.
—¿Qué demonios? —Gunter gruñe y luego se atraganta, vomitando vómito
mezclado con tabaco de mascar por todo el suelo—. ¡Me has roto las malditas bolas!
Tyler me sonríe con satisfacción mientras clava con fuerza la pistola en la espalda
118
de Gunter, empujándolo hacia la parte trasera del vehículo más pequeño.
Wayne y Gerry se unen para ayudar a atar a los hombres. Estos idiotas amenazaron
con secuestrar y violar a esa pobre chica. Ninguno de nosotros se los va a poner fácil.
Sólo cuando los tres idiotas están atados dolorosamente al parachoques de la camioneta
nos relajamos por fin como grupo.
—Busquen en la camioneta roja —les ladro a Kyle y Hope—. Agarren lo que
puedan. Usaremos la otra camioneta para largarnos de aquí.
Mientras empiezan a registrar la camioneta roja, me acerco a grandes zancadas al
Chevy azul de cabina extendida y abro la puerta trasera del lado del conductor. La
camioneta es una mina de oro de suministros. En el asiento hay una bolsa táctica repleta
de pistolas y munición. En el suelo hay dos escopetas más.
Tyler abre la otra puerta y sus ojos se abren de par en par al ver el botín.
—Estos tipos estaban planeando una guerra. Mierda.
Es desconcertante pensar que quizá no seamos el primer grupo al que intentan
intimidar y secuestrar, pero no podemos llamar a la policía. Y matarlos, aunque sería
profundamente satisfactorio, no es una opción. Esto es América. Puede que el mundo se
esté desmoronando, pero algunos de nosotros aún creemos en hacer lo correcto.
Lo correcto en este caso es atarlos a la camioneta y esperar que un oso los
encuentre.
Tyler cierra la puerta de la camioneta y aparece a mi lado. Dejo de rebuscar debajo
del asiento para mirarlo.
—¿Qué pasa?
Sus rasgos son duros y sus ojos brillan.
—Gracias.
Antes de darme cuenta de por qué me da las gracias, me abraza con fuerza.
Incapaz de dejar pasar la oportunidad de tocarlo, lo envuelvo en un fuerte abrazo.
—De nada, aunque no sé por qué.
Se burla, su aliento me hace cosquillas en el cuello y envía zarcillos de deseo
directos a mi entrepierna.
—Por ayudar a derribar a esos tipos. Estuvieron a punto de secuestrar a esa chica
y volarle la cabeza a mi hermano.
Le paso los dedos por la columna y se estremece.
—Tenemos que cuidarnos el uno al otro.
—Lo sé —dice, con la voz ronca mientras se aleja ligeramente, pero sin soltarme
del todo—. Todavía puedo agradecerle a un hombre que sea duro.
119
Levanto una ceja y le sonrío.
—Un tipo duro, ¿eh?
Sus labios se curvan en una sonrisa malvada.
—Sí. Bastante sexy también.
El calor me inunda, electrizando cada terminación nerviosa a su paso. Cree que
soy sexy. Alguien viejo como yo. Este tipo es genial para mi ego, eso seguro.
—Sexy, ¿eh? —Me burlo—. Realmente estás exprimiendo esta propina. Es bueno
que pague extra por los cumplidos.
Se inclina hacia delante y sus labios rozan mi oreja.
—Te pusiste diez veces más sexy cuando te cambiaste el traje de zombi de
empresa por este. —Sus dedos se enroscan en el material de mi camiseta sobre mis
abdominales—. Lo rudo te queda bien, Kell. Realmente bien.
Alguien dice algo cerca que hace que Tyler se aleje de mí. Doy un paso hacia él,
necesitando... algo... pero me detengo cuando Gerry rodea la parte trasera de la
camioneta.
Maldita sea.
Si toda esta gente no estuviera aquí con nosotros, habría empujado a Tyler contra
el lateral del vehículo para besar sus labios juveniles que saben todo lo que hay que decir
para prenderme fuego.
Pero no estamos solos.
Volvamos al tema de la supervivencia, que francamente se está haciendo viejo.
La tierra empieza a gruñir de nuevo y agarro la mano de Tyler por instinto. A
nuestro alrededor, los árboles se balancean de un lado a otro, crujiendo y gimiendo. Las
ramas se parten y luego un árbol entero se estrella contra el suelo. Mis dientes parecen
traquetear dentro de mi boca mientras soportamos otro terrible temblor, que dura más
que los de anoche.
Casi ha terminado.
En cualquier momento.
En lugar de calmarse, el temblor se intensifica. Un agudo crujido resuena en las
proximidades y luego se dirige hacia nosotros. El suelo bajo Gerry se abre, dejando al
descubierto una brecha de treinta centímetros. Lo salta y me lanza una mirada
aterrorizada.
Otro fuerte estruendo de un árbol al caer es seguido por crujidos y cristales rotos.
Me doy la vuelta y veo que un enorme roble ha aterrizado justo en medio de la oficina del
camping, destrozándola.
—¿Va a parar alguna vez? —Tyler grazna, apretando mis manos. 120
El suelo sigue quejándose y, varios segundos después, se apaga hasta que no se
siente nada, aparte de la brisa fría que nos azota desde el oeste.
Tyler frunce el ceño en dirección al viento, con expresión pensativa.
—Hace un poco de frío para esta época del año.
Tiene razón.
Si hubiera hecho tanto frío cuando nos quedamos atrapados en lo alto del edificio,
todos habríamos muerto de hipotermia.
—Vamos —le digo a Tyler—. Tenemos que recoger nuestro equipo, hacer una
parada en el almacén general, y luego llegar al otro lado de esa montaña.
—¿Crees que allí es seguro? —me pregunta, escrutando mis ojos.
—Eso espero. Cualquier cosa es más segura que donde estamos ahora. Por lo que
sabemos, California está a punto de caer en el océano como todos los moonies han
estado prediciendo desde que Gerty golpeó por primera vez.
Tyler se encoge de hombros, pero me hace un gesto de comprensión. Le suelto
la mano para que me ayude a reunir a los demás. Gerry, de espaldas a mí, se queda
mirando la enorme grieta que se ha formado en el asfalto.
—Esto se está poniendo feo —gruñe Gerry, sacudiendo la cabeza.
—Sólo va a empeorar. —Me agarro a su nuca y le doy un apretón reconfortante—
. Por eso tenemos que movernos.
Una vez cargada la camioneta con toda nuestra gente y nuestro equipo, nos
alejamos lentamente de Gunter, Mike y Nicky. Mientras nos preparábamos para nuestro
viaje, nos maldecían y nos llamaban de todo. En un momento, pensé que iba a tener que
contener físicamente a Jesse de matarlos a los tres por deporte.
Afortunadamente, conseguimos poner el infierno en marcha sin víctimas. Wayne,
que optó por conducir, Elise y Hope ocuparon el asiento delantero, mientras que Dan,
Judy, Hailey y Silas ocuparon el trasero. El resto nos amontonamos en la cama de la
camioneta. El plan para cuando paremos en el almacén general es enviar a los chicos a
buscar más comida y agua, pero también tomar chaquetas para todos. El repentino
descenso de la temperatura es alarmante.
En cuanto Wayne llega a la tienda, todos nos bajamos. El edificio está en peor
estado que ayer, sin duda debido a los temblores. Las ventanas de la fachada están
destrozadas y los escombros salen volando de la tienda, resbalando con el viento.
Tomo la delantera, atravieso la puerta de cristal rota y entro en el edificio. El suelo
está pegajoso por las botellas de refresco rotas y no estoy seguro, pero creo que huelo
121
a gas.
—Tenemos que entrar y salir —ladro—. La mitad de ustedes tomen las chaquetas.
Los demás recogeremos agua y comida.
—Huelo a gas —dice Gerry—. ¿Tú también lo hueles?
—Como dije. Dentro y fuera. —Le hago un gesto para que se mueva
rápidamente—. Vamos.
El grupo se apresura a recoger lo que necesita. Si hay una fuga de gas, bastaría
otro terremoto para encender el gas y provocar un incendio o una explosión. Quiero estar
lejos de aquí si eso ocurre.
Me lleno los bolsillos de barritas de proteínas y bolsitas de frutos secos antes de
recoger una caja de agua cerca de las neveras de bebidas rotas. Jesse pasa a mi lado
cuando salgo por la puerta, con los brazos llenos de chaquetas. Parece que acaba de
recoger toda la estantería.
Estoy cargando la camioneta cuando el suelo empieza a temblar de nuevo.
Mierda.
—¡Todo el mundo fuera! —grito hacia el edificio mientras Kyle sale, con los brazos
cargados de alimentos enlatados—. ¡Rápido!
Kyle acelera y Gerry le pisa los talones. Aaron es el siguiente en salir, con más
material de acampada en sus manos. Espero a que salga Tyler.
Y no lo hace.
—¡Tyler! —grito—. ¡Ahora! No tenemos más tiempo...
Mis palabras se interrumpen cuando el edificio empieza a derrumbarse. Suelto un
sonido ahogado cuando Aaron y Jesse se ponen en marcha hacia el edificio.
¡Bum!
Todos caemos de trasero al estallar la explosión. Soy vagamente consciente de
los trozos de cristal y las astillas de madera que se clavan en mi carne. En cuanto me
aseguro de que ha pasado lo peor, me pongo en pie de un salto y entrecierro los ojos
contra el infierno que sale de los restos del edificio.
Tyler.
Todavía estaba dentro.
¡No!
Aaron suelta un grito de dolor, tan lúgubre y horrible que lo siento en lo más
profundo de mis huesos.
No está muerto.
No puede ser. No después de todo lo que hemos sobrevivido hasta ahora.
122
Los segundos se convierten en minutos y Tyler no emerge de las llamas.
Esto no puede estar pasando.
CAPÍTULO VEINTE
Tyler
Estoy muerto.
Pero los muertos no son conscientes de que están muertos, ¿verdad?
Así que tal vez no estoy muerto...
Se me escapa un gemido áspero mientras intento comprender lo que me rodea.
Hace calor, no, cálido. Es muy caliente. Como cuando te acercas demasiado a una 123
hoguera y el calor te chamusca las cejas.
¿Por qué hace tanto calor?
Parpadeo para alejar la nube aturdida que hay dentro de mi cerebro, pero sigo sin
poder ver. Estábamos en la tienda, se produjo un terremoto y luego un estampido
ensordecedor.
A mi alrededor, oigo fuertes estallidos y crepitaciones mientras el fuego arde sin
control. Por desgracia para mí, estoy en él. O cerca de él.
Giro dolorosamente la cabeza hacia la derecha y el naranja resplandeciente del
infierno ilumina mi visión. Definitivamente, estoy en el suelo. Puedo oler la tierra que pisa
mi mejilla. ¿He escapado a tiempo?
Mi intento de huir a gatas del calor queda en suspenso cuando me doy cuenta de
que no puedo moverme. Tengo las piernas atrapadas bajo algo pesado. Una viga de
madera o alguna otra pieza del edificio.
¿Salieron todos los demás? ¿Mis hermanos? ¿Kellen?
Me entra el pánico y empiezo a arañar la tierra. Lo que sea que me tiene
inmovilizado mantiene las llamas alejadas de mí, pero sigue haciendo un calor de mierda.
Si no salgo de aquí pronto, me coceré hasta morir.
—Socorro —balbuceo, rezando para que los que aún están en la camioneta
puedan oírme.
Pero mi voz no vale nada y apenas se oye por encima del crepitar del fuego. Gruño
y clavo los dedos en el suelo, con la esperanza de salir de este lío en el que me he metido.
Nada.
Mientras la histeria infecta cada una de mis células, me aclaro la garganta y pongo
toda mi energía en gritar pidiendo ayuda. Mi vista hacia delante está llena de humo, pero
si tuviera que adivinar, me encuentro en algún lugar de la parte trasera del edificio, ya
que estaba de pie cerca de la parte trasera de la tienda en el momento de la explosión.
Tienen que oírme.
—¡Ayuda! ¡Kellen! ¡Aaron! ¡Jesse!
Cuando nadie aparece inmediatamente en mis inmediaciones, suelto un aullido
resignado. ¿Y si han muerto todos, incluidos los de la camioneta? ¿Y si soy el único
superviviente?
El peso de ese pensamiento solitario es mucho mayor que el del edificio que me
atrapa en sus ardientes garras. Las lágrimas de humo y desesperación caen libremente,
empapando el suelo bajo mis pies.
Intento llenar mis últimos pensamientos de recuerdos de infancia míos y de mis
hermanos. Incluso pienso en Kellen, guapo con su ropa de montaña. Todo ha 124
desaparecido.
—¡Allí!
El grito cercano me saca de mi abatimiento. Empiezo a gritar, esperando que
quienquiera que sea me encuentre. Segundos después, alguien cae al suelo de rodillas
frente a mí.
—¡Está vivo pero atascado! —Kellen grita—. ¡Ayúdenme a sacarlo de aquí!
Aaron y Jesse llegan, hablando el uno sobre el otro de lo felices que están de
verme.
Kellen y Aaron me agarran por las axilas, tirando con todas sus fuerzas al mismo
tiempo. Todo se siente como si me fueran a partir en dos.
—¡Ahhh! —grito—. ¡No funciona!
Aaron maldice.
Kellen me pasa los dedos por el cabello, tranquilizándome.
—Funcionará. Te sacaremos de aquí.
Jesse sale corriendo y aparece un momento después con una gran rama de árbol
rota. Los tres hombres gruñen y empujan. Empiezo a perder la esperanza cuando la tierra
vuelve a gruñir y aparece otro temblor.
Los chicos meten la rama por debajo de la estructura donde estoy inmovilizado,
raspándome los pantalones por el camino.
—Tira de él y en cuanto ceda, sácalo de aquí —ladra Aaron—. Vamos, Jesse. Pon
tu peso en él.
Justo cuando estoy a punto de renunciar a su plan, siento que el peso sobre mí se
levanta ligeramente. Kellen gime y me tira de los brazos. Consigo liberar una de mis
piernas y uso la suela de mi bota para empujar contra la cosa que me mantiene cautivo.
Con un poco más de agitación por mi parte y por parte de mis hermanos con la rama del
árbol, finalmente me libero.
Luego, los tres me arrastran lejos del fuego y hacia la hierba fresca, donde estoy
a salvo. El suelo sigue temblando, pero al menos ya no corremos el riesgo de morir
quemados.
Aaron me pone en posición sentada y me abraza tan fuerte que creo que se me
van a romper las costillas. Jesse se une al abrazo. Dejo caer las lágrimas de alivio,
agradecido por haber sobrevivido a la explosión junto con las tres personas favoritas que
me quedan en este mundo.
—¿Estás herido? —pregunta Kellen cuando mis hermanos me sueltan. Se pone
en cuclillas frente a mí, con la mirada entrecerrada inspeccionándome las piernas.
Muevo los pies y retuerzo los dedos. 125
—Tengo las pantorrillas muy lastimadas, pero no me he roto nada.
—Afortunado hijo de puta —dice Kellen con una sonrisa brillante—. Vamos,
hombre, larguémonos de aquí.
Me ayuda a ponerme en pie y me rodea con un brazo. Probablemente podría
caminar sin ayuda, pero estoy segura de que no quiero.
Kellen abrazándome se siente muy bien.
Los terremotos han cesado por el momento, o tal vez viajamos demasiado rápido
para que me dé cuenta. En cualquier caso, a pesar del frío viento que me azota la cara,
por fin me siento seguro. Me ayuda tener a Aaron sentado a mi derecha y a Kellen a mi
izquierda.
Nos dirigimos a las montañas. Esperamos llegar allí a salvo de tsunamis,
terremotos y secuestradores de pueblo. El frío, sin embargo, es otra historia. La
temperatura sigue bajando. Aunque me sienta de maravilla en las partes de los brazos
que se quemaron un poco durante el incendio, me pone nervioso.
Me ciño más la chaqueta y reprimo un escalofrío. Aunque casi muriéramos en el
proceso, era prudente que nos arriesgáramos para conseguir las chaquetas. Jesse no
perdió el tiempo buscando tallas en la tienda. Se las arregló para tomar todas las tallas
grandes y extragrandes. La chaqueta de Wayne era estrecha y la de Silas se lo tragaba,
pero lo importante era que todos teníamos una y nos sobraban unas cuantas, que
estamos utilizando como mantas.
—¿Cuánto falta? —pregunto, apoyándome en el calor de Kellen.
—Tenemos que estar cerca —dice con un gruñido—. ¿Cómo te sientes?
La camioneta choca con un bache lo bastante fuerte como para que me rechinen
los dientes. Trabajo la mandíbula antes de contestar.
—Me duelen las quemaduras, pero la pomada que me has puesto me ayuda. Me
pondré más cuando paremos. —Me estremezco cuando una ráfaga de viento me salpica
la cara con gotas de lluvia helada—. ¿Por qué hace tanto frío?
Kellen exhala una nube blanca.
—No sé, pero está empezando a asustarme. Aún no ha oscurecido, pero cuando
el sol se ponga del todo, sólo va a hacer más frío.
Al saber que no estoy solo con mi preocupación, me relajo y apoyo la cabeza en
su hombro. Su mano se desliza bajo el abrigo que tengo sobre el regazo y entrelaza sus
dedos con los míos. A pesar del frío, sus manos están sorprendentemente calientes.
Cubro nuestras manos unidas con la otra, buscando con avidez su calor. 126
Viajamos durante otra media hora más o menos antes de que Wayne empiece a
reducir la velocidad de la camioneta. Cuando se detiene, todos bajamos a la camioneta
para estirar las piernas y ver a qué se debe el retraso.
—Fin del camino —afirma Wayne en tono ronco, señalando el enorme árbol que
bloquea la calzada—. Si las montañas están donde queremos estar, entonces parece que
iremos a pie de aquí en adelante.
Elise señala más allá del árbol.
—El mapa dice que estamos cerca del valle de Yosemite. Quizá podamos
encontrar algún lugar seguro donde quedarnos. Un albergue o algo así. Podría haber
gente que nos ayude.
Todos asienten, pero la tensión es densa. Nuestro último encuentro con la gente
no fue bueno.
—Tendremos que empaquetarlo todo —dice Kellen, señalando los montones de
suministros cargados en la camioneta—. Intenten meter todo lo que puedan en las
mochilas sin que sea demasiado pesado de llevar.
—Traigan también el equipo de acampada —añade Aaron—. Por si acaso el
alojamiento no es una opción.
Comparte una mirada sombría con Hope, que asiente. Elise los mira con el ceño
fruncido antes de echar un vistazo más allá del árbol talado, como si viera a gente amable
esperando para ayudarnos. Pasamos los siguientes veinte minutos comiendo algo y
recogiendo antes de salir.
Aaron le ha quitado el mapa a Elise y lidera el grupo con Hope a su lado. Elise los
sigue y todos los demás también. Esta vez, Kellen y yo vamos en la retaguardia. Nuestro
grupo está en silencio mientras nos turnamos para trepar por el árbol y continuar nuestro
camino.
A medida que el sol se oculta en el horizonte, el frío se hace más intenso. Me meto
las manos en los bolsillos de la chaqueta y me preparo para el fuerte viento que me azota
la espalda. Por suerte, las chaquetas tienen capucha y todos nos la ponemos, con la
esperanza de mantener al menos la cabeza caliente. Podría ser peor. Podríamos
enfrentarnos al viento que silba bruscamente a través del valle de la montaña.
—Miren, hay un pequeño pueblo más adelante —grita Elise, pasando por delante
de Aaron y Hope—. Nos ayudarán. Ya verán.
Todos aceleran el paso, contagiados por su optimismo. Pero cuando se detiene
frente a un camión de dieciocho ruedas estacionado en la carretera, bloqueando nuestro
camino, chilla hasta detenerse. Alguien ha rociado el exterior del remolque con pintura
roja.
Sin provisiones. Sin comida. Sin alojamiento.
127
Sigue avanzando o te obligaremos.
El escalofrío que me recorre la espalda esta vez no tiene nada que ver con el frío.
Esta gente está protegiendo su pequeño pueblo de montaña. ¿De secuestradores? ¿De
moonies enloquecidos?
Aaron se gira para encontrarse con mi mirada.
—Parece que podemos seguir la base de las montañas alrededor del pueblo,
caminar por el bosque hasta llegar a Tioga Road, y luego seguir esa carretera a través de
las montañas hasta llegar al siguiente pueblo en la base del otro lado.
—¿A qué distancia está eso? —Kyle pregunta, irritación en su tono—. Algunos de
nosotros tenemos un frío de mierda.
—Es toda una caminata —admite Aaron con una mueca—. Probablemente
diecisiete horas a pie desde aquí hasta Lee Vining.
El grupo estalla en una activa charla en la que todos expresan sus opiniones a la
vez. Finalmente, Kellen silba, ganándose la atención de todos.
—Hemos pasado por cosas peores que una caminata fría —grita—. Si
encontramos algún lugar seguro por el camino, acamparemos. Sin embargo, dar la vuelta
no es una opción y tampoco lo es parar en el pueblo. Así que pasemos este pueblo y
reagrupémonos. Quejarnos no cambia el hecho de que tenemos que atravesar estas
montañas. Eventualmente, nos encontraremos con la Guardia Nacional o la Cruz Roja
Americana. Alguien nos ayudará. Sólo tenemos que llegar allí.
La voz de Kellen es segura y no admite discusión. Casi me convence de que lo
que dice es cierto. Que cruzaremos las montañas y seremos recibidos por los militares o
alguna otra agencia gubernamental. Que en uno o dos días podríamos estar a salvo,
cálidos y de vuelta a una vida normal.
Es el ceño fruncido de Kellen y el brillo nervioso de sus ojos lo que me permite ver
las cosas como son. Está reuniendo a nuestras tropas para la siguiente etapa de nuestro
viaje, pero no va a ser tan fácil como quiere que todos crean.
Seguimos en modo de supervivencia y haremos bien en recordarlo.
El grupo empieza a caminar de nuevo, Aaron a la cabeza. Choco mi hombro con
Kellen y lo miro. Me dedica una sonrisa sombría antes de volver a sujetarme de la mano.
Mientras seguimos el rastro de los demás, casi puedo fingir que estoy en una cita de
senderismo con un chico mayor y caliente.
Otro temblor de tierra me sube por las piernas y hace temblar todo mi cuerpo.
Definitivamente no es una cita.
Puedo soñar despierto más tarde. Ahora no es el momento.
128
CAPÍTULO VEINTIUNO
Kellen
Llevamos tres horas de caminata y una cosa es segura.
La gente es idiota.
Las pocas casas y tiendas por las que pasamos al principio de nuestro recorrido
por la ciudad revelaron la presencia de gente fuertemente armada y poco amistosa.
Recibimos el mensaje alto y claro. Muévete... o si no. 129
Así que seguimos moviéndonos.
Ahora, está oscuro y estamos caminando por una pendiente empinada a través del
espeso bosque. No es exactamente la opción más segura, pero si queremos llegar a
Tioga Road, tenemos que tomar este camino. Desde Tioga Road, que debería ser un
trayecto un poco más fácil ya que será por asfalto, tardaremos otras tres horas más o
menos en llegar a Tenaya Lake, donde esperamos encontrar cabañas o algún tipo de
alojamiento. Como mínimo, encontraremos un camping.
El chillido de un animal hace que todo el mundo se detenga. Al abrigo de los
árboles, está oscuro, salvo por el haz de luz de nuestras minilinternas.
—¿Qué ha sido eso? —Gerry sisea, con los ojos muy abiertos mientras me mira.
El animal vuelve a emitir el sonido. Adolorido. Moribundo. Horrible e inquietante.
—¿Coyote? —pregunta alguien.
—Oso —responde Kyle.
No creo que sea ninguna de las dos cosas.
—Estas partes son conocidas por sus borregos cimarrones —ofrece Dan—. Podría
ser uno de ellos.
Los sonidos se calman, así que seguimos adelante. Más adelante, parece haber
un claro y es más claro que la espesura profunda del bosque. Elise grita feliz.
—¡Es una carretera! —grita.
Quiero hacerla callar, sobre todo si hay cerca un animal herido y posiblemente
enfadado, pero Kyle se me adelanta.
—Por el amor de Dios, Elise, ¿estás intentando que nos maten?
Tyler me lanza una mirada exasperada. Todo el mundo está malhumorado,
estresado, tiene frío y está cansado. Seguro que hay discusiones, sobre todo con Kyle.
Pretzel empieza a ladrar cuando nos acercamos a la carretera y Jesse intenta que
pare. Por encima de los ladridos agudos, oigo a Aaron maldecir.
Se detiene en el borde de la carretera, Hope cerca de él, mientras Elise se queda
un poco alejada, con las manos tapándose la boca.
—¿Qué pasa? —pregunta Judy, arrastrando con ella a sus exhaustos hijos, uno
agarrado de cada mano.
Dan la detiene con el brazo y sacude la cabeza.
—Los niños no deberían ver esto.
Me agarro al bíceps de Tyler y lo arrastro tras de mí para que podamos ver cuál
es la causa de la alarma. En cuanto la pálida luz de la luna revela la fuente, desearía
haberme alejado como la familia de Dan.
¿Qué demonios?
130
Un ciervo mulo yace en la carretera, sus patas delanteras no son más que hueso
desde las pezuñas hasta las rodillas. Es como si le hubieran comido la carne.
¿Quién podría hacer esto?
¿Un coyote?
Al mirarlo más de cerca, el ciervo presenta el mismo deterioro alrededor de la
boca. Sigue emitiendo sonidos lastimeros y adoloridos, y todo su cuerpo se convulsiona.
Aaron apunta al pobre animal con una de las escopetas que robamos a los
secuestradores.
—Tenemos que sacarlo de su miseria.
Suelto a Tyler y suelto un gruñido.
—Guarda la munición. No sabemos lo que nos vamos a encontrar. Yo me encargo.
Desenvaino un cuchillo de caza de mi cinturón, cortesía del almacén, y me acerco
al ciervo. Cuanto más lo inspecciono, más me doy cuenta de que no ha sido un animal.
¿Podría ser una enfermedad carnívora de algún tipo?
Me arrodillo junto a él y le introduzco rápidamente la hoja por debajo del cuello, en
la cavidad torácica, atravesándole el corazón. Los temblores y lamentos cesan por
completo. Con un pesado suspiro, limpio la hoja del cuchillo en la pernera de mis
pantalones antes de ponerme en pie para dirigirme al grupo.
—No beban el agua aunque parezca fresca y esté alimentada por glaciares —
aconsejo—. Tenemos nuestras botellas que con suerte nos durarán hasta Lee Vining,
pero por si acaso, tendremos que asegurarnos de hervir y filtrar el agua que
consumamos.
—¿En qué estás pensando? —pregunta Dan, frunciendo el ceño—. ¿Bacterias
carnívoras?
—Es posible —afirmo, recordando un documental que vi una vez. Los efectos en
los humanos eran inquietantes—. Mejor prevenir que curar.
Elise, ahora sorbiéndose los mocos, se frota las manos.
—Va de mal en peor, ¿verdad? Dios, qué frío hace. Probablemente ahora todos
perderemos los dedos por congelación. Sabía que tenía que haber tomado unos guantes.
Kyle la mira con desprecio y mueve la cabeza como si su sola presencia le
repugnara. La acompaño a la carretera en dirección este. Pronto, todos volvemos a la
pista, nuestras botas hacen suaves ruidos sobre el asfalto. Por suerte, no encontramos
más animales.
—Cada vez hace más frío —dice Tyler, con la voz baja para que no se oiga—. Este
ha sido el maldito día más largo.
Ha sido la semana más larga. 131
Sigo esperando despertarme de esta realidad de pesadilla.
Un deseo.
Las nubes, dispersas al principio, se abren paso bailando sobre la luna, haciendo
nuestra caminata imposiblemente oscura. Nos vemos obligados a utilizar de nuevo las
linternas. La carretera se curva y serpentea, completamente rodeada de árboles. No hay
nada que ver. Ni paradas, ni gasolineras, ni tiendas.
Sólo árboles, más árboles, doblar la curva y sí, más árboles.
Esto dura un par de horas más o menos. Si bien todos empezamos a correr con
impaciencia por la carretera cuando pasamos junto al ciervo moribundo, ahora todos
hemos aminorado la marcha. Todo el mundo arrastra los pies y bosteza. Silas empieza a
llorar y suplica a su padre que lo lleve en brazos.
—No me siento las manos —se queja Elise, y su voz llega desde la parte delantera
del grupo hasta donde estamos nosotros, en la parte de atrás—. Vamos a morir en esta
carretera.
Aunque sé que todos nos sentimos igual, no puedo dejar que todos caigan en esa
línea de pensamiento. Se rendirán y nos queda demasiado camino por recorrer para
rendirnos.
—Pararemos pronto —le aseguro—. En cuanto encontremos un lugar adecuado
para acampar.
Suelta un resoplido de disgusto, pero no discute. Cuando retomamos el camino,
Tyler me da un empujón con el hombro.
—Cuando paremos, ¿quieres compartir tienda? —Me mira y luego se ríe de mi
ceja levantada—. ¿Qué? Estás caliente. No intento ponerme pervertido contigo.
Ante esto, sonrío.
—Claro, hombre, claro.
Me da un codazo y le sonrío, me devuelve la sonrisa. Mi primer instinto es rehuir
la idea de compartir tienda con este joven tan apuesto porque mis empleados y los demás
de mi grupo serán testigos de ello. Pero cuanto más tiempo paso con Tyler, más me doy
cuenta de que me importa un bledo.
La vida, aparentemente, es demasiado corta.
Hay que disfrutar al máximo mientras se pueda.
Compartir una tienda de campaña también sería un placer absoluto. ¿Nos
abrazaríamos? ¿Jugaríamos al tres en raya? ¿O haríamos algo más?
Besarnos. Tocarnos. Poner nuestras bocas una sobre la otra.
Me siento incómodo en mis pantalones. Ahora no es el momento de pensar en
tener sexo con Tyler. Diablos, más tarde, en la tienda realmente no es el momento
132
tampoco. Sobrevivir a este espectáculo de mierda debe ser mi objetivo principal.
Y sin embargo...
No puedo evitar preguntarme qué tipo de travesuras le gustan en la cama. Es más
joven y un poco más pequeño que yo, pero eso no nos hace necesariamente compatibles
en la cama. Tal vez le gusta arriba. Y yo no soy pasivo. Esta atracción podría apagarse en
cuanto cerremos la cremallera y actuemos.
¿Y después?
¿Serán las cosas incómodas?
¿Se irá de mi lado para estar al lado de sus hermanos?
Odio que se me revuelvan las entrañas al pensarlo. Me he encariñado con Tyler
como si lo conociera de toda la vida, no sólo de unos días. Permitir que se ponga distancia
entre nosotros por algo tan tonto como las posturas sexuales suena a tortura.
Definitivamente no habrá sexo.
No puedo perderlo. No cuando lo necesito tanto.
Como si sintonizara con mis pensamientos, me lanza una mirada curiosa. Me toma
de la mano. Tiene la piel helada, pero al agarrarnos las manos, ambas se calientan
rápidamente.
Su tacto fácil y afectuoso es todo lo que necesito. Desde luego, no me arriesgaré
a perderlo por ligar.
Pero, Dios, me encantaría inmovilizarlo debajo de mí y besarlo sin aliento.
—¡Miren! —Elise grita, su voz perfora la tranquila noche—. ¡Una fuente caliente!
¡Miren el vapor!
Corre hacia delante, el viento agita su cabello oscuro en violentos círculos.
—Elise —grito tras ella—. Más despacio.
—No te preocupes, Kellen, no me lo voy a beber. Sólo voy a calentarme las manos.
Todos trotamos tras ella, ansiosos por meter también las manos en las aguas
termales. Demonios, puede que incluso nuestros pies. Llega a la piscina humeante junto
a la carretera antes que nosotros. Percibo un olorcillo de algo peculiar.
Elise se arrodilla y nos sonríe antes de meter las manos en el agua. El aullido de
horror que emite a continuación nos deja a todos mirándola confusos. Su rostro se
transforma en uno de dolor mientras retira las manos. Se mira las manos temblorosas y
empieza a gritar con todas sus fuerzas.
Avanzo a la carga, detrás de los talones de Aaron. Cuando llegamos hasta ella,
observamos rápidamente la escena. Sus manos son algo salido de un espectáculo de
terror. Chisporrotean y humean mientras la carne se erosiona y se desprende en trozos. 133
Esto hace que sus gritos se vuelvan más agudos y empiece a agitarse. Antes de que
podamos detenerla, arroja más tejido ensangrentado de sus manos por todo el suelo a
su alrededor.
¿Qué demonios acaba de pasar?
—Quédense atrás —grita Aaron a nuestro grupo—. Algo está mal con el agua. Se
ha convertido en ácido.
Los lamentos de Elise se interrumpen cuando se desmaya, sin duda por el horror
y el dolor, y su cabeza golpea el suelo con un golpe audible. Tyler aparece al instante a
mi lado, sacando ya el botiquín de su mochila. Se agacha junto a ella para examinarle las
manos.
—Mierda —sisea—. Esto es malo. Kellen, esto es realmente malo.
Detrás de nosotros se oye un parloteo e incluso algunas arcadas, pero ahora no
puedo concentrarme en eso. Me pongo en marcha y levanto con cuidado uno de sus
brazos justo por debajo del codo para que podamos ver los daños.
El ácido -o lo que demonios hubiera en el agua- ha derretido toda la piel de sus
manos. Sus uñas han desaparecido y sus manos siguen chisporroteando mientras el
hueso empieza a quedar al descubierto.
—No sé qué hacer para esto —dice Tyler, con voz de pánico—. ¿Qué hacemos?
Aaron se restriega la palma de la mano por la cara y se encoge de hombros.
—Al diablo si lo sé.
—Tenemos que hacer algo —dice Hope—. Tal vez tratarlo como una quemadura
hasta que podamos conseguir ayuda.
Hasta que podamos conseguir ayuda...
Tyler le hace un gesto brusco con la cabeza y empieza a rebuscar en el botiquín.
Localiza los paquetes de pomada antibiótica y empieza a aplicársela generosamente en
las manos. Es difícil hacer algo cuando no podemos tocarle las manos sin miedo a que
nos caiga el ácido encima.
Encuentro unas vendas acolchadas y las abro. Se las colocamos en la parte
superior de las manos. Luego, él empieza a envolverle las manos con la gasa enrollada.
Utiliza todos los rollos hasta que las manos están completamente cubiertas. La sangre
mancha la gasa blanca cuando empieza a empaparla.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta mirándome.
Detenerse no es una opción. Tenemos que conseguir ayuda y rápido.
—Vamos a pie hasta que encontremos gente —digo—. Y entonces los
obligaremos a ayudarnos por cualquier medio necesario.
Aaron levanta su arma y me hace un gesto con la cabeza.
—Alto y claro, jefe.
134
—Aguanta, Elise —murmuro, recogiendo su cuerpo desmayado en mis brazos—.
Vamos a conseguirte ayuda.
CAPÍTULO VEINTIDÓS
Tyler
Elise ha pasado de Kellen a Wayne, a Aaron y luego de nuevo a Kellen mientras
continuamos nuestro largo y frío paseo. No sé cuánto hemos recorrido, pero me parecen
horas. Aparte de los gemidos de dolor de Elise cuando recupera el conocimiento, todo el
mundo está inquietantemente callado.
El viento es implacable, gana fuerza y baja la temperatura por momentos. Los ojos
no paran de llorarme y no sé si es por el aire helado, por puro agotamiento o por el
135
abatimiento absoluto de nuestra situación. Diablos, tal vez sea un poco de las tres cosas.
Cuando oigo el sonido de algo que no es viento, me detengo a trompicones y me
doy la vuelta para escuchar.
El motor de un vehículo.
Es el único sonido inorgánico en este momento y sobresale mucho.
—Oigo un auto —digo en voz alta, ganándome una oleada de jadeos de sorpresa—
. Mierda. Tal vez podamos salir de aquí.
El sonido sigue aumentando de volumen. Todo el mundo se ha detenido en este
punto, bloqueando la carretera y esperando para hacerles señas. Sean quienes sean,
haremos que se detengan por todos los medios, porque la vida de Elise está en juego.
Kellen entrega a Elise a Wayne mientras todos preparamos nuestras armas por si son
gente mala. Los faros aparecen al doblar la curva y me tapo los ojos. Después de haber
estado en una oscuridad tan absoluta ahora que las nubes son tan espesas, es cegador
ver la luz.
—¿Van más despacio? —Dan pregunta desde detrás de mí.
Cuando están a unos cien metros, todos empezamos a gritar y a saludar
frenéticamente. El pequeño sedán empieza a aminorar la marcha como si fueran a
detenerse. Entonces, sin previo aviso, el conductor corta bruscamente el volante a la
derecha y lleva el auto básico fuera del asfalto. El metal contra el terreno rocoso chirría
mientras el auto vuela sobre el escarpado suelo. Salen chispas de debajo del vehículo,
pero los daños que haya podido recibir pasan desapercibidos. Tan pronto como el auto
nos deja atrás, se desvía hacia la carretera, acelera y se adentra en la noche, con las
luces traseras desapareciendo en la siguiente curva.
—¡Malditos idiotas! —Kyle ruge.
La derrota pesa sobre todo el grupo cuando comprendemos colectivamente que
nadie va a ayudarnos. Desde que abandonamos el barco, cada grupo ha ido a lo suyo.
Fuimos ingenuos al pensar que esto sería diferente.
Elise gime roncamente y un escalofrío me recorre la espalda. Si no la ayudamos
pronto, contraerá una infección y morirá. Su destino está en nuestras manos.
Hemos perdido a muchos.
No podemos perder a nadie más.
—¡Mira! Tenaya Lake está a cuatrocientos metros —Jesse llama—. Espero que
tengan máquinas expendedoras y cabañas.
Todo el mundo acelera ahora que se vislumbra el final de la noche. Las botas
golpean el pavimento y el resoplido es una cacofonía relajante que hace maravillas para
mantener mi mente despejada. Me aferro a la esperanza de que haya algo más que 136
máquinas expendedoras y cabañas. Quizá haya un guardabosques o gente amable.
¿Sería mucho pedir una ambulancia abandonada con las llaves puestas en el
salpicadero?
Me encuentro trotando junto a Kellen y el resto del grupo, ansioso por ver qué hay
en este lago. Cuando giro, descubro un estacionamiento y no mucho más, aparte de unas
cuantas mesas de picnic dispersas por los alrededores. Hay un minúsculo edificio de
baños con probablemente un retrete dentro y un solo auto estacionado en el
estacionamiento.
En la oscuridad, veo dos figuras que se mueven.
Es la gente que ha pasado de nosotros.
—¡Eh! —grito, corriendo hacia ellos—. ¡Necesitamos ayuda!
Al acercarme y balancear mi linterna sobre sus formas, descubro a dos mujeres
de más o menos mi edad, ambas aterrorizadas y llorando.
—No voy a hacerles daño —digo mientras me detengo a seis metros de ellas—.
Alguien de nuestro grupo está gravemente herido. Tenemos que darle atención médica
inmediatamente.
La morena más alta frunce el ceño y señala enfadada el neumático.
—¡Por su culpa, parados en la carretera, se nos ha pinchado un neumático! —Le
tiembla el labio hasta que se lo muerde—. Déjennos en paz.
Kyle y Jesse aparecen a continuación, deteniéndose a mi lado.
—Escucha —digo, con voz tranquila—. Seguro que podemos ayudarnos
mutuamente. Quizá podamos cambiar arreglar el neumático por llevar a nuestra amiga al
hospital más cercano.
La rubia bajita cruza los brazos sobre el pecho y me mira con el ceño fruncido.
—¿Hospital? ¿Has escuchado las noticias últimamente? Todo es un caos.
—Llevamos días huyendo de catástrofe en catástrofe, así que discúlpenos si no
hemos visto las noticias de la noche —dice Jesse, irritado.
Le doy un codazo y le lanzo una mirada amarga. Ser idiotas no nos llevará lejos.
—¿Qué quieres decir? —pregunto con la mirada fija en las dos chicas. Me doy
cuenta de que las dos están tiritando y muy mal vestidas para este tiempo, sólo con sus
sudaderas y pantalones de pijama—. Tenemos chaquetas de sobra. ¿Quieren cambiarlos
por información?
El resto de nuestro grupo se acerca silenciosamente detrás de nosotros. Las dos
chicas asimilan nuestro grupo y parecen calmarse un poco cuando no perciben una
amenaza inmediata. Tener más mujeres, un niño y un perro también ayuda.
—Chaquetas por información —suelta la morena—. Soy Mallory y esta es mi 137
compañera de universidad Katie.
Hago un gesto a Dan para que me pase una de las chaquetas que habíamos traído
y luego saco otra de la presilla de mi mochila. Habíamos guardado los extras por si las
necesitábamos para abrigarnos. Una vez que tengo las dos chaquetas, se las paso a
Mallory. Ella y Katie se las ponen rápidamente, suben la cremallera y se ponen las
capuchas antes de revelar ninguna información.
—Mi padre nos dijo que nos quedáramos en nuestros dormitorios. Que sería
seguro —dice Mallory, sorbiéndose los mocos—. Pero entonces hubo terremotos. De los
malos. Apenas pudimos salir del campus con lo puesto.
—¿Adónde se dirigen? —pregunto—. ¿Hay campamentos de la FEMA en algún
sitio? ¿Los militares?
—Nuestros teléfonos dejaron de funcionar —dice Katie—. Así que aparte de lo que
pudimos oír en una emisora local por la radio, no estamos seguras.
—¿Qué ha dicho la emisora de radio? —Kellen pregunta.
—Que estamos jodidos —muerde amargamente Mallory—. El mundo entero se
desmorona y se va al infierno. Puede que la abuela fuera una moonie, pero tenía razón,
Dios bendiga su alma.
Me erizo ante la mención de un moonie. Cada vez que pienso en esos locos, no
puedo evitar acordarme de mis padres. Desde luego, ahora no es el momento de pensar
en ellos.
—¿Puedes explicarte mejor? —pregunta Kellen con una paciencia impresionante.
—Texas y Ohio han desaparecido —grazna Katie—. Toda la costa este y oeste han
desaparecido. Dicen que toda Europa y Sudamérica han desaparecido.
—¿Cómo que desaparecido? —pregunto, mirando a Kellen, cuyas facciones se
han tensado como si le doliera algo.
—Hundido en la tierra, bajo el agua, o en un infierno abrasador —dice Mallory—.
Por eso intentamos apresurarnos a llegar a Oklahoma, de donde somos. Puede que sea
seguro.
Muy bien.
—¿Desde dónde emite la emisora? —pregunta Dan.
—Stove Pipe Wells —responde Mallory—. Es un pequeño punto en el mapa por lo
que podemos ver, pero el hombre de la radio dijo que tienen refugio, personal médico y
comida. Pensamos en parar de camino a Oklahoma. Ninguna de las dos ha comido en
todo el día, ni siquiera ha dormido.
Kellen se acerca lentamente. Las dos chicas le miran con recelo, pero no se
apartan.
—Déjennos cambiar el neumático. Pueden descansar y comer con nosotros y 138
luego ¿podemos enviar a nuestra amiga Elise con ustedes? Ha sufrido quemaduras y está
agonizando. El resto de nosotros puede alcanzarlos en Stove Pipe Wells, pero mientras
tanto, ella tendrá acceso al personal médico.
Las dos chicas intercambian una mirada y entonces Mallory habla.
—De acuerdo, llevaremos a tu amiga.
Suelto un suspiro de alivio. Kellen me dedica una pequeña sonrisa y le hace señas
a Wayne para que se acerque. Kellen le quita Elise a Wayne, que se ofrece a cambiar el
neumático.
—Vamos a levantar el campamento —dice Kellen a nuestro grupo—. Encendamos
un fuego y comamos algo. Cuanto antes podamos dormir, antes podremos conseguir
ayuda para Elise.
Todos se ponen en marcha mientras Wayne se ocupa del auto. Una vez que Hope
y Aaron consiguen montar una de las tiendas, hacemos que Elise se instale dentro. Kellen
intenta encender un fuego después de que hayamos reunido suficientes palos y leña. En
cuanto se enciende la primera llama, me siento mil veces mejor. Minutos después, el
fuego ruge y todos, incluidas las recién llegadas, se acercan lo más posible al calor que
tanto necesitamos.
Judy y Hailey comparten parte de la comida de sus mochilas con las chicas
mientras yo me pongo a montar la tienda de campaña que pienso compartir con Kellen.
Había querido decir que quería acurrucarme con él para estar cálido. Pero ahora que
parece que lo peor ya ha pasado, tengo curiosidad por saber si él haría algo más.
La química entre nosotros, aunque completamente inconveniente, es palpable.
Tener una noche de intimidad en nuestra propia tienda me parece una bendición.
No me quedo a ver dónde se acuestan los demás, sino que prefiero seguir a Kellen
hasta la tienda. Está iluminada por el fuego exterior, así que no hace falta usar la linterna
a pilas ni las linternas. Compartimos una cena rápida a base de pistachos, barritas de
proteínas y agua embotellada. Está sombrío y callado a pesar de la emoción de tener un
viaje para Elise.
—¿Va todo bien? —pregunto mientras me quito una de las botas.
Kellen gruñe.
—Mi hermano y mi padre están en Texas, ¿sabes? No conozco su destino.
¿Salieron con vida? ¿Me están buscando? —Su voz se quiebra al final—. Lo siento. No
quiero ser un aguafiestas.
Espero a que se estire sobre el saco abierto y me tumbo a su lado. Nos cubre con
el cubrecama y sube la cremallera para envolvernos.
—No estás siendo un aguafiestas —le digo una vez que ya no estoy temblando e
inhalando su almizclado aroma masculino del que ayer mismo se avergonzaba—. Estás
preocupado por tu familia. Lo entiendo. 139
Suspira pesadamente.
—No estoy en los mejores términos con mi hermano y me niego a hablar con mi
padre, pero...
—Pero aún los amas.
—Sí. Lo hago.
Extiendo la palma de la mano sobre su pecho. Él la cubre con la suya y la aprieta.
—Sabes —digo con una sonrisa—, si se parecen en algo a ti, lograron salir sanos
y salvos de allí. Al parecer, ser rudo viene de familia.
—Hmph.
—¿Qué? Eres rudo. No estaríamos aquí sin ti.
Se queja.
—Lo tienes al revés, hombre. Gracias a ti hemos llegado hasta aquí.
—Estoy de acuerdo en no estar de acuerdo.
Su mano se desliza fuera de la mía y encuentra mi barbilla. Me levanta la cabeza
hasta que nuestras narices se tocan. Me pasa suavemente el pulgar por el labio inferior
y me pide en silencio lo que quiere.
Un beso.
Claro que sí.
Separo los labios y me inclino hacia él. Él me abraza hasta el final, apretando sus
labios contra los míos. Al principio, el beso es un suave picoteo, pero luego, como si
ambos estuviéramos hambrientos del otro, nuestras lenguas se lanzan a la guerra, se
agitan y se azotan. La palma de la mano de Kellen se desliza hasta mi cabello y enreda
los dedos en las hebras antes de acercarme más a él. Me recorre un impulso de deseo
que me anima a dar un paso más. Deslizo una pierna por encima de sus caderas y me
pongo a horcajadas sobre él.
Nuestro beso adquiere una energía más frenética mientras ambos nos
manoseamos donde podemos. Quiero memorizar cada plano duro de su cuerpo, cada
curva de sus músculos, cada rastrojo de su mandíbula. Me agarra por las caderas y utiliza
mi cuerpo para apretarse contra él.
Mierda.
Necesitaba esto.
Necesitaba cinco minutos para olvidarme de todo lo que me rodeaba y tomarme
un momento de placer.
El calor arde como lava por mis venas, ahuyentando el resto de mis escalofríos.
Cabalgo descaradamente a este hombre. 140
—Kell —ronco, intentando evitar que mis sonidos de placer lleguen a todos en el
campamento—. Mierda, esto se siente muy bien.
Asiente con un gruñido y me pellizca el labio inferior.
—Es muy bueno.
Mi orgasmo cae como una bomba y luego envía ondas de éxtasis que retumban
poderosamente por todas mis terminaciones nerviosas. Ni siquiera me importa ensuciar
mi único par de bóxers. Los sonidos de Kellen perdiéndose también merecen la pena.
—Un día de estos me voy a duchar —refunfuña—. Te juro que he estado sucio
todo el tiempo que te conozco.
Sonrío contra sus labios.
—Oliste bien durante cinco minutos al principio.
—Sólo por eso, tú te encargas de la limpieza, listillo. —Desabrocha el saco de
dormir y me mira con el ceño fruncido—. Ahora. Tu propina está disminuyendo.
Me río y salgo del calor de la cama para buscar mi mochila. Encuentro un paquete
de toallitas húmedas y le doy un par. Resulta incómodo limpiar nuestros desastres
individuales y mantener el contacto visual, así que nos callamos para hacerlo lo mejor
posible. Nos estamos subiendo la cremallera cuando Elise empieza a gemir.
Me acerco a la abertura de la tienda y abro la cremallera para asomarme. Aaron
está junto al fuego con Dan, hablando en voz baja y mirando la tienda de Elise.
—Ahora mismo no podemos hacer nada —dice Kellen con un suspiro triste—. Me
siento desesperado.
Subo la cremallera de la tienda y me coloco a su lado. Esta vez, cuando nos
abrazamos, nuestras pollas no se ponen nerviosas.
—¿Quieres jugar otra ronda de tres en raya? —pregunto con un bostezo tan
grande que me salta la mandíbula, incapaz de mantener los ojos abiertos.
Logra decir un suave
—Mmhmm —pero no hace ningún movimiento para tomar un bolígrafo. Con
pereza, me dibuja una X en el brazo con la punta del dedo. Me recorren zarcillos de
satisfacción.
A pesar de la creciente intensidad de los gemidos de dolor de Elise, ambos nos
quedamos dormidos de inmediato.
Me despierto con gritos. Al principio, creo que es en sueños, pero cuando Kellen
me da un codazo, me despierto del todo. ¿Pero qué demonios...? 141
Kellen y yo nos apresuramos a ponernos los zapatos y las chaquetas antes de salir
de la tienda.
—¡Alto! —Hope grita desde el estacionamiento—. ¿Qué pasa con ustedes?
Aaron la alcanza segundos antes que nosotros.
—¿Qué ha pasado? Hope, háblame. ¿Estás bien?
Entierra la cara entre las manos, dejando escapar un grito lastimero. Hope siempre
es dura y resistente. Es alarmante verla tan destrozada. Aaron la atrae hacia su pecho y
la abraza. Ella respira hondo, se quita las lágrimas de las mejillas y se suelta de él para
señalar la carretera.
—Se han ido.
—¿Ya se han llevado a Elise? —pregunto, con confusión en el tono.
—No —sisea Hope—. La dejaron, pero se llevaron a ese imbécil con ellos.
—¿Kyle? —Kellen pregunta—. ¿Por qué harían eso?
—Me enteré de la última parte, pero él los convenció de que ella iba a morir de
todos modos. Les ofreció protección hasta Oklahoma si nos abandonaban. —Hope
maldice maliciosamente y luego aprieta los ojos como para calmarse—. Para cuando me
puse las botas y fui tras ellos, ya estaban en el auto, marchándose.
—Increíble —sisea Aaron—. Jodidamente increíble.
Dan y Wayne salen de sus tiendas, bostezan y observan nuestro improvisado
campamento como si quisieran saber por qué tanto alboroto. Decido dejar que ellos lo
expliquen. Voy a tener que evaluar las manos de Elise, ya que parece que nos espera un
viaje más largo de lo esperado. Tras recoger rápidamente mi equipo, me meto en la tienda
que ella compartía con Aaron y Hope.
Dios, huele fatal.
Como carne humana quemada y meada.
Desabrocho la cremallera de su saco de dormir y compruebo que se ha
empeorado. La piel de su cara arde caliente, lo que podría significar que ya rebosa
infección o que se ha vuelto séptica o lo que demonios ocurra cuando te quemas las
manos hasta los huesos sin un tratamiento médico adecuado después ni ningún tipo de
analgésico.
—Mierda —gruño—. Mierda, mierda, mierda, mierda.
Kyle tenía razón. Ella va a morir de todos modos. No es que no pudiéramos haberlo
intentado, pero es inevitable. El mundo se ha ido a la mierda, no hay ayuda en ninguna
parte y ella está herida de muerte. Me pongo unos guantes de goma y empiezo a
desenvolver la gasa de sus manos. Un olor pútrido me llega a la nariz y apenas puedo
contener una arcada.
142
Ya no llora ni emite sonidos de dolor. De hecho, apenas se inmuta cuando expongo
una de sus manos -o lo que queda de ella- al aire. Es horrible. Una mano esquelética
cubierta de una sustancia viscosa sanguinolenta que apesta a podredumbre e infección.
La otra mano debe de estar igual de mal. En lugar de gastar más suministros, le envuelvo
la mano con cuidado y se la apoyo en el estómago.
—Tenemos que sacarla de su miseria —susurra Jesse desde la abertura de la
tienda—. Está demasiado jodida, Ty.
Me quito los guantes y salgo de la tienda pasando junto a él. Kellen me detiene y
me abraza con fuerza.
—¿Es malo? —pregunta con voz resignada.
Asiento, incapaz de evitar que se me salten las lágrimas. Aunque no soy médico,
me siento responsable de su cuidado. No puedo hacer nada por ella. Mis hombros
tiemblan mientras intento contener un sollozo. Las palmas de las manos de Kellen me
frotan la espalda, aliviándome un poco, pero no del todo.
—Yo lo haré —le dice Jesse a alguien—. Dame un arma.
Aaron y yo gruñimos un:
—No —al mismo tiempo que Dan dice—: Yo lo haré, hijo.
Kellen me suelta y me vuelvo hacia Dan. Se queda mirando la tienda, con el ceño
fruncido. La semana pasada era dentista. Esta semana va a practicar la eutanasia a una
joven porque es lo más humanitario. Es curioso cómo han cambiado las vidas de todos
en tan poco tiempo.
—Recojan todo y prepárense para irse —dice Dan—. Una vez que esté hecho,
ninguno de nosotros va a querer quedarse.
Todos se turnan en el baño mientras recogemos las provisiones y las tiendas.
Decidimos dejar la tienda en la que está Elise y tomar la que Kyle abandonó en su huida.
Finalmente, mientras el amanecer gris ilumina tenuemente el cielo sobre nosotros, es
hora de que Dan haga el trabajo para el que se ofreció voluntario.
—Toma a mi familia y váyanse —le dice a Jesse—. Los alcanzaré a todos.
El grupo empieza a alejarse vacilante. Cuando sólo quedamos Dan, Kellen y yo, le
hago un gesto con la cabeza a Dan, que desaparece dentro de la tienda. Lo oigo susurrar
una disculpa. Entonces, un repentino estallido atraviesa el aire, haciendo que Kellen y yo
nos sobresaltemos.
Está muerta.
Elise, que horas atrás estaba vibrante, viva y sana, ahora ha desaparecido.
Segundos después, Dan sale tambaleándose de la tienda y apenas consigue salir
antes de vomitar sobre sus botas. Kellen se acerca a él, le da una botella de agua y le
agarra el hombro en señal de apoyo. 143
No hacen falta más palabras.
El día de hoy es una puta mierda y apenas acaba de empezar.
CAPÍTULO VEINTITRÉS
Kellen
Llevamos caminando cinco horas seguidas con pocos descansos y sólo estamos
a mitad de camino de Lee Vining. Desde allí, si no conseguimos un vehículo, nos esperan
otras setenta y dos horas de marcha hasta Stovepipe Wells.
Esto es una locura.
Todavía me cuesta hacerme a la idea de que la sociedad se ha hundido tanto que 144
no podemos encontrar gente buena ni ayuda humanitaria. No ayuda que estemos
atrapados en la puta nada. No hay gasolineras ni casas a la vista. Sólo nosotros, la
carretera y las temperaturas cada vez más bajas. Lo único que agradezco desde que
empezamos a caminar por las montañas es que no nos hemos encontrado con ningún
terremoto.
Es asombroso lo que aprendes sobre las personas cuando te ves obligado a estar
cerca de ellas y en una situación desesperada y de alto riesgo.
Wayne ronca tan fuerte que dan ganas de taparle la boca con cinta adhesiva. Gerry
tiene que hacer pausas para cagar. Muchas veces. Dice que caminar lo hace regular.
Jesse siempre tiene algún comentario inteligente que hace que Hailey se ría y los demás
pongamos los ojos en blanco. Silas sabe mucho sobre dinosaurios. Judy es una gran
cantante y canta algunas canciones para distraernos un rato. A Aaron le gusta Hope, pero
ella está demasiado enfadada con el mundo como para darse cuenta. Dan sabe mucho
sobre los acontecimientos mundiales y es un aficionado a la historia, lo que también
resulta bastante entretenido.
¿Y Tyler?
Tyler es magnético.
Todo lo que dice o hace atrae mi atención hacia él. Me hace olvidar fácilmente que
estamos sobreviviendo al fin del mundo. Vuelvo a sentirme veinteañera, deseosa de
romance y del afecto de otra persona.
Este no soy yo.
Y ni siquiera estoy enfadado por ello.
Quizá necesitaba un duro respiro en mi vida. Obviamente, nunca habría elegido
este camino, pero es la mano que me ha tocado. Aparte de toda la angustia de perder
gente continuamente y preocuparme por mi hermano, los momentos con Tyler han sido
bastante espectaculares.
Como anoche...
Me desharé de estos calzoncillos en cuanto pueda porque nadie quiere caminar
diez horas en ropa interior con costra de semen. Pero este inconveniente merece la pena.
Anoche me folló en seco hasta que nos corrimos los dos y fue todo lo que podía haber
imaginado.
Estoy desesperado por más de él.
Quiero meterme en nuestra tienda, recién duchado si estoy fantaseando, y
desnudarlo. Quiero tener tiempo para admirar su cuerpo y adorarlo como es debido.
Quiero sus manos y su lengua sobre mí. Quiero estar muy dentro de él, besándolo
rudamente mientras le doy lo que ambos necesitamos.
—¿Quién necesita ir al baño? —Gerry pregunta porque, por supuesto, tiene que
cagar. 145
—Sí, yo quiero —dicen Judy y Hope a la vez.
Todos nos detenemos mientras Judy, Hope y Gerry se dirigen a los árboles en
busca de intimidad. Me dejo caer de trasero sobre el asfalto, observando a Tyler mientras
vigila con su hermano pequeño mientras Aaron los observa con orgullo paternal en los
ojos.
—¡Ahh! —grita una de las mujeres de los árboles.
Dan se lanza hacia ellas, lo que significa que era Judy. Segundos después, ella
cojea mientras su marido la sostiene.
—¿Qué pasó? —grito.
—Me torcí el tobillo —refunfuña Judy—. Soy tan estúpida.
—¡Mamá! —Hailey sisea—. No eres estúpida.
Judy le lanza una mirada molesta. Comprendo su frustración. En nuestra realidad,
donde caminar durante diez horas diarias es la norma, una lesión como esta es todo un
lastre.
Tyler se acerca a ella a grandes zancadas y la obliga a sentarse en la carretera
para poder evaluar su tobillo. Para no tener ninguna formación médica, Tyler lo hace lo
mejor que puede. Habría sido un excelente paramédico.
Judy hace un gesto de dolor al quitarse la bota. Silas se acerca a ella y la abraza
mientras Dan y Hailey la observan con la misma expresión de preocupación.
—¿Se siente roto? —Tyler pregunta, presionando suavemente alrededor del
hueso de su tobillo.
—Sólo estoy muy adolorida —dice con un suspiro—. Estoy bien. Tengo que
estarlo.
Eso no es mentira.
Hoy en día estás bien o estás muerto. No hay término medio.
—Voy a vendártelo para darte más apoyo —dice Tyler mientras saca el grueso
vendaje de su botiquín—. Esta noche, cuando descansemos, tienes que descansar este
pie. Haz que el esposo y los niños te atiendan.
Ella sonríe.
—Gracias, Doc.
Tyler le venda eficazmente el tobillo y luego lo ayuda a ponerse de nuevo el
calcetín y la bota.
—Jess —grita—. Encuéntrale a Judy un bastón que pueda usar para caminar.
Necesitará el apoyo extra. —Luego me dice—, ¿Cómo está tu costado?
Lo he estado comprobando en nuestros numerosos descansos para ir al baño y
parece que se está curando bien.
146
—Adolorido, pero mejor.
—Le vendrían bien nuevos apósitos —dice Tyler mientras se mueve para sentarse
a mi lado—. Déjame verlo.
Me desabrocho la chaqueta y me levanto la camiseta. Tan cerca de él, percibo su
olor. Salado y único. Podría distinguir su olor en una rueda de reconocimiento con los
ojos cerrados. Mientras que yo probablemente huelo a muerte recalentada o a calcetines
de gimnasia apestosos, él huele divinamente. Me recuerda a anoche, cuando pude
probarlo. Su boca también sabía muy bien.
—Sobrevivirás —dice mientras inspecciona mi herida—. Está muy lastimada. —
Levanta una ceja y leo entre líneas. ¿Te hice daño anoche?
—Estoy bien —le aseguro, compartiendo una sonrisa malévola—. Mejor que bien.
Se ríe y se pone a limpiarme la herida. Una vez curada, me da permiso para
bajarme la camiseta y volver a ponerme la chaqueta.
—Srta. Judy —dice Wayne—, si quiere cantarme cosas dulces al oído, la llevaré a
caballito adonde quiera ir.
Judy se sonroja y se ríe. Dan le frunce el ceño juguetonamente. A pesar de todas
nuestras dificultades, el humor del grupo ahora mismo es ligero y eso me encanta de
nosotros. Incluso Hope está sonriendo, y no la he visto hacer mucho eso últimamente.
Realmente espero que Lee Vining pueda ofrecernos algo. Alojamiento, un
vehículo, provisiones, humanos amables. Me aferraré a esa esperanza también.
Es última hora de la tarde cuando vemos la señal de Lee Vining. Mejor aún, hay
promesas de comida y alojamiento. Nuestro buen humor colectivo crece con cada paso
que damos.
Es decir, hasta llegar a la ciudad.
La pequeña ciudad situada al pie de las montañas se ha hundido en un pozo que
se extiende hasta donde alcanza la vista y tiene al menos quince metros de profundidad.
Un cartel de una tienda de cannabis es lo único que queda de ella. Todos estamos de pie
al borde del sumidero, boquiabiertos, en parte fascinados y en parte derrotados.
—Saldremos de la carretera y nos dirigiremos hacia la 395, alcanzándola pasado
el socavón —digo, dirigiéndome por fin al grupo—. Puede que tengamos suerte y
encontremos un auto.
Judy, que hace unas horas aceptó la oferta de Wayne, me lanza una sonrisa triste.
Todos teníamos muchas esperanzas puestas en Lee Vining. Pero no podemos quedarnos
de brazos cruzados. Pronto tendremos que encontrar un lugar para acampar.
Guío a nuestro grupo alrededor del enorme sumidero y hacia la carretera que nos 147
llevará a Stovepipe Wells. El suelo tiembla bajo nuestros pies y no puedo evitar
preguntarme si no estaríamos más seguros en las montañas. Sin embargo, no hay vuelta
atrás. Sin alojamiento ni comida ni agua, al final estaríamos jodidos allí arriba.
Tyler se pone a mi lado. Cuando me toma de la mano, le doy la bienvenida. No sé
qué pensarán los demás de nuestro incipiente romance, pero soy demasiado egoísta para
preocuparme. Me siento bien tomándolo de la mano. Sin duda ayuda a suavizar el golpe
del fracaso que fue Lee Vining para nosotros.
Caminamos otros diez minutos hasta que veo una estructura a lo lejos. Está
atardeciendo, lo que dificulta la visión, pero mi corazón se acelera ante la expectativa.
—Hay un edificio más adelante —le digo a Tyler—. ¿Qué crees que es?
—Esperemos un McDonald's que funcione.
Lanzo una carcajada.
—De todas las cosas que podrías desear, ¿es eso?
—He estado viviendo a base de frutos secos y chocolates —refunfuña—. Una
hamburguesa suena divina ahora mismo.
Ambos sonreímos al acercarnos. No es un McDonald's, pero es lo más parecido.
Un hotel intacto. No es el más bonito de los hoteles, ya que ha visto días mejores, pero
seguro que es mejor que vivir en una tienda de campaña.
—Tyler, Aaron, Dan —digo, señalando a los hombres—. Vamos a comprobar las
cosas antes de ir todos corriendo por allí.
Nos hemos quemado demasiadas veces como para confiar en que cualquiera que
encontremos será bueno con nosotros.
Una vez reunido el equipo de exploradores, nos dirigimos con cuidado hacia el
edificio. La piscina está vacía y en el estacionamiento no hay autos. Hay un cartel en la
puerta que dice que Lee Vining fue evacuado y que el hotel está cerrado hasta nuevo
aviso.
Golpeo la puerta de la oficina del hotel mientras Aaron y Tyler miran dentro en
busca de movimiento. Después de unos minutos sin hacer nada, tomo una papelera
metálica del exterior y la lanzo contra la ventana principal. Los cristales estallan y
esparcen fragmentos por el suelo delante de mí.
—Sutil —dice Tyler, sonriéndome.
Me río, entro con las botas haciendo crujir el cristal y me dirijo a la pared donde
cuelgan unas llaves viejas. Aaron intenta encender las luces, pero la electricidad parece
estar cortada. Recojo todas las llaves de las catorce habitaciones y me las meto en el
bolsillo. En la oficina no hay nada útil en forma de comida o suministros.
—Dan, Aaron —les ordeno—, miren si hay máquinas expendedoras. Nos vemos 148
en el grupo después. Tyler y yo revisaremos algunas de estas habitaciones para asegurar
algunas para la noche.
Nos separamos y nos dirigimos a las habitaciones que hay junto a la acera. La
habitación uno tiene una cama matrimonial recién hecha. Las dos habitaciones siguientes
están desordenadas, con toallas tiradas y ropa de cama arrugada. Las siguientes están
limpias como la primera, pero tienen camas de matrimonio.
—Lástima que la electricidad no funcione —refunfuño mientras enciendo y apago
un interruptor.
Tyler desaparece en el oscuro cuarto de baño y entonces oigo el sonido del agua
corriendo.
—¡Hay agua!
—Ten cuidado —ladro—. El agua puede no ser segura.
—Dos pasos por delante de ti —grita—. Lo pasé por una toallita y no pasó nada.
No hay ácido. Probablemente no lo bebería, para estar seguro, pero definitivamente
podemos ducharnos.
Una ducha parece demasiado buena para ser verdad.
Una vez que nos hemos asegurado de que hay suficientes habitaciones de hotel
para que todo el mundo duerma cómodamente, volvemos al grupo. Aaron sonríe
ampliamente mientras me lanza una bolsa de Doritos.
—Máquinas expendedoras —dice Aarón, lanzándole a continuación a Tyler un
paquete de Pop-Tarts—. También tienen de las buenas.
Tal vez Lee Vining no fuera una pérdida total después de todo.
—Esta noche hará frío sin fuego —le digo al grupo—, pero tendremos mantas,
camas de verdad y cobijo del viento gélido. Tenemos que ganar donde podamos.
Todos parlotean a la vez, la emoción es palpable en nuestro grupo. Les enseño las
habitaciones. Por mucho que me gustaría llevarme a Tyler a la intimidad de la habitación
principal que he encontrado, acabo dándole la llave de la habitación cinco.
Wayne y Gerry deciden compartir habitación junto a la nuestra, aunque dudo que
haya travesuras. Sólo ronquidos y cagadas. Junto a ellos, Dan y su familia ocupan la
habitación de al lado. En la última habitación, Hope, Aaron, Jesse y Pretzel desaparecen
dentro.
Una vez que me he asegurado de que todo el mundo está a salvo en sus
habitaciones, me meto en la que comparto con Tyler. La luz de la linterna a pilas ilumina
el cuarto de baño que hay detrás de él. Ya tiene la ducha abierta y me sorprende ver el
vapor que sale del cuarto de baño.
—¿Agua caliente? —balbuceo sorprendido.
149
—Claro que sí —dice Tyler con una amplia sonrisa mientras empieza a quitarse la
chaqueta—. ¿De uno en uno o juntos?
Le sonrío como un lobo mientras dejo caer la mochila a la alfombra.
—¿Y dejarte robar toda el agua caliente? Ni hablar. La compartiremos.
—¿Eso es todo lo que haremos? ¿Compartir agua caliente? —Se quita la camiseta,
mostrando su esculpido y joven pecho que me hace agua la boca—. Hmm, ¿Kell?
—Puede que también te deje enjabonar ciertas partes de mí.
—Es una cita.
Demonios.
¿Es eso lo que es? ¿Estamos saliendo durante el apocalipsis? Sí. Sí, creo que lo
hacemos.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
Tyler
Esta ducha es mi regalo por sobrevivir al fin del mundo.
No es sólo jabón y agua caliente... también es él.
Ver a un Kellen muy desnudo enjabonando su musculoso cuerpo, iluminado
únicamente por la linterna que yo había pegado en el asiento del retrete es un
espectáculo precioso. 150
Sí, es mucho mayor que yo, pero este hombre realmente lo hace por mí.
De verdad, de verdad, de verdad lo hace.
Su ceja se arquea mientras recorre con la mirada mi mano en movimiento, pero
no dice nada. Las conversaciones tácitas entre nosotros son a veces las más ruidosas.
Lo excita verme hacer esto delante de él. Después de restregarse las axilas por tercera
vez, suelta el jabón y se acerca a mí. Gimo cuando su enorme mano se enrosca alrededor
de la mía y toma el control.
—Mierda —siseo, deslizando una palma por su pecho—. ¿Cómo es esto tan
caliente?
Se agacha y pega sus labios a los míos en lugar de responder. Dejo que me devore,
deleitándome con cada golpe de placer que me da con sus caricias expertas. No soy
novato y demuestro lo bueno que puedo ser también con las manos, lo que me arranca
un gruñido voraz.
—Me vuelves loco —murmura, jadeando contra mi cuello—. Las cosas que quiero
hacerte.
Dios, yo también las quiero.
Hemos pasado por mucha mierda y hemos sobrevivido. Eso te acerca a alguien
más de lo que podrías imaginar. Pero no es sólo eso. Es él. Es toda una vibra masculina,
sexual y protectora en la que quiero bañarme y beber. Soy adicto a este hombre.
No tardamos mucho en gemir de nuestros orgasmos mutuos. Y justo a tiempo, ya
que el agua caliente ha desaparecido.
—El agua se enfría —murmura contra mi piel—. Vamos a enjuagarnos antes de
que se nos congele el trasero.
Tras otro enjabonado, rápido y directo, cierro el grifo y él recoge nuestras toallas.
El vapor ha calentado un poco el cuarto de baño, pero sé que en el dormitorio hará un
frío de mierda y no me apetece nada.
En cuanto nos envolvemos la cintura con las toallas, Kellen me toma de la mano y
corremos hacia una de las camas. Retira la ropa de cama y me hace señas para que me
meta. Contemplo divertido y castañeteando los dientes cómo roba las sábanas de la otra
cama y me las echa por encima. Luego rebusca en su mochila hasta que encuentra dos
pares de calcetines. Me lanza un par mientras tira rápidamente del suyo.
—Tenemos que cambiarte la venda mojada —le digo—. Toma una de esas
también.
Refunfuña, pero rebusca en mi mochila hasta que encuentra el botiquín. Después
de quejarse más de lo helada que está la habitación, por fin encuentra una venda. Me
ofrezco a cambiársela, pero me arranca la otra antes de sustituirla rápidamente por una
151
limpia.
—Maldita sea, hace frío —se queja mientras prácticamente se zambulle en la cama
conmigo—. Jesús. Estoy bastante seguro de que mis bolas volvieron a meterse dentro
de mi cuerpo.
Me río y me envuelvo en él, robándole su calor. Me abraza con fuerza. Los dos
temblamos y maldecimos el frío hasta que nuestro calor corporal empieza a ahuyentar el
escalofrío.
—Deberíamos dormir mientras podamos —murmura, con su aliento haciéndome
cosquillas en el cabello mojado—. Demonios, deberíamos intentar comer también.
Ninguno de los dos se mueve.
—Me parece bien hacer sólo esto —digo con una sonrisa—. Al menos estamos
calientes.
Los dos nos quedamos callados. Puedo oír los ronquidos de Wayne a través de la
pared. Pobre Gerry. Le tocó la peor parte con los compañeros de cuarto. Eso me hace
preguntarme sobre la situación para dormir en la habitación de mis hermanos.
—Aaron mejor que sea un hombre y haga un movimiento sobre Hope.
Kellen se ríe entre dientes.
—¿Verdad? Está caliente por ella.
—Es mucho mejor que todas las mujeres con las que ha salido juntas. Me gusta
Hope. Es feroz, descarada y dura.
—Parece que ya se han tomado cariño. Tal vez como amigos por ahora, pero él
está enamorado.
—Aaron es un buen tipo —le aseguro—. Se merece a alguien genial. No
deberíamos ser los únicos que echamos un polvo por aquí.
—Seguro que Dan está echando un polvo —bromea Kellen—. Reclamando a su
mujer antes de que Wayne lo intente.
—Seguro que los niños están encantados de dormir en la cama de al lado.
Ambos resoplamos de risa. Esto se siente bien. ¿Me atrevería a decir que incluso
mejor que lo que acabamos de hacer en la ducha? Tumbados aquí, limpios y acurrucados
contra Kellen en una cama de verdad mientras nos cagamos a tiros es de lo que están
hechas las fantasías.
—¿Kell?
—¿Sí, Ty?
—Me gustas.
Su palma se enrosca posesivamente sobre mi cadera.
152
—Tú también me gustas.
—¿Estás listo para ir a dormir?
Me besa la barbuda mandíbula y murmura:
—No.
Yo tampoco.
Nuestras toallas desaparecen bastante rápido después de eso.
Mentí. De esto están hechas las fantasías.
Llevamos todo el maldito día caminando y me tiemblan las piernas. Anoche, para
mi horror, me sentí mal del estómago. Tyler, bendito sea, no mencionó el hedor putrefacto
que salía del baño, pero parecía muy ansioso por ponerse en camino hoy. Al parecer,
algunos de nosotros nos enfermamos anoche, entre ellos Hailey, Jesse y Dan. Todo el
mundo se abstuvo de la carne de esta mañana y se comió el resto de los bollos, patatas
fritas y judías verdes.
—Necesitas beber más agua —dice Tyler, dándome otra botella de agua—. Estás
deshidratado.
Gimo para mis adentros.
—Sí, gracias.
Dan cree que algunas de las hamburguesas ya se habían descongelado más allá
de las temperaturas seguras y que tuvimos suerte de conseguirlas. Daría lo que fuera
ahora mismo por un poco de Immodium.
Una ducha suena casi igual de tentadora.
—Estamos cerca —dice Aaron cuando nos detenemos a descansar—. ¿Un
kilómetro y medio o tres más tal vez?
159
Él y Hope miran el mapa en sus manos, ambos asienten con la cabeza. Agradezco
que nuestro viaje esté llegando a su fin. No sé si podré soportar caminar mucho más.
—Creo que veo un auto —dice Gerry, señalando la carretera en la oscuridad
apagada—. Justo ahí.
Entrecierro los ojos, incapaz de ver gran cosa con tanta nube. El viento nos azota
desde atrás, frío e implacable. Estoy harto de este frío. Es verano, carajo.
Gerry, claramente convencido de que ve un auto, se pone a caminar a paso ligero.
A pesar de sentirme como si me hubiera calentado la muerte, troto tras él.
—Espera —gruño—. No vayas solo.
Gerry me da las gracias y juntos nos dirigimos hacia el auto. Al acercarnos, lo
reconozco.
—Es el auto de esas chicas —dice Gerry—. Cuando vea a Kyle, le daré una patada
en las bolas.
Gerry, un hombre normalmente jovial, está tan contento con Kyle como yo. No es
que hubiera importado. Elise estaba demasiado mal de todos modos. Es el hecho del
asunto, sin embargo. Abandonó el grupo a la primera oportunidad que tuvo. Sabía que
era un imbécil, pero vamos.
A medida que nos acercamos, tengo una sensación de inquietud. Se me eriza el
vello de los brazos, pero esta vez no por el interminable frío cortante. Un trueno retumba
a lo lejos, haciendo temblar ligeramente el suelo.
—Hola —grito cuando estamos a unos 30 metros—. ¿Kyle?
Nada.
Sólo el sonido del viento silbando y truenos lejanos.
—Vamos a echar un vistazo —gruño, dirigiéndome con cautela hacia el vehículo.
—Alguien está tendido en el suelo —susurra Gerry—. ¿Crees que están
dormidos?
¿Afuera? Lo dudo. Desde luego, no lo digo en voz alta. Encogiéndome de hombros,
me arrastro hacia el cuerpo tendido en el suelo.
Una de las mujeres, no sé cuál, yace boca abajo, desnuda de trasero para arriba.
Le bajaron los pantalones de su pijama hasta los tobillos y yace en un charco de sangre.
Mierda.
Esto no tiene buena pinta.
—¿Crees que Kyle hizo esto? —Gerry gruñe, apresurándose a comprobar el pulso
de la mujer—. Maldita sea, está muerta. Fría y dura, también. Esto no pasó hace poco.
Me pongo en cuclillas cerca de su cuerpo y le aparto el cabello. Un corte a lo largo
del cuello parece ser la causa de su muerte. Me fijo en sus uñas. Están desgarradas,
160
como si hubiera intentado arañar el asfalto para alejarse de quien le estaba haciendo esto.
—Creo que fue... violada —dice Gerry, señalando su trasero desnudo manchado
de sangre—. Esto no es bueno, Kellen.
Se me revuelve el estómago, esta vez con un hilillo de miedo, mientras me pongo
en pie. Entonces me fijo en la otra mujer, inclinada sobre la parte delantera del vehículo.
Sus pantalones han desaparecido por completo. También ella parece haber sido
brutalmente violada, asesinada y abandonada a la intemperie.
Tragando saliva, ilumino el vehículo y confirmo mi temor. Kyle está sentado en el
asiento del copiloto, desplomado, con una herida de bala en la cabeza.
—Él también está muerto —balbuceo. Observo la zona a mi alrededor, buscando
quién podría haber hecho esto. Me hace pensar en esos tres tipos con los que nos
encontramos la primera vez, que querían llevarse a Hailey. Este nuevo mundo no tiene
ley.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Gerry, con voz temblorosa.
—Volvamos con los otros y hagamos un plan. Hay gente mala aquí afuera.
Tenemos que asegurarnos de no toparnos con ellos.
Pensar en Judy, Hailey o Hope corriendo la misma suerte me da ganas de vomitar.
No podemos toparnos con esta gente.
CAPÍTULO VEINTISÉIS
Tyler
Los neumáticos han sido rajados y faltan las llaves. Quienquiera que les haya
hecho esto no sólo los estaba eliminando, sino que estaba dejando una advertencia a
cualquiera que se cruzara con ellos.
¿Quiénes son estas personas?
—¿Deberíamos enterrarlos? —pregunta Gerry, temblando mientras mira los 161
cadáveres—. Esto está muy jodido, Kellen.
Kellen lanza una mirada hacia Stovepipe Wells y suspira antes de mirar a Gerry.
—Lo es y, no, no creo que podamos permitirnos perder el tiempo ni la energía.
Ciertamente estoy de acuerdo con eso. Es horrible lo que les pasó a Kyle y a esas
chicas, pero tenemos que seguir adelante.
—Tenemos que salir de la carretera —dice Aaron, incapaz de apartar los ojos de
la chica muerta en el suelo—. Estos monstruos podrían estar vigilando a la gente que
viaja por aquí. Demonios, puede que ya estemos en su punto de mira.
—¿Crees que esta zona es una trampa? —pregunto, con la alarma sonando de
repente en mi cabeza.
—No podemos excluir esa idea —murmura Aaron—. Podría tratarse simplemente
de un grupo itinerante de merodeadores que se encontró con estos tres. Pero si fue algo
planeado y mucho más siniestro, estoy seguro de que no quiero meterme en algo así. —
Mira a Hope, que frunce el ceño preocupada—. Tenemos que ser inteligentes.
—Quizá la gente de Stovepipe Wells nos ayude —dice Judy, con la voz
enronquecida por el llanto—. Tiene que haber presencia militar o policial o de la FEMA.
Algo.
Hailey, Jesse, Silas y Pretzel permanecen en un lugar fuera de la vista de la
carnicería. Mi hermano puede ser un poco mierda, pero esto lo rompería. Esos niños no
necesitan ver la brutalidad a la que nos enfrentamos.
—Tal vez —murmura Kellen, pero no parece convencido.
A mí tampoco me convence.
Aaron vuelve a abrir el mapa. Decidimos dejar la carretera 190 por la que hemos
estado viajando, que pasa directamente por la pequeña ciudad, viajar hacia el este a lo
largo del lado sur de la zona, y luego llegará a Stovepipe Wells a través de una ruta
indirecta que está fuera del camino trillado. Entrar por una carretera principal no parece
prudente, así que vamos a evitarlo.
—Veamos si podemos utilizar alguna provisión del vehículo y comprobemos la
radio antes de salir —sugiero, dirigiéndome al asiento del conductor.
Cristales rotos y la materia cerebral fría y casi congelada de Kyle ensucian el
asiento. Meto la mano en la manga de la chaqueta y quito los vidrios. Una vez que es
seguro sentarse, me meto, haciendo lo posible por ignorar el cadáver putrefacto que
tengo al lado.
Aunque las llaves ya no están, consigo utilizar mi navaja para arrancar la columna
de dirección e intentar hacer un puente al auto. No soy un sabio como Jesse, pero me
las arreglo. Alguien -Kellen- abre el asiento trasero y empieza a rebuscar en una bolsa
que encuentra.
162
No consigo que el motor arranque, lo que no importa, teniendo en cuenta que no
podemos conducirlo con los neumáticos pinchados, pero consigo encender la radio. La
mayoría de los canales son estáticos, pero encuentro uno que repite la emisión. Subo el
volumen para que todo el mundo pueda oírla.
—...ofrecemos seguridad en número, comida, agua y refugio. Traigan a sus familias
y niños, amigos y vecinos. La Patrulla de Carreteras de Nevada se ha apostado aquí para
ayudar en nuestros esfuerzos. Por la seguridad de nuestra zona, pediremos a todas las
personas que busquen refugio que entreguen sus armas. Si desean irse, se les
devolverán. Es un lugar aterrador ahí afuera y se recomienda que se refugien en una de
las zonas seguras en lugar de salir por su cuenta. Todos son bienvenidos.
—¿Dónde? —Wayne pregunta al otro lado de mi ventana.
Lo hago callar cuando la emisión se repite.
—En Stovepipe Wells, ofrecemos seguridad en número, comida y refugio.
En cuanto me doy cuenta de que es el mismo mensaje, lo apago y salgo del
vehículo, deseoso de no compartir el aire con el muerto Kyle.
—¿Qué les parece? —pregunto al grupo que ahora rodea el vehículo.
—Si podemos llegar a Stovepipe Wells, estaremos a salvo —dice Judy,
limpiándose una lágrima—. Ya casi llegamos.
Kellen y Aaron intercambian una mirada cautelosa. Levanto una ceja cuando Kellen
me mira. Frunce los labios un momento antes de decir lo que piensa.
—Creo que deberíamos proseguir hacia nuestro destino, pero tomando la ruta
indirecta sugerida antes. Si podemos hacernos una idea del terreno antes de entrar en
ese pueblo, podremos decidir mejor si quedarnos o seguir avanzando.
—Pero son una zona segura —argumenta Judy débilmente.
Dan la abraza a su lado.
—Espero que tengas razón, cariño. Pero en el caso de que sea una trampa y esté
plagada de la gente que le hizo esto a Kyle y a las chicas, entonces tenemos que estar
preparados.
El silencio flota en el aire.
Una vez casi se llevan a su hija. Ver lo que les ocurrió a Kyle y a las chicas es un
recordatorio de que la gente se lleva brutalmente lo que quiere. Las mujeres jóvenes
parecen ser la mercancía favorita en esta pesadilla postapocalíptica.
—Bien, sí, por supuesto —asiente Judy—. Tenemos que mantenernos a salvo.
Una vez que hemos recogido todas las provisiones del auto, nos dirigimos hacia
los niños. Nos miran con recelo, pero no dicen nada. No hay mucho que decir.
Como grupo, empezamos nuestro camino fuera de la carretera principal. Aaron y
Hope van a la cabeza mientras Kellen y yo vamos detrás. Todavía tiene un aspecto 163
enfermizo por la enfermedad transmitida por los alimentos de anoche, pero sobrevivirá.
—Cuando nos acerquemos a Stovepipe Wells, tendremos que enviar de nuevo un
equipo de exploración por delante de nuestro grupo —dice Kellen por lo bajo—. Tengo
un mal presentimiento sobre este lugar.
A pesar del profesional faro de esperanza que ofrecía la radio, no puedo evitar
estar de acuerdo. Mi instinto no suele guiarme en la dirección equivocada. En este
momento, se retuerce ante la idea de que estamos haciendo precisamente eso.
—Quizá tengamos que alejarnos de estos pueblecitos —digo con un suspiro—.
Los pueblerinos que hacen lo que les da la gana se están volviendo viejos. ¿Cuál es la
próxima gran ciudad?
—Las Vegas —dice Kellen—. Eso podría ser peor o podría estar perfectamente
bien. Las Vegas podría significar refugio y suministros. Debido a su tamaño, puede que
incluso tengan a la FEMA destinada allí para ayudar a los que vengan del oeste. Es una
opción, seguro.
Sé que pronto tendremos que volver a mirar el mapa.
A medida que nos acercamos a Stovepipe Wells y se pueden ver estructuras en la
oscuridad de la noche, todos nos detenemos lentamente. Kellen y yo pasamos por alto al
grupo para acercarnos a Aaron, Hope y Dan, que ya están mirando el mapa una vez más.
—Creo que tenemos que dejar a nuestro grupo aquí —dice Aaron—, y algunos de
nosotros ir por delante para comprobar las cosas.
Jesse se acerca a nosotros.
—Voy a ir esta vez.
Antes de que Aaron o yo podamos protestar, levanta una mano y niega con la
cabeza.
—Escúchenme —dice Jesse—. El equipo debe ser pequeño. Uno o dos de
nosotros. Será más fácil entrar y salir.
—Iremos Aaron y yo —digo con firmeza.
Jesse pone los ojos en blanco, recordándome que es un mocoso de dieciséis años.
Supongo que desde que juega a esconder la salchicha con Hailey, ahora se cree un
hombre.
—Sé cómo hacer un puente a un auto —continúa Jesse con un gruñido—. Lo
intentaste ahí atrás y fracasaste. —Engancha un pulgar sobre su hombro, indicando el
auto con los cuerpos—. Puedo hacerlo funcionar.
Tiene razón, aunque no me guste.
—Soy un corredor rápido —le digo a nuestro grupo—. Iré con él. No te ofendas,
hermano mayor, pero tus piernas de mar no van muy rápido. 164
—Yo también iré —empieza Kellen, pero le hago un gesto para que no vaya.
—Todavía estás enfermo. Demonios, Jesse también lo está, pero estás tardando
más en recuperarte que él y Hailey. Quédate atrás y protege a todos.
Kellen y Aaron fruncen el ceño al ser expulsados de la misión.
—Puedo ir —ofrece Hope—. Corro rápido y...
—Te necesito aquí —dice Aaron, cortándola—. Además, si lo que buscan son
mujeres, no te vamos a servir en bandeja.
Hope frunce el ceño, pero asiente.
—Lo comprobaremos —aseguro a nuestro grupo—. Si parece legítimo,
volveremos y podremos entrar en la ciudad. Si es una trampa, conseguiremos un vehículo
y los recogeremos a todos al salir de ahí.
A Stovepipe Wells vamos...
168
CAPÍTULO VEINTISIETE
Kellen
Se avecina una tormenta.
Sigo traumatizado por la última tormenta horrenda que se llevó por delante mi
ciudad, mi empresa y sólo Dios sabe cuánta gente. Con cada trueno, mi ansiedad
aumenta un poco más.
Tampoco ayuda que tanto Tyler como Jesse fueran a una misión peligrosa sin 169
refuerzos.
Entrecierro los ojos en la oscuridad y me estremezco cuando las punzadas de
arenilla pican mi carne fría y expuesta. Pronto aparecerán. Sólo tengo que ser paciente.
Aaron, igual de excitado, camina a mi lado.
—Están tardando demasiado —murmura—. ¿Por qué están tardando tanto?
Como no tengo respuesta, mantengo la boca cerrada, intentando distinguir
cualquier tipo de figura en movimiento en la noche de tinta. Un destello de luz en las
telarañas del cielo y un estruendo épico siguen al espectáculo. Vuelve a oscurecer, pero
estoy bastante seguro de haber visto una figura que se movía hacia nosotros.
—Creo que los veo —digo, dándole un codazo a Aaron.
—Yo también lo vi. Una persona, sin embargo.
Una sensación de hundimiento se instala en mis entrañas. Espero a que los
relámpagos iluminen el mundo a mi alrededor. Esta vez, estoy seguro de ver a alguien.
Creo que están corriendo.
—Todo el mundo —llamo después de otro ensordecedor trueno—, prepárense
para moverse. ¡Ahora, gente!
Nuestro agotado grupo se pone en pie y empieza a recoger sus bolsas. Otra
cacofonía de truenos sacude el suelo bajo nosotros, haciendo que mi ritmo cardíaco
aumente un poco más.
Sólo eran truenos.
No un terremoto.
La figura que corre hacia nosotros aparece la siguiente vez que la luz se esparce
por el cielo.
Es Tyler.
El alivio que siento al verlo vivo e ileso se aplasta cuando me doy cuenta de que
Jesse no está con él. Pero eso es bueno, ¿no? Tal vez aseguró un vehículo.
Sin embargo, hay algo frenético en Tyler.
Yo también tengo ganas de empezar a correr.
¿Desde dónde? ¿De dónde?
Antes de que pueda contemplar las respuestas a cualquiera de esas preguntas, la
voz de Tyler se eleva por encima del viento que amenaza con derribarme.
—¡Tiene uno! ¡Jesse tiene uno!
El alivio me inunda. Ha conseguido un vehículo, lo que significa que nos largamos
de aquí. Al menos, estaremos protegidos de los elementos.
—Vamos —grita Tyler cuando se acerca a nosotros, agarrando mi bíceps—. ¡Nos 170
persiguen!
Jadea con fuerza, pero no deja de correr, esta vez casi arrastrándome. Acelero el
paso para que no tenga que arrastrarme. Echo un rápido vistazo por encima del hombro
y me fijo en las linternas de todos los miembros del grupo, que se apresuran a seguirme.
La luz irrumpe en mi campo de visión y se me erizan todos los vellos de los brazos.
El estruendo ensordecedor me hace tropezar y caer de cara contra el suelo.
—Mierda, eso estuvo cerca —ladra Aaron—. Ese golpe estuvo justo ahí...
Le corta el paso otro rayo a menos de quince metros del que casi me mata. Los
relámpagos caen del cielo como si quisieran extinguirnos uno a uno. Corremos sin ton ni
son. Todos esperamos atravesar este desierto y llegar al auto de Jesse antes de morir
electrocutados.
Estamos casi de vuelta a la carretera principal, el auto con el cadáver de Kyle a la
vista. Antes de que lo alcancemos, otro enorme rayo cae sobre el vehículo.
¡Bum!
Me alejo de la explosión y miro atónito, incrédulo. El auto está ardiendo y el rayo
nos acecha, jugando con nosotros como un gato con un ratón aterrorizado.
Hacemos zigzag para evitar los golpes, pero es imposible predecir dónde caerán.
Más adelante, los faros rebotan hacia nosotros.
—Es Jesse —grita Tyler por encima de los truenos y los fuertes vientos—. ¡Ya casi
llegamos!
El gran todoterreno se abalanza sobre nosotros y se detiene en el asfalto.
—¡Entren! —Jesse grita—. ¡Dense prisa!
Me precipito hacia una de las puertas traseras más cercanas a mí y la abro de par
en par. Agarro a Tyler del brazo y lo meto en el todoterreno. Luego agarro a la siguiente
persona, Hope, y la meto dentro. Dan y su familia están al otro lado y también suben.
Wayne, el hombre más corpulento del grupo, ocupa el asiento delantero junto a Jesse.
Aaron me obliga a entrar en el vehículo y él se mete detrás de mí. Cuando se da
la vuelta para ayudar a Gerry, un brillante destello de luz me ciega.
¡Bum!
El todoterreno se balancea violentamente y todo el mundo grita en respuesta. Algo
se incendia cerca del todoterreno y el olor a carne y cabello humanos quemados
impregna mis sentidos. Tardo medio segundo en darme cuenta de que es Gerry.
Ha sido golpeado.
Y ahora está ardiendo.
Dios mío.
171
Aaron salta del vehículo conmigo pisándole los talones. Conseguimos hacer rodar
a Gerry hasta apagar las llamas de su abrigo y su cabello. No se mueve y apesta a
enfermiza piel carbonizada. Apenas soy capaz de reprimir una arcada.
Juntos, lo subimos al vehículo, donde Dan consigue arrastrarlo hacia la parte
trasera. Aaron y yo logramos entrar ilesos.
—¿Están todos? —Jesse grita—. ¡Tenemos compañía!
No consigo cerrar la puerta antes de que Jesse dé un giro brusco en U y casi me
haga caer del vehículo. Aaron me agarra por la mochila antes de que caiga al asfalto.
Cierro la puerta de un tirón.
El todoterreno tiene un buen tamaño, pero estamos todos apretujados, sentados
unos encima de otros y aplastados de forma incómoda.
¡Mierda!
La ventana trasera estalla en mil pedazos. ¿Qué demonios pasa? La gente nos
está disparando. En una maldita tormenta eléctrica. Jesse acelera, enviándonos a todos
a toda velocidad unos contra otros. Se oyen gruñidos y maldiciones por encima de los
disparos, los truenos y el chirrido de los neumáticos.
—Vamos, Gerry —grita Hope—. No pasa nada. Ahora estás a salvo. Respira,
cariño. Respira.
La bilis me sube por la garganta. El olor de la carne quemada de Gerry es
nauseabundo. Saber que no respira es aún peor.
¿Por qué no podemos tener un respiro?
Jesse conduce como si fuera el protagonista de Grand Theft Auto, sorteando autos
atascados y otros escombros mientras intenta dejar atrás a la gente a la que robamos el
todoterreno.
Otro disparo rebota en el retrovisor lateral, demasiado cerca. Probablemente
podríamos disparar de vuelta, pero estoy prácticamente sentado en el regazo de Aaron.
No hay espacio para hacer nada excepto aguantar y rezar para que sobrevivamos.
Si Knox pudiera verme ahora...
Pensar abruptamente en mi hermano casi me arranca una carcajada histérica. ¿Me
consideraría valiente o se preguntaría cómo demonios me he metido en semejante
situación? Casi puedo visualizarnos a los dos compartiendo una cerveza en el porche de
la casa de mi padre, contando todas nuestras historias de guerra de cuando la Tierra
intentó acabar con nosotros.
Nunca lo volveré a ver.
El pensamiento es aleccionador. Empiezo a comprender que mi vida nunca volverá
a ser la misma. Las personas con las que intento sobrevivir son todo mi mundo estos días. 172
Encontrar a mi hermano vivo me parece tan extraño como la idea de que hace una
semana me sentía cómodo en mi aburrida y predecible vida en un rascacielos de San
Francisco.
Un cuerpo empuja contra el mío y gruño. Es Tyler. Está intentando abrir su bolso
para buscar su botiquín de primeros auxilios. No me atrevo a decirle que ese botiquín no
le servirá de nada a Gerry.
¡Crash!
Todos salimos despedidos hacia delante cuando algo impacta contra la parte
trasera del todoterreno. Duro. Hailey grita y Pretzel aúlla.
—Nos golpearon —grita Judy—. Van a...
Jesse pisa a fondo el acelerador y el auto que viene detrás no hace más que
chocarnos. Da un volantazo a la izquierda y luego a la derecha, intentando despistar a los
que lo persiguen, y casi me deja sin sentido al golpearme la cabeza contra la ventanilla.
¡Bum!
Otra explosión sacude el vehículo y una luz cegadora destella a nuestro alrededor.
Jesse ulula en señal de victoria.
—¡El rayo tiene uno de los autos! —Jesse grita—. Aguanten. Voy a perder el otro.
Puedo mirar entre los dos asientos delanteros y por el parabrisas. Hay más autos
abandonados en la carretera. Parecen colocados estratégicamente. Esos imbéciles de
Stovepipe Wells probablemente lo hicieron para frenar a cualquiera que intentara pasar.
Por suerte para nosotros, tenemos a Jesse, y es sorprendentemente bueno esquivando
obstáculos en el vehículo grande.
—¡Guau!
La voz atónita de Jesse me hace escudriñar la carretera en busca de lo que ha
captado su atención. Más adelante, la carretera se ha hundido en un mini socavón de
probablemente quince metros de diámetro.
¿Qué vamos a hacer?
En lugar de frenar, Jesse se lanza, empujándonos a todos hacia atrás una vez más.
—Sujétense —grita Jesse.
Veo con horror que el socavón se acerca rápidamente. Cuando estamos
demasiado cerca, Jesse frena en seco y mueve el volante hacia la derecha.
Y ahora estamos girando.
Todo se desorienta y damos unas vueltas que se sienten como cien, pero que en
realidad son más bien cuatro o cinco, antes de detenernos. Me pitan los oídos y tardo un
momento en recuperar el sonido.
173
Cielos.
El grupo aplaude mientras los truenos retumban a nuestro alrededor.
Me doy la vuelta e intento averiguar qué están mirando todos. Entonces lo veo. El
auto que nos perseguía está ardiendo por no haber frenado lo bastante rápido para evitar
el socavón. Se han estrellado de cabeza contra el otro lado del socavón.
Jesse comienza a conducir de nuevo, todos rebotando salvajemente mientras
maniobra sobre el terreno rocoso del desierto hasta que consigue rodear el socavón y
volver a la carretera.
La adrenalina que me estaba recorriendo finalmente se desploma una vez que
estamos fuera de peligro inmediato. Me pongo en cuclillas sobre el suelo y me apoyo en
el respaldo del asiento de Wayne. Una oleada de cansancio hace que se me caigan los
párpados.
Me despierto con el ruido de un portazo. Antes de que pueda distinguir lo que me
rodea, la puerta que tengo detrás se abre y Wayne empieza a sacarnos del vehículo uno
a uno. Tembloroso, me alejo del todoterreno para observar lo que me rodea. Ya no hay
tormenta, o hemos pasado lo peor. La lluvia es fría, pero no es lo más terrible que hemos
encontrado hasta ahora.
Entrecierro los ojos e intento averiguar dónde nos hemos detenido. Un área de
descanso. Un poco más allá del estacionamiento hay un pequeño edificio que me hace
señas como un faro. Empiezo a caminar hacia él, mareado y todavía intentando sacudirme
el aturdimiento. Cuando me doy la vuelta, veo a Wayne llevando un cadáver.
El cuerpo de Gerry.
Ni siquiera llegué al edificio antes de que me doblara, vomitando en seco. Gerry
era mi amigo. Era un buen tipo. Odio que haya muerto tan brutalmente. Me siguen
quitando a todos los que conozco.
Tyler me da una botella de agua con el tapón quitado. La tomo y me la bebo de un
trago, quitándome el ácido de la lengua antes de darle las gracias.
—Vamos —gruñe Tyler—. Vamos a tratar de descansar un poco.
Me conduce al interior del oscuro edificio, con su linterna rebotando delante de
nosotros. No hay mucho en el edificio, aparte de unos baños que no parecen funcionar.
Pero, para nuestra sorpresa, hay una hilera de máquinas expendedoras intactas.
Por fin, algo nos sale bien.
Dan y Jesse consiguen entrar primero en el que tiene comida y se reparten los
bocadillos que encuentran. Yo agradezco un paquete de donas en polvo y unas galletas
de mantequilla de maní. Tyler elige un paquete de PopTarts de cereza que aprieta contra
su pecho con una sonrisa de felicidad en los labios. Sin poder contenerme, me inclino
hacia delante y le beso los labios. 174
—Lo siento —murmuro—. Solo necesitaba algo bueno después del infierno de día
que ha sido este.
Tyler apoya la cabeza en mi hombro.
—Siento lo de Gerry.
Una bola de emoción me obstruye la garganta.
—Era un buen tipo.
—Sí, lo era.
—Ty —digo con un suspiro pesado—. Estoy cansado.
—Lo sé, Kell, yo también. Esto no puede durar para siempre. Iremos a Las Vegas
y encontraremos ayuda. El mundo entero no puede ser así. No puede.
Su voz suena tan pequeña.
El mundo entero no puede ser así. No puede.
No me atrevo a aplastar la poca esperanza que le queda, pero no encuentro mucho
consuelo en sus palabras. No han hecho más que insistir en esto toda nuestra vida. Que
lo que Gerty hizo hace décadas en la Luna acabaría causando estragos en la Tierra.
Siempre fue un juego de apresurarse y esperar.
Sin duda, la espera ha terminado.
CAPÍTULO VEINTIOCHO
Tyler
Me despierto cuando alguien me sacude. Aaron está en cuclillas a mi lado con el
mapa. Una tenue luz entra por las pocas ventanas del área de descanso. Hemos llegado
a la mañana.
Bueno, algunos lo hicimos.
Gerry se ha ido. Esta nueva vida nuestra sólo toma y toma y toma. Es 175
enloquecedora y miserable. Si no tuviera a mi familia y a Kellen conmigo para soportar
este infierno, me habría rendido hace tiempo.
—Tenemos que ir a Las Vegas —dice Aaron con un suspiro—. Es la ciudad más
poblada y cercana a nosotros. Hay muchas oportunidades de que encontremos ayuda
allí.
—O más idiotas —refunfuña Kellen—. Nuestra suerte con la gente es una mierda
en el mejor de los casos.
No está mintiendo.
—¿Y si es más de lo mismo? —le pregunto a mi hermano—. ¿Y si tenemos milicias
sedientas de poder a la espera de los vulnerables y desprevenidos?
—Tenemos que aprovechar la oportunidad —afirma Aaron con firmeza—. Hope
está de acuerdo.
Pongo los ojos en blanco. Cuando Aaron echa un polvo, es increíble lo mucho que
influye en él la mujer que comparte su cama. Hay que reconocer que Hope es buena.
Mucho mejor que cualquier otra mujer a la que Aaron le haya metido la polla.
—¿Y si Las Vegas es un fracaso? —pregunto con un bostezo tan amplio que me
hace saltar la mandíbula—. ¿Entonces qué? No podemos huir eternamente.
Kellen guarda silencio un instante y luego se pone rígido.
—¿Se sabe algo de Kansas?
Aaron le levanta una ceja.
—¿Kansas? Eso está al otro lado del maldito país.
Kellen levanta la palma de la mano, pero ahora asiente enérgicamente con la
cabeza mientras una idea echa raíces. Una chispa de expectación recorre mi espina
dorsal.
—Estuve pensando anoche mientras todos dormían. Claro, no hemos tenido
noticias, pero tengo familia allí. Ransom, concretamente. —Kellen arrastra el mapa fuera
del alcance de Aaron y desliza un dedo desde Las Vegas en una ruta hacia el noroeste
hasta la frontera de Utah—. Nos dirigimos por aquí hacia Denver, otra gran ciudad que
podría haber sobrevivido.
Sin ver un mapa de Utah o Colorado para el caso, estoy confundido sobre cómo
sabe todo esto.
—Alguien debería repasar la geografía básica de Estados Unidos —dice Kellen
con una sonrisa de satisfacción—. Confíen en mí. Puedo llevarnos hasta allí. Y
asaltaremos tiendas de conveniencia o paradas de descanso por el camino para
conseguir un Atlas.
—¿Familia en Kansas? —digo lentamente—. ¿Serían acogedores para nuestro
grupo?
176
—Es mi tío —se apresura a decir Kellen—. No es un imbécil como mi padre. Y si
hay alguna esperanza de que mi hermano y mi padre hayan sobrevivido a toda la mierda
que está pasando en Texas, es probable que también se dirijan hacia allí. —
Prácticamente vibra de emoción ahora—. Mi tío es un preparacionista 6. Tendrá reservas
de comida, agua, suministros. Además, tendremos refugio y un lugar para descansar por
fin.
—¿Y si Kansas se ha ido? —pregunta Aaron en tono solemne.
Kellen se estremece y suspira.
—Entonces siempre está el plan B.
Desvía la mirada hacia el rifle que tiene a su lado. ¿Suicidio? Sí, no soy fan del plan
B.
—Los encontraremos allí —les aseguro a ambos—. Larguémonos de aquí.
6
Preparacionista: En inglés prepper, es una persona que se prepara para sobrevivir a un
desastre o cataclismo importante, su estilo de vida consiste en estar preparado y estudiar materiales,
procedimientos y técnicas para sobrevivir.
Cuando empieza a nevar, estoy a punto de perder la cabeza.
—Llegaremos a las afueras de Las Vegas al anochecer —dice Kellen, agarrando
mi mano—. Aguanta ahí.
Nuestro grupo se ha quedado en silencio en el auto, aparte de los ánimos de
Kellen. Esta mañana, después de dedicar unas palabras a Gerry, nos hemos tomado unas
horas para hacer balance de nuestras provisiones y estar pendientes del vehículo.
Aunque el todoterreno ha sufrido daños, no es nada que nos impida conducirlo hasta que
se quede sin gasolina.
Ese es nuestro mayor problema en este momento.
Las Vegas está a unas dos o tres horas de viaje normal de nuestra ubicación, según
Kellen sabe el kilometraje que tenemos que cubrir. Sin embargo, nos estamos quedando
sin gasolina y, sin ninguna forma de desviar combustible de un vehículo abandonado si 177
nos topamos con uno, estamos básicamente jodidos.
Volveremos a hacer senderismo enseguida.
El todoterreno empieza a chisporrotear y a dar ligeras sacudidas. Jesse maldice y
Wayne gime. Ha llegado el momento. Acelera todo lo que puede hasta que el vehículo se
detiene. Nos hemos quedado sin gasolina. Oficialmente.
—Tomémonos un momento para comer y hacer nuestras necesidades —dice
Kellen al grupo—. Luego continuaremos a pie. Deberíamos empezar a ver signos de
civilización pronto.
Una afirmación que debería traer esperanza trae pavor en su lugar.
Nadie lo dice y todos hacemos lo que se nos ordena, masticando nuestras escasas
raciones que no hacen nada por acallar las ruidosas protestas de nuestros estómagos
vacíos. Normalmente, podría subsistir a base de comida basura durante días sin ningún
nutriente real. Sin embargo, aquí afuera, donde cada minuto es de supervivencia, estoy
quemando las pocas calorías que consigo ingerir, lo que me está dejando mareado y
débil. Sé que todo el mundo se siente igual.
Mientras todos hacemos nuestras necesidades en el gélido aire, con los copos de
nieve salpicándonos el cabello y la cara, temo en silencio el camino que nos espera. No
tenemos ni idea de lo que vendrá, lo que nos tiene a todos ansiosos y nerviosos.
—Así que, um, chicos —dice Dan lentamente, con voz ronca—. El tobillo de Judy
se ha vuelto a doblar después de la carrera de anoche. Se lo he vendado de nuevo, pero
le duele.
Echo un vistazo a la cara de Judy y me doy cuenta de que no carga el peso sobre
el tobillo lesionado.
—Tengo algunos analgésicos en mi mochila —ofrezco, empezando a quitarme la
mochila de la espalda.
Judy me hace una seña con la cabeza.
—No. Todos sabemos que las lesiones aquí pueden ser mucho peores que un
tobillo adolorido. Prefiero conservarlos para alguien que pueda necesitarlos más.
Pienso en Elise y sus manos arruinadas.
Probablemente el ibuprofeno sea más adecuado para los problemas de Judy que
para los de alguien como Elise, pero mantengo la boca cerrada y me echo la mochila al
hombro.
Aaron y Hope se adelantan a los demás y Dan y Judy los siguen. Wayne se ofrece
a llevarla en brazos, pero ella dice que aguantará todo lo que pueda antes de aceptarlo.
Una hora más tarde, todo lo que encontramos es nieve más pesada y fuertes
vientos. Casi me hubiera gustado quedarnos un día más en el área de descanso, pero sin
provisiones suficientes, cambiaríamos un problema por otro. 178
A medida que avanza la oscuridad, percibo un claro olor a humo. Podría significar
que hay gente cerca y fuego. El fuego podría significar comida. Intento no dejar que la
excitación me invada. Otra media hora de viaje y Aaron se detiene, mapa en mano,
mientras Hope señala hacia delante. Kellen y yo intercambiamos una mirada y trotamos
hacia ellos. Sigo hacia donde señala Hope y veo una fila interminable y atascada de autos
abandonados.
¿Dónde está toda la gente?
Me estremezco al recordar todas las películas y series de zombis que he visto. Un
lugar así debería estar plagado de muertos vivientes. Por suerte, Dios o el universo o
quienquiera que esté a cargo de este jodido juego que estamos jugando decide darnos
un respiro. Los zombis acabarían con nosotros.
—¿Ves ese brillo naranja? —Kellen dice, dándome un codazo—. Creo que eso es
fuego. Más que una fogata.
Es como si todos los vehículos vacíos apuntaran hacia la fuente. Las Vegas. La
tormenta eléctrica vino de la dirección de Las Vegas. Con todos los edificios altos, sólo
puedo imaginar el daño que recibió la ciudad. Si causó incendios, no tardaría mucho con
el viento en arrasar todo el maldito lugar.
—Empiecen a revisar los vehículos en busca de suministros —instruye Aaron—. Y
vean si alguno de ellos aún tiene gasolina o le quedan las llaves puestas. Supongo que
todos están inservibles o la gente que los tenía no los habría dejado aquí. Pero sería
estúpido no comprobarlo.
Todos se dividen en sus equipos habituales. Sin embargo, Wayne se queda con
Jesse esta vez ya que Gerry se ha ido. No hay rima o razón, pero empezamos a saquear
los vehículos abiertos. La gente que los dejó se llevó las provisiones que les quedaban.
Supongo que salieron a pie hacia Las Vegas.
Debemos recorrer uno o dos kilómetros, encontrando sólo una o dos botellas de
agua al azar o un paquete de chicles. Wayne encuentra algunos cigarrillos y fuma en
cadena todo el paquete a una velocidad récord.
Ninguna persona, viva o muerta.
Es aterrador.
Sigue siendo mejor que los zombis.
A medida que la carretera avanza, se vuelve más y más traicionera. Los socavones
han volcado la carretera y se han llevado por delante autos y semirremolques en sus
cavernosas fauces, que a veces se extienden a más de cien metros de profundidad.
Tenemos que rodearlos una y otra vez, alejándonos del borde para evitar deslizarnos con
ellos. El olor a putrefacción, a carne humana descomponiéndose, me asalta las fosas
nasales. Las personas que murieron en esos sumideros no parecieron sobrevivir y no voy 179
a intentar rebuscar entre los restos de los muertos y los vehículos para encontrar una
botella de agua o una chocolate.
Kellen está rodeando un arbusto ralo cuando veo movimiento. Más allá del viento,
oigo el claro sonido de un cascabel.
¡No!
Antes de que pueda gritar una advertencia, veo con horror cómo una serpiente de
cascabel ataca a Kellen y le clava los dientes en el tobillo. Kellen ruge de terror e intenta
por todos los medios quitársela de encima. El reptil venenoso sale despedido a unos dos
metros de él y, antes de que pueda hacerle más daño, le apunto con la escopeta y
disparo.
¡Ka-boom!
La luz me ciega por el fogonazo, pero disparo otra vez donde vi a la serpiente por
última vez. Varias personas se abalanzan sobre nosotros y oigo gruñir a Wayne. Cuando
parpadeo, veo que Wayne ha acabado con la serpiente con su hacha.
Kellen.
Se queda atónito, mirando a la serpiente.
Lo mordió. La maldita serpiente lo mordió. Sin antídoto, está frito. No puedo
perderlo por una maldita mordedura de serpiente.
Me abalanzo sobre él y casi lo atropello para que se siente y poder verle la herida.
Empieza a intentar desatarse la bota, pero le aparto la mano de un manotazo para que lo
haga más deprisa, tirando de los cordones con tanta fuerza que me sorprende que no se
hayan roto. Sale veneno por dos agujeros en el cuero de la bota. Me sube la bilis a la
garganta. Cuando le arranco la bota, le bajo el calcetín en busca de la herida.
Todo el mundo se agolpa a nuestro alrededor, en silencio y a la espera de ver los
daños.
—¿Te duele? —balbuceo.
—Tengo las piernas entumecidas por el frío —gruñe Kellen—. No siento nada.
Hope se agacha a mi lado y me ofrece su linterna. Agarro su pie, girándolo a la
izquierda y luego a la derecha, buscando los agujeros en su piel.
Nada.
Mi corazón da un vuelco.
Le atravesó la bota, pero no la piel.
—No te mordió —me ahogo—. Kell, estás bien.
Wayne chilla de felicidad y Hope abraza a Kellen. Cuando se levanta y Kellen
vuelve a ponerse la bota, lo atraigo hacia mí para darle un abrazo. Nos abrazamos durante
un largo rato. Luego doy un paso atrás y le agarro la cara con las palmas de las manos. 180
—Me has dado un susto de muerte.
Kellen gruñe, pero me ofrece una sonrisa torcida.
—Tú y yo.
—No vuelvas a hacerlo —refunfuño antes de estrellar mis labios contra los suyos.
Seguro que mi aliento huele fatal y sé que tenemos público, pero no me importa.
El hombre del que me estoy enamorando está a salvo. Por una vez en este viaje olvidado
de la mano de Dios, hemos esquivado a la muerte en lugar de chocar contra ella.
Sólo espero que tengamos suerte.
CAPÍTULO VEINTINUEVE
Kellen
Las Vegas está que arde.
La derrota queda eclipsada por la adrenalina que aún corre por mis venas al haber
esquivado lo que podría haber sido un encuentro mortal con una serpiente de cascabel.
Tuve suerte. Mucha suerte.
Sin embargo, nuestra suerte ha desaparecido. 181
Las Vegas, más allá de la densa humareda y de los infiernos aun ardiendo, es una
pérdida total y absoluta. No habrá FEMA ni Cruz Roja Americana. Ni militares ni policía.
Ni comida ni suministros ni refugio.
Estamos jodidos.
El humo, mezclado con el aire helado, nos asalta, golpeando nuestros cuerpos ya
maltrechos. Silas tiene una tos terrible, claramente causada por el aire frío y ahora agitada
por el humo. Es preocupante. Incluso el perro, Pretzel, se siente miserable y lloriquea sin
parar.
Como la ciudad está en llamas, la rodeamos a pie en dirección norte. Estoy un
poco aturdido, arrastrando los pies, intentando mantener la chaqueta por encima de la
nariz y la boca para poder respirar, cuando de repente Hailey grita.
Me doy la vuelta y la encuentro boca abajo en el suelo, seguida de un sollozo
aullante. Sus padres se agolpan a su alrededor y Jesse también corre a ayudarla. Cuando
consiguen levantarla y ponerla de rodillas, la sangre le mancha los dientes y le corre por
la barbilla mientras llora.
Tyler entra en acción y saca el botiquín del bolso antes de colocarse frente a ella.
Ella sigue sollozando y temblando, claramente adolorida. Me coloco detrás de Tyler,
sosteniendo la linterna para que pueda ver los daños.
Un gran corte se extiende a lo largo de la afilada línea de su mandíbula hasta la
mitad de su barbilla. Ha sufrido una fea caída. Escupe sangre y algo blanco cae. Un diente.
Ah, mierda.
—¿Te has roto un diente? —Dan dice, tratando de mirar dentro de su boca.
Tyler lo aparta de un manotazo.
—Déjame limpiar y vendar esta herida primero. Luego podemos ver el daño
dentro.
Mientras Tyler se pone a limpiar la herida sangrante, hago balance de nuestro
entorno. El humo turbio nos impide ver realmente muy lejos. La única razón por la que
sabemos hacia dónde nos dirigimos es que mantenemos el fuego a nuestra izquierda en
todo momento, apostando a que eventualmente alcanzaremos el lado norte del mismo.
Hope y Aaron vuelven a mirar un mapa. Hemos encontrado algunas carreteras,
algunos autos abandonados y edificios quemados con el mismo mensaje Gerty nos atrapó
escrito en las paredes exteriores. Nada que merezca la pena y, desde luego, ninguna
persona. Sin embargo, basándome en el enfermizo olor a carne humana quemada, diría
que mucha gente nunca salió de Las Vegas. Al igual que en San Francisco. En todas
partes, la gente está cayendo como malditas moscas.
El cielo empieza a clarear, lo que ayudará a que nuestro viaje no sea tan
traicionero. Aunque todos necesitamos descansar, no podremos hasta que salgamos de
esta zona. 182
Miro a Tyler y veo que está soplando en la barbilla de Hailey. Ha utilizado el
pegamento médico para sellar la herida. Cuando está satisfecho con el aspecto y la
fijación, se aparta para que Dan nuestro dentista residente, eche un vistazo.
Se echa a llorar cuando le saca otro diente roto de la boca. Le da una botella de
agua y le dice que se enjuague. Se le escapa otro aullido mientras lo hace, claramente
adolorida. Su padre le hace abrir la boca de nuevo y le ilumina el interior.
—La mayoría fueron noqueados limpiamente. —Cuenta en voz baja—. Tres. Tres
dientes se han ido.
—Oh, cariño —dice Judy con un sollozo, acariciando el cabello de su hija por
detrás—. Debes estar sufriendo mucho.
Tyler ya tiene pastillas analgésicas sacadas de un paquete y listas para
administrárselas. Dan sigue mirando dentro de su boca. Finalmente, suspira con
resignación.
—¿Qué pasa? —pregunto, frunciendo el ceño.
—Tengo que tirar de este —gruñe Dan—. Está roto por la mitad, pero parte de él
todavía está alojado allí. Va a tener mucho dolor a menos que haga algo al respecto. —A
Tyler le dice—: Prepárame unas gasas para taponar esta herida. ¿Alguien tiene unos
alicates?
Hailey chilla horrorizada, pero su padre no bromea. Jesse y Wayne están de
acuerdo en buscar en algunos vehículos abandonados una caja de herramientas o algo
así. Hemos pasado por delante de algunos camiones de obras, así que es posible.
Mientras Hailey llora y sus padres la calman, intento no pensar en lo que esta joven está
a punto de tener que soportar. Todo esto es súper jodido.
Finalmente, Jesse vuelve corriendo hacia nosotros, con unos alicates en la mano.
Hailey sacude la cabeza con vehemencia y empieza a moverse. Tyler, Wayne, Jesse y yo
tenemos que sujetar a la pobre chica. Se traga los analgésicos que le ofrecen y luego un
trago de agua. Pero sabe lo que viene a continuación y se pone rígida. Sus ojos
desorbitados se clavan en los míos, aterrorizados a más no poder. Aaron se une a la
refriega y esta vez la ayuda a abrir la boca con fuerza. Puedo ver bien los daños.
Es el diente de arriba. Roto, dentado, sangrando.
Maldita sea.
Para cuando la tenemos en posición, Judy le entrega los alicates a su marido. Se
los ha limpiado lo mejor que ha podido. Dan se apresura a enganchar los alicates en el
extremo afilado y visible de su diente y aprieta el agarre.
—A la de tres, cariño —canturrea Dan, con la voz temblorosa por la emoción—.
Uno, dos...
Él tira con fuerza, sin llegar a tres. Ella grita horrorizada mientras se le saltan las 183
lágrimas. La sangre sigue brotando, pero Tyler es rápido y está listo con la gasa.
Rápidamente tapa ese agujero y los otros mientras ella solloza incontrolablemente. Todos
la sueltan ahora que lo peor ha pasado. Silas, abrazando a Pretzel contra su pecho, llora
junto con su hermana mayor, parando sólo para toser y llorar un poco más.
Esto, de alguna manera, es peor que Elise o Gerry o lo que le pasó a Kyle y esas
universitarias.
Nadie quiere ver a un niño en tal agonía.
Sin palabras, nuestro grupo vuelve a recoger y continúa su camino. Wayne recoge
en brazos a la chica que llora y la lleva como si fuera un tesoro. Se me rompe un poco el
corazón. Tyler me lanza una mirada sombría. Todos odiamos lo que había que hacer.
Unas horas más de marcha y ya es de día, a pesar del humo oscuro que cubre el
cielo. Podemos ver más lejos y examinar los recursos de que disponemos. Cuando vemos
un hotel barato, casi me ahogo de alivio.
También parece estar abandonado, al igual que los autos que encontramos al
principio. Aunque todavía está cerca del corazón de Las Vegas, que bien podría ser el
Infierno por el tamaño del enorme infierno, decidimos que podemos dedicar unas horas
a descansar, siempre que alguien vigile.
Encontramos habitaciones en el lado oeste y entramos fácilmente. Hay camas
sucias y deshechas y cajas vacías de comida para llevar por todas partes, pero estamos
demasiado cansados y agotados para preocuparnos. Sorprendentemente, el agua
todavía funciona aquí, y una vez que Tyler la considera segura, ambos nos turnamos para
beberla del grifo.
—¿Ducha? —pregunta con otro enorme bostezo—. Dudo que consiga dormir,
pero al menos estaré limpio. Luego podré ir a relevar a Aaron.
Aaron optó por quedarse y vigilar para asegurarse de que los incendios no se
acercaban demasiado.
Asiento, demasiado adormilado para mantener los ojos abiertos. Tyler enciende la
ducha, se quita la ropa sucia y llena de humo y entra. Veo su trasero esculpido antes de
que desaparezca tras la cortina. Me cuesta un poco, ya que mis miembros están muy
débiles, pero consigo desvestirme. Cuando me reúno con él, ya está enjabonado y tiene
el cabello mojado. Se aparta del rociador para dejarme pasar por debajo.
El agua caliente se siente bien en mi cuerpo adolorido. Ojalá pudiera quedarme
aquí para siempre. Se me han cerrado los ojos y gimo de placer cuando sus manos
callosas empiezan a enjabonarme el pecho.
Estoy muerto y me duele todo. Siseo, incapaz de dejar de empujar contra su puño
apretado.
—¿Me tocas también? —suplica, con voz ronca.
No necesito que me lo pidan dos veces. Con desesperada necesidad, me aferro a 184
su cuerpo mientras mis labios chocan contra los suyos. Los momentos siguientes son
frenéticos hasta que los dos estamos completamente agotados. Nos quedamos ahí,
besándonos perezosamente, mientras nuestros cuerpos vuelven a bajar de nuestro
subidón compartido. Luego sigue bañándome.
—Voy a relevar a Aaron —dice dándome un rápido beso en los labios—. Descansa.
Lo necesitas, viejo.
Sonrío y consigo darle un buen golpe en el trasero antes de que desaparezca.
Como no me he lavado bien desde que enfermé por comer carne en mal estado,
aprovecho el momento de intimidad para limpiar cada grieta y hendidura a mi alcance.
Cuando me seco con una de las toallas usadas y crujientes y me pongo ropa limpia, me
siento como un hombre nuevo.
Un hombre nuevo exhausto, apenas en pie.
Ni siquiera recuerdo haberme caído en la cama.
187
CAPÍTULO TREINTA
Tyler
Al principio no me había dado cuenta, pero cuando me levanto a estirar las piernas
después de curar la herida de Aaron, apenas puedo despegar las botas. Todos están en
diversos estados de hundimiento en el suelo pantanoso.
Al principio, lo atribuía a las tormentas que ablandan la tierra, pero luego tengo la
sensación de que me hundo, sin querer hacer un juego de palabras. 188
Algo no va bien.
Me cuesta un poco, pero con la ayuda de Jesse, consigo sacar a Kellen del barro.
Todo su trasero está completamente cubierto. Cuanto más tiempo estamos parados, más
nos hundimos.
—Sigan moviéndose —les ordeno a todos—. Tenemos que serpentear de vuelta
a una carretera y salir de este lodazal antes de que tengamos problemas.
Wayne, el más pesado del grupo, es el que avanza más despacio porque se hunde
más allá de los tobillos a cada paso. Sin embargo, Dan no se separa de él y le ofrece su
brazo para tirar de él cuando tiene problemas.
—Aléjense de ahí —grito, señalando hacia una zona de la tierra que burbujea—.
Esto no me gusta nada.
Todos continuamos moviéndonos tan rápido como podemos. La poca energía que
nos quedaba se agota por completo a medida que nos esforzamos físicamente sólo para
caminar. Después de ducharme con Kellen anoche, estaba demasiado excitado para
dormir y acabé haciendo compañía a Aaron hasta que vimos a la gente que se dirigía
hacia nosotros. Ahora me siento como si mi adrenalina no fuera más que humo en este
momento, y me estoy desvaneciendo rápidamente.
Mantente concentrado.
Mientras caminamos, Kellen rebusca en su mochila y saca una barrita de cereales.
La abre, la parte en dos y me da una mitad.
—Come, Ty.
Me trago la escasa comida de un bocado, sin apenas masticar. Se me hace agua
la boca, pero el tiempo apremia.
Dan y Wayne se quedan cada vez más atrás mientras Hope y Aaron van muy por
delante. Judy y Silas no están lejos de Dan y Wayne. Jesse, Hailey y Pretzel están en
algún lugar en el medio, más cerca de Hope y Aaron. George (Utah), nuestro próximo
destino según Kellen, cuando oigo los gritos de pánico de Judy.
—¡Dan! ¡Wayne! ¡Necesito ayuda!
Kellen y yo giramos y nos hundimos más allá de los tobillos para ver a Judy tirando
del brazo de Silas. Está casi metido hasta la cintura en el fango.
Las vibraciones me sacuden y tardo un segundo en darme cuenta de que estamos
sufriendo un terremoto. Mierda. ¿Otra vez?
Kellen gruñe, luchando por llegar hasta Judy y Silas. El suelo a nuestro alrededor
se agita como pudín en un cuenco. Pienso en una vieja película que vi de niño en la que
el héroe casi muere en arenas movedizas.
¿Es eso?
El suelo vuelve a retumbar y, hacia la zona más apestosa del parque, empieza a
189
hundirse como si la mierda fuera aspirada por el desagüe de un retrete medio atascado.
En cuestión de segundos, veo que se ha formado un enorme socavón.
—Hay un estacionamiento en esa dirección —Jesse grita—. Voy a ver si puedo
poner en marcha alguno de los vehículos. Puedo ver un camino cerca de él también. Sólo
tenemos que llegar a él.
Más temblores me hacen caer de trasero en el barro. Kellen me agarra del brazo
y me levanta con un gruñido. El suelo sigue temblando mientras se abren más agujeros
a nuestro alrededor.
Una de las fauces abiertas no está a tres metros de nosotros y tiene al menos
nueve metros de diámetro. No puedo ver lo profundo que es, ni quiero averiguarlo.
Un aullido desgarrador me eriza la piel. Sigo el sonido hasta donde Judy parece
estar luchando cerca de la boca de uno de esos sumideros. Dan y Wayne están casi a su
lado, ambos caminando tan rápido como pueden. Kellen y yo estamos demasiado lejos
para marcar la diferencia, pero seguimos avanzando hacia ellos de todos modos.
Dan alcanza primero a Judy y apenas la agarra del brazo antes de que desaparezca
de su vista. Casi cae en picada con ella si Wayne no se agarra a su mochila.
—Tenemos que llegar hasta ellos —gruñe Kellen, corriendo delante de mí tan
rápido como se puede en un barro que llega hasta las rodillas y con socavones
apareciendo por todas partes. A ellos les grita—: ¡Aguanten!
Para cuando Kellen llega hasta ellos, Dan está hundido hasta el pecho en la mugre
y Wayne, hasta la cintura. Kellen engancha un brazo alrededor del impresionante pecho
de Wayne, anclándolo en su sitio. Yo no me quedo atrás y consigo agarrar la mochila de
Kellen.
—Aguanta, cariño —ladra Dan—. No te sueltes.
Oigo los sollozos de Silas interrumpidos por ataques de tos y los gritos frenéticos
de Judy. Aunque no puedo ver exactamente lo que ocurre, me hago una idea. Están
colgando de un profundo sumidero y podrían caer en cualquier momento.
Me retuerzo y compruebo que el resto del grupo está bien. A lo lejos, veo a Aaron,
Hope, Jesse y Hailey saliendo del lodo. Están cerca de la carretera. Al menos están a
salvo.
El suelo vuelve a retumbar y siento que Kellen avanza bruscamente. Me agarro a
él, haciendo todo lo posible por no hundirme más en el barro.
—¿Puede sacarla? —Le ladro a Kellen—. ¿Qué está pasando?
—No puedo ver —le responde siseando.
—Maldita sea, es profundo —le grita Dan frenéticamente a Wayne—. Al menos 30
metros de caída. 190
Mi estómago se revuelve dolorosamente. No sé mucho sobre el terreno de por
aquí, pero parece que hay cavernas subterráneas o algo así y estamos avanzando por el
techo de arena que se escurre rápidamente.
—Tengo cuerda en mi mochila —gruño, recordando el fajo que eché al buscar
vehículos—. Voy a tener que soltarme.
—Tengo a Wayne —me asegura Kellen—. Hazlo rápido.
Suelto rápidamente a Kellen, deteniéndome solo un segundo para asegurarme de
que no desaparece ante mis ojos, y empiezo a rebuscar en mi mochila. Lo encuentro
debajo de la ropa sucia que había recogido tras la ducha de anoche. Una vez que vuelvo
a cerrar la cremallera de la bolsa y me la echo al hombro, empiezo a desenredar la
cuerda.
—Voy a hacer un nudo de bolina —digo mientras me pongo manos a la obra—.
Pásaselo a Judy. Yo pondré el otro extremo a mi alrededor.
En cuanto he arreglado los dos extremos, me paso la cuerda por el medio. Kellen
ya está enviando el otro extremo de la cuerda hacia abajo, hacia los demás.
La suciedad ha aumentado y empiezo a temer que ninguno de nosotros salga de
ésta.
—No lo sueltes, Judy —ladra Dan—. Intenta rodearte con esta cuerda, pero hagas
lo que hagas, no lo sueltes...
Sus palabras se silencian cuando la tierra vuelve a temblar, haciendo vibrar cada
hueso de mi cuerpo. Me hundo más en el frío barro. Todos vamos a morir aquí.
—¡Mamá!
El grito de Silas se prolonga lo que se siente como una eternidad y luego se silencia
de inmediato. Le sigue el gemido inhumano de Judy y lo sé. Sé lo que acaba de pasar.
Se ha ido.
Ese niño dulce y tranquilo se ha ido.
Me atraganto con la bilis mientras se me llenan los ojos de lágrimas. Me acuerdo
de Jesse cuando era pequeño. Es desgarrador saber que hemos perdido a otra persona,
esta vez el más joven de nuestro grupo.
Dan empieza a bramar. Suena como si estuviera rogando, suplicando, sollozando.
Judy, por otro lado, está histérica.
—¡Déjame ir! —grita—. ¡Déjame ir!
Dan maldice de dolor y luego grita de horror.
—¡Judy!
Todos retrocedemos un poco ahora que hemos perdido algo de peso. El peso de 191
un adulto y de un niño pequeño.
Voy a vomitar.
Esta vez sí vomito, apenas giro la cabeza a tiempo para salvar a Kellen de llevárselo
puesto. Él y Wayne están casi arrastrando a Dan fuera del sumidero. El hombre está
sollozando, con la cara roja y los mocos corriéndole por los labios.
Ha perdido a su mujer y a su hijo.
No puedo imaginar el dolor que está sufriendo.
Oímos bocinazos acercándose. Me doy la vuelta y veo una pequeña camioneta
Toyota de modelo antiguo que atraviesa la tierra por los bordes de la zona en la que nos
hundimos. Cuando se acerca lo suficiente, pero no tanto como para ser absorbido, Jesse
salta de la parte trasera. Ata una cuerda a la plataforma de la camioneta y se lanza a por
nosotros. Cuando se acerca, me lanza el extremo de la cuerda.
—¡Agárrate! —instruye—. ¡Vamos a sacarlos!
Vuelve corriendo a la camioneta y se sube. Entonces, lentamente, la camioneta
empieza a moverse. Me agarro a la cuerda que me ha tirado y espero que los demás
puedan agarrarse a la que tengo atada al medio. Al principio, me siento como si me fueran
a partir en dos, pero luego nos sacan lentamente del fango sin herirnos.
En cuanto pisamos tierra firme, los cuatro nos desplomamos. Aaron ha parado la
camioneta. Hope, Hailey y Jesse se abalanzan sobre nosotros para ayudarnos a
levantarnos. Hailey mira más allá de nosotros, con la cara herida y llena de moretones
mientras busca entre el grupo. Sus ojos se posan en su padre y frunce el ceño.
—¿Dónde están mamá y Silas? —Le tiembla el labio inferior y las lágrimas inundan
sus ojos—. Papá, ¿dónde están?
La toma en sus brazos y la estrecha.
—Lo siento mucho, cariño. Lo siento mucho.
Ambos sollozan incontrolablemente. Todos nos sentimos derrotados en este
momento. Incluso oigo llorar a Wayne, lo que no es propio de él.
—Tyler —murmura Jesse en voz baja—. Tenemos que irnos. Mete a todos en la
camioneta.
Hope y Jesse ayudan a Hailey y Dan a subir al asiento del copiloto de la camioneta.
El hombre sostiene a su hija en el regazo como si fuera un niña pequeña que ha tenido
una pesadilla. Hope cierra la puerta y mueve la cabeza con tristeza. Los demás subimos
a la caja de la camioneta.
Estamos cubiertos de barro, muertos de frío, hambrientos, sedientos y con el
corazón roto.
¿Cuánto podemos aguantar?
La camioneta se aleja y pronto encuentra de nuevo la carretera. Una vez en tierra 192
firme, Aaron lleva el vehículo al límite, corriendo por el asfalto a una velocidad de vértigo.
Queremos dejar todo esto atrás. Irnos lejos, muy lejos de aquí.
Pero ¿qué nos espera al continuar nuestro camino? ¿Más muerte y miseria?
Kellen me atrae hacia él, con todo el cuerpo tembloroso. Su calor y su consuelo
son justo lo que necesito si tengo alguna esperanza de soportar lo que viene a
continuación. Me susurra cosas tranquilizadoras, me acaricia el cabello y me besa la
cabeza. Entonces me doy cuenta de que sigo llorando. Me duele el corazón y parece que
no puedo parar.
Se me caen los párpados, pero no me rindo. Me aferro a Kellen, mis ojos pasan de
Jesse a Hope, a Wayne y luego de nuevo a Jesse. Pretzel asoma su cabecita por encima
de la chaqueta de Jesse y suelta un aullido lastimero. Incluso el perro está destrozado.
Las probabilidades están tan injustamente en nuestra contra. No importa hacia
dónde miremos, nos encontramos con más dolor y sufrimiento. No sé si acabará nunca.
Es como si la Madre Naturaleza fuera un diosa vengativa y furiosa, deseosa de imponer
una justicia despiadada a todos los seres humanos de la Tierra.
Es minuciosa y eficiente.
Despiadada y cruel.
Me pregunto cuánto tardará en eliminar a todos.
Sentimos que tenemos los días contados, como si el tiempo corriera en nuestro
contra.
—Duerme, Ty. Necesitas descansar. Te tengo.
La voz de Kellen, suave y tranquilizadora, hace que por fin me relaje. Esta vez soy
incapaz de mantener los ojos abiertos y me desvanezco rápidamente en la oscuridad con
un solo pensamiento en la cabeza.
Por favor, no nos quites a nadie más. Hemos perdido a demasiados.
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
Kellen
Tyler se ha desmayado y ronca ruidosamente por encima del viento y el ruido del
motor de la camioneta. Hope mira tristemente a Tyler, mientras Jesse y Wayne tienen la
misma expresión pétrea. Todos estamos desesperados.
Aaron conduce a un ritmo considerablemente rápido, como si pudiéramos dejar
atrás el horror y las tragedias a las que nos hemos enfrentado hasta ahora, especialmente
las más recientes. Sin embargo, por muy rápido que conduzca, el dolor nos mantiene
193
estrangulados.
¿Cómo están Dan y Hailey?
¿Tendrán la voluntad de seguir adelante?
Si perdiera a Tyler ahora mismo, no estoy seguro de si lo haría. Me siento
derrotado y tan malditamente cansado. La esperanza de ver a mi hermano algún día casi
se siente tonta y fantasiosa. Una quimera que nunca se hará realidad.
No estoy seguro de cuánto tiempo conducimos. Se siente interminable. Como si
estuviéramos en un purgatorio de dolor y sufrimiento. Pero sé que no es verdad. Un
tanque de gasolina sólo puede llegar hasta cierto punto. Cuando el vehículo empieza a ir
más despacio, el entumecimiento empieza a descongelarse y el miedo vuelve a
invadirnos.
¿A qué nos enfrentaremos ahora?
Aaron se detiene por completo y salta fuera. Se dirige a la plataforma de la
camioneta y dice:
—Bloqueo adelante.
Ninguno de nosotros tiene la energía para luchar. Otra vez.
—Voy a ver si nos ayudan —dice Aaron lentamente, esperando a que alguien
discuta—. Tenemos que intentarlo en este momento.
Nadie está de acuerdo ni discute, así que Aaron vuelve a la camioneta.
Lentamente, conduce hacia la barricada. Cuando se detiene de nuevo, oigo la voz de un
hombre.
—Explíquese, señor —dice el hombre—. Este pueblo no tolerará a ningún
alborotador.
Aaron sale del vehículo.
—Encantado de conocerte. Soy Aaron. Mi familia y amigos han pasado por un
infierno. ¿Puede tu gente ayudarnos?
El hombre guarda silencio un momento y luego dice con voz áspera:
—Me llamo Harry. Este tipo es Ryan. Los dos somos bomberos aquí en St. George.
¿Qué tipo de ayuda necesitan? No tenemos mucha comida ni suministros.
¿Bomberos?
Mis entrañas se agitan con esperanza, pero luego se desvanecen rápidamente al
recordar que Stovepipe Wells tenía policías en su grupo y que no estaban tramando nada
bueno.
—Hemos estado viajando desde San Francisco —explica Aaron cansado—. Ha
desaparecido. Completamente ahogado por el mar. Tuve la suerte de estar en mi barco
cuando llegó el tsunami. Rescaté este lote de uno de los rascacielos que aún sobresalían 194
del agua.
—¿No me digas? —pregunta el más joven, Ryan—. Es un viaje muy largo.
—Mucho a pie —continúa Aaron—. Hemos perdido a mucha gente. Hace poco,
en las afueras de Las Vegas, perdimos a una mujer y a su hijo en un socavón. Nuestro
grupo está abatido y derrotado. Cualquier amabilidad será de ayuda. Por favor.
Los hombres se quedan callados un momento, pero entonces habla el más
valiente, Harry.
—Hay un Motel 8 justo después de este control de carretera. Se supone que es
un lugar para recuperar el aliento durante un día o dos antes de seguir adelante. Una
estación de visitantes, por así decirlo. Tenemos voluntarios que pueden ofrecer un
mínimo de primeros auxilios y atención médica. El agua sigue funcionando, pero no hay
electricidad. Hay una cafetería instalada en la estación de bomberos. Podemos ofrecer
una comida al día a los recién llegados, pero eso es todo. Lo siento, pero es todo lo que
tenemos.
Después del tiempo que hemos pasado, un refugio agradable y seguro con un par
de comidas prometidas suena casi demasiado bueno para ser verdad.
—¿Esto no es una trampa? —Aaron pregunta—. Nos hemos topado con gente
desagradable. Muchos de ellos.
Harry gruñe.
—Lo mismo digo, hermano. Espero que no hayas pasado por Stovepipe Wells.
Hemos acogido a unas cuantas personas que apenas escaparon con vida por allí.
—Esos seríamos nosotros también —admite Aaron—. Creo que están capturando
mujeres para hacer Dios sabe qué cosas con ellas. Es más, un campo de prisioneros que
un refugio seguro. Nos libramos de ellos por los pellos.
—Parece que ustedes tienen un montón de información —dice Harry—. ¿Qué les
parece esto? Los alojamos en el motel y luego podemos intercambiar información por
algunos suministros. Las necesitarán cuando salgan dentro de dos días.
¿Es mucho esperar que nos retengan indefinidamente?
—No puedo agradecerte lo suficiente tu amabilidad, Harry. Te diremos todo lo que
sabemos. Dan, el de la camioneta, es dentista. Acaba de perder a su mujer y a su hijo,
pero sé que puede ayudar si alguien necesita que le miren los dientes. Yo era dueño de
una compañía de pesca de altura y excursiones por la bahía. Puede que seamos un grupo
variopinto, pero estoy seguro de que podemos ofrecer ayuda a cambio de su gentileza.
Pronto, el motor vuelve a arrancar y pasamos junto a los dos hombres que montan
guardia en St. Harry, un hombre corpulento y macizo, me mira mientras pasamos, con
expresión de lástima. Sé que tenemos un aspecto horrible.
195
Aaron conduce hasta el Motel 8 y estaciona en un sitio libre. Cuando empezamos
a salir, una mujer corpulenta con el cabello canoso recogido en un moño sale de la
recepción. Habla un momento por la radio y luego nos saluda con una sonrisa.
—Harry dice que tenemos invitados —dice la mujer—. Soy Florence. No soy la
dueña de este motel, pero llevo años en la junta de la Cámara de Comercio. Me han
nombrado para dirigir este puesto. Las habitaciones uno, tres y siete están disponibles.
Se proporcionan sábanas limpias, agua embotellada y algunos aperitivos. También hay
artículos de aseo para que puedan limpiarse. Si dejan sus cosas sucias afuera de la
puerta, alguien estará por aquí esta noche para recogerlas y darles un lavado.
—Gracias —murmuramos todos lastimosamente.
—Hacemos lo que podemos —dice Florence—. Harry quiere reunirse para
desayunar e intercambiar información. Dijo que nos reuniéramos en la oficina del motel.
Luego, para almorzar, pueden ir a la estación de bomberos a comer algo caliente. Algo
me dice que hace tiempo que no comen una de esas.
La última comida caliente que tomé fue hace mucho tiempo y me puse enfermo.
Después de resolver la situación de las camas entre las habitaciones, Tyler y yo
nos quedamos con la cama matrimonial de la habitación uno. Aaron y Hope deciden
quedarse con Dan y Hailey en la habitación tres con las dos camas dobles, y Wayne y
Jesse se quedan con la última habitación. Como si estuviéramos en trance, Tyler y yo nos
quitamos la ropa y recogemos toda la sucia de las bolsas. Mientras él empieza a ducharse,
yo me asomo por la puerta y las tiro en un montón. No me entusiasma dejar mi ropa al
cuidado de otra persona, pero en este momento no me quedan energías para luchar.
Cuando llego a la ducha, el vapor llena el pequeño cuarto de baño.
Dentro, encuentro a Tyler sollozando en silencio.
Se me saltan las lágrimas. Recojo al mugriento hombre en mi reconfortante abrazo
e intento por todos los medios asegurarle que todo irá bien.
Espero que crea mis mentiras porque nada es seguro en este mundo.
Nada.
Como prometieron, a la mañana siguiente nuestra ropa está limpia y bien doblada
junto a la puerta de nuestra habitación. Como podemos, Tyler y yo nos damos otra ducha.
Los dos estamos demasiado agotados y sombríos para ponernos juguetones y nos
conformamos con abrazarnos. Una vez vestidos y listos para afrontar el día, salimos y nos
encontramos con Aaron, Hope y Wayne al otro lado de la puerta.
—¿Cómo están Dan y Hailey?
Hope frunce el ceño.
—No han dejado de llorar. Les hemos dicho que se queden adentro y descansen. 196
Jesse va a vigilarlos mientras nos reunimos con Harry.
Se me retuercen las entrañas dolorosamente. Si yo siento que mi mundo podría
acabarse literalmente si perdiera a Tyler, a quien he conocido brevemente en
comparación, solo puedo imaginar cómo se sienten Dan y Hailey al perder a la mitad de
su familia.
Aaron va adelante con Hope a su lado. Tyler va a mi lado mientras Wayne nos
sigue. La recepción del motel está llena de gente. Cuando huelo algo salado -queso y
huevos-, mi estómago gruñe.
Harry, otro hombre de perilla canosa y Florence están sentados a una mesa
colocada en el centro de la sala. En el centro de la mesa hay una jarra de lo que ruego a
todos los dioses del universo que sea café. También hay una cesta con cupcakes y una
bandeja con sándwiches de desayuno.
Pero sólo prometió un almuerzo caliente.
Harry, al darse cuenta de nuestras expresiones hambrientas, se ríe entre dientes
y hace un gesto con la mano hacia la extensión.
—Sírvanse ustedes mismos. Esto es un desayuno de negocios. No forma parte de
su promesa de una comida al día. Siéntense. Coman y lo que sobre, llévenselo a los
demás de su grupo.
Tyler no necesita que se lo digan dos veces y va directo por un sándwich de
desayuno. Me lanza uno y apenas lo he desenvuelto antes de devorar la mitad de un
bocado. Los sabores salados y sabrosos explotan en mi boca, haciéndome gemir de
placer.
Mientras comemos, Harry presenta al otro hombre.
—Este tipo de aquí es nuestro alcalde, Jared Snead. Jared ha mantenido unida a
esta ciudad mientras el resto del país se desmorona. Tenemos con él una deuda de
gratitud por su rapidez mental y su capacidad de actuar para proteger nuestra ciudad.
Todos dirigimos nuestras miradas al hombre serio que nos observa con una
expresión ilegible. Le hago un gesto con la cabeza, pero no intento hablar por encima del
bocado de sándwich que estoy intentando tragar. Florence empieza a servir café en tazas
y nos las va pasando. Limpio las migas secas del sándwich con el café caliente y amargo.
Cielo.
Nunca he probado nada tan delicioso en toda mi vida.
Una vez que me siento menos como un animal hambriento y más como un ser
humano civilizado, me dirijo a Jared y le doy la mano.
—No podemos agradecerles lo suficiente que nos acogieran cuando lo hicieron. 197
—Hago un gesto hacia mi grupo—. Hemos estado a punto de morir más veces de las que
podemos contar. Han sido un par de semanas duras. —¿O meses? Demonios, tal vez
sólo han sido días. Para ser honesto, todo el viaje ha sido un borrón. Tristemente, no estoy
seguro de cuánto tiempo ha pasado en realidad, lo que me resulta chocante.
—Siéntense —dice Jared—. Hablaremos de todo lo que han soportado.
Durante la hora siguiente, nos atiborramos de cupcakes y café hasta que nos
ponemos un poco verdes. Hablamos de nuestro viaje. Todos escuchan absortos, sólo nos
interrumpen para aclarar algo o hacer más preguntas. Ninguno nos juzga por robar autos,
comida y provisiones.
—Hola —dice una voz alegre al entrar en la oficina—. Soy una paramédico local
aquí. Me llamo Amy.
Amy, con su cabello rubio fresa y su sonrisa radiante, entra en la sala con una niña
pequeña a cuestas. Se pone en cuclillas para susurrarle a la niña, que corre hacia la mesa
para sentarse junto a Florence, que la espera con un cupcake.
—Es Cora. La encontraron vagando por las afueras de St. George hace unos días
—dice Amy mientras deja su bolso sobre la mesa—. Nunca se va de mi lado. Prometo
que se porta bien. —Luego examina a nuestro cansado grupo—. ¿Quién necesita
atención médica?
Mi herida en el costado se siente como hace eones, así que no levanto la mano.
Tyler gruñe y me señala a mí y luego a Aaron.
—A Kellen se le clavó una varilla metálica de un rascacielos. Una bala rozó a mi
hermano Aaron. He tratado sus heridas lo mejor que he podido, pero no soy un
profesional. Sólo un repartidor con un botiquín.
Amy mira a Tyler con aprecio. Está buenísimo, incluso cansado, abatido y
deprimido. Está claro que tiene ojos y ve todo lo que yo veo en él. Como me siento
posesivo, le pongo una mano en la nuca y aprieto ligeramente.
—No dejes que se venda barato. Fue mi salvador muchas veces. —Le dirijo la
mirada y le guiño un ojo. Él sonríe, pero sus mejillas se enrojecen ligeramente ante el
cumplido—. No podría hacer esto sin él.
No lo digo directamente, pero la insinuación está ahí. Mío. Tyler es mío. Lo siento,
Pastel de Fresa.
Me sonríe amablemente y luego señala primero a Aaron.
—Echemos un vistazo a la herida de bala.
La herida de Aaron parece bastante fea, pero ella la limpia rápidamente, la vuelve
a vendar y le hace tragar antibióticos. Mientras espero, Hope y Wayne recogen el resto
de la comida para llevársela a los demás. Van a traer a Hailey de vuelta para que Amy le
revise las heridas de la boca.
Mientras tanto, Florence, Cora, Jared y Harry nos observan absortos. Podríamos 198
ser extraterrestres por lo interesantes que les parecemos. Es evidente que han tenido su
buena ración de gente de paso, pero aparte de la falta de electricidad y la disminución
de los suministros de alimentos, la vida ha continuado para ellos sin mucho problema.
Estas personas no han perdido a sus seres queridos.
No han tenido que huir de merodeadores, tormentas eléctricas ni socavones
mortales.
Ninguno de ellos parece haberse perdido ningún tipo de comida.
Cora, aunque se le encontró vagando, sigue teniendo el asombro infantil y las
sonrisas fáciles que se encuentran en la mayoría de los niños de su edad. Por eso le estoy
agradecido. A Silas le robaron la sonrisa mucho antes de que le robaran la vida. Hailey y
Jesse se han visto obligados a crecer en poco tiempo. Incluso nuestro maldito perro del
grupo está traumatizado.
Hablando de Pretzel, lo oigo ladrar y aullar, anunciando su llegada de los brazos
de Hailey. No mira a nadie a los ojos mientras Hope la lleva lentamente hacia Amy.
—¿Tienen algo suave para comer? —Hailey pregunta, un suave ceceo ahora
presente—. Me duele al comer.
Florence y Amy reaccionan de forma parecida y, al mismo tiempo, las dos se
abalanzan sobre la pequeña para mimarla. Florence se pone en marcha con la promesa
de unas tazas de pudding mientras Amy sostiene con ternura la cara de Hailey entre sus
palmas, inspeccionando entre lágrimas a la chica herida.
Tyler se pone a mi lado y me da un codazo.
—¿Cómo está reaccionando tu barriga a esta comida?
Me siento lleno. Más que lleno. Lleno como si me hubiera comido tres cenas de
Acción de Gracias una detrás de otra. Lo que no siento son náuseas, o peor, como si
fuera a tener problemas estomacales. Otra vez.
—Todo bien —digo con una sonrisa tímida—. ¿Y tú?
—Genial. —Su sonrisa se vuelve diabólica—. Espero que siga así hasta...
Esta noche.
Se refiere a esta noche. Cuando estemos limpios, alimentados, seguros y
arropados en una cama blanda. Siento en la entrepierna la anticipación de lo que esto
puede significar.
¿Sexo?
¿Vamos a tener sexo de verdad?
Se inclina hacia mí, con su aliento caliente haciéndome cosquillas en la oreja.
—Mientras Amy te revisa, veré qué clase de provisiones puedo conseguir.
—Es una cita —digo con un gruñido de necesidad apenas reprimido. 199
Este ha sido el momento más estresante y agotador de mi vida, pero de alguna
manera también ha sido el mejor. Gracias a Tyler. Si alguien puede traerme un rayo de
esperanza en un mundo eternamente oscuro, es él.
Tyler.
Mío.
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
Tyler
St. George es salvaje. Pero no salvaje en el sentido de, el mundo se acaba y todo
el mundo se muere a mi alrededor. Más bien como una realidad alternativa salvaje.
Esta gente sigue su día a día como si un apagón les causara una leve molestia y
no como si la Tierra intentara destruirse a sí misma. No ayuda a su estado casi delirante
ya que parecen no haber sido tocados por los horrores que hemos presenciado. 200
Los niños juegan al fútbol en la calle principal. Los ancianos se sientan en los
porches y beben de tazas humeantes. Varios hombres y mujeres sin discapacidad
patrullan la zona, pero sólo a medias, prefiriendo dejar el arma para unirse a un partido
de kickball o echar una partida de billar con uno de los ancianos.
¿No saben que nuestro planeta se está muriendo?
¿No sólo muriendo, sino volviéndose absolutamente homicida con sus residentes
en su misión suicida?
No, esta gente no tiene ni idea.
Debe ser agradable ser tan inconsciente. He visto cosas de las que nunca me
recuperaré. Las manos mutiladas de Elise y la masa encefálica de Kyle en el asiento del
auto son dos imágenes que no puedo borrar por más que lo intento.
Antes, me abrí paso por la ciudad, parando en un par de tiendas abiertas. Todavía
aceptaban dinero en efectivo, aunque se siente inútil en este momento, teniendo en
cuenta el estado del mundo. Por suerte, el dueño de la tienda -Bud- me permitió
intercambiar mi fuerza joven y bruta ayudándolo a mover unas cajas a cambio de una
botella de lubricante personal y un paquete de seis cervezas de las que nunca había oído
hablar.
Escuché al hombre ruidoso con problemas de eructos excesivos mientras me daba
consejos sobre cómo cortejar a una dama en mi cita. Supongo que es obvio considerando
todo lo que le cambié. Sabiamente, me callé la boca al preguntarle si las mismas reglas
se aplicaban para cortejar a un hombre.
Con la cerveza bajo el brazo y el lubricante guardado en el bolsillo de la chaqueta,
me dirijo hacia el motel. Es casi la hora de comer y debo reunirme con nuestro grupo
para ir juntos. Bud me asegura que Janine es una buena cocinera y que no nos
decepcionará.
Una vez en el motel, guardo mis cosas para la cita en la habitación y encuentro al
grupo en la recepción. Amy, Cora y Harry se han ido, pero Florence y Jared están allí, en
una profunda conversación con Kellen. Hope está trenzando el cabello de Hailey en una
apretada trenza francesa. Hailey sonríe mientras abraza a Pretzel contra su pecho, así
que algo es algo. Jesse y Aaron están sentados en el suelo, con la espalda apoyada en
la pared, simplemente observando a todo el mundo con la misma expresión serena. Dan
está cerca de una ventana, mirando hacia fuera, con los hombros encorvados, mientras
Wayne hace de centinela junto a la puerta principal, con los brazos cruzados sobre el
pecho.
—Oh, querida —exclama Florence—. ¿Quieres mirar la hora? Tenemos que ir a la
estación de bomberos. Sé que tienen hambre.
Al saber que ésta será nuestra última comida del día, se me revuelve el estómago.
Florence, con expresión cómplice, me aparta y sonríe. 201
—Es algo que decimos a los recién llegados —me dice, ofreciéndome el codo para
que lo tome—. Nos da tiempo a investigarlos para asegurarnos de que son decentes.
—¿Y si lo son?
—Comen como el resto de nosotros —dice Florence con una risita—. Sin
embargo, después de comer querrás reunirte con Bill y Red. Necesitarán ayuda para
llevar las cajas de comida desde la tienda que hay al final de la carretera hasta el parque
de bomberos para que Janine pueda preparar la cena. Esa tienda y la cocina de Janine
son dos de los únicos lugares con un generador de trabajo.
—¿Cómo hace un generador para mantener en marcha todo un Walmart? —
pregunto asombrado.
—Cariño, es un Costco —responde con una sonrisa burlona mientras salimos de
la oficina—. Y tienen el generador en una cámara frigorífica. Así pudiste comer huevos y
queso esta mañana.
—¿Qué pasa cuando se acabe?
La sonrisa de Florence decae y se encoge de hombros mientras atravesamos la
ciudad camino del parque de bomberos.
—Estoy segura de que el gobierno lo tendrá todo resuelto mucho antes. Vamos,
he oído que Janine tiene tarta de especias de postre con auténtico glaseado de queso
crema.
Me estremezco ante sus palabras.
¿El gobierno? ¿Qué gobierno? No ha habido más que caos desde San Francisco.
Esta mujer está delirando.
Tengo en la punta de la lengua la idea de discutir con ella, pero cuando me decido
a hacerlo, ya estamos caminando hacia una de las seis filas de personas que desembocan
en los muelles abiertos de la estación de bomberos. La gente ríe y charla alegremente
mientras espera su turno para comer. Veo pasar a un hombre que ya ha recogido su
comida y casi se me cae la baba. Lleva un bol de poliestireno lleno de lo que parece ser
chili con una rebanada gigante de pan de maíz encima. En la otra mano lleva un trozo
cuadrado de tarta en precario equilibrio sobre un endeble plato de papel. En el bolsillo
de la sudadera lleva una lata de Pepsi que apenas asoma.
El aroma de la carne cocinada a fuego lento, las alubias y las especias me
envuelve. Casi gimo al verlo pasar. Florence se ríe y me pellizca el brazo.
—Hay suficiente para todos, Tyler.
Hacemos fila durante unos veinte minutos antes de llegar a las mesas de comida.
Detrás de las mesas hay voluntarios que se apresuran a servir chili para todos. Tomo con
gratitud un cuenco humeante y me aseguro de tomar un refresco y un pastel al salir.
Florence me lleva a una mesa de picnic. Hace frío y de vez en cuando me cae un copo
de nieve en la cara. Uno de los vecinos se queja del frío.
202
¿Frío?
Esto es prácticamente un oasis en una isla desierta comparado con los fríos
extremos que hemos soportado.
No tardo en devorar hasta la última gota de mi cuenco y mi plato. Florence,
divertida por mi hambre, me ofrece el resto de su pan de maíz. También me lo como sin
vacilar. Una vez que nos hemos deshecho de nuestra basura, me lleva a reunirme con
Bill y Red.
Bill, un tipo enorme con una enorme barriga cervecera y el cabello rojo fuego, se
apoya en una camioneta de trabajo con un remolque enganchado a la parte trasera. Red
es su mujer, morena y mucho más pequeña. No estoy seguro de por qué se llama Red,
pero sin duda es más apropiado para su marido.
Varias personas suben al remolque, entre ellas yo, y nos dirigimos a recoger
comida. Florence se queda atrás, me saluda con la mano y vuelve a meterse entre la
gente. Los demás me observan con curiosidad e incluso intentan entablar conversación,
pero debo de ser un mal conversador, porque al final se rinden y hablan entre ellos.
El viento helado me azota mientras vamos rebotando en el remolque. A kilómetro
y medio más o menos del núcleo principal de la ciudad está el venerado Costco. Me
alegra ver que al menos tienen guardias armados. Sigo a un tipo que se llama Gus hasta
el interior del enorme edificio. Es oscuro y cavernoso. Unas linternas a pilas iluminan el
abismo del almacén mayorista. Cuando nos dirigimos a la parte trasera, veo luz y oigo el
zumbido de un generador. Todo está muy organizado y la gente nos da instrucciones
sobre qué recoger y adónde ir. Incluso puedo echar un vistazo a la cámara frigorífica y a
su menguante reserva de alimentos que aún no se han estropeado.
¿Qué pasa cuando se acaben?
Una sensación de inquietud se instala en la boca de mi estómago. Quizá todos
tengan la impresión de que estamos sufriendo una pequeña alteración de la vida
cotidiana. Que la ayuda está en camino y que la semana que viene, o el mes que viene,
todo volverá a la normalidad.
No han visto lo que yo he visto.
La culpa amenaza con tragarme entero. Debería agarrar a cada persona, sacudirla
con fuerza por los hombros y advertirle de lo que hay ahí fuera. Que cuando se acaben
las provisiones, lo más probable es que recurran a la violencia para sobrevivir.
¿Pero quién soy yo para arruinarles el día?
Algo me dice que no me creerían de todos modos. Expulsarían a mi grupo de aquí
y eso es lo último que necesitamos ahora.
Paso el resto de la tarde trabajando para ganarme el sustento y no acabo de ver a 203
Kellen ni a mi grupo hasta después de cenar. ¿Quién iba a decir que unos espaguetis
baratos con judías verdes podrían ser la mejor comida que he comido nunca? Y, lo mejor
de todo, sobró pastel de especias.
Cuando llegamos a la habitación del motel, estoy lleno y contento.
—¿Listo para nuestra cita? —pregunta Kellen, sonriéndome mientras entramos en
nuestra habitación—. Si esto no fuera el fin del mundo, habría hecho algo mucho más
impresionante.
La puerta se cierra tras de mí y observo el espacio. Hay un par de velas a pilas
parpadeando en la mesilla cerca de la cama. Junto a las velas, una vieja radio a pilas pone
música. La cerveza que me gané está al lado.
—¿Cómo? —pregunto, acercándome a los dulces sonidos de Aerosmith que
suenan desde el ronco altavoz.
Cuando hace un tiempo comprobamos la radio del auto, nos encontramos con
mucha estática y sólo una emisora que retransmitía Stovepipe Wells como refugio seguro.
—Soy ingenioso —dice Kellen, acercándose por detrás para envolverme en sus
brazos—. Mientras tú estabas afuera trabajando, yo también. Jared me pidió que llevara
comida y medicinas a los ancianos confinados en casa. Estaban tan dispuestos como
Jared a intercambiar información por cosas. —Señala las velas y la radio—. Un anciano
tenía ese reproductor de CD y toda una caja de CD que pertenecían a su hijo, que ya es
mayor y vive en Maryland. Dijo que estaba feliz de que fuera a un buen hogar.
Giro entre los brazos de Kellen y apoyo la cabeza en su hombro. Los dos nos
balanceamos perezosamente al ritmo de la música, con las manos jugueteando el uno
con el otro.
—Esto es bonito —murmuro, mis labios encuentran su cuello—. Sería aún más
bonito si estuvieras desnudo.
Su rica risa me hace reír a mí también. Entonces los dos nos manoseamos como
si estuviéramos desesperados por este momento.
Estamos desesperados por este momento.
Kellen se desnuda antes que yo y, en cuanto me quita los calzoncillos, me empuja
sobre la cama. Sus labios se encuentran con los míos hambrientos mientras se apoya en
mi cuerpo. Estoy deseando que me toque y me bese. Los dos queremos... más. Mucho
más.
Pero no tiene prisa. Sus besos son ávidos y apasionados, pero me provoca con
lentos empujones de sus caderas. Me muerde el labio inferior y me susurra palabras
obscenas que me acercan cada vez más al límite de la cordura. Sin previo aviso, se
aparta, jadeando.
—¿Por qué has parado? —Me quejo, acercándome a él—. Vuelve a mí. 204
La sonrisa de Kellen es torcida y casi infantil.
—Sólo estoy empezando, Ty. Y seguiré viniendo a ti mientras me aceptes.
Me gusta esa respuesta.
—Quería que esta cita fuera romántica —dice, con la sonrisa caída—. Beber una
cerveza o dos. Hablar. Pero parece que no puedo quitarte las manos de encima el tiempo
suficiente para mantener una conversación.
—No quiero cerveza ni charlar ahora, Kell, te quiero a ti. Podemos hablar más
tarde.
Lo agarro por los hombros y lo atraigo hacia mí. Necesito besarlo. Kellen siente
mis deseos y choca sus labios contra los míos, desesperadamente, como si esta fuera
nuestra única vez.
Espero que no lo sea.
Tras un ardiente y feliz momento juntos en el que ambos quedamos plenamente
satisfechos, me deleito en su reconfortante presencia y mi ritmo cardíaco por fin
disminuye a una cadencia más regular.
—Eso —murmura Kellen contra mi oreja—, ha sido el mejor momento de toda mi
vida. Gracias, Ty. Gracias por ser tú.
Me deleito con sus palabras, dejando que calmen todo el dolor interior y exterior
que he sentido desde que aquella ola se apoderó de mi ciudad. Kellen es la luz en este
mundo oscuro. Ahora que por fin lo he tenido tan cerca, no hay forma de que lo deje
marchar.
Puede que sea una cita para una relación bastante reciente, pero siento un voto
retumbando en mis venas. Es animal e imparable, me recorre como un incendio forestal
fuera de control.
Es mío. Hasta que la muerte nos separe.
Por desgracia, en nuestro nuevo mundo, eso podría significar mañana mismo.
Hasta entonces, voy a apreciar cada maldito segundo con él.
205
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
Kellen
Hemos pasado unos días en St. George y no me atrevo a salir de nuestra pequeña
burbuja de seguridad. Ni siquiera estoy seguro de si es prudente. Por fin hemos
encontrado un lugar donde descansar sin que nuestra gente muera. ¿Por qué
deberíamos irnos?
Knox. 206
Mi hermano pequeño todavía podría estar por ahí. Y tengo familia en Kansas. ¿Es
inteligente quedarse en el primer pueblo que no está tratando de matarnos?
Por mucho que no quiera ir, mi instinto me dice que tengo que hacerlo. Puede que
aquí me vea obligado a separarme de Tyler. Antes había visto su sonrisa relajada mientras
jugaba al fútbol con unos niños de la zona. Estaba despreocupado y tan feliz como se
puede estar durante el apocalipsis. Ya tiene a su familia. No hay razón para que atraviese
estados y los ponga a todos en peligro para que yo pueda reunirme con mi hermano.
El dolor de dejarlo atrás me retuerce los intestinos, casi me hace doblarme y
vomitar el pollo con albóndigas que he comido. No quiero dejarlo, ni a él ni a nadie de
nuestro grupo. Pero quizá sea lo mejor.
Esta mañana, durante el desayuno, Jared me invitó a formar parte de la comunidad
de St George. Permanentemente. Me había gustado, así que estoy seguro de que todos
se sentían igual.
Debería irme a primera hora de la mañana. Pasar una última noche con Tyler,
hacer la maleta y salir al amanecer. Será doloroso, pero es necesario. Cuanto más lo
pienso, más ganas tengo de ver a Knox.
Tal vez Tyler elija ir conmigo.
Pero no puedo ponerlo en peligro. Es mejor que se quede aquí.
Como si percibiera mi agitación interior, veo que Tyler me observa mientras bebe
sorbos de una botella de agua. Un niño lo tira de la chaqueta y vuelve a señalar el juego,
rogándole que juegue un poco más. Tyler le dice algo al niño, pero sigue mirándome.
En su mirada, encuentro ardor y necesidad, pero también hay algo más profundo.
Algo que se encajó cuando empujé dentro de él e hicimos el amor hace unas noches.
Cada noche es más intensa que la anterior. Si estuviera leyendo sobre nuestra relación
en un libro, me reiría de lo poco realista que es enamorarse tanto de alguien en tan poco
tiempo.
Pero esto no es un libro.
Es mi realidad.
Estoy obsesionado con Tyler. Lo adoro. Es divertido e inteligente y tan
condenadamente guapo. Nunca me cansaré de querer darle placer tanto dentro como
fuera del dormitorio.
Dejarlo va a doler mucho.
Me obligo a sonreír y luego vuelvo la mirada al suelo, observando mis botas que
aún tienen barro incrustado en las costuras a pesar de haber sido lavadas con manguera
desde el día en que perdimos a Judy y Silas.
Dios, a Silas le habría encantado estar aquí. Hay tantos niños de su edad que son
felices y juguetones. Ninguno de ellos está preocupado por saber de dónde vendrá su
próxima comida o si un rayo los va a fulminar mientras corren o si el suelo se va a abrir 207
para tragárselos enteros.
Pobre Silas. Estuvimos tan cerca de tener esto para él.
No puedo hacer nada por Silas ni por Judy ni por Gerry ni por los demás que
hemos perdido, pero puedo mantener a salvo al resto yendo por mi cuenta.
Esta noche, reuniré al grupo y daré la noticia. Mañana, los dejaré a todos atrás
para partir en busca de mi hermano. Dolerá, pero es necesario. Al menos les debo una
despedida. Irme sin decirles nada sería cruel.
¿Me odiará Tyler?
Por supuesto que lo hará. Pero no para siempre. Sin mí, puede encontrar a alguien
de su edad que viva aquí. Tal vez Amy. Ella ciertamente aprecia su buena apariencia y
parece dulce. Tyler no me necesita. Sólo soy un viejo con el que se quedó atascado. Es
mejor así.
A pesar de mi convencimiento interior, mi corazón protesta, late desbocado ante
la idea de dejarlo aquí. Imaginarme la mano pequeña y femenina de Amy en su hombro
o en su cara o más abajo hace que el asco se me revuelva en las entrañas.
Es mío, maldita sea.
Mañana no lo será.
218
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
Kellen
Aaron nos conduce en círculos hasta que encuentra una vieja gasolinera a un lado
de la carretera. Lleva décadas cerrada, a juzgar por el mal estado y los letreros
anticuados, pero nos servirá para pasar la noche. Se detiene en la parte trasera para que
no nos vean desde la carretera y todos salimos de la camioneta para estirar las piernas.
—Tyler y yo iremos a echar un vistazo al interior —le digo a nuestro grupo mientras
empiezan a descargar sus mochilas y equipo—. Tenemos que asegurarnos de que es
219
seguro y no hay sorpresas escondidas para nosotros.
Los dos nos dirigimos a la puerta trasera y nos asomamos al espacio oscuro y
claramente abandonado. No parece haber nada al acecho. Tyler sacude el picaporte,
pero está cerrado. Sin embargo, una patada bien dada hace que la puerta se abra de
golpe sin oponer resistencia. Linternas en mano, recorremos el pequeño edificio en busca
de personas y provisiones. No encontramos ni lo uno ni lo otro. Sin embargo,
encontramos una familia de ratones a los que no les gusta que los molesten.
Pero es un refugio.
No es tan bonito como el último motel en el que nos alojamos en St. George, pero
seguro que es mejor que acampar a un lado de la carretera.
De vuelta al exterior, Wayne cojea hacia la puerta, apoyando la mayor parte de su
peso en Aaron y Dan.
—Ya estoy echando de menos mi cama —refunfuña Wayne.
Me siento culpable por el comentario. No habría recibido un balazo en el trasero si
yo no hubiera insistido en dejar la comodidad por este infierno en busca de Knox.
—Lo siento —murmuro en voz baja.
Tyler me da un codazo.
—¿Por qué lo sientes?
Intenta hacerme sentir mejor, pero no funciona. Todos estamos aquí por mi culpa.
Después de amontonarnos todos en el pequeño edificio, Dan bloquea la puerta
con un cubo de basura para impedir la entrada de intrusos y de las inclemencias del
tiempo. Colocamos nuestras bolsas de dormir una al lado de la otra en una larga fila, con
Tyler y yo en un extremo y Aaron y Hope en el otro. Wayne se tumba junto a Tyler, que
se apresura a coser la herida de bala de Wayne. Wayne refunfuña por el dolor, a lo que
Hope le echa más mierda por ser un niño. Al final, Wayne está curado y todos listos para
irnos a la cama.
—Intentemos dormir un poco —sugiere Aaron—. Cuando amanezca, trazaremos
un plan y saldremos de nuevo.
Mucho después de que todos se hayan dormido y de que los odiosos ronquidos
de Wayne resuenen a nuestro alrededor, miro fijamente el destartalado techo mientras la
luz gris se filtra lentamente en el espacio.
No tenemos ni idea de lo que nos espera.
Podría ser más de lo mismo: huir de hostiles, actos impredecibles de Dios y
condiciones meteorológicas demenciales, y lesiones que no tenemos por qué tratar
nosotros mismos. Es peligroso y, francamente, estúpido de mierda.
Debería haber luchado más para que todos se quedaran atrás. 220
Cuando llega la mañana, estoy completamente agotado por la falta de sueño y un
poco malhumorado. En lugar de decir algo de lo que me pueda arrepentir porque estoy
de mal humor, cierro los labios y hago las maletas sin aportar mi comentario habitual.
Mientras todos charlan, Tyler no deja de mirarme, con el ceño fruncido. Sabe que algo
no va bien. Soy yo. No estoy bien. Me alegro de que no me pregunte qué me pasa, porque
no sé si soy capaz de expresar lo que siento.
El sueño no tiene nada que ver.
Mi responsabilidad hacia este grupo y Tyler y mi voluntad de llevarlos al corazón
del peligro, son el verdadero problema aquí.
—Hace más calor que ayer —dice Hope mientras Aaron despliega un mapa de
Colorado que nos dio el grupo de St. George—. ¿Se han dado cuenta?
Aaron asiente.
—Espero que siga así.
Mientras Aaron, Dan, Hope y Tyler discuten posibles rutas a Kansas, yo me apoyo
en el lateral de la camioneta, escuchando a Jesse, Wayne y Hailey charlar. Hailey ha
decidido ir atrás con Jesse en lugar de ir delante con su padre. Pretzel ladra alegremente,
añadiendo su granito de arena a la conversación. No digo ni una palabra, sino que
escucho si hay algún problema.
El viento es fuerte hoy, pero Hope tiene razón. No hace tanto frío como anoche.
También puedo oler ese inconfundible aroma a ozono justo antes de una fuerte lluvia de
verano. Me aligera el ánimo considerablemente. Tal vez ya haya pasado el mal tiempo y
el viaje a Ransom sea coser y cantar.
Una gota gorda me golpea la nariz, fría y punzante. Otra me cae en la nuca. Luego
siento el pinchazo de un aluvión de gotas que me asaltan. Aaron recoge el mapa y se
pone adelante, Dan le pisa los talones. Los demás subimos a nuestros sitios habituales
en la plataforma de la camioneta, haciendo sitio esta vez a Hailey, que se sienta entre
Tyler y Jesse. Aaron arranca sin avisar y nos ponemos en marcha.
La lluvia nos toma el pelo durante unos cinco minutos y luego se abren los cielos,
empapándonos en un fuerte aguacero. A pesar de la temperatura más cálida, el agua fría
nos cala hasta los huesos y me preocupa cuánto tiempo podremos aguantar. Todos nos
acurrucamos unos contra otros, usando nuestras chaquetas y mochilas para refugiarnos.
—Primero pasaremos por Elizabeth, Colorado —me dice Tyler entre dientes
castañeteando—. Una vez que estemos en el tramo principal de la autopista 70,
esperamos que todo vaya sobre ruedas hasta Kansas.
Hasta ahora, nada de esto ha sido suave.
Por supuesto que no lo deprimo a él también con mi mal humor.
—Oye —dice en voz baja que apenas se oye por encima del estruendo del motor 221
y la lluvia torrencial—. ¿Todo bien?
—Sólo cansado de esta mierda. —Es una vaga no-respuesta, pero es todo lo que
tengo.
Su mano encuentra la mía y aprieta.
—Lo sé. Ya casi ha terminado. Otras cinco o seis horas y estaremos allí. Todo va
a salir bien, Kell.
En un mundo perfecto, conducir hasta Ransom desde nuestra ubicación actual
sólo nos llevaría unas horas. Nuestro mundo ya no es el perfecto que yo daba por
sentado. Finalmente se está deteriorando sin remedio. Nunca más habrá días fáciles o
aburridos.
Aaron aminora la marcha cuando atraviesa el agua estancada en la carretera. Sólo
tiene unos centímetros de profundidad, pero conduce con precaución. Con la velocidad
a la que está lloviendo, definitivamente vamos a tener que estar atentos a las
inundaciones repentinas. Un día más en este nuevo mundo de mierda.
Llegamos a Elizabeth y es una ciudad fantasma. Los escaparates han sido
tapiados, como en las ciudades que atravesamos desde San Francisco hasta Las Vegas.
Estoy seguro de que podríamos entrar en uno de los edificios para buscar provisiones,
pero por lo que parece, la gente de este pueblo ya se ha llevado todo lo de valor. Pronto,
estamos en el otro lado, continuando nuestro viaje, esta vez hacia Limon.
Otra hora pasa y estamos en la siguiente ciudad de tamaño decente, Limon. Sin
embargo, al igual que Elizabeth, está cerrada. Aaron se acerca a la estación de servicio
para leer un cartel.
Me despierto con el sonido de los motores de los autos que se acercan. Al principio
me pregunto si es un sueño, uno esperanzador en el que las autoridades vienen a
rescatarnos. Tyler, que estaba acurrucado contra mí para darse calor, también se
despierta sobresaltado, esta vez por el ruido de cristales rompiéndose. Es de madrugada
y el sol entra a raudales por las ventanas astilladas, cegándome.
—Hay alguien aquí —sisea Aaron.
El sonido atronador de muchas botas pisando fuerte en el edificio resuena a
nuestro alrededor. Una sombra se eleva sobre mí, bloqueando la luz.
234
—Ese es el saco de dormir de Jade —dice un tipo con voz grave—. Estos son los
ladrones.
Se me hiela la sangre al darme cuenta.
La gente a la que robamos está aquí. Fueron a buscarnos y nos encontraron.
Me quito el sueño de los ojos y me incorporo. El saco de dormir en cuestión cubre
a Hope y Hailey, que miran aterrorizadas a los hombres.
Estos hombres no sólo están enfadados con nosotros por robar. Han venido a
hacernos pagar. Eso es evidente con las múltiples armas que han traído con ellos, todas
ellas apuntando a cada uno de nosotros en nuestro grupo.
—Por favor —empiezo, con la voz rasposa por el sueño—. Fui yo, no las chicas.
Deja que te lo explique.
El hombre arenoso suelta una carcajada.
—¿Oyes eso, Nate? Esta lamentable excusa de hombre no sólo quiere llevarse el
mérito, sino que también quiere explicar por qué tomó la cama de tu mujer embarazada.
Nate, claramente el líder, levanta una enorme bola de flema y me la escupe. Por
suerte, cae sobre la lona que cubre mi cuerpo casi desnudo. Quitarnos la ropa mojada
para dejarla secar nos pareció una gran idea anoche y sin duda nos permitió entrar más
en calor. Ahora, me siento vulnerable y en desventaja con sólo mis calzoncillos.
—Creíamos que estaba abandonada —digo, cruzándome con el líder de ojos
acerados y mirada furiosa—. Nuestra gente estaba hambrienta y herida. Ya habíamos
tomado algunas cosas cuando descubrimos a los niños escondidos.
A Nate se le enciende la nariz.
—La única razón por la que no están muertos ahora mismo es porque esos niños
están intactos. La única razón.
Asiento.
—No somos mala gente. Sólo intentamos llegar a un lugar seguro. Lo siento
mucho.
—Lo siente, Garrett —le dice Nate al otro tipo—. ¿Qué vale lo siento de dónde
somos?
—Nada.
Los ojos de Nate se entrecierran.
—Escucha eso. Nada. Tu arrepentimiento no me sirve de nada.
—¿Qué quieres? —Tyler exige, indignación en su tono—. Como dijiste, si nos
quisieras muertos, ya estaríamos muertos.
Uno de los otros chicos se acerca a Hope y Hailey, mirándolas con interés. 235
—Veo algo que quiero.
Antes de que Aaron pueda golpear al tipo, Nate gruñe.
—Ya basta, Ed. No comerciamos con mujeres.
Ed se ríe como si estuviera bromeando. Algo me dice que, si el hombre más grande
no fuera su líder, Ed no tendría ningún problema en llevarse a una de nuestras chicas o
a las dos para compensar nuestras transgresiones.
—Entiendo que hemos metido la pata —vuelvo a decir, esperando un tono
diplomático—. Podemos devolverte todo lo que tomamos y más si nos dejas en paz. Es
todo lo que queremos.
Garrett se anima.
—¿Y más?
Tyler se tensa a mi lado pero no pronuncia palabra.
—Sí —digo con un suspiro resignado—. Encontramos cúteres, agua embotellada,
frutos secos y tazas de fideos. Puedes quedártelo todo más todo lo que nos llevamos.
Jesse maldice en voz baja y Hope emite un gemido. Sé que eso nos dejará otra
vez sin provisiones, pero nuestras vidas son más importantes en este momento. Podemos
encontrar más provisiones, cosas abandonadas, como aquí, en la oficina de correos. No
volveré a cometer ese error.
—¿Eres su líder? —pregunta Nate, inclinando la cabeza hacia un lado, la boca de
su pistola que apunta a mi cara nunca vacila.
—Sí —suelto, pensando que se siente mal.
Un verdadero líder no habría llevado a su gente a esta situación. Sólo soy un tipo
roto tratando de sobrevivir. Nada especial. Nada más.
—De acuerdo entonces —dice Nate, haciendo un gesto con su arma—. Vístete.
Tú y yo vamos a dar un paseo hasta tu alijo de provisiones mientras mis hombres se
aseguran de que los tuyos no hagan ninguna estupidez.
Tyler empieza a decir algo, sin duda una discusión de algún tipo, pero le
interrumpo con un fuerte movimiento de cabeza. Me levanto rápidamente y empiezo a
ponerme la ropa, casi seca. Una vez me atadas las botas, hago un gesto con la cabeza a
Nate y luego señalo hacia la parte de atrás.
—Después de ti —dice con un gruñido—. Por el bien de ambos, esperemos que
lo que prometes exista de verdad.
Mi estómago gruñe hambriento y ojalá se me hubiera ocurrido separar las
provisiones en caso de una situación así. Claro que es imposible que lo hubiera sabido.
Ahora tengo que dejarlo todo para que esta gente se vaya.
236
De nuevo me invade la culpa, esta vez por los míos, no por los suyos.
Le guío hasta la sala de descanso, donde han sacado la comida y el agua de los
armarios y la han colocado en una de las mesas. Lo mira con curiosidad, pero no hace
ademán de tocarlo.
—¿Alguno de esos contenedores sobrevivió? —Nate pregunta—. ¿O los
masacraste todos para hacer mantas?
—Hay más.
—Ve por uno y carga nuestras cosas.
Sus cosas.
En lugar de pronunciar alguna palabra que me haga disparar, me dirijo a la parte
del almacén del edificio para localizar uno de los grandes contenedores rodantes. Lo
empujo hasta la sala de descanso y me detengo cerca de la puerta.
—Ponlo ahí —dice Nate, moviendo su arma de la mesa a la papelera—. No tengo
todo el día.
Cargo la comida y el agua que podría habernos llevado hasta Ransom, Kansas,
pero que ahora es una ofrenda de paz para el grupo al que robamos. Se me retuercen
las entrañas de dolor. Cada día, mi capacidad de decisión es peor y más desesperada.
Muy pronto, no seré mejor que esas personas que han intentado hacernos daño en todo
momento desde que bajamos del barco en California.
Mamá estaría muy orgullosa.
Al pensar en mi madre, el hambre se convierte en náuseas que me revuelven las
entrañas. La bilis me sube por la garganta y tengo que tragar con fuerza para mantener
el ácido en el estómago donde debe estar.
Una vez que he recogido completamente la mesa, me giro para mirar a Nate.
—¿Y ahora qué?
Me estudia durante un tiempo incómodamente largo y luego dice:
—¿Qué hacías antes de esto?
—¿Importa?
—A mí sí.
—Dirigía una empresa de adquisiciones en San Francisco. Estaba en lo alto del
edificio cuando llegó el tsunami.
Sus cejas se levantan.
—¿Eras un traje elegante en la ciudad?
—Sí.
Nate baja el arma y una sonrisa se dibuja en sus labios.
—Vendía seguros. Tenía mi propia empresa. Míranos ahora.
237
Dos hombres de negocios convertidos en líderes de grupos salvajes empeñados
en sobrevivir.
—El mundo se ha ido al infierno —admito—. Sólo quiero encontrar algún lugar
donde refugiarme y tratar de sobrevivir a esta mierda.
Nate asiente. Luego se mete la pistola en la funda. Lo observo mientras saca varios
vasos de fideos, paquetes de frutos secos y un paquete entero de agua embotellada.
—Considera esto una amabilidad inmerecida de un alma gemela.
Miro sorprendido el pequeño montón de tesoros de valor incalculable que queda
sobre la mesa.
—Uh, gracias, hombre.
Nate se encoge de hombros.
—Vamos a dejarlos en paz. La próxima vez que se desesperen, puede que no se
encuentren con otra gente buena como nosotros. La próxima vez puede que sus hombres
sean torturados y sus mujeres violadas. Esta vez han esquivado una bala. No dejen que
se desperdicie.
Sin decir nada más, Nate se marcha.
Cuando su grupo se ha ido, con el estruendo de los motores de sus camionetas
señalando su salida, Tyler se apresura a entrar en la sala de descanso. Al verme vivo y
de una pieza, de pie junto a algunos suministros que se habían dejado atrás, suelta un
suspiro de alivio.
No merezco el abrazo feroz que me da, pero como las cosas que Nate dejó atrás,
lo tomo con gratitud de todos modos.
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
Tyler
Otro día entero de viaje a pie y todo el mundo está al límite de sus fuerzas. Nadie
habla ni bromea. Sin embargo, seguimos echando un vistazo a nuestras cada vez más
escasas provisiones. Al menos, hoy hace sol y algo de calor cuando cruzamos la frontera
entre Colorado y Kansas unas siete horas más tarde.
La ciudad de Kanorado -a algún brillante listillo se le ocurrió ese nombre- es
pequeña y no tiene mucho más que una gasolinera cerrada, un viejo cementerio, un
238
parque y una cafetería de mala muerte.
—Yo, Jesse y Wayne tomaremos el mando esta vez —dice Aaron—. El resto puede
sentarse y tomarse un respiro. Recemos para que esta cafetería tenga algo que ofrecer.
Kellen aprieta los dientes, pero no discute. Desde el último viaje de
aprovisionamiento, en el que nos siguieron y nos robaron a punta de pistola, Kellen ha
dejado de ser nuestro líder de buena fe y Aaron ha ocupado su lugar. Aunque Kellen nos
ha hecho pasar por muchas cosas y ha tomado decisiones rápidas que nos han salvado
muchas veces, estoy agradecido de que mi hermano le esté dando un respiro. Algo está
carcomiendo a Kellen por dentro y está nublando cada uno de sus movimientos.
En un mundo normal, sin todo este caos, si el chico con el que tuviera una relación
tuviera problemas, podríamos sentarnos en el sofá y hablarlo. Este mundo apocalíptico
no permite esos lujos. Tenemos que absorber lo que sea que estemos tratando
mentalmente o, de lo contrario, podríamos distraernos y, en última instancia, ser
literalmente succionados por la tierra. No sería la primera vez que perdemos gente de
esa manera.
Espero que lo que sea que le esté molestando de verdad desaparezca. Todos
hemos tomado decisiones -buenas o malas- con la esperanza de mejorar nuestra
supervivencia. Agonizar por el qué podría haber sido es una pendiente resbaladiza.
—¿Ya hemos llegado? —Hailey pregunta lastimosamente.
Pretzel también aúlla sus penas, lo que nos hace sonreír a Hope y a mí. Dan y
Kellen siguen cavilando.
—No se preocupen, Dorothy y Toto, ahora estamos en Kansas —dice Hope, con
una leve mueca de dolor mientras se ajusta la férula improvisada en el brazo herido, una
férula rudimentaria hecha con un palo que encontramos al azar y parte de su camisa.
—¿Dorothy? —pregunto al mismo tiempo que Hailey pregunta—: ¿Toto?
Esto rompe por fin el adusto humor de Dan y Kellen, que nos miran incrédulos.
—¿Qué? —Refunfuño—. La mujer habla con acertijos.
Hope sacude la cabeza decepcionada.
—De todas formas, ¿qué aprenden estos días?
—Sigo sin entenderlo —dice Hailey con un resoplido.
—El Mago de Oz —responde Dan con las cejas levantadas—. ¿Te suena?
—Sé lo que es El Mago de Oz —murmuro—. Sólo que nunca lo he visto ni nada.
—Yo tampoco —añade Hailey, encogiéndose de hombros—. ¿No es en blanco y
negro? Parece vieja y aburrida.
Dan grazna.
—Me hieres, niña.
239
Kellen y Hope se ríen a costa mía y de Hailey.
—Hardy har —le digo.
Un brillo en los ojos de Kellen me alegra el corazón. Ahí está mi chico. Ha quedado
enterrado bajo el estrés de sobrevivir, pero debajo sigue ahí. Cuando por fin aterricemos
definitivamente en algún lugar, podré descubrir cada una de sus capas y apreciar su
imagen completa.
Cuando me acerco a él, sus músculos se relajan y me envuelve en un abrazo muy
necesario. Lo abrazo fuerte, inhalando su aroma almizclado que me ha llegado a encantar.
Si alguna vez nos duchamos con regularidad, puede que no reconozca su olor.
—¿Qué te hace tanta gracia? —pregunta, con su aliento haciéndome cosquillas
en el cabello.
—Sólo pensando en lo mal que apestamos.
Suelta una carcajada.
—Me alegro de que te divierta. A mí, desde luego, no.
—Me gusta tu hedor —me burlo, mordiendo juguetonamente su hombro.
Sus palmas encuentran mi trasero y me da un fuerte apretón en ambas nalgas.
—Eres extraño, hombre. Muy, muy extraño.
—Puedo estar de acuerdo con eso —murmura Hope, habiendo escuchado nuestra
conversación—. Los dos tendrán jabón en sus calcetines para Navidad.
Sus palabras me oprimen el pecho. Estas personas, estos desconocidos, se han
convertido en mí familia en tan poco tiempo. Saber que, una vez que estemos a salvo,
todos planeamos seguir juntos me reconforta.
Seguimos jugando y provocando hasta que un estruendoso disparo resuena en la
ciudad. Y luego otro.
Todo el humor se desvanece a medida que se me escapa la sangre.
Mis hermanos.
Kellen sale corriendo hacia el ruido. Le ladro a Dan que vigile a las chicas mientras
ambos corremos tan rápido como nos permiten nuestras piernas. Antes de llegar a la
cafetería, una camioneta aparece por detrás del edificio, con los neumáticos chirriando
mientras arranca. Tenemos que zambullirnos detrás de un vehículo abandonado para
escapar del atropello. Un cristal rompe las ventanillas del auto tras el que nos
escondemos como último regalo de despedida del camionero. En cuanto el estruendo
del motor se aleja, levanto la cabeza para ver adónde han ido. Por suerte, no van en
dirección al resto de los nuestros.
240
Los gritos de Aaron se oyen dentro de la cafetería. El pánico me consume mientras
corro a ciegas hacia el sonido de sus lamentos.
Por favor, que mi hermano esté bien.
Por favor.
Empujo a través de la puerta destrozada de la cafetería, siguiendo el sonido de la
voz de Aaron. Estoy tan concentrado en llegar hasta él que no me doy cuenta de que hay
un obstáculo en mi camino. Mis pies se enredan en un par de gigantescas piernas
calzadas y caigo de cara sobre una enorme barriga que se sacude por el impacto.
Me levanto bruscamente y miro a la persona que está en el suelo. Su rostro ha
desaparecido, la sangre y las vísceras lo rodean y se acumulan bajo lo que queda de su
cabeza.
Wayne.
No. No. No.
Kellen me agarra del brazo y me levanta de un tirón. Maldice cuando llega a la
conclusión de que es Wayne.
—Vamos —gruñe—. No hay nada que podamos hacer por él ahora.
El mundo gira a mi alrededor y me tambaleo tras Kellen, con el miedo atascándome
la garganta y provocándome arcadas. Nos abrimos paso hasta la cocina, siguiendo una
mancha de sangre como si hubieran arrastrado a alguien por las baldosas grasientas, y
descubrimos a mis hermanos en el suelo, cerca del congelador.
Aaron está cubierto de sangre y solloza desconsoladamente. Al principio, creo que
está herido, pero entonces veo a mi hermanito en sus brazos, con la sangre filtrándose
por la parte delantera de su chaqueta.
—Jesse —grito, dejándome caer a su lado—. ¿Qué ha pasado?
—Ese hombre les disparó —gruñe Aaron—. ¡Sin motivo alguno! Estábamos siendo
obedientes.
Concentrándome en Jesse, empiezo a abrirle la chaqueta para evaluar sus heridas.
Pequeños agujeros sangrantes cubren su pecho, que parece inusualmente pálido. Tiene
los ojos cerrados y, por un momento, pienso que está muerto. Cuando le tomo el pulso y
aún se lo siento, suspiro aliviado.
Disparo de escopeta en el pecho, pero estaba claramente más lejos que Wayne.
Su escopeta casi le arranca la cabeza. Jesse todavía tiene una oportunidad.
Fuera se oyen más disparos y me pregunto si el autor habrá vuelto para acabar
con todos. Kellen sale como un cohete a investigar. Aaron no puede hacer nada más que
abrazar a nuestro hermano pequeño y sollozar sobre su cabello revuelto.
—Se va a poner bien —le miento a Aaron—. Cálmate, hombre. Cálmate por él y 241
ayúdame.
La cara roja y húmeda de Aaron se tuerce en una expresión de incredulidad.
—¿Ayudarte a qué, Ty? Está muerto.
—Todavía no —digo bruscamente.
—Pero lo estará pronto —me responde siseando—. Por si no te has dado cuenta,
no hay hospitales cerca. Estamos aquí solos. Nadie puede ayudarnos. No eres médico,
por mucho que nos gustaría que lo fueras.
Sus palabras duelen, pero la idea de perder a Jesse duele más. Haciendo caso
omiso de la perorata de Aaron, tomo unas toallitas de papel y hago lo que puedo para
ponerle vendas en las heridas. Quizá si detengo la hemorragia, gane tiempo para sacar
los perdigones, las balas o lo que sea que tenga dentro. Entonces encontraré algo con lo
que coserlo.
Unos pasos pesados entran en la cafetería. Me alivia que Kellen haya vuelto, pero
entonces oigo otras voces. No las de Dan, Hope o Hailey. Extrañas.
Las voces ladran órdenes a las que no encuentro sentido. Lo único que puedo
hacer es intentar ayudar a mi hermano. Cuando alguien me agarra y me arrastra, empiezo
a gritar y a dar puñetazos.
—Amigo, cálmate —gruñe un tipo contra mi oído—. Deja que Vince lleve a tu chico
con la Dra. B.
¿Dra. B?
Caigo rendido en sus brazos, deseando contra toda esperanza que se trate de un
amigo y no de un enemigo. Mis ojos se posan en los de Kellen, que asiente. Los recién
llegados parecen preparados para estas situaciones, porque traen una camilla parecida
a las que empujan los paramédicos.
Cargan con pericia a Jesse en la camilla y luego manejan el aparato por encima
de los cristales rotos y los escombros de la cafetería.
—Soy Owen —dice el tipo detrás de mí—. La gente de la doctora llevará a tu chico
al hospital. La Dra. B es el verdadero negocio.
Otro tipo de cabello blanco y ojos amables ayuda a Aaron a ponerse en pie.
—Soy el padre de Owen, Richard. Si no fuera por ustedes, nunca hubiéramos
atrapado a ese pedazo de mierda.
—¿Quién? —Aaron balbucea—. ¿El tipo que disparó a mi hermano y mató a
Wayne?
Richard asiente.
—Se llama Holt. Estaba con el grupo de Goodland pero luego perdió la maldita
cabeza. Sabíamos que probablemente se estaba escondiendo aquí, en esta pequeña
242
ciudad, pero fue capaz de evadirnos. Bueno, hasta que aparecieron ustedes y lo hicieron
volar su tapadera.
—El imbécil secuestró a mi hermana pequeña. Por eso lo hemos estado
persiguiendo —gruñe Owen—. Y si hizo algo más que secuestrarla, va a desear que le
hubiéramos disparado cuando lo atrapamos.
—¿Todavía está vivo? —Aaron sisea—. ¡Mató a mi mejor amigo!
—Y será castigado severamente —dice Richard, asintiendo enfáticamente—.
Ahora vamos. Pueden hacer autostop con nosotros de vuelta a Goodland.
Me invade la aprensión por tener que estar a merced de otro grupo, pero tienen a
mi hermano con ellos y tienen un doctor. No tenemos más remedio que confiar en ellos.
Cuando salimos, encontramos al resto de nuestro grupo hablando con una de las
mujeres del grupo de Goodland. No hablamos mucho mientras todos encontramos sitio
en los distintos vehículos. Me separo de Kellen y acabo compartiendo un pequeño sedán
con Aaron en el asiento trasero y dos tipos calvos delante. Mientras nos alejamos, veo a
una mujer que ayuda a una joven de mi edad, visiblemente conmocionada, a subir a una
camioneta grande en la que Owen ya está al volante.
Espero que esta gente sea buena.
La vida de Jesse está en sus manos.
El viaje en auto hasta la ciudad de Goodland pasa borroso. El agotamiento y el
hambre se toman un respiro mientras la desesperación y el miedo por la vida de mi
hermano se apoderan de mí.
No puedo perderlo.
No puedo perder a Jesse.
Un sollozo me ahoga la garganta, pero consigo tragármelo. Aaron llora
abiertamente, sin vergüenza. Su dolor sale a borbotones mientras yo intento
desesperadamente que no se escape el mío.
Pasamos por un puesto de control vigilado que me recuerda a St. George. Los
curiosos guardias nos observan a través de las ventanillas mientras pasamos. Uno de
ellos nos hace un gesto con la cabeza, pero soy incapaz de devolvérselo.
Poco después de entrar en la pequeña ciudad y girar unas cuantas calles, el
conductor de nuestro vehículo entra a toda velocidad en el estacionamiento de un centro
médico. No es exactamente el hospital que imaginaba, pero algo es algo. Mucho más de
lo que teníamos sin la ayuda de estos desconocidos.
Antes de que consiga parar el auto, Aaron y yo ya estamos fuera de él, corriendo
hacia las puertas principales del edificio. Una mujer con bata azul nos detiene con las
manos levantadas.
243
—Oigan, bajen la velocidad. Sólo se permite entrar al personal autorizado.
El conductor de nuestro auto le planta un beso en la cara.
—No pasa nada, cariño. Están con el chico que acaban de traer. Se lo debemos a
esta gente por haber atrapado a Holt.
—¿Y Deedee? Carl, ¿dónde está Deedee? ¿Sigue viva?
—Dee está a salvo, Karen. Ahora está con sus abuelos y su hermano.
Karen deja escapar un suspiro.
—Gracias a Dios. Bien, vamos, ustedes dos. Los llevaré a una sala de espera.
—Quiero ver a Jesse —suelto—. Por favor.
Karen asiente.
—Lo sé, pero la Dra. B es estricta con su quirófano. Que sepas que tu hermano
está en buenas manos. Si alguien puede ayudarlo, es la doctora B. Es una cirujana de
Denver que estaba aquí visitando a su hermana cuando empezaron a ocurrir todas las
cosas terribles. Tenemos suerte de tenerla.
Sorprendido por la noticia, asiento y sigo a la enfermera al interior del edificio, con
Aaron pisándome los talones. Nos conduce a una pequeña sala con una máquina
expendedora y algunas sillas.
—Hay un cubo con dinero encima de la máquina —dice Karen, haciendo un
gesto—. Sírvanse algo de comer. Solo les pedimos que tomen un bocadillo y una bebida
por persona.
Niego con la cabeza. Ver una máquina expendedora que funciona y a la que no
tenemos que destrozar y robar es ciertamente surrealista a estas alturas. Karen le da otro
beso a Carl antes de dejarnos con él y el otro tipo.
Aaron se deja caer en una silla y entierra la cara entre las manos. Voy por bebidas
y aperitivos. Es surrealista estar aquí cuando ayer a estas horas estábamos en la calle.
Hasta ahora, todo aquí se siente normal, ajeno al drama que destruye el resto del mundo.
Consigo que Aaron coma algo. Para cuando engullo mi paquete de donas
espolvoreadas, aparece Kellen con el resto de nuestro grupo. Hope corre hacia Aaron y
se sienta a su lado, ofreciéndole suaves seguridades.
La mirada de Kellen se posa en mí, haciéndome un agujero. Levanto los ojos
cansados para mirarlo. La versión más oscura del humor de Kellen ha vuelto. La culpa
empaña su atractivo reflejo, tirando de las comisuras de sus labios hacia abajo y formando
una arruga entre sus cejas.
Necesito su consuelo ahora mismo.
Jesse casi muere. Todavía no está fuera de peligro. 244
Al principio, creo que Kellen va a mantener las distancias, prefiriendo rumiar en
lugar de consolarme, pero en el último segundo, su mirada se suaviza. En un par de
rápidas y largas zancadas, se desploma en la silla junto a mí y me atrae hacia él.
No lloro, ni me enfado, ni hago nada.
Lo único que hago es aspirar el olor familiar de Kellen, cerrar los ojos y rezar a
Dios para que mi hermano llegue al otro lado.
CAPÍTULO TREINTA Y
NUEVE
Kellen
Debería haber ido con ellos en lugar de dejar que Aaron tomara la iniciativa.
Tal vez si hubiera ido, Wayne seguiría vivo y Jesse no habría recibido un disparo. 245
Tal vez podría haber convencido a ese Holt.
Mis remordimientos van en aumento hasta que tengo la sensación de que van a
derrumbarse a mi alrededor junto con mi cordura.
Sabía que debía haber anulado la decisión de Aaron, pero no lo hice. Y ahora me
siento responsable de todo lo que ha pasado. Si Jesse muere, no creo que pueda volver
a mirar a Tyler a los ojos.
Una o dos horas después de nuestra llegada, una mujer con bata negra se acerca
a nosotros. Sonríe, dejando ver un pequeño hueco entre sus dos dientes delanteros. Esa
sonrisa tiene que ser una buena señal.
—Soy la doctora Bellafleur —dice la mujer con un ligero acento francés—. Pueden
llamarme Dra. B. Pude curar a Jesse.
Aaron emite un sonido estrangulado de alivio y Tyler da un puñetazo al aire. El
resto del grupo sonríe aliviado.
—Ustedes deben ser los hermanos —dice la Dra. B—. ¿Por qué no vienen ustedes
dos? El resto puede caminar una cuadra hacia el este hasta la iglesia. Pregunten por
Mary. Mi hermana dirige el refugio allí y les conseguirá un lugar donde quedarse.
Aaron y Tyler siguen al doctor. Los demás salimos. Mientras que el sol había
brillado antes, una espesa capa de nubes se ha desplazado por el cielo. Huelo a humo y
me pregunto qué parte de nuestra gran nación estará ardiendo esta vez. Lo que queda
de nuestro pequeño grupo cojea camino de la iglesia.
Mary, una mujer idéntica a la doctora B, con el mismo espacio entre los dientes y
los mismos ojos, nos saluda alegremente con el acento francés que también tiene su
hermana.
—Me he enterado de lo de su grupo —saluda Mary—. Siento mucho lo del tipo
que no sobrevivió. Holt será juzgado por su asesinato. No se preocupen.
Asentimos, demasiado cansados para decir mucho más.
—Vamos. —María nos hace un gesto para que la sigamos a la iglesia—. Déjenme
mostrarles el lugar.
La iglesia parece un lugar lleno de vida. Niños de distintas edades juegan en
pequeños grupos en el vestíbulo, donde se han instalado juegos y juguetes. Más allá del
vestíbulo hay una sala de reuniones de tamaño decente que parece haber sido utilizada
para cenas populares. Se ha convertido en una cafetería para los habitantes del refugio.
Mary saluda con la mano a una mujer canosa que barre los restos de la última comida.
Pasada la cafetería y a través de otro pasillo, encontramos el santuario. Quedan algunos
bancos cerca del púlpito, pero el resto han sido retirados y sustituidos por catres y
algunas zonas con cortinas.
—A las familias se les permite su propia 'habitación' para que tengan intimidad —
dice Mary con una sonrisa—. ¿Supongo que quieren estar todos juntos? Si no, hay
246
muchos catres aquí al aire libre, pero suelen reservarse para los rezagados que nos
encontramos.
—Permaneceremos juntos —acepto asintiendo—. Gracias.
Mary nos muestra uno de los lugares con cortinas.
—Hay duchas disponibles en el motel local, pero tendrán que hablarlo con Paula,
la que barría cuando llegamos, y ella los pondrá en el horario, además de repasar las
reglas.
—¿Reglas? —pregunta Hope con una mueca.
—Nada demasiado descabellado —dice Mary con una risita—. Cosas sencillas
como limpiar lo que ensucies, no volverte loco usando el champú comunitario y demás,
y oh, no tardar más del tiempo asignado.
—¿Qué pasa si te pasas? —pregunta Dan, con el cuerpo tenso—. ¿Cuál es el
castigo?
Mary nos estudia a cada uno durante un momento y luego su sonrisa vacila.
—Todos han pasado por mucho. Me doy cuenta. No serán castigados. Sólo se les
recordará. Si tardan mucho, Paula se asegurará de que la próxima vez les toque más
tarde. Y, si eres reincidente, te pondrá el último. El último en salir de la noche se encarga
de fregar la ducha y rellenar los productos comunitarios.
Me relajo sabiendo que no es nada terrible.
—¿Cómo hacemos para conseguir provisiones? —pregunto, bostezando—. No
tenemos de todo.
La sonrisa de Mary ha vuelto con fuerza.
—Los residentes de Goodland han ofrecido voluntariamente su tiempo para hacer
paquetes para cada visitante que se aloja aquí. Las han separado por tamaños. Haré que
les traigan mochilas a todos. Sólo tienen que rellenar el formulario de su catre y
entregárselo a Paula o a mí. —Me da un apretón en el brazo—. ¿Por qué no se acomodan
todos y ya veremos cómo los organizamos?
Los siguientes minutos son una locura de lágrimas, de meter cosas en mi mochila
y de maldecir a ese estúpido. ¿Cree que puedo quedarme aquí sentado mientras él se
aventura solo en territorio peligroso? No puede ser. Morirá ahí afuera él solo. Este mundo
está demasiado jodido como para ir sin nadie que te cubra las espaldas. Podría pasar
cualquier cosa. Ni siquiera puedo empezar a pensar en ello o voy a vomitar.
Una mano firme me agarra el hombro y me la quito de encima.
—Tyler —dice Aaron—. Cálmate. ¿Qué está pasando?
Me tiembla el labio inferior mientras le empujo la carta arrugada.
—Me dejó.
Aaron frunce las cejas.
—¿Kellen se fue?
Me echo la mochila al hombro y espero impaciente a que hojee la carta. Cuando
termina, aprieta los dientes y me mira con el ceño fruncido.
—Tengo que ir tras él —le digo con voz temblorosa. 256
Asiente.
—Todos lo haremos.
Kellen tiene razón. No es seguro que Hope o Jesse viajen. Pero no tenemos otra
opción. Es parte de nuestro grupo y ahora se ha ido. Completamente solo. Nadie querrá
quedarse sentado preguntándose qué le ha pasado, si está muerto, vivo o herido.
Te aseguro que yo no puedo esperar ni un segundo más.
CAPÍTULO CUARENTA Y
UNO
Kellen
En un mundo perfecto, podría ir en auto de Goodland a Ransom en poco más de
dos horas. En bicicleta, podría llegar en once horas. Sin embargo, viajando a pie y con
peligros imprevistos a cada paso, el tiempo estimado de caminata de más de cincuenta
257
horas será más bien de sesenta o setenta.
Algo menos de tres días.
Puedo hacerlo.
De un modo u otro, llegaré a mi destino en Kansas y conoceré el destino de mi
hermano. He llegado hasta aquí, así que no puedo permitirme no llegar hasta el final.
¿Qué dirá papá cuando llegue?
¿Me encontraré con su hostilidad habitual?
¿Y si nunca llegaron?
Dejo de pensar en mi familia cuando otra fuerte ráfaga de aire casi me hace caer
de trasero. Es como si la I-70 fuera el interior de una pajita y alguien poderoso y súper
molesto estuviera en el otro extremo, intentando como loco soplarme hasta ayer.
Al menos el aire es cálido.
Pequeña victoria.
Sin embargo, el frío a mis espaldas y el calor delante me tienen preocupado por
otro tipo de problema meteorológico.
Tornados.
Un auto, al otro lado de la interestatal, circula lentamente entre autos destrozados
y escombros. La mayoría de las carreteras que hemos encontrado hasta ahora están
bloqueadas, dañadas, han desaparecido por completo o están vigiladas por gente
desagradable.
Sigo manteniendo la esperanza de llegar a una zona de civilización que haya
recibido ayuda militar o de alguna otra agencia gubernamental. Pero con cada auto
abandonado y cada edificio saqueado que encuentro, esa esperanza disminuye más y
más.
Los Estados Unidos tal y como los conocía han desaparecido.
Supongo que también es así en el resto del mundo.
Gerty, el asteroide que causó todo esto hace décadas y décadas cuando se
estrelló contra nuestra luna, es responsable de la ruina definitiva de la humanidad.
Me estremezco ante los oscuros pensamientos. Aparte de mis viajes de
culpabilidad, mis pensamientos nunca se adentraban demasiado en el abismo cuando
estaba con Tyler.
Era un bote salvavidas.
Uno que necesitaba desesperadamente.
Me he aferrado a él desde aquel fatídico día en que la ola de furia devoró la ciudad
de mi hogar. Ahora es el momento de nadar por mi cuenta. No puedo dejar que los
pensamientos miserables me consuman. Me ahogaré y he llegado demasiado lejos para
258
hacerlo.
Las horas pasan terriblemente lentas. Estoy agradecido por mis nuevas zapatillas
gracias a la gente de Goodland. Me quedan perfectas y no me hacen ampollas como las
botas. Sin embargo, las he atado a la parte trasera de mi mochila, porque si me encuentro
con cualquier otro terreno aparte del asfalto, las voy a necesitar.
Las imágenes de la sonrisa sexy de Tyler siguen apareciendo en mi mente. Es una
tortura y me cuesta un gran esfuerzo apartarlas. Concéntrate en el camino. Mantén el
rumbo.
Viajo por la interestatal hasta que se hace de noche. Necesito buscar refugio para
pasar la noche, descansar y reagruparme para otro par de días de viaje. Sería estupendo
que alguno de los autos con los que me cruzo funcionara. Pero no es mi suerte.
Mi mente vuelve al pasado, pero esta vez muy atrás.
Kellen está tenso y sentado en el asiento del copiloto. Nos acercamos a Ransom y
todo a nuestro alrededor está completamente devastado por los tornados. Las casas han
sido arrasadas, los árboles no son más que palos en el suelo y hay escombros por todas
partes.
Tengo una sensación de hundimiento en las entrañas.
Al parecer, Kellen se siente igual porque tamborilea nerviosamente con los nudillos
en la ventanilla lateral y se agita en su asiento. Quiero asegurarle que su familia y su
granja están bien, pero no soy de los que dan falsas esperanzas.
Al pasar por la pequeña ciudad de Collyer, Kansas, nos maravillamos de que la
iglesia de ladrillo sea lo único que queda en pie. Alguien ha marcado el ladrillo con un
bote de spray.
El fin está aquí. Arrepiéntete antes de que sea demasiado tarde.
Varios hombres salen de la iglesia, escopetas en mano, y nos observan con
miradas de advertencia mientras pasamos. Les hacemos un respetuoso gesto con la
cabeza, pero no nos detenemos ni un segundo.
Hace tiempo que ha dejado de llover, pero el viento sigue soplando. Hay neblina,
el humo de los incendios cercanos cubre de hollín el vehículo blanco. Saber que somos
capaces de atravesar estas cosas en auto en lugar de que Kellen las recorra solo es,
como mínimo, un alivio.
Pronto nos desviamos de la antigua autopista 40 por la 531 que nos llevará
directamente al sur de Ransom. Según el mapa, nos quedan entre treinta y cuarenta y
cinco minutos antes de llegar a la ciudad.
Kellen se pone cada vez más ansioso mientras conducimos. Salimos esta mañana
antes del amanecer, sin molestarnos en desayunar. Ahora me ruge el estómago y me
pregunto si deberíamos hacer un descanso.
—Encontraré algo de comida —gruñe Kellen—. Sigue conduciendo.
Busca en la parte de atrás, rebusca y vuelve con una bolsa que me envió Mary.
Dentro hay unos cupcakes de arándanos, tiras de cecina casera y algunos frutos secos.
Comemos mientras cabalgamos en silencio contemplativo.
Estoy nervioso por conocer a Knox. Su familia no parece tan unida como mis
hermanos y yo. ¿Y si Knox me rechaza? O peor aún, ¿y si rechaza a su propio hermano? 268
Una sensación de asco me revuelve las entrañas, haciendo que los cupcakes se
me agrien en el estómago.
Pase lo que pase, Kellen y yo estaremos juntos. Será en Ransom o Goodland o
algún otro lugar. No importa, estaremos juntos.
La ciudad de Ransom no es gran cosa. Es vieja y está bastante vacía, salvo por un
par de iglesias, un banco, un restaurante y una escuela. En un abrir y cerrar de ojos,
atravesamos la parte principal del pueblo sin problemas y estamos en las afueras. Cuando
llegamos a un camino de tierra, Kellen me hace un gesto para que me detenga.
—¿Es aquí? —pregunto, señalando el pequeño cartel de madera con el nombre
Bennett y el número de la carretera grabados en él.
Asiente y me dirige una mirada suplicante.
—Déjame ir solo. Por si hay problemas.
Resoplo una carcajada.
—¿En serio?
Sin responder, sale del lado del acompañante y se reúne conmigo en el lado del
conductor. Abre la puerta y me desabrocha el cinturón. La ira se apodera de mí mientras
salgo.
—¿Todo lo que hablamos era mentira? —Exijo, con la voz temblorosa por el dolor.
Se deja caer en el asiento y luego apoya la cabeza en el volante. Me quedo cerca,
con los brazos cruzados sobre el pecho, esperando una respuesta. Tengo ganas de
frotarle los hombros para quitarle la tensión, pero estoy enfadado con él, así que me
abstengo.
—Kellen —grité—. Háblame. Me lo prometiste.
Se incorpora y suelta un fuerte suspiro antes de lanzarme una expresión tan
desconsolada que se me evapora toda la rabia.
—Lo siento. No era mentira. Te quiero conmigo. Es sólo que...
—¿Es sólo qué? —Frunzo el ceño mientras considero otra posibilidad—. ¿Te
avergüenzas de mí? ¿De estar con un hombre?
Me mira como si lo hubiera abofeteado.
—¿Qué? No, claro que no. Es que estoy muy nervioso por ver qué ha sido de la
granja de mi tío. Creo que tengo miedo de que me vea como un gran fracaso.
A veces es muy denso.
Cierro la puerta de su auto y troto hasta el lado del copiloto. Me siento y agarro su
mano con la mía.
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—Podemos enfrentarnos a esto, a lo que sea —juro, con palabras feroces—,
siempre que lo hagamos juntos. Nunca volverás a estar solo, Kellen. ¿Entendido?
Sus labios se curvan en una sonrisa tímida.
—Sí, lo entiendo.
Mis labios se encuentran con los suyos y le doy un beso rápido y tranquilizador.
Luego le aprieto la mano y señalo con la cabeza el camino de tierra.
—Hagámoslo.
EPÍLOGO
Kellen
Cuando consigo girar los diales del candado de combinación que nunca ha
cambiado en todos estos años, abro la puerta y la atravieso, con una sensación de paz
que me invade. Tyler tenía razón. Pase lo que pase aquí esta mañana, lo seguiré teniendo
a él. Seguiré teniendo a nuestro grupo de amigos y a sus hermanos. Tenemos gente con
la que podemos vivir en Goodland. No toda la esperanza está perdida.
La granja del tío Mason y la tía Beth aparece a la vista. De nuestras visitas aquí
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surgieron muchos buenos recuerdos. Era la parte de la vida en el campo que me
encantaba sin todo el trabajo duro y estresante que suponía vivir en el rancho de papá.
Siempre había deseado que papá se relajara como el tío Mason y viviera la vida en lugar
de intentar controlar todos sus movimientos.
Aparece un hombre con una escopeta. A su lado hay una mujer con una gorra que
dice positividad tóxica sea lo que sea lo que eso signifique. Ambos están tensos mientras
conduzco el vehículo hasta la casa, estacionando en el mismo sitio que solía hacerlo papá.
El hombre de complexión fuerte y hombros anchos es el mismo que sostuve en
mis brazos cuando sólo tenía doce años. Me maravillé al ver a aquel pequeñín que tenía
unos pulmones impresionantes mientras lloraba. Cuando le hablé y le dije:
—Encantado de conocerte, hermanito —dejó de llorar y me miró con ojos grandes
y curiosos. Justo en ese momento, en el hospital cercano a nuestra casa, me enamoré
del pequeño. Susurré el juramento de protegerlo siempre y para siempre.
En algún momento, olvidé ese voto.
Despacio, para que no me disparen, salgo del auto. En los ojos de Knox brilla el
reconocimiento y me mira boquiabierto.
Sin furia.
Sin asco.
Un placer maravilloso.
—Hola, hermanito. —Tiro del grandullón hacia mí, abrazándolo tan fuerte que
estoy seguro de que le romperé una costilla o dos. Afortunadamente, es tan sólido como
un buey.
Knox no responde, solo me abraza con fuerza, todo su cuerpo tenso. Me invaden
recuerdos entrañables de nuestra infancia compartida y del vínculo que formamos.
—Sabía que te encontraría —digo, aunque es mentira.
—Me alegro mucho de que lo hicieras. —Su voz es grave y áspera, me recuerda
a la de papá, pero aún hay una pizca del niño vulnerable que se esconde debajo. Mi
hermano pequeño.
Dudaba completamente de volver a verlo hasta ese momento.
Pero lo encontré. Nos encontramos el uno al otro.
—¿Dónde está papá? —pregunto, apartándome para mirar a mi hermano.
Sus rasgos se contraen y sacude la cabeza. Papá no está aquí. Estoy seguro de
que más tarde me lo contará todo, pero lo que no me dice es que no ha sobrevivido.
Espero sentir alivio, pero sólo siento tristeza. A pesar de su crueldad y su carácter
controlador, seguía siendo mi padre.
—Lo siento —murmuro y lo digo en serio. Miro hacia la granja—. ¿Tío Mason y tía
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Beth?
Retrocede y entrega el rifle a la mujer, que me observa con curiosidad.
—Él murió hace un tiempo. De cáncer. Papá nunca nos lo dijo.
Me estremezco ante sus palabras. El tío Mason era el padre que siempre anhelé
tener.
—Bueno, vaya. Eso apesta.
La mujer ladea la cabeza mientras me estudia. Aun así, Knox no nos presenta.
—La tía Beth está aquí. Todavía está en su habitación. Harper también.
Finalmente, Señorita Positividad Tóxica da un paso al frente y me ofrece la mano.
—Soy Ava. Harper se unió a nosotros hace poco. Estamos cuidando de ella.
Las mejillas de Knox enrojecen ligeramente y la sonrisa ñoña que curva sus labios
me hace soltar una risita. Ava es algo más. Es su mujer. Por lo que veo, es feroz,
protectora y más que hermosa.
—No sabía que hicieran mujeres tan hermosas en Texas —le digo a Knox—. Lo
más impresionante es que encontraste una con la que emparejarte.
Knox resopla, relajándose con las bromas.
—No tenía elección. Falta de opciones.
Ella pone los ojos en blanco como si fuéramos los hombres más molestos del
planeta, lo que nos hace reír a los dos. Luego desvía la mirada hacia Tyler, que ha salido
del auto en silencio.
—¿Y tú eres?
Antes de que pueda responder, me dirijo a Tyler.
—Tyler es mi novio. Estamos enamorados.
Probablemente sea chocante para mi hermano oírlo y, francamente, es chocante
que lo haya soltado así, pero es la verdad. No quiero ocultar quién soy. Quiero gritarlo a
los cuatro vientos.
—Soy el único que puede soportar su olor corporal —dice Tyler con una sonrisa
burlona—. Realmente él es el afortunado en esta relación.
Todos se ríen y, por primera vez desde que vi aquel muro de agua en mi despacho,
me inunda una alegría y una paz abrumadoras.
Estoy en casa.
Con la familia.
Y el amor de mi posiblemente corta vida.
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Tras un copioso almuerzo preparado por la tía Beth, vuelvo a maravillarme con la
historia de supervivencia de Knox. Han pasado por muchas cosas para llegar hasta aquí.
Su historia, aunque diferente, no lo es tanto de la mía. Me alegró saber que, aunque papá
no había logrado salir de allí, el buen amigo de Knox, Tony, sí lo había hecho, lo cual era
un milagro y estoy agradecido por ello. De hecho, según Knox, Tony y su madre están
instalados en una caravana en algún lugar de las tierras de la tía Beth. Incluso el ruidoso
caballo de Knox, Rooster, sobrevivió. De eso estoy seguro de que me arrepentiré más
tarde.
—Cuéntame más sobre Pretzel. —Harper, la niña morena que casi adoptaron, me
mira con ojos suplicantes. Aunque solo tiene siete u ocho años, me recuerda un poco a
Hailey.
—Se cree un puma —refunfuño.
—Pero tiene miedo de su propia sombra —añade Tyler con una risita.
Harper sonríe.
—Ya lo quiero. ¿Cuándo podré verlo?
—En una semana —le aseguro—. Junto con el resto de nuestra gente.
Knox se tensa ligeramente. Me doy cuenta de que sus encuentros con la gente
han sido tan angustiosos como los nuestros. Es difícil confiar en gente nueva en este
mundo roto.
—Háblanos de ellos —dice la tía Beth mientras rellena mi vaso con su espectacular
limonada.
Me lo trago de un trago, ocultando una sonrisa. Crystal Lite sigue siendo su
secreto.
—Dan es dentista. —Dejo mi vaso y miro a Harper—. ¿Te has cepillado los dientes
y usado hilo dental?
Me pone una cara amarga que nos hace reír a todos. Qué niña más adorable.
»La hija de Dan, Hailey, tiene unos quince años, creo. Te gustaría, Harper.
Tyler pasa a completar la información sobre sus hermanos.
—Aaron es mi hermano mayor. Capitaneaba un barco de pesca de altura. Nuestros
padres eran moonies. —Hace una pausa cuando Ava se estremece y luego continúa
rápidamente—. En fin, después de que murieron, mi hermano se quedó con mi custodia
y la de mi hermano menor Jesse. Ha estado cuidando de nosotros desde entonces.
—¿Cuántos años tiene Jesse? —Harper pregunta.
—Dieciséis —dice Tyler.
—Luego está Hope —añado—. Trabajó conmigo en mi empresa, pero luego se
enamoró de Aaron.
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—Todos parecen normales —concede finalmente Knox, relajando los hombros—.
Es algo bueno porque realmente podríamos usar las manos extra.
Tyler y yo nos sentamos, ansiosos por escuchar lo que Knox tiene que decir.
—Harper —dice Ava, interrumpiendo a Knox—. ¿Por qué no vamos a estar con los
animales y dejamos que los chicos hablen?
—Si me libra de limpiar la cocina —dice la tía Beth con una sonrisa—, cuenten
conmigo.
Las tres nos dejan. Después de un tiempo, Knox da la noticia.
—Las cosas están empeorando, no mejorando.
Tanto yo como Tyler asentimos.
—La FEMA no existe. El gobierno parece haber desaparecido. —Me restriego una
palma sobre la cara—. Nos hemos cruzado con dos pueblos buenos en todo el viaje
desde la costa oeste y uno de ellos deliraba. Sólo será cuestión de tiempo que sean
tomados por idiotas o por su propia ingenuidad. La gente buena es escasa.
Knox frunce el ceño.
—Por eso tenemos que estar preparados.
—¿Preparados para qué? —Tyler pregunta—. ¿Tornados? ¿Terremotos?
¿Tormentas eléctricas?
—Todo eso, sí, por supuesto. Pero tenemos que estar preparados para gente
desesperada, hambrienta y enloquecida. El tiempo sólo intensificará estas cosas.
Ciertamente no mejorará.
—Goodland nos ayudará —le aseguro a mi hermano—. Cualquier cosa que
necesitemos, seguro que podemos intercambiar bienes o servicios para conseguir ayuda.
Serán una buena alianza.
Al final, nuestra conversación gira en torno a papá. Tyler se excusa para limpiar la
cocina y nos deja solos. Dejé a Knox con papá tras la muerte de mamá, pero sobrevivió
bien a pesar de tener que lidiar con ese hombre él solo. De hecho, Knox resultó ser un
hombre fuerte y trabajador, y estoy orgulloso de él.
No tardan en volver las chicas y pasamos el resto de la tarde conociendo a sus
animales, paseando por la propiedad y haciendo grandes planes para nuestro incierto
futuro.
Estamos en casa.
Por fin en casa.
No sé si alguna vez lo asimilaré del todo.
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Una semana después...
FIN
Lee el viaje de Knox y Ava en Skies of Fire by Lindsey Pogue.
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ACERCA DE LA AUTORA
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K Webster es una autora superventas del USA Today. Sus títulos se han convertido
en superventas en numerosas categorías, se han traducido a varios idiomas y se han
adaptado a audiolibros. Vive en Tornado Alley con su marido, sus dos hijos y su perrita
Blue. Cuando no está escribiendo, lee, bebe mucho café e investiga sobre extraterrestres.
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