Nueva España 1

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Nueva España

El mundo prehispánico no conformaba una


unidad. Se componía de un mosaico de pueblos y
culturas distribuidos en una amplia zona que fue
definida por Paul Kirchhoff en 1943 como
Mesoamérica. Un concepto geográfico-cultural
con características propias, agricultura
desarrollada y con elementos fundamentales de
una civilización. Entre sus características contaba
con ciudades propiamente dichas, división del
trabajo y estratificación social definida. Para
1519, se calcula que había unas cincuenta zonas
geográficas definidas.
La ciudad de México-Tenochtitlan conformaba un
centro de poder, pero no el único. Jamás se conoció
un concepto de unidad que pudiera llamarse
México. Por tanto no se puede afirmar que los
indios que habitaban el centro de América hubieran
poseído una identidad y conciencia de nación. Por
ello mismo nos acercamos al estudio de aquel
universo con sumo cuidado. Las fuentes de
información que tenemos a nuestro alcance son las
innumerables zonas arqueológicas y las
interpretaciones de los arqueólogos; los códices pre
y posthispánicos, la tradición oral, las crónicas
religiosas –redactadas ya con una carga cultural
occidental.
Según algunos estudiosos sólo conocemos una
mínima parte de aquel mundo y el arqueólogo
Eduardo Matos Moctezuma sostiene que
conocemos apenas un cinco por ciento del pasado
prehispánico. Pero, por ejemplo, en la obra del
liberal del siglo XIX Vicente Riva Palacio (1832-96)
“México a través de los siglos”, aquello es la
antítesis de la historia de nuestra nación; y hay que
entender la mentalidad de la segunda mitad del
siglo XIX para comprender el título de esta gran
obra.
Por otro lado, si la historia oficial concede tanto
peso al pasado indígena de México, de la misma
manera tendríamos que profundizar en el otro
mundo, el europeo, y concretamente el
castellano, el español. Ambos hicieron posible un
nuevo mundo, mediante el mestizaje y la
imposición y transmisión de la cultura europea.
Se debe tomar en cuenta también que fueron los
europeos quienes hicieron ingresar a otro grupo
tremendamente fuerte y cuyos genes están aún
presentes en la actual población mexicana: el
africano
Seamos sensibles y observemos la población de
México. La urbana, para hablar de lo que mejor
conocemos. La mayoría de los habitantes no
son del todo blancos, tampoco indígenas,
tampoco negros. Es la entremezcla de esos
grupos que se mestizaron durante la época
virreinal. En ciertas regiones geográficas de
México hay más evidencias de la presencia de
alguno de estos grupos que en otras. Por
ejemplo, en las costas de Veracruz, Campeche,
Guerrero y Oaxaca, podemos distinguir más
claramente los rasgos negroides.
Entendemos la conquista de la Nueva España como
una continuidad de la reconquista de los españoles
por su territorio en España frente a los
musulmanes, (siglos VII a XV). Posteriormente la
expansión de los castellanos se hace presente en el
océano Atlántico, las Islas Canarias y
posteriormente el descubrimiento y conquista de
las Antillas, (1492) donde los europeos tomaron
contacto por primera vez con los naturales
americanos a fines del siglo XV
Aquí se formaron las bases económica, política,
social y religiosa del continente. Instituciones
como la encomienda, de origen medieval, fueron
fundamentales porque se pagaban con tributo y
trabajo indígenas ‘las hazañas’ de los
conquistadores. La conquista de México no fue
exclusivamente la lucha y triunfo de los españoles
frente a los indios. Fue un acontecimiento mucho
más complejo. El hecho bélico no se desarrolló
exclusivamente entre dos grupos bien
diferenciados. Tampoco podemos observarla
como una historia maniquea, la lucha de los malos
contra los buenos, es decir los españoles contra
los indios
Los españoles tenían orígenes diversos. Los
había provenientes de diversos reinos, desde el
norte hasta el sur de la península ibérica:
castellanos, andaluces, extremeños. Incluso
llegaron individuos de otras regiones más
distantes como la península itálica, Francia,
Países Bajos. Hasta negros estuvieron presentes
en las conquistas.
En cuanto a los grupos indios también eran
diversos, con marcadas diferencias en sus
niveles de integración sociocultural. Lo que hoy
llamamos México contenía dos grandes áreas
que rebasaban las dos fronteras actuales de
nuestro país: Mesoamérica y Aridamérica.
La primera compuesta de pueblos sedentarios y
agrícolas, la segunda de aquellos que habitaban
en tribus de nómadas y cazadores-recolectores.
Los que vivían en el centro y sur de nuestro
actual territorio eran tratados duramente por el
pueblo mexica y su fuerza se mostraba en el
cobro del pago de los tributos. Los odios hacia
este pueblo por parte de otros grupos sometidos
fueron sumamente importantes y esto nos hace
entender las necesidades de alianzas con el fin
de delimitar y hasta vencer al imperio mexica.
No todos los indios combatieron contra el
conquistador, y sí por el contrario algunos grupos
apoyaron la conquista de la ciudad de México-
Tenochtitlan, cansados de sus abusos y cargas
tributarias, como fue el caso de los tlaxcaltecas. Una
vez caída la ciudad de Tenochtitlan el 13 de agosto
de 1521, día de san Hipólito mártir, fueron tantas las
consecuencias que la mayoría de las provincias del
imperio mexica e incluso señoríos independientes
como los de Michoacán, Meztitlán y Tehuantepec
decidieron pactar las condiciones de la sujeción a
España, antes de verse devastados.
A lo largo del siglo XVI se sucedieron rebeliones
indígenas en contra de los españoles, lo que
mostraba que la caída de la ciudad de México no
pacificó todo el territorio. Al contrario,
conocemos sangrientas luchas de facciones
promovidas por algún español inconforme y
ambicioso que se rebeló abiertamente contra
Hernán Cortés. Entre 1524 y 1550 se sucedieron
otras muchas conquistas hacia norte y sur, las
que se llamaron luchas de pacificación para
someter tanto a indios como españoles.
Como resultado se sometía el territorio en las
zonas noroeste y sureste al poderío español.
Territorios extensos como Chiapas, Centro-
américa, Yucatán, Jalisco, Colima fueron
sojuzgadas con violencia y crueldad. Los mismos
indígenas fueron actores importantes de apoyo
para los españoles conquistadores. Para mediados
del siglo XVI los españoles ya tenían sometida el
área de Mesoamérica. La ruptura del orden
prehispánico y la imposición de un nuevo orden
político, económico, social y cultura se hizo
presente.
¿Cómo asegurar la unidad de la nueva población
recién conquistada bajo una ideología común?
La respuesta fue la imposición del cristianismo. Con
la espada de los conquistadores se impuso también
la cruz de la evangelización, símbolo del cristianismo
y por tanto de civilización, según la mentalidad
occidental. Una vez concluidos los primeros capítulos
guerreros Hernán Cortés, hacia 1523, solicitó al
emperador Carlos I su apoyo para iniciar la
conversión de los indios. De hecho desde que el
conquistador desembarcó en Veracruz en 1519
bautizó a algunos indios caciques, con el apoyo de su
capellán Bartolomé de Olmedo, de la Orden de la
Merced.
La implantación de una nueva religión debía
realizarse por hombres convencidos de su
vocación a la vida religiosa, con un respeto
enorme a sus votos de pobreza, castidad y
obediencia, su trabajo pastoral, su entrega al
trabajo desinteresado con los indios y su
disponibilidad total, lo que mostró una imagen
distinta del español. A diferencia de ellos, los
religiosos viajaban a pie, con su hábito, comían
de lo que les ofrecían los indios, dormían en
petates y no deseaban cosas materiales.
Para España la conquista armada, la explotación
económica y la dominación política sobre los
indígenas, únicamente se podían justificar si se les
consideraba como medios para alcanzar la
conversión de éstos al cristianismo y rescatarlos de
las manos del demonio. Por eso la evangelización
(anuncio de la buena nueva) fue una prioridad de la
corona, de los teólogos, de los conquistadores para
que los religiosos se ocuparan de ello.
La selección de los religiosos que vendrían de
España para la evangelización debía elaborarse de
una forma sumamente cuidadosa.
Así los franciscanos, dominicos y agustinos fueron los
religiosos idóneos para llevar a cabo una empresa de
tales dimensiones, especialmente porque estas
órdenes religiosas habían sido recientemente
reformadas en Castilla por el Cardenal Cisneros, el
confesor de Isabel la Católica. Durante el siglo XVI el
clero regular (las órdenes religiosas) se había ido
apartando de las reglas de sus fundadores y por tanto
su disciplina se había relajado. Las reformas dieron
por resultado una revisión a fondo de la vida religiosa
y por ello intentaron volver a su carisma original. La
experiencia misionera, organización jerárquica, vida
de comunidad, sólida preparación teológica y
filosófica los distinguía de cualquier otro grupo.
Los primeros religiosos buscaban renovar la iglesia
de Cristo fundada mil quinientos años antes.
Pensaban que el trabajo con los aborígenes
renovaría los primeros años de la Iglesia, es decir
una comunidad fiel, desprendida de los bienes
materiales, un acercamiento a la utopía de una
sociedad cristiana perfecta, restaurando las
primitivas comunidades cristianas narradas en los
Hechos de los Apóstoles del Nuevo Testamento, lo
que precedería al Apocalipsis. Una iglesia,
finalmente, que equilibraría la facción que se había
dado con la separación de los herejes luteranos.
Los franciscanos, los primeros en llegar a las nuevas
tierras, arribaron en 1524. Estuvieron precedidos por
tres notables personajes: Fray Juan de Agora, fray
Juan de Tecto y fray Pedro de Gante. Ambos grupos
dieron un testimonio que llamó la atención de los
indígenas: se desplazaron a la ciudad de México desde
Veracruz a pie. Con el tiempo los indios los adoptaron
como sus protectores frente a la ambición de la
mayoría de los conquistadores. Por lo anterior
podremos comprender cómo para los españoles que
llegaron a mesoamérica, la conquista y la explotación
de los indios en México sólo se podía justificar al
plantearse como medios para llevar a cabo la
conversión de éstos al cristianismo.
La idea de guerra como cruzada, nacida durante
la lucha contra el Islam, hacía necesario que a los
soldados siguieran los sacerdotes. Por ello entre
1524 y 1560 llegaron a México cerca de
cuatrocientos religiosos, que ocuparon las zonas
más pobladas de indios (centro y sur del territorio
actual) y quienes se distribuyeron la geografía del
virreinato y atendieron zonas carentes de
evangelización. Sus testimonios arquitectónicos
aún están presentes en los conventos de la
segunda mitad del siglo XVI, quizá las más bellas
construcciones de este siglo, en ocasiones tan
poco conocidas, por desgracia.
Para adentrarse en tierras ignotas los religiosos se
hacían acompañar por un grupo de indios cargadores,
intérpretes y guías quienes les facilitaban los mejores
caminos y los dirigentes de los pueblos. Una vez
establecidos los religiosos en poblados, iniciaban sus
labores de evangelización. Aprendían lenguas diversas,
trataban de comunicarse poco a poco con los indígenas
sin necesidad de intérpretes y educaban especialmente
a los niños y jóvenes quienes pasaban largas
temporadas en los conventos con los religiosos. Fue
precisamente la nueva generación la que denunció las
prácticas idolátricas de sus padres y la que se identificó
rápidamente con la nueva cultura religiosa cristiana.
La evangelización se pudo llevar a cabo gracias al
apoyo de las autoridades políticas de la Nueva España.
Primeramente Hernán Cortés, posteriormente los dos
primeros virreyes don Antonio de Mendoza (1535-50)
y don Luis de Velasco (1550-64) impulsaron las tareas
de reducción de pueblos y traza urbana. Por otro lado,
la jerarquía de la Iglesia, arzobispos y obispos,
facilitaron las tareas de evangelización, además de la
petición del trabajo del clero secular lo que ayudó a la
expansión y consolidación de la cristianización. Todo lo
dicho anteriormente nos llevaría a una visión idealista
de un triunfo total de los españoles y la implantación
de la nueva religión, pero estudios recientes nos dan
otra perspectiva
No podía darse en unos cuantos años la conversión
de los indios que heredaron creencias milenarias.
¿No sería más bien una conquista de ellos frente a
los españoles haciéndoles pensar que la nueva
religión se enraizaba? Es decir, en apariencia se dio
el cambio. Los indios seguían las enseñanzas de los
frailes y mostraban una aceptación satisfactoria. Las
construcciones de los conventos realizados por los
indios eran la prueba. No obstante en la intimidad
de sus hogares las creencias en los dioses antiguos
permanecía, al menos durante las primeras
generaciones. ¿Cómo explicar que en los cimientos
de las iglesias se posaban las representaciones de
las deidades antiguas?
Las continuidades no podían romperse de la noche a la
mañana. Y así entendemos cómo las crónicas de
principios del siglo XVII exaltaron los triunfos de los
primeros religiosos, lo que da una pista de desconfianza
de una evangelización concluida. En los poblados más
alejados de la influencia de los religiosos la religión
prehispánica continuaba incluso con sacrificios
humanos. Después de la primera evangelización
llegaron otras órdenes religiosas como los carmelitas
descalzos, mercedarios, dieguinos y jesuitas que se
expandieron al norte donde crearon zonas de misión
exitosas, pero también se asentaron en ciudades
criollas donde abrieron colegios educando a la élite.

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