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Dostoievski, pensador de la identidad

Se disecciona el papel de Fiodor Dostoievski en la conformación de la identidad cultural del pueblo ruso.

Dostoievski, pensador de la identidad. Lectura de Mario Rechy en la velada conmemorativa del aniversario luctuoso de Fiodor Mikhailovitch, en el espacio del Instituto Ruso Mexicano Serguei Eisenstein el día 28 de enero de 2008.   Fernández Leal No. 43, Barrio de la Concepción, Coyoacán C.P. 04020 No vengo a exponer ante ustedes una nueva interpretación de nuestro autor. Sólo quiero remembrar y subrayar ideas y convicciones de Dostoievski que en el proceso histórico de Rusia se convirtieron en leit motiv o ideas fuerza en distintos políticos, escritores y hombres de la cultura, y fueron definiendo el fundamento de algo que podríamos denominar la misión de Rusia. Me interesa recordar hoy así a Dostoievski porque algunas de estas ideas, que él sintetizó juntando lo que otros autores venían esbozando con lo que él pudo desprender a partir de su propia observación, han devenido elementos de la identidad de Rusia. Porque los pueblos tienen que tener presente lo que los caracteriza y significa. Y porque cuando no lo tienen presente o lo confunden se encaminan hacia su autodestrucción o su extravío. Vivimos una época en que la globalidad hace desaparecer naciones o intenta sepultar culturas. No sólo por medio de la guerra que quema bibliotecas y aniquila a una generación intelectual, como en Irak, sino también con la invasión de imágenes, libros, propaganda, dinero y manipulación política, como en México, en Kenia o en Rusia. Lo hemos vivido en otros siglos. Y en cada uno de esos momentos las naciones se han visto ante la disyuntiva de defender y recobrar su identidad --que es algo mucho más profundo y rico que su historia política--, o de marchar de manera espontánea y a ciegas. Lo que leeré en este caso sobre Rusia vale como reflexión universal, si bien en cada sitio ha tenido protagonistas y testigos locales. Cartago desapareció, y no existe todavía un ejercicio de reflexión sobre lo que había representado frente a Roma. China, en cambio, conquistada por los mongoles, fue repuesta gracias a sus literatos y pensadores. Rusia sobrevivió a los turcos y México a los españoles, aunque de manera sincrética. Sin embargo hoy en día las fuerzas empeñadas en uniformar la historia y borrar aquello que ha representado otros caminos de evolución y futuro, son más fuertes y actúan con mucha mayor violencia. Se requiere pues de un ejercicio de introspección y repaso que nos refresque la memoria y la ruta recorrida para mantenernos fieles a la identidad. De joven Fiodor Mikhailovitch dedicaba más tiempo a la lectura de textos históricos que a textos de literatura. En su haber estaba ciertamente el haber recorrido a Gogol, algo de la novela francesa, como Eugenia Grandet –a quien podía leer en su lengua original, gracias a que él era parte de la modesta aristocracia rusa que hablaba en casa lo mismo la lengua nacional que aquella otra que distinguía a los nobles cultos--, a Fourier, a Walter Scott, y desde luego a Pushkin. Pero su lectura preferida, coinciden varios biógrafos, era la Historia del Imperio Ruso, en la que un gran escritor, de apellido Karamzine, relataba la epopeya en forma novelada. La influencia de Karamzine en el clima intelectual de Rusia era enorme, pues hasta antes de él las crónicas e historias propiamente dichas tenían un sello religioso y una interpretación permeada de teología, y ahora la forma, el tono y el estilo eran las de un relato de vida. Dice Dominique Arban, uno de estos biógrafos de Dostoievski, que los tomos favoritos de esa historia referida que repasaba Fiodor eran el XI, que contenía el periodo de Iván el terrible, y el XII, que relata la regencia y el reino de Boris Godunov. Arban subraya que Karamzine no deja de insistir en eso que siembra la confusión y que consiste en la presencia dentro del alma de esos dos zares de una dualidad de principios opuestos: el bien y el mal (p. 53). En su novela El doble nuestro autor dejaría planteado el tema. Un planteamiento que lo llevaría hasta el usurpador, el que ocuparía el lugar por la fuerza, sin alcanzar nunca la legitimidad, como describe a Fedia en los Hermanos Karamazov. Para Dostoievski las reflexiones de carácter histórico eran la materia para dibujar sus personajes. Tal vez por ello en cada momento que requería replantearse la búsqueda pedía o se hacía de libros de Historia. Al salir de la prisión la primera prioridad que expresaba a su hermano sería precisamente esa: libros de historiadores europeos. Quienes además de haber leído a Dostoievski algo entienden de historia rusa han observado que aun los relatos que pueden verse como mezcla del género sentimental y realista aspiran a ser un planteamiento social y moral. A veces no se nota porque Dostoievski no lo decía de manera expresa o directa, sino planteando una situación que dejaba dudas y extrañezas, porque para él la verdad se alcanzaba por medio de una perpetua interrogante. Pobres gentes, la novela que lo hizo célebre antes de la prisión, era eso, una reflexión cimentada en el recurso descriptivo que tenía a Gogol como antecedente, pero que iba más allá al describir las condiciones en que el pueblo vivía, y que al describir negaba que mereciera la vida que llevaba. Al salir de prisión sus concepciones se habían transformado, ahora era un escéptico y aunque seguiría denunciando la injusticia, sus opiniones estarían ahora en los parlamentos de cada arquetipo que él pondría en sus relatos. En humillados y ofendidos, uno de sus primeros trabajos después de la prisión, recupera su filosofía de la esperanza, y como dice Sarabe, crítica Argentina que lo comenta, ahí existen momentos de una luz de nueva revelación. Es sabido que el espíritu de Pushkin dejó huella indeleble como artista abierto al mundo, como capacidad de asimilar como propio el pensamiento de cualquier parte. Todos sabemos que semejante a Mozart, que era profundamente alemán, Pushkin compartía esa capacidad singular de incursionar en otras culturas para apropiarse de lo que fuera asimilable, y para hacer sonar en esos espacios creaciones que encajaban armoniosamente. Así como Mozart había compuesto algo de lo mejor del género operístico de Italia, Pushkin había escrito algo de lo mejor de la comedia italiana. Ambos tenían esa facultad para vivir en lo universal. Son lugares comunes para los lectores de Dostoievski. Pero permítaseme partir de ello. “El pensamiento que más me ocupa, había escrito Fiodor en una carta desde la prisión de Siberia, es en qué consiste nuestra comunión de ideas, cuáles son los puntos sobre los cuales podríamos encontrarnos, todos, sin importar de qué tendencias seamos”. André Gide dice que Fiodor estaba profundamente convencido de que “en el pensamiento ruso se concilian los antagonismos de Europa” (p. 33). “La misión de Rusia es la de culminar la realización de Europa”, había escrito Dostoievski en esa citada carta. Rusia, refiere Gide citando a Fiodor en una frase redonda que no hemos podido ubicar en sus obras, “es una nación vacante, capaz de ponerse a la cabeza de los intereses comunes de la humanidad entera”. Hoy, paradoja, la clase dirigente de Rusia quiere ponerse a la cabeza, pero no en un sentido ecuménico ni bajo el principio solidario, sino con fuerza, con la potencia del glamour y el consumo. En la formación de Dostoievski había una importante educación religiosa, pero al lado de ella o frente a él estaban la injusticia del zarismo sobre el pueblo pobre, y el surgimiento de las ideas revolucionarias que planteaban acabar con la autocracia e inaugurar el reino de la justicia. La educación religiosa le marcó con la convicción de que toda defensa de la verdad conlleva un sacrificio, y más importante aún, que el ser solidario, el considerar que los otros son también humanos, nos lleva también a cargar su sufrimiento, el sufrimiento de todos. Pero en la Universidad de Moscú, donde estudió, había influencias de otro carácter, que le marcaron también para siempre. Bakunin era condiscípulo suyo, y en los círculos universitarios se conocía a Herzen, a Hegel y a Proudhón. Esa capacidad de sufrimiento que Fiodor asoció con la vocación por la verdad iba mucho más allá del espíritu cristiano y cimentaba una actitud ante la vida. De otra manera no podría entenderse que al final de sus días, cuando veía a los revolucionarios como una amenaza para la historia, siguiera sospechando que el socialismo unido a Jesús acaso podía significar la salvación. Esa actitud que describió Fiodor habría de ser la fuerza y la fuente del apostolado que los revolucionarios rusos desplegarían durante un siglo. Hasta que Godunov/Stalin los matara a todos. La combinación no era un final, sin embargo, sino que representaba un clima de búsqueda. Una búsqueda que para cada uno significaba algo especial, y que él llamó verdad. Verdad como aquello que vale la pena, como aquello que ha de buscarse con toda fuerza y convicción. Como aquello que hay que defender aun a costa de la vida. En él la pregunta sobre lo que es la verdad tenía un origen religioso, pero una validez moral y ética. Balzac le había enseñado a mirar más allá de lo aparente penetrando en los motivos personales inconfesos y en las fuerzas sociales que movían a las personas. Dostoievski, además, era testigo de la terrible represión que sufría la juventud, porque era la más decidida y consecuente en la búsqueda de la verdad. Fue testigo de su martirologio y tragedia. En La casa de los muertos nuestro escritor se lamenta: “Cuánta juventud yace aquí sepultada, cuántas fuerzas grandes han perecido aquí entre éstos muros. Pues hay que decirlo, estos hombres eran en verdad extraordinarios. Son tal vez los hombres más ricamente dotados, los más fuertes, de todo nuestro pueblo. Pero estas fuerzas han perecido, vana e irremediablemente, en desmedro de toda justicia”, tras lo cual Fiodor agrega en Apuntes del subsueloº, una terrible confesión: “No puedo seguir fingiendo, no puedo vivir por más tiempo al abrigo de las ideas engañosas; mas no tengo otra verdad. Suceda lo que suceda”. Su reflexión sobre ese destino había provocado en él una transfiguración de ideas. De haber comenzado su verdad como un conjunto de esperanzas positivas y luminosas sobre la misión ecuménica, fraternal y liberadora, devino en una visión ambivalente, combinada, trágica y al mismo tiempo de redención. Y de esa manera pintó entonces sus historias y sus personajes. “¿dónde quedó la verdad –se preguntó—?” El bien, que había sido una conciencia moral y había guardado una unidad con la razón, se transformó en la búsqueda y propuesta de lo único o excepcional, lo fuerte y arrojado como Raskólnikov; el destino se vio entonces como una combinación de grandeza y mansedumbre, como en los Karamásov, y el proceso a esperar como una unidad entre heroísmo y tragedia, que es la visión que se expone en esta última novela. La misión de Rusia, que Dostoievski veía como el remate de la historia y para el cual estaba emplazado el espíritu de su Patria, cristalizó en el bolchevismo; la verdad sobre si valía la pena la creación en el ideal de justicia y hermandad a construir, y el destino…..en esa repetición de Godunov e Iván el terrible que reencarnaron en Stalin. Quedó pendiente la redención en algún futuro en el que la verdad terminara por imponerse sobre la parte trágica del destino. O en el que el espíritu de la Iglesia Ortodoxa condujera el proceso político. Pero la palabra estaba dada, y había entonces que volver a leer y volver a buscar. Hoy el pueblo ruso parece ocupado de otras cosas. De aquellas que Dostoievski retrata en dos personajes de Los endemoniados. El primero, de apellido Stavroguin, decía: “Nada me ata a Rusia, donde, como en cualquier sitio, me siento extranjero. En verdad aquí (en suiza) más que en cualquier otra parte, encontré la vida insoportable, pero aun aquí, no pude odiar nada. Y sin embargo lo intenté con todas mis fuerzas. Esto es lo que usted me había aconsejado (para aprender a conocerme). En estas experiencias, en toda mi vida anterior, me mostré inmensamente fuerte. ¿Pero de qué me sirve esta fuerza? He aquí lo que nunca supe, lo que aún no sé. Puedo como siempre puedo, sentir el deseo de hacer una buena acción, y siento placer. Al lado de esto, también deseo hacer el mal e igualmente siento satisfacción.” El segundo personaje, de apellido Kirilov: agregó: “El hombre no inventó a Dios más que para vivir sin matarse; ese es el resumen de la historia universal hasta este momento” Hoy, que en el frenesí de la acumulación los nuevos ricos gobiernan Rusia, creen hacer el bien al pretender el esplendor fastuoso de Moscú, y al no detenerse más ante la vida. Todo le está permitido a esta oligarquía. En el fondo saben que hacen mal, pero en lugar de buscar o de preguntar, como lo hacía Dostoievski, en lugar del remordimiento, han implantado la religión del cinismo. Es momento de recordarnos cómo creía Fiodor Mikhailovitch que debían abordarse las cosas. Cómo debían elevarse nuestra conciencia moral y nuestra razón juntas para mirar lejos y salvarnos del presente sin espíritu. Como eterna pregunta, o como verdad no encontrada todavía por nadie, el sentido de la obra de Fiodor Mikhailovitch nos atrapa. Nos exige buscar, sin aceptar lo que hoy vivimos. Desde esa mezcla de pesimismo moral y esperanza religiosa, que dictaba sus reflexiones, Fiodor Mijailovitch predijo con gran claridad el futuro, pero no solamente el futuro que a comienzos del Siglo XXI hemos dejado atrás, sino el futuro que deberá llevar a Rusia a reemprender su misión. El no creía en el camino de occidente, por dos razones, o a causa de dos extravíos. No creía que el catolicismo, que se caracterizaba por erigir una autoridad que separaba al hombre de Dios, pudiera servir al espíritu. Misterio, milagro y autoridad no conducían a Jesús ni a la verdad. El protestantismo tampoco era camino. Había combinado la fe con la razón, y ello era cimiento de ciencia o de libertad, pero no de fraternidad. Era la Ortodoxia, y sólo la Ortodoxia, la que podía salvar al hombre. En palabras de Zósima, un monje de la Iglesia rusa que habla dentro de la novela de los Karamazov, puso las siguientes: en caso de que vuelva a salvarse la tierra rusa, se deberá a los monjes. Pues están verdaderamente preparados para «el día y la hora, el mes y el año». En su soledad, estos monjes conservan la imagen de Cristo espléndida a intacta, en toda la pureza de la verdad divina, legada por los padres de la Iglesia, los apóstoles y los mártires, y cuando llegue la hora, la revelarán a este resquebrajado mundo. Es una idea grandiosa. Esta estrella brillará en Oriente. He aquí lo que yo pienso de los religiosos. Tal vez sea una simple suposición mía; tal vez me equivoque. Pero observad a esa gente que se eleva por encima del pueblo cristiano. ¿No han alterado la imagen de Dios y su verdad? Esos hombres poseen la ciencia, pero una ciencia supeditada a los sentidos. Al mundo espiritual, la mitad superior del género humano, se le rechaza alegremente, incluso con odio. Sobre todo en estos últimos años, el mundo ha proclamado la libertad. ¿Pero qué significa esta libertad? La esclavitud y el suicidio. Pues se dice: «Tienes necesidades: satisfácelas. Posees los mismos derechos que los grandes y los ricos. No temas satisfacer tus necesidades. Incluso las puedes aumentar. » Éstas son las enseñanzas que se dan ahora. Así interpretan la libertad. ¿Y qué consecuencias tiene este derecho a aumentar las necesidades? En los ricos, la soledad y el suicidio espirituales; en los pobres, la envidia y el crimen, pues se conceden derechos, pero no se indican los medios para satisfacer las necesidades. Se dice que la humanidad, acortando las distancias y transmitiéndose los pensamientos por el espacio, se unirá cada vez más estrechamente, y que reinará la fraternidad. Pero no creáis en esta unión de los hombres. Al considerar la libertad como el aumento de las necesidades y su pronta saturación, se altera su sentido, pues la consecuencia de ello es un aluvión de deseos insensatos, de costumbres a ilusiones absurdas. Esos hombres sólo viven para envidiarse mutuamente, para la sensualidad y la ostentación. Ofrecer banquetes, viajar, poseer objetos valiosos, grados, sirvientes, se considera como una necesidad a la que se sacrifica el honor, el amor al prójimo a incluso la vida... En cuanto a los pobres, éstos ahogan por el momento en la embriaguez la insatisfacción de las necesidades y la envidia. Pero pronto no se embriagarán de vino, sino de sangre: éste es el fin al que se les lleva. ¿Pueden considerarse libres estos hombres? …No es sorprendente que los hombres hayan encontrado la servidumbre en vez de la libertad, y que lejos de alcanzar la fraternidad y la unión, hayan caído en la desunión y la soledad, como me dijo antaño mi visitante misterioso. La idea de la devoción a la humanidad, de la fraternidad, de la solidaridad, va desapareciendo gradualmente en el mundo. En realidad, se la recibe incluso con escarnio, pues ¿quién puede desprenderse de sus hábitos? ¿Dónde irá ese prisionero de las múltiples y ficticias necesidades que se ha creado él mismo? A este ser aislado apenas le preocupa la colectividad. En resumidas cuentas, sus bienes materiales han aumentado, pero su alegría ha disminuido… La vida del religioso es muy diferente. Hay quien se burla de la obediencia, del ayuno, de la oración... Sin embargo, ése es el único camino de la verdadera libertad. Yo suprimo las necesidades superfluas, domo y flagelo mi voluntad altiva y egoísta por medio de la obediencia, y así, con la ayuda de Dios, consigo la libertad del alma y, con ella, la alegría espiritual. ¿Quién es más capaz de enaltecer una idea, de ponerse a su servicio, el rico aislado espiritualmente o el religioso que se ha liberado de la tiranía de las cosas? (en la edición de Aguilar, traducida por Rafael Cansinos Assens, esta cita está en las págs. 254 a 256 del tomo III). Con la misma idea sobre la historia, aunque desde mi minúscula condición de político, y con el pobre conocimiento que podido alcanzar de la lengua de Fiodor Mikhailovitch quiero leerles lo que sus ideas y preocupación me han dictado: Rusia duerme en el sopor de los caprichos que quieren conducirla. Fiodor bosteza incrédulo de aquello que hoy nubla como velo la ingenua vista de quienes no conspiran. Pushkin también se asoma entornando la ceja y levantando un lado de la boca, como diciendo “otra vez están en camino” van, aunque no saben dónde buscan, aunque no saben qué Pasternak les grita ¡por acá! Yevtushenko se irrita. Y la marcha prosigue… Los campos enmudecen, el estrépito circunda la ciudad Rusia abandona sus caminos, las banquetas suaves y crujientes de madera. Hoy construye las plazas los centros de comercio las discos y los targobii En esos puntos se suman sus ahorros, Ahí es donde hacen cuentas y festejan los días Los otros viven, o mejor dicho duermen, en los cuartira viejos. Recorren largos trechos por metro de ciudad y sueñan y se empeñan. Pero ninguna Sikina le canta a este camino. Las voces que se escuchan se miden con hip hop. Así quieren a todos a ritmo acompasado, que no tenga nostalgias porque con éstas puede haber también memoria… El break dance ha venido a romper la “chanson” que en los veintes guardaba el relato nostálgico e inconforme. Y los trenes prosiguen, conectan estaciones que recuerdan a Bratsk Se alude al poema de Yevtushenko sobre la epopeya de construcción del socialismo. los trenes tejen los hilos de memoria; en los parques resume el aire de Glazunov --de ambos Glazunov, del que guardó paciente a Rusia en sus pinceles, y la del que entonaba su suave identidad--. La khram es ancla que tiene firme el suelo, pero sólo repite como rezo que debe repetirse, solo es el viejo punto de partida donde se entregan deseos y esperan bendiciones para continuar. ¿y dónde están pues las veredas? Voslenski nos ha dicho que quedaron atrás, ¿y quién nos va a decir qué tenemos delante? ¿Acaso nadie sabe? Limonov hace esfuerzos, Kagarlitzki aconseja y está bien ¡pero hay más¡ faltan las voces que lean sin cortes y sin huecos, que al saberse completo todo el cuento estén en condiciones de pronunciar un día una Hobu clobaph. Obras consultadas Dostoievski, su vida y su obra por Angélica Sarabe. Editorial ANDINA, Buenos Aires 1972. Dostoievski, 1821-1881, lectura crítico biográfica de Edward Hallet Carr. Editorial Laia, Barcelona 1962. Dostoievski, por Augusto Vidal, Barral Editores, Barcelona 1973. Dostoievski, por André Gide. Universidad Autónoma de Tlaxcala, México 1987. Les années d´apprentissage de Fiodor Dostoïevski, par Dominique Arban. Payot, Paris 1968. Dostoïevski, Génies et Réalités, Hachette, par Henri Troyat, de l´Académie française, et des outres auteurs. Dostoievski, el atormentado, por Pedro Soler Alonso, Colección pensamiento, México 1950. Pobres gentes, de Fiodor Dostoievski. Humillados y ofendidos, de Fiodor Dostoievski. Memorias del subsuelo, de Fiodor Dostoievski. Demonios, de Fiodor Dostoievski. Hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoievski. La literatura rusa, por Marc Slonim, Breviarios del F.C.E. México 1962. Notas sobre la evolución de la literatura rusa, por Mario Rechy, Lecumberri, 1969, inédito.