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Presentación: Comunidades
emocionales y cambio social*
Juan Manuel Zaragoza** – Javier Moscoso***
DOI: https://dx.doi.org/10.7440/res62.2017.01
Cómo citar: Zaragoza, Juan Manuel y Javier Moscoso.
2017. “Presentación: Comunidades emocionales y cambio
social”. Revista de Estudios Sociales 62: 2-9. https://dx.doi.
org/10.7440/res62.2017.01
*
**
***
Este proyecto ha sido financiado por las siguientes instituciones y programas: el Ministerio de Economía, Industria y
Competitividad del Gobierno de España (FFI2016-78285-R);
la Convocatoria 2015 de Ayudas Fundación BBVA a Investigadores y Creadores Culturales; la Comisión Europea a
través de una Marie Curie Research Fellowship (IEF) del FP7,
número 329466.
Doctor por la Universidad Autónoma de Madrid (España).
Investigador independiente. Ha sido Marie Curie Research
Fellow en el Centre for the History of Emotions, Queen Mary
University of London (Reino Unido), becario Leonardo de la
Fundación BBVA (2015 – 2016) y profesor asociado de Bioética
en la Universidad Miguel Hernández (España). Está terminando la que será su primera monografía, titulada Amor,
cuidados y exilio: una historia material de las emociones. Sus
últimas publicaciones son: “Objects, Brains and Emotions.
Lido Rico’s Work and the Contradictions of our World of
Things. En Genoarquitecturas/Inestablos, editado por Lido
Rico, 146-151. Alicante: MUA, 2016; “Ampliando el marco.
Hacia una historia material de la emociones”. Vínculos de
Historia 4: 28-40, 2015. * jm.zaragozabernal@gmail.com
Doctor en Filosofía por Universidad Autónoma de Madrid. Es
profesor de investigación de historia y filosofía de la ciencia
en Instituto de Historia del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (CSIC) (España). Ha sido becario predoctoral en el Wellcome Institute for the History of Medicine
y Postdoctoral Fellow en el Max Planck Institute for the
History of Science, Berlin (Alemania). Fue también Fulbright
Scholar en la University of Harvard entre 1995 y 1996. Sus
últimas publicaciones son: “From the History of Emotions to
the History of Experience: The Multiple Layers of Material
Expressions”. En Engaging the Emotions in Spanish Culture
and History (18th Century to the Present), editado por
Luisa Elena Delgado, Pura Fernandez y Jo Labanyi, 176-191.
Nashville: Vanderbilt University Press, 2016; “La historia de
las emociones, ¿de qué es historia?” Vínculos de Historia 4:
15-27, 2016. * Javier.moscoso@cchs.csic.es
Nuestro mundo, de repente, se ha poblado de emociones: inteligencia emocional, marketing emocional,
emotional management, seguridad emocional… Nuestra
labor, como buenos ciudadanos, consiste en conocer
nuestras emociones, así como las de las personas y de
los animales que nos rodean. Y debemos ser capaces
de gestionarlas, para que nuestro desempeño emocional
sea el adecuado. Debemos cuidar las emociones dentro
de nuestra institución, y ser conscientes de los afectos
que circulan en nuestra oicina, que se tejen y destejen
al lado de la máquina de café o en la sala de la fotocopiadora. Debemos ser cuidadosos con las emociones de
los demás, de modo que no se sientan ofendidos, discriminados o explotados. Las emociones nos rodean, y se
exige de nosotros cierta competencia emocional, cierta
capacidad para leerlas, interpretarlas o gestionarlas.
Pero esto no era así hace tan sólo unos años. El siglo XX
pensó las emociones como algo subsidiario, que debía
estar supeditado a la razón y que debía controlar su
potencialidad para el error y el daño. Las emociones nos
apartaban de nuestra deinición como “ser racional” y
nos acercaban a la animalidad. Por eso era necesario
reprimirlas, domarlas, educarlas. La historia de Occidente, al menos para algunos, sería la del dominio de
las pasiones (Elias 2016). Si la Edad Media había sido un
periodo que podíamos caliicar de infancia de Occidente
(Huizinga 2005), el Renacimiento, con su énfasis en el
comportamiento cortés (Burke 2015), iniciaría un camino hacia la madurez. El proceso de civilización consistiría, así, en la historia del autocontrol.
A lo que hemos asistido estos últimos años es a un giro
emocional, no tanto en la academia, que también, sino
sobre todo en el contexto popular. Queremos que nos
hablen de emociones, queremos saber qué ocurre con
ellas, saber si es posible detectar al que miente, si para
aprender hay que emocionarse o si es posible trazar un
mapa de las emociones que nos sirva de guía. Las emociones ya no son algo de lo que avergonzarse, sino un
objeto de conocimiento lícito, mucho más en estos tiempos de cambio que atravesamos. Nuestra valoración
cultural de las emociones ha cambiado radicalmente, así
como nuestra comprensión de su valor en la historia.
Si la historiografía clásica las ignoraba totalmente, convirtiendo a la historia en el resultado de las decisiones
racionales de sus protagonistas, la nueva historia de las
emociones no sólo les ha otorgado un papel esencial
en el desarrollo de los acontecimientos, sino que también
ha empezado a registrar cómo esas mismas pasiones y
esos mismos afectos modiican nuestra comprensión
de la historia.
DOSSIER
Todos estos factores han inluido en la gestación de este
monográico, pero no seríamos del todo sinceros si no
mencionásemos un último factor: la crisis económica global de 2008, que inauguró un largo periodo de inestabilidad no sólo económica o política, sino también emocional.
Sus efectos en la vida cotidiana de personas y colectivos
fueron rápidos y duraderos, truncando muchos de los
planes vitales que venían desarrollando, con la frustración, la ira y el desánimo consiguientes. Se iniciaba así un
periodo, recurrente en la historia de la política, en el que
las emociones empezaron a ser percibidas como elementos fundamentales del orden social. Si bien el Brexit y la
elección de Trump como presidente de Estados Unidos
suelen considerarse los momentos álgidos de este proceso, no podemos olvidar las primaveras árabes, el 15M
en España y todos los movimientos occupy y similares
que cabalgaron en alas de la indignación a principios de
la presente década. Junto a estos procesos de indignación
o frustración política habría que subrayar otras tantas
dinámicas políticas que se pusieron en marcha al amparo
de estos movimientos, más relacionadas con el cuidado
emocional y la constitución de comunidades.
Pero podemos ir un poco más allá. Como indica César
Rendueles en su contribución para la sección Documentos, hemos asistido a una crisis en la forma de gestionar
nuestras emociones, a un cuestionamiento de lo que
el propio Rendueles denomina capitalismo emocional
(que vendría a mediar entre el “ascetismo calvinista”
presente en la base del capitalismo clásico y el “hedonismo consumista”), un sistema socioeconómico que,
mediante la gestión y el control de las emociones, fundamentaría una democracia emocional que, al relajar
los conlictos sociales, ayudaría al buen funcionamiento del capitalismo posfordista. La crisis, por tanto, no
sería sólo económica, sino que afectaría a la raíz del
capitalismo tardío, y con ella, a una determinada forma de subjetividad que se ve, de pronto, desarraigada.
Cómo será esa reconstrucción es, precisamente, lo que
estaría ahora en cuestión.
Todos estos elementos, y muchos otros, se encuentran
presentes en los textos que se reúnen en este número
monográico dedicado, precisamente, a la relación entre
cambio social y comunidades emocionales. Pero antes
de hablar del contenido del número, nos gustaría profundizar un poco más en qué pueden aportar la historia
de las emociones y la idea de “comunidad emocional” a los
estudios sobre el cambio social. Hemos dividido esta introducción en tres apartados: en el primero trazaremos una
breve historia de la historia de las emociones, señalando sus principales hitos. Esto nos servirá para situar la
acuñación del concepto “comunidad emocional” en su
contexto, tras lo cual señalaremos las principales críticas recibidas, así como la apropiación que se ha llevado
a cabo de dicho concepto; en el segundo apartado nos
centraremos en la idea de cambio social, y más concretamente, en el papel que la historia de las emociones
puede desempeñar en ampliar nuestra comprensión de
este fenómeno; en el tercer y último apartado buscamos mostrar otra cara de la relación entre emociones
y cambio social, menos conocida. A través de la experiencia del 15M español, veremos cómo el papel de las
emociones en la política no se reduce a la irrupción
revolucionaria, sino que pueden ser el contenido de
políticas concretas a favor del cambio social.
Las comunidades emocionales
y la historia de las emociones
Como ya hemos señalado otras veces (Moscoso 2015b;
Zaragoza 2013), los antecedentes de la historia de las
emociones se encuentran, por un lado, en textos de
principios del siglo XX (Febvre 1941; Huizinga 2002), y,
por otro, en la emocionología de Peter y Carol Stearns,
que sería su antecedente más directo (Stearns y Stearns 1985).1 No obstante, la madurez de la historia de las
emociones debería fecharse en el año 2001, cuando
William Reddy publica su libro The Navigation of Feeling
(Reddy 2001). Es este un libro magníico, que pretendía,
a través de un sólido conocimiento de la psicología de
inales del siglo XX, establecer una serie de elementos
que permitieran el análisis histórico de las emociones.
No en vano, el subtítulo de la obra de Reddy sería A Framework for the History of Emotions. Hay dos elementos
que resultan interesantes y que marcarían, de cierta
forma, el posterior desarrollo de la historia de las emociones. El primero es el compromiso político de Reddy,
que busca generar una teoría de las emociones que le
permita discernir la justicia o injusticia de los distintos
regímenes emocionales, dependiendo del sufrimiento
emocional que inlijan a sus habitantes. El segundo es
la acuñación de conceptos como régimen emocional,
refugio emocional, navegación emocional o emotives,
que gozarían de diversa suerte en los años posteriores (muchos de ellos aparecen en los artículos de este
monográico, sin ir más lejos). No obstante, la recepción
del libro fue, cuando menos, dispar. Si bien hubo un
acuerdo generalizado sobre el enorme valor de la tarea
emprendida por Reddy, muchos académicos también
coincidían en señalar su esterilidad: el marco que Reddy
proponía para la historia de las emociones no convencía
a casi nadie (Rosenwein 2002; Stearns 2002).
En apenas cinco años aparecen tres libros que marcan
el inicio del boom editorial en los países anglosajones:
From Passions to Emotions, de Thomas Dixon (2003); Fear,
de Joanna Bourke (2005); y, inalmente, el que nos interesa: Emotional Communities in the Early Middle Age, de
Barbara Rosenwein (2006). Parece necesario realizar
1
En el excelente texto de Rob Boddice que abre este monográico se encontrará esta historia de forma mucho más
detallada. Boddice comparte nuestra valoración sobre la
importancia de los Stearns, a los que ha dedicado un texto
donde analiza su profundo impacto en la historia de las emociones (Olsen y Boddice 2017).
Presentación: Comunidades emocionales y cambio social | Juan Manuel Zaragoza · Javier Moscoso
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DOSSIER
una primera valoración de esta súbita popularidad. Si
bien el estudio de la emociones en disciplinas como la
psicología (Lang 1994) o la antropología (Lutz y White
1986) puede remontarse a las décadas de los sesenta o
setenta del siglo XX (cuando no más), lo cierto es que era
un área que había pasado desapercibida para la historia
(con las excepciones ya señaladas). Esta falta de interés
por las emociones puede entenderse en parte si pensamos, como señala Ute Frevert, en la historia social dominante en la academia como una explicación racional de
las acciones colectivas (Frevert 2011; Moscoso 2015a).
Antes de la primera década del siglo XXI, el estudio de
las emociones se centraba, en el ámbito anglosajón, en
el estudio de instituciones como el hogar y la familia, al
tiempo que se buscaba comprender la agencialidad de
las masas sociales, sobre todo en contextos de violencia
colectiva. En ambos casos, la aparición de una determinada emoción parecía un epifenómeno resultado de causas
totalmente racionales (Stearns 2008, 19). Los tres libros
señalados pretendían escapar de estos análisis y establecer las emociones como objetos de estudio por sí mismas, no como un adjunto a “otras historias”. Esto vino
acompañado de una ampliación de los “contextos” de
las emociones (el libro de Bourke es un buen ejemplo) y,
por tanto, de las fuentes a disposición del historiador
(Moscoso 2011; Stearns 2008, 21; Sullivan 2013). Uno
de los esfuerzos en esa dirección es, precisamente, el
de Barbara Rosenwein.
Rosenwein acuña el término “comunidad emocional”, a
inales de los noventa, aunque es a principios del siglo
XXI, precisamente en una reseña al libro de Reddy, donde
encontramos una de las primeras apariciones del término. Para Rosenwein, el texto de Reddy tenía dos grandes
debilidades: por un lado, un predominio del lenguaje como
fuente, que deja por fuera cualquier otro tipo que no
sea la escrita o la oral (¿qué ocurre con las expresiones
corporales de las emociones, por ejemplo?); por otro,
el concepto régimen emocional, que encuentra demasiado asociado (tailor-made es el término empleado) al
de Estado moderno, para que pueda funcionar no sólo
en contextos previos a su aparición, sino en variantes
locales (Rosenwein 2002). Para una medievalista como
Rosenwein, estos eran dos problemas muy graves, ya
que, de ser así, la historia de las emociones que propone
Reddy (y, para el caso, la emocionología de los Stearns)
sólo tiene sentido si se acepta la existencia de una
ruptura radical a partir de la modernidad (Rosenwein
2014). Si no aceptamos tal ruptura, si pensamos que el
mundo previo a los siglos XVII y XVIII no era tan distinto al nuestro, entonces el marco que propone Reddy
no es de utilidad para hacer historias de las emociones.2
2
Un argumento similar emplea Kirk Essary en el análisis
crítico que realiza del ya mencionado libro de Dixon. En su
reseña, Essary busca desarmar la hipótesis de Dixon de que
en el siglo XVI se inicia un cambio en el lenguaje sobre las
emociones, en lo que vendría ser otra modalidad de esta idea
de ruptura entre la época moderna y “lo que hubiera antes”.
Como alternativa, la “comunidad emocional” —entendida como aquel grupo que comparte un conjunto de normas acerca de las emociones y una valoración común de
estas— permitía pensar el papel de las emociones en la
vida humana, sin quedar constreñida dentro de los límites marcados por la modernidad.3 Ella entiende que es un
concepto más fácilmente adaptable que el de “régimen
emocional”, propuesto por Reddy, y que tendría la ventaja de no depender de asunciones históricas previas.4
Las críticas a Rosenwein llegaron pronto, principalmente alrededor de dos argumentos. El primero tenía que
ver con el alcance de las comunidades emocionales. En
tanto que los casos estudiados por Rosenwein se centraban en comunidades relativamente pequeñas (una
comunidad católica en un pequeño pueblo de la Galia
en los estertores del Imperio; la relación epistolar entre
Gregorio de Tours y Venantius Fortunatus; la Corte del
rey Clotario II, etcétera), era lícito preguntarse cómo
explicaría la existencia y el funcionamiento de comunidades más amplias, muchas de las cuales sólo pueden
comprenderse, precisamente, como resultado de la
modernidad, por ejemplo: el potencial de la imprenta
para generar comunidades emocionales de varios miles
de individuos (Fernández 2016). La segunda crítica que
se hizo a la idea de Rosenwein era la de la rigidez de
estas comunidades, de forma que la relación entre individuo y comunidad parecía ser unívoca: un individuo
sólo podía pertenecer a una comunidad emocional, por
lo que cualquier posibilidad de cambio de una comunidad a otra no sólo era inexplicable, sino que ni siquiera
se contemplaba (Zaragoza 2013). La misma Rosenwein
ha reconocido estas limitaciones y ha intentado (con
mayor o menor éxito) solventarlas en escritos posteriores, tanto en artículos (Rosenwein 2010a, 2010b, 2014)
como en su libro más reciente, Generations of Feeling
(Rosenwein 2016), en el que retoma diversos aspectos
que no habían quedado del todo resueltos en el anterior
(Rosenwein 2006).
Lo cierto, más allá de la evolución del pensamiento de
Rosenwein, es que las comunidades emocionales se han
convertido en una de las formas elegidas por diversos
académicos para hablar de las emociones compartidas
en contextos tan dispares como pueden ser la historia de las reliquias (Loreto López 2017) o el análisis de
Como dice Essary, reiriéndose a la variada comunidad que
compone el Australian Centre of Excellence for the History
of Emotions: “[…] we imagine ourselves to be doing more or
less the same thing even if from radically diferent angles:
studying the history of emotions” (Essary 2017, 2).
3
La deuda de este concepto con la deinición de emocionología
de los Stearns es evidente: “Emotionology: the attitudes or
standards that a society, or a deinable group within a society, maintains towards basic emotions and their appropriate expressions” (Stearns y Stearns 1985, 813).
4
Sobre la disputa acerca de la modernidad entre Rosenwein
y Stearns, ver la introducción al libro Doing Emotions History
(Matt y Stearns 2013).
rev.estud.soc. No. 62 • octubre-diciembre • Pp. 2-9 • ISSN 0123-885X • e-ISSN 1900-5180 · DOI: https://dx.doi.org/10.7440/res62.2017.01
DOSSIER
las obras de la escritora Almudena Grandes (Calderón
Puerta 2017), aunque muchas veces el uso que se da a la
expresión no sea, precisamente, el que Rosenwein había
pensado.5 Este interés por la idea de comunidad emocional puede relacionarse con la irrupción de una serie de
estudios que ponían a los comunes en el centro de su
relexión teórica, pero también práctica (Bollier 2016;
Fundación de los Comunes 2016; Vercelli 2013), y que
encontraría su momento de eclosión con la crisis económica y social iniciada en 2008, proporcionando una
mayor visibilidad a aquellos textos que, de una forma u
otra, relexionaban sobre la idea de comunidad.
Se produce, así, una contradicción evidente entre la idea
de Rosenwein de las comunidades emocionales y su
apropiación posterior por parte de otros agentes. Como
señalábamos antes, las comunidades de Rosenwein
eran particularmente estáticas, y como tales, difícilmente servían para explicar la transición, ya sea personal o colectiva, entre estándares emocionales. Es
decir, no resultaban útiles para explicar ningún tipo de
cambio social. Sin embargo, cuando, a consecuencia de la
actual crisis económica, ciertos grupos de personas han
señalado la necesidad de que se produzca un cambio que
incluye, como no puede ser de otra forma, también esos
estándares se han identiicado a sí mismos como comunidades emocionales. A intentar explicar esta aparente
contradicción dedicaremos las líneas siguientes.
Cambio social y emociones: un nuevo
programa para la historia de las emociones
La historia de las emociones se encuentra en un atolladero. Sin una deinición clara de cuál sea su objeto, con
una relación tensa entre las principales instituciones
en que se practica, sin un acuerdo programático acerca de cuáles sean los compromisos epistemológicos y
metodológicos mínimos, cada uno de los polos que la
conforman (Londres, Madrid, Berlín, Adelaida) tiene
su propia forma de pensar las emociones en la historia. Pero más allá de que esta pueda ser una situación
lógica e incluso, por qué no, deseable, lo cierto es que a
esta fragmentación se une una falta de capacidad, cada
vez más evidente, para ofrecer resultados que sean
relevantes.6 Más allá de que desde nuestro grupo en
Madrid pensemos que la historia de las emociones es
una apuesta incompleta y parcialmente agotada, y que
deberíamos empezar a transitar hacia una historia de la
experiencia (Moscoso 2016; 2017; Moscoso y Zaragoza
2014), también pensamos que todavía puede dar más de
sí. Como ya señalamos en otros textos, si la historia de las
emociones fuera una moda, sería una moda necesaria,
5
Algunos de estos textos ni siquiera citan la obra de la profesora estadounidense.
6
Este argumento, y parte de lo que sigue, se encuentra más
desarrollado en Moscoso (2015b).
pero, si queremos que perdure y desarrolle todo su
potencial, es necesario acordar cuáles pueden ser sus
aspectos más relevantes (Moscoso 2015b, 17). En concreto, nuestra propuesta plantea que la nueva historia
de las emociones debe, en primer lugar, ser explicativa.
Es decir, debemos ver cómo introducir la agencialidad y
la causación en la explicación histórica (Moscoso 2015b,
23). En segundo lugar, debe ser política. Se trata, aquí,
de recuperar las experiencias que, siendo personalmente relevantes, son ignoradas socialmente. Hablamos de
experiencias privadas, como la del dolor crónico o la de la
enfermedad mental, que sólo en casos excepcionales
tienen una repercusión social (Moscoso 2014, 24). En
tercer lugar, debe reforzar los estudios comparados,
dado el peso desproporcionado de la historiografía
anglosajona en la historia de las emociones. En este
sentido, nos gustaría señalar el esfuerzo realizado por
diversos académicos de España y Estados Unidos para
lograr una propuesta de historia de las emociones netamente hispana (Delgado, Fernández y Labanyi 2016).
El mundo en crisis: emociones,
historia y nueva política
El 17 de diciembre de 2010, en la ciudad de Túnez, se inició un proceso de protesta global que se extendió primero por el mundo árabe (Egipto y Yemen, en enero de
2011; Libia, en febrero; Siria, en marzo), pero que pronto
alcanzó a gran parte de Occidente: primero, Madrid (15
de mayo de 2011); las revueltas estudiantiles en Chile
(mayo y junio); Israel (julio), y la eclosión del movimiento occupy, primero en Nueva York (Occupy Wall Street,
septiembre), Londres y Melbourne (octubre). Pronto,
esta sucesión de acontecimientos fue identiicada con
una emoción: la indignación,7 que se relacionaba fácilmente, por un lado, con la irrupción violenta de las
pasiones, y por otro, con el resentimiento, entendido
como emoción política (Fantini, Moruno y Moscoso
2013; Fassin et al. 2013; Hoggett, Wilkinson y Beedell 2013;
Moscoso 2017). Se trataría, en todo caso, de una emoción
que encuentra sus raíces en la frustración, y que permite situar en el mismo plano tanto el Movimiento Indignado y la Primavera Árabe como los motines de Londres
en 2011, los de París en 2005, la victoria de Trump en las
elecciones presidenciales o el Brexit. Y si bien todo esto
puede ser cierto, las emociones también tienen un papel
7
Obviamente, la relación entre ambos movimientos (Primavera
Árabe e Indignados) no se basa en los contenidos de sus demandas, bastante dispares, sino, por un lado, en el empleo de las
herramientas online para organizarse políticamente (Howard
et al. 2011; Toret 2013), y por otro, un profundo sentimiento
de injusticia y de invisibilidad (Slaughter 2011). La presente
relexión se centra únicamente en lo ocurrido en el Movimiento de los Indignados, y, más concretamente, en España.
Presentación: Comunidades emocionales y cambio social | Juan Manuel Zaragoza · Javier Moscoso
5
6
DOSSIER
político totalmente distinto, una vez que dejamos atrás
este primer momento.8
Si las “explosiones” de la primavera de 2011 fueron, en
muchos casos, el resultado de las tensiones acumuladas
durante treinta años de globalización del capitalismo, la
manera en que estos movimientos adquirieron forma en
un segundo momento responde a elementos más complejos (y muchas veces locales). En concreto, y en el caso
del 15M español, sería el resultado de la conluencia de
esas tensiones con otras dinámicas de largo recorrido,
que se remontan a los movimientos antiglobalización
(Ayres 2004), la irrupción de las epistemologías del Sur
(De Sousa Santos 2011), y ciertos movimientos locales,
tales como plataformas de agitación cultural (La Dinamo); experiencias en la autogestión ligadas al movimiento okupa (Patio Maravillas en Madrid o Can Vies,
en Barcelona); el anarquismo feminista (La Eskalera
Karakola); o el municipalismo (las Candidatures d’Unitat
Popular catalanas). Todos ellos son deudores, de una u
otra forma, de la tradición anarquista de las asociaciones de ayuda mutua y de la autogestión; y están muy
inluidos por ciertas aproximaciones al cuidado de corte
feminista, no sólo desde un punto de vista ético (Gilligan 1982), sino sobre todo político (Federici 2010; Held
2006; Sevenhuijsen 1998).
No nos debería extrañar, por tanto, dada esta inluencia anarquista en el 15M (asamblea, democracia directa,
descentralización, etcétera) (Llamas 2015), que, en un
momento en que era evidente la necesidad de constituir
nuevas comunidades que acogieran a individuos necesitados de apoyo, lo primero que viniera a la mente fuese
la ayuda mutua (Kropotkin 1902). Pero, a diferencia de
los sindicatos tradicionales, las experiencias previas de los
que constituían estas nuevas organizaciones los hacían
muy conscientes de la necesidad de situar las emociones
y los cuidados en el centro de la acción política (Colectivo
Precarias a la Deriva 2004). No se trataba únicamente de
interponer el cuerpo para parar un desahucio, sino de crear
espacios, comunidades, que desde su inicio se piensen
como emocionales, en tanto que la gestión y el cuidado de
las emociones son un factor fundamental. La PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca), fundada en Barcelona en 2009, es un ejemplo excelente. Desde el principio
se tiene muy claro que uno de sus principales ejes de
actuación debe ser el emocional, en lo que algunos documentos llaman “rescate de las personas” (Mangot Sala
2013; Menna 2016; PSB 2016).
Así, si en un primer momento el 15M se deine por la
explosión de la indignación y la concentración en la Puerta
8
Esta asociación ha tenido como resultado una nueva identiicación de las emociones con “lo irracional”, y la valoración
de su papel en política como negativo, al relacionarlo estrechamente con el “populismo”; véase, por ejemplo, el último
libro de José María Lassalle, titulado Contra el populismo:
Cartografía de un totalitarismo postmoderno (2017).
del Sol, el segundo momento (lo que en algunos lugares
se llamó “tomar las plazas”) se caracteriza por una descentralización que pretende “prender” en los barrios la
mecha del 15M (Rodríguez López 2016, 32), y se construye, en sus expresiones más felices y duraderas, a imagen
de la PAH y de estas tradiciones que llaman a situar el cuidado emocional del otro como un elemento fundamental e insustituible de la acción política. Si la indignación
puede entenderse como el resultado del incumplimiento
de la promesa revolucionaria de la igualdad (Moscoso
2017), el reconocimiento de la fragilidad y la vulnerabilidad, las prácticas del cuidado y la atención a los afectos
son, como ha señalado recientemente Alicia García Ruiz,
los contenidos políticos que deben permitirnos reclamar
al gran olvidado de la terna de valores republicanos: la
fraternidad (García Ruiz 2017).
Esta “segunda oleada”, por tanto, implica una nueva política de las emociones que cambia el régimen de visibilidad:
afectos que antes eran relevantes individualmente, pero
que pasaban desapercibidos socialmente ocupan, ahora,
un espacio que los hace plenamente visibles (como era el
caso, de nuevo, de los desahuciados). Los perdedores, que
antes eran descartados, ven ahora cómo su experiencia se
convierte en saber, en elemento fundamental del cambio
político. Es aquí, precisamente, donde podemos establecer
una relación entre esta nueva política y la nueva historia
de la experiencia subjetiva que nuestro equipo propone
desde Madrid (Moscoso 2014, 24-25). Una historia, retomando a Nietzsche, para los vivos (Nietzsche 2003).
Los textos que hemos escogido para este número monográico de la Revista de Estudios Sociales elaboran muchas
de las líneas de fuerza que hemos presentado en esta breve introducción. Proponemos para su lectura un orden
cronológico, por cuanto nos permite visualizar las resonancias entre textos, pero también una cierta distancia
entre aquellos que analizan el pasado (por cercano que
sea) y otros que se embarcan en el análisis del presente.
El primer texto que presentamos lo escribe el historiador Rob Boddice. Una de las estrellas emergentes de
la historia de las emociones escrita en inglés, Boddice
nos ofrece una excelente introducción a esta nueva
subdisciplina, en la que encara de forma clara y pedagógica algunos de los problemas principales, tanto teóricos como prácticos, que presenta la introducción de
las emociones en la historia. Nos ofrece, también, una
propuesta de futuro para la historia de las emociones,
basada en una convergencia entre las humanidades y
las neurociencias que permita, en sus propias palabras,
“capturar el potencial de las emociones para hacer accesible la historia de la experiencia”. La mayoría de estos
argumentos se desarrollan en profundidad en su libro,
de próxima aparición, The History of Emotions.
El segundo texto que proponemos es de Sara Hidalgo,
quien nos traslada a la margen izquierda del Nervión en
1909, para explicarnos un acontecimiento totalmente
rev.estud.soc. No. 62 • octubre-diciembre • Pp. 2-9 • ISSN 0123-885X • e-ISSN 1900-5180 · DOI: https://dx.doi.org/10.7440/res62.2017.01
DOSSIER
imprevisible apenas seis años antes, en 1903: la alianza
entre socialistas y republicanos. Una alianza que había
sido tachada de imposible por muchos socialistas, al
entender que se trataba de proyectos demasiado contradictorios. Para explicar este cambio, la autora propone
la existencia de dos comunidades emocionales en el socialismo vasco de principios del siglo XX: una relacionada
con la minería, y otra, con artesanos y otras profesiones
localizadas en la ciudad. La sustitución de una por la otra al
frente del partido ayudaría a entender el suceso, al tiempo
que nos transmite el funcionamiento de unas comunidades dinámicas y bastante poco restrictivas, con sujetos
que transitan de una a otra sin mayor escándalo.
Por su parte, Joseina Ramírez Velázquez nos propone un
detallado análisis de los “estados de malestar”. Escrito
desde la antropología médica que continúa los trabajos
de Kleinman, el texto de Ramírez se abre con una profunda relexión de por qué es necesario introducir el
estudio de las emociones en el análisis de la experiencia
de la enfermedad, más allá, nos dice, de posibles “giros
afectivos o emocionales”. Su estudio de caso nos lleva a
un lugar muy particular: la Villa de las Niñas, situada en
Chalco (México). Un lugar, fundado por una orden religiosa de origen coreano, que acoge a 4.000 niñas de clase
desfavorecidas a las que ofrece educación. En 2007, esta
institución salió a la luz debido a una “epidemia” de histeria que afectó a cerca de quinientas niñas. Utilizando
el concepto de “comunidad emocional” como hilo vertebrador, la autora nos ofrece un análisis exhaustivo de las
prácticas de control emocional, la extrema religiosidad,
las fuentes de frustración y resentimiento, etcétera, en
un intento por comprender este extraño fenómeno.
Nicolás Aguilar nos introduce en dos asociaciones de
jóvenes dedicadas a la conservación y la difusión de la
memoria histórica: H.I.J.O.S. (colectivo que agrupa a hijos
de desaparecidos y asesinados por la dictadura, de origen argentino pero con representación en Colombia) y
Contagio, comunicación multimedia. Al contrario que
otros artículos dentro de este monográico, Aguilar
no se centra en el momento de aparición de estas asociaciones, sino que nos permite observar su funcionamiento cuando ya están en marcha. En otras palabras,
no discute cómo es posible crear una comunidad política a partir de (o mediante) una comunidad emocional
(apelando a sentimientos tales como la fraternidad o la
complicidad), sino que nos sitúa en una comunidad política que es, también, comunidad emocional. A partir de
ahí se nos muestra cómo estos colectivos usan diversas
formas de intervención artística y cultural para consolidarse en cuanto comunidades emocionales.
Para concluir, las profesoras Oliva López y Guadalupe
López nos invitan a compartir, por un momento, las
preocupaciones de uno de los colectivos más amenazados del mundo: los y las periodistas mexicanos. Pero
sobre todo nos permiten asistir a la creación de una
comunidad de apoyo y resistencia a partir de una de las
emociones más negativas y desintegradoras, empleada
profusamente como herramienta de control: el miedo.
Porque si algo caracteriza la vida de los periodistas es
el miedo, tanto en el desarrollo de su profesión como
en su vida privada. M.I.E.D.O. fue precisamente el
título que el capítulo mexicano de la asociación internacional de periodistas Article 19 puso a su informe de
2015, con el que se buscaba señalar el miedo como una
herramienta empleada por el poder para silenciar a los
periodistas, pero también resigniicarlo, señalando no
sólo sus consecuencias, sino también las redes creadas
por los propios periodistas para resistir el miedo instigado desde el Estado a través del apoyo mutuo (evitando, por tanto, la soledad) e introduciendo medidas de
autodefensa. Serán precisamente estas redes las que las
autoras identiiquen como comunidades emocionales,
propiciadoras de cambio social.
En la sección Documentos ofrecemos un texto inédito
del profesor César Rendueles. Como ya hemos señalado
en este escrito, el autor de Sociofobia vuelve a la actual
crisis económica para plantearse las relaciones entre
capitalismo avanzado y gobernanza emocional. La profundidad de la crisis es tal, dice Rendueles, que lo que
está en juego es la deinición del sujeto del capitalismo
tardío y su posible sustitución por otra cosa. Qué sea ese
nuevo sujeto es algo que todavía estaría por decidir.
Para la sección Debates hemos reservado dos textos
que, creemos, pueden ser útiles para el diálogo. Mauricio Sánchez Menchero nos ofrece una historia de la
clasiicación de enfermedades mentales en tiempos de
guerra. Recurre para ello a historias orales de testigos
(soldados, médicos, enfermeras, psicólogos) de tres de
las grandes guerras del pasado siglo: las dos guerras
mundiales y la de Vietnam. Trazando un hilo que va
desde el Shell-shock, diagnosticado en la primera, hasta el Síndrome de Stress Postraumático de la guerra
de Vietnam, pasando por el Lack of Moral Fibre de la
Segunda Guerra Mundial, el autor nos narra una historia de incertidumbre a la hora de saber qué se estaba
enfrentando, de juicios morales explícitos ante ciertos
diagnósticos y, sobre todo, de la incapacidad de todos
ellos para entender qué es lo que estaba ocurriendo.
En su texto, la investigadora Stephanie Castiblanco nos
habla acerca del cierre del Hospital San Juan de Dios, en
Bogotá, y de las respuestas que los trabajadores despedidos dan a este acontecimiento, encuadrado dentro de
un contexto de reforma de la sanidad colombiana (proceso iniciado en 1993), que pasa, según la autora, “de ser
un derecho a ser un negocio”. Utilizando una metodología que entronca con los estudios feministas sobre los
trabajos de cuidados, la autora presenta la resistencia
de los trabajadores al cierre de este centro como un
proceso de construcción de una comunidad emocional.
La lucha carece de sentido, concluye la autora, si no viene acompaña de ese afecto compartido por los lugares
y espacios que se habitan, se cuidan y se deienden. Un
Presentación: Comunidades emocionales y cambio social | Juan Manuel Zaragoza · Javier Moscoso
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proceso en el que se construyen nuevas identidades,
tanto individuales como colectivas, y que son imprescindibles para resistir la situación de violencia estructural que las políticas neoliberales iniciadas en la década
de 1990 han instaurado en el país.
Creemos que la selección ofrece una buena muestra
de cómo el concepto de comunidades emocionales está
siendo utilizado en diversas disciplinas como espacio
común desde el que analizar la realidad, sin que agoten
su potencialidad explicativa. En un contexto de cambio
social, como el que estamos viviendo, en que se está
produciendo una reordenación de la escala social —con
la desaparición no sólo de la clase media, sino también de la
trabajadora (Hernández 2014)—, y la necesidad de redeinir nuestras identidades en el mundo del post-trabajo
(Pfannebecker y Smith 2016; Thompson 2015), la comunidad emocional se convierte no sólo en herramienta de
análisis, sino también, como vemos, de resistencia.
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