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HISTORIOGRAFÍA Y METODOLOGÍA

Grado de Historia y Patrimonio Histórico (Curso 2018-2019)

Tema 5. HACIA UNA NUEVA HISTORIA

1. Las escuelas tradicionales. El historicismo alemán y los restantes historicismos. 2. Annales y las
nuevas formas de hacer historia. Bloch, Febvre, Braudel. 3. La Historia económica y la New
Economic History. 4. La historiografía inglesa y los historiadores marxistas británicos. Dobb,
Thompson, Hobsbawm.

Y llegó el despertar, brusco y desagradable. En plena crisis, en medio de las dudas. Dudas hijas de
la guerra. Dudas de los que reanudaban su pacífico oficio, obsesionados por la idea de que estaban allí para
hacer la tarea individual de cada cual y no tal como la hubieran hecho si la tormenta no hubiese arrastrado
al mundo con sus torbellinos; y, ante todo, para hacer la tarea de los que ya no estaban allí, de aquellas dos
generaciones atrozmente diezmadas, de las cuales sólo sobrevivían algunos restos como en esos bosques de
pesadillas que uno atraviesa, directamente, sin dudas.
L. Febvre, “De 1892 a 1933. Examen de conciencia de una historia y de un historiador”, Combates
por la historia, Barcelona, 1975

Indudablemente, la historia se hace con documentos escritos. Pero también puede hacerse, debe
hacerse, sin documentos escritos si éstos no existen... Por tanto, con palabras. Con signos. Con paisajes y
con tejas. Con formas de campos y malas hierbas... Con exámenes periciales de piedras realizadas por 1

geólogos y análisis de espadas de metal realizados por químicos. En una palabra: con todo lo que siendo del
hombre depende del hombre, sirve al hombre, expresa al hombre, significa la presencia, la actividad, los
gustos y las formas de ser del hombre.
L. Febvre, “Hacia otra historia”. Combates por la historia, Barcelona, 1975

Combate contra las barreras entre disciplinas, en favor de una relación orgánica entre historia,
economía, geografía, etnología, sociología, por consiguiente en favor de la unidad de la materia y de la
reflexión histórica; combate contra las barreras entre especialistas, en favor de una historia comparada de
los lugares y de los tiempos, sin exceptuar el presente; combate contra el aislamiento del investigador, en
favor del trabajo colectivo; combate contra la investigación ciega en el caos de los hechos, en favor de una
investigación conducida por hipótesis y por problemas.
P. Vilar, “Marxismo e historia en el desarrollo de las ciencias humanas (Para un debate
metodológico)”, Crecimiento y desarrollo. Economía e historia. Reflexiones sobre el caso español,
Barcelona, 1976

Por principio, Annales rechazaba toda fragmentación o compartimentación sectorial, cualquier


división de funciones según los objetos de análisis propuestos. La historia debería tratar de abarcarlo todo.
Formulando problemas, elaborando hipótesis, estableciendo y aplicando cuidadosamente instrumentos
heurísticos -los conceptos-, reconstruyendo los hechos a partir de los datos contenidos en las fuentes,
introduciendo esos mismos hechos en sus contextos para lograr una adecuada comprensión estructural y de
funcionamiento, buscando las relaciones internas existentes entre las distintas facetas de la realidad a lo
largo del tiempo, tratando de detectar –en fin– los elementos claves de la complejísima interconexión
existente entre economía, sociedad, cultura y política. Como consecuencia de tanta ambición de
planteamientos, la historia operará cambiando insensiblemente de objeto, pasará necesaria y obligadamente
al estudio del grupo en detrimento del análisis particular del individuo, abandonando la reflexión centrada
sobre éste y sus acciones intencionales (que en absoluto despreciaba, en cambio, alguno de los fundadores
de la Escuela, Febvre al menos). La fundamentación eminentemente económico-social de la disciplina
(aquella que señalamos anteriormente como perspectiva irrenunciable) hacía imprescindible,
verdaderamente, esa traslación.
E. Hernández Sandoica, Los caminos de la Historia. Cuestiones de historiografía y método. Madrid, 1995

Todos o casi todos los símbolos sociales –y por algunos de ellos hubiéramos dado la vida antaño
sin discutir demasiado– se han vaciado de contenido. Se trata de saber si nos será posible, no ya tan sólo
vivir, sino vivir y pensar apaciblemente sin sus puntos de referencia, sin la luz de sus faros. Todos los
conceptos intelectuales se han encorvado o roto. La ciencia sobre la que nosotros, profanos, nos
apoyábamos, incluso sin ser conscientes de ello, la ciencia, refugio y nueva razón de vivir del siglo XIX, se
ha transformado, de un día para otro, brutalmente, para renacer en una vida diferente, prestigiosa pero
inestable, siempre en movimiento pero inaccesible, y sin duda nunca más tendremos ya ni tiempo ni
posibilidades de restablecer con ella un diálogo conveniente. Todas las ciencias sociales, incluida la historia,
han evolucionado de manera análoga, menos espectacular pero no menos decisiva. Si estamos en un nuevo
mundo, ¿por qué no una nueva historia?
F. Braudel, “Las responsabilidades de la historia”, La historia y las ciencias sociales, Madrid, 1970
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Annales. Economies. Sociétés. Civilisations es hoy una revista de considerable influencia y el portavoz
de una corriente historiográfica que se ha convertido en uno de los pilares de la modernización del
academicismo, sucedáneo del marxismo, que finge preocupaciones progresistas y procura apartar a quienes
trabajan en el terreno de la historia del peligro de adentrarse en la reflexión teórica, sustituida aquí por un
conjunto de herramientas metodológicas de la más reluciente novedad y con garantía de “cientifismo”. Si
nos atenemos a la realidad presente, uno podría definir a la escuela de Annales como un funcionalismo, que
ha tratado de reconstruir la historia con el recurso a una mescolanza, más o menos bien condimentada, de
elementos tomados de diversas disciplinas (sociología, antropología, economía). Sus rasgos más visibles son
el eclecticismo (característica habitual del pensamiento académico), una voluntad globalizadora que se
justifica por la necesidad de superar la limitación tradicional de los cultivadores de la historia política (pero
que es, en realidad, el resultado del uso de un utillaje metodológico heterogéneo, y no siempre
coherente), y un esfuerzo por la modernización formal que cumple la función de desviar la atención hacia
lo meramente instrumental, encubriendo la ausencia de un pensamiento teórico propiamente dicho.
J. Fontana, Historia. Análisis del pasado y proyecto social. Barcelona, 1982

En la década de los cincuenta, profundizando la brecha abierta por algunos precursores, se


completó la nueva frontera de una Historia engrandecida en una triple dimensión: la reflexión
epistemológica sobre su modo de conocer, que llegaría a la substitución de la historia-relato por la historia-
problema, subrayando el carácter fenomenológico y la perspectiva del conocimiento histórico y
reconociendo la participación necesaria del pensamiento teórico en su construcción; el descubrimiento
como objeto histórico esencial de las bases estructurales y geohistóricas de la realidad profunda,
subyacentes bajo los cambios aparienciales de la movediza superficie episódica y política; la ampliación del
concepto de hecho histórico y de tiempo histórico, que dio de lado al relato de acontecimientos
particularizados sucediéndose al ritmo rápido del tiempo corto para introducir las nuevas nociones del
hecho típico y de la larga duración, los que componen la historia de las estructuras estables y profundas. En
la década de los sesenta la Historia avanzó pasos decisivos en su aproximación a las Ciencias Sociales,
sirviéndose en ocasiones de sus modelos y de sus conceptos teóricos, lo que confirmó su naciente
conciencia de la necesidad de una tipología histórica y de observar con atención preferente las
permanencias y las regularidades observables en el pasado, como la vía para la superación del atomismo
cognoscitivo y para la consecución de esa economía de conocimientos que es rango esencial e incluso razón
de ser del pensamiento científico. Por último, la década de la revolución metodológica, en la que el
historiador está afinando prodigiosamente sus métodos de trabajo, ampliando su campo y enriqueciendo su
objeto, entre otras, por tres vías principales: la cuantificación, la interdisciplinaridad y la planificación del
trabajo.
A. Eiras Roel, Actas de las I Jornadas de Metodología Aplicada de las Ciencias Históricas, vol. III.
Santiago de Compostela, 1975

El hombre mental aparece pues como el contrapeso indispensable de la historia cuantitativa. Es su


doble. Permite volver a descender a las realidades más humanas e inscribirse en una lógica descriptiva. Lo
mental tiende a recubrir el campo social al integrarlo en la permanencia de una naturaleza humana
inmutable. Ya que el largo período apacigua las tensiones sociales, el estudio de lo mental relativiza las
conciencias de estas tensiones y las oposiciones que se derivan. El hombre reducido a lo mental es objeto
de su historia más que sujeto. Objeto de numeración, objeto de cuantificación, se vuelve objeto 3
psicológico, objeto mental. El impulso de la acción humana a través de los siglos se diluye entre las
descripciones que lleva a cabo el historiador. Al ahogar al hombre en la cuantificación rehabilitándolo
después a través de su mentalidad, se aparta del discurso histórico al hombre social, aquel que, en una
relación individual con la sociedad, simboliza el proceso de dominación y las articulaciones de un modo de
producción.
F. Dosse, La historia en migajas. De “Annales” a la “nueva historia”. Valencia, 1988

La evolución de las mentalidades se ha convertido en el objeto privilegiado de la nueva historia. Si,


en cierto número de trabajos, se pretende separar las determinaciones de lo real y las visiones del mundo,
hay que reconocer que, más a menudo, las mentalidades atraviesan la historia sobre un globo de aire, como
entidades independientes de toda contingencia. Demasiado a menudo el nuevo historiador se contenta con
transcribir la evolución de las representaciones, la manera como las gentes perciben su época, sin
preocuparse de establecer una relación cualquiera entre estas representaciones y aquello que, en lo real, las
ha suscitado. Este indispensable movimiento de vaivén entre lo mental y lo social, a menudo hace sitio a
una simple sustitución, ocultación del universo social tras el universo mental. La mirada es conducida a una
larga duración que no excluye las discontinuidades, pero que, raramente, las integra en un conjunto social
global.
F. Dosse, La historia en migajas. De “Annales” a la “nueva historia”. Valencia, 1988
La plasticidad metodológica de “las mentalidades” es -como reconoció Furet al principio de la
década de los 80 refiriéndose al conjunto de la Escuela- “prácticamente infinita”, y se halla en estrecha
correspondencia con la elección de objetos de investigación muy distintos (cercanos muchas veces al
dominio de lo psicosociológico) y de difícil realización a través de los procedimientos de la historiografía
tradicional. “La historia de las mentalidades -así ha intentado uno de sus cultivadores, Robert Mandrou, en
la Encyclopaedia Universalis compendiarla- tiene como objetivo la reconstrucción de los comportamientos,
de las expresiones y de los silencios que traducen las concepciones del mundo y las sensibilidades
colectivas”. Así, “representaciones e imágenes, mitos y valores reconocidos o soportados por los grupos o
por la sociedad global y que constituyen los contenidos de las psicologías colectivas, proporcionan los
elementos fundamentales de esta pesquisa. Rechazando los “apotegmas de trivial psicología” de que los
manuales están muchas veces llenos, la historia de las mentalidades no se confunde con la historia de las
ideas, ni con la historia de los conceptos o los sistemas de pensamiento en sus juegos de influencia y
sucesión, una historia situada en los confines de la historia y la filosofía. Tampoco coincide con la historia
de las ideologías, políticas o no, en el sentido dado a esta expresión como formas de ocultamiento
conceptual de realidades fundamentales”. Más concretamente ahora: “La historia de las mentalidades abarca
el campo y utiliza las estrategias de la investigación propias del ámbito de las psicologías colectivas (por no
decir de la mentalidad colectiva, término que postula una unidad discutible)”. Por otro lado, el término
“mentalidades” incluye necesariamente el dominio afectivo, los sentimientos y las pasiones: las
sensibilidades, tanto como el registro intelectual propiamente dicho.
E. Hernández Sandoica, Los caminos de la Historia. Cuestiones de historiografía y método. Madrid, 1995

La parcela de la ciencia social que se ha venido a llamar Historia Económica puede definirse de 4
varias maneras: puede ser, en primer lugar, el estudio de las diversas economías que se han dado en el
pasado hasta el presente: la economía prehistórica, la antigua, la medieval, la moderna, la Revolución
industrial, hasta las economías contemporáneas. En este sentido la Historia Económica es tanto una rama
de la Historia, en cuanto que estudia una parcela de la sociedad en su dimensión del largo plazo, como una
rama de la Economía, en cuanto que utiliza el pasado como fuente de evidencia empírica para contrastar las
teorías y métodos de la ciencia económica.
Pero también puede considerarse a la Historia Económica como la búsqueda sistemática de
explicaciones económicas a los fenómenos sociales.
G. Tortella, Introducción a la economía para historiadores. Madrid, 1986

Los economistas muestran a menudo una despreocupada ignorancia de la Historia, e igualmente


sus teorías; éstas se basan en supuestos que pueden ser ciertos para un determinado lugar y tiempo, o
pueden no serlo. En amplios sectores del campo del historiador, los datos cuantitativos apropiados para la
verificación de modelos basados en dichas teorías son con frecuencia insuficientes o simplemente
inexistentes. Además, los fenómenos históricos a examinar no tienen una existencia independiente del
entorno social, político, cultural, religioso y físico en que tuvieron lugar. De modo que la historia
económica ha de confeccionar sus propias teorías para ponerlas a prueba y, al mismo tiempo, ha de
plantear cuestiones y utilizar métodos de otra índole. Puede inspirarse en diversas ciencias sociales, como
la antropología social, pero por lo general ha de buscar las respuestas pertinentes utilizando los métodos
tradicionales de la investigación histórica. La historia económica se encuentra, en estos puntos cruciales,
con individuos y grupos sociales; se ocupa de determinados hombres de negocios o empresas, de aquellos
que hicieron la política económica o influyeron en ella, de grupos de presión y entidades administrativas
(...) Al tratar de hallar respuestas a las preguntas históricas en estas áreas, el uso de propuestas basadas en
datos y que implican modelos económicos, así como de manipulaciones estadísticas, tiene un valor muy
limitado, cuando no es inadecuado o incluso imposible.
D.C. Coleman, “¿Qué es la historia económica?”. Debats, 13, 1985

Pero los historiadores de la economía son conscientes, hoy como ayer, de que el mantenimiento
de su amplio atractivo exige la presentación de cuestiones económicas básicas -tales como los movimientos
de precios y salarios, niveles de desempleo, importación y exportación- en un lenguaje asequible para los
interesados en aprender; y, lo que es más importante, mostrar al mismo tiempo de qué manera afectan
dichas cuestiones a la gentes de los distintos sectores de la sociedad. Esto significa en la práctica centrar más
la atención en los aspectos sociales; no aquel cajón de sastre por el que se ha tomado a veces la historia
social, sino algo edificado lógicamente sobre unos cimientos económicos.
T.C. Barker, “¿Qué es la historia económica?”. Debats, 13,1985

La New Economic History tendrá siempre ese carácter práctico, aplicado, la estrategia de inducir
políticas económicas en torno a un núcleo teórico neoclásico. Su única tarea, para ello: recorrer hacia
atrás, sistemáticamente, los caminos seguidos por los procesos económicos determinantes, bajo un
gobierno pleno de la teoría sobre la producción empírica y los resultados finales de la investigación. Los
datos sólo pueden venir, entonces, ofrecidos en función de los conceptos, y todos han de ser elaborados
previamente en el contexto concreto de la doctrina. La interpretación de resultados se hará así dentro de
un esquema circular, en el que no caben las sorpresas de lo abierto, lo particular y lo azaroso, en el que se 5
eliminan radicalmente los desconciertos de lo excepcional. Los datos son, mejor que nunca, las pruebas de
la demostración que exige la teoría, la cual nunca debe fallar (nunca falla de hecho, porque si no, no hay
investigación posible). Para el caso de que falten datos, por último, el historiador establecerá modelos
contrafactuales. Que, siempre que hayan sido bien formulados, le ofrecerán plenas garantías de la
adecuación y la veracidad de sus esquemas hipotético-deductivos (ya no inductivos, atención) (...) La New
Economic History significa, vista de nuevo desde el ángulo de las aproximaciones metodológicas, un
reforzamiento del deductivismo que todo planteamiento positivista exige como enfoque de principio.
E. Hernández Sandoica. Los caminos de la Historia. Cuestiones de historiografía y método. Madrid, 1995

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