0% encontró este documento útil (0 votos)
2 vistas111 páginas

Isaac Asimov - El Cercano Oriente II

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1/ 111

194 EL CERCANO ORIENTE

El árabe lo llevó hasta el ejército parto, pero resultó estar


pagado por los partos, que estaban preparados para recibir a
los romanos. Los estaban esperando en la vecindad de Ca-
rres. Ésta era la forma griega de Harrán, donde dos mil años
antes había morado la familia de Abraham y donde cinco si-
glos y medio antes Asiria había ofrecido su última resistencia.
Sólo una pequeña porción del ejército parto era visible, y
los romanos se lanzaron al ataque pensando de buena fe que
lo iban a sorprender. Pero cuando se habían trabado en lucha,
los hombres que veían, que parecían jinetes comunes, arroja-
ron sus capas y salieron a relucir sus armaduras. ¡Eran los fa-
tídicos catafractas!
Antes de que los romanos se percataran de que estaban en
medio de una gran batalla y de que los sorprendidos eran
ellos, comenzaron a resonar los arcos partos, y los romanos
a morir por todas partes. Craso, en su desesperación, ordenó a
su caballería, comandada por su hijo Publio Craso, que ataca-
se y rechazase a los partos.
La caballería romana cargó y los partos se retiraron de in-
mediato, lanzando flechas por encima de sus hombros. Los
romanos, ligeramente armados y por ende más veloces, esta-
ban alcanzando a los partos cuando se dieron cuenta de que
habían sido llevados hacia el resto del ejército parto, que tenía
su propia caballería ligera mucho más numerosa que la roma-
na y más hábil en la lucha hombre a hombre.
Los romanos lucharon con empecinada tenacidad, pero
fue una matanza y, finalmente, murieron casi todos. Publio
Craso también murió, y los partos le cortaron la cabeza y la
clavaron en la punta de una lanza. La caballería parta rehizo
sus filas y cabalgó de vuelta hacia el cuerpo principal del
ejército romano, mostrando en alto la cabeza del joven
Craso.
Al verla, la moral romana se derrumbó, aunque Craso se
puso a la altura de las circunstancias gritando al ejército: «¡La
pérdida es mía, no vuestra!».
R. LOS PARTOS 195

La batalla continuó y los romanos siguieron llevando la


peor parte. Al día siguiente, Craso se vio obligado a retirarse.
Los partos siguieron sus pasos, acosándolos, y por último el
mismo Craso fue muerto. Finalmente, los partos se apodera-
ron de los pendones de combate de los romanos, que era una
tremenda deshonra para éstos.
Sólo uno de cada cuatro hombres volvieron a Siria de esa
desastrosa expedición. Para Roma, peor aún que la derrota,
fue la triunfal comprensión por Partia de que era posible de-
rrotar a los romanos.
Por obra de su victoria en Carras, Partia llegó ahora al
apogeo de su poder. No solamente había rechazado a Roma,
sino que también había establecido una importante posi-
ción de intermediaria entre Roma y otro gran imperio si-
tuado a miles de kilómetros, posición sumamente prove-
chosa.
En el siglo I a.C., mientras Roma consolidaba su sobera-
nía sobre el Mediterráneo, el Reino de China, en el Lejano
Oriente, estaba bajo el firme e ilustrado gobierno de la di-
nastía Han. En China, la producción de seda con los capu-
llos del gusano de seda había alcanzado gran desarrollo,
pero el procedimiento era conservado como secreto nacio-
nal. Fue para China una gran fuente de riqueza, pues todo el
mundo codiciaba el brillo de la más bella fibra natural co-
nocida, por entonces tanto como en la actualidad. En este
auge de ambos imperios, China y Partia casi se tocaban en
Asia Central.
Los mercaderes que comerciaban con seda marchaban ha-
cia Occidente a través de Asia Central y llegaban a Partía. Ésta
cobraba una buena comisión como intermediaria y la envia-
ba a Roma, donde las clases superiores pagaban un kilo de
oro por un kilo de seda, y se alegraban de hacerlo.
Para los romanos de este período, la seda era, en verdad,
una sustancia misteriosa. La mayoría pensaba que se obtenía
de un árbol, aunque el filósofo griego Aristóteles había habla-
196 EL CERCANO ORIENTE

do tres siglos antes de gusanos que elaboran fibras. Sólo mu-


chos siglos más tarde llegaron al Oeste los métodos para la
producción de seda, a diferencia de la seda misma.

El empate

Le tocó entonces a Roma caer en la guerra civil. César y Pom-


peyo riñeron, y en la guerra que siguió el primero obtuvo la
victoria. En el 44 a.C., había aplastado a todos sus enemigos y
era dictador del mundo romano. Comenzó a planear una
campaña contra Partia para borrar la desgracia de Carras.
Tal vez hubiera podido llevarla a cabo, pues era un general
muy capaz, pero antes de que pudiese iniciarla fue asesinado
por republicanos que temían que se proclamase rey. La gue-
rra civil estalló una vez más. Contra los ejércitos conducidos
por los asesinos, estaban Marco Antonio, fiel lugarteniente
de César, y el joven Octavio, sobrino nieto e hijo adoptivo de
César.
En el 42 a.C., el ejército republicano fue aplastado en Gre-
cia, y la mayoría de los líderes republicanos sobrevivientes se
apresuraron a ofrecer su sumisión a los vencedores. Pero uno
de ellos no lo hizo. Era Quinto Labieno, que huyó a Partia y
ofreció sus servicios a Orodes. Tales servicios fueron acepta-
dos y en el 40 a.C. condujo un ejército parto contra las provin-
cias orientales de una Roma desprevenida. Bajo su dirección,
los partos tomaron Siria y Judea y penetraron profundamente
en Asia Menor.
El momento de gloria de Partia, en el que sus banderas on-
dearon en Antioquía y Jerusalén, fue breve. Los romanos se
estaban rehaciendo. Uno de los generales de Marco Antonio,
Baso Ventidio, marchó a Siria y en dos campañas sucesivas,
en el 39 y el 38 a.C., derrotó a los partos, que se vieron obliga-
dos a retirarse detrás del Éufrates.
En el 37 a.C., Orodes II, en cuyo reinado se había produci-
do el momento de apogeo de Partia, halló el género de muer-
8. LOS PARTOS 197

te que era común en la realeza parta: fue muerto por su hijo,


quien luego reinó con el nombre de Fraates IV.
El nuevo rey parto pudo repetir algunos de los éxitos del
anterior. Después de la derrota del bando republicano
Marco Antonio y Octavio se dividieron entre ellos el ámbi-
to romano, y a Marco Antonio le correspondió el Este. Fue
ahora Marco Antonio quien soñó con vengar la derrota de
Garras.
Así, en el 36 a.C., invadió Partia, pero lo único que consi-
guió fue agregar una segunda desgracia. Las fuerzas partas
evitaron una batalla abierta, pero acosaron a los romanos en
las montañas, desgastándolos mortalmente. Marco Antonio
tuvo que retirarse y, finalmente, emergió de Partia con la ma-
yoría de sus hombres muertos y sin haber librado ninguna
batalla. Trató de compensar este fracaso marchando sobre
Armenia y tomando prisionero a su rey.
Durante los siglos siguientes, Armenia iba a ser una espa-
cie de «pelota de ping-pong», que pasaba de un lado a otro
entre las potencias que tenía al este y al oeste, nunca dueña de
sí misma, nunca segura a uno u otro lado y siempre campo
de batalla de diplomáticos y ejércitos.
Las guerras civiles finalmente terminaron en el 31 a.C.,
cuando Octavio derrotó a Marco Antonio en una gigantesca
batalla naval. Después de asegurarse el dominio exclusivo de
Roma, Octavio luego dedicó años a reorganizar el gobierno
romano. Asumió el nombre de Augusto, y lo que había sido la
República Romana se convirtió ahora en el Imperio Romano
del que Augusto fue el primer emperador.
Muchos quizás esperaron que ahora se produciría la lucha
decisiva con Partia. Si fue así, se habrán sentido desilusiona-
dos. Augusto era un hombre de paz, que deseaba afirmar su
imperio detrás de líneas defensivas seguras*.

* Detalles sobre su carrera y las de sus sucesores se hallan en mi libro


El Imperio Romano, Madrid, Alianza Editorial, 2000 (1981).
198 El. CERCANO ORIENTE

En cuanto a Partia, se lanzó nuevamente a sus eternas


guerras civiles. Fraates IV fue un rey excepcionalmente san-
griento, hasta para un parto. Hizo una gran matanza en su
familia, incluyendo a su propio hijo mayor, para evitar peli-
grosos pretendientes al trono. (En lo que respecta al asesi-
nato de su hijo, ¿quién mejor que él sabia lo peligroso que
son los hijos para los padres?) Pero la rebelión se encendió
de todos modos, y en el 32 a.C. Fraates fue arrojado del tro-
no por un miembro de la familia real que había logrado so-
brevivir. El nuevo rey era Tirídates II. Fraates IV huyó, pero
continuó la lucha.
Augusto se abstuvo de ayudar a Tirídates y, en cambio, ne-
goció con el viejo Fraates IV. Cuando éste logró volver al tro-
no, en el 20 a.C., con un mínimo apoyo de tropas romanas,
mostró su gratitud devolviendo los pendones conquistados a
las legiones de Craso.
En un sentido formal, se había lavado la deshonra, pero
muchos romanos debieron de sentir que era un modo de lo-
grarlo propio de un tendero, que el estilo romano apropiado
habría sido aplastar a los partos en una batalla. (Por desgra-
cia, esto forma parte de la permanente locura de la humani-
dad, que juzga cosa despreciable ganar algo por negociación
y no por la guerra.)
En agradecimiento por los pendones, Augusto envió a
Fraates un regalo que habría de ser mortal para éste (aunque
era algo que Augusto no podía prever). Se trataba sencilla-
mente de una hermosa esclava llamada Musa, a la que Fraates
incorporó a su harén.
Rápidamente se convirtió en su esposa favorita, tuvo un
hijo de él y persuadió a Fraates para que enviase a Roma a sus
hijos sobrevivientes mayores. Fraates lo hizo, tanto más gus-
tosamente cuanto que los hijos eran un lujo peligroso para un
rey parto. Hecho esto, Musa esperó a que su hijo creciese.
Cuando fue un adolescente, envenenó a Fraates IV y su hijo
subió al trono con el nombre de Fraates V, en el 2 a.C.
8. LOS PARTOS 199

La política de paz de Augusto, por desgracia, no duró. Los


partos se cuidaron de invadir el territorio romano, y Roma de
hacer correrías por Partia; pero estaba siempre Armenia. Las dos
potencias se turnaron para poner títeres en el trono armenio, y
los ejércitos marchaban y contramarchaban a través del país.
Después de medio siglo de increíble confusión dinástica,
finalmente subió al trono parto un rey enérgico, en el 51 *. Era
Vologeso I. Decidido a romper el equilibrio, colocó a su her-
mano Tirídates en el trono armenio.
En el 54, un joven, Nerón, subió al trono romano; no esta-
ba dispuesto a permitir que esta acción quedara sin respues-
ta, por lo cual envió al Asia Menor al general más capaz de
Roma, Cneo Domicio Corbulo.
Corbulo sugirió un compromiso. Tirídates permanecería
en el trono, pero juraría lealtad a Roma, no a Partia. Un terri-
torio formalmente gobernado por un títere romano pero que
era un rey parto difícilmente podía inclinarse demasiado ha-
cia una u otra de las potencias rivales, de modo que ambas
quedarían satisfechas.
Partia rechazó esta proposición y Corbulo invadió Arme-
nia en el 58. Se abrió camino hasta Artaxata, donde un siglo y
cuarto antes había acampado Lúculo. Pero sólo en el 63 Cor-
bulo, obstaculizado por recelos en Roma y por la obstinada
resistencia de Ctesifonte, pudo imponer el compromiso.
Tirídates siguió siendo rey, pero bajo soberanía romana. Si se hu-
biese adoptado este acuerdo desde el principio, se habrían
ahorrado nueve años de guerra.
Corbulo no obtuvo ningún provecho de esto. El empera-
dor Nerón era un tirano receloso que veía conspiraciones en
todas partes. En el 67, en vez de enviar a Corbulo a Judea,

' Es habitual indicar las fechas con referencia al nacimiento de Jesús. Las
fechas anteriores a él son «a.C.» (antes de Cristo), las posteriores, «d.C.»
(después de Cristo). En este libro, no usaré «d.C.» . Toda fecha indicada
sin estas iniciales es después de Cristo.
200 EL CERCANO ORIENTE

donde había estallado una gran rebelión, envió al general una


orden de que se suicidase. Corbulo obedeció, murmurando:
«¡ Me está bien empleado!», con lo que quería decir que mere-
cía morir por no haberse rebelado contra el tirano cuando t
nía a su ejército consigo. •

Esto tampoco ayudó a Nerón. Envió a otro general, Vespa


siano, a Judea, pero él fue asesinado en el 68. Después de mo-
mentos de confusión, Vespasiano fue proclamado emperador
(como podía haberlo sido Corbulo, si hubiese vivido).
La rebelión judía fue aplastada en el 70, y Vespasiano esta-
bleció buenas relaciones con Vologeso de Partia, quien reinó
hasta el 77.

Roma en el Golfo

Durante la generación siguiente, Partia permaneció sumida


en la guerra civil. Todo lo que tenemos como testimonio de
este período son algunas monedas con nombres de reyes y al-
gunas aisladas y muy casuales referencias literarias.
Sólo en el 109 Partia pudo tomar aliento, cuando Cosroes I
se impuso como único gobernante del país. Pese al agota-
miento de Partia por las guerras, Cosroes, en un acceso de es-
tupidez, rompió el compromiso que había mantenido la paz
con Roma desde la época de Corbulo. Reemplazó al gober-
nante armenio por otro que reconocía la supremacía parta,
en vez de la romana.
Trajano era por entonces emperador de Roma. Fue uno de
los mejores y más capaces emperadores que tuvo Roma y el
primer gobernante desde Julio César que sintió gran ansia de
iniciar una política expansionista y tuvo la habilidad necesa-
ria para ponerla en práctica. Libró dos feroces guerras contra
las duras y bien conducidas tribus de Dacia (el territorio que
hoy corresponde a la Rumania moderna) y anexó esos terri-
torios al Imperio.
N. L OS PARTOS 201

Quizá Cosroes penso que Roma estaba demasiado ocupa-


da en Dacia, pero, si fue así, calculó mal. Trajano puso en or-
den las cosas en otras partes y se trasladó a Asia Menor. Cos-
roes, quien ahora comprendió la situación y se dio cuenta de
que en modo alguno estaba en condiciones de combatir con
Roma, ofreció reparaciones.
Pero Trajano no quiso saber nada. Era fuerte, y Partia dé-
bil; quería la victoria total. Así, ocupó Armenia y la convirtió
sencillamente en una provincia romana.
Pero quiso más aún. En el 115, se dirigió al Sur, a Meso-
potamia, y anexó a Roma su parte septentrional. La región
en la que Craso había luchado y muerto casi dos siglos antes
era ahora romana, e iba a seguir siéndolo durante varios si-
glos. En el 116, Trajano cruzó el Tigris y anexó la región si-
tuada del otro lado de éste a la que convirtió en la «provin-
cia de Asiria».
Barcos romanos fueron lanzados al Éufrates y al Tigris.
Como la flota de Senaquerib ocho siglos antes, se abrieron ca-
mino aguas abajo. Las ciudades gemelas de Seleucia y Ctesi-
fonte cayeron en manos romanas. Las ruinas de Babilonia
(que en tiempo de Trajano era una diminuta y miserable al-
dea) sintieron el paso de las legiones romanas y, finalmente, el
emperador romano acampó en el Golfo Pérsico.
Ningún emperador romano había llegado antes tan al este,
y ninguno volvería a hacerlo.
Por un breve momento, toda la Media Luna Fértil fue ro-
mana, yen ese momento, en el 117, el Imperio Romano al-
canzó su máxima extensión. Desde el extremo occidental de
España hasta el Golfo Pérsico, se extendía por más de 5.000
kilómetros.
Sin embargo, Trajano no estaba satisfecho. Extendió su mi-
rada a través del Golfo Pérsico y se dice que murmuró triste-
mente: «¡Si yo fuese más joven!».
Pero no lo era. Tenía sesenta y cuatro años y sentía el peso
de su edad. Pero aunque hubiese sido tan joven como Alejan-
202 El. CERCANO ORIENTE

dro, no podía haber ido más allá, pues estaban surgiendo


problemas a su alrededor. La fortaleza de Hatra, situada entre
los ríos y a unos 100 kilómetros al sur de donde había estado
Nínive, se le resistió y fue un perpetuo peligro para su línea de
comunicaciones. Los partos se habían retirado ante el avance
de Trajano y su ejército aún estaba intacto en las montañas
del este. Internamente, los judíos de Cirene habían iniciado
una violenta y peligrosa revuelta.
Cualquiera que hubiese sido su edad, Trajano tenía que re-
tornar. Pero no lo logró. Cayó enfermo apenas partió y murió
en Asia Menor, en su viaje de retorno.
Su sucesor, Adriano, era un hombre de paz. Sensatamente,
concluyó que las conquistas de Trajano no podían ser mante-
nidas sin guerras continuas, por lo que abandonó la mayor
parte de ellas y concertó una paz con Partia sobre la base del
viejo compromiso de Corbulo.
Pero medio siglo más tarde, la aventura de Trajano fue re-
petida de tal modo que ambos participantes tuvieron que pa-
gar un precio mayor.
En el 161 murió Adriano, y le sucedieron dos gobernantes
como coemperadores. Uno de ellos, Marco Aurelio, era un fi-
lósofo, y el otro, Lucio Vero, un amante del placer.
El monarca parto de la época era Vologeso III, y pensó que
dos monarcas debían enfrentarse en una guerra civil. Por lo
tanto (así razonó él) podía romper el compromiso de Corbu-
lo con tranquilidad, y se apoderó de Armenia.
Pero Marco Aurelio no era solamente un filósofo. Era un
hombre capaz y un guerrero. Envió a Lucio Vero al Este con
un general muy talentoso, Avidio Casio. Éste siguió la ruta de
Trajano y atacó hacia el Sur, a través de Mesopotamia.
En el 165, se apoderó de Seleucia, que era todavía una
ciudad griega, grande y populosa. En verdad, era la mayor ciu-
dad grecohablante fuera del Imperio Romano, con una po-
blación, quizá, de hasta 400.000 habitantes. Casio, sin razón
alguna como no fuese su embriaguez por la victoria, ordenó
8. LOS PARTOS 203

que se incendiase la ciudad. Así se hizo, y Seleucia nunca se


recuperó. Como gran ciudad, llegó a su fin casi cinco siglos
después de haber sido fundada. La causa del helenismo en
Oriente también recibió una mortal herida.
Casio se apoderó luego de Ctesifonte, que estaba al otro
lado del río y destruyó el palacio real, pero dejó más o menos
intacta la ciudad.
Como compensación por la gratuita y criminal destruc-
ción de Seleucia, los partos tuvieron una involuntaria pero
horrible venganza. Una epidemia de viruela se había expan-
dido por Asia y había llegado a Partia. Los soldados romanos
cayeron enfermos en cantidad tal que se vieron obligados a
retirarse de Seleucia.
Los soldados en retirada llevaron consigo la enfermedad a
todas las partes del Imperio, yen los años 166 y 167 murieron
un número incontable de romanos. La peste debilitó al Impe-
rio más que si hubiera sufrido una invasión enemiga a gran
escala. En verdad, muchos piensan que la decadencia romana
debe hacerse remontar a esta peste, que el Imperio quedó tan
debilitado que nunca pudo volver a recobrarse verdadera-
mente de todos los males que lo aquejarían en las décadas si-
guientes.
Pero iba a tener lugar otra invasión romana de Mesopota-
mia. En el 192, fue asesinado el hijo de Marco Aurelio, que le
había sucedido como emperador. En los años de anarquía y
guerras civiles que siguieron, Partia, gobernada ahora por
Vologeso IV, decidió que era una buena ocasión para llevar a
cabo una aventura. Vologeso envió un ejército parto a aque-
llas provincias mesopotámicas septentrionales que habían
sido romanas desde la época de Trajano, ochenta años antes.
Pero Roma recuperó la calma y en el 197, Septimio Severo
se afirmó en el trono. Inmediatamente marchó al Este y, por
tercera vez, un ejército romano invadió Mesopotamia. Nue-
vamente, las legiones romanas pasaron por Babilonia, pero
esta vez ya no había nada allí; ni una sola casucha habitada se-
204 EL CERCANO ORIENTE

ñalaba el lugar donde antaño habían vivido casi un millón de


personas.
En el 198 el ejército romano tomó Ctesifonte por tercera
vez en ochenta años. Severo la saqueó totalmente, matando a
los hombres y llevándose como esclavos a mujeres y niños.
Pero Roma era más débil que bajo Trajano o Marco Aure-
lio. Era más difícil mantener a un ejército a tal distancia, y la
escasez de provisiones obligó a Severo a retornar. En el cami-
no de vuelta, puso sitio a Hatra, que resistió tan tenazmente
como antes había resistido a Trajano.
Severo no tuvo éxito. Se vio forzado a retirarse de Hatra
con una considerable pérdida de prestigio y algunos recuer-
dos sangrientos de los arqueros partos.
Su hijo Caracalla volvió al escenario parto en el 217. Llevó
a cabo su campaña en el norte de Mesopotamia hasta llegar al
Tigris, y pudo haber hecho más, pero fue asesinado.
9. Los sasánidas

Resurgimiento de los persas

Las repetidas victorias romanas, la triple pérdida de la capital


y las interminables querellas dinásticas finalmente acabaron
con el Imperio Parto. Sus súbditos estaban dispuestos a aco-
ger a cualquier otra dinastía nativa que pusiera orden y esta-
bleciese un gobierno eficiente en el país.
La salvación vino de Persis, el corazón de Persia, de donde
ocho siglos antes había surgido Ciro para poner fin a una di-
nastía irania septentrional.
Persia nunca se había sometido a la soberanía parta, pero
había mantenido una precaria independencia y se había afe-
rrado a un anticuado iranismo que había resistido la atrac-
ción del helenismo durante todo el período seléucida y el par-
to. Para todos los iranios que rechazaban los prejuicios hele-
nistas de sus clases superiores y que vieron en el helenismo
(fuese griego, macedónico o romano) a su principal enemigo
durante un período de siete siglos, Persia parecía la salvación.
Pero tuvieron que ser pacientes y esperar que apareciese el
dirigente adecuado. Durante la mayor parte del período par-
to, el territorio estaba dividido en principados y era débil. Por
205
206 EL CERCANO ORIENTE

la época de Marco Aurelio, la región que rodeaba a Persépolis


cayó bajo la dominación de un pastor (según las leyendas)
llamado Sasán. En su honor, sus descendientes son llamados
los sasánidas.
En el 211, una disputada sucesión puso en el trono a un
nieto de Sasán, Ardashir. (Este nombre es una forma poste-
rior del viejo nombre real «Artajerjes».)
Ardashir comenzó por consolidar su poder sobre toda Per-
sia, y en el 224 había llegado a ser el campeón nacional del ira-
nismo. Marchó contra Artabano IV, que era a la sazón el rey
parto. Durante cuatro años, Ardashir ganó fuerza mientras
Artabano la perdía, hasta que éste trató de llevar la lucha al te-
rritorio persa. En una batalla decisiva librada en Ormuz, so-
bre la costa del golfo Pérsico, Ardashir derrotó y mató al últi-
mo de los reyes partos y en el 228 ocupó Ctesifonte. El impe-
rio era suyo. Solamente Hatra, ese obstinado bastión de los
partos resistió durante casi veinte años, hasta que finalmente
fue tomada por el hijo de Ardashir.
Así terminó un linaje que había gobernado sobre algunas
partes del territorio iranio durante casi cinco siglos y sobre
Mesopotamia durante tres siglos y medio. Pero este linaje, el
de los arsácidas, no se extinguió totalmente. Por el compro-
miso de Corbulo, un arsácida aún reinaba en Armenia, y
esta dinastía siguió gobernando el país por varias genera-
ciones más.
El ascenso al trono de Ardashir sólo representó, en algunos
aspectos, un cambio de dinastía, pues la tierra siguió siendo
la misma en lo que respecta a sus habitantes, su lengua y sus
costumbres. En verdad, proliferaron las leyendas persas diri-
gidas a demostrar que Ardashir era un arsácida por el lado
materno, como antaño leyendas similares habían vinculado a
Ciro con la familia real meda.
Pero, como en el caso de Ciro, el Imperio recibió un nuevo
nombre a partir de entonces; en verdad, el nuevo era el mis-
mo que el antiguo. Puesto que Ardashir provenía de Persia, a
9. LOS SASANIDAS 207

la tierra gobernada por esta nueva dinastía la llamamos el Im-


perio Persa, nuevamente. Para distinguirlo del anterior de los
aqueménidas, podríamos llamarlo el Nuevo Imperio Persa o
el Imperio Neopersa. Pero parece mejor darle el nombre de la
nueva dinastía y llamarlo el Imperio Sasánida, para que no
haya ninguna confusión posible.
Desde el punto de vista de los intereses romanos, este cam-
bio fue perjudicial. El Imperio Sasánida era más grande que
el Imperio Parto y la incorporación de Persia y otras provin-
cias meridionales lo reforzó. Bajo la nueva dinastía, Persia
tuvo un resurgimiento, tanto político como espiritual, y jus-
tamente por entonces Roma se hundió en un período de gue-
rras civiles y anarquía que, durante cincuenta años, la hizo
asemejarse a los partos en sus peores momentos.
Así como los romanos en ocasiones aspiraron a poseer
toda la herencia de Alejandro Magno, así también lá nueva
dinastía, que recordaba su origen persa, pensó que le pertene-
cía toda la herencia de Darío I. De esa herencia, Asia Menor,
Siria y Egipto eran romanos y lo habían sido durante siglos.
Las perspectivas, pues, no hacían presagiar la paz, y en ver-
dad nunca la hubo entre Roma y Persia, sino sólo treguas oca-
sionales.
Ardashir y su hijo y sucesor, Sapor I, aprovecharon los de-
sórdenes romanos para realizar incursiones en el Oeste, año
tras año. En el 251, los persas dominaban totalmente Arme-
nia y poco después ocuparon Siria y hasta atacaron a la mis-
ma Antioquía.
En el 258, el emperador romano de entonces, Valeriano,
marchó al Este para tratar de enderezarla situación, que no se
presentaba muy favorable. El Imperio Romano parecía a
punto de disgregarse en cualquier momento. Un emperador
sucedía a otro en un promedio de uno cada dos años; por las
provincias cundían el descontento y las rebeliones; y el mis-
mo Valeriano estaba agotado, después de cinco años de go-
bierno durante los cuales no había hecho más que guerrear
208 El. CERCANO ORIENTE

con las salvajes tribus germánicas situadas al norte de las


fronteras romanas.
Durante un tiempo hizo retroceder a los persas, pero en el
260 fue atrapado en Edesa, ciudad del noroeste de Mesopota-
mia, a unos 40 kilómetros al norte de la fatal Garras. No cono-
cemos los detalles de la batalla, pero al parecer los romanos
fueron cogidos por sorpresa y fue aniquilado un gran ejército.
Peor aún -mucho peor, desde el punto de vista del presti-
gio- el emperador Valeriano fue capturado vivo. Fue el pri-
mer emperador romano hecho prisionero por un enemigo, y
permaneció en prisión el resto de su vida; aunque nadie sabe
exactamente cuándo murió.
( Más tarde circularon historias según las cuales Valeriano
habría sido tratado brutalmente como prisionero. Un cuento
muy difundido es el de que, cuando Sapor deseaba montar a
caballo, obligaba a Valeriano a ponerse a gatas para servirle
como escalón. Pero esto tiene todos los signos de ser pura fic-
ción. Por lo general, los cautivos importantes apresados en la
guerra son bien tratados, pues a menudo sucede que es útil li-
berarlos en algún momento posterior, y, cuando esto se pro-
duce, es conveniente que un gobernante liberado abrigue senti-
mientos de gratitud hacia sus ex capturadores.)
La captura de Valeriano y la destrucción de su ejército en-
tregó Asia Menor a Sapor. En efecto, aparentemente no había
nadie que lo detuviera y por un momento hasta pareció que
sería restaurado el imperio de Darío. El hecho de que algo
ocurrió que detuvo a los persas es una de las sorpresas que
tanto abundan en la historia.
Había una ciudad llamada Palmira en el desierto sirio, a unos
145 kilómetros al sur de Tapsaco, sobre el Éufrates. Estaba cerca
del límite del poder romano, y en el período de anarquía en que
había caído Roma, se hizo prácticamente independiente bajo el
gobierno de un jefe árabe nativo llamado Odenato.
Pensó que una Roma débil no le ocasionaría problemas,
pero que si Sapor conquistaba Siria, una Persia fuerte sí se los
9. LOS SASÁNIDAS 209

crearía. Por ello, atacó a Sapor. No podía atacarlo en un plano


de igualdad, desde luego, pues era una pequeña ciudad con-
tra un imperio, pero no tuvo necesidad de hacerlo. Las fuer-
zas principales de Sapor estaban en Asia Menor, pues el persa
no contaba con hallar dificultades en su retaguardia. Pero
Odenato planteo algunas: avanzó hacia el Éufrates y derrotó a
las fuerzas ligeras que Sapor había dejado allí. En el 263, Ode-
nato hacía correrías por Mesopotamia y hasta amenazó a
Ctesifonte. --
Sapor se vio obligado a retirarse y Roma tuvo un respiro en
el cual pudo recuperarse.
Sapor dedicó sus últimos años a actividades constructivas,
en las que usó profusamente a los hombres que había llevado
de las provincias romanas. Entre otros, utilizó prisioneros de
Antioquía para construir una ciudad a la que llamó (en per-
sa) «mejor que Antioquía».

La atracción del pasado

De la misma manera que Ciro fue el fundador del Imperio


Persa y Darío su organizador, Ardashir fue el fundador del
Imperio Sasánida y Sapor su organizador. Los treinta años de
su reinado fueron años de consolidación y, además, de un de-
liberado retorno al pasado.
Sapor protegió a los sabios griegos y dejó inscripciones en
griego, pero ésta fue una predilección personal. Oficialmente,
desalentó el helenismo, y sus sucesores no hicieron uso algu-
no del griego. Sapor trató, de todas las maneras posibles, de
recordar al pueblo su pasado, y afirmaba que el viejo Imperio
Persa de los aqueménidas nunca había desaparecido, sino
que sólo había estado oculto durante cinco siglos. A imita-
ción de Darío, por ejemplo, deliberadamente hizo efectuar
inscripciones en las montañas detallando su captura del em-
perador romano, Valeriano.
210 EL CERCANO ORIENTE

El antiguo zoroastrismo también fue estimulado en su as-


pecto religioso. Éste se había mantenido en el corazón del
campesinado persa, pese al helenismo de las clases superio-
res, y ahora recibió toda la protección regia. El gobierno res-
paldó con todo su peso a los sacerdotes zoroastrianos, y los
no zoroastrianos (los judíos de Mesopotamia, por ejemplo)
descubrieron que los tiempos tolerantes de los partos habían
llegado a su fin.
Los escritos zoroastrianos fueron reunidos, editados, revi-
sados y compilados para formar un libro religioso y de plega-
rias que ha sobrevivido en su forma sasánida. Se le llama el
«Avesta», aunque es más conocido como el «Zend-Avesta»
(«interpretación del Avesta»), nombre dado originalmente a
un comentario sobre el Avesta, no a los escritos mismos.
El zoroastrismo no ejerció influencia solamente en Persia.
Durante el período en que el helenismo y el iranismo se mezcla-
ban, las influencias religiosas fluían en ambas direcciones. En la
imagen del mundo zoroastriana, por ejemplo, uno de los subor-
dinados importantes de Ahura Mazda era Mitra. Su importan-
cia creció gradualmente en algunas de las leyendas y llegó a re-
presentar al sol dador de vida. Habitualmente, se lo pintaba
como un joven matando a un toro, símbolo de las tinieblas.
Durante el siglo II d.C., cuando los soldados romanos atra-
vesaron toda Mesopotamia tres veces, llevaron de vuelta el
culto de Mitra, que sufrió algunos cambios como resultado
del contacto con el helenismo. Se convirtió esencialmente en
una religión de soldados, de la que estaban excluidas las mu-
jeres. Los conversos pasaban por ritos misteriosos que invo-
lucraban un baño en la sangre de un toro recientemente sacri-
ficado. En verdad, el mitraísmo se hizo más popular y adqui-
rió más importancia en Roma que la que pudo adquirir en
Persia, donde estaba sometido a la vigilancia hostil de los sa-
cerdotes zoroastrianos ortodoxos.
A medida que Persia se fortaleció y Roma se debilitó, el mi-
traísmo adquirió más vigor en Roma y hasta recibió la pro-
9. LOS SASANIDAS

tección imperial. En el 274, no mucho después de que Sapor


se apoderase del tercio más oriental del Imperio Romano,
Aureliano creó un culto oficial del «Sol Invicto», que era una
forma de mitraísmo. El 25 de diciembre, el día del nacimien-
to del sol -cuando el sol de mediodía, según el calendario Ju-
liano de Roma, llegaba al punto más bajo del solsticio de in-
vierno y comenzaba a ascender nuevamente-, se convirtió en
una fiesta importante.
El mitraísmo parecía tener más éxito que una religión rival
de origen judío: el cristianismo. La filosofía de éste era paci-
fista y se negaba a aceptar el culto del emperador. Una reli-
gión que parecía hostil al culto imperial y a los soldados era
peligrosa, en verdad, particularmente cuando Roma estaba
tan rodeada de enemigos externos y tan llena de descontento
interno. Por ello, mientras que los mitraístas recibían apoyo,
los cristianos eran perseguidos.
Pero el cristianismo permitía a las mujeres participar en
sus ritos y no mostraba ningún reparo en tomar aspectos po-
pulares de otras religiones. (Por ejemplo, aceptó el 25 de di-
ciembre como día de nacimiento de su fundador, Jesús.) Mu-
chos mitraístas tenían una esposa cristiana que educaba a los
hijos como cristianos. Por esta razón (y por otras), el cristia-
nismo lentamente ganó terreno a expensas del mitraísmo.
En tiempos de Sapor, se produjo una novedad religiosa por
obra de un nuevo profeta, Mani. En cierto modo, era al zo-
roastrismo lo que Jesús al judaísmo. Es decir, comenzó con
creencias zoroastrianas, pero pretendía transmitir una nueva
revelación que luego explicó y modificó esas creencias.
Mani nació alrededor del 215 en Mesopotamia y como
ocurre habitualmente con los fundadores de religiones o im-
perios, pronto se acumularon las leyendas sobre él. Se supo-
nía que había sido un arsácida, que había predicado en públi-
co por primera vez el día mismo de la coronación de Sapor I,
en el 241, que había tenido visiones de ángeles y que había
viajado mucho, entre otros lugares a la India.
212 EL CERCANO ORIENTE

Sus doctrinas se centraron en el dualismo zoroastriano, es


decir, en los ejércitos opuestos del bien y el mal, y luego elabo-
ró un complejo conjunto de mitos simbólicos que giraban a
su alrededor. Afirmaba que había habido muchos profetas,
entre los cuales no sólo se contaba Zoroastro, sino también
Buda y Jesús. Y se consideraba a sí mismo como el más re-
ciente y el último de ellos. Con esta idea, Mani incluyó ciertas
concepciones budistas y cristianas en sus doctrinas. Esto
complicó aún más sus ya complejas ideas.
Se suponía que Mani había puesto por escrito deliberada-
mente sus doctrinas, para que no fuesen deformadas por
adeptos posteriores. (Quizá tuvo presente el caso de Jesús.)
En sus escritos, habla de la organización del Cielo y el Infier-
no, de la creación del mundo y del hombre, y, entre otras co-
sas, no olvida describir el papel que, según él, desempeñó Je-
sús en todo esto.
Predicaba la necesidad de retirarse del mundo, pues éste es
el ámbito del mal, y es casi imposible abordar el mal sin ser
corrompido por él. Naturalmente, los más piadosos se retira-
ban completamente del mundo y no podían ganarse la vida.
Los que eran un poco menos piadosos debían permanecer en
el mundo lo suficiente para ganarse la vida, para ellos y para
los más piadosos, a quienes debían mantener.
Sapor se sintió atraído por las enseñanzas de Mani y, mien-
tras reinó, Mani pudo enseñar libremente bajo su protección.
Necesitaba esta protección, pues no era más popular entre los
sacerdotes zoroastrianos conservadores de lo que había sido Je-
sús entre los sacerdotes judíos conservadores. En verdad, des-
pués de la muerte de Sapor, ocurrida en el 272, Mani se halló en
creciente peligro. En el 274, bajo el reinado del hijo menor de Sa-
por, Varahran I*, fue llevado a prisión y poco después muerto.
Pero su muerte no significó el fin de sus doctrinas. Estas
florecieron, particularmente en Mesopotamia, donde, quizá,

Este nombre es más conocido en su forma árabe: Bahram.


9. LOS SASÁNIDAS 213

sirvieron como una suerte de reacción nacionalista frente a


la doctrina triunfante del zoroastrismo. Tal vez los nativos de
lo que había sido antaño Babilonia tuviesen un oscuro re-
cuerdo de la época en que habían tenido su propia religión y
estaban dispuestos a aceptar cualquier novedad (y recuérde-
se que Mani era oriundo de Mesopotamia) que los distin-
guiese nuevamente.
Los adeptos de Mani sufrieron enconadas persecuciones y
fueron gradualmente empujados a las fronteras y más allá de
ellas. Hacia el 600, estaban concentrados en los dominios sa-
sánidas del extremo nordeste, pero habían ejercido su in-
fluencia hasta tan lejos como China.
Entre tanto, las doctrinas de Mani también se propagaban
hacia el Oeste y entraron en el Imperio Romano. Allí Mani era
conocido por una versión griega de su nombre, Maniqueo, y
sus doctrinas eran llamadas el maniqueísmo.
El maniqueísmo ganó gran popularidad yen el 400 consti-
tuía un serio rival del cristianismo. San Agustín fue mani-
queo antes de su conversión al cristianismo. Los dirigentes
cristianos persiguieron ese culto tan entusiásticamente como
los zoroastrianos, y gradualmente lo hicieron desaparecer de
Europa también. Las obras de Mani -las sagradas escrituras
del maniqueísmo- se perdieron y sólo las conocemos por ci-
tas y comentarios de sus enemigos.
Sin embargo, la creencia sobrevivió en apartados lugares,
en Europa y Asia, hasta bien entrada la Edad Media. Ciertas
herejías cristianas de tiempos medievales tenían un fuerte
tinte maniqueo.

La recuperación romana

El fracaso de Sapor en apoderarse de la parte oriental del Im-


perio Romano fue fatal para Persia, pues brindó a Roma la
posibilidad de recuperarse. La oportunidad de descargar un
EL CERCANO ORIENTE
214

El Imperio Parto
9. LOS SASANIDAS 215

golpe definitivo sobre Roma no volvería a presentarse de nue-


vo hasta tres siglos más tarde.
Los dos enemigos iniciaron entonces una larga lucha osci-
lante, curiosamente similar a la que habían mantenido antes
partos y romanos.
Los viejos motivos de litigio fueron reemplazados por
otros. Es cierto que Armenia era todavía un territorio tapón
codiciado por ambas potencias, pero ahora se le agregó el no-
roeste mesopotámico. Desde la época de Trajano había per-
manecido, en general, en poder de Roma, pero Persia no po-
día dejar de codiciar la región en la que estaba Carras, donde
antaño los romanos habían sufrido una derrota tan impor-
tante.
En cuanto a los romanos, habían compensado la derrota
de Craso tomando Ctesifonte tres veces. Pero desde entonces
había tenido lugar la nueva deshonra de la captura de Valeria-
no en Edesa, y los romanos anhelaban lavarla también.
Poco después de la muerte de Sapor la situación se agravó.
En el 284, Diocleciano se convirtió en emperador de Roma y
puso fin al medio siglo de anarquía. Reorganizó el gobier-
no y se asoció con varios hombres enérgicos para que com-
partieran con él la tarea de gobernar. Uno de ellos era Galerio.
En el ínterin, un nuevo rey había subido al trono de Persia.
r Era Narsés, el hijo menor del viejo Sapor I. Siguiendo la polí-
tica expansionista de su padre y, quizá, sin percatarse de que
la situación había cambiado en Roma, Narsés in v adió y ocu-
pó partes de Armenia.
Diocleciano rápidamente envió a Galerio al Este. En el 297,
Galerio se puso al frente del ejército en Mesopotamia y se en-
frentó a los persas cerca de la fatídica Carras. Fue ahora do-
blemente fatídica, pues Galerio sufrió un serio revés y tuvo
que retirarse.
Pero Diocleciano tenía una firme e inflexible fe en la capa-
cidad de Galerio, y lo envió en una segunda campaña a Ar-
menia. Allí Galerio justificó la fe de Diocleciano. No sólo de-
216 EL CERCANO ORIENTE

rrotó a Narsés y lo expulsó de Armenia, sino que estuvo a


punto de aniquilar al ejército persa. Más aún, aisló a las co-
lumnas auxiliares de Narsés, y cuando fue a echar un vistazo
a los prisioneros, se encontró con que entre ellos estaba el ha-
rén de Narsés, con su mujer y sus hijos. (Era costumbre de los
potentados iranios llevar consigo su harén cuando estaban en
campaña.)
Esto casi vengó la captura de Valeriano. Mejor aún, pro-
porcionó a Galerio un medio estupendo de ajustar las clavijas
a Narsés. El rey persa sentía afecto por su familia, presumible-
mente, pero, además, era plenamente consciente de la pérdi-
da de prestigio que sufriría si permitía que su familia queda-
se prisionera. Así, hizo un trueque por ellos, dando en retri-
bución el abandono de todas las pretensiones sobre Armenia
y el noroeste mesopotámico; hasta cedió tierras adicionales.
Se le devolvió su familia y hubo paz entre Persia y Roma du-
rante cuarenta años.
Esta guerra tuvo un efecto importante sobre Roma. Gale-
rio ganó prestigio ante Diocleciano. Ahora bien, Galerio era
intensamente anticristiano y usó el prestigio ganado en la
guerra para persuadir a Diocleciano de que iniciase una per-
secución general contra los cristianos en todo el Imperio. Fue
la peor que sufrieron éstos.
En cuanto a Persia, el período de paz que siguió es oscuro.
Desgraciadamente las historias y documentos de los que de-
pendemos son en gran medida de origen romano. Esto signi-
fica que los períodos en que Persia combatía con Roma son
mucho mejor conocidos que los períodos de paz. Además, las
actividades persas contra Roma son mucho mejor conocidas
que sus aventuras y desventuras en otras fronteras.
Por ejemplo, Sapor se había expandido tanto hacia el Este
como hacia el Oeste. En la frontera de Partia, había absorbido
el territorio del viejo Reino de Bactria, y sus límites orientales
casi alcanzaban los límites occidentales de China. Pero du-
rante el siglo I, las tribus nómadas kushanas habían invadido
9. LOS SASANIDAS.
217

la región desde Asia Central y se habían apoderado de lo que


era Bactria y hoy es la moderna nación de Afganistán. Los
kushanas mantuvieron su independencia durante la deca-
dencia del Imperio Parto, y sólo cedieron ante el nuevo vigor
de los sasánidas. Sapor I avanzó hacia el Este y los absorbió en
su imperio. Además, Persia tuvo que soportar en el sudoeste
periódicas incursiones de los principados árabes. Pero sólo a
través de una espesa bruma podemos contemplar todos estos
sucesos en la frontera oriental y la meridional.
Igualmente nebulosos son los asuntos internos. Bajo Va-
rahran II, un predecesor de Narsés, el zoroastrismo llegó a la
culminación del fanatismo, y fueron borradas las últimas
huellas de helenismo en Mesopotamia. Por otro lado, bajo el
hijo de Narsés, Ormuzd II, que reinó del 301 al 309, hubo un
intento de hacer justicia social y fueron atacados los poderes
arbitrarios de la rica aristocracia terrateniente.
Los grandes magnates, naturalmente, se resintieron. Es ló-
gico que un rey se oponga a esos magnates (en todos los paí-
ses, no sólo en Persia), pues por lo general son un grupo tur-
bulento que obstaculiza la política del rey. De otro lado, si se
los agravia lo suficiente como para que se unan contra el rey,
por lo común tienen bastante poder para destruirlo. Todo rey
que intente combatir una aristocracia demasiado poderosa
debe tener esto en cuenta y, al menos al principio, obtener
victorias lanzando unas facciones contra otras.
Al parecer, Ormuzd II no actuó hábilmente a este respecto.
Murió tempranamente y su muerte quizás haya sido provoca-
da. Lo cierto es que los nobles ocuparon el poder después de
su muerte y que la familia fue acosada hasta la extinción. El
hijo que debía sucederle en el trono fue asesinado, otro fue
cegado y un tercero llevado a prisión.
Sin embargo, no era conveniente, al parecer, prescindir to-
talmente de un sasánida en el trono. La dinastía había tenido
suficiente éxito y había sido suficientemente ortodoxa como
para ganarse el afecto del pueblo, en general, y de los sacerdo-
218 EL CERCANO ORIENTE

tes, en particular. Todo noble que intentase gobernar se atrae-


ría automáticamente la hostilidad del pueblo, de los sacerdo-
tes y, además, de los otros nobles.
Alguien tuvo una idea genial. La mujer de Ormuzd estaba
embarazada cuando el rey murió, y se sugirió que el niño aún
no nacido fuese declarado rey. Hasta se cuenta que la corona
fue colocada sobre el abultado abdomen de la reina mientras
los nobles se arrodillaban en señal de homenaje.
El propósito era claro. Permanecería un sasánida en el tro-
no para dar legalidad a la situación. Pero sería un niño, de
modo que los nobles tendrían las riendas del poder. El niño
crecería, por supuesto, pero habría modos de someterlo a
control... o algo peor.
De modo que, cuando el niño (pues era de sexo masculi-
no) nació, ya era rey. Reinó con el nombre de Sapor II, y
mientras fue niño, los nobles gobernaron con gran desorden,
como ocurre siempre que gobierna una camarilla de nobles
en discordia. Cada uno se interesaba por su propio poder y
sus propias tierras, y nadie atendía al bien común. Las corre-
rías árabes fueron particularmente destructivas durante la
minoría de Sapor II, y Mesopotamia fue asolada por ellos;
hasta llegaron a saquear Ctesifonte.
Pero el cálculo de los nobles falló en lo concerniente al ca-
rácter de Sapor II. Éste maduró rápidamente y demostró ser
muy capaz. Cuando tenía diecisiete años, y mientras los no-
bles aún lo consideraban como un niño, ya era todo un hom-
bre, excepto en la edad. Actuando con rapidez, se apoderó del
gobierno e hizo que el ejército y el pueblo delirasen de entu-
siasmo cuando se sentó triunfalmente en el trono.
Luego convirtió ese momentáneo entusiasmo en un firme
homenaje lanzando una expedición punitiva contra los ára-
bes. Los atacó a sangre y fuego por todas partes y, sobre todo,
aplastó a los árabes que efectuaban incursiones. Persia vibró
de orgullo ante las hazañas de su nuevo joven rey, que de este
modo se aseguró firmemente en el trono. Iba a tener larga
9. LOS SASANIDAS 219

vida, y si se considera que fue rey desde su nacimiento, ¡tuvo


un reinado de setenta años!
Sólo una vez en la historia se superó este récord: Luis XIV
de Francia, trece siglos y medio más tarde, iba a gobernar du-
rante setenta y dos años.

El enemigo cristiano

Cuando Sapor, convertido ya en el amo indiscutido de Persia,


contempló el mundo a su alrededor, debió de notar el cambio
fundamental que se había producido durante la generación
de paz con Roma. La persecución del cristianismo que se ha-
bía iniciado poco después de la gran victoria sobre los persas
en tiempos de Galerio había pasado sin lograr su objetivo de
aplastar la nueva religión.
Un emperador posterior, Constantino I, que inició su go-
bierno en el 306, juzgó conveniente ponerse de parte de la po-
blación cristiana del Imperio, contra otros pretendientes que
eran violentamente anticristianos. Finalmente, obtuvo el triun-
fo y en el 324 llegó a gobernar sobre todo el Imperio, mientras
iniciaba el proceso de dar carácter oficial al cristianismo. Fue
con esta nueva Roma cristiana con la que se enfrentó Sapor.
Hasta entonces, Persia había sido razonablemente toleran-
te con los cristianos. El cristianismo se había difundido entre
la población de Mesopotamia, y fue aquí donde floreció el
maniqueísmo, esa curiosa amalgama de zoroastrismo y cris-
tianismo.
El cristianismo también se difundió en Armenia. En ver-
dad, el primer gobernante de todo el mundo que se convirtió
al cristianismo fue un arsácida. El primer monarca cristiano
no fue Constantino de Roma, sino Tirídates III de Armenia.
Se había convertido en el 294.
Mientras Roma fue anticristiana, los cristianos de Persia
fueron súbditos leales. En verdad, muchos de ellos eran refu-
220 FI. CERCANO ORIENTE

giados escapados de la persecución romana y podían ser con-


siderados, como sucede siempre con los refugiados, furiosa-
mente hostiles a la nación de la que habían huido. (Mucho
más hostiles, por lo común, que sus enemigos externos.)
Pero ahora se había producido un gran cambio. Roma era
oficialmente cristiana. El emperador protegía cariñosamen-
te a los obispos y presidía sus concilios. De serla cruel perse-
guidora, Roma se había convertido en la madre bondadosa.
Esto significaba que todo cristiano residente en Persia se ha-
bía convertido, de la noche a la mañana, prácticamente, en
un potencial quintacolumnista. Significaba que Armenia,
durante tanto tiempo a mitad de camino entre Roma y Par-
tia o Persia, de pronto muy probablemente se inclinase en
forma total hacia Roma por razones religiosas.
Persia debía reaccionar. Reforzó su propia ortodoxia zo-
roastriana y declaró la guerra a la herejía. Esto aumentaba
por sí mismo la probabilidad de una nueva guerra con Roma,
guerra que el fervor religioso de cada parte haría más ho-
rrible.
Sapor II esperó a que Constantino muriese. El Imperio
Romano quedó en manos de sus tres hijos, cuando murió en
el 337, y Sapor pensó que un imperio gobernado por tres
hombres es más débil que otro gobernado por uno solo. Así,
inmediatamente después de la muerte de Constantino, inició
una guerra contra Constancio, el hijo de Constantino que
gobernaba el Este.
Como era natural, los cristianos de Persia se opusieron in-
mediata y ruidosamente a esta guerra. El obispo de Ctesifon-
te denunció violentamente a Sapor. Era una actitud honesta,
pero temeraria. Sapor no estaba jugando. Su persecución de
los cristianos se intensificó hasta casi barrerlos por completo.
Constancio no era un gran soldado y siempre perdía en ba-
tallas campales. Pero los romanos habían fortificado ciuda-
des estratégicas del noroeste de Mesopotamia, y estos puntos
fortificados resistieron bien los asedios. Entre esas fortalezas
9. LOS SASÁNIDAS 221

romanas, se destacaba Nisibis, a unos 190 kilómetros al este


de Garras, que nunca pudo tomar Sapor.
Pero en el lejano oeste romano iba a surgir un joven nota-
ble. Era Juliano, el único de todos los parientes de Constancio
que sobrevivía. (El mismo Constancio había matado a la ma-
yoría de ellos, pues la conversión al cristianismo no había
modificado el viejo hábito de los monarcas absolutos de ma-
tar a otros miembros de la familia para evitar guerras civiles.
Juliano, que temió durante mucho tiempo la muerte, no se
sentía muy impresionado por el amor y la clemencia cristia-
nos y, pese a haber recibido una educación cristiana, volvió
secretamente al paganismo.)
Al dejar vivo a Juliano, Constancio socavó su propia posi-
ción, pues aquél, que sólo tenía veintitantos años, obtuvo no-
tables victorias sobre las tribus germánicas que habían inva-
dido la Galia. Mientras tanto, Constancio combatía penosa-
mente en Mesopotamia sin mostrar la más leve chispa de
talento militar. Tan popular llegó a ser Juliano entre sus tropas
que, cuando el celoso Constancio quiso debilitarlo retirándo-
le algunas de sus legiones, los soldados lo proclamaron empe-
rador y lo obligaron a marchar al Este.
Constancio murió antes de que se iniciase realmente la
guerra civil, y en el 361 Juliano quedó como único gober-
nante de Roma.
Habría sido provechoso para Juliano hacer una paz razo-
nable con Persia. El motivo religioso para la guerra había
desaparecido, pues tan pronto como fue hecho emperador,
Juliano admitió públicamente que era pagano. (Los cristia-
nos, indignados, lo llamaron «Juliano el Apóstata».) En ver-
dad, deseaba debilitar el cristianismo sin perseguir activa-
mente a los cristianos y, sin duda, lo habría conseguido me-
jor buscando la amistad con Persia para luchar contra el
enemigo común.
Desgraciadamente para él, tenía una meta más tentadora
que el debilitamiento del cristianismo. Sus victorias en la Ga-
222 EL CERCANO ORIENTE

lia habían sido similares a las de Julio César y quizá soñó con
transformarse en un nuevo Alejandro Magno. Después de
todo, era un hombre joven, de apenas treinta años.
Siguiendo la ruta de Trajano, Juliano marchó a Mesopota-
mia y condujo su ejército aguas abajo del Éufrates, tomando
ciudades con un complejo despliegue de eficaces máquinas
de asedio. Finalmente, llegó a Ctesifonte. Por cuarta vez, la
ciudad contempló la aproximación de un ejército romano.
Las primeras tres veces la ciudad había caído, pero ahora
parecía decidida a no correrla misma suerte. Cerró sus puer-
tas, guarneció de hombres sus murallas y desafió a los roma-
nos. Esto era inquietante. Y el hecho de que un segundo ejér-
cito, que debía avanzar descendiendo la corriente del Tigris
para unirse a Juliano en Ctesifonte no llegase, sino que, al pa-
recer, perdía el tiempo en el camino, era más inquietante aún.
Juliano no estaba dispuesto a sitiar Ctesifonte durante lar-
go tiempo. La ciudad había sido tomada antes tres veces sin
que este hecho ocasionase la destrucción del enemigo, de
modo que su captura no era un fin en sí mismo. Además, el
ejército de Sapor aún estaba intacto en algún lugar del Este, y
un sitio debilitaría seriamente a los romanos convirtiéndolos
en presa fácil de un contraataque.
Juliano, pues, hizo lo que pensaba que habría hecho Ale-
jandro Magno. Quemó su flota fluvial, abandonó el contacto
con sus bases y lanzó su ejército al este iranio, para hacer fren-
te allí a los persas y destruirlos.
Mas para ser un Alejandro es conveniente tener como con-
trincante a un Darío II I, y Sapor no lo era. Reunió su ejército
y se retiró. No tenía ninguna intención de ponerlo en peligro
en campo abierto luchando contra ese talentoso general ro-
mano hasta no conseguir desgastar las fuerzas de los invaso-
res. Siguió una política que, en tiempos modernos, ha sido
llamada «de tierra arrasada».
Adonde iba Juliano no encontraba más que ruinas hu-
meantes. No había alimentos ni refugio, y lo peor de todo era
9. WS SASÁNIDAS
223

El Imperio Sasánida
224 EL CERCANO ORIENTE

que no había enemigo con el cual luchar. No estaba en la si-


tuación de Alejandro en Persia siete siglos antes, sino en la de
Napoleón en Rusia catorce siglos después.
Juliano estaba fastidiado. Comprendió demasiado tarde
que había subestimado a su astuto enemigo. Se volvió, in-
tentando solamente ponerse a salvo antes de que las incle-
mencias del tiempo, el hambre y las enfermedades prepara-
sen el camino para que los persas hicieran una matanza con
sus tropas.
Cuando comenzó a retirarse, aparecieron los persas, pero
sólo a distancia y por los flancos. Mataban a los rezagados y
llevaban a cabo ataques repentinos para desaparecer inme-
diatamente. El ejército de Juliano se desangró, pero el decidi-
do emperador logró mantenerlo unido.
Desafortunadamente, no sólo era vulnerable desde fuera,
sino también desde dentro. El hecho de que fuera un pagano
no agradaba a aquellos de sus oficiales y servidores que eran
cristianos. Fue fácil difundir el rumor de que Juliano había
sido llevado a la locura y la ruina por Dios, para castigarlo
por su apostasía, y que el ejército sería destruido con él si no
hacía algo para impedirlo.
A fines de junio del 363, en una escaramuza con los persas,
fue herido por una lanza, que si bien no lo mató inmediata-
mente, era obvio que no viviría por mucho tiempo. Los ofi-
ciales del ejército, que se reunieron para elegir un nuevo em-
perador, dijeron que había sido una lanza persa, pero es muy
posible que no fuera cierto. Puede haber sido una lanza ro-
mana lanzada por un brazo cristiano.
Juliano murió después de un reinado de menos de dos
anos. Él y Alejandro tenían la misma edad al morir, pero aquí
termina la semejanza. Un general llamado Joviano fue elegi-
do como nuevo emperador. Era cristiano, pero éste era su
único mérito.
Joviano tenía que retornar a Asia Menor lo más rápida-
mente posible para que su elección fuese confirmada, pero
Sapor no iba a dejar marcharse al ejército tan fácilmente. Si
querían marcharse, debían llegar a un acuerdo, y Sapor ya ha-
bía redactado todos los términos del mismo con absoluta
precisión; sólo tenían que firmar.
Joviano firmó, y con esta firma se anuló totalmente la vic-
toria obtenida por Galerio setenta anos antes. Fueron devuel-
tos todos los territorios cedidos a Roma por Narsés, y se ad-
mitió que Armenia caería dentro de la esfera de influencia
persa. Además (para colmo de desgracias) los romanos de-
bían entregar varios de los puntos fortificados de la Mesopo-
tamia superior, inclusive Nisibis, que durante tanto tiempo y
tan valientemente había resistido a los ejércitos de Sapor.
Pero Joviano no ganó nada con todo esto, pues murió en el
viaje de retorno sin llegar a ser confirmado ni coronado.
Dicho sea de paso, Sapor halló grandes dificultades para
poner en práctica su recientemente ganada pero sólo teórica
dominación sobre Armenia. El intento de aplastar el cristia-
nismo en ese montañoso país fracasó totalmente, y durante
una docena de anos Sapor tuvo que hacer frente a las intrigas
romanas que mantenían a los armenios en constante estado
de rebelión contra él. Pero finalmente Sapor logró la sumi-
sión de Armenia, aunque al precio de tolerar el cristianismo
armenio. (Los armenios siguieron siendo siempre cristianos,
hasta hoy, pese a siglos de persecución a veces espantosa, con
una tenacidad sólo igualada por los judíos europeos.)

Un siglo de confusión

Por entonces, ningún tratado de paz, por razonable que fue-


ra, servía ya de nada. La lucha a través del Éufrates entre
Roma de un lado y los pueblos iranios del otro había conti-
nuado durante cuatro siglos y no había ningún modo de de-
tenerla. Se había convertido en una forma de vida demencial-
mente inevitable, aunque ambas potencias estaban práctica-
226

mente postradas antes de que las tribus bárbaras del exterior


atravesaran sus fronteras. El siglo V fue un siglo de increíble
confusión.
Parte de la confusión residía en la fortuna rápidamente
cambiante de las variedades de las diversas religiones. Eran
momentos, por ejemplo, en que el cristianismo parecía a
punto de ser tolerado por los persas. Esta posibilidad nunca
se materializó, pero casi llegó a ocurrir cuando, en el 399, su-
bió al trono Yazdgard I.
Fue acosado, al igual que monarcas persas anteriores, por
los pendencieros nobles y los poderosos sacerdotes, hasta el
punto de que, al parecer, lo único que el rey podía hacer era
comandar el ejército en la guerra. (Quizá ésta haya sido la ra-
zón de que los reyes persas se lanzaran tan rápidamente a la
guerra; ésta les brindaba la ocasión de ejercer poder en una
esfera limitada al menos.)
Yazdgard I tuvo la brillante idea de limitar el poder de los
nobles y los sacerdotes inclinándose hacia los cristianos y ob-
teniendo su apoyo de esta manera. Por ello, firmó con Roma
una paz que él esperaba que fuese firme, en 408, y al año si-
guiente suspendió en Persia la persecución contra los cristia-
nos y les permitió reconstruir sus iglesias. Corrían rumores
de que proyectaba hacerse bautizar, por lo que podía haber
llegado a ser el Constantino persa.
Desgraciadamente para Yazdgard, su brillante idea no que-
dó más que en eso. Pronto fue atacado por ambos lados. Los
zoroastrianos, amargamente ofendidos, lo llamaron «Yazd-
gard el Pecador», y con este nombre se lo conoce en la histo-
ria. Ejercieron sobre él una incesante e inexorable presión,
hasta el punto de ver brillar en su mente el punal del asesino.
Si hubiese podido contar con el respaldo del cuerpo sacer-
dotal cristiano, tal vez habría logrado mantenerse. Pero éste,
embriagado por su nueva libertad y consciente del apoyo de
la poderosa Roma, se mostró muy intransigente. Hizo cada
vez más patente que, en lo concerniente a ellos, no bastaba la
9. LO S SASANIDAS
227

tolerancia ni siquiera la conversión del rey. Persia debía ser


totalmente cristiana, y el zoroastrismo, en definitiva, comple-
tamente eliminado.
Yazdgard, enfrentado con un totalitarismo religioso en
ambos frentes, eligió el que conocía bien y volvió a las anti-
guas costumbres. En el 416, el cristianismo estaba nuevamen-
te bajo el yugo zoroastriano.
Pero Yazdgard no fue perdonado. En el 420 fue asesinado y
no se permitió, al principio, que ninguno de sus hijos subiera
al trono.
La confusión aumentó por la creciente influencia de fuer-
zas hasta entonces sin importancia. Hasta entonces, las tribus
árabes se habían contentado con efectuar ocasionales corre-
rías, sobre todo durante la minoría de Sapor II. Pero desde
el 200, aproximadamente, había adquirido creciente fuerza el
reino de Hira, al sudoeste del Éufrates y sobre la costa meri-
dional del golfo Pérsico. Éste se hallaba gobernado por los lai-
midas, una dinastía árabe que reconoció la soberanía de los
sasánidas cuando llegó al poder. Pero gozaba de un grado
considerable de autonomía y se convirtió en un centro de cul-
tura árabe.
Muchas poesías árabes datan de ese período y, según la le-
yenda, fue allí donde se creó la escritura árabe.
En el 400, Hira era un Estado culto y poderoso, suficiente-
mente fuerte como para hacer sentir su influencia en una Per-
sia que era víctima de la confusión. Un hijo de Yazdgard I ha-
bía sido educado en Hira, y el gobernante árabe comprendió
claramente que un príncipe amigo sería ideal como monarca
persa. Dio al príncipe bastante respaldo en dinero y soldados
como para permitirle acceder al trono y gobernar con el
nombre de Varahran V, o Bahram V.
Varahran V aprendió en Hira a amar la cultura y el placer,
y conservó ese amor cuando fue rey de Persia. Era un hombre
encantador, pero no disoluto. Al menos, la leyenda posterior
lo glorificó por sus éxitos como cazador y amante, y tejió
228 El. CERCANO ORIENTE

cuentos sobre él con el mismo tipo de afecto por sus debilida-


des que gente posterior sentiría por Enrique IV de Francia.
Esas leyendas mantuvieron su popularidad en siglos poste-
riores y se lo conoció más por la versión árabe de su nombre:
Bahram Gor (<Varahran el Asno Salvaje»), porque gustaba de
cazar este veloz animal por las vastas estepas y, quizá, porque
él mismo era salvaje y libre como ese animal.
A Varahran se refiere cierto verso de la traducción que hizo
Edward Fitzgerald del Rubaiyat, de Omar Khayyam. En el
cuarteto decimoctavo, Omar suspira por la grandeza pasada
y la vaciedad de la gloria terrena:

Dicen que el León y el Lagarto guardan


los Palacios donde Jamshyd exultaba y se embriagaba.
y Bahram, el gran Cazador, el Asno Salvaje
piso su cabeza, pero no pudo despertarlo.

Varahran V heredó el programa de persecuciones de los


últimos años de Yazdgard y hasta intentó librar una guerra
con Roma, en el 421. El pretexto fue que Roma recibía a los
refugiados cristianos de Persia. Pero Persia sufrió una derro-
ta y el civilizado Varahran decidió que ese peculiar juego no
merecía la pena.
Trató luego de firmar una paz que era, en apariencia, un
modelo de lógica y razonabilidad. Persia convenía en tolerar
a los cristianos y Roma aceptaba tolerar a los zoroastrianos.
(Los sacerdotes zoroastrianos no debieron de tardar en seña-
lar, exasperados, que si bien había muchos cristianos en Per-
sia, había muy pocos zoroastrianos en Roma, de modo que el
acuerdo era totalmente unilateral.)
Sin duda, Varahran tuvo algunos éxitos militares. Fue en
su época cuando un pueblo nómada proveniente de Asia
Central, los hunos, se estaba expandiendo hacia el Oeste a
través de las estepas de Eurasia hasta Europa central y septen-
trional. Crearon un imperio de gran extensión pero corta
9. LOS SASÁNIDAS
229

vida que fue uno de los factores que llevó a las tribus germá-
nicas a entrar en el Imperio Romano; fue un movimiento que
despedazó la mitad occidental del Imperio. Varahran aprove-
chó las dificultades de Roma ante ese mortal ataque en el Oes-
te. Se apoderó abiertamente de la parte oriental de Armenia
en el 429, y esa parte fue llamada en lo sucesivo Persarmenia.
Pero si bien la mitad occidental del Imperio Romano es-
taba prácticamente derrumbándose por esa época, la sec-
ción oriental del Imperio estaba completamente intacta, y
la frontera con Persia se mantuvo tan firme como siempre.
Aparte de la ocupación consolidada de esa parte de Arme-
nia, Persia no se benefició con la «caída de Roma» en Occi-
dente.
Persia tampoco fue totalmente inmune al ataque externo
que estaba destruyendo a la mitad occidental de Roma. Los
eftalitas, pueblo emparentado con los hunos, se abalanzaron
sobre las provincias orientales del Imperio Sasánida. Pero los
ejércitos de Varahran reaccionaron enérgicamente y los re-
chazaron. Durante un tiempo, al menos, los sasánidas resis-
tieron con mucho más éxito contra los ataques de los nóma-
das que los romanos.
Con la muerte de Varahran V, en el 439, la situación de los
cristianos empeoró nuevamente. Su hijo, Yazdgard II, era to-
talmente zoroastriano, y el cristianismo fue arrojado otra vez
a la clandestinidad.
También los judíos se hallaron con una nueva e intensa
oposición. Si bien es cierto que los sasánidas no les concedie-
ron la libertad de que habían disfrutado bajo los partos, su si-
tuación no era tan mala. No existía ninguna gran potencia ju-
día que amenazara las fronteras de Persia, de modo que los
judíos sólo eran una amenaza religiosa, y no, como en el caso
de los cristianos, política y militar también. Por ello, a los ju-
díos se les permitía, de vez en cuando, ejercer un considerable
control sobre sus asuntos bajo un supuesto «líder de los ju-
díos en el exilio».
El. CERCANO ORIENTE
230

En verdad, la vida intelectual judía se mantuvo vigorosa-


mente bajo los primeros sasánidas. Varias generaciones de
rabinos eruditos de Mesopotamia elaboraron diversos co-
mentarios e interpretaciones de la ley mosaica y lentamente
se formó lo que ahora se llama el Talmud de Babilonia. Éste
era mucho más completo que el Talmud de Palestina elabora-
do en la castigada tierra que había sido antano Judea.
El Talmud de Babilonia, que ha ejercido gran influencia so-
bre el pensamiento religioso judío desde entonces, llegó len-
tamente a su fin en el siglo y , cuando las crecientes persecu-
ciones de Yazdgard II sofocaron la vida intelectual judía por
un tiempo.
Los mismos persas sufrieron una decadencia. Después de
la muerte de Yazdgard, en el 457, su hijo Firuz tuvo que hacer
frente a una masiva invasión eftalita de Persia. En 484, Firuz
fue derrotado y muerto por ellos, y los crecientes estragos que
realizaron en Persia hizo pasar a este país por dos décadas de
anarquía.
Sólo en el 501 el hijo de Firuz, Kavad, pudo asentarse fir-
memente en el trono (¡con la ayuda de los eftalitas!) y empe-
zar a restaurar el orden en Persia. Al menos, pudo hacer que
el país se recuperara lo suficiente como para lanzar nueva-
mente una guerra contra Roma, que era el signo más seguro
de salud nacional dentro de la locura de los tiempos.

Los heréticos

La confusión del siglo se hizo sentir también en la religión.


En el Imperio Romano, por ejemplo, la victoria final del cris-
tianismo no significó el fin de las querellas religiosas. Perió-
dicamente, aparecían ciertas doctrinas que no eran aproba-
das por la mayoría de los obispos y, entonces, eran declara-
das heréticas. Estas herejías a veces subsistían y se producían
mutuas persecuciones, así como la firme adhesión a una
LOSANIDS
231

doctrina hasta el martirio. Los cristianos lucharon con los


cristianos tan incansablemente como habían combatido al
paganismo.
Había un sacerdote llamado Nestorio, por ejemplo, que en
el año 428 se convirtió en patriarca de Constantinopla y, por
ende, fue el sacerdote más poderoso del Imperio Romano.
Sostenía que en Jesús había dos naturalezas, una humana y
otra divina. Los detalles de esta doctrina hallaron una violen-
ta resistencia por parte de quienes pensaban que la naturale-
za de Jesús era humana y divina al mismo tiempo, pero en-
carnada en una sola naturaleza.
Una reunión de obispos realizada en el 431 votó contra esta
doctrina «nestoriana», pero se difundió y adquirió particular
fuerza en una escuela teológica de Edesa, en el noroeste de
Mesopotamia. Así, esta herejía nestoriana adoptó la forma de
una rebelión nacionalista (como ocurre a menudo con las he-
rejías). Los cristianos ortodoxos del Imperio Romano tenían
como lenguas litúrgicas el latín y el griego, y su cultura era
acentuadamente griega. En Edesa, había relativamente poco
ambiente griego y mucho ambiente sirio nativo.
Había también ciertas tendencias nacionalistas entre los
cristianos persas. Éstos habían resistido firmemente las per-
secuciones durante un siglo y cuarto, pero no formaban una
Iglesia de habla griega ni se hallaban satisfechos de estar com-
pletamente bajo la conducción de los cristianos grecolatinos
de Roma. Además, si la Iglesia persa dejaba bien en claro que
no era un mero títere de la Iglesia romana, podía tal vez hacer
que no se la considerase como una quinta columna y quizás
cesaran las persecuciones.
Los nestorianos de Edesa, enfrentados con las persecucio-
nes de los cristianos de Roma y conscientes de la simpatía de
los cristianos de Persia hacia ellos, cruzaron la frontera.
Los reyes persas -por ejemplo, el desdichado Firuz- sabían
bien que una herejía cristiana perseguida en Roma podía ser
considerada leal a Persia. Por ello, estimuló a los nestorianos
ELCRANOITE
232

todo lo que pudo. Se hizo fácil para los cristianos persas ad-
herirse al nestorianismo, y lo hicieron. Hacia el 500, la Iglesia
persa era totalmente nestoriana.
La misma estrategia operó en Estados sometidos a Persia,
por ejemplo, en Armenia o en el reino árabe de Hira. Ambos
se hicieron totalmente nestorianos.
La forma nestoriana del cristianismo siguió constituyendo
una minoría importante en Asia durante muchos siglos. Has-
ta se difundió hacia el Este, hasta China.
Los nestorianos, pese a toda su rebelión contra el helenis-
mo de la Iglesia romana, no pudieron evitar el llevar consigo
los testimonios del saber griego, saber que había desapareci-
do en Persia después del advenimiento de los enérgicos sasá-
nidas iranios. Años después, cuando los árabes dominaron el
Asia occidental, tomaron la ciencia griega de los nestorianos
y la conservaron durante muchos anos, cuando en Europa es-
taba casi muerta.
También el zoroastrismo tuvo sus herejías. A fin de cuen-
tas, la doctrina de Mani había sido una de ellas. Más tarde,
durante los decenios de confusión provocada por los eftali-
tas, apareció una nueva herejía postulada por un sacerdote
zoroastriano llamado Mazdak. Predicaba un tipo de mani-
queísmo y defendía un modo de vida ascético y comunista.
Denunciaba los intereses creados de la nobleza y el poderío
de los sacerdotes. Naturalmente, se granjeó la amarga ene-
mistad de unos y otros.
Kavad, cuyo reinado puso fin al período de anarquía sintió
fuerte simpatía por el mazdakismo, quizá causada por una
sincera creencia en la ética que éste predicaba o por el común
sentimiento regio de que estaba bien todo 10 que debilitara el
poder de los nobles y los sacerdotes.
Pero el mazdakismo, como la mayoría de los movimientos
puritanos, tendía a ser intolerante tanto en las pequeñas cosas
como en las grandes. Los adeptos del mazdakismo condena-
ban los pequeños placeres tan pronta y enconadamente como
9. LOS SASÁNIDAS 233

las enormes injusticias. Puesto que es muy escasa la gente que


no tiene sus placeres, muchos que podían haber sentido sim-
patía hacia los grandes objetivos del mazdakismo rechazaban
sus detalles. No estaban dispuestos a librarse de la injusticia al
precio de perder sus placeres. En tal situación, los nobles y los
sacerdotes hallaron de su lado al mismo pueblo al que opri-
mían. Entonces, pudieron fácilmente llegar hasta el rey. Ka-
vad fue depuesto y sólo se lo restauró cuando prometió ver la
luz en lo concerniente al mazdakismo y ser un buen zoroas-
triano.
Cuando Kavad murió, su hijo mayor, del que se sabía que era
partidario de Mazdak, vio obstruido su ascenso al trono. En su
lugar, fue proclamado rey, en el 531, un hijo menor, Khosrau I
(«famoso»), más conocido en castellano por Cosroes, forma
derivada de la versión griega de su nombre. Cosroes pronto
hizo dar muerte a Mazdak y a sus principales adeptos, y dispu-
so que se destruyeran sus escritos. El culto mazdakista no de-
sapareció totalmente (de algún modo, los cultos nunca mueren
totalmente), pero en lo sucesivo careció de importancia.

La hora de la ilustración

Dejando de lado esta demostración de fanatismo religioso,


que indudablemente le fue impuesta por los nobles y sacerdo-
tes como precio de la corona, y olvidando también la casi ru-
tinaria matanza de parientes para evitar una guerra civil,
Cosroes I fue un rey civilizado. Quizás haya sido el más ilus-
trado de los sasánidas y fue llamado Cosroes Anushirvan
(«del espíritu inmortal»), o Cosroes el Justo.
En tiempos de Kavad había proseguido la endémica guerra
con Roma, pero en el 527 subió al trono de Constantinopla
un nuevo y talentoso monarca, Justiniano I. (Constantinopla
era por entonces la capital del Imperio Romano, y lo había
sido desde la época de Constantino, dos siglos antes. En ese
234 EL. CERCANO ORIENTE

momento, la ciudad de Roma se hallaba, en realidad, bajo la


dominación de tribus germánicas.)
Justiniano soñaba con recuperar la mitad occidental del
Imperio, arrebatándosela a los germanos que la poseían. Para
lograr tal fin, necesitaba la paz con Persia. En cuanto a Cos-
roes, deseaba firmemente reorganizar la administración in-
terna de Persia y tenía la sensata convicción de que era mejor
llevar a cabo esas reformas en tiempos de paz.
Con esta disposición por ambas partes, se facilitó la firma
de la que fue llamada «La Paz Perpetua», en el 533.
Desgraciadamente, una ironía de la historia es que la «Paz
Perpetua» duró menos que cualquier paz común. A los siete
anos de haber sido firmada, Roma y Persia estaban nueva-
mente en guerra.
El problema era que Justiniano había obtenido demasia-
dos triunfos. Sus generales habían recapturado rápidamente
el norte de África, Italia y hasta partes de España. Cosroes
pensó que si Justiniano seguía así, llegaría a ser tan fuerte que
estaría en condiciones de aplastar a Persia. En esto se equivo-
có, pues las victorias romanas no se lograron sin grandes cos-
tos; en verdad, el reino de Justiniano se estaba agotando por
los esfuerzos hechos para llevar adelante las luchas contra las
aguerridas tribus germánicas.
Pero esto lo podemos discernir ahora nosotros más fácil-
mente que Cosroes en aquel tiempo, y, en el 540, se reinicia-
ron las interminables guerras entre Persia y Roma. En la pri-
mera etapa de la nueva guerra Persia ocupó por breve tiempo
Antioquía, pero pronto la situación llegaría al punto muerto
habitual.
En el intervalo de paz, se produjo un paradójico suceso.
Desde la muerte del emperador Juliano, siglo y medio an-
tes, el paganismo había sufrido un constante declive en el Im-
perio Romano. Hacía tiempo que había perdido vitalidad y,
bajo la opresión cristiana, los paganos que quedaban se hicie-
ron cristianos o dejaban transcurrir su vida en la apatía.
9. LOS SASÁNIDAS 235

Hasta en Atenas, la fortaleza de la filosofía pagana, su luz


comenzó a extinguirse. Por la época en que Justiniano fue he-
cho emperador, la única escuela filosófica que quedaba en
Atenas era la Academia, que había sido fundada en el 387 a.C.
por el gran filósofo ateniense Platón. Perduró por nueve si-
glos, pero ahora su existencia ofendía al piadoso Justiniano,
quien ordenó su cierre. Los últimos maestros paganos vieron
prohibido su inocuo saber (escuchado por muy pocos) y sin
tener adonde ir.
Luego se difundieron noticias del nuevo rey persa, de su
tolerancia e ilustración. Parecía que allí había alguien que po-
día entender las enseñanzas platónicas. Así fue como los últi-
mos filósofos paganos de Atenas –la misma Atenas que había
ganado fama por su inflexible resistencia contra la tiranía
persa, en los días de Darío y Jerjes– buscaron la libertad en
Persia.
Sin duda, una vez allí, se encontraron con que las cosas no
eran tan placenteras como ellos esperaban. La corte persa los
ignoraba, y Cosroes estaba absorto en su labor y poco intere-
sado en oírlos. Con el tiempo, sintieron la anoranza de Atenas
y los paisajes familiares aun de una Grecia cristiana.
Cosroes mostró, entonces, su esencial honestidad. No se
sintió insultado por este cambio, sino que hizo un especial es-
fuerzo para que Justiniano los recibiera de vuelta y los dejase
en paz (aunque no les permitiera ensenar). En el 549, lo con-
siguió. Los maestros volvieron, colmando de alabanzas de
gratitud al magnánimo persa; cuando murieron, el paganis-
mo griego murió con ellos.
Cosroes I reinó durante casi medio siglo, del 531 al 579, y
en su tiempo Persia progresó mucho. Reorganizó la adminis-
tración del Imperio, dividiéndola en cuatro distritos princi-
pales. Estableció un impuesto a la tierra fijo y hasta dispuso
que se realizara un censo de palmeras datileras y olivos, con el
propósito de aplicar tasas de impuestos justas. (Siempre es
más fácil para la gente pagar un impuesto cuando saben cuál
236 EL CERCANO ORIENTE

va a ser su monto. Antes los impuestos eran muy variables, se-


gún la particular rapacidad de los funcionarios locales. Cuan-
do sucede esto, todo pago de impuestos parece insoportable-
mente elevado, aunque sea realmente razonable.)
El siglo de confusión también había deteriorado la red de
riego mesopotámica, y empezaban a hacerse patentes los es-
tragos de una prolongada negligencia. El curso cambiante de
los ríos, el gradual aumento del contenido de sal del suelo y el
enarenamiento de los canales estaban minando gradualmen-
te la prosperidad -por tanto tiempo fabulosa- de Mesopota-
mia. Cosroes hizo lo que pudo para reparar lo que todavía
podía repararse, y en su tiempo Mesopotamia disminuyó el
ritmo de su lenta decadencia.
Cosroes también protegió a los extranjeros (como en el
caso de los filósofos griegos) y mantuvo la tolerancia del cris-
tianismo nestoriano.
Hubo un considerable intercambio comercial y cultural
con la India: la literatura y los tratados médicos indios entra-
ron en Persia. También se produjo una importación adicional
de algo que sería de particular valor en lo sucesivo para mu-
chas personas del mundo occidental.
Los indios, al parecer, tenían un sutil juego con piezas de
diferentes tipos que se mueven sobre un tablero cuadrado. Se
cree que este juego fue inventado en la India; al menos, no se
lo puede hacer remontar más atrás con alguna razonable cer-
tidumbre.
Se supone que el médico de Cosroes, después de un viaje a
la India al servicio del rey, llevó el juego de vuelta consigo. La
corte persa quedó fascinada con él. De los persas, pasó luego
a los árabes, quienes a su vez lo transmitieron a los espanoles
y al resto del Imperio Romano. De allí se difundió por todo el
mundo.
El juego lleva en Occidente las huellas del tiempo en que
pasó por Persia. La pieza que representa al rey es fundamen-
tal en dicho juego. La palabra persa que significa rey (shah),
después de sufrir numerosos cambios, dio al juego el nombre
que lleva en inglés: chess (ajedrez)*.
Cuando el rey es atacado, el jugador dice «jaque», que tam-
bién deriva de shah. Y cuando el juego termina, con la inevi-
table captura del rey, se dice «jaque mate», que proviene del
persa shah mat (`el rey ha muerto').
Pero durante el largo, próspero y, en general, constructivo
reinado de Cosroes, se produjeron, fuera de las fronteras per-
sas y apenas observados en la época, los dos procesos más
importantes para el futuro de Persia y de la totalidad del
Oriente Próximo.
Primero, un pueblo nómada avanzó hacia el Sur desde Asia
Central e hizo su aparición en la frontera nordeste de Persia.
Esos nómadas eran llamados por un nombre que, para noso-
tros, se ha convertido en «turcos», y en el 560 se encuentra la
primera mención de los turcos en los documentos persas. (El
nombre de «Turkestán», o «tierra de los turcos», aún se aplica
a grandes partes de Asia Central, de manera no oficial.)
Por entonces, los eftalitas estaban en decadencia, y los per-
sas dieron la bienvenida a los turcos porque vieron en ellos la
oportunidad para poner fin a los nómadas anteriores. Persas
y turcos formaron una alianza contra los eftalitas, que fueron
aplastados y desde entonces desaparecen de la historia. Una
vez más, el Reino Persa se extendió hasta lo que es ahora Af-
ganistán.
Pero esto dejó a los turcos como nuevos vecinos de Persia, y
en este papel no resultaron ser más gratos que los eftalitas. El
Imperio Romano, a su vez, hizo una alianza con ellos, y le tocó
el turno a Persia de quedar atrapada entre las dos mandíbulas.
Persia rechazó a turcos y romanos y, quizá, se hizo la ilu-
sión de que los turcos no serían nada más que otro grupo de
nómadas que llegan y se van. Nadie, en tiempos de Cosroes,

* La palabra castellana «ajedrez» proviene de una voz árabe, as-shafrany,


y ésta de otra sánscrita, chaturanga. (N. del T.)
238 EL CERCANO ORIENTE

podía prever que los turcos no eran de esa clase nómadas y


que, con el tiempo, llegarían a dominar el Este.
El segundo suceso que conmocionaría el mundo y que se
gestó durante el reinado de Cosroes fue aún menos advertido
en la época. En verdad, se produjo sin que provocase ningún
comentario o siquiera fuese conocido fuera de una distante
ciudad de Arabia. Y ni siquiera en esa lejana ciudad nadie po-
día haber imaginado las consecuencias de ese suceso. La ciu-
dad era La Meca, y, en el 570 aproximadamente, en ella nació
un nino que recibió el nombre (en su forma castellana más
conocida) de Mahoma.

La hora del triunfo

Ormuzd IV, hijo y sucesor de Cosroes I, subió al trono en el


año 579 y prosiguió la política de su padre de tolerancia hacia
los cristianos, que constantemente crecían en numero e in-
fluencia. Esto siguió alimentando la contenida furia de los sa-
cerdotes zoroastrianos. Habían sido impotentes contra el vi-
goroso Cosroes I, pero con su hijo, mucho menos capaz, las
cosas eran más fáciles.
Los sacerdotes eligieron para que llevase a cabo sus planes a
Bahram Coben. Era un general que había resultado victorioso
sobre los turcos algunos años antes, pero perdió una batalla
con los romanos y pronto fue destituido de su cargo por Or-
muzd. Bahram Coben estaba ansioso de venganza y fue fácil
convencerlo de que organizara el asesinato del rey. El hijo de
Ormuzd, Cosroes II, se convirtió en el nuevo rey en el 589.
Pero Bahram Coben, que había sido un general victorioso
y se había convertido en hacedor de reyes, sintió que se le
abría el apetito y decidió ser rey él mismo aunque no era un
sasánida.
Cosroes II fue echado del trono y, seguro de que hallaría la
muerte si se quedaba, logró huir en el 590 hacia la gran enemiga
9. LOS SASÁNIDAS 239

de Persia, la corte de Constantinopla. Gobernaba a la sazón en


Constantinopla el emperador Mauricio, quien deseaba una sus-
pensión de las hostilidades con Persia, pues un nuevo grupo de
nómadas, los ávaros, estaban penetrando en la Península Balcá-
nica y amenazando a las provincias europeas del Imperio.
Mauricio pensó que si se ganaba la gratitud del joven prín-
cipe reponiéndolo en el trono, podía asegurarse un período
de paz. Por ello, envió el ejército romano hacia el Este.
Mauricio tuvo éxito. Cosroes recuperó el trono en el 591
con los aplausos del pueblo persa, que no deseaba ver en el
trono a un gobernante que no fuese sasánida. Bahram Coben
huyó, buscando refugio entre los turcos, a quienes había de-
rrotado diestramente unos años antes y que ahora le retribu-
yeron su acción matándolo.
Se demostró que Mauricio había tenido razón. Cosroes II
manifestó un tipo de gratitud que no es habitual en los mo-
narcas. Mientras Mauricio estuvo en el trono, Persia mantuvo
la paz.
Pero luego la situación cambió bruscamente. Al parecer,
el ejército romano apostado sobre el Danubio, conducido
por un soldado brutal e inculto llamado Focas, se cansó de
luchar con los formidables ávaros. Se rebelaron en el 602 y
marcharon sobre Constantinopla, a la par que proclamaban
emperador a Focas. Mauricio y sus hijos fueron cruelmente
asesinados.
Cuando estas noticias le llegaron a Cosroes, inmediata-
mente arguyó que tenía una deuda de gratitud hacia el empe-
rador que había sido tan espantosamente asesinado y que to-
das las normas de justicia le exigían que avanzase contra
Constantinopla para exigir venganza.
Co pio preparación para esta labor, se aseguró la retaguar-
dia borrando del mapa el reino árabe de Hitra, cuyo nestoria-
nismo le brindó el pretexto necesario. A fin de cuentas podía
argüir que la Hira cristiana podía unirse con la Roma cristia-
na contra él.
240 EL CERCANO ORIENTE.

Hecho esto, Cosroes marchó al Oeste. Casi sin hallar opo-


sición se apoderó de toda la Mesopotamia noroccidental, que
durante más de tres siglos había eludido la amenazante féru-
la de un sasánida tras otro. Hasta penetró en el este de Asia
Menor.
Por entonces, quedó en evidencia que Focas no sólo era
cruel e ignorante, sino también totalmente inepto. No pudo
ofrecer ninguna resistencia efectiva contra el avance persa ni
fue capaz de dominar a los ávaros. Constantinopla, que ob-
servó el acercamiento de los persas desde el Este y de los áva-
ros desde el Norte, cayó en el pánico. Se rebeló, mató a Focas
y eligió como emperador a otro general, Heraclio.
Si Cosroes hubiese sido consecuente, la muerte de Focas
debía haberlo satisfecho y poner fin a la guerra. Pero el mo-
narca persa quiso aprovechar una situación que lo favorecía.
Sus inesperadas victorias se le subieron a la cabeza. Si en un
principio había sido sincero al considerar que su guerra era 4
de justa venganza, ahora ésta se convirtió en una descarada
guerra de conquista.
Indudablemente, había provincias romanas que práctica-
mente pedían ser conquistadas. Después de la herejía nestoria-
na, surgieron otras herejías en el Imperio Romano y tanto Siria
como Egipto eran las fortalezas de una de ellas, el monofisismo.
En verdad, el monofisismo incluso se estaba propagando por
Persia, reemplazando gradualmente al nestorianismo.
Muchos de los sirios y egipcios sabían que, mientras los
cristianos ortodoxos que dominaban la Iglesia de Constanti-
nopla eran intolerantes con las doctrinas que se apartaban de
la propia, los persas toleraban (aunque de manera irregular)
las herejías cristianas.
Por ello, Cosroes halló pocas dificultades para avanzar so-
bre esas provincias. En el 611, tomó Antioquía; en el 614, Da-
masco; y en el 615, Jerusalén.
La captura de Jerusalén fue un golpe particularmente duro
para los romanos. La misma fuente originaria del cristianis-
9. LOS SASÁNIDAS 241

mo, la tierra que había pisado Jesús, estaba bajo la domina-


ción de una horda pagana. Para empeorar las cosas aún más,
Cosroes II se llevó tranquilamente la cruz que, según creían
todos los cristianos, era aquella en la que había sido crucifica-
do Jesús (la «Verdadera Cruz»).
Cosroes II fue incluso más allá. En el 615, entró en Egipto
y al año había impuesto su dominación sobre toda la provin-
cia. En el 617, toda Asia Menor era suya, y las tropas persas
estaban acampadas en Calcedonia, suburbio de Constantino-
pla del otro lado del estrecho. Sólo un kilómetro y medio de
agua separaba a Cosroes de la misma Constantinopla.
Durante unos pocos gloriosos años, Persia estuvo en las
vertiginosas alturas del triunfo total. Cosroes II había logra-
do hacer lo que no habían conseguido sus predecesores sasá-
nidas en los cuatro siglos anteriores. Prácticamente, restauró
el Imperio de Darío I. Cosroes II fue llamado Cosroes Parviz
(«Cosroes el Victorioso») y, ciertamente, el nombre parecía
justificado.
Constantinopla parecía acabada. Los persas estaban del otro
lado del estrecho y los ávaros junto a sus murallas. Sólo Hera-
clio, el emperador, no desesperó. Siguió tratando tenazmente
de reorganizar el ejército y de preparar un contraataque.
Heraclio tenía un arma importante, de la que Persia care-
cía: el dominio del mar. Heraclio utilizó las riquezas de la
Iglesia (que se las dio con renuencia, ante lo inminente del de-
sastre absoluto) para equipar una flota. En el 622, hizo em-
barcar un ejército y, abandonando la capital asediada por los
persas y los ávaros, marchó por mar al corazón de la tierra
enemiga. Antano, tres siglos y medio antes, mientras los per-
sas se abalanzaban sobre Asia Menor, Odenato de Palmira los
obligó a volver deprisa atacando su retaguardia. Heraclio pla-
neaba hacer lo mismo.
Navegó por el mar Negro hasta Armenia y durante anos
maniobró por el interior de Persia como otro Alejandro. Fi-
nalmente, Cosroes II, contra su voluntad, se vio obligado a re-
242 EL. CERCANO ORIENTE

tirar su ejército de sus puntos avanzados y, más tarde, a


arriesgarse en una batalla campal.
En el 627, los dos ejércitos se encontraron cerca de Nínive,
justamente. Una vez más, los fantasmas de los doce siglos y
medio pasados iban a ser perturbados por el bullicio y el es-
truendo de una tremenda batalla. Bajo la inspirada dirección
de Heraclio, quien -según relatos quizás exagerados- desple-
gó el valor de un héroe, los romanos triunfaron y el ejército
persa fue destrozado. Durante la noche, lo que quedaba de él
se retiró apresuradamente.
Heraclio llevó luego su ejército a Mesopotamia, como un
nuevo Trajano, y retribuyó la devastación que los persas ha-
bían efectuado en Asia Menor. Avanzó hasta las mismas mu-
rallas de Ctesifonte.
Cosroes había jugado una gran partida y había perdido.
Había restaurado el imperio del viejo Darío, lo conservó du-
rante cinco años y luego lo perdió. Los magnates persas, to-
talmente desalentados por tales cambios de la fortuna, no de-
seaban continuar la guerra. Cuando Cosroes no mostró nin-
gún signo de querer hacer la paz, aun asediada Ctesifonte,
primero lo tomaron prisionero y luego, en el 628, lo ejecuta-
ron. Así murió Cosroes II después de su hora de triunfo.
Los persas estaban dispuestos a hacer la paz en los térmi-
nos que dictase Heraclio. Éste les exigió inexorablemente la
devolución de cada centímetro de terreno que habían tomado
y los obligó a devolver la Verdadera Cruz.
En el 629, en medio de imponentes ceremonias, observó su
restauración en su lugar original, en Jerusalén.
l0. Los árabes

La historia se repite

Mientras Cosroes aún estaba en la cumbre del éxito, le llegó


un mensaje de Arabia. Un fanático árabe le ordenaba aban-
donar su religión y considerar a ese árabe como su profeta. El
profeta era Mahoma. Cosroes rompió el mensaje y es suma-
mente probable que nunca volviese a pensar en la cuestión.
Pero mientras Cosroes caía de sus alturas para precipitarse
a la deshonra y la muerte, Mahoma poco a poco unía a las vi-
gorosas tribus árabes y les inspiraba una ferviente creencia en
una nueva religión, una total confianza en la justicia de su
causa y la inmediata recompensa del Paraíso para aquellos
que luchasen y muriesen por esa causa.
La religión fue llamada el «islam» («sumisión», a la volun-
tad de Alá, la palabra árabe que significa Dios), y sus adeptos,
los musulmanes («los que se entregan»). En Occidente a me-
nudo hablamos de los mahometanos y del mahometismo,
pero son denominaciones erróneas.
Mientras Arabia se fortalecía, Persia se debilitaba. Des-
pués de la muerte de Cosroes II, se produjo un período de
anarquía, en el que distintos reyes fueron proclamados y de-
243
244 EL CERCANO ORIENTE

puestos. Luego, en el 632, Yazdgard III, un nieto de Cosroes,


fue colocado en el trono. Sólo tenía quince anos de edad y
no poseía realmente el poder.
Con extrana exactitud, la historia volvía a repetirse. Dos si-
tuaciones a mil años de distancia una de otra eran práctica-
mente iguales. Bajo los sasánidas (aqueménidas) la muerte
del rey conquistador Cosroes II (Artajerjes III) era seguida
por algunos anos de anarquía hasta el acceso, finalmente, al
trono del incompetente Yazdgard III (Darío III).
Aquí parece terminar la semejanza. Filipo de Macedonia
fue sucedido por su hijo, el joven genio Alejandro. Mahoma
fue sucedido por su anciano suegro Abu Bakr. Fue el primer
Khalifah (`sucesor') palabra que nos es más familiar en la for-
ma «califa».
Sin embargo, el paralelismo continuó. Abu Bakr envió
otras invitaciones a unirse al islam, una dirigida a Yazdgard,
la otra a Heraclio. Ambas fueron rechazadas. Los musulma-
nes, pues, se lanzaron al ataque.
Se enfrentaron con dos enemigos, mientras que Alejandro
sólo se enfrentó con uno. A cualquiera que tuviese un poco de
sensatez le habría parecido que la única manera de triunfar
sobre dos enemigos era hacer una alianza con uno de ellos
contra el otro. Una vez aplastado ese enemigo, se podía atacar
al anterior aliado. Éste ha sido el procedimiento corriente de
todos los conquistadores. Hasta Hitler lo usó, al formar una
alianza con la Unión Soviética para poder aplastar a Polonia y
Francia, y luego volverse contra el aliado.
Sin embargo, las tribus árabes, con sublime temeridad op-
taron por atacar simultáneamente a sus dos grandes enemi-
gos. Indudablemente, el soldado raso árabe atacaba con la se-
rena confianza de que Alá estaba con él pero cabe preguntar-
se si alguno de los dirigentes había captado acertadamente la
situación real.
El Imperio Romano y Persia habían librado una enconada
guerra de veinte años en la que cada uno, por turno, había
10. LOS ÁRABES 245

asolado el territorio del otro. Ambos estaban agotados, con-


vertidos por el esfuerzo en un caparazón que parecía podero-
so desde fuera, pero estaba hueco por dentro.
Con casi insolente facilidad, los árabes arrancaron al Im-
perio Romano las provincias que acababa de recuperar de
Persia. En el 636, tomaron Judea y Siria, de modo que Jerusa-
lén y la Verdadera Cruz se perdieron nuevamente, esta vez
para siempre. En el 640, invadieron Egipto.
Heraclio en sus anos de decadencia, vio completamente
anulada su gran victoria, y no pudo hallar dentro de sí las
fuerzas necesarias para contraatacar nuevamente. Como el
Imperio mismo, el gran esfuerzo del decenio del 620 lo había
agotado. Murió en el 641: fue un Alejandro que había vivido
demasiado.
Claro que Constantinopla no perdió todo. Le quedaban el
Asia Menor y sus provincias europeas, y contra ellas los ejér-
citos árabes se estrellaron vanamente. Pero después de las
conquistas árabes, ya no se puede hablar realmente del Impe-
rio Romano. Sin duda, los sucesores de Heraclio lo hicieron y
se llamaron a sí mismos emperadores romanos y a sus súbdi-
tos «el pueblo romano», hasta el fin de su historia. En cambio,
los historiadores, por lo general, llaman a las tierras goberna-
das por Constantinopla después de Heraclio el «Imperio Bi-
zantino», de Bizancio, el antiguo nombre griego de Constan-
tinopla.
Al mismo tiempo, los árabes atacaron también a Persia. Te-
nían listo un pretexto, pues Cosroes, un cuarto de siglo antes,
había aplastado al reino árabe de Hira. Los árabes se procla-
maron los vengadores de Hira y enviaron un ejército al nor-
deste. Tomaron Hira y luego marcharon hacia el Éufrates.
Los asombrados e indignados persas, que estaban en la ta-
rea de coronar a Yazdgard III, reunieron apresuradamente un
ejército para castigar a los nómadas y los derrotaron rotun-
damente en el 634, en lo que se llama la batalla del Puente. Los
árabes no aceptaron la derrota, sino que llenos de confianza
246 EL CERCANO ORIENTE

por las continuas victorias contra los romanos en el otro fren-


te, lanzaron sobre Persia un ejército mayor.
En el 637, los ejércitos se encontraron en Qadisiya, a orillas
del Éufrates, a unos 80 kilómetros al sur de donde se había al-
zado Babilonia. Una vez más, la antigua tierra de Mesopota-
mia tuvo que presenciar una de las batallas importantes de los
hombres.
El número de soldados de las fuerzas rivales era casi el mis-
mo, pero los árabes se sentían animados por el conocimiento
de la reciente conquista de Siria, y los persas desalentados por
la misma noticia. La batalla prosiguió indecisa al menos du-
rante dos días, y en un momento los árabes fueron salvados
de la derrota por la llegada de un refuerzo de seis mil hombres
procedentes de Siria.
En la tercera manana, se levantó una tormenta de arena
que, por el azar del viento, dio contra el rostro de los persas.
Éstos, al no poder ver, cedieron, y fue el fin. Los árabes avan-
zaron, y la retirada se convirtió en desbandada. Luego, mar-
charon rápidamente hacia el corazón de Mesopotamia y to-
maron Ctesifonte.
Persia, desesperada, hizo un último intento. Así como des-
pués de Isos los persas montaron su resistencia final en Gau-
gamela, de igual modo después de Qadisiya, intentaron resis-
tir en Nehavend, a unos 80 kilómetros al sur de Ecbatana y
que había sido antaño la capital de Media. Allí, en el 642, los
árabes ganaron otra gran victoria, mayor aún que la anterior
(como había sido Gaugamela con respecto a Isos).
Yazdgard III huyó, como había huido Darío III, internán-
dose en la región nordeste de su tierra y pidiendo ayuda al
emperador de la distante China. Finalmente, fue muerto en
el 651, después de un reinado de diecinueve anos de casi ince-
santes luchas y derrotas.
Sólo un cuarto de siglo después de que Cosroes II acampa-
se en la costa del Estrecho y contemplase las agujas de las igle-
sias de Constantinopla brillando al sol del otro lado de sólo
10. LOS ARABES 247

un kilómetro y medio de agua, su imperio había desapareci-


do para siempre del mapa.
La conquista de Persia por los macedonios había dejado
vivo al zoroastrismo y le dio la oportunidad de una posterior
revitalización, pero la conquista árabe fue muy diferente.
Oficialmente, los musulmanes toleraron el zoroastrismo,
como toleraron el cristianismo en las provincias que habían
arrancado al Imperio Romano. Pero los zoroastrianos y los
cristianos tenían que pagar un impuesto especial del que es-
taban exentos los musulmanes. (Esta táctica de permitir a las
minorías religiosas que comprasen la tolerancia a un precio
razonable la aprendió el islam de los mismos zoroastrianos.)
El aliciente financiero de ahorrar dinero convirtiéndose al
islamismo dio mejores resultados que la violencia. Persia rá-
pidamente se convirtió del zoroastrismo al islamismo (y Siria
y Egipto se convirtieron con igual rapidez, abandonando el
cristianismo).
Por supuesto, no todos los zoroastrianos se volvieron mu-
sulmanes (ni todos los cristianos). Menguadas colonias de
zoroastrianos persistieron en Irán, y con el tiempo algunas
de ellas, según sus propias tradiciones, se concentraron en
Hormuz, sobre el golfo Pérsico. (Esta era la ciudad donde Ar-
dashir ganó la batalla contra el último rey parto y fundó el
I mperio Sasánida, unos cinco siglos antes.) Algún tiempo
después del 700, esos restos de zoroastrismo abandonaron
Persia del todo y llegaron a la India.
Sus descendientes aún sobreviven en la India, en número
de unos 130.000, y son llamados parsis. Mantienen sus anti-
guas costumbres y aún numeran sus anos desde el reinado de
Yazdgard III.
En cuanto a los judíos de Mesopotamia, también ellos fue-
ron tolerados por los musulmanes a cambio del pago de un
impuesto. A diferencia de los zoroastrianos, estaban acos-
tumbrados a ello. Les importaba poco que los musulmanes
hubiesen reemplazado a los zoroastrianos como gobernantes
248 EL CERCANO ORIENTE

gentiles. Así, continuaron como antes y, bajo la dominación /


relativamente suave de los primeros musulmanes, hasta flore-
cieron en una paz y una prosperidad como no habían conoci-
do nunca desde los tiempos de los macabeos, casi mil años
antes.

Las facciones del islam

Mesopotamia y Persia no se fundieron totalmente en el mun-


do musulmán. Así como las provincias no griegas del Impe-
rio Romano hallaron un refugio nacionalista en una herejía
cristiana, así también las provincias no árabes del Imperio
Musulmán hallaron otro en las herejías islámicas.
Las cosas ocurrieron así. En el 644, poco después de la con-
quista de Persia, fue elegido un nuevo califa, Utmán. Era un
hombre de edad, que había sido yerno de Mahoma y pertene-
cía a una familia noble de La Meca, los omeyas. Bajo su go-
bierno, se pensó que otros miembros de su familia obtenían
más de lo que les correspondía en los puestos de gobierno y
en las ganancias imperiales, y cundió el descontento.
Hubo motines de tropas y, en el 656, un contingente de sol-
dados de Egipto buscó al califa en su casa de Arabia y lo mató.
Luego supervisaron la elección del sucesor, que resultó ser Alí,
otro yerno de Mahoma.
Pero Alí no fue reconocido por los partidarios de los ome-
yas, quienes pensaban (con aparente razón) que la elección
no podía haber sido libre bajo la vigilancia de los asesinos de
Utmán.
El líder del partido omeya era el gobernador de Siria, Mua-
wiya. Alí recibió su principal apoyo de Mesopotamia. En ver-
dad, Alí instaló su capital en Kufa, que había sido fundada
por los árabes en el 638, poco después de la batalla de Qadisi-
ya. Estaba a orillas del Éufrates, a unos 65 kilómetros río aba-
jo de donde había estado Babilonia. La guerra civil, pues, fue
10. LOS ARABES 249

entre Siria y Mesopotamia; la primera representaba el núcleo


árabe del nuevo imperio, y la segunda a la cultura persa.
La guerra siguió durante un tiempo, mientras Alí perdía
apoyo constantemente, hasta que, en el 661, ciertos grupos
cansados de la guerra fraguaron una conspiración. Pensaron
que matando a las cabezas de ambos partidos se lograría la
paz. Pero parte del plan fracasó; Muawiya escapó, y sólo Alí
fue asesinado.
Muawiya inmediatamente logró hacerse elegir califa y tra-
tó de buscar seguridad negándose a instalar su capital en la
turbulenta Arabia y trasladándola a su Siria natal. Damasco
se convirtió en la ciudad principal de todo el mundo musul-
mán y así llegó a su apogeo en la historia. No había sido la ca-
pital de un Estado completamente independiente desde hacía
catorce siglos, y aun entonces sólo había sido la capital de la
Siria bíblica, pequeño reino no más poderoso que Israel.
El linaje de los que gobernaron desde Damasco en el siglo
siguiente constituye lo que se llama el Califato omeya.
Los seguidores de Alí no aceptaron totalmente el nuevo es-
tado de cosas. Representaban, en parte, la reacción persa a la
dominación árabe y se agruparon alrededor del hijo mayor
de Alí, Hasán. Pero, desgraciadamente para ese grupo, Hasán
era un estudioso, hombre pío, que no sentía ninguna atrac-
ción por la guerra. Pronto abdicó.
Pero el partido de Alí se mantuvo en Kufa, y cuando Mua-
wiya murió, en el 680, invitaron a Husayn, el hijo menor de
All, a que los condujera a luchar por el califato. Husayn acu-
dió a Kufa, pero fue abandonado por sus propios adeptos y
muerto en una batalla con las fuerzas omeyas que se libró en
Kerbela, inmediatamente al oeste de Kufa, el 10 de octubre
de 680. En el 700, el partido de Alí hizo un nuevo intento de
tomar el poder y fracasó. En el 740, lo intentó nuevamente, y
otra vez fracasó.
Pese a estos repetidos fracasos, el partido sobrevivió y sus
adeptos fueron llamados los chiitas, de una palabra árabe que
250 EL CERCANO ORIENTE

significa «partidario», esto es, los partidarios de Alí. Hasta


hoy, los chiitas consideran que All y sus hijos han sido los ver-
daderos sucesores de Utmán, y que todos los califas desde
Muawiya en adelante han sido usurpadores. Celebran el ani-
versario de la muerte de Husayn como día de duelo y Kerbela
es para ellos una ciudad sagrada. A los chiitas se oponen los
sunníes, de una palabra árabe que significa «tradición», es
decir, los seguidores de la tradición ortodoxa.
El chiismo tuvo una historia muy variada en el islam, y
hubo épocas en que sus partidarios dominaron grandes pro-
vincias. Hasta hoy, han sido una secta minoritaria, que sólo
cuenta con el diez por ciento de los musulmanes. Aún así, el
chiismo sigue siendo la expresión del nacionalismo persa,
pues forma la mayoría gobernante en las naciones modernas
de Irak (Mesopotamia) e Irán (Persia).
Mientras continuaron las conquistas árabes, el Califato
fouemrt.Enyla71,ipeomusánxtdíae
las fronteras orientales de Afganistán hasta el océano Atlántico,
y hasta incluía la Península Ibérica, en Europa. Tenía 8.000 kiló-
metros de extensión de Este a Oeste, la mayor franja de tierra
que, hasta entonces, estuvo bajo un solo gobierno.
Pero hasta los árabes finalmente hallaron sus límites. En
el 717, un formidable intento de tomar Constantinopla por
tierra y por mar fracasó. Y en el 732 la avanzada árabe fue
aplastada en el centro de Francia. La primera e irresistible
oleada de conquistas había terminado. El islam iba a seguir
obteniendo victorias durante siglos, pero bajo los árabes se-
rían de secundaria importancia en lo sucesivo, y cuando ganó
nuevamente grandes victorias, lo haría bajo la dirección de
grupos diferentes de los árabes.
Las facciones opuestas a los omeyas entonces se hicieron
sentir, pues al cesar las rápidas conquistas, decayó la popula-
ridad de la dinastía.
Entre los oponentes a los omeyas, se destacaba otra familia
de La Meca de mucho prestigio. Esta familia hacia remontar
10. LOS ARABES 251

su linaje a al-Abbas, tío de Mahoma, y sus miembros eran lla-


mados los abasíes.
Los abasíes eran sunníes, y por ende podían contar con el
apoyo de todos los sunníes cansados de los omeyas. También
tenían el apoyo seguro de todos los chiitas, que estaban dis-
puestos a respaldar hasta a los sunníes en contra de los odia-
dos omeyas.
Los abasíes eligieron el momento cuidadosamente y reu-
nieron a sus adeptos en el Este. En el 749, Abul-Abbas, por
entonces líder de la familia abasí, llegó a Kufa y allí fue procla-
mado califa.
Los omeyas no estaban dispuestos a ceder. Su ejército mar-
chó rápidamente al Este, y se libró batalla a orillas del río Zab,
un tributario del Tigris. Allí, nuevamente en la profana vecin-
dad de la antigua Nínive, desaparecida ya hacía catorce siglos,
se entabló una batalla decisiva. Ganó el ejército abasí y, en el
750, el Califato omeya llegó a su fin.
Todos los numerosos miembros de la familia omeya fue-
ron asesinados, con excepción de uno que logró escapar y lle-
gar a España. Aquí, durante dos siglos y medio, una brillante
dinastía omeya iba a mantenerse independiente del resto del
mundo mahometano.

Bagdad

La dinastía abasí inmediatamente trasladó fuera de la Siria


omeya la capital del Islam. El centro del poder islámico fue
transferido a Mesopotamia, que, una vez más, se convirtió en
la metrópoli gobernante del imperio mundial.
Pero Mesopotamia era también un centro chiita, y los aba-
síes no podían permitirse estar vinculados demasiado estre-
chamente con una secta minoritaria, por temor a enajenarse
a la gran masa de los musulmanes de otras partes.
El segundo califa abasí, al-Mansur, por ello, aprovechó una
252 EL CERCANO ORIENTE

oportunidad que se le presentó para aplastar a los grupos ex-


tremistas de los chiitas. Éstos habían hallado otro líder en
Muhammad, nieto de Hasán. Muhammad llevó una fatigosa
persecución de al-Mansur durante un tiempo y hasta con-
quistó la ciudad sagrada de La Meca. Pero al fin tuvo el desti-
no habitual de la familia de All: él y su hermano, Ibrahim,
fueron muertos en batalla.
Estos sucesos hicieron que Kufa fuese cada vez más incon-
veniente como capital, y al-Mansur decidió construir una
nueva. En el 762, eligió el lugar ocupado por la aldea, todavía
sin importancia, de Bagdad, situada sobre la orilla derecha
del Tigris, a unos 30 kilómetros al norte de Ctesifonte.
La construcción de Bagdad fue la muerte de Ctesifonte, que
durante siete siglos había sido la capital de los arsácidas y los
sasán idas. En verdad, Ctesifonte fue usada como fuente de ma-
teriales de construcción para la edificación de Bagdad, y las re-
liquias visibles de la vieja dinastía sasánida desaparecieron.
Bagdad iba a ser la mayor ciudad que hubo en Mesopota-
mia, aún más grande que Babilonia en su apogeo. Se ha calcula-
do que, en el momento de su auge, Bagdad tuvo una pobla-
ción de dos millones de habitantes, y durante un tiempo fue
la ciudad más grande del mundo. El califa que gobernaba en
Bagdad extendía su dominación desde Afganistán, en el Este,
hasta Argelia, en Occidente. (Marruecos y Espana, que esta-
ban más al oeste, nunca reconocieron al Califato abasí.)
El hijo de al-Mansur, al-Mandí, consolidó su liderazgo del
islam dando carácter oficial a la doctrina sunní. Los chiitas,
que tenían clara conciencia del importante papel que habían
desempenado al ayudar a afirmarse en el trono a la dinastía
abasí, pasaron a una resentida e irreconciliable oposición.
El periodo más brillante y legendario de Bagdad comenzó
en el 786, cuando subió al trono el hijo de al-Mandí, el famo-
so Harún-al-Rashid, o «Aarón el Justo».
El poder abasí llegó a su apogeo. Harún atacó repetida-
mente el Asia Menor, pero siempre, al parecer, en respuesta a
10 . LOS ARABES 253

Califato abasí
254 EL. CERCANO ORIENTE

alguna agresión del Imperio Bizantino. Después de una de


estas agresiones, Harún escribió una famosa breve réplica al
emperador Bizantino: «He recibido tu carta, hijo de un infiel,
y no oirás mi respuesta; la verás».
Todas las campañas de Harún en Asia Menor tuvieron éxi-
to, y los bizantinos, en todos los casos, se vieron obligados a
concertar una paz en términos desfavorables.
Harún hasta entró en la historia europea occidental, pues,
en el 807, intercambió embajadas, presentes y floridas expre-
siones de alabanzas diplomáticas con Carlomagno, quien por
entonces dominaba la parte de Europa que abarca las nacio-
nes modernas de Francia, Alemania e Italia.
No faltaban razones para esto. Por entonces, en la región
mediterránea había cuatro grandes potencias. De ellas, dos
eran cristianas: el Imperio Occidental de Carlomagno y el
I mperio Oriental de Constantinopla. Las otras dos eran mu-
sulmanas: el Califato abasí de Harún al-Rashid y el Reino
Omeya de España.
Carlomagno estaba en constantes guerras con la España
Omeya y era rival del emperador bizantino. Harún al-Rashid
estaba en guerra constante con los bizantinos y era rival de la
Espana omeya. Puesto que Carlomagno y Harún tenían ene-
migos comunes, era natural que mostrasen una mutua sim-
patía, pese a la diferencia en la religión. Estos episodios, que
son tan comunes en la historia, han dado origen a dichos ta-
les como que «la política vuelve companeros de cama a los ex-
traños ».
El éxito de Harún en la guerra y su influencia sobre todo el
mundo civilizado marcharon a la par de un gobierno ilustra-
do y una administración cuidadosa de los impuestos y las fi-
nanzas. Como resultado de ello, el Imperio prosperó y estuvo
bastante satisfecho.
Bajo los abasíes, centrados en Mesopotamia como esta-
ban, el liderato puramente árabe que había predominado
durante el primer siglo del poder musulmán, cuando la capi-
10. LOS ÁRABES

tal era La Meca o Damasco, empezó a desvanecerse. En cam-


bio, la civilización musulmana comenzó a tener cada vez
más un tinte persa. (Aunque, sin duda, el árabe llegó lenta-
mente a ser la lengua de Mesopotamia y ha seguido siéndolo
desde entonces.)
Así, los principales consejeros de los primeros abasíes eran
miembros de una familia noble persa cuyos miembros eran lla-
mados los barmakíes, patrones de las artes y la literatura.
Cuando Harún al-Rashid subió al califato, nombró visir, o
primer ministro, a uno de esta familia, Yahya. El hijo de Yah-
ya, Yafar, era amigo íntimo de Harún.
Como sucede con toda familia que se convierte en favorita
demasiado exclusiva de un monarca, los barmakíes se enso-
berbecieron (o así lo creyeron sus rivales). Sus enemigos se
multiplicaron y llegaron a persuadir a Harún de que los bar-
makíes representaban un peligro para el trono. En el 803, Ya-
far fue ejecutado repentinamente, y se llevó a prisión a otros
miembros de la familia. Pero aunque los barmakíes desapare-
cieron, la influencia persa subsistió y creció.
Pero la reputación de Harún para la posteridad no reposa
en sus realizaciones verdaderas, sino en su papel en las leyen-
das. Aproximadamente un siglo después de su reinado, algu-
nos compiladores anónimos comenzaron a reunir cuentos de
maravillas y relatos de aventuras. La colección aumentó con
el tiempo y llegó a incluir muchos cuentos legendarios sobre
el magnánimo y jovial Harún, quien, con su amigo Yafar, an-
daba disfrazado por Bagdad (según los relatos) para corregir
las injusticias y deshacer entuertos.
El lazo de unión que daba coherencia a esa colección total-
mente amorfa era una reina, Sheherazade, que relataba las
historias noche tras noche durante tres años. Esto explica el
título popular de la colección, Las mil y una noches o Las no-
ches árabes. La colección fue llevada a Occidente por primera
vez por un viajero francés llamado Antoine Galland y fue pu-
blicada en muchos volúmenes, entre 1704 y 1717. Adquirió
256 EL CERCANO ORIENTE

gran popularidad, y el Bagdad de Harún al-Rashid se convir-


tió en una ciudad de cuento de hadas de la leyenda dorada.
El hijo de Harún, al-Mamún, fue hecho califa en el 813. Era
un hombre de gran cultura y estaba totalmente bajo la in-
fluencia persa. En realidad, pasó los primeros años de su rei-
nado en Persia y parecía abrigar el proyecto de instalar allí su
capital. Fue necesario una revuelta en Bagdad provocada por
el resentimiento para hacerlo volver a ella.
En Bagdad, al-Mamún abrió una academia cuya finalidad
era la traducción y el estudio de las obras griegas de filosofía
y ciencias, traducción que llevaron a cabo los cristianos nes-
torianos. Al-Mamún también hizo construir un observatorio
para estudiar astronomía.
La avanzada de la ciencia, que había pasado de Mesopota-
mia a Grecia en la época posterior a Nabucodonosor, trece si-
glos antes, retornó ahora, al menos temporalmente, a Meso-
potamia.
Yabir, que vivió en Kufa y en Bagdad en tiempos de Harún
al-Rashid, fue un alquimista precursor (hoy lo llamaríamos
un «químico») que no tuvo igual hasta los tiempos moder-
nos. Al-jwarizm, que vivió en Bagdad en la época de al-Ma-
mún, escribió sobre matemáticas. Del título de uno de sus li-
bros deriva el nombre «álgebra» que damos a una importan-
te rama de esa disciplina. También adoptó un nuevo modo de
representar números que había sido inventado en la India.
Este método indio llegó a Occidente a través de los musulma-
nes. Con el tiempo llegó a reemplazar al incómodo sistema
romano. Este método es el que todavía usamos y al que llama-
mos de los números arábigos.
Durante el reinado de al-Mamún, los abasíes siguieron ob-
teniendo éxitos militares. Por ejemplo, se apoderaron de las
islas de Creta y Sicilia. A fin de cuentas, parece razonable lla-
mar a este califa al-Mamún el Grande, aunque sea práctica-
mente desconocido para la gente, en contraste con su legen-
dario padre, Harún al-Rashid.
10. LOS ABADES 257

Los califas títeres

En el 833, al-Mamún murió y fue sucedido por su hermano,


al-Mutasim. Este cometió dos errores de largo alcance y de-
sastrosos.
Cedió a la tentación de seguir el ejemplo de los monarcas
que, para su propia seguridad en tiempos revueltos, contra-
tan una guardia de corps formada por soldados leales sólo a
ellos. Para que esta guardia de corps sea realmente eficaz, es
mejor seleccionarla entre razas extrañas y pueblos distantes;
en general, no caen simpáticos a la población de la capital,
por lo cual es improbable que hagan causa común con ella
contra el monarca.
Para integrar su guardia de corps, al-Mutasim eligió solda-
dos turcos. Estos no estaban sometidos a los abasíes ni habían
alcanzado la ilustración mediante una cultura asentada. En
suma, al-Mutasim formó lo que podríamos llamar una «guar-
dia de corps bárbara».
Esta guardia de corps bárbara puede ser instrumento efi-
caz en las manos de un monarca enérgico, pero puede hacer-
se dueña de la situación bajo monarcas débiles, y tarde o tem-
prano aparece un monarca débil.
Por la época de al-Mutasim, Bagdad se había convertido en
una gran y turbulenta metrópoli que representaba un cons-
tante peligro para la tranquilidad del monarca, aun con la
protección de soldados turcos. Por ello, al-Mutasim eligió
una nueva capital y se retiró a Samarra, sobre el Tigris, a unos
100 kilómetros aguas arriba de Bagdad. Ésta siguió siendo la
capital del Imperio, y Samarra sólo fue la residencia real. (Era
como la relación de Versalles con París en el siglo XVII .)
Era un lugar grato para al-Mutasim, pero también repre-
sentó un peligro mortal. El califa llevó una vida retraída y
perdió contacto con el Imperio. No le costó mucho delegar la
autoridad y quedarse cómodamente en su residencia con su
harén y sus placeres. Se preocupaba poco por los desórdenes
258 EL CERCANO ORIENTE

y rebeliones en provincias distantes o las derrotas en remotas


fronteras, mientras su palacio y sus parques fueran un paraí-
so terrenal.
El nieto de al-Mutasim, al-Mutawakkil, quien subió al tro-
no en el 847, parece haberse percatado del peligro. Trató de
instalar nuevamente su capital en Damasco, pero fue una me-
dida impopular y, quizá, él mismo añoraba las comodidades
de Samarra, pues volvió a allí casi enseguida. Se entregó a sus
deseos y se dedicó a construir un nuevo palacio, que el Impe-
rio no podía permitirse en ese momento, y a tratar de demos-
trar su ortodoxia persiguiendo a judíos, cristianos y chiitas.
Más tarde, su hijo mayor se cansó de esperar que muriese
y, en el 861, organizó una conspiración e hizo asesinar a su
padre por los jefes de la guardia turca.
Así, los turcos descubrieron que podían matar califas tan-
to como súbditos. Siguió una década de absoluta anarquía en
la que los turcos ponían y deponían califas con los diversos
miembros de la casa abasí. Los turcos eran los verdaderos go-
bernantes y comenzaron a legar sus cargos de padres a hijos.
Hubo varias de estas «dinastías» turcas que aumentaban el
caos pero impedían que los mismos turcos, por sus querellas
internas, fuesen tan poderosos como podían haber sido.
Durante este período, las provincias comenzaron a apar-
tarse de la dominación de Bagdad. Teóricamente, todos los
vastos dominios de Harún al-Rashid aún reconocían al califa,
pero éste sólo fue un nombre que se mencionaba en las plega-
rias. El poder real lo tenían una serie de gobernantes llama-
dos emires. Uno de ellos dominaba Túnez; otro, Egipto y Si-
ria; un tercero, gran parte de Persia, y así sucesivamente.
Por el 870, menos de cuarenta años después de la muerte
del gran al-Mamún, el poder directo del califa estaba limita-
do en gran medida sólo a Mesopotamia.
Las cosas empeoraron cuando el islam fue dividido por una
nueva y peligrosa secta. Alrededor del 750, vivió un hombre
llamado Ismail que era tataranieto de Husayn, el mártir chiita.
LOSA.RBE10 259

En su nombre se creó una secta chiita extremista conocida


como el «ismailismo».
Bandas guerreras de ismailíes empezaron a apoderarse de
partes del imperio musulmán. En el 929, algunas de ellas ocu-
paron partes de Mesopotamia y Siria. Otro grupo, que pre-
tendía descender de Fátima, la hija de Mahoma, se adueñó de
Egipto (esa dinastía fue llamada de los fatimíes).
De este modo, los abasíes perdieron todo excepto el nom-
bre de califas. Perdieron Mesopotamia y hasta Bagdad. Se
convirtieron en figuras puramente religiosas sin poder secu-
lar, a semejanza de los papas modernos. De hecho, Mesopo-
tamia estuvo en lo sucesivo dominada por emires chiitas que,
a veces, se sintieron tentados de abolir totalmente el califato.
Pero aunque el califato se marchitó y el gran Imperio Aba-
sí se desmembró, continuó el avance intelectual islámico y
hasta alcanzó nuevas cimas.
Alrededor del 900, por ejemplo, al-Battani trabajó en Rak-
ka, ciudad del Éufrates superior que no estaba lejos de donde
había existido la vieja ciudad sumeria de Mari veinticinco si-
glos antes. Había sido una residencia favorita de Harún al-
Rashid, pero ahora era el lugar de trabajo de al-Battani, el
más grande astrónomo de la Edad Media. No fue superado
hasta el renacimiento de la ciencia en Europa, seis siglos más
tarde.
Lo mismo puede decirse, en otro campo, de al-Razi, cuyo
nombre nos es más familiar en la forma latinizada de Razes.
En el 900, era el médico principal del hospital de Bagdad, y
fue una de las figuras que más influyeron, tanto en el desarro-
llo de la medicina medieval europea como de la del mundo
musulmán.
Pero la conducción secular y el papel imperial estaban pa-
sando a un pueblo menos civilizado.
11. Los turcos

Los herederos toman el poder

Si el mundo musulmán no se perdió totalmente en el curso de


la fragmentación que se produjo en el siglo x fue, en parte,
porque el mundo cristiano estaba igualmente escindido. Des-
pués de la muerte de Carlomagno el Imperio Occidental se
desmembró en sectores rivales, y todos fueron víctimas de los
estragos causados por las correrías de los «Hombres del Nor-
te», o vikingos, de Escandinavia. El Imperio Bizantino, aun-
que no fue tocado, gastó sus energías en disputas religiosas.
Pero al acercarse el año 1000, un observador imparcial ha-
bría pensado que el mundo musulmán estaba bajo un cre-
ciente peligro. El Imperio Bizantino comenzó a recuperar su
vigor y, bajo Basilio II, que llegó al trono en el 976, parecía
casi haber vuelto a la juventud.
Pero también en el mundo del islam entraron en escena
nuevos campeones. Eran los turcos. Así como las tribus ger-
mánicas externas al Imperio Romano habían aceptado el
cristianismo aunque eran relativamente incivilizadas, así
también las tribus turcas aceptaron el islam, en su versión
sunní. En los siglos futuros, los turcos sunníes iban a ser los
260
11. LOS TURCOS 261

herederos de los árabes y los defensores del islam contra la


oposición cristiana.
Durante el siglo X, un grupo de turcos se desplazó a los tra-
mos orientales del mundo islámico y estableció su capital en
Gazni, en lo que es ahora el Afganistán oriental. Su poder au-
mentó rápidamente y llegó a su apogeo en el 1000, bajo su rey
Mahmud. Llegaba desde la India hasta las fronteras de Meso-
potamia y era casi Persia rediviva.
En verdad, por entonces la cultura persa, en su vieja ver-
sión sasánida, experimentó un renacimiento, cuatro siglos
después de su muerte, gracias, en particular, a un poeta persa
que escribió con el seudónimo de Firdusi.
Firdusi escribió un largo poema de 60.000 versos (siete ve-
ces la extensión de La Ilíada de Homero) en el que relataba en
detalle la historia de los reyes persas, desde sus legendarios
comienzos hasta Cosroes II. Estaba escrito en persa puro, no
en árabe, y ha sido desde entonces el poema nacional del país
y su mayor obra literaria. (Fue un factor que contribuyó a que
el persa sea la lengua del Irán moderno y que impidió su
reemplazo por el árabe.)
En sus primeros pasajes, legendarios, describe a Rustam,
figura similar a Hércules, de increíble fuerza y valor, que pa-
rece inspirarse en el culto a Hércules de los partos. El episo-
dio más conocido y emocionante de la obra es aquel en que el
anciano Rustam logra, después de una dura batalla, matar a
un joven campeón a quien luego, y sólo entonces, reconoce
como su hijo Sohrab. También Alejandro Magno aparece en
el poema, pero en él se le atribuye una madre persa, para con-
tentar el orgullo nacional.
El gran poema épico fue presentado a Mahmud de Gazni
en el 1010, pero Mahmud era un ardiente sunní, mientras que
Firdusi era un chiita. Por ello, Mahmud dio al poeta un pago
insultantemente exiguo. Firdusi se vengó escribiendo una des-
pectiva sátira contra Mahmud y luego, muy prudentemente,
huyó del país lo más rápidamente que pudo.
262 EL CERCANO ORIENTE

Mientras Gazni se estaba convirtiendo en un imperio, otra


tribu de turcos gobernados por un pequeño príncipe llamado
Selyuk, se estableció en la frontera septentrional de lo que ha-
bía sido el Imperio Abasí. Ellos y los que luego se les unieron
son llamados los turcos selyúcidas.
Se dirigieron hacia el Sur y en un comienzo prestaron ser-
vicios como mercenarios. Pero en el 1037, bajo el nieto de Sel-
yuk, Tugril Bey, decidieron alcanzar el poder en su propio
nombre. Como Mahmud de Gazni había muerto en el 1033 y
su hijo era mucho menos capaz que él, los selyúcidas penetra-
ron profundamente en el reino oriental, que decayó rápida-
mente después de una sola generación de apogeo.
Finalmente, en el 1055, Tugril Bey marchó sobre la Meso-
potamia chiita, que cayó sin combatir. Bagdad se le rindió, y
el alegre califa del momento, liberado de la dominación chii-
ta, concedió al fiel sunní lo único que podía otorgar: un títu-
lo. Hizo a Tugril Bey sultán (palabra que originalmente signi-
ficaba «dominio» y, por ende, podía aplicarse apropiadamen-
te a un dominador). Los líderes turcos llevaron este título
durante más de ocho siglos.
Como retribución, Tugril Bey dejó al califa el control no-
minal de Bagdad y Mesopotamia, rehusando ostentosamente
instalar allí su capital. Gobernó desde Ecbatana, nombre que,
bajo la dominación islámica se había corrompido en el de
«Hamadán». Naturalmente, el califa en realidad no gobernó,
cualesquiera que fuesen las alegaciones de Tugril Bey. Fue un
títere turco.

Fin de un duelo y comienzo de otro

Tugril Bey murió en el 1063 y fue sucedido por Alp Arslán,


que fue otro gobernante capaz. Casi inmediatamente, llevó
sus tropas al Norte, a Armenia. Ahora sus fronteras occiden-
tales lindaban con las bizantinas, desde el mar Negro hasta el
11. LOS TURCOS 263

Mediterráneo. Estaban dadas las condiciones para la renova-


ción de la milenaria lucha entre el Oeste y el Este por el borde
noroccidental de Mesopotamia, que había provocado el en-
frentamiento de Roma con los partos, primero, y con los sasá-
nidas luego. Más tarde, los herederos bizantinos de Roma
combatieron por esa región con los árabes, primero, y ahora
con los turcos.
El Imperio Bizantino tuvo el infortunio de que el capaz y
enérgico Basilio II muriese sin dejar herederos fuertes. En los
decenios que siguieron, el período de su renacimiento había
terminado y no estuvo en condiciones de enfrentarse con una
personalidad tan formidable como la de Alp Arslán.
Los turcos ya habían hecho incursiones por Asia Menor en
las décadas de 1050 y 1060, con un éxito considerable. En par-
ticular, habían tomado Mantzikert, ciudad cercana al lago
Van, en los tramos más orientales del ámbito bizantino. (El
lago Van había sido el centro del antiguo país de Urartu.)
En el 1067, un capaz general, Romano Diógenes, estaba al
frente del Imperio Bizantino, y Alp Arslán juzgó más conve-
niente evitar una guerra con él. De todos modos, estaba mu-
cho más interesado en arrancar Siria a los fatimíes de Egipto,
quienes eran chiitas heréticos, que en guerrear con los cris-
tianos. Por ello, pactó una tregua con Romano y se marchó
al Sur.
Pero Mantzikert estaba aún en manos turcas, y Romano no
pudo resistir la tentación de completar la tarea, con tregua o
sin ella. Avanzó hacia la ciudad, y, cuando a Alp Arslán le lle-
garon noticias de esto, abandonó con renuencia su aventura
siria y se lanzó hacia el Norte.
Los dos ejércitos se encontraron en Matzikert en el 1071.
Romano tenía un ejército mayor y rechazó la oferta de Alp Ars-
lán de llegar a un acuerdo pacífico. El ejército bizantino, forma-
do por compactas masas humanas, embistió confiadamente el
centro de las líneas turcas. Los turcos cedieron lentamente,
combatiendo con un mínimo de esfuerzo, mientras obligaban
264 El. CERCANO ORIENTE

a los bizantinos a agotarse sudando, ya que era un día de ve-


rano extraordinariamente caluroso.
Cuando estaba cayendo el crepúsculo, los bizantinos tra-
taron de retirarse a su campamento para pasar la noche y
reiniciar la lucha al día siguiente, pero habían avanzado tan
profundamente en el centro de las líneas turcas que éstas los
encerraron por tres lados como una gran media luna. Alp
Arslán dirigió a sus hombres con soberbia pericia e hizo que
en las puntas de las media luna estuviesen apostadas tropas
frescas, vigorosas y descansadas. Mientras éstas se cerraban
por ambos lados, la caballería turca eligió el momento de ma-
yor confusión para avanzar cerrando la apertura de la media
luna.
El ejército bizantino fue aniquilado y Romano Diógenes
tomado prisionero. Pero Alp Arslán nunca volvió a Siria. Una
revuelta en el Lejano Oriente le obligó a marchar allí, donde
murió al año siguiente.
La derrota de Mantzikert fue el fin del Imperio Bizantino
como gran potencia. Durante cuatro siglos había resistido ,
solo a las fuerzas del islam, pero ya no pudo seguir hacién-
dolo.
Los turcos se abalanzaron sobre Asia Menor y ya nunca se-
rían expulsados de ella. La lucha de once siglos de Roma con-
tra el Este finalmente fracasó cuando el Asia Menor se volvió
turca e islámica y siguió siéndolo hasta la actualidad. El Im-
perio Bizantino sobrevivió unos siglos más, pero sólo en las
sombras. Fueron los cristianos de Europa Occidental los que
ahora se presentaron como los grandes adversarios del islam.
El mundo islámico contribuyó al ascenso de la cristiandad
occidental (involuntariamente, por supuesto), con un suici-
dio intelectual. Esto no se hizo manifiesto de inmediato, pues
a Alp Arslán le siguió, en el 1072, Malik Sha, el más grande de
los selyúcidas. Fue más que un guerrero. Construyó mezqui-
tas por respeto a la religión, y canales por respeto al mundo.
También estimuló el saber y creó escuelas en Bagdad.
II. LOS TURCOS 265

Durante su gobierno, una comisión de sabios, entre los


que estaba el poeta y astrónomo persa Omar Khayyam, lle-
vó a cabo una reforma del calendario cuyo resultado fue
un calendario que, en algunos aspectos, es mejor que el
que ahora usamos. Omar Khayyam es más conocido por
sus series de versos de cuatro estrofas que fueron traduci-
dos al inglés en 1859 por Edward Fitzgerald. Desde enton-
ces, han sido enormemente populares en el mundo de ha-
bla inglesa.
Pero una generación más tarde, se destacó otro persa, al-
Gazzali, en cuyas obras filosóficas, publicadas poco después
del 1100, defendía la doctrina islámica tradicional contra la
ciencia pagana de los griegos. Fue seguido por los musulma-
nes y la ciencia islámica decayó rápidamente.
El más grande de todos los filósofos islámicos, el musul-
mán español Ibn-Rushd, más conocido por la forma latiniza-
da de Averroes, elaboró sus grandes interpretaciones de Aris-
tóteles hacia el 1150. Éstas fueron completamente ignoradas
por los musulmanes, ahora anticientíficos, pero fueron reci-
bidas con entusiasmo por la cristiandad occidental. Así,
mientras el islam se sumía en las tinieblas intelectuales, la
cristiandad occidental iniciaba un ascenso que daría origen al
mundo actual.
La nueva etapa del duelo entre el Este y el Oeste, en la que
intervendría la rama occidental del mundo cristiano, se inició
como resultado de las victorias militares de Malik Sha.
En el 1076, Malik Sha finalmente logró arrancar Siria a los
fatimíes. También conquistó Palestina, que incluía la ciudad
de Jerusalén, y aquí empezaron a cambiar las cosas.
Bajo el gobierno relativamente laxo de los califas abasíes y
de los fatimíes de Egipto, los cristianos de todas las partes de
Europa podían efectuar peregrinaciones a Jerusalén sin hallar
serios obstáculos. Pero los turcos selyúcidas estaban llenos
del fervor de los conversos y se sentían ofendidos por la vista
de los infieles. Los peregrinos empezaron a sufrir atropellos,
266 EL CERCANO ORIENTE •

y esto hizo finalmente que ejércitos occidentales marchasen a


Tierra Santa a buscar venganza.
Naturalmente, había muchas y buenas razones sociales y
económicas para explicar por qué debía producirse en ese
momento una tremenda ofensiva occidental contra el islam,
pero lo que movió al hombre común de Europa Occidental a
apoyar esa desesperada aventura era lo que ahora llamamos
«cuentos sobre atrocidades».
Los peregrinos que retornaban de Palestina (o pretendían
haberlo hecho) iban de aldea en aldea helando la sangre de to-
dos los que deseaban oírlos con cuentos sobre las crueldades de
los turcos. El que más éxito tuvo de esos propagandistas fue
uno llamado Pedro el Ermitaño, quien luego contribuyó a con-
ducir un andrajoso ejército de campesinos al Este, a las penu-
rias y la muerte (de las que él de algún modo logró escapar).
En el 1096, un verdadero ejército, conducido por nobles
franceses, partió hacia el Este, cada uno de los cuales llevaba
una cruz de tela cosida sobre sus ropas. Este era el símbolo de
que estaban luchando por la cristiandad contra los musulma-
nes. Por ello, a esos movimientos se los llamó «Cruzadas», de
la palabra latina que significa cruz.

Los asesinos

De haber vivido Malik Sha o de haber ocupado su lugar un


sucesor igualmente capacitado, las Cruzadas seguramente
habrían fracasado en un principio.
El hecho de que las Cruzadas lograsen algún éxito se debió,
sobre todo, a las querellas internas del mundo musulmán. El
avance turco había sido una constante victoria de los sunníes
sobre los chiitas, y era tiempo de que éstos contraatacasen.
Los extremistas ismailíes del movimiento chiita habían apo-
yado a los fatimíes contra los turcos selyúcidas, pero, en el
año 1090, siguieron su propio camino.
II. LOS TURCOS 267

Uno de los líderes ismailíes, Hasan ibn al-Sabah, se apode-


ró de un valle en la accidentada región situada al sur del mar
Caspio, a unos 110 kilómetros al norte de la capital selyúcida
de Hamadán. Rodeado de montañas, ese valle era práctica-
mente inexpugnable, y al-Sabah (y todos sus sucesores) fue
llamado «el Viejo de la Montaña».
Sus adeptos eran educados en una lealtad absoluta al Viejo.
Se decía que los estimulaba a mascar hachís (similar a lo que
ahora llamamos marihuana) y luego explicaba las alucinacio-
nes que provocaba la droga como visiones del cielo, en el que
entrarían inmediatamente si cumplían con su deber. (Es posi-
ble que esta historia haya sido difundida por los enemigos de
la secta.)
A causa de ello, los seguidores del Viejo de la Montaña fue-
ron llamados hashishin («fumadores de hachís»). Para los eu-
ropeos, este nombre se convirtió en la voz «asesinos».
El método de acción de la nueva secta era sencillo, aunque
terrorífico. No actuaban contra la gente común ni trataron de
organizar ejércitos. En cambio, formaban agentes secretos
cuya misión era matar a gobernantes, generales y líderes.
Golpeaban en el corazón y eran prácticamente imparables,
pues un criminal al que no le interesa escapar, tarde o tempra-
no logra éxito, con seguridad. Sólo la dificultad para escapar
es lo que complica la mayoría de tales planes. Debido a las ac-
tividades de esta secta, toda muerte provocada premeditada-
mente es llamada hoy un «asesinato».
Los primeros blancos de los Asesinos fueron, por su-
puesto, los líderes sunníes, aunque también mataron a los
chiitas que juzgaban extraviados (es difícil satisfacer a un
extremista). Su primer gran golpe fue el asesinato de Malik
Sha, en el 1092.
El Reino selyúcida inmediatamente se fragmentó, pues as-
piraban al trono diferentes miembros de la dinastía. Como
sucede a menudo, ninguno de los contendientes obtuvo un
triunfo total, y mientras cada uno combatía a sus hermanos,
268 EL CERCANO ORIENTE

tíos y primos, los cruzados se abrieron camino hasta Siria y,


finalmente, llegaron a Jerusalén, en el 1099, sometiéndola a
un despiadado saqueo.
Las costas orientales del Mediterráneo pronto se dividie-
ron en Estados cristianos occidentales, bajo el liderazgo del
«Rey de Jerusalén». Una parte de la Mesopotamia norocci-
dental fue ocupada y organizada para construir el Condado
de Edesa. Durante casi cincuenta años, los barones cristianos
dominaron la ciudad donde, ocho siglos atrás, el emperador
romano Valeriano había caído prisionero de los persas. Ese
período de medio siglo fue la primera vez que los cristianos
gobernaron alguna parte de Mesopotamia. Esta situación no
se iba a repetir hasta nueve siglos después.
Mientras los cruzados y los turcos combatían sangrienta-
mente, los asesinos atacaban ágilmente a unos y otros con
torva imparcialidad. Los turcos trataron de aplastar al Viejo
de la Montaña mediante expediciones militares, pero fueron
fácilmente rechazados cuando trataron de penetrar en las
agrestes montañas. Y mientras los asesinos defendían su for-
taleza, trataban de establecer centros subsidiarios en Meso-
potamia y Siria; durante siglo y medio impusieron un reina-
do del terror sobre el islam. Ningún gobernante de Oriente
Próximo pudo dormir tranquilo.
Los selyúcidas, divididos como estaban, no podían montar
un eficaz contraataque contra los cruzados. Y cuando el con-
traataque se produjo, no estuvo conducido por un turco, sino
por un hombre de ascendencia armenia que había nacido en
Mesopotamia. Era Salah al-Din («honor de la fe») y había na-
cido en Tikrit, a orillas del Tigris, situada a mitad de camino
entre Bagdad y las antiguas ruinas de Nínive. Una aventurera
vida de guerras contra los cruzados lo había llevado a adue-
ñarse de Egipto. En el 1171, derrocó al gobierno fatimí y pro-
clamó el retorno de Egipto a la doctrina sunní.
Reformó el gobierno y la economía egipcios y también se
apoderó de Siria. En el 1187, derrotó a los cruzados y retomó
11. LOS TURCOS 269

Jerusalén; pronto invadió todo el territorio restante que había


estado en poder de ellos.
Para recuperar al menos parte de las posesiones cristianas,
fue necesaria otra cruzada, cuyo jefe fue Ricardo Corazón de
León, monarca de Inglaterra. El campeón musulmán ganó
fama inmortal en la leyenda bajo la forma cristiana de su
nombre, Saladino.

El terror de Asia Central

Pero mientras cristianos y musulmanes luchaban en los en-


sangrentados campos de Palestina y Siria, los mongoles de
Asia Central preparaban una nueva y monstruosa invasión.
El fundamento para la irrupción de los mongoles en la
historia del mundo fue puesto en el 1206, cuando su jefe, Te-
mujin, logró unir las diversas tribus de Mongolia. Pronto
adoptó el nombre de Gengis Kan. Este nombre significa
«rey universal», y Gengis Kan debe de habérselo tomado al
pie de la letra, pues inmediatamente se embarcó en un pro-
yecto de ilimitadas conquistas. Podía parecer que se trataba
de un plan alocado, pues los mongoles no eran más de un
millón, rodeados por poderosas civilizaciones con avanza-
das tecnologías.
Pero Gengis Kan sorprendió al mundo. Era un genio orga-
nizador, que estaba adelantado en siglos con respecto a su
época en cuanto a estrategia militar. Fue el primer hombre
que supo llevar una guerra en una escala verdaderamente
continental; el primero que llevó a cabo una Blitzkrieg en el
sentido moderno. Sus jinetes hacían batidas independientes
en grupos distanciados a miles de kilómetros unos de otros
para reunirse en un punto fijado de antemano, mientras di-
versas señales y mensajeros mantenían a las unidades en con-
tacto unas con otras. Los mongoles prácticamente vivían so-
bre sus peludos poneys y podían avanzar a velocidades que
270 EL CERCANO ORIENTE.

no serían igualadas, en operaciones militares, hasta la inven-


ción del motor de combustión interna.
Como los asirios, los mongoles utilizaban el terror como
arma: matanzas al por mayor cuando se les ofrecía la menor
resistencia, pero siempre exceptuando a los técnicos de todo
tipo para usar sus habilidades en la siguiente conquista.
Gengis Kan murió en el 1227, pero en los veintiún años que
dirigió sus ejércitos, conquistó la mitad de China e irrumpió
en Persia oriental.
Gengis Kan tenía una concepción del mundo sencilla: el
nomadismo era, para él, el modo apropiado de vida. Su ideal
habría sido eliminar todas las ciudades y poner fin a la civili-
zación. Se lo persuadió con dificultad a que dejara intactas las
ciudades chinas, con el argumento de que los habilidosos ha-
bitantes de las ciudades podían serle útiles.
Teniendo su base urbana en el Este, fue menos cuidadoso
con las regiones sedentarias del Oeste. Las matanzas colecti-
vas en Persia y la destrucción de las ciudades llevó a la disgre-
gación de los sistemas de irrigación que sólo se mantenían
por el trabajo estrechamente cooperativo de las poblaciones
sedentarias. Este laborioso trabajo de siglos fue deshecho y
zonas que eran fértiles por la infatigable labor de los hombres
se convirtieron en semidesiertos, con resultados que se han
hecho sentir hasta hoy, siete siglos después.
A Gengis Kan le sucedió su hijo Ogodai Kan, quien amplió
la capital de su padre, Karakorum, que estaba casi en el cen-
tro de lo que es ahora la República Popular de Mongolia.
En el 1236, fue enviada una fuerza expedicionaria contra
Europa que obtuvo rápidas victorias. Rusia y Polonia fue-
ron tomadas enseguida y los mongoles, que estaban a pun-
to de entrar en el corazón de Alemania, sólo se detuvieron
por la afortunada (para los europeos) muerte de Ogodai, a
fines del 1241. Los generales mongoles tuvieron que retor-
nar a Karakorum para participar en la elección de un nue-
vo kan.
11. WS TURCOS 271

Hubo algunos problemas, pero, finalmente, fue establecido


en el trono un nieto de Gengis, Mangu Kan, en el 1251. Durante
esta década de incertidumbre, el vasto Imperio Mongol quedó
totalmente intacto. Nadie osó moverse contra él. Los mongoles
se llamaban a sí mismos «tártaros», pero para los postrados eu-
ropeos «tártaros» significaba criaturas del Tártaro (el Infierno).
Una vez asentado Mangu firmemente en el trono, se reini-
ció el proyecto mongol de conquista mundial. El hermano de
Mangu, Kublai, recibió el encargo de subyugar lo que queda-
ba de China, mientras otro hermano, Hulagu, fue puesto al
frente de la campaña contra el mundo musulmán.
Hulagu comenzó su campaña a fines del 1255 desplazándo-
se hacia el Sudoeste desde el mar de Aral. Rodeó el mar Caspio
y envió a sus hombres en bandada al apartado valle del Viejo
de las Montañas. Los Asesinos habían resistido a los mejores
ejércitos y los más capaces generales que los musulmanes ha-
bían podido enviar en su contra, pero acabar con ellos fue
para los mongoles un juego de niños. Los barrieron total-
mente y quedaron de golpe reducidos a la insignificancia. To-
davía hoy existen restos de los ismailíes. Su jefe lleva desde
1800 el título de Aga Kan, pero estos jefes son hoy conocidos
como playboys, no como temibles asesinos.
El ejército de Hulagu luego se dirigió hacia el Sur, para pe-
netrar en Mesopotamia. Se enviaron mensajeros al califa para
ordenarle que compareciera ante Hulagu como suplicante y
desmantelara Bagdad.
El califa era al-Mutasim. Se había negado antes a aliarse
con los mongoles contra los Asesinos y ahora se negó a ren-
dirse. No sabemos cuándo ni cómo logró el coraje (o la locu-
ra) para hacer esto. Los mongoles no se inmutaron por su de-
safío. En el 1258 barrieron al ejército reclutado por el califa y
se arrojaron sobre Bagdad, a la que sometieron a un salvaje
saqueo que duró muchos días. Se supone que mataron a cien-
tos de miles de personas, y fueron destruidos indiscrimina-
damente los tesoros acumulados durante siglos.
272 EL CERCANO ORIENTE

Al-Mutasim tuvo el melancólico honor de ser el último de


los califas abasíes de Bagdad, linaje que se remontaba cinco
siglos atrás. Según ciertos relatos, fue estrangulado; según
otros, fue pateado hasta morir.
Pero aunque el califato llegó a su fin en Bagdad, no fue bo-
rrado completamente. Con fines exclusivos de propaganda,
los gobernantes de Egipto recibieron a un miembro de la fa-
milia abasí que había logrado escapar de la destrucción gene-
ral de Bagdad y lo proclamaron califa. El Califato abasí de
Egipto sólo fue reconocido en este país, pero subsistió allí du-
rante dos siglos y medio.
La comunidad judía de Mesopotamia también llegó prác-
ticamente a su fin con el advenimiento de los mongoles, des-
pués de dieciocho siglos de oscilante historia que se remonta-
ba a los tiempos de Nabucodonosor. Durante algunos siglos,
la comunidad había estado decayendo, y el liderazgo intelec-
tual judío había pasado a otras partes del islam, a Egipto y Es-
paña. Pero ahora desapareció totalmente de la historia.
El califato y la comunidad judía no fue todo lo que llegó a
su fin en Mesopotamia. La destrucción y despoblación de la
tierra provocó la desorganización y aniquilación del sistema
de canales. Es verdad que había estado en decadencia desde
hacía un siglo, pero podía haber sido restaurado a tiempo,
como había sucedido antes en más de una ocasión. Mas lo
que ocurrió después de la devastación mongólica no permi-
tía ninguna restauración.
El vandalismo que ello suponía es algo que nos espanta. Esos
canales habían sustentado una elevada civilización en Mesopo-
tamia durante más de cinco mil años. Habían llegado y pasado
invasiones, destrucciones y edades oscuras, pero los canales ha-
bían sobrevivido y la riqueza de Mesopotamia, por mucho que
se la dilapidase y disipase, siempre había sido recuperada.
Pero ahora no fue posible. El sistema de canales desapare-
ció, y Mesopotamia decayó hasta la miseria total, que no la ha
abandonado hasta el presente.
11. LOS TURCOS '73

En el 1259, Mangu Kan murió y fue sucedido por Kublai.


Cuando subió al poder, gobernó sobre el más grande imperio
que haya sido nunca gobernado por un solo hombre. Desde
el Pacífico hasta Europa Central, dominaba sobre unos
28.000.000 de kilómetros cuadrados, un tercio de la superfi-
cie de todo el hemisferio oriental. Este récord no ha sido bati-
do hasta el día de hoy.
Pero en el momento en que Kublai subía a ese trono sin
igual, estaba próximo a su fin, cuando el insaciable Hulagu,
después de completar la conquista de Mesopotamia, penetró
en Siria.
Extrañamente, fue bien recibido por algunos sectores de la
población. La principal esposa de Hulagu era una cristiana
nestoriana; los jefes mongoles, en general, estaban bastante
interesados en el cristianismo. Para los cristianos de Oriente
Próximo, los mongoles eran aliados potenciales contra los
musulmanes.
Pero aún se alzaba como obstáculo una potencia musul-
mana. Egipto estaba gobernado por los descendientes de
Saladino, pero el poder real estaba en manos de una casta
militar de esclavos llamados los «mamelucos» (de una pa-
labra árabe que significa «esclavo»). El jefe de esa banda
por la época en que los invictos mongoles se dirigían a
Egipto era Barsbay. Era un hombre descomunal, de una fe-
rocidad y una valentía casi demoníacas. Llevó a sus mame-
lucos a Siria, y cerca de Damasco se enfrentó a los mongo-
les. El mismo Barsbay condujo personalmente la carga sal-
vaje de los mamelucos que aplastó al ejército mongol en el
año 1260.
Fue la primera derrota sufrida por los mongoles en me-
dio siglo de ininterrumpida expansión. Esa derrota salvó a
Egipto, pero sus efectos tuvieron mayor alcance. Enseñó al
mundo que los jinetes del Infierno, los demoníacos tárta-
ros, podían ser derrotados. El Imperio Mongol dejó de ex-
pandirse.
274 EL CERCANO ORIENTE

Persia y Mesopotamia quedaron en manos de Hulagu, aun


después de que la victoria de Barsbay hubiese detenido su
avance. El era el «II-Kan» («gobernador regional») y, por con-
siguiente, sus descendientes son llamados los «ilkanes».
Al principio, los ilkanes fueron más bien antimusulmanes.
El hijo de Hulagu, que le sucedió en el 1265, estaba (como su
padre) casado con una cristiana, una princesa bizantina. Los
cristianos gozaron de considerable favor en su reino, y se in-
tentó establecer relaciones diplomáticas con las potencias
cristianas de Europa. Pero la población siguió siendo tenaz-
mente musulmana.
En el 1295, subió al trono un nuevo ilkán, Gazán, y con él
llegó a su fin la lucha contra lo inevitable que había durado
una generación. Se convirtió al islam, y con esto terminó la
guerra fría entre los gobernantes y los gobernados. También
declaró su independencia formal del gobierno central de
Mongolia. (Kublai Kan acababa de morir en el 1294, y con su
muerte se desintegró la unidad mongólica.)
La dominación mongólica se había suavizado por enton-
ces. China había creado el papel moneda, que funcionó bien
como conveniente sustituto de la moneda acuñada mientras
la población tuvo confianza en tal papel. Los ahora progresis-
tas ilkanes trataron de introducirlo en su reino, pero el inten-
to fracasó. La gente no aceptaba tiras de papel escritas a cam-
bio de artículos valiosos, y se produjo un caos financiero.
Hubo que dar fin al experimento.
La vida intelectual se reanimó, y bajo los ilkanes actuó un
sabio llamado Rashid al-Din. Nació en Hamadán por el 1250,
fue médico, visir y compuso una historia de los mongoles. En
ésta, escribió también sobre la India, China y hasta sobre la
distante Europa, esto es, sobre todos los pueblos a los que ha-
bía llegado la conquista o la presión mongólicas. Fue un in-
tento de escribir una historia mundial, y la primera vez que se
emprendía un proyecto semejante, en un sentido razonable-
mente moderno.
11. WS TURCOS
275

Persia bajo los ilkanes


276 EL CERCANO ORIENTE

Los otomanos

El huracán mongol había destruido los últimos restos de la


dominación selyúcida. Pero apareció una nueva tribu turca y
ganó poder, a medida que declinaba el poder mongol.
El primer líder importante de esta tribu fue Osmán I (u Ot-
mán, en árabe). La tribu que gobernó y sus descendientes son
llamados los, turcos osmanlíes o, más comúnmente, los tur-
cos otomanos.
Otmán asumió el liderazgo en el 1290 y comenzó a exten-
der su poder sobre Asia Menor. Bajo su hijo Orján I, que su-
bió al trono en 1324, fue tomada el resto de Asia Menor. En
1345, Orján aprovechó una guerra civil entre los bizantinos
para atravesar el estrecho, y así entraron los turcos en Europa.
Las fuerzas turcas redujeron constantemente el poder bizan-
tino hasta confinarlo a poco más que la ciudad de Constanti-
nopla. En 1391, el sultán otomano Bayaceto I puso sitio, prácti-
camente, a Constantinopla. Estuvo a punto de tomarla cuando
un nuevo e inesperado ataque del Este reclamó su atención.
El ataque fue llevado a cabo por un conquistador que pre-
tendía ser del linaje de Gengis Kan, y en verdad parecía tener
todos los poderes del legendario Gengis. Nadie podía resistir-
le. Su nombre era Timur, pero era generalmente llamado Ti-
mur-i-lenk («Timur el Cojo»), nombre que los europeos co-
rrompieron en «Tamerlán».
El centro de su reino era Samarcanda, a unos mil kilóme-
tros al este del Caspio, y había logrado la supremacía sobre la
mayor parte de los principados mongólicos subsistentes. Lue-
go marchó sobre Rusia y tomó Moscú.
Los ilkanes de Persia habían quedado tan debilitados y
desquiciados que no ofrecieron a Timur ninguna oposición
eficaz. En 1395, ocupó todos los dominios de los ilkanes y
luego marchó hacia la India, donde tomó Delhi y la saqueó.
Timur tenía a la sazón casi setenta años, pero la edad no de-
tuvo al terrible viejo. En 1400, invadió Siria y allí hizo lo que no
11. LOS TURCOS 277

había podido hacer Hulagu siglo y medio antes, pues se enfren-


tó a un ejército mameluco, lo derrotó y ocupó Damasco.
Luego se dirigió a Bagdad, que aún resistía. En 1401 la
tomó, y si su pillaje no fue tan destructivo como el de Hulagu,
fue solamente porque quedaba mucho menos que destruir.
Fueron asesinados unos 20.000 habitantes.
Finalmente, Timur invadió Asia Menor, y fue esto lo que
distrajo a Bayaceto del asedio de Constantinopla. En 1402, Ti-
mur encontró al ejército turco en Ankara, en la mitad de la
península, y lo aplastó. El Reino Otomano fue conmovido
hasta sus cimientos y el tambaleante Imperio Bizantino tuvo
medio siglo más de vida.
La férula de Timur se extendió sobre el territorio que anta-
ño había constituido el Imperio Sasánida. Preparó una gran
fuerza expedicionaria que condujo hacia el Este a fines de
1404, con la intención de conquistar China. Pero no llegó a
hacerlo. A fin de cuentas, la edad siempre es la vencedora. Ti-
mur murió al mes de partir, y su cuerpo fue enviado a Samar-
canda.
Durante un siglo después de la muerte de Timur, hubo
gran confusión en el Oriente Próximo, pues sus descendien-
tes riñeron unos con otros. Lentamente, su poder se fragmen-
tó y declinó, mientras revivía el de los turcos otomanos.
En 1451, Mohamed II era el sultán de un Imperio Otoma-
no recobrado. Puso sitio a Constantinopla y la tomó, en 1453.
El último emperador bizantino, Constantino XI, murió com-
batiendo valientemente. Esto puso fin a un linaje de gober-
nantes que se remontaba a Augusto, quince siglos atrás.
Constantinopla se convirtió en la capital del Imperio Oto-
mano con un nuevo nombre, Estambul, y ha sido desde en-
tonces una ciudad turca.
Persia necesitó más tiempo para recuperarse. Este resurgi-
miento se produjo por obra de una piadosa familia chiita cu-
yos miembros fueron llamados los safawíes, por su fundador,
Safi al-Din, que vivió en tiempos de Hulagu.
278 El. CERCANO ORIENTE

En 1501, un miembro de esa familia, Ismaíl, capturó la ciu-


dad de Tabriz, a unos 240 kilómetros al oeste del mar Caspio,
y desde allí estableció su dominación sobre Persia. El territo-
rio había sido desde hacía tiempo un campo de batalla de
ideas entre los sunníes y los chiitas, pero por entonces predo-
minaban los sunníes. Ismail, sin embargo, se esforzó por lle-
var a sus súbditos al chiismo y lo logró. Desde entonces, Per-
sia ha sido predominantemente chiita. El Imperio Otomano,
en cambio, fue fanáticamente sunní, y el ascenso de Persia fue
contemplado con gran disgusto. En 1512, Selim I fue procla-
mado sultán otomano y conocido como «Selim el Cruel»,
pues fue, en verdad, un feroz guerrero. En 1516 y 1517, con-
quistó Siria y Egipto, agregándolos a sus dominios. En Egipto
capturó al último de los descendientes del abasí que había
huido de Bagdad después del holocausto de Hulagu. Según
relatos posteriores, Selim obligó a ese último abasí a otorgar-
le el título de califa. Como resultado de ello, los posteriores
gobernantes otomanos reclamaron firmemente ese título.
Selim también midió sus fuerzas con Ismaíl. Los campeo-
nes del sunnismo y el chiismo se encontraron en Chaldirán,
en Armenia, el 23 de agosto de 1514. Selim logró la victoria y
se apoderó de la región situada al oeste del Caspio, donde una
docena de años antes Ismaíl había iniciado su propia carrera
de conquistas.
Pero Ismail sobrellevó la adversidad. Cuando Selim volvió
a Siria y Egipto, Ismaíl logró impedir que los turcos siguieran
avanzando hacia el Este. Hasta consiguió establecer su poder
sobre Mesopotamia, que, como Persia, se hizo en gran medi-
da chiita, como consecuencia de ello.
El duelo por Armenia y Mesopotamia, que había durado
tanto tiempo entre romanos y persas y luego entre cristianos
y musulmanes, fue reiniciado por tercera vez sobre una nue-
va base: fue un duelo entre sunníes y chiitas que siguió duran-
te cuatro siglos.
12. Los europeos

El retorno de los occidentales

Pero Europa Occidental se hizo sentir una vez más en la Edad


Media. El último de los cruzados había sido arrojado de Siria
en 1291, pero Europa volvió de una nueva manera. Lenta-
mente, bajo la dirección de las potencias más occidentales,
Portugal y España, creó un linaje de marinos que se aventura-
ron por las profundidades del océano y establecieron su do-
minación política sobre las tierras a las que llegaban.
El que más éxito tuvo de esos primeros imperialistas por-
tugueses fue Alfonso de Albuquerque. Recorrió todas las cos-
tas del océano Índico y, en 1510, desembarcó en la isla de Or-
muz, en la entrada del golfo Pérsico. También estableció su
dominio sobre partes de la tierra continental adyacente. El
sha Ismaíl protestó vigorosamente, pero empeñado en una
lucha a muerte con los otomanos como estaba, no pudo llevar
las cosas más allá.
Ismail fue sucedido por un hijo de once años, Tahmasp I, y
mientras Persia pasaba por las incertidumbres de su minoría,
tuvo que enfrentarse al Imperio Otomano bajo el más grande
de sus gobernantes, Solimán el Magnífico.
279
280 EL CERCANO ORIENTE

Solimán derrotó a Persia una y otra vez, obligando a


Tahmasp a trasladar su capital al Este, a Kazvin, cerca de
donde los Asesinos habían tenido su fortaleza cuatro siglos
antes. Más aún, Solimán arrancó Mesopotamia a los shas
de Persia.
Durante el reinado de Tahmasp llegó a Persia el primer in-
glés. Era Anthony Jenkinson, empleado de una compañia
cuya meta era facilitar y extender el comercio entre Inglaterra
y Rusia. Una ruta posible de ese comercio era a través de la
tierra persa, y en 1561 Jenkinson llegó a la corte de Persia en
Kazvin para negociar la creación de tal ruta comercial. No
tuvo éxito porque los sentimientos anticristianos en Persia
eran demasiado fuertes.
En 1587 fue proclamado sha Abbas I. Fue el más capaz del
linaje safawí y a veces se le llamaba Abbas el Grande. Se esfor-
zó por reformar su ejército y ponerlo a la altura del de los tur-
cos, en lo cual recibió una inesperada ayuda: en 1598 llegaron
a su tierra algunos ingleses deseosos de negociar una alianza
entre Persia y la Europa cristiana contra el Imperio Otomano.
El jefe de esta misión inglesa era un experto soldado, sir Ro-
bert Shirley.
Sir Robert se quedó al servicio de Abbas y lo ayudó a re-
construir su ejército. El resultado fue que, en 1603, Abbas
se sintió en condiciones de atacar a los turcos. Retomó todo
el territorio conquistado por Selim y Solimán y, en particu-
lar, recuperó Mesopotamia y marchó triunfalmente sobre
Bagdad.
El reinado de Abbas I fue un tiempo de prosperidad para
Persia. El sha estableció una nueva y espléndida capital en Is-
fahán, a 500 kilómetros al sur de Kazvin. Mejoró la red de ca-
minos de su reino y alentó el establecimiento de puestos co-
merciales ingleses y holandeses.
Pero lo amargaba la continua presencia de los portugueses
en la costa meridional, donde se habían establecido desde ha-
cía ya un siglo. Con la ayuda de barcos de la compañía comer-
12. LOS EUROPEOS 281

cial británica, atacó a los portugueses en 1622 y finalmente


los expulsó. Fundó en el lugar la ciudad de Bandar Abbas, por
su propio nombre.
Después de la muerte de Abbas, en 1629, Persia declinó
rápidamente, y tuvo la desgracia de que subiese al trono
turco el último gobernante avezado de los otomanos. Se
trataba de Murad IV, el último de los sultanes guerreros
otomanos. Tan pronto como murió Abbas, Murad se lanzó
hacia el Este y saqueó Hamadán en 1630. En 1638 tomó
Bagdad. De nuevo, Mesopotamia volvió a ser turca, y esta
vez el cambio sería permanente, pues nunca ya volvería al
dominio persa.
En el siglo siguiente se produjeron perturbaciones aún
mayores en el Este. Las tribus afganas conquistaron su inde-
pendencia (con lo que comienza la historia del moderno Af-
ganistán). En 1722, un ejército afgano invadió Persia y derro-
tó a un ejército persa mucho mayor. Tomó Isfahán y puso fin
a su período de apogeo de un siglo.

Los rusos

Mientras Persia era acosada por el Oeste y el Este, experimen-


tó el comienzo de un nuevo tipo de presión europea, por tie-
rra y desde el Norte, pues los rusos, liberados finalmente de la
dominación mongol, avanzaron hacia el Sur.
Mientras Persia se tambaleaba bajo la invasión afgana, Ru-
sia estaba gobernada por el más grande de sus zares, Pedro I.
Aprovechó ese momento para avanzar sobre el Cáucaso, e in-
cluso ir más allá. Por un momento pareció que Persia desapa-
recería dividida entre turcos, rusos y afganos.
Si esto no ocurrió, fue por la repentina aparición de un
general muy capacitado, Nadir Kuli. Por ascendencia, era
un turco sunní, pero persa por ambición. Derrotó a los af-
ganos, rechazó al Imperio Otomano y mantuvo viva a Per-
282 EL CERCANO ORIENTE

sia. En 1736 depuso a Abbas III, el último de los safawíes


(que habían gobernado Persia durante dos siglos y un ter-
cio) y tomó directamente el gobierno en sus manos con el
nombre de Nadir Sha.
Durante algunos años, Persia pareció ser nuevamente una
potencia conquistadora. Nadir invadió la India en 1739, sa-
queó Delhi y se llevó inmensas riquezas, que, se decía, ascen-
dían a quinientos millones de dólares. Se expandió por Asia
Central y hasta derrotó a los turcos en las costas del mar Ne-
gro. Durante un tiempo, pareció restaurado el reino de los sa-
sánidas.
Pero hasta las conquistas cuestan dinero y pueden ser más
de lo que la economía de una nación puede soportar. Ade-
más, Nadar trató de imponer el sunnismo como religión ofi-
cial, y la población chiita se opuso a esto con torvo fervor.
Sólo había un final posible: hubo un llamamiento a la rebe-
lión y la conspiración, y, en 1747, Nadir fue asesinado.
En el confuso medio siglo que siguió, Persia cambió de ca-
pital varias veces. En 1796, se estableció en Teherán, a unos
110 kilómetros al sur del mar Caspio, que ha continuado siendo
desde ese momento la capital de Persia.
Por entonces, las principales presiones que se ejercían so-
bre Persia provenían de los europeos: de los rusos en el Norte
y de los británicos (que se habían establecido en la India) des-
de el sudeste.
Persia libró varias guerras con Rusia que, en general, per-
dió, y la dominación rusa se extendió hacia el Sur desde el
Cáucaso. En 1828, la frontera entre los dos países llegó a la
línea actual, unos 110 kilómetros al norte de Tabriz.
Pero al este del mar Caspio continuó la expansión meridio-
nal de Rusia. En 1853, los ejércitos rusos acamparon en las
costas del lago Aral. Hacia 1884 habían llegado a puntos si-
tuados a 650 kilómetros al sur de ese lago y establecieron la
actual frontera entre Persia y Rusia.
Gran Bretaña hizo lo que pudo para proteger a Persia
12. WS EUROPEOS 283

contra el avance ruso, no tanto por amor desinteresado a


Persia como por temor a Rusia. Si Persia caía totalmente
bajo la dominación rusa, podía verse amenazada la domi-
nación británica sobre la India. Fue esta rivalidad entre
Gran Bretaña y Rusia lo que provocó la Guerra de Crimea,
de 1853 a 1856.
Durante toda la segunda mitad del siglo XIX Persia apenas
podía ser considerada independiente. Acosada por rusos y
británicos, en guerra unos contra otros, los intereses de los
persas no eran tenidos en cuenta para nada.
Casi lo único que pudieron hacer los persas por sí mismos
fue fundar una nueva religión. Provino de Shiraz, situada a
unos 65 kilómetros al sudoeste de donde dos mil años antes
había estado la antigua Persépolis. En 1844, Mirza All Moha-
med, un hombre de Shiraz, se declaró el Bab (esto es, la
«puerta»), por donde debían recibirse nuevas revelaciones di-
vinas. Predicó una forma de chiismo, al que se añadieron cier-
tos elementos del judaísmo y del cristianismo. El movimien-
to se difundió, pero pronto chocó con la desaprobación de los
chiitas ortodoxos. El Bab fue ejecutado en 1850, y sus segui-
dores fueron entonadamente perseguidos y finalmente ex-
pulsados del país en 1864.
Uno de los adeptos del Bab se llamó a sí mismo Baha-
Allah, o «esplendor de Dios». Logró llegar a Bagdad, donde
predicó una nueva versión de esa religión que ha sido lla-
mada en su honor behaísmo. Es aún más ecléctica que el ba-
bismo, pues predica la unidad de todas las religiones. No
tiene sacerdotes ni rituales, y se limita a las enseñanzas éti-
cas.
Al gobierno turco de Constantinopla la nueva doctrina
no le agradó más que a los persas, y Baha-Allah fue exiliado
a Palestina (que, bajo los turcos, era una tierra cubierta de
malezas, semidesértica y casi abandonada). Baha-Allah
murió allí en 1892, pero hasta hoy la sede del behaísmo está
en Haifa, Israel.
284 CERCANO ORIENTE

Hasta el tiempo de la muerte de Baha-Allah, la nueva reli-


gión estuvo limitada al mundo musulmán, pero en 1890 se
difundió por Occidente. Hoy es más fuerte en los Estados
Unidos que en cualquier otra parte del mundo.

Los alemanes

La rivalidad ruso-británica habría continuado indefinida-


mente, de no haber sido porque ambos países debieron en-
frentarse con un nuevo enemigo. En 1871, varios Estados ale-
manes se unieron para formar el Imperio Alemán, que muy
pronto llegó a ser, en el terreno militar, el más próspero y
fuerte Estado de Europa.
Cuando Guillermo II subió al trono de Alemania, en 1888,
inició descabelladamente una insensata política exterior que
atemorizó al resto del mundo. Rusia temió la presencia de su
gran y eficiente ejército en su frontera occidental, y Gran Bre-
taña temió la nueva armada técnicamente avanzada que Ale-
mania estaba por construir.
Por el temor que Alemania inspiraba a Gran Bretaña y
Rusia, los dos viejos enemigos no tuvieron más remedio
que unirse. En 1907 llegaron a un acuerdo informal. Parte
de ese acuerdo se refería a Persia: Rusia reconocía el con-
trol exclusivo por Gran Bretaña de la costa del golfo Pérsi-
co, y Gran Bretaña el control ruso de la costa del mar Cas-
pio. Entre ambas se extendía una franja neutral que sepa-
raba suficientemente las dos influencias como para evitar
p
ciroblemas.
Fue una respuesta específica al intento alemán de introdu-
rse en Oriente Próximo. Su influencia estaba creciendo en
Turquía (los restos de un Imperio Otomano muy reducido), y
en 1892 una compañía alemana obtuvo el permiso para cons-
truir un ferrocarril que atravesara Asia Menor hasta Mesopo-
tamia, hasta Bagdad.
12. LOS EUROPEOS 285

Finalmente, en 1914, cuando estalló la Primera Guerra


Mundial, con Alemania de un lado y Rusia y Gran Bretaña del
otro, Turquía se unió a los alemanes, pero Persia se declaró
neutral.
Persia, y Oriente Próximo en general, era importante como
ruta por la que Gran Bretaña y Rusia podían tomar contacto
y rebasar al grupo alemán de potencias. Por ello en 1914, in-
mediatamente después de la entrada de los turcos en la gue-
rra, los británicos desembarcaron en Basra, en territorio tur-
co, cerca del extremo septentrional del golfo Pérsico. En la
primavera de 1915, las fuerzas británicas iniciaron una mar-
cha aguas arriba, para ocupar Bagdad.
En noviembre, los británicos llegaron a la antigua Ctesifon-
te, donde libraron una batalla con los turcos. Pero el avance no
había sido fácil; el calor y las enfermedades habían causado
muchas bajas, y aunque la batalla con los turcos no fue Una
completa derrota, el ejército británico estaba suficientemente
debilitado como para hacer aconsejable la retirada.
Los británicos se retiraron a Kut-al-Imara, ciudad a orillas
del Tigris situada a unos 160 kilómetros aguas abajo de Bag-
dad. Los turcos la sitiaron en diciembre, y durante cinco me-
ses los miembros del ejército británico (compuesto en su ma-
yor parte por indios) se desangraron y pasaron hambre den-
tro de la ciudad, mientras fracasaban tres intentos de
liberarlos. El 29 de abril de 1916, se vieron obligados a rendirse.
A fines de ese año, los encolerizados británicos reunieron
un ejército mayor y mejor equipado, y penetraron nueva-
mente en Mesopotamia. En enero de 1917, lucharon con los
turcos en Kut-al-Imara y esta vez obtuvieron la victoria y
ocuparon la ciudad. El 11 de marzo estaban en Bagdad, y por
primera vez en los once siglos de historia de la ciudad, la ca-
pital de los califas fue hollada por un ejército cristiano con-
quistador.
La guerra terminó en 1918 con la completa victoria de
Gran Bretaña y sus aliados (incluidos los Estados Unidos,
286 EL CERCANO ORIENTE

como «potencia asociada», pero con exclusión de Rusia, que


había caído en la revolución y el caos, y había abandonado la
guerra).
Poco después de la paz, el Imperio Otomano llegó a su fin,
después de seis siglos de existencia.
Los pueblos sometidos no turcos que habían quedado des-
pués de 1918 fueron ahora liberados, pero no totalmente.
Mesopotamia se convirtió, en teoría, en la nación indepen-
diente de Irak, pero de hecho los británicos dominaban el
país por un «mandato» otorgado por la Sociedad de Naciones
(una laxa unión de naciones fundada después de la Primera
Guerra Mundial).
A los iraquíes no les gustó el acuerdo y se rebelaron contra
sus nuevos amos británicos en 1920, pero la rebelión pronto
fue sofocada. En 1921, Faisal, perteneciente a una importante
familia árabe que había cooperado con los británicos durante
la Primera Guerra Mundial, se convirtió en rey de Irak. Con
un monarca propio, Irak recuperó más su autorrespeto como
nación. El país se aplacó y durante veinte años mantuvo una
razonable cooperación con los británicos.
Persia, entre tanto, tuvo mayor independencia que antes.
Rusia, bajo su nuevo gobierno revolucionario, apenas pudo
mantener intacto su territorio. No podía intentar aventuras
imperialistas. Hasta los británicos, que habían sufrido bas-
tante con la guerra, se sintieron menos ansiosos por extender
su dilatado imperio (que abarcaba una cuarta parte de la su-
perficie terrestre).
En 1921, un oficial persa, Reza Kan, se apoderó del go-
bierno de Persia y, en 1925, se proclamó sha. Bajo su domi-
nación, Persia experimentó un vigoroso renacimiento na-
cionalista. Disminuyó la influencia británica, se firmaron
tratados con Rusia (ahora la Unión Soviética) y Turquía; y el
país se modernizó. En 1935, adoptó oficialmente el nombre
de Irán, el viejo nombre iranio, en lugar del nombre griego
«Persia».
12. LOS EUROPEOS 287

Pero en el decenio de 1930 hubo un creciente desconten-


to en Oriente Próximo. Los judíos estaban entrando en Pa-
lestina e intentaban la creación de un Estado judío indepen-
diente (movimiento llamado «sionismo»). A esto se opo-
nían los diversos Estados musulmanes de Oriente Próximo.
Como los judíos eran apoyados, en cierta medida, por la
opinión pública occidental, Occidente vio cómo aumentaba
su impopularidad, en especial entre los nacionalistas ára-
bes, esta impopularidad ya era elevada debido a que las po-
tencias coloniales impedían a los Estados árabes gozar de
una independencia completa.
Lo que empeoró aún más las cosas fue que Alemania expe-
rimentó un resurgimiento en la década de 1930 y cayó bajo el
poder del demoníaco Adolfo Hitler. Figuraba en su programa
una fanática posición antijudía que agradó a los árabes anti-
sionistas. Hitler hizo todo lo posible para influir en el Oriente
Próximo y atraer a sus pueblos a su lado en la gran guerra que
estaba planeando.
Así, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, en 1939,
hubo nuevamente luchas en el Oriente Próximo.
La Alemania de Hitler ganó las primeras etapas de la gue-
rra, al derrotar totalmente a Francia y reducir a Gran Bretaña
a una desesperada lucha en el aislamiento. El gobierno de
Irak supuso que Gran Bretaña estaba acabada y pensó que era
el momento apropiado para proclamar su independencia con
ayuda alemana.
Pero Gran Bretaña no estaba en modo alguno liquidada.
En mayo de 1941, fuerzas británicas entraron en Irak, bom-
bardearon sus aeródromos y ocuparon Bagdad.
En junio de 1941 los alemanes invadieron la Unión Sovié-
tica, y una vez más Gran Bretaña y Rusia estuvieron unidas
ante el común enemigo alemán. Nuevamente fue necesario
establecer una línea de comunicación entre las dos naciones,
y Persia parecía la ruta más conveniente. Pero el sha de Persia,
Reza Kan, era de simpatías claramente progermanas.
288 EL CERCANO OREENTE

Gran Bretaña y la Unión Soviética no podían permitirse


muchas ceremonias. Montaron una invasión combinada de
Irán en agosto de 1941, obligaron al sha a abdicar y estable-
cieron una sólida línea de comunicaciones a través de ese te-
rritorio.
Lentamente, la marea comenzó a cambiar, sobre todo des-
pués de que Estados Unidos fuese arrastrado a la guerra a
causa del bombardeo de Pearl Harbor por los japoneses en
diciembre de 1941. En 1945, Alemania fue derrotada por se-
gunda vez, pero mucho más desastrosamente que antes.

Israel

En teoría, Irak era independiente desde 1932, en el que había


sido admitido en la Sociedad de Naciones. Gran Bretaña con-
servaba allí una abrumadora influencia, como demostraron
los sucesos de la Segunda Guerra Mundial.
Pero cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, Gran
Bretaña ya no estaba en condiciones de mantener su imperio.
La verdadera independencia de Irak data de entonces.
En la posguerra, influyeron en Irak tres procesos.
En primer término, el petróleo adquirió fundamental im-
portancia para las potencias industriales del mundo. Auto-
móviles, camiones, trenes, barcos y aviones son impulsados
por derivados del petróleo, y sin él no pueden librarse gue-
rras. Se descubrió que Oriente Próximo contiene las mayores
reservas de petróleo del mundo, y las grandes potencias in-
dustriales se enfrentaron en una fiera rivalidad por franjas de
territorio que tenían escasa importancia en otros aspectos.
En la actualidad, más de la mitad de la renta nacional de Irak
proviene de la venta de petróleo a potencias externas.
En segundo lugar, las potencias industriales del mundo de
posguerra son, en esencia, dos: Estados Unidos y la Unión
Soviética. Ambas se enfrentaron mutuamente en una rivali-
12. LOS EUROPEOS 289

dad que no fue una guerra abierta, pero que se expresó de to-
dos los modos posibles salvo la violencia directa. El resto del
mundo se vio obligado a reaccionar de uno u otro modo ante
esta «guerra fría». La mayoría de las naciones tuvieron que
tomar partido.
Las naciones de habla árabe (el «bloque árabe») fueron
impulsadas en ambas direcciones. De un lado, la Unión So-
viética era un vecino del Norte que había sido poco favora-
ble a ellas en el pasado. Además, los gobernantes del bloque
árabe, que se beneficiaban de un sistema social y económi-
co arcaico e injusto, temían la posibilidad de ser derroca-
dos en nombre del comunismo patrocinado por los soviets.
Si se agrega a esto el hecho de que Estados Unidos era, fue-
ra de toda comparación, la más rica de las dos potencias, el
mejor cliente para el petróleo y el más dispuesto a otorgar
préstamos, no es de extrañar que fuese irresistible la ten-
dencia a colocarse de parte de los Estados Unidos en la gue-
rra fría.
Y hubo un tercer factor que influyó sobre el Irak de pos-
guerra, factor que fue el más importante. Los judíos habían
logrado su objetivo de fundar un Estado independiente. En
1948, proclamaron la existencia del Estado de Israel en algu-
nas partes de Palestina. Las naciones del bloque árabe, entre
ellas Irak, reaccionaron con extrema hostilidad y lanzaron un
ataque contra el nuevo Estado. Pero fueron derrotadas, e Is-
rael logró mantener su existencia.
Esto hizo recrudecer la hostilidad árabe, de modo que las
emociones antiisraelíes predominaron en ellas sobre toda
otra cosa. Los Estados Unidos sentían mucha mayor simpatía
hacia Israel que la Unión Soviética, y esto, para algunos círcu-
los árabes, era todo lo que importaba. Egipto, bajo el gobier-
no dictatorial de Gamal Abdel Nasser (quien llegó al poder en
1954) comenzó a inclinarse hacia la Unión Soviética.
El líder iraquí Nuri Pashá, para quien el anticomunismo
era el factor dominante, se movió en la dirección opuesta.
290 El. CERCANO OREENTE

El Oriente Próximo contempOráneo


12. LOS EUROPEOS 291

Formó una alianza con otras tres potencias islámicas, Tur-


quía, Irán y Pakistán, para constituir una sólida barrera anti-
soviética a lo largo de la frontera meridional de la Unión So-
viética. Las reuniones se realizaron en Bagdad, y la alianza fue
conocida como el Pacto de Bagdad.
Pero Turquía, Irán y Pakistán no formaban parte del blo-
que árabe, pese a su carácter islámico, y no estaban particu-
larmente interesadas en Israel. La participación de Irak en di-
cho pacto era antinatural e impopular entre buena parte de la
población.
La impopularidad del pacto entre la población iraquí se
exacerbó en 1956, cuando Israel se unió a Gran Bretaña y
Francia para lanzar un ataque contra Egipto que sólo fue
detenido por la acción conjunta de los Estados Unidos y la
Unión Soviética.
La hostilidad hacia las potencias occidentales creció cons-
tantemente y, en 1958, estalló en Irak una revolución condu-
cida por el general Abdul Karim Kassem. Nuri Pashá fue
muerto y lo mismo Faisal II (que era rey desde 1953) y toda la
familia real. Irak se convirtió en república y abandonó el Pac-
to de Bagdad, para volver a su posición antiisraelí.
Bajo Kassem, Irak se acercó mucho más a la Unión Sovié-
tica. Pero hubo muchas fricciones internas dentro de las na-
ciones árabes. Nasser aspiraba al liderazgo total del bloque
árabe, y en esto se le oponía Kassem. En 1963, un grupo de
oficiales del ejército, indudablemente respaldados por Egipto,
se apoderó del gobierno y mató a Kassem.
La nación luego se acercó a Egipto y a la posición contra-
dictoria de Nasser, es decir, prosoviética pero anticomunista.
Finalmente, en 1967, estalló en Oriente Próximo una bom-
ba retardada. Las naciones árabes, apoyadas por la Unión So-
viética, se cernieron sobre Israel, que contraatacó en su auto-
defensa. En una campaña relámpago que duró seis días, Israel
derrotó a sus tres vecinos inmediatos, Egipto, Jordania y Si-
ria, y ocupó partes de sus territorios.
292 F1. CERCANO ORIENT

Irak no intervino directamente, pero compartió la general


humillación de los árabes.
Esa breve guerra puso de algún modo de manifiesto la trá-
gica caída de la tierra de los dos ríos. En ella habían surgido,
diez mil años antes, los primeros agricultores y las primeras
ciudades. Cinco mil años antes había dado al mundo la pri-
mera escritura. En ella había surgido un imperio tras otro, y
sus ciudades habían dominado todo el mundo conocido has-
ta hacía apenas mil años.
Pero crear y mantener una estructura tan intrincada como
la civilización no podía hacerse sin pagar un precio por ello.
La riqueza acumulada atrajo a las tribus bárbaras de sus fron-
teras, y una y otra vez la compleja estructura social de Meso-
potamia se vio penosa y ruinosamente desorganizada por in-
vasiones bárbaras.
La oscilación del péndulo, del imperio a la incursión bár-
bara y nuevamente al imperio, una y otra vez, agotó las ener-
gías del pueblo, y los milenios de agricultura lentamente ago-
taron la tierra misma. La catástrofe de la destrucción de los
canales por los mongoles sólo fue el último y repentino acto
de un constante declive.
En el ínterin, los progresos y avances que se habían realiza-
do originalmente a lo largo del Éufrates se difundieron por el
mundo en ondas cada vez más amplias. La escritura sumeria
llegó a Egipto; la astronomía de Egipto y Babilonia llegó a
Grecia; y el saber de Grecia (a través del mundo árabe de la
Edad Media) llegó por último a Occidente.
Y ahora Israel, que ha aceptado totalmente la tecnología
occidental, puede mantener a raya a un mundo árabe que la
supera numéricamente en veinte a uno pero que no ha acep-
tado cabalmente los procedimientos occidentales.
Sería lamentable que Irak y las otras naciones árabes, en su
frustración, sólo tomaran de Occidente las armas de guerra.
Si lo hacen, finalmente podrán derrotar a Israel por su mero
peso y gratificar su orgullo, pero seguirán tan miserables
12. LOS EUROPEOS 293

como antes, pues los misiles y los aviones de reacción no pue-


den por sí solos curar las profundas enfermedades que aque-
jan a la región.
Cabe esperar que los métodos de la paz atraigan a las na-
ciones árabes, pues su territorio y sus oportunidades son su-
ficientemente vastos para permitirles enormes avances, si las
energías gastadas en el mal humor se vuelcan, en cambio, en
una modernización de la tecnología, una restauración del
suelo y una renovación de la estructura económica, social y
políticas de esas grandes y venerables tierras.
Cronología

NOTA: Las fechas anteriores al 1000 a. C. son aproximadas

A.C. 2415 Urukagina de Lagash in-


tenta efectuar reformas y
B500 Comienzos de la agricultu- fracasa.
ra al nordeste del ríO Tigris. 2400 Lugalzagesi de Umma uni-
5000 La agricultura se extiende fica Sumeria.
a lO largO del curso supe- 2370 Sargón de Agadé derrota
riO del Tigris y el Eúfrates. a Lugalzagesi y funda el
4500 Comienzo del sistema de I mperio Acadio.
canales a lo largo del cur- 2290 Naram Sin. Apogeo del
so bajo del Éufrates. Imperio Acadio.
4000 Los sumerios entran en la 2215 Los guti se apOderan de
Baja Mesopotamia. Agadé y destruyen el Im-
3100 Los sumerios inventan la periO Acadio.
escritura. 2150 Gudea de Lagash.
3000 Los acadios entran en 2100 Ur-Nammu de Ur. Se ela-
Mesopotamia. COmienza bora el más antiguo códi-
a utilizarse el bronce. go conocido.
2800 El gran Diluvio. 2000 Elam conquista Ur y pone
2700 Gilgamesh de Uruk. fin al períOdO de la dOmi-
2550 Eannatum de Lagash erige nación sumeria. Los amo-
la «Estela de los Buitres». rreos se filtran en Mesopo-

295
296 EL CERCANO ORIENTE

tamia y toman Babilonia. dia. Fundación del ReinO


LOs nómadas de las este- de Mitanni, que dOmina
pas domestican el caballo. Asiria.
1950 Abraham abandona Ur. 1479 Tutmosis III de EgiptO
1900 Se extinguen la lengua y derrota a lOs cananeOs
el sentimiento nacional en Megiddo. LuegO de-
sumerios. rrota a Mitanni y a los
1850 Los amorreos toman Asur. hititas.
1814 Shamshi-Adad I, monar- 1375 Los hititas fundan el «Nue-
ca de Asiria, se convierte vo Reino».
en el primer conquistador 1365 Ashur-uballit obtiene la
de este pueblO. independencia asiria de
1800 Empieza a usarse el ca- Mitanni.
bailo y el carro. Las tri- 1300 Asiria absorbe Mitanni.
bus hurritas comienzan Se descubre la fusión del
sus correrías por las civi- hierrO en las estribacio-
lizaciones del Oriente nes mOntañOsas del Cáu-
Próximo. caso.
1792 Hammurabi de Babilo- 1275 Salmanasar I crea el Pri-
nia. mer Imperio Asirio.
1750 Muerte de Hammurabi 1245 Tukulti-Ninurta I (Nem-
después de llevar a su rod). El Primer Imperio
apOgeO el Imperio Amo- Asirio llega a su apogeo.
rreo e iniciar la grandeza 1200 Invasiones de los Pue-
de BabilOnia. blos del Mar. El Imperio
1700 Se crea el Imperio Hitita Hitita es destruido y el
en el este del Asia Menor. Primer ImperiO AsiriO
Los casitas invaden Me- queda muy debilitadO.
sopotamia. 1174 Los elamitas toman Babi-
1595 Los casitas se apoderan lonia y se llevan el Código
de Babilonia. de Hammurabi.
1500 Los fenicios inventan el 1124 Nabucodonosor I de Ba-
alfabeto. 'Tribus indoeu- bilonia.
ropeas (los medos) se 1115 Teglatfalasar I de Asiria.
asientan en las montañas Período del resurgimien-
del norte y el este de Me- to asirio.
sopotamia. Otras tribus 1100 Los arameos se infiltran
(los arios) invaden la In- en la Media Luna Fértil.
CRONOLOGIA 297

1050 Asiria decae nuevamente 750 Urartu llega a su apogeo


bajO la presión de los ara- con Argistis I. Los escitas
meOs. invaden las regiOnes del
1013 David de Judá funda el norte del mar Negro y co-
ImperiO Israelita en la mi- mienzan a rechazar a los
tad Occidental de la Me- cimerios al CáucasO.
dia Luna Fértil. 745 Teglatfalasar III de Asiria
1000 LOs principados hurritas crea el Tercer Imperio
situados al norte de Asiria Asirio.
se unen para formar el 729 Teglatfalasar III impone
Reino de Urartu. su dominación directa
973 Salomón de Israel. sobre Babilonia.
950 Los caldeos se infiltran en 727 Salmanasar V de Asiria.
Mesopotamia. 722 Sargón II de Asiria toma
933 Muerte de SalOmón. El Samaria y destruye el Rei-
ImperiO Israelita se de- no de Israel.
rrumba. 705 Senaquerib sube al trOnO
900 LOs medos crían grandes de Asiria y establece la ca-
caballos capaces de trans- pital en Nínive.
portar guerreros armados. 701 Senaquerib asedia Jeru-
889 Tukulti-Ninurta II de Asi- salén pero no logra to-
ria. El ejército asiriO co- marla.
mienza a usar el hierro y 689 Senaquerib saquea Babi-
máquinas de asedio. Se- lonja.
gundo Imperio Asirio. 681 Asarhaddón de Asiria.
883 Asurnasirpal II de Asiria 673 Invasión de Egipto pOr
sube al trono, establece Asarhaddón.
la capital en Calach y li- 671 Asarhaddón saquea Men-
bra crueles guerras. Apo- fis, en el Egipto Inferior.
geo del Segundo Imperio 669 Asarhaddón restaura Ba-
Asirio. bilonia. Sube al trono
859 Salmanasar III de Asiria. Asurbanipal.
854 Israel y Siria se unen 661 Asurbanipal saquea Te-
para derrotar a Asiria en bas, en el Alto Egipto.
Karkar. Apogeo del Tercer Impe-
810 Sammu-rammat de Asi- rio AsiriO.
ria (Semíramis). Asiria 652 Asurbanipal obtiene una
declina nuevamente. victoria definitiva sobre
298 EL CERCANO OREENTE

los cimerios. Se crea el 559 Ciro II proclama la inde-


Reino Lidio en el Asia pendencia del principado
Menor occidental. persa de Anshan con res-
648 Asurbanipal derrota a su pecto a Media.
hermano Shamash-shu- 550 Ciro II toma Ecbatana ca-
mukin (Sardanápalo) en pital de Media. El Impe-
Babilonia. riO Medo llega a su fin y
639 Asurbanipal toma y des- es reemplazado por el Im-
truye Susa. La historia de perio Persa.
Elam llega a su fin. 547 Ciro II derrota a Lidia.
625 Muerte de Asurbanipal. Fin del Reino Lidio.
Nabopolasar dOmina Ba- 539 Ciro II toma Babilonia.
bilonia. Ciaxares reina en Fin del Imperio Caldeo.
una Media unificada. 538 Ciro II permite a los
612 Nabopolasar toma y des- judíOs volver a Jerusalén.
truye Nínive. Crea el Im- 530 Cambises de Persia sube
perio Caldeo. al trono.
608 Nekao II de Egipto derro- 525 Cambises toma EgiptO.
ta y mata a Josías de Judá. 522 Darío I sube al trono de
605 Nabucodonosor II, rey de Persia.
Caldea, derrota a NekaO y 519 Darío 1 sofoca una re-
al último ejército asirio. vuelta en Babilonia.
Asiria y Urartu desapare- 516 Reconstrucción del Tem-
cen de la historia. plo de Jerusalén.
587 Nabucodonosor II toma y 499 Darío I aplasta la re-
destruye Jerusalén, y lleva vuelta de las ciudades
a los judíos al exilio babi- griegas de Asia Menor.
lónicO. Apogeo del Imperio
585 NabucodOnosOr II pOne Persa.
sitio a Tiro. El Imperio 490 Los atenienses derrotan a
Caldeo llega a su cúspide. lOs persas en Maratón.
575 Zaratustra crea la religión 486 Jerjes I sube al trono de
zoroastriana en Media. Persia.
572 Nabucodonosor II se ve 484 Jerjes I saquea Babilonia.
obligado a levantar el si- Comienza la decadencia
tiO de Tiro. final de la ciudad.
562 Muerte de Nabucodono- 480 Los griegos derrotan a los
sOr II. persas en Salamina.
CRONOLOGIA
299

465 Sube al trOno Artajerjes I bilonia decae rápidamen-


de Persia. te hasta convertirse sólo
424 Sube al trono Darío II de en una aldea.
Persia. 250 Bactria, bajo DiodotO I,
401 Artajerjes II derrota en y Partia, bajo Arsaces I,
Cunaxa a su hermanO proclaman su indepen-
menor, Ciro. dencia del Imperio Se-
400 «Los Diez Mil», conduci- léucida.
dos por Jenofonte, se reti- 246 TOlOmeo III de Egipto
ran de Cunaxa y llegan ocupa Mesopotamia por
sanos y salvos a su patria. poco tiempo.
358 Sube al trono persa Arta- 217 Antíoco III, del Imperio
jerjes III. Seléucida, restaura tem-
338 Filipo I1 de Macedonia poralmente el dominio
une Grecia y planea la in- sobre Partia y Bactria.
vasión de Persia. Apogeo del Imperio Se-
336 Filipo II es asesinado. Le léucida.
sucede en el trono ma- 190 AntíocO III es derrotado
cedónico Alejandro III por lOs romanos.
( Magno). Darío III es rey 175 Antíoco IV sube al trono
de Persia. del Imperio Seléucida.
334 Alejandro MagnO invade 171 Mitrídates I de Partia se
el I mperio Persa y derrota independiza definitiva-
a los persas en el Gránico. mente y crea el Imperio
333 Alejandro derrota a los Parto.
persas en Isos. 168 Los judíos se rebelan con-
331 Alejandro derrota a lOs tra Antíoco IV conduci-
persas en Gaugamela. dos pOr los macabeos.
330 Darío III es asesinado por 150 Mitrídates I arranca Me-
sus propios súbditos. Fin dia al Imperio Seléucida.
del Imperio Persa. 147 Mitrídates se apodera de
323 Alejandro Magno muere Mesopotamia. El Imperio
en Babilonia. Seléucida queda limitado
312 SeleucO I, general de Ale- a Siria.
jandro, toma Babilonia y 139 Los partos tienden una
funda el Imperio Seléuci- emboscada al ejército se-
da. Construye una nueva léucida y toman prisione-
capital en Seleucia, y Ba- rO a su rey, Demetrio II.
300 EL CERCANO OREENTE

138 Muerte de Mitrídates I. 20 Augusto, el primer em-


129 Los partos establecen su perador romano, firma
capital en Ctesifonte. Se- una paz de compromiso
leucia mantiene su gran- con Fraates IV de Partia.
deza y prosperidad como
ciudad griega.
127 Antíoco VII, monarca D.C.
del Imperio Seléucida,
muere en una batalla con- 51 Vologeso I sube al trono
t ra los partos. parto.
95 Los partos colocan a Ti- 63 Vologeso I llega a un acuer-
granes como rey de Ar- do de paz con el general ro-
menia. mano Corbulo. Armenia
70 Tigranes se convierte en queda como Estado tapón
el monarca más poderoso entre ambas potencias.
del Asia Occidental. Apo- 115 El emperador romano
geo de Armenia. Trajano conquista Meso-
66 El general romano Porn- potamia. Apogeo del Im-
peyo toma prisionero a perio Romano.
Tigranes. 117 El emperador romano
64 Pompeyo anexiona Siria y Adriano cede Mesopota-
Judea a Roma. Fin del Im- mia a Partia.
perio Seléucida. 165 El general romano Avidio
57 Orodes 1 es rey de Partia. Casio toma y destruye Se-
53 El ejército romano con- leucia.
ducido por Craso es de- 198 El emperador romano
rrotado por los partos en Septimio Severo toma
Garras. Ctesifonte y pasa por una
40 Los partos se apoderan Babilonia totalmente de-
por poco tiempo de Siria sierta.
y Judea e invaden el Asia 200 Se funda el reino árabe de
Menor. El Imperio Parto Hira.
llega a su apogeo. 228 Ardashir toma Ctesifonte
38 El general romano Venti- y funda una nueva dinas-
dio derrota a los partos. tía (los sasánidas). Fin del
Las provincias orientales Imperio Parto, que es re-
v uelven al poder de emplazado por el Imperio
Roma. Persa Sasánida.
CRONOLOGÍA 301

240 Sube al trono sasánida 439 Yazdgard II sube al trono


Sapor I. El maniqueísmo sasánida. Persecución de
comienza a difundirse. los cristianos.
260 El emperador romano 457 Firuz, rey sasánida.
Valeriano es tomado pri- 484 Firuz es derrotado y
sionero por los sasánidas muerto por nómadas ef-
en Edesa. talitas en una de sus co-
274 Prisión y muerte de Ma- rrerías. Anarquía en el
nes, fundador del mani- I mperio Sasánida.
queísmo. 501 Kavad es rey sasánida. Se
293 Narsés sube al trono del restablece el orden. El
I mperio Sasánida. cristianismo del Imperio
297 El emperador romano Ga- es casi en su totalidad
lerio derrota a Narsés. nestoriano. El zoroastris-
301 Ocupa el trono sasánida mo combate la herejía
Ormuzd II. Fracasa como mazdakita.
reformador. 531 Sube al trono sasánida
309 Sapor II es rey del Impe- Cosroes I. Los filósofos
rio Sasánida desde su na- paganos atenienses huyen
cimiento. a su corte.
337 Sapor II inicia una larga 549 Los filósofos paganos ate-
guerra contra Roma. nienses retornan a Grecia.
361 El emperador romano Ju- 589 Cosroes II ocupa el trono
liano invade Mesopota- sasánida.
mia y pone sitio a Ctesi- 603 Cosroes II destruye el rei-
fonte. no árabe de Hira.
363 Juliano muere en Meso- 615 Cosroes II toma Jerusalén.
potamia. 617 Cosroes II pone sitio a
399 Yazdgard I sube al trono Constantinopla. Apogeo
sasánida. Al principio del poder sasánida.
simpatiza con el cristia- 622 El emperador romano
nismo. Heraclio contraataca.
420 Varahran V (Bahram Gor) 627 Heraclio derrota a Cos-
sube al trono sasánida. roes II cerca de las ruinas
429 El Imperio Sasánida ob- de Nínive.
tiene el dominio de Ar- 628 Muerte de Cosroes II.
menia oriental (Persar- 632 Yazdgard III sube al trono
menia). sasánida. Mahoma une a
302 EL CERCANO ORIENTE

las tribus de Arabia y cos como guardia de


muere. corps.
637 Los árabes derrotan a los 861 Al-Mutasim es asesinado.
sasánidas en Qadisiya, El Califato declina rápi-
arrancan las provincias damente.
de Asia al Imperio Ro- 900 Apogeo de la ciencia Ara-
mano y reducen su terri- be y persa. Al-Battani es
torio a lo que recibe el el más grande astrónomo
nombre de Imperio Bi- de la época, y al-Razi el
zantino. más grande médico.
642 Los árabes derrotan a los 1000 Los turcos gobiernan Per-
sasánidas en Nehavend. sia desde Gazni. Firdusi
651 Muerte de Yazdgard III. escribe el poema épico
Fin del Imperio Sasánida. nacional persa.
661 Asesinato de Alí. Crea- 1037 Los turcos selyúcidas, bajo
ción del Califato omeya. Tugril Bey, se apoderan
Comienzos de la secta de Persia.
musulmana chiita. 1055 Tugril Bey conquista Me-
680 Los omeyas derrotan a los sopotamia.
chiitas en Kerbela. Apo- 1063 Alp Arslán es sultán de
geo del Califato omeya. los selyúcidas.
717 Fracasa el asedio árabe de 1071 Alp Arslán derrota al em-
Constantinopla. perador bizantino Roma-
750 La dinastía omeya es de- no Diógenes en Mantzi-
rrocada. Se crea en su lu- kert, y se apodera de
gar el Califato abasí. Fun- la mayor parte de Asia
dación del ismailismo. Menor.
762 Los abasíes establecen la 1073 Malik Sha es sultán selyú-
capital en Bagdad. Co- cida. Omar Khayyam es-
mienza la decadencia fi- cribe sus poemas y refor-
nal de Ctesifonte. ma el calendario.
786 Harún al-Rashid es califa 1076 Malik Sha toma Jerusa-
abasí. lén. Apogeo de los selyú-
813 Al-Mamún asciende al cidas.
Califato abasí, que inicia 1090 Los europeos occidenta-
su apogeo. les dan comienzo a la Pri-
833 Al-Mutasim es elegido mera Cruzada contra los
califa abasí. Emplea tur- musulmanes.
303

1096 Los cruzados toman Jeru- asentarse firmemente en


salen. Europa por vez primera.
1187 Saladino de Egipto y Siria 1389 Bayaceto I es sultán oto-
recupera Jerusalén. mano.
1227 Muerte de Gengis Kan 1391 Los turcos otomanos Ile-
después de conquistar la gan a las afueras de Cons-
mitad septentrional de tantinopla.
China y la mitad oriental 1395 El conquistador mongol
de Persia. Tamerlán derrota a los il-
1255 El general mongol Hulagu kanes y pone fin a su di-
invade Mesopotamia y nastía.
destruye la fortaleza de 1401 Tamerlán toma y saquea
los Asesinos. Bagdad.
1258 Hulagu saquea Bagdad y 1402 Tamerlán derrota a los
destruye el sistema de ca- turcos otomanos en An-
nales de Mesopotamia. kara y toma prisionero a
1259 Kublai proclamado kan Bayaceto I.
mongol. Apogeo del Im- 1404 Muerte de Tamerlán.
perio Mongol. 1451 Mohamed II es elegido
1260 Los mongoles son derro- sultán otomano.
tados por los mamelucos 1453 Los turcos otomanos to-
de Egipto. Los ilkanes man Constantinopla. Fin
mongoles obtienen el po- del Imperio Bizantino.
der en Persia. 1501 Ismaíl I se apodera de Ta-
1290 Otmán se convierte en lí- briz y funda la dinastía
der de una tribu de turcos safawí que gobernó sobre
llamados otomanos en su Persia.
honor, y comienza a ex- 1510 El explorador Albuquer-
pandirse por Asia Menor. que desembarca en la isla
1291 Los últimos cruzados son Ormuz.
expulsados de Asia. 1514 Los turcos otomanos de-
1295 Gazán es elegido ilkán y rrotan a los persas en
se convierte al islamismo. Chaldirán y se apoderan
Apogeo de los ilkanes. de Mesopotamia. Apogeo
1324 Orján I sube al trono oto- del Imperio Turco Oto-
mano. mano.
1345 Los turcos otomanos atra- 1524 Tahmasp I es elegido sha
viesan el Helesponto para de Persia.
304 EL CERCANO OREENTE

1561 Anthony Jenkinson, co- 1917 Los británicos toman


merciante inglés, llega a Bagdad.
Persia. 1918 Los británicos dominan
1587 Abbas I, sha de Persia. Mesopotamia (Irak) me-
1603 Abbas I recupera Meso- diante un Mandato de la
potamia de los turcos y Sociedad de Naciones.
establece su capital en Is- 1921 Sube al trono Feisal I de
fahán. Apogeo de la di- Irak.
nastía safawí. 1925 Reza Kan se apodera del
1629 Muerte de Abbas I. trono de Persia.
1638 El gobernante otomano 1932 Irak adquiere la indepen-
Murad IV se apodera dencia nominal. Se incor-
nuevamente de Mesopo- pora a la Sociedad de Na-
tamia. ciones.
1722 Invasores afganos toman 1935 «Irán», nombre oficial
y saquean Isfahán. de Persia.
1736 Abas III, el último sha sa- 1941 Los británicos en vían una
fawí, es depuesto. Nadir fuerza expedicionaria a
Sha gobierna Persia. Irak en el curso de la Se-
1739 Nadir Sha invade la India gunda Guerra Mundial y
y saquea Delhi. ocupan Bagdad. Británi-
1747 Nadir Sha es asesinado. cos y rusos ocupan Irán y
17% Teherán se con v ierte en la obligan a abdicar a Reza
capital de Persia. Kan.
1844 Se funda el behaísmo. 1948 Israel se con v ierte en Es-
1892 Una compañía alemana tado independiente.
obtiene el permiso para 1956 Israel derrota a Egipto en
construir un ferrocarril la Península del Sinaí.
que atraviese Mesopo- 1958 Revolución en Irak. El rey
tamia. Feisal II muere y se esta-
1907 Gran Bretaña y Rusia se blece la República bajo la
dividen Persia en esferas dirección de Kassem.
de influencia. 1963 Kassem es asesinado.
1915 Gran Bretaña invade Me- 1967 Israel derrota a los países
sopotamia en el curso de la árabes en la Guerra de los
Primera Guerra Mundial. Seis Días.
Índice

1. Los sumerios ................................................................ 9


2. Los acadios ................................................................... 40
3. Los amorreos ................................................................ 56
4. Los asirios ..................................................................... 75
5. Los caldeos .................................................................... 118
6. Los persas ..................................................................... 139
7. Los macedonios ............................................................ 1 64
8. Los partos ..................................................................... 184
9. Los sasánidas ................................................................ 205
10. Los árabes ..................................................................... 243
11. Los turcos ..................................................................... 260
12. Los europeos ................................................................. 279

Cronología ........................................................................... 295

305

También podría gustarte