Dossier en torno al libro de Sergio Villalobos Ruminott,
La desarticulación. Epocalidad, hegemonía e historicidad
(Ediciones Macul: Santiago, 2019)
Textos
1) Miguel Valderrama: Mímesis y desarticulación. Publicado
en
El
desconcierto,
https://www.eldesconcierto.cl/2019/08/15/mimesis-ydes-articulacion/
2) Elizabeth Collingwood-Selby: Una nota a pie de página en
La desarticulación. Publicado (con título alternativo) en El
Desconcierto,
https://www.eldesconcierto.cl/2019/08/13/una-hebra-enla-desarticulacion/
3) Rodrigo Karmy, Infrapolítica o sobre habitabilidad.
Publicado
en
El
Desconcierto,
https://www.eldesconcierto.cl/2019/08/17/infrapoliticao-sobre-la-habitabilidad/
4) Sergio Villalobos-Ruminott, Invitación a la vida no fascista.
Publicado
en
El
Desconcierto,
https://www.eldesconcierto.cl/2019/08/12/invitacion-ala-vida-no-fascista/
1
MIMESIS Y DESARTICULACION
Miguel Valderrama
¿Se puede pensar la política? La pregunta que Alain Badiou se
hiciera a mediados de los años ochenta del siglo pasado, a propósito
de la crisis del marxismo, de aquello que en esos años se presentaba
como la necesidad de un cierto despliegue, de completar esa crisis
para entrar en la imagen de su acabamiento, es una pregunta que el
marchitamiento del marxismo ha legado a todo pensamiento
presente de la política1. Hoy pensar la política es entrar en la imagen
de su acabamiento. De modo que la pregunta por la política es una
pregunta por las figuras de su extinción, por las formas en que
asistimos a lo que se ha dado en llamar el retraimiento, la retirada o
la ausencia de la política. El prefijo post, o si se prefiere, las formas
sincategoremáticas son las que hoy predominan al momento de
pensar ese vacío o ese retraimiento. Pero, qué es lo que se retira en
esta retirada de la política, qué es lo que se busca pensar bajo las
formas del retraimiento, de la desistencia, del vacío o del nihilismo.
El advenimiento histórico y nacional de una retirada de la política,
que aquí podemos identificar genéricamente con el marchitamiento
del marxismo, obliga a interrogar con insistencia todas estas figuras
que se identifican con las formas del retraimiento, que buscan
aprehender esa imagen de la retirada, de la renuncia, de la
sustracción. Pensar esa interrogación demanda, sin embargo, pensar
el mismo reparto en que esas figuras se presentan como lo más propio
de la política, como aquello que la presenta y divide en la lógica del
Uno y del Dos, que la da a leer según oposiciones y distinciones que
la computan en una dialéctica del original y el doble, del antecedente
y el consecuente, haciendo de la política una mímica y una mimesis,
perdiéndola en oposiciones tales como lo social y lo político, lo
político y la política, la política y la policía. Pues, la propia pregunta
por la política no debe desatender o descuidar el hecho de que ella
presupone el objeto de su pensamiento, que de algún modo se lo da
ya a sí misma en el movimiento de la interrogación. Esta cuestión, la
cuestión de la cuestión, anticipa o anuncia una verdad sobre la
1
Alain Babiou, Peut-on penser la politique?, Paris, Seuil. 1985.
2
pregunta misma, verdad que nos advierte que en toda pregunta se
despliega una cierta proyección del sujeto, un proyecto, una
protección, acaso un proyectil. A su amparo se constituye un tema,
un sujeto, un lugar, un orden de visibilidad infinito que se recorta
sobre los límites finitos de su definición, que se organiza sobre un
campo de visibilidad que no recae sobre el objeto, sino sobre la vista
misma, sobre aquello que se adelanta en la pregunta como cuestión
no del objeto, sino del ver, del ver mismo como forma o relación.
Ahora bien, que es aquello que se adelanta o se sustrae en la
pregunta por un pensamiento de la política, en la pregunta por la
posibilidad, la potencia o el poderío del pensamiento. La crisis del
marxismo, su marchitamiento, nos lega la imagen histórica del
acabamiento, nos obliga a pensar la política bajo el signo de su
clausura o de su fin. La palabra “clausura”, como la palabra “fin”,
indican en primer lugar el acabamiento de un programa y la coacción
de una programación2. ¿Acaso esta clausura nos abre a la posibilidad
de un pensamiento de la política, acaso ella nos revela en el vacío que
deja la retirada de la política una homología estructural entre filosofía
y política, entre el pensar y lo pensado, entre teoría y práctica? Soy
sensible a la impaciencia que puede provocar en la audiencia este tipo
de cuestionamientos, pues advierto que el propio preguntar puede
presentarse como un escudo, como un resguardo, como una
protección, al mismo tiempo que un obstáculo, algo que se pone
delante del sujeto y que da lugar a un impasse, pero también a un
rodeo, a un asedio, a un trabajo de reflexión sobre el objeto. El mismo
vocablo “reflexión” puede aprenderse aquí como un memorial, como
un envío mimético del sujeto, como una relación de sí a sí. La
pregunta por la política, y más precisamente la cuestión de si se puede
pensar la política, nos lleva a interrogar, en otras palabras, aquello
que pensamos o imaginamos como política, nos obliga a no tomar
por seguro esa actividad, pasaje, o interrupción que designamos con
la palabra política. Pues, no es seguro que haya claridad respecto a las
figuras que se nombran bajo la acción del retraimiento y la retirada.
¿Qué es lo que se retira o sustrae? ¿Un determinado pensamiento de
la infinitud o la trascendencia? ¿Una idea de otredad o alteridad? ¿Un
pensamiento de la comunidad o de lo común? ¿Qué subyace a esta
retirada o retraimiento de la política? ¿Un determinado pensamiento
del lazo o la relación? ¿Un pensamiento del “hay” del acontecimiento?
2
Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, “Le ‘retrait’ du politique”, Philippe
Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy (eds.), Le Retrait du politique, Paris, Galilée, 1983,
pp. 183-200.
3
Como se puede advertir, la cosa en disputa, aquello que
constituye la cuestión de la cuestión, no se da sin un cierto reparto,
sin una decisión que compromete al sujeto de la pregunta.
La desarticulación. Epocalidad, hegemonía e historicidad, de Sergio
Villalobos-Ruminott se compromete de lleno en estas cuestiones.
Bajo la forma del Seminario, de una exposición en voz alta que
adelanta un trabajo de pensamiento, Villalobos-Ruminott arriesga
una respuesta a la pregunta por la política en el momento de su
retraimiento. Diría que esa respuesta sitúa la política en el orden de
la relación, y más precisamente, piensa la política a partir de cierta
frontera o problemática heredada de la crisis del marxismo. En este
sentido, se puede observar en el título que da lugar al seminario, y
posteriormente al libro, una definición negativa de la política, una
especie de envío mimético que presenta como equivalentes, o bajo
una homología estructural, política, hegemonía y articulación. La
política, modernamente entendida, es hegemonía, es pensamiento de
la relación, es articulación. Para Villalobos-Ruminott la verdad de la
política parece jugarse en el orden de la relación, del lazo social. Su
problema es menos el “hay” del acontecimiento, es menos el real
sobre el que se precipita toda relación, que la relación misma. Si
pensamos la relación en el momento de su retraimiento, si la
pensamos bajo las figuras de la retirada de la política, ahí donde esa
retirada nombra la extenuación de formas históricas de estar-encomún, y con ello de formas históricas de lo común, de la comunidad
y del comunismo, tendríamos que aceptar que uno de los nombres
con que nombrar o caracterizar esta retirada es el de la
“desarticulación”. En este sentido, y como afirma el mismo
Villalobos-Ruminott, desarticulación es otro nombre para
hegemonías rotas3.
En tanto “noción descriptiva que intenta nombrar una serie
de procesos de crisis, agotamiento y desactivación de la arquitectura
conceptual moderna”4, la desarticulación apunta a un interregno, a
una cierta suspensión de lo que se denomina “la lógica progresiva del
relato sobre la historia”. Esta suspensión de la ficción histórica es
presentada bajo la forma del agotamiento de la filosofía de la historia
del capital. Lo que no impide, por cierto, inscribir la desarticulación
bajo los signos de la epocalidad, la hegemonía y la historicidad. Esta
inscripción viene dada por la propia naturaleza descriptiva de la noción
de desarticulación, que la obliga a un trabajo de historización radical.
3
Sergio Villalobos-Ruminott, “Introducción”, La desarticulación. Epocalidad,
hegemonía e historicidad, Santiago de Chile, Ediciones Macul, 2019, pp. 13-50 [p. 20].
4
Ibíd., p. 13.
4
La vieja consigna jamesoniana voceada en tiempos de crisis del
marxismo, vuelve ahora como imperativo de lectura de la
desarticulación. Pero, cómo puede ser de otro modo, cómo desleer la
política como hegemonía, como práctica articulatoria, sin recurrir a
un cierto “exterior”, a un metacontexto que dé lugar al trabajo de
contextualización, que informe la operación descriptiva inscrita en la
noción de desarticulación. Si lo que con la política emprende una
retirada es, al mismo tiempo que la figura narrativa y lineal de la
novela, la ficción de una medida, la idea de que el lugar social es
mensurable en el pensamiento según la norma de la ficción
historiadora, cómo aprehender filosóficamente ese nudo donde
lectura e historia se encuentran, cómo desanudar el nudo de la ficción
historiadora como ficción política. O, en otras palabras, quizás más
atentas a las referencias que animan el seminario sobre la
desarticulación, cómo desactivar o interrumpir ese dispositivo
ficcional que bajo el nombre de historia o metafísica refiere la acción
a un principio al que puedan referirse las palabras, las cosas, las
acciones. Principio que tendría, a un tiempo, valor de fundamento,
de comienzo, de mandamiento. Siguiendo la lógica de este
razonamiento, no solo aparece como problemática la tesis que
advierte que en cada era de la historia los principios epocales
ordenaban los pensamientos y las acciones, sino que la propia
comprensión del siglo veinte, como una época en la que se agota la
derivación de la praxis a partir de la teoría, termina por revelarse aún
sujeta a la semántica de una ficción histórica poblada de épocas,
eones, periodos y ciclos.
Si como afirma Willy Thayer, “la época no va más”5, si
nociones como lo actual, la actualidad, lo contemporáneo, la
epocalidad o la historicidad, exigen un trabajo de desleimiento, de
desnarrativización continua, cómo pensar entonces el momento de la
desarticulación, como aprehender aquello que despunta sin orden ni
principio, sin trascendencia ni trascendentalidad, en la singularidad
de un acontecimiento.
Advierto en este orden de cosas una diferencia de lectura que
interrogada en aquello que hemos dado en llamar la cuestión de la
cuestión —los límites o fronteras de la problemática de la
desarticulación—, nos llevaría a repasar una vez más lecturas comunes
en torno a Patricio Marchant, la catástrofe, o la escena de las artes
visuales. Lecturas comunes a una escena chilena que ha pensado ese
5
Willy Thayer, “Para un concepto heterocrónico de lo contemporáneo”, en Miguel
Valderrama (ed.), ¿Qué es lo contemporáneo? Actualidad, tiempo histórico, utopías del
presente, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Finis Terrae, pp. 13-25.
5
orden de cuestiones a través de una interrogación extenuante y
extenuada en torno a la crisis de la representación, a esa escena o
arquitectura que se constituye a partir de las figuras de la crisis y de la
crítica, de la distancia y la complicidad, del límite y la ilimitación, del
aferramiento y la singularidad. La desarticulación, en este sentido, al
igual que Soberanías en suspenso,6 el primer libro de VillalobosRuminott, es un libro familiar e infamiliar a la vez, un libro que hace
entrar a la “escena chilena” en la imagen de su acabamiento, que nos
obliga a pensar la política bajo la figura de la retracción o de la
retirada. Desarticulación, ya lo hemos indicado, es el nombre que
Villalobos-Ruminott da a ese retraimiento de la política, retraimiento
que más comúnmente se describe en la lengua de los tiempos bajo los
clichés de la “postpolítica” o la “postdemocracia”. Algo ha cambiado,
es cierto, vivimos lo que con Antonio Gramsci se puede caracterizar
como un interregno, como un tiempo de claroscuros, un tiempo sin
tiempo. Habitamos en la noche del después, en el después del
después, y en esa noche necesitamos orientarnos, mantenernos en
vela y en velación. Esa noche del mundo ya no es la noche de la
historia, ya no se organiza según el paciente trabajo negativo del
espíritu, ya no puede ser aprehendida según una elaboración del
trabajo del duelo llamada “normal”.
Al identificar la política con la relación, al buscar hacer el
duelo de la relación aprehendida bajo la intimación de la hegemonía,
al identificar política y articulación, Villalobos-Ruminott se ve en la
necesidad de pensar esa elaboración según las modalidades del duelo
cumplido; es más, la propia declinación de la desarticulación en las
nociones tumbales de epocalidad e historicidad suponen ya ese
trabajo de separación y reunión, de inscripción y delimitación (formas
propias de una filosofía de la historia que se identifica con un régimen
de historicidad que cabría identificar con la modernidad). Nunca se
sale de casa, es sabido, siempre se habita en su umbral a fuerza de
vivirse en ella como un exote, imagen huidiza que W. Thayer ha
movilizado recientemente como una clave de lectura de las
aeropostales dittbornianas y la filmografía de Raúl Ruiz7. Esa
condición de cercanía y extrañamiento obliga a leer el seminario La
desarticulación en un contexto más amplio, en la traza de lo que podría
identificarse con las disputas de campo de un latinoamericanismo de
segundo orden, o más precisamente, de un proyecto intelectual que
cabe describir en el seno de la infrapolítica y de la posthegemonía.
Como se ve los elementos prefigurales dominan la caracterización de
6
Sergio Villalobos-Ruminott, Soberanías en suspenso. Imaginación y violencia en
América Latina, Buenos Aires, La Cebra, 2013.
7
Willy Thayer, Exote, Santiago de Chile, Palinodia, 2019.
6
este tiempo, determinándolo como un tiempo sincategoremático,
prefigural. Como se ve, estos mismos elementos terminan por exhibir
la enseñanza del seminario según un movimiento parergonal que la
sitúa dentro y fuera de la “escena chilena”, en casa y fuera de ella, en
ese límite o umbral que hace de La desarticulación la prolongación de
una cripta en el campo del latinoamericanismo, especie de perífrasis
hiperbólica de un cierto fin del duelo del duelo ya anunciado en
Tercer espacio de Alberto Moreiras8. En este sentido, las partículas infra, des-, post- dan lugar a una elaboración del duelo del duelo que bien
puede ser presentada como una manera parergonal de habitar
instituciones fallidas, hegemonías rotas, según la expresión
schürmanniana que retoma Villalobos-Ruminott a lo largo de todo el
seminario.
Y sin embargo, y sin embargo, sería injusto con toda la
complejidad que el seminario de la desarticulación despliega, y sobre
todo con esas dos secciones que en el libro se presentan bajo los
títulos de “Hegemonía y anarquía” y “Deconstrucción e historicidad”,
si no advirtiera que la cuestión de la desarticulación está pensada
fundamentalmente para interrumpir “la relación determinativa entre
teoría y práctica, entre filosofía e historia”9. La desarticulación es ante
todo “una noción apta para pensar la sintomatología de una crisis
generalizada”. Definida así nos mantenemos a un nivel descriptivo del
concepto, y en tanto tal, la noción de desarticulación puede ser
presentada como una categoría historiográfica. El primer capítulo del
libro, que lleva justamente por título la expresión “La
desarticulación”, puede describirse como la construcción de un
verosímil, de un verosímil del tiempo histórico. Las secciones que
informan este primer capítulo así parecen indicarlo: soberanías en
suspenso, la cuestión de la catástrofe, devastación sacrificial, mundialatinización, equivalencia y nihilismo. Estas secciones, en tanto
muestran el agotamiento de la serie de esquemas y marcos
conceptuales con los que habitualmente pensamos la historia y sus
procesos, pueden leerse como modos de “habitar el momento mismo
de la dislocación”. La observación domiciliaria es de VillalobosRuminott y da cuenta de esta primera dimensión de la noción de
desarticulación. No obstante la dimensión “sismográfica” o
“descriptiva” que acusa la introducción del vocablo, éste está lejos de
agotarse en el campo semántico de un vocabulario o una noción de
orden historiográfico. Pues, si bien la palabra desarticulación parece
8
Alberto Moreiras, Tercer espacio: Literatura y duelo en América Latina, Santiago de
Chile, Universidad ARCIS/LOM Ediciones, 1999.
9
Sergio Villalobos-Ruminott, “La desarticulación”, La desarticulación, op. cit., pp.
13-53 [p. 15].
7
apuntar a la singularidad de un tiempo para el cual no son suficientes
las categorías habituales que constituyen el entramado conceptual de
la filosofía y la historia, esta referencia historiográfica a la historia es
solo el pretexto o el punto de partida para introducir retraducida una
problemática de raíz schurmanianna. Parafraseando la paráfrasis que
Villalobos-Ruminott nos presenta de la cuestión, se podría decir que
habitar el agotamiento fáctico de la soberanía es también un modo
de resistir la tentación de transitar a un nuevo —más moderno—
idioma metafísico, a una nueva institución categorial. Ya la pensemos
como interrupción o arruinamiento, ya recurramos a nociones tales
como a-principialidad, desistencia, interregno, an-arquía, o crisis de
la epocalidad, nuestra posición es siempre una posición postrera,
póstuma, epigonal en el momento del agotamiento fáctico de la
historia como historia principial.
En la singularidad de un momento así, en ese tiempo del
después, del después del después, cabe entonces preguntar ¿qué
hacer?, “¿qué hacer al final de la metafísica?”10.
Esta pregunta es la pregunta central que Villalobos-Ruminott
parece heredar de Reiner Schürmann. Pregunta central no solo
porque en ella busca concentrar toda la empresa schürmanniana, sino
porque le permite pensar la desarticulación como posibilidad. En un
pasaje del seminario donde puede decirse que toda la argumentación
se precipita de un modo absoluto, se nos dice que la “articulación es
un nombre que apunta a un espacio otro que el espacio de la ontopolítica, que el espacio de la excepcionalidad y de la promesa vacía, y
como tal, es solo un nombre, una posibilidad, y no una categoría que
pueda ser claramente determinada e instrumentalizada en beneficio
de algún concepto convencional de lo político, concepto que no
puede sino estar abastecido por una comprensión historicista de la
historia. Como posibilidad, no se puede confundir con ninguna
noción fundacional de lo ‘nuevo’, con ninguna apelación al ’fin’, con
ninguna noción de ‘ruptura’, ‘quiebre’ o incluso ‘realización”11.
Aquello que la desarticulación pone en juego es la relación misma de
lo que se puede pensar en el llamado “fin de la metafísica” sin caer
en la “metafísica del fin”. Esta afirmación debe leerse como una
especie de advertencia conceptual, como un reparo
metaepistemológico realizado contra todo intento de pensar la
noción de desarticulación como una noción epistemológica, ya
inscrita en una problemática de la relación, del correlacionismo, de
la referencia. En tanto posibilidad, la desarticulación es ante todo
10
11
Ibíd., p. 71.
Ibíd., p. 157.
8
suspensión de la problemática correlacionista y suspensión de la
relación en todas y cada una de sus manifestaciones. En términos
estratégicos, de aquello “que [se] quiere poner en juego”12, la
desarticulación apunta o busca intervenir en el orden de la historia y
de la política. Uno y otro concepto, una y otra “realidad”, son leídos
en una especie de double bind, en una relación imposible que cabría
caracterizar quizás como aporética, sin salida. Y nuevamente, sin
embargo, pareciera que la noción de desarticulación no tiene otra
finalidad que la de pensar juntas una y otra realidad, uno y otro
concepto. La trayectoria de enseñanza del seminario, lo que
podríamos denominar su natural inclinación, puede ser referida aquí
como testimonio de una cierta desinencia (si se me permite la
expresión), de un modo indudable de marcar o determinar esa
posibilidad que es la desarticulación. En efecto, todo el movimiento
especulativo del seminario parece apuntar en última instancia a la
política, a aquello que en el seminario, y en el libro, se da a conocer
bajo los términos de infrapolítica y post-hegemonía13. “Hemos llegado
al último día”, dice Villalobos-Ruminott, después de “un recorrido
complejo y agotador” que comenzó por “plantear el contexto en el
que emergen las preguntas que hemos ido desarrollando,
particularmente en lo referente a un cierto desencanto con los
procesos transicionales y un cierto desengaño con respecto a sus
lógicas discursivas”14. De la historia a la política, del problema de la
historia al problema de la política. O, más precisamente, de las
relaciones de la desarticulación con la posthegemonía, de los modos
de pensar esa doble no relación en la relación.
Decíamos, a propósito de la pregunta ¿se puede pensar la política?,
que pensar la política hoy es entrar necesariamente en la imagen de
su acabamiento. La pregunta que Villalobos-Ruminott parece
legarnos en el seminario es si en este tiempo a-principial, en el tiempo
de una época sin época, es posible todavía preguntarnos por la
posibilidad de pensar la política.
¿Qué hacer con esta pregunta en el final de la metafísica? ¿Se
puede pensar la política en el final de la metafísica? Dos preguntas
contenidas en una. Dos preguntas sobre la posibilidad: de la historia,
de la política. Dos preguntas que en la imagen de su acabamiento
tienden a desdoblarse la una en la otra, la una en otra, bajo los juegos
12
Ibíd., p. 157.
Para una lectura general de la infrapolítica y de la posthegemonía, véase, Papel
Máquina, núm. 10, Santiago de Chile, 2016. Número dedicado al trabajo de
Alberto Moreiras y la infrapolítica.
14
Sergio Villalobos-Ruminott, “Infrapolítica y post-hegemonía”, La desarticulación,
op. cit., p. 175.
13
9
de la semejanza, la mimesis, el doble, y la alteridad. Juegos que se
sostienen en elementos prefigurales, que se apoyan en figuras
parergonales al momento de “poner el cuerpo a danzar en el abismo
de una escritura constituida en la inmanencia radical de su
posibilidad”15. De alguna manera, ambas preguntas interrogan la
relación, ahí donde la relación es siempre un pensamiento de la
mimesis, de la anterioridad y la secundariedad, de la presencia y la
representación. Hay mimesis en la historia cuando esta se nombra a
sí misma, hay mimesis en política cuando esta deviene imagen y
relación.
La desarticulación, el libro, la noción, este “momento singular”,
no parecen escapar a la economía mimética de la historia. Del mismo
modo que el vocablo desarticulación no parece escapar a la mimesis
de la hegemonía cuando esta es pensada como articulación, como
relación. Si la lógica hegemónica es capaz de acoger a la mimesis, esto
ocurre porque ella misma es también mimesis y su discurso pertenece
al ámbito de la imago, del fantasma, de la imaginación, de la relación.
La grandeza del libro de Villalobos-Ruminott es que nos
obliga a pensar juntas mimesis y desarticulación.
15
Ibíd., p. 193.
10
Una nota a pie de página en La desarticulación
Elizabeth Collingwood-Selby
Cuando, entre el 11 y el 15 de Julio del 2017, Sergio
Villalobos-Ruminott dictó en el Departamento de Filosofía de la
UMCE el seminario del que surgió este libro, William Spanos, uno
de sus principales y sospecho que más queridos referentes teóricos,
estaba vivo. Pienso, mientras escribo esta presentación, que cada vez
que Sergio se refirió a la obra de Spanos en el curso de ese seminario,
lo hizo sabiendo o asumiendo que Spanos estaba vivo, detalle que, en
ese momento, para quienes asistíamos al seminario, probablemente
pasó desapercibido. "Por supuesto —afirmó Villalobos-Ruminott en la
segunda sesión— no puedo siquiera pretender dar cuenta de la serie
de intervenciones sistemáticas y sostenidas de Spanos en más de
medio siglo, ni siquiera puedo concentrarme en la prolífica
producción de estos últimos años, cuando ya sobrepasa los 90 años
de edad". La versión escrita del seminario que ahora, dos años más
tarde, se presenta aquí como libro, ha incorporado, justo al cierre de
esa oración, como una especie de pequeño y secreto epitafio, una nota
a pie de página —la 40— que dice: "Nació el 31 de diciembre de 1925,
lamentablemente murió (meses después de este seminario) el 29 de
diciembre del 2017, dos días antes de su cumpleaños 93".
Aunque esta nota ocupa y seguramente seguirá ocupando
visualmente un lugar estable al pie de la página 65, La desarticulación,
el libro que la contiene, reclama una lectura que tendría,
forzosamente, que sacarla de sus casillas, al reconocer que el
continuum histórico que posibilitaría la articulación de su enunciado
se encuentra dislocado. Considerando el asunto vital con el cual lidia
este libro, me pregunto, si una vida, aquí a modo de ejemplo, la de
William Spanos, puede aún pensarse como algo que ha tenido lugar,
algo que se ha desplegado entre la fecha que consigna su nacimiento
—el 31 de diciembre de 1925— y la que consigna su muerte casi 93
años más tarde —el 29 de diciembre de 2017. ¿Operarían estas fechas
como el marco capaz de inscribir el decurso de una vida entre un
11
principio y un fin históricamente fechables? ¿Sería posible concebir
esa "vida" como una especie de solución de continuidad, de
articulación, de recurrente principio organizador que, mantendría
coherentemente ligados por el medio, en un mismo sentido, el
principio y el fin de una existencia singular?
Si nos quedamos en la nota y en esa fijación perdemos de vista
el libro en el que se encuentra inscrita, podría parecer que así es, que
ese sería el supuesto que sin tematizarse opera en ella. El libro, sin
embargo, dice insistentemente otra cosa, y es justamente esa otra cosa
que dice, la que una y otra vez y desde múltiples frentes, abre
tenazmente su propia articulación discursiva a una lectura que la
disloca, que no cesa de exponerla a la pregunta por las condiciones y
los efectos de su propia institución.
"La desarticulación no es sino una pregunta por la historia",
señala Villalobos-Ruminott al final de la introducción. Tácitamente
tocadas por la aguda elaboración que en el libro desata esa pregunta,
estas fechas no podrán erigirse ni sostenerse ya como el marco
histórico-temporal que determina el comienzo y el fin de una vida.
No podrán hacerlo, de partida, porque, según uno de los vectores que
recorre la propuesta de este libro, el 31 de diciembre de 1925 y el 29
de diciembre de 2017 no pertenecerían a, ni podrían inscribirse en
un mismo horizonte epocal. Los goznes de la época, de la noción
misma de época, de una historia epocalmente concebida, habrían
saltado, me arriesgo a decir aquí, forzando quizá demasiado las fechas,
entre 1925 y 2017; y ese salto, —nos lo recuerda atinadísimamente
Villalobos—, no sería él mismo, en ningún caso, un salto epocal —el
salto de una época a otra—. No habría, no quedaría ya, o incluso, si
leemos el libro desde una de sus inclinaciones, no habrá habido
jamás, una historia común que pudiera efectivamente mantener
articuladas, bajo un mismo principio, bajo una misma trama esas —y
tampoco exclusivamente esas— dos fechas.
"(...) la desarticulación —aclara Villalobos-Ruminott en su
sesión introductoria— "no es una categoría disciplinaria, sino una
noción descriptiva que intenta nombrar una serie de procesos de
crisis, agotamiento y desactivación de la arquitectura conceptual
moderna." La crisis, el agotamiento, la desactivación de la
arquitectura conceptual moderna comportaría, entre otras cosas, la
crisis, el agotamiento, la desactivación de una historia dominada por
la filosofía de la historia, sujeta de cabo a rabo al principio de razón,
a un principio y a un fin que de antemano determinan y organizan la
articulación consistente y homogénea de todos los elementos que en
12
ella finalmente y por principio, se reúnen como momentos en el
desarrollo progresivo y totalizante de su trama. Esa, precisamente,
sería la trama en la que el 31 de diciembre de 1925, y el 29 de
diciembre del 2017 se verían causalmente enlazados como momentos
diferenciables de y en una historia única e ininterrumpida.
Los procesos de crisis, agotamiento y desactivación que
Villalobos-Ruminott tematiza en La desarticulación, remiten a lo que,
a falta de una formulación más adecuada, llamaré aquí dos "vectores"
radicalmente distintos. Si la metáfora del movimiento pudiese
todavía sostenerse, diría que estos dos vectores se mueven en
direcciones opuestas y que en esos dos "movimientos", los términos
"crisis", "agotamiento" y "desactivación" nombran también cosas
totalmente distintas.
Por una parte, el libro se refiere a lo que, recogiendo su propia
terminología, cabría, me parece, llamar la desarticulación fáctica de la
soberanía, de la hegemonía y de la política modernas. "La crisis del
marxismo", "el agotamiento de las experiencias revolucionarias", "el
fin de la Guerra Fría y la consiguiente globalización financiera y
cultural", los procesos de transición en América Latina y en Europa
del Este, el "predominio del neoliberalismo" y de la llamada "Pax
Americana", remitirían a este vector respecto del cual, el término
"desarticulación" describiría y diagnosticaría el fracaso, el colapso del
proyecto político-filosófico moderno. Colapso, fracaso, agotamiento
que habría dejado a su propia historia errando fuera de marco, en el
descampado de la "suspensión neoliberal de la soberanía".
Pero "la desarticulación" no es ni pretende ofrecerse en este
libro simplemente como el término que más adecuadamente serviría
para describir o diagnosticar "la crisis fáctica y generalizada" que se ha
desatado en y como fracaso o agotamiento del proyecto políticofilosófico moderno. La desarticulación es también, al mismo tiempo,
en medio —en el medio sin centro— de esta crisis, el nombre de una
apuesta que cabría —a contrapelo del factum que ella asume como
condición—, llamar política, siempre que se entienda que es
precisamente la política en su vínculo de complicidad con la filosofía
dominante de la historia, lo que la desarticulación estaría y habrá
estado, cada vez, en trance de desarticular, de suspender, de
desactivar.
Si hubiese algo así como una historia de y en esta apuesta
política —historia que de alguna forma parece comparecer, en los
muchos nombres y escrituras que el libro cita y que en él se dan cita,
13
entre los que habría que destacar los de Heidegger, Derrida,
Schürmann, los de la destrucción y la deconstrucción de la
metafísica— habría que partir por asumir que esa historia tendría
lugar, antes que nada "como desactivación de la historia providencial
de la verdad". En esa historia, si la hubiese, la fractura abierta entre el
31 de diciembre de 1925, y el 29 de diciembre del 2017, se abriría
también, retroactivamente, entre una fecha cualquiera y cualquier
otra, incluso, habría que decir, entre una fecha cualquiera y ella
misma. Lo que sostiene Villalobos-Ruminott en algún lugar del libro
refiriéndose a la post-hegemonía, podría resultar pertinente aquí: "La
post-hegemonía, en este sentido, en la medida en que refiere al
agotamiento de la economía principial de la metafísica, en el
momento de su agotamiento, afecta no solo el presente, entendido
como el momento donde dicho agotamiento se estaría produciendo,
sino la totalidad de la historia de la metafísica que ahora quedaría
desarticulada de su conjugación epocal, advertida de la ilusión
trascendental que la organizaba de acuerdo con un relato constituido
por principios y referentes epocales."
La desarticulación "es solo un nombre", sostiene VillalobosRuminott, "el nombre de una posibilidad". Y, sin embargo, esto que
"es solo un nombre", no es un solo nombre en este libro; encuentra
su traducción en muchos otros, según el caso y los énfasis que
correspondan, según el vector que quiera, cada vez, poner en juego;
"agotamiento de la soberanía", "soberanía en suspenso", "suspensión
de la suspensión fáctica de la soberanía", "post-hegemonía",
"hegemonías rotas", "dislocación", serían algunas de sus traducciones
o modulaciones; la última —si nos atenemos a la organización
cronológica y lineal del libro— sería "infrapolítica".
"La infrapolítica —leemos en la página 193— no sería una
teoría sustantiva, ni un método, ni una operación, ni una especie de
esquema, ni menos una acumulación de saber. Sino que sería un
ejercicio existencial, o existenciario si ustedes quieren, radicalmente
concernido con la posibilidad de una interrogación posibilitada por
el fracaso de toda interpelación, de toda demanda ética y política,
pues en toda demanda ética y política está siempre en juego la
subsunción de la existencia a los imperativos de una racionalidad
principial y metafísica. En este sentido, el ejercicio infrapolítico, que
no es ni teoría sustantiva ni metodología de lectura, consiste en la
anulación del sujeto como principio de racionalidad unificante del
sentido, y así, consiste en poner el cuerpo a danzar en el abismo de
una escritura constituida en la inmanencia radical de su posibilidad.
Se trata de una invitación a pensar en el vértigo de ese abismo."
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Un abismo semejante es el que, me ha parecido, se abre a
partir de la lectura de este libro, en la nota cuarenta, entre el 31 de
diciembre de 1925, y el 29 de diciembre del 2017.
2 de agosto, 1919
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Infrapolítica o sobre la habitabilidad.
Rodrigo Karmy
Una de las últimas producciones de Jean-Luc Godard “El
libro de imagen”, decisiva reflexión estética y política acerca del
presente realizada después de los atentados a Charlie Hebdó,
constituye una suerte de film-collage que no pretende representar
nada, sino mas bien, llevar la representación a su implosión. Una
imagen crucial –aunque nunca “central” pues justamente hay aquí un
despacho de toda centralidad, de todo hegemón- es la del tren.
Una voz dice: “El mundo mirado desde Occidente”, y
entonces esa posición habita al interior de un tren que recorre el
mundo. Los otros aparecen “afuera” de la máquina, rodeándolo con
gritos de alegría o con asaltos, tal como acontece con las películas de
vaqueros, en las que Godard retrata justamente la violencia colonial
de dicha posición: Occidente sentado, tomando un café en un tren,
ve pasar las diversas “culturas” a su alrededor clasificándolas como un
afuera, tal como en el decisivo texto “Soberanías en Suspenso” Sergio
Villalobos-Ruminott denominó la “filosofía de la historia del capital”:
como esquirlas o restos humanos que han sido abandonados por el
inexorable progreso de la historia humana, los árabes o indios –que
mas da- judíos o chinos, permanecen como piezas de un museo que
coincide enteramente con la historia y su fin. Trabajo muerto, si se
quiere, de una filosofía de la historia del capital, exento del trabajo
vivo que vibra en la historicidad.
Godard lleva tal filosofía –ese trabajo muerto- a su
diseminación. Hacia su “final” si se quiere, entendiendo por “fin” no
una etapa historiográficamente datable, sino como un conjunto de
agujeros inmanentes a todo texto y tradición. Se trata de que el tren
no sólo lleva a los “occidentales”, esos vaqueros con biblia en mano,
a rodear el entero planeta, sino también, conduce, de manera
subrepticia, casi sin notarlo, a los judíos a los campos de exterminio.
Godard es aquí preciso: ese tren que dispara determinadas escenas y
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sonatas, se ve interrumpido, imposibilitado de suturar una
continuidad, de completar el circuito global.
Los discursos se quiebran, se mezclan, los temas musicales
quedan suspendidos, el tren no puede jamás completar su curso, su
filosofía de la historia del capital parece enteramente desarticulada.
El secreto diálogo de Godard es sin duda con Said, donde este último,
a pesar de su pertenencia a la neutralizante academia norteamericana,
pudo intervenir como Godard lo hace con el tren repleto de vaqueros,
no para situar otra posición que asumiría el lugar del hegemón, sino
para desarticular todo hegemón posible.
La operación de Godard aparece finamente desarrollada en
otro film-collage como el seminario “La desarticulación” realizado por
Sergio Villalobos-Ruminott (SVR) en Julio del año 2017 en las
dependencias de la UMCE. En él, SVR subraya que la
“desarticulación” no sólo sería un término “descriptivo” de una cierta
situación en la que sería imposible volver a suturar filosofía e historia.
Como en Godard, para SVR la filosofía y la historia, el pensamiento
y los cuerpos danzan libremente, más allá de cualquier “hegemón”
que intentara una nueva sutura.
Pero la “desarticulación” del “hegemón” por el que se
constituyeron las diversas formas de la filosofía de la historia del
capital trae consigo un gesto afirmativo que se traduce en la pregunta
formulada hacia el final del seminario: “¿Qué hacer en el fin de la
metafísica?” (p. 197). ¿Qué hacer? Ha sido siempre comprendida
como una pregunta propiamente ética. Pero si en Kant tal “ética”
aparece suturada ya desde la figura del sujeto trascendental abocada a
la normatividad del “deber ser”, en SVR –como en un cierto Foucault
o en un Derrida, siguiendo los pasos de Heidegger en “La carta sobre
el humanismo”- ese “hacer” implica afirmar el carácter an-árquico de
la acción. No habrá orientación “principial ni normativa” para la
acción, dice SVR. Ello define, en cierto modo, lo que hacia el final
del seminario se llama “infrapolítica”. Su campo es el de la
desarticulación, ella constituye su “a priori histórico” si se quiere, en
el que afirma nada más, ni nada menos, que una posibilidad de
habitar.
Para SVR la “desarticulación” no lleva a la consecuencia de
aceptar simplemente el nihilismo para dormirnos en él, sino que nos
abre a un asunto crucial que las diversas filosofías de la historia del
capital habían ocultado: la historicidad. Actuar an-árquicamente
significa habitar afirmativamente el campo de historicidad abierto
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gracias a la desarticulación. Donde parece no haber posibilidades,
donde todo simula estar resuelto, SVR nos dice: nada ni nadie nos
resolverá nada. La “infrapolítica” no sería una doctrina, una nueva
filosofía de la historia del capital, ni siquiera un conjunto de recetas
que nos lleven a la libertad o a la felicidad o ambas. No hay más télos
en la an-arquía de la acción, no hay receta alguna que guie nuestros
pasos. La infrapolítica sería justamente ese umbral crítico, en el que
afirmamos la potencia que nos abraza interrogándonos
permanentemente acerca de nosotros mismos.
Digamos que la referida película de Godard deviene un gesto
infrapolítico que interrumpe la filosofía de la historia del capital.
Como insiste él mismo en su seminario: una interrupción,
suspensión o interregno no designan aquí “pasos” de un momento a
otro, sino la imposibilidad del paso mismo. Dicho
benjaminianamente: podríamos pensar la “interrupción”
sacrificialmente como un pasaje a otro “hegemón” posible, o
podríamos pensar desde la “violencia pura” como la imposibilidad de
pasar a ningún nuevo “hegemón”. SVR sigue estrechamente esta
segunda vía en que la desarticulación no pretende una nueva
articulación, sino la afirmación de la potencia –su sobrevivencia- en
el incondicionado reino del poder.
Pero tal afirmación ¿qué es? Digamos que, el devenir anárquico de la acción implica un desplazamiento filosófico no menor
de Heidegger desde la “analítica” hacia la cuestión topológica, desde
el problema del Dasein a la cuestión del lugar del ser. Me interesa de
sobremanera lo que podríamos llamar el problema topológico
inmanente a la infrapolítica, si acaso tópos designa un lugar no
representable como espacio o, si se quiere, un lugar sin lugar. Quisiera
proponer una distinción que puede ser interesante para pensar lo que
SVR llama infrapolítica: la filosofía de la historia del capital sería
cartográfica en el sentido de articular diversas formas de
representación; la infrapolítica sería topológica en cuanto sería
inconmensurable respecto de la égida representacional. Cartografía
versus topología, en el entendido, sin embargo, de que ese lugar sin
lugar no se halla “afuera” sino en una interioridad radicalmente
extraña para la propia cartografía. No habría aquí dicotomía,
contraposición entre dos términos antinómicos, sino siempre
desarticulación en la que la topología funcionaría horadando a la
misma cartografía.
El desplazamiento heideggeriano en SVR es doble: vía
William Spanos, Reiner Schürmann y Jaques Derrida, SVR lee a un
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Heidegger político cuyas preocupaciones permitirían pensar la
cuestión de la “imperialidad” (la cartografía) sin borrar el problema
del “lugar” (el tópos) que no tiene lugar. Pero un “lugar”
topológicamente concebido no es otra cosa que un ethos en el que
encontramos a una vida absolutamente ingobernable, lejos de todo
dispositivo principial y de toda normativa.
La an-arquía de la acción abierta por la infrapolítica se mide,
entonces, como la puesta en juego de un ethos que habita un campo
de radical historicidad. Insisto: la infrapolítica puede referir a una
experiencia –una política menor- que acontece en y como
historicidad. Asumir la desarticulación significa abandonar toda
pretensión de la filosofía de la historia del capital por una historicidad
en la que el presente puede desgarrarse entre la facticidad de un hoy
y la posibilidad del porvenir, ambos entremezclados en un solo gesto.
La différance atendida bajo Derrida permite a SVR
entenderla como historicidad radical, campo o superficie si se quiere,
que se abre como una tierra inexplorada a la que la filosofía de la
historia del capital teme, evade e intenta siempre suturar. Frente a ese
gesto, la apuesta del seminario “La desarticulación” es exigir coraje de
sus contemporáneos. Coraje para habitar lo que jamás ha sido del
todo habitado. Habitar ese lugar no es vivir en un espacio. De hecho,
podemos ocupar un espacio y no necesariamente habitarle. La
apuesta la infrapolítica, en la reivindicación de la pregunta ética y
política por el “hacer” no pretende más que abrir los corajes y plantear
que cabe habitar la desarticulación.
La desarticulación puede no habitarse, si acaso, los
dispositivos cartográficos de la filosofía de la historia del capital
intentan otra sutura, otro “hegemón” entre ontología e historia, entre
filosofía y política. Pero el seminario de SVR sólo dice esto: habitemos
la desarticulación. La infrapolítica sería el nombre para esa
experiencia de habitabilidad. Un nombre entre otros, por cierto, en
el que la historicidad será el lugar sin lugar que se abre inexorable
gracias al coraje que significa asumir la desarticulación. Es decir,
gracias al coraje de admitir que la desarticulación es más una
condición de existencia que un problema que habría que solucionar.
La filosofía de la historia del capital fue el último intento de sutura
de la desarticulación, pero, parafraseando la frase de Thayer desde la
que SVR arranca su reflexión, ésta ya “no va más”.
Si el tren de Godard circula infinitamente conduciendo a los
cuerpos a infinitos campos de exterminio, si ese tren no es otra cosa
19
que la filosofía de la historia del capital, la infrapolítica vendría abrir
la desarticulación para habitarla, donde “habitar” marca el ethos
como potencia común. Pero eso significa algo que el seminario
debería dejar abierto para profundizar: si la infrapolítica reivindica
una acción an-árquica, ello implica que ha de poner en juego la única
potencia política en la que habitamos: la imaginación.
En este sentido, la infrapolítica es, quizás, una tentativa por
volcarse al trabajo vivo. A diferencia de Hegel que aspira a una
historia progresiva movilizada desde la “superación” (Aufhebung), el
gesto infrapolítico consiste en una suerte de epoché radical que en
vez de aquella propuesta por la fenomenología que restituye el lugar
de la conciencia trascendental, ésta no restituye nada más que el
campo de historicidad sin presuponer conciencia, ni sujeto alguno.
Sólo así, la infrapolítica puede abrir al carácter an-árquico de
la acción en el que la historia (la actualidad) ya no puede suturar el
libre juego de la historicidad (la potencia), lugar del trabajo vivo en el
que los cuerpos ven restituida su potencia imaginal. Sólo así, la
habitabilidad en la que pulsa la infrapolítica resuene como una
posibilidad y no como una necesidad que un saber, doctrina o técnica
pudiera garantizar.
Ahora bien, si la epoché radical de la infrapolítica apuesta por
una indagación topológica en la que encuentra al ser tan sólo como
historicidad ¿no es también, otro modo de decir, tal como los propios
entuertos de Heidegger sugieren ya en Kant y el problema de la
metafísica que historicidad no es más que imaginación radical? El
“lugar del ser” o la “historicidad” no serían sino los nombres de la
imaginación popular, un médium que habita entre los cuerpos antes
que una facultad que descansa en la égida del sujeto.
La continuidad infinita, pero a la vez, siempre posible de “La
desarticulación” abraza a un comunismo sucio que desafía dos formas
en las que la tradición marxista concibió al comunismo: por un lado,
el propio Marx en La Ideología Alemana apostando por el
comunismo como “movimiento real”, esto es, el volcarse de la
filosofía en praxis según la lectura hegeliana de Aufhebung; por otro,
la idea kantiana según la cual el comunismo sería un “ideal” que
operaría como una idea regulativa que jamás podrá cumplirse, pero
siempre seguirse. Ni “real” en el sentido hegeliano, ni “ideal” en
sentido kantiano, el comunismo sucio podría calificarse, si SVR me
permite, de imaginal pues jamás puede coincidir con el devenir de lo
real, pero, a la vez, no puede sino entreverarse con él.
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Quizás, el término nietzscheano de lo “intempestivo” nos
permite pensar la condición de ese comunismo infrapolítico, de ese
comunismo sucio o salvaje, efecto de una epoché radical antes que,
de una Aufhebung, de una suspensión de la suspensión antes que del
optimismo normativo de un ideal. Ni “real” ni “ideal” sino imaginal,
habitando un lugar irreductible a toda representación, tal comunismo
es el que abraza la revuelta, pero sobre todo, es el que día y noche no
deja de inventar un lugar que carece de todo lugar.
Como este breve comunicado que acabo de leer, en el que
atestiguo intentar pensar con SVR, es decir, intensificar las
posibilidades del pensamiento cuando este se da siempre en la
complicación y opacidad del mundo antes que en la facilidad
tecnócrata del globo. Pensar con es simplemente pensar. Encontrarse
en el pensamiento –cuando éste ha renunciado a toda pretensión
principial- es, como para Said, ensuciarse, ser mucho mas mundano
que lo que estaríamos dispuestos a asumir y abrazar el seminario “La
desarticulación” agradeciéndote no sólo con el afecto de un amigo,
sino con la intensidad de un compañero.
Agosto, 2019
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Invitación a la vida no fascista
Sergio Villalobos-Ruminott
Confrontado con la lectura de tres generosas recensiones de
mi libro-seminario, La desarticulación. Epocalidad, hegemonía e
historicidad (Ediciones Macul, 2019), me siento en la obligación, no
tanto de responder, sino más bien de saludar esa generosidad y el
rigor con el que cada uno ha afrontado dicho encargo. Es un
verdadero lujo contar con tan inteligentes lectores en estos tiempos
en los que la indexación y la corporativización neoliberal privatizan
lo común a niveles insospechados. Me interesa observar también la
diversidad de los tres comentarios, que lejos de ser meramente
burocráticos o elogiosos, habitan el libro y se lo apropian para
tensarlo y para pensar con él y, por supuesto, más allá de él. No otra
cosa podría justificar hoy seguir escribiendo si no es la necesidad de
hacerse parte de un común cuya subsistencia se ve amenazada por las
lógicas de la privatización y de la apropiación. De tal manera que leer
estos tres textos es un poderoso estímulo para seguir escribiendo,
pero, sobre todo, para seguir pensando estrategias de subversión del
cierre narcisista del saber, del sujeto de saber como alguien ajeno al
vaivén cotidiano de las sociedades.
Las breves observaciones que a continuación esbozaré no
tienen, por tanto, la intención de enmendar o corregir lo que las
recensiones han dicho, sino constelar mis énfasis junto a los que ellas
presentan, para seguir complejizando los problemas que mi libro
torpemente ha esbozado, pero que los comentarios hábilmente han
reflotado con una pertinencia innegable.
Me gustaría insistir en que la desarticulación funciona no solo
en términos descriptivos sino propositivos. Se trata de pensar la crisis
o el agotamiento de una serie de discursos modernos asociados tanto
con la filosofía de la historia, como con el qué hacer político e
intelectual que hemos vivido con diversas intensidades según donde
depositemos nuestra atención. Ya sea que hablemos del golpe como
fin del proyecto republicano nacional, de la transición como
globalización y fin de la soberanía clásica, de la caída del Muro de
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Berlín como fin de un cierto marxismo occidental, de la derrota
Sandinista como fin del liberacionismo latinoamericano, o de la
actual crisis y desplazamiento del llamado ciclo progresista
latinoamericano, lo que importa no es solo remitir la desarticulación
a las retóricas del fin o del agotamiento, como si se tratara de una
constatación unilateral, al modo de un duelo consagrado e
irreversible, sino que habría que advertir cómo la desarticulación
invita a pensar no solo en el agotamiento sino también en la
metamorfosis y las mutaciones históricas de la soberanía, la política,
el poder, etc. En este sentido, la desarticulación habla de un
marchitamiento de las formas modernas de entender las relaciones
entre teoría y práctica, dejando abierta la posibilidad para nuevas
formas de pensar que no queden subsumidas al presupuesto
normativo propio de las filosofías de la acción, del sujeto o de la
historia.
En este mismo sentido, la infrapolítica y la post-hegemonía no
deberían entenderse como categorías o como descripciones que
intentasen dar cuenta de una facticidad que simplemente viene a
reemplazar, en el mismo continuum de la historia, lo que antes fue la
política y la hegemonía, como si la crisis de la epocalidad fuese ella
misma el comienzo de una nueva época. La infrapolítica invita a
habitar la dimensión existencial sin subsumirla a la demanda de un
principio de razón, ético o político, que reinstituye, desde afuera y en
su inevitable performance, la sutura entre teoría y práctica,
restituyendo así la diferencia entre pueblo y expertos. Pensar la
existencia, topológicamente, esto es, más allá de las ontologías
atributivas o fundamentales, implica abrirse a una concepción del ser
como presencia constelada y no jerarquizada, lo que desbarata toda
presbeia o pretensión ministerial del saber o del pensamiento. A esto
le llamamos comunismo sucio, en cuanto se trata no de un ideal a
alcanzar o una ontología indeleble sino en la medida en que dicho
comunismo es la condición misma de la existencia de unos con otros,
ya siempre y sin excepciones. Desde esa condición mundana y no
excepcional, los regímenes de la excepcionalidad jurídica y política,
esto es, las filosofías de la excepción, del poder o del acontecimiento,
quedan evidenciadas en su complicidad estructural con una
concepción salvífica de la temporalidad histórica; temporalidad que
ahora entonces, gracias a este desplazamiento del saber como
principio, se muestra en su diferir como historicidad.
El libro, por supuesto, y más aún el Seminario del que surge,
no puede evitar producirse como narrativa o verosímil, como diégesis,
y en esa narrativa, no puede evitar re-inseminar lo que quiere, en
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principio, diseminar. Sin embargo, las nociones de epocalidad y
hegemonía no deberían leerse en términos fuertes, como si se tratara
de bastiones irrenunciables para definir todo aquello que ocurriría
antes de la desarticulación, pues la desarticulación -lejos de intentar
consumar el duelo y la clausura de estos términos-, no nos habla de
un fin, empírico o simbólico, de la modernidad, sino de una
posibilidad totalmente distinta, la de mostrar a la metafísica como
filosofía de la historia, del sujeto, de la acción, ya siempre como duelo
sustituto y compensatorio. La desarticulación no apela al olvido o
cancelación sino al develamiento de la ilusión trascendental de duelo
y, por tanto, invita a una relación distinta con la temporalidad
histórica. En otras palabras, la desarticulación de la epocalidad de la
metafísica y de su organización hegemónico-principial no apela a un
corte y cierre, a una ruptura, borrón y cuenta nueva, sino que apela a
una suerte de alteración que interrumpe el sonambulismo metafísico
no solo en el presente sino en términos de la totalidad de la historia
metafísicamente historiada. De ahí que, como se menciona en uno
de los comentarios, la operatividad de la época muestre su límite
cuando es confrontada con la complejidad de una vida.
Me gustaría finalmente insistir en que el libro en cuestión
puede también ser leído según la famosa escalera de Wittgenstein,
aquella que usamos para subir un muro, pero una vez allí,
desechamos. El libro y el seminario del que surge, por supuesto, no
permite subir a ningún muro; tiene, por el contrario, la pretensión
muy atrevida de invitarnos a pensar en formas de vida no fascista. Se
trata simplemente de una invitación lanzada al aire para pensar
formas de lo común que, lejos de la demanda sacrificial de la política
moderna, lejos de la deuda como mecanismo de chantaje sobre la
vida, lejos de la subsunción de la existencia al principio de razón o a
la voluntad de poder, hagan posible, hoy, justo hoy, oponernos a la
marcha triunfal de las formas de neo-fascismo que despuntan en
todos lados y proponer en cambio las condiciones de un comunismo
sucio, mundano e imaginal, que en su potencialidad, nos permita
seguir habitando un mundo al borde de la devastación total.
Puestos en esta encrucijada, un libro es simplemente un libro,
y su única justificación es seguir animando un debate necesario que
más allá de todo narcisismo, permita que la diferencia no sea solo una
palabra, sino una forma de entender nuestra relación con otras y
otros. De ahí entonces mi gratitud sin reservas a Miguel Valderrama,
Elizabeth Collingwood-Selby y Rodrigo Karmy.
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