Günther Maihold (ed.): Cultura, comunicación y crimen organizado en México,
ISBN 978-3-946327-25-7, © edition tranvía, Berlin 2020 – www.tranvia.de
Günther Maihold (ed.)
Cultura, comunicación
y crimen organizado
en México
edition tranvía · Verlag Walter Frey
Berlin 2020
Günther Maihold (ed.): Cultura, comunicación y crimen organizado en México,
ISBN 978-3-946327-25-7, © edition tranvía, Berlin 2020 – www.tranvia.de
Índice
PRESENTACIÓN
Entre apología de la violencia y representación del crimen –
la función de la cultura en sociedades en conflicto
Günther Maihold (Cátedra Humboldt)
7
1. NARCOCULTURA Y NARCOESTÉTICA
13
“Todos llevamos un narco adentro”. Un ensayo sobre
la narco/cultura como modo de entrada a la modernidad
Omar Rincón (Colombia)
15
Las narco-telenovelas – crimen y violencia en clave de
entretenimiento
Rosa María Sauter de Maihold (Universidad de Potsdam, RFA) 43
Espacios y lugares en los narcocorridos
Sven Kirschlager (Universidad Libre de Berlín/RFA)
81
El discurso narcotizado. La conceptualización del
fenómeno narco en México: un asunto de familia
Sabine Pfleger (Universidad Nacional Autónoma de
México, UNAM)
119
La pólvora y la tinta: los caminos de la literatura
y narcotráfico
Ramón Gerónimo Olvera (Universidad Autónoma de
Chihuahua)
135
El art-narcó arquitectónico y el arte de citar
Ignacio Corona (Ohio State University/USA)
161
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2. COMUNICACIÓN, VIOLENCIA Y CRIMEN
177
Narcomensajes y narcomantas: elementos de la
estrategia comunicativa desde el crimen organizado
Günther Maihold (Cátedra Humboldt)
179
La comunicación del orden: la comunicación
gubernamental durante la guerra contra el crimen
organizado
Julieta Brambila (University of Sheffield/UK)
213
Un protocolo conversacional de la entrevista de la
Secretaría de Seguridad Pública a Édgar Valdez Villarreal,
alias “La Barbie”
María Eugenia Vázquez Laslop (El Colegio de México, A.C.)
241
Evaluación del riesgo a la libertad de expresión y
el periodismo en México
Armando Rodríguez Luna (CASEDE, México, D.F.)
275
Medios de comunicación y violencia en México
María de la Luz Casas Pérez (ITESM, Cuernavaca)
293
3. ÉTICA, CONVIVENCIA SOCIAL Y CRIMEN
ORGANIZADO
325
La reconstrucción de la convivencia social ante la
violencia y el crimen organizado en América Latina
Francisco Rojas Aravena (Universidad para la Paz,
San José, Costa Rica) / Tatiana Beirute Brealey
(Universidad de Costa Rica)
327
La cultura como instrumento para una nueva convivencia
y la reconstrucción de la cohesión social: el caso de
Ciudad Juárez
Laura Carrera Lugo (CESVIDE)
379
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Presentación:
Entre apología de la violencia y representación
del crimen – la función de la cultura en sociedades
en conflicto
Günther Maihold
Desde el comienzo de la “guerra contra el narco”, declarada al inicio de la
presidencia de Felipe Calderón (2006-2012) hasta el discurso de pacificación
del país en la programática del presidente Andrés Manuel López Obrador
(2019-) se ha ido gestando en México una violencia cuya atrocidad rebasa
en mucho los límites de lo pensable y un saldo catastrófico de muertes que
han dañado profundamente el tejido social de una sociedad desgarrada por
el impacto de los conflictos asociados a las economías ilícitas. Se ha estilizado una “guerra” que en el discurso público “es reducida a una simple lucha
de buenos contra malos” (Astorga 1995: 13), de manera que desaparece su
complejidad y el involucramiento de muchísimos actores en este campo de
batalla, que ha encontrado un espacio privilegiado de representación en los
medios.
No solamente el combate a la droga y sus actores criminales, sino también
la presencia de las fuerzas de seguridad en muchas ciudades y comunidades
del país han implicado desplazamientos masivos internos, pero también una
historia sin fin de desapariciones que hasta la fecha no han podido ser clarificadas. En toda esta trayectoria de violencia y contra-violencia las víctimas
no han encontrado la debida atención porque ha estado dominada por las
cifras de homicidios, secuestros, extorsiones y otros delitos; ellas han acaparado toda la atención de la prensa, de los medios electrónicos y la misma
producción cultural masiva (Ramírez Paredes 2012).
La “banalización de la violencia en los medios masivos” (von Trotha
2011: 12) y el gusto morboso en el consumo de las narcoficciones como el
cine, telenovelas, música o literatura han convertido a la misma “narcocultura” en “un tema en boga” (Adriaensen 2016: 11). La violencia se ha transformado en “espectáculo”, escenificado a través de los cuerpos desfigurados
que se utilizan para transmitir mensajes a rivales y autoridades. El efecto
disuasorio de esta “violencia ostentativa” (Bizeul 2011: 225) a través de “crímenes expresivos” (Franco 2013: 21) al mismo tiempo va en dos
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direcciones: hacia afuera, para generar un efecto de temor e intimidación;
hacia adentro, a los mismos seguidores como advertencia ante posibles actos
que podrían ser interpretados como desleales. El mismo carácter ostentativo
de la violencia fortalece la dimensión de provocación del acto cruel como
reto para las instituciones, tratando de poner en entredicho su cohesión y
resiliencia. El debate en el país se centra en procesos de descomposición social y cultural, que amenazan la coherencia social y ponen en entredicho la
realización de la convivencia social ante una creciente desconfianza entre los
ciudadanos. La construcción de muros, vallas y cercas, la contratación de
servicios privados de vigilancia en los “gated communities” son expresión
de las nuevas distancias que está generando la violencia o –por lo menos– la
percepción de amenaza de ésta.
El “narco”, “lo narco” – la confusión de los (pre)fijos
El prefijo ‘narco’ ha sufrido la desventura de prestarse a ser antepuesto con
obstinación a cualquier palabra relacionada con el tráfico de estupefacientes,
generando una percepción de claridad que no logra establecer. “Narco- es un
síntoma, no un significante fijo” (Palaversich, cit. en Herlinghaus 2016:
248), lo cual conecta con muchos trabajos que refieren al carácter de construcción en este concepto (Maihold/Sauter de Maihold 2012; Cabañas 2014;
Gaussens 2018). Aunque sus referentes en la realidad a primera vista parecen
ser más que obvios, un vistazo más profundo arroja la amplia complejidad del fenómeno. Esta va más allá del Ejecutómetro que el periódico
Reforma sigue publicando ya en el tercer sexenio con la intención de transparentar las muertes en el país y obligar a las instancias públicas a unos reportes más fidedignos sobre el balance mortal del combate al narcotráfico en
el país. La crítica del discurso dominante y la narrativa que lo alimenta (Zavala 2018) se ha extendido desde las lógicas del combate a la droga generada
en EE.UU., hasta los discursos oficiales reproducidos a través del periodismo, independientemente de los gobiernos de turno – sea en Washington
o la Ciudad de México.
Siguiendo la lógica del prohibicionismo como base del combate implementado bajo la denominación de una “guerra” (Bergman 2016: 13ss) se ha
ido expandiendo tanto el costo económico como el sufrimiento humano – a
pesar de la tolerancia y la flexibilidad con respecto al consumo individual de
drogas. Hasta la fecha la posición alternativa del fin de fumigaciones, de la
legalización de las drogas y del enfoque de la salud pública no han podido
demostrar que con su posible realización estaría disminuyendo la violencia;
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más bien se asiste a la progresiva diversificación de los quehaceres criminales hacia otros campos ilegales como el huachicoleo o la falsificación
de medicinas. La expansión del poder de fuego de las organizaciones criminales con la importación de armas último modelo de EE.UU., y su capacidad
de corromper las instituciones del Estado siguen en curso, sin que la detención de algunos “capos” tenga mayor impacto en el negocio criminal. Las
estructuras criminales han adaptado su modelo de funcionamiento, de manera que logran sustituir rápidamente estos golpes de efecto con base en una
red de estructuras redundantes en las redes de conectividad. En las nuevas
industrias ilegales de las drogas sintéticas al igual como en la industria “del
sicariato” se están desempeñando muchos jóvenes que buscan generar ingresos rápidos que podrían facilitarles el ascenso social exprés sin
tener que estudiar o asumir mayores costos de educación. No hay que olvidar
que muchos países latinoamericanos han experienciado en los años pasados una expansión de los mercados locales del consumo de la cocaina en
sus diferentes formas como crack, paco, basuco etc., que generan daños dramáticos en la salud de los consumidores. La prevalencia de la droga se ha
expandido y por lo tanto generado mayores efectos devastadores en las sociedades, a los que habría que añadir las secuelas de las estrategias de combate implementadas con participación de fuerzas militares y asesores externos de otros países. Si hoy en día se habla del “narco”, habrá que entenderlo
no solamente fuera del Estado sino también desde dentro de las estructuras
estatales que han logrado penetrar y utilizar en favor de sus intereses.
México: ¿un caso particular?
A nivel internacional la metáfora de mexicanización se refiere al riesgo de
que los otros países podrían verse contaminados por la violencia y las estructuras criminales que hoy en día afectan a los mexicanos. Sin embargo, los
intentos de querer aislarse de las realidades mexicanas se han visto frustrados
por el simple hecho de la transnacionalidad de las características del fenómeno narco. La narcocultura es una de estas expresiones que va a la par de
los narcocorridos, producidos y presentados especialmente en EE.UU., pero
también la profusión de nuevos santos y devociones populares que son asociados a altares y “catedrales” donde se practican narcocultos. De la Santa
Muerte hasta la narcoarquitectura se pueden identificar rasgos de emancipación pero también de dominación sociales que son reflejo de la desinstitucionalización de amplios espacios sociales, ya sea la religión y la familia, las
bases de la convivencia social o las mismas artes que cada vez obedecen
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menos a los códigos establecidos. El reflejo ante estas formas emergentes de
expresión cultural y social en muchos casos se genera desde una posición
moralizante o el interés de “re-moralizar” a la sociedad, como se puede identificar en el discurso lopezobradorista1.
Apelar a la moral individual y pública parece ser un concepto demasiado
alejado de la realidad como para poder contener la ola de la violencia que ha
inundado al país, cambiando formas de convivencia y confianza interpersonal. Los nuevos mecanismos de miedo en la sociedad mexicana han generado otras formas de socialidad (a veces de carácter ambivalente), las cuales
habrá que aprender a leer y descifrar, al igual que algunas formas de comunicación que a primera vista son difíciles de comprender. Tal es el cometido de este volumen que parte de la participación voluntaria e involuntaria de los consumidores, las industrias culturales y los medios en la conformación de discursos que se ha ido gestando en los debates políticos y sociales de la actualidad con respecto a la valoración de la violencia en las sociedades actuales: Por un lado se les acusa de la apología de la violencia y del
narco por reflejar o ficcionalizar el narco, sus personajes y sus estilos de
vida, por el otro lado se invoca que las realidades culturales de hoy hacen
imposible evadir un fenómeno social que caracteriza a las sociedades contemporáneas. Todas estas narrativas representan las realidades del narco y la
prohibición de las drogas de formas complejas y en algunos casos contradictorias: como crítica o como celebración, etc. Las figuras narrativas se entrecruzan entre los mundos de la legalidad y la ilegalidad, ofreciendo imágenes que interconectan el mundo del crimen y las instituciones del Estado.
Allí se encuentra el lugar central que asumen los medios al articular la
relación entre la violencia, el crimen por un lado y el público por el otro. Su
desempeño de la función intermediadora ha sido amenazado tanto por los
actores violentos como por las instancias públicas que critican un cierto “populismo mediático” para promover la violencia y sus efectos negativos sobre
la cohesión social y las percepciones ciudadanas en materia de seguridad.
Las prácticas cotidianas por lo tanto reflejan de la misma manera la atracción
de los estilos de vida de los protagonistas del crimen como el rechazo ante
la presión que ejerce el mismo sobre la convivencia social. Los esfuerzos
gubernamentales por su parte quedan limitados en su alcance por causa de la
1
Cfr. los trabajos iniciados por el presidente López Obrador por elaborar una “Constitución Moral”, un documento, que pretende ser un “código del bien” para una “república amorosa” (https://www.infobae.com/america/mexico/2020/02/05/amlo-revisoavances-de-su-constitucion-moral-que-sera-sometida-a-debate-y-consulta-ciudadana/).
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polarización generada en cuanto a víctimas y victimarios, línea divisoria que
en el imaginario popular aparece muy movible y poco constante.
Preguntas abiertas e intentos de respuestas
El libro pretende revisar algunos de los rasgos centrales de la narcocultura –
enaltecida por unos, rechazada por otros– , la cual sin embargo ha echado
raíces profundas en las sociedades de la región. Los senderos de su expansión en los imaginarios colectivos revisten en este sentido igual importancia
como los debates de la batalla comunicativa que se ha ido articulando en los
diferentes medios; allí se profundiza en los medios electrónicos y los periódicos. Hay que mantener presente que la generación del miedo es instrumento central del control social por parte de los actores violentos para lograr
consolidar sus intereses y esferas de influencia, que se extienden desde la
acera en los pueblos del país hasta las medios electrónicos y los actores públicos. El “exceso de violencia” y rasgos de una “cultura de crueldad” forman parte tanto de la realidad cotidiana como de las expresiones, imaginaciones y representaciones pesentes en la “narcocultura” en sus diferentes expresiones. El sufrimiento de las víctimas y la heroización de los perpetradores de los crímenes y su desmesura en la aplicación de la fuerza que parece
enquistada en el tejido social se disparan fuera del control, al parecer también
de los mismos delincuentes. Estos límites ni lo logran restablecer a veces las
narconarrativas, ni la telenovela ni los mismos narcocorridos, dimensiones
que se discuten en las primeras dos secciones del volumen. El culto a la Santa
Muerte (Kristensen 2015) recoge en toda su ambigüedad también la referencia a la muerte como lo reflejan los exvotos en las capillas al “narcosanto”
Jesús Malverde.
Finalmente se desean reseñar los debates actuales con respecto a las condiciones de convivencia social ante el impacto del crimen organizado, los
rencores sociales emergidos desde la vivencia en la desviación social. Es
instructivo en este contexto la lectura y las enseñanzas generadas en el “laboratorio” del narcotráfico, en Sinaloa, donde justamente se pueden detectar
muchos elementos de interpretación que apuntan a “un soterrado e insólito
esquema de valores y pautas de comportamiento ad hoc” (Córdova 2011:
23), al cual no escapan ni los criminales ni los actores sociales ni las mismas
autoridades. Es en estas lecciones de décadas de existencia del narco, de las
narconarrativas y de la misma narcocultura donde habrá que encontrar también las fuentes para recuperar a la “sociedad” y confianza en una realidad
desgarrada y desarticulada en su cohesión y coherencia.
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