Qué montón de sensaciones contrapuestas con Sound City: qué precioso repaso a la historia del rock, al saber hacer, a una forma artesanal de hacer música. Y qué extraño regusto al final, al destino de todo ese mundo. Dave Grohl, en la película y con la película, hace todo lo que puede con todo el amor que puede, y por eso es tan difícil hacerle responsable de esa impresión. Y tan fácil darle las gracias por hacer lo que ha hecho.

Una travesía por el desierto australiano y un paisaje que refleja la negrura interior. La cinta cumple con creces para dar la misma impresión de desasosiego y desesperación de la novela original, y cada uno de sus monstruos devuelve la mirada con orgullo ante la actitud juiciosa del tibio pero eficaz protagonista. Un recordatorio de que por mucho que lo lamentemos el infierno no son siempre los demás.

"I count six shots, nigger". El diálogo petarlo.