El rey de hombres Agamemnón se holgó de ver que Teucro destruía las falanges
troyanas, disparando el fuerte arco; y poniéndose a su lado, le dijo: —¡Caro Teucro Telamonio, príncipe de hombres!
Homero
Oyóle Héctor con intenso placer, y corriendo al centro de ambos ejércitos con la lanza cogida por el medio, detuvo las falanges
troyanas, que al momento se quedaron quietas.
Homero
Helena, hija de Zeus, tuvo miedo; y echándose el blanco y espléndido velo, salió en silencio tras de la diosa, sin que ninguna de las
troyanas lo advirtiera.
Homero
Día y noche eras en la ciudad motivo de orgullo para mí y el baluarte de los troyanos y
troyanas, que te saludaban como a un dios.
Homero
—Venid a ver a Héctor, troyanos y
troyanas, si otras veces os alegrasteis de que volviese vivo del combate; porque era el regocijo de la ciudad y de todo el pueblo.
Homero
Como el león acosa en la lucha al indómito jabalí cuando ambos pelean arrogantes en la cima de un monte por un escaso manantial donde quieren beber, y el león vence con su fuerza al jabalí, que respira anhelante; así Héctor Priámida privó de la vida, hiriéndole con la lanza, al esforzado hijo de Menetio, que a tantos había dado muerte: Y blasonando del triunfo, profirió estas aladas palabras: —¡Patroclo! Sin duda esperabas destruir nuestra ciudad, hacer cautivas a las mujeres
troyanas y llevártelas en los bajeles a tu patria.
Homero
Luego fue a llamar a Helena, hallándola en la alta torre con muchas
troyanas; tiró suavemente de su perfumado velo, y tomando la figura de una anciana cardadora que allá en Lacedemonia le preparaba a Helena hermosas lanas y era muy querida de ésta, dijo la diosa Afrodita: —Ven.
Homero
Ya que nos mandas decir la verdad, no fue a visitar a tus hermanas ni a tus cuñadas de hermosos peplos, ni al templo de Atenea, donde las
troyanas, de lindas trenzas, aplacan a la terrible diosa, sino que subió a la gran torre de Ilión, porque supo que los teucros llevaban la peor parte y era grande el ímpetu de los aqueos.
Homero
Como en el otoño descarga una tempestad sobre la negra tierra, cuando Zeus hace caer violenta lluvia, irritado contra los hombres que en el foro dan sentencias inicuas y echan a la justicia, no temiendo la venganza de los dioses; y los ríos salen de madre y los torrentes cortan muchas colinas, braman al correr desde lo alto de las montañas al mar purpúreo y destruyen las labores del campo; de semejante modo corrían las yeguas
troyanas dando lastimeros relinchos.
Homero
El hijo de Tideo volvió a mezclarse con los combatientes delanteros; y si antes ardía en deseos de pelear contra los troyanos, entonces sintió que se le triplicaba el brío, como un león a quien el pastor hiere levemente al asaltar un redil de lanudas ovejas y no lo mata, sino que le excita la fuerza; el pastor desiste de rechazarlo y entra en el establo; las ovejas, al verse sin defensa, huyen para caer pronto hacinadas unas sobre otras, y la fiera sale del cercado con ágil salto. Con tal furia penetró en las filas
troyanas el fuerte Diomedes.
Homero
El funesto Ares, tomando la figura del ágil Acamante, caudillo de los tracios, enardeció a los que militaban en las filas
troyanas y exhortó a los ilustres hijos de Príamo: —¡Hijos del rey Príamo, alumno de Zeus!
Homero
Héctor atisbó a los dos guerreros en las filas; arremetió a ellos, gritando, y le siguieron las fuertes falanges
troyanas que capitaneaban Ares y la venerable Enio; ésta promovía el horrible tumulto de la pelea; Ares manejaba una lanza enorme, y ya precedía a Héctor, ya marchaba detrás del mismo.
Homero