La historia es durísima, pero es un retrato muy íntimo y fiel al mundo de las drogas sin caer en clichés ni la romantización de nada, que responde muy bien al sentimiento de una juventud en un contexto de ruptura generacional del Berlín de la década de los setentas. La escena del concierto de David Bowie es un apapacho para sus fans y un descanso antes de la inminente ruina de sus personajes.