Yo, que ni quito ni pongo rey, ni entro ni salgo en sanhedrín de candidaturas, y que presencio la algarada politiquera tranquilamente arrellanado en mi poltrona, sin inquietarme por tirios ni troyanos, moros ni cristianos, gutibambas ni muzife- rrenas, siéntome hoy también atacado de la influenza episto- tolar; sólo que mientras la mayoría de escritores mis paisa- nos esgrime la péñola sobre eleccionario asunto, á mí antó- jaseme discurrir, y disparatar acaso, en la tranquila región de las letras.
Si trasponiendo las puertas de los altos muros, te comieras crudo a Príamo, y a sus hijos y a los demás
troyanos, quizá tu cólera se apaciguara.
Homero
Pero será grande mi pesar oh Menelao, si mueres y llegas al término fatal de tu vida, y he de volver con oprobio a la árida Argos, porque los aqueos se acordarán en seguida de su tierra patria, dejaremos como trofeo en poder de Príamo y de los
troyanos a la argiva Helena, y sus huesos se pudrirán en Troya a causa de una empresa no llevada a cumplimiento.
Homero
Ea, levanta las manos a Zeus y dispara una flecha contra ese hombre que triunfa y causa males sin cuento a los
troyanos —de muchos valientes ha quebrado ya las rodillas—, si por ventura no es un dios airado con los teucros a causa de los sacrificios, pues la cólera de una deidad es terrible.
Homero
No sabía lo que tramaba Zeus, quien había de causar nuevos males y llanto a los
troyanos y a los dánaos por medio de terribles peleas.
Homero
Si Héctor te llamare cobarde y débil no le creerán ni los
troyanos, ni los dardanios, ni las mujeres de los teucros magnánimes, escudados, cuyos esposos florecientes en el polvo derribaste.
Homero
Propongo lo siguiente y Zeus sea testigo: Si aquél, con su bronce de larga punta, consigue quitarme la vida, despójeme de las armas, lléveselas a las cóncavas naves, y entregue mi cuerpo a los míos para que los
troyanos y sus esposas lo suban a la pira; y si yo le matare a él, por concederme Apolo tal gloria, me llevaré sus armas a la sagrada Ilión, las colgaré en el templo del flechador Apolo, y enviaré el cadáver a los navíos de muchos bancos, para que los aqueos, de larga cabellera, le hagan exequias y le erijan un túmulo a orillas del espacioso Helesponto.
Homero
Como el que descubre un dragón en la espesura de un monte, se echa con prontitud hacia atrás, tiémblanle las carnes y se aleja con la palidez pintada en sus mejillas, así el deiforme Alejandro, temiendo al hijo de Atreo, desapareció en la turba de los altivos
troyanos.
Homero
Armar te ordena a los aqueos de larga cabellera y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar a Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza a los
troyanos por la voluntad de Zeus.
Homero
Ningún nomenclátor decrépito, de aquellos que no aclaran el nombre, sino que se los inventan, no deforman tan horriblemente los nombres de los barcos visitantes como él los de los troyanos y los griegos; y así mismo, quería parecer conocedor de la ciencia.
Los orgullosos
troyanos y sus auxiliares, venidos de lejas tierras, acampan junto al muro y dicen que, como no podremos resistirles, asaltarán las negras naves; el Cronión Jove relampaguea haciéndoles favorables señales, y Héctor, envanecido por su bravura y confiando en Zeus, se muestra furioso, no respeta a hombres ni a dioses, está poseído de cruel rabia, y pide que aparezca pronto la divina Eos, asegurando que ha de cortar nuestras elevadas popas, quemar las naves con ardiente fuego, y matar cerca de ellas a los aqueos aturdidos por el humo.
Homero
Así tú regocijarás, en las naves, a todos los aqueos y especialmente a tus amigos y compañeros; y yo alegraré, en la gran ciudad del rey Príamo, a los
troyanos y a las troyanas, de rozagantes peplos, que habrán ido a los sagrados templos a orar por mí.
Homero