Fiódor Dostoievski y José Jiménez Lozano.
Ante todo es necesario explicar a qué se debe la elección de este tema. ¿Qué
es lo que permite comparar a un escritor español contemporáneo con el clásico de
la literatura rusa del siglo XIX? Don José Jiménez Lozano ha dicho en más de una
ocasión que su conciencia de la instalación en la cultura española moderna “es una
conciencia de soledad, de marginalidad”, lo que se debe al hecho de que su
universo, su visión del mundo, sus intereses intelectuales y su concepción estética,
su tradición y su familia espiritual son extrañas a la cultura española y anacrónicas
a la cultura postmoderna1. Siendo la obra de Don José Jiménez Lozano una parte
importante de la literatura española contemporánea, sin embargo es difícil
compararla con las figuras concretas de ésta. Es difícil analizar sus libros en el
contexto de la literatura moderna, la cual ya no busca ningún sentido a la vida, sino
que declara su ausencia y limita sus funciones a la pura diversión del lector. Esta
última actitud es completamente ajena a Don José Jiménez Lozano. Por eso resulta
más idoneo comparar su obra con otras literarturas y con otras épocas que con sus
contemporáneos.
Según las palabras del propio autor, Fiódor Dostoievski pertenece a la
tradición intelectual y literaria a la que Jiménez Lozano suele llamar su familia
espiritual, cuyos miembros son Pascal, Descartes, Spinoza, Kierkegaard, San
Agustín, Simone Weil, Flannery O´Connor, Emily Brontë, Cervantes, Giovanni
Verga y otros2. Entre estos sus cómplices está también Dostoievski. La lectura de
las obras del autor ruso formó parte de la educación literaria del autor en sus años
adolescentes. Jiménez Lozano cree que en gran parte “le debe a Dostoievski ... el
mirar el mundo y desde luego a los hombres más allá de la psicología, en su
enigma e indecibilidad, pero que se nos muestra en muy pequeños detalles,
silencios y algunas palabras con densidad”.
Jiménez Lozano está hablando de la afinidad de las visiones del mundo, y el
modo de ver el mundo del escritor está estrechamente relacionado con su
pensamiento artístico, con los principios básicos de la creación del mundo literario
2
de sus obras. Precisamente a este aspecto está dedicada mi ponencia: es decir,
quisiera señalar cómo es el mundo artístico creado por dichos autores y con qué
medios estilísticos están creados. Quisiera trazar unos paralelos entre algunos
momentos significativos de la poética de las novelas del clásico ruso y las del
escritor español contemporaneo en cuyo homenaje tengo el honor de participar.
La obra de Dostoievski constituyó en la vida del género de la novela una
nueva etapa, el significado de la cual puede ser comparado con las innovaciones de
James Joyce y Marcel Proust en el siglo XX. Para crear su mundo artístico
Dostoievski utilizaba unos medios absolutamente nuevos que en parte tienen que
ver con la composición de sus novelas pero en otra gran parte se deben a su modo
de mirar el mundo y de expresar esta visión estilísticamente.
El discurso de los personajes de Dostoievski se organiza tal y como suele ser
organizado el discurso del narrador. Es decir, los personajes no sólo son objetos del
discurso del autor sino que poseen su propio discurso significativo. Dostoievski
construye su texto de tal manera que las concepciones del mundo de diferentes
personajes (que para Dostoievski equivalen a sus voces) suenan en el conjunto de
la novela tal y como lo hacen diferentes temas musicales en el conjunto de una
fuga: o sea, se oye cada una de las melodías pero al mismo tiempo ellas forman
parte de una unidad de nivel más alto, una armonía muy tensa nacida del conflicto
entre estas partes integrantes. Solamente en la totalidad de la obra de arte es
posible obtener algún sentido, qué durará además sólo un instante, el que dura el
milagro de fusión y de comprensión mutua de las voces distintas.
Sobre la llamada “polifonía” de Dostoievski se ha escrito bastante; el libro
de Mijail Bajtín titulado “Problemas de la poética de Dostoievski” está traducido a
los idiomas europeos, por eso creo innecesario relatar su contenido ante ustedes.
Bajtín basa su estudio en un análisis muy agudo de los textos de Dostoievski, que
no es posible repetir aquí porque para ello serían necesarios los textos rusos.
Además, en el día de hoy nos hemos reunido aquí no para hablar de Dostoievski
sino para rendir homenaje a Don José Jiménez Lozano. Destacaremos las analogías
3
más comunes en la poética de las novelas de José Jiménez Lozano y de Fiódor
Mijáilovich Dostoievski.
La unidad inseparable de dos elementos, el ético y el estético, es
fundamental para cualquier obra de literatura, pero diferentes escritores de
diferentes épocas los han combinado de distintas maneras, muchas veces
renunciando a la parte ética para desarollar la estética. Algo parecido está viviendo
la literatura contemporánea. Sin embargo, lo primero y lo principal que tienen en
común las maneras artísticas del autor ruso y del español es su posición ética,
estrechamente relacionada con la actitud creadora. Los dos escritores forman parte
de la tradición literaria que tiene muy presente su parentesco con la teología.
Dostoievski es continuador de la gran tradición de la teología literaria en la
literatura rusa. En su obra los elementos teológicos y literarios están vinculados
muy estrechamente. Para Jiménez Lozano lo ético en la creación literaria también
es más importante y básico en comparación con lo estético. Parafraseando a
Theodor Adorno, Jiménez Lozano dijo en cierta ocasión que “... en el ámbito del
arte y de la literatura todo lo que no es teología y carece de “presencia real” es
retórica o comedia de la industria cultural...”3. Para Jiménez Lozano la literatura
tiene que ver con la fe, con el conocimieto que puede ser transmitido a los demás,
con el pensamiento sobre el mundo y sobre Dios. Y la consciente voluntad de
estilo, la búsqueda de la perfección estética, de la belleza exterior, el manejo del
lenguaje valen muy poco desde su punto de vista, lo que nos demuestran sus
siguientes palabras: “Escribir es, seguramente, desnudar y despojar al mundo de
oropeles y relucencias, no llenarlo un poco más, o mucho más, de palabras y
palabras como bibelots, joyas y cachivaches»4.
Todo lo señalado de ningún modo disminuye el valor estético de la obra del
escritor español, se trata sólo de la orientación ética del proceso de creación
artística que es esencial para Jiménez Lozano. Lo que no entra en ninguna
contradiccón con el momento estético. Así vemos que Jiménez Lozano se parece a
Dostoievski sobre todo por su anhelo de contactar con el álma del lector, por el
deseo de mostrarle otros mundos y enseñarle a querer a su prójimo, hacerle más
4
tolerante y más bueno, en definitiva. Es decir, el objetivo final de los dos escritores
es extraliterario, lo que distingue sus libros de la literatura contemporánea, que
muchas veces suele jugar a sí misma.
Con esta actitud creadora está vinculado el papel en la obra de arte que se
asigna el autor, lo cual nos permite plantear la cuestión de la proximidad de las
maneras narratalógicas de F. Dostoievski y de J. Jiménez Lozano. Hay que
reconocer que en parte esta similitud de la poética de las novelas de los dos
escritores puede ser explicada por la naturaleza misma del género de la novela en
la época de su esplendor en los siglos XIX y XX, pero en parte refleja los
momentos específicos de la obra de los autores citados.
Jiménez Lozano cree que no debe haber ni un rastro del “yo” del escritor en
el libro. Lo formula así: “lo primero que tiene que hacer el escritor es quitarse él de
en medio con su caja de brillantinas, tropos, retorcimientos y demás bisutería»5. Si
el escritor se pone a narrar algo tiene que intentar contarlo todo tal como había
sucedido sin añadir nada por su cuenta. Dicho de otra forma, tiene que hacer al
lector creer en la literatura como en la propia realidad, hacerle olvidarse de las
barreras que separan el mundo creado del mundo real. Puede conseguirse este
efecto en la percepción del lector haciendo básicamente dos cosas: designando los
marcos de la obra de arte y creando una focalización, un punto de vista, cómodo
para el lector, dentro del espacio de la obra. Este punto de vista en una novela suele
ser representado por la figura del narrador. Si las dos técnicas están empleadas
acertadamente, el lector se olvida por algún tiempo de que está dentro de una
historia inventada, en la realidad ficticia, o sea, se olvida de la presencia del autor.
En las novelas de Jiménez Lozano, la función del marco puede ser
desempeñada por diferentes momentos externos respecto a los acontecimientos de
la historia que se cuenta, por ejemplo: un manuscrito hallado (en «El sambenito»,
«Parábolas y circunloquios de Rabí Isaac Ben Yehuda (1325 - 1402)»,
«Mudejarillo»), el sello del escriba (en «Sara de Ur»), los paralipómenos (en «El
viaje de Jonás»), las referencias al texto de la comisión redactora (en «Relación
topográfica»), las citas de los materiales de investigación, del Informe de la
5
Compañía (en «Teorema de Pitágoras»), los diarios de los personajes (en «Historia
de un otoño»), el mapa (en «Maestro Huidobro») etc.. El objetivo de la utilización
de estos elementos no es solamente convencer al lector de la veracidad de la
historia contada, sino también proveer a esta historia de las fuentes escritas, y de
este modo, encuadrarla en el contexto más ámplio de la historia del pueblo, del
país, de la humanidad.
Otra técnica narratológica tradicional que es común para Dostoievski y
Jiménez Lozano es la inclinación hacia la figura del narrador que se usa con el
fin de transmitir los acontecimientos con cierto distanciamiento pero al mismo
tiempo no desde el punto de vista del narrador omnisciente sino desde la misma
perspectiva en el aspecto temporal, espacial y estimativo en la que estos
acontecimientos habían sucedido. Tanto Dostoievski como Jiménez Lozano usan
con frecuencia este recurso empleando todo el abanico de posibilidades que da la
fugura del narrador. El narrador puede hablar en primera o en tercera persona,
puede transmitir los acontecimientos en los que participó o de los que fue testigo él
mismo o lo que había oido contar a los demás. Puede tener focalización tanto
interior como exterior respecto a la narración, puede ser omnisciente o conocer
sólo una parte de la historia. La imagen del narrador puede ser bastante concreta: le
puede caracterizar su manera de hablar, que suele transmitir su caracter y su visión
del mundo, también puede ser conocida su posición social, el lugar que ocupa en la
historia que cuenta, a veces incluso su nombre (tal como sucede en “Demonios” de
Dostoievski y en “Duelo en la Casa Grande” de José Jiménez Lozano). Tanto en
las novelas del clásico ruso como en las del escritor español el narrador suele tener
el mismo estatus social que los personajes y una visión del mundo parecida a la
suya. Además la focalización y el modo de ver el mundo del narrador determina en
gran medida la percepción de la historia por parte del lector.
También resulta ser muy importante no solamente el que cuenta la historia,
sino también el personaje a quien es contada. Es decir, el destinatario de la
narración desempeña un papel muy importante tomando parte activa en el diálogo
o escuchando en silencio. Pero su presencia en todo caso marca el comportamiento
6
y la manera de contar del narrador. Es decir, estamos ante unos casos de
dialogismo explícito o implícito del discurso, de orientación del discurso del
narrador hacia las palabras del otro. Éste también es un invento de Dostoievski,
apreciado y transformado a su manera por Don José Jiménez Lozano. A los
narradores y los destinatarios de la narración de los relatos breves de Jiménez
Lozano están dedicados varios capítulos del magnífifco libro de Francisco Javier
Higuero “La memoria del narrador”6. Me parece que los narradores de las novelas
merecen otro estudio especial. Yo solamente voy a señalar unos momentos que
emparentan a los narradores de los dos autores.
La siguiente cita de “Los Hermanos Karamázov” define con mucha
exactitud el estilo de narración y la manera de transmitir los acontecimientos a la
que aspiran dichos narradores. Se trata de la escena en la que Aliosha relata al
hermano Dmitri lo que pasó durante la cita de Grúsheñka con Catalina Ivánovna.
La cito en mi propia traducción literal, porque la traducción de que disponía omite
muchos momentos importantes. “Lo estaba contando durante unos diez minutos, su
relato no era muy hábil ni tampoco bien compuesto, pero parece que él lograba
transmitir muy claro lo que había pasado, captando las palabras más exactas, los
movimientos más importantes, transmitiendo muy vivamente, a menudo con un
solo detalle, sus impresiones personales. El hermano Dmitri lo estaba escuchando
en silencio...”7. Ésta, a mi juicio, podría ser una definición perfecta de la manera de
contar de los narradores de Jiménez Lozano, a quienes los destinatarios de la
narración también escuchan en silencio.
Sea quien sea el narrador no tiene que hacer sombra a la historia, taparla con
su figura, tampoco debe expulsar otras visiones de la realidad, debe dejar a los
peronajes que describan el mundo y estimen los hechos por su cuenta. Además,
aparte del narrador principal siempre existen otros personajes que cuentan sus
propias historias sobre ellos mismos o sobre otras personas que pueden estar
relacionadas directamente con la fábula general o no. De este modo la totalidad de
la historia se compone de diversas voces o de varias imágenes del mundo que a
veces están jerarquizadas y a veces son equitativas, igual de significativas para el
7
autor y para el lector. En este último caso se puede hablar de la polifonía, que es un
rasgo característico de la obra de Dostoievski. Como es sabido, Dostoievski fue
creador de la novela polifónica, en la que el uso del diálogo adquiere una
dimensión nueva basada en el carácter dialogístico de la palabra. Como demostró
Bajtín en los años 20 de siglo pasado, la polifonía, es decir la coexistencia de
deferentes voces equivalentes y equitativas, crea la polidimensionalidad del mundo
artístico de Dostoievski. Las voces, o sea, los discursos de los personajes, en la
novela del autor ruso no están organizadas, unas no dominan a las otras.
Dostoievski no tiene ninguna jerarquía de voces, ni tampoco la necesita porque lo
que le interesa es encontrar la verdad sobre el mundo y el hombre. Y para esta
búsqueda común viene muy bien el sonido de la resonancia coral de sus novelas.
Los niveles narratológicos en las novelas de Jiménez Lozano siempre están
jerarquizados, pero al nivel de los episodios también es posible hablar del
fenómeno de polifonía. Así, por ejemplo, el mundo del marido de Lita, ajeno a la
familia Soldati en “La boda de Ángela”, en ningún sitio aparece caracterizado por
el narrador, sino que se compone de las réplicas de los invitados, de las
descripciones de diferentes personas. Asimismo en “Duelo en la Casa Grande” la
historia se va reconstruyendo a partir de numerosos acontecimientos sueltos que
van recordando los personajes, ya que el narrador no es capaz de relatar lo
sucedido.
Otro elemento parecido en la narrativa de Fiódor Dostoievski y la de José
Jiménez Lozano son sus personajes. Lo primero que salta a la vista es que los dos
autores cuentan las historias de las pobres gentes, de los desgraciados, de los
humillados y ofendidos. Sin embargo, esta similitud externa esconde las
diferencias. Son personajes parecidos, eso sí, pero, en primer lugar, tienen
diferente actitud ante su desgracia. Dostoievski describe al pobre hombre que está
airado, enfurecido contra su desgracia y ofendido con el mundo, que se subleva
contra su tragedia, no acepta su condición de pobre, que no quiere ser humillado y
ofendido. Los personajes de Dostoievski se rebelan contra ellos mismos, contra el
mundo y contra Dios. Y las pobres gentes de Lozano suelen reconciliarse con su
8
desgracia, resignarse ante ella, la tragedia se convierte en algo natural, cotidiano.
En segundo lugar, la actitud de los narradores respecto a estos personajes también
es diferente. El narrador de Dostoievski está indignado con las desgracias de sus
prójimos, no puede ver tanto dolor, tanto mal y tanta amargura, él no acepta el
mundo donde hay tantos sufrimientos por parte de los inocentes. En cambio el
narrador de Jiménez Lozano sabe que el mal y los sufrimientos son inevitables en
el mundo, compadece a estos pobres personajes pero se resigna con su
desesperación, porque sabe que el mundo es así, que siempre ganan unos y pierden
otros. Él no tiene ilusiones sobre este mundo, por eso su estado de ánimo natural es
la melancolía. ¿Y qué se puede hacer si hay tanta injusticia, tanto dolor y tanta
muerte en el mundo?
Tanto en la obra de Dostoievski como en la de Jiménez Lozano el análisis
psicológico de los personajes, tradicional para el realismo en la literatura, se
transforma de tal manera que sus personajes parecen carecer de psicologismo. La
apariencia física es descrita por los dos autores a grandes rasgos: la figura, los ojos,
las manos, el carácter casi no se describe, o por lo menos no se desarolla, no
cambia a lo largo de la historia. Para ambos autores es importante mostrar la
esencia de la persona, o sea, dicho con palabras de Ivan Karamázov, «en que cree,
que espera»8. Por lo visto, por una parte, los dos escritores se niegan a crear
imágenes detalladas de los personajes porque desconfían de las posibilidades del
análisis psicológico. Por otra parte, el personaje para ellos no es sólo una figura
que actúa; es una visión del mundo personalizada, que se manifiesta por medio de
la voz para Dostoievski y por medio de la visión del mundo para Jiménez Lozano.
Y aquí mismo empiezan las diferencias. Los protagonistas de Dostoievski son
personajes-ideólogos, conciben el mundo y conocen su posición en él a través del
discurso, por eso en todas las novelas de Dostoievski los personajes hablan más
que actúan. En realidad no hacen sino hablar, principalmente de cosas de
importancia vital para ellos. Y en las novelas de Jiménez Lozano los personajes
hablan muy poco. Algunos, como San Juan, prefieren el silencio porque saben que
las palabras no significan nada, los otros porque no saben decir su palabra, porque
9
nunca tuvieron esta posibilidad. Los personajes del autor español muchas veces
son los seres humanos a quienes la historia les debe el derecho de pronunciar su
palabra. Ellos callan porque no aciertan relatar la historia de la injusticia, de sus
sufrimientos, simplemente no tienen palbras para ello, como, por ejemplo, La
Chaba en “La boda de Ángela”.
Así pues, se puede decir que la polidimensionalidad del mundo literario de
José Jiménez Lozano representa una fusión de diferentes imágenes del mundo, es
decir, su mundo es polivisual. Los personajes de este autor no tienen su discurso,
no saben describir con palabras su mundo, y tampoco el autor confiía mucho en las
palabras, por eso en vez de sustituir con su propio discurso el de los personajes, él
intenta enseñar el mundo con sus ojos, describirlo tal como lo ven estos
desgraciados que ni siquera tienen palabras para contar sus tragedias. El autor
simplemente describe lo que ellos ven, sin deducciones o generalizaciones, de las
que estos personajes no serían capaces. Él acepta su visión de mundo, o mejor
dicho se pone a ver el mundo con los ojos de sus personajes. Creo que por eso
aparecen en sus textos largas enumeraciones, sintagmas nominales, porque los
personajes sólo saben nombrar las cosas, pero no saben organizar su discurso. La
realidad en las novelas de Jiménez Jiménez Lozano está dividida en los pequeños
fragmentos que la mirada humana es capaz de percibir en un momento de tiempo.
Jiménez Lozano describe los acontecimientos tal como lo haría un campesino
analfabeto, por ejemplo, en “La salamandra” o en “Duelo en la Casa Grande”, o
pinta Fontiveros desde la focalización de un niño: «... cómo era su pueblo del
niño... Pues un pueblo... Pero que estaba lleno de cosas y tenía la torre y la iglesia,
las campanas y la cigüeña, la plaza y las calles, los palacios, las casas y las
nagüelas…»9.
La literatura de Jiménez Lozano es pictórica, recuerda la impresión que uno
obtiene de la pintura: tiene poco razonamiento (lo que se ve perfectamente si
elegimos como término de comparación a Dostoievski), pero crea unas imágenes
muy visibles y muy palpables. Logra crear la impesión visual. Por eso, volviendo
al paralelo con la obra de Dostoievski, se puede decir que, si el mundo del escritor
10
ruso, que es la suma de las voces, es polifónico, el universo de Jiménez Lozano es
polivisual, es decir es resultado de la coexistencia de varias visiones del mundo.
Bajtín utilizó un término musical como metáfora para definir las características de
la novela de Dostoievski, en el caso de la obra de Jiménez Lozano es conveniente
trazar el paralelo con la pintura. Explicando el concepto de polivisión se puede
decir que el escritor no describe el mundo desde una focalización (que a menudo
en la literatura equivale a la posición del propio autor) sino utiliza las diferentes
posibilidades de la perspectiva, enseñando las cosas y los hechos desde diferentes
puntos de vista.
Hay que tener en cuenta que además ninguno de estos puntos de vista
domina en la novela, no tapa otras visiones, el tejido de la novela se crea a partir de
muchos recortes, que constituyen los mundos de los personajes, y en cada uno de
estos fragmentos como en una gota del agua se puede ver el reflejo de todo el
mundo. Por ejemplo, a través de la vida de Isidro Huidobro se transparenta la
historia de Alopeka compuesta de las vidas de sus habitantes, clarea también la
historia bíblica: desde la creación del mundo hasta el Juicio Final. Y la semana de
la vida de Eli, personaje de la novela “Ronda de noche”, puede ser equiparada con
las Pasiones de Cristo. Es decir, el mundo de un personaje forma parte del lienzo
más grande, una imagen sintética que tiende a convertirse en la historia de toda la
humanidad.
Puede parecer que Jiménez Lozano empobrece su mundo literario
rechazando la creación de la imagen psicológica del personaje. Pero, en mi
opinión, se trata de otra escala de mímesis: Lozano resucita no sólo a los
personajes sino todo un fragmento del mundo, su parte importante pero olvidada.
Le interesan las cualidades inherentes al mundo y al hombre, lo que rebasa los
límites de la psicología de un hombre o de una historia concretos. El autor no tanto
describe la persona concreta cuanto destaca las cosas fundamentales de la
naturaleza humana, lo característico de cualquier ser humano. Tal como fue
señalado antes, pretende representar la parábola del mundo (en este sentido, puede
servir como ejemplo la imagen de la ciudad en la “Relación topográfica”, que es
11
concreta y simbólica al mismo tiempo). Por esta misma razón, como nadie conoce
cómo será el final del mundo, al nivel del argumento casi todas sus novelas tienen
un final abierto, lo que veremos con más detalle en adelante. En vez de retratar al
personaje el escritor describe su imago mundi, que se compone de las cosas que
uno conoce desde la infancia, de las personas con las que se encuentra uno, de las
historias que ha oído en su vida, historias bíblicas entre otras. Una representación
gráfica de tal imagen la podemos ver al final de “Maestro Huidobro” en el mapa
trazado por el protagonista.
Lo bíblico ocupa un lugar significativo en el universo literario de Jiménez
Lozano. La vida del hombre es un constante revivir la historia bíblica, su reflejo y
su repetición. El paraiso, el infierno, el calvario están siempre presentes en la vida
de los personajes, de este modo la historia de cada hombre está en correlación con
la historia bíblica. O también una história bíblica puede ser contada como la
historia de un hombre pequeño.
Lo bíblico sirve de fondo en la narrativa de Jiménez Lozano y tiene dos
funciones importantes. En primer lugar, es una manera de enseñar la equidad de
diferentes visiones del mundo, hacer ver que que si las comparamos en este fondo
de la historia bíblica en realidad no se destinguen mucho. En segundo lugar, el
paso que se hace de la vida del hombre concreto hacia la historia universal, muchas
veces significa también el paso de lo real a lo fantástico. Pueden servir de ejemplos
el árbol genealógico de Maestro Huidobro que florece y da frutas, el Paraíso
terrenal donde pasan el Tigris y el Eúfrates, adonde los lleva a Idro y a sus
compañeros del colegio un tren perdido, o el padre de Marta Estévez (“Teorema de
Pitágoras”) que está hablando con un ángel negro en el vagón de un tren. En estos
casos sigue Jiménez Lozano el siguiente principio formulado por Dostoievski “lo
fantástico tiene que tocar lo real en tal medida que uno esté a punto de creerlo”.
El principio de caleidoscopio, de combinación de varios fragmentos de la
realidad es la pauta principal de la creación de un universo artístico que no está
basado en las ideas monológicas. Hablando de la polifonía de Dostoievski Bajtín
decía que para orientarse en su complicado mundo literario hace falta prescindir de
12
la práctica de la percepción monológica. El significado del pensamiento polifónico
creado por Dostoievski rebasa los límites de la composición de la novela y tiene
que ver con los principios básicos de la estética europea.
En las novelas de Jiménez Lozano también nos enfrentamos al mundo
creado según las pautas que no son monológicas. La polidemensionalidad del
mundo se logra por medio de la composición de las distintas voces en el caso de
Dostoievski y de las imago mundi en el caso de Jiménez Lozano. De esta manera
se forma la totalidad de la novela polifónica o polivisual que no depende
completamente de la voluntad del autor. Eso quiere decir que en estas novelas no
existe una verdad uniforme y única impuesta desde fuera (en una novela
monológica generalmente por el autor). La verdad en general no está expresada
verbalmente, sino que se compone de unas voces y unos puntos de vista a nivel de
toda la novela. Por eso si intentamos analizar este tipo de novela con las pautas
monológicas nos parecerá que se descompone muy fácilmente, que la novela
entera no existe. Resulta así porque los elementos que suelen asegurar su unidad en
la novela tradicional en este caso no cumplen su función.
El argumento no contribuye a la unidad de la novela de los dos autores. Al
lector le parece que no están concluidas. Y efectivamente no lo están si esperamos
encontrar un final y una conclusión única, monológica. Las novelas se componen
de muchos episodios muy debilmente relacionados entre sí a nivel del argumento.
Sin duda alguna existe una relación, unos vínculos entre ellos, pero son más
profundos que la unidad de acción. El argumento, tal como la propia historia de la
humanidad, no tiene final, se queda abierto. La intriga, si es que la hay, suele ser
intencionadamente confusa. A veces el narrador no posee toda la información, sólo
sabe lo que saben los personajes en el momento de los hechos. Así están
organizados “Demonios” de Dostoievski y “La boda de Ángela” de Jiménez
Lozano. A menudo los acontecimientos principales ya han sucedido y se cuentan
desde la focalización retrospectiva, y además el narrador al principio anuncia cómo
va a terminar la historia. Cabe notar que esta última técnica que se usa poco en la
literatura moderna, en la que el agrumento y su desenlace suelen asegurar la
13
atención del lector a lo largo de la novela, sin embargo no es nueva. Es suficiente
acordarse de Eurípides y otros griegos que antes de empezar el espectáculo solían
recordar a los espectadores el mito que iba a ser representado porque el desarollo
del argumento no era lo que más les importaba en una tragedia. Así, siguiendo
también esta lógica, en “La Salamandra”, en “Duelo en la Casa Grande”, en “El
Mudejarillo” resulta tan importante la historia misma como todo lo que está
vinculado al hecho de contarla. En el caso de “Sara de Ur” y “El viaje de Jonás” el
lector también conoce el final de la historia, de modo que aquí tampoco el interés y
la atención del lector están aseguradas por medio del argumento.
Hablando de este tipo de composición, de la destrucción del orden externo y
formal de los acontecimientos con el fin de crear la integridad interior de la
imagen, quisiera recordar a otro clásico ruso: Lev Tolstoi. Su influencia es una
constante en muchos escritores significativos del siglo XX. Don José Jiménez
Lozano tampoco niega esta influencia. En esta ponencia quería señalar el parecido
de la composición de “Jadzhi Murat”, última narración de Tolstoi, considerada
como su testamento artístico, y la composición de las novelas de Jiménez Lozano.
La historia de la vida del protagonista se cuenta en 120 páginas, se usa el recurso
del marco, es decir el narrador no sólo cuenta la historia, sino también lo que le ha
impulsado a relatarla. “Jadzhi Murat” está dividido en capítulos cortos que
representan diferentes momentos de la historia y que se combinan como las
imágenes en un caleidoscopio. Estas facetas del relato deben ayudar al lector a ver
el caracter del personaje y la verdad de la historia. Como se puede ver aquí hay
coincidencias con la composición de varias novelas de Jiménez Lozano.
Volviendo a las narraciones de Jiménez Lozano se puede señalar que el
desarollo de la acción en sus novelas no es dinámica. No le interesa la evolución
del mundo, el mundo es representado aquí y ahora, en toda su complejidad, con
todas sus contradicciones. Además, debido a los paralelismos bíblicos se da a
entender que la cosa principal de este mundo, el ser humano, su alma, sus pesares y
alegrías, no cambia mucho con el paso de tiempo. «El hombre y su misterio siguen
siendo los mismos de Ur a nosotros…»10. El mundo exterior de las cosas apenas
14
tiene valor, lo que importa es el alma del hombre. La costumbre de desprenderse
de lo externo en la búsqueda de la última verdad a veces conduce a los personajes
al silencio. El silencio es otro modo de hacer conocer lo que pasa en el alma de un
ser humano. El papel del silencio es muy significativo en la obra de Jiménez
Lozano.
El autor prefiere el silencio o un detalle profundo y significativo, que se ve
con los ojos del personaje o del narrador, a la explicación directa de lo que había
pasado. Por eso el lector debe estar muy atento a esos detalles, si no, no se entera
de la historia. Esta misma técnica la encontramos en la novela de Dostoievski
“Crimen y castigo” en la que no aparece el artículo de Raskólnikov donde él
desarolla su teoría de que todo está permitido, pero los personajes discuten este
artículo, le responden. De este modo se crea cierta tensión alrededor de las ideas
del protagonista, se asegura la atención del lector, que obtiene la posibilidad de
reconstruir el contenido de este artículo y pensar en éste él mismo, porque no se
sabe la opinión del autor al respeto. Asimismo en las narraciones de Jimenéz
Lozano para la aparición de un detalle significativo es elegido o, mejor dicho, es
creado un momento de la máxima atención del lector. El ejemplo más
representativo de ésta técnica es el concurso televisivo ganado por las señoras, o
sea, el momento en el que se lee el mensaje. Esta novela tiene un elemento
policíaco que adquiere un sentido cómico y que es usado de modo paradójico
porque su función no es atrapar la atención del lector, sino decirle la verdad sobre
él mismo, sobre el mundo. Esta técnica no conduce al desenlace de la intriga sino a
la nada, al espacio vacío que sirve de fondo perfecto para el mensaje que leen
Clemencia y Constancia a los teleespectadores y que al mismo tiempo es el
mensaje del escritor a sus lectores, mensaje al que concede una gran importancia.
Expresar su idea directamente y de modo verbal es inútil e imposible. Según
el escriba «... si ves a Sara o la oyes reír, no acertarás nunca a escribirlo»11. La
verdad es indecible, es la dominante de la obra entera de los dos escritores
estudiados. Y esta dominante determina la poética de sus textos.
15
Si en el universo artístico pueden coexistir varias voces, varias conciencias o
varias visiones del mundo sin que ninguna domine a las demás, eso significa que
existe un punto de vista superior a todas ellas, capaz de absorber todas estas
conciencias. Si nos parece que el texto se descompone, no tiene unidad aparente,
eso quiere decir (cuando estamos hablando de la obra de Dostoievski y la de José
Jiménez Lozano) que su momento unificador se encuentra fuera de las apariencias,
a un nivel más alto. Sin duda, tanto para el escritor español, como para el ruso este
momento que lo integra todo es la actitud religiosa, cristiana. Ya he dicho que para
los dos autores la literatura es teología. Las contradicciones que inevitablemente
existen entre varias voces no se anulan dialécticamente, sino que con una maestría
de filigrana dan paso al tiempo-espacio donde el hombre se encuentra con su
pensamiento ante Dios mismo. Probablemente es esta la afinidad principal de las
poéticas de los dos autores citados. Pero en sus textos esta presencia de lo alto se
da de formas distintas.
En la obra de Dostoievski esta idea unificadora no se manifiesta, no
encuentra su personificación. Sus novelas no tienen ningún momento unificador
perceptible lo cual nos permite hablar de la auténtica polifonía. Por esta razón
Dostoievski siempre tenía mucha dificultad para terminar sus novelas.
La figura que seguramente encarnaba el ideal ético y artístico para el autor
real era la figura de Cristo, pero nunca logró plasmarla en su obra. La búsqueda
persistente de este momento unificador podemos juzgarla por el profundo interés
del escritor ruso por el Evangelio y por cualquier imagen que personificaba la idea
cristológica, en particular por Don Quijote. Es conocido que incluso escribió un
texto, que según él, representaba un capítulo de la novela de Cervantes que no
había sido publicado. Los personajes favoritos de Dostoievski tienen rasgos
cristológicos. Son personas extrañas, la gente los considera locos, el mundo no los
acepta, pero a ellos tampoco les importa mucho el mundo. Les importan otras
cosas: la fe, la verdad, la justicia, la belleza.
Hablando de la imagen de Cristo e incidiendo en su suma importancia para
el mundo artístico tanto de Dostoievski como de Jiménez Lozano, quisiera señalar
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un momento de intertextualidad. La característica del cardenal de Noailles en
“Historia de un otoño” repite casi literalmente una frase famosa de “Demonios”:
“Era de esos cristianos que si, por un imposible, se les demostrase que la verdad
está fuera de Cristo, exclamarían siempre: “Prefiero estar con Cristo a estar con la
verdad” y que si tuvieran que elegir entre la felicidad y Cristo, elegirían a Éste, sin
dudarlo, aunque, realmente, en el mundo hubiese felicidad.»12
En la obra de Jiménez Lozano también hay muchos personajes ajenos al
mundo. Por ejemplo Damián, el protagonista de “La Salamandra”, que quiere bajar
al pozo para ver la salamandra (una metáfora constante en la obra del autor
español), y al que envían al manicomio porque ve a Cristo “bajo las mesas entre
barillo de los zapatos, las colillas... y los escupitajos...”13. Cabe recordar también
que precisamente al tonto del pueblo le ponía Simone Weil en el centro del mundo.
Para ella la muestra del genio literario (al contrario del talento) era la capacidad de
contar las desgracias de estas gentes. A partir de “La boda de Ángela” (1993) en
las novelas de Jiménez Lozano aparece un nuevo tipo de personajes, son las
personas a las que no les gusta el mundo existente, que ocupan en la vida una
posición activa, nunca traicionan su valores ni hacen pactos con su conciencia y
«tratan de ser libres, siquiera sea en un pequeño espacio, pero eso sí: en ese
espacio: «ni Chancelier, ni personne».»14 Y lo más importante es que logran
realizar lo que quieren, consiguen cambiar el mundo, por lo menos en el espacio de
la novela. Son capaces de querer y de compadecer al prójimo, y logran mejorar un
poquito la vida aunque sea dentro de su familia o de su pueblo. Esos persoanjes
son Tesa y Doña Teresa en “·La boda de Ángela”, la señora Estévez y Crisitina de
“Teorema de Pitágoras”, las protagonistas de “Las señoras” Clemencia y
Constancia y otros. Son los personajes que de un modo o de otro repiten el destino
de Cristo, es decir se sacrifican para los demás, simplemente porque es su forma de
ser.
El mundo de las novelas de Jiménez Lozano originalmente no está partido,
no se descompone en fragmentos aislados, tal como sucede en la obra de
Dostoievski, sino que consigue la unidad gracias al amor y a la compasión. En el
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mundo de Jiménez Lozano hay sitio para la esperanza. Su mundo es polifacético,
pero tiene un elemento unificador a nivel de ideario. En el espacio de sus novelas
exite el mal metafísico que el autor sin embargo distingue del crimen cometido por
el hombre. El mal está no sólo en el mundo sino también en el ser humano.
Jiménez Lozano comparte la idea de San Agustín sobre el pecado original de cada
persona. Estas ideas determinan la actitud del autor respecto a sus personajes. Si el
hombre es capaz de hacer el mal, es debil y pobre, no hay que recrminárselo. Sólo
se le puede compadecer.
Para conocer este mundo existe solamente un camino: hay que aceptarlo en
todas sus manifestaciones, incluidas las horribles y crueles. La desgracia se
convierte en el centro del universo de las novelas de Jiménez Lozano. La desgracia
no es una casualidad, ni tampoco un error, ni un precio de la felicidad de los
demás. El mal universal está descrito como absolutamente inevitable, y puede ser
comparado con la exactitud de las fórmulas matemáticas. «Los tres ángulos de un
triángulo equivalen a dos rectos», «el crucigrama sale siempre», «la Gran Araña
nunca pierde»15 ésta es la metáfora de la fatalidad del mal en la obra de Jiménez
Lozano. El mal y la desgracia son partes inherentes al mundo, por consiguiente, el
conocimiento del mundo en su plenitud es posible sólo a través del pozo donde el
hombre se enfrenta a la salamandra.
Pero Lozano (a diferencia de Dostoievski) nunca deja a sus personajes en el
fondo del pozo. A pesar de un acentuado sentido trágico en la mayoría de sus
historias, no hay desesperación, siempre hay alguna salida. No se ve enseguida, ni,
probablemente, conviene a todos los lectores, ni tampoco es evidente porque esta
salida es posible fuera del ruido del mundo de las soluciones fáciles, fuera de lo
social. Pero existe, y precisamente este escape asegura la unidad del mundo
artístico de Jiménez Lozano, la unidad que no está asegurada con medios más
tradicionales, como hemos visto. Esta salida es la luz que ven los personajes que se
enfrentan con el horror del mundo, con la salamandra. Para los creyentes, desde
luego, es Cristo. Esta luz la ven los personajes de Jiménez Lozano a los que,
podríamos llamar cristológicos y que tienen constantes analogías en la obra del
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clásico ruso. Para Dostoievski es ante todo el conde Myshkin, protagonista de “El
idiota”.
Y en la obra de Jiménez Lozano hay muchos personajes de este tipo. Al
bajar al pozo y al ver luego la luz el hombre se transforma, se convierte en el
personaje favorito del autor, se hace un eje alrededor del cual comienzan a girar los
acontecimientos, el tiempo y el espacio de la novela. Como ya he dicho, en los
marcos de la novela consiguen vencer el mal, hacer mejor la vida de los demás.
Ejemplos de esas pequeñas victorias son el mensaje de Clemencia y Constancia, la
“academia para conversar” de Maestro Huidobro, la boda de Ángela que no se
celebró, el Orfanato en “Relación topográfica”, donde las muchachas se sienten
felices escuchando la música del cura pelirrojo. Jiménez Lozano no sólo plantea
estas cuestiones y hace al lector pensar en ellas, sino que también propone las
soluciones, o mejor dicho las proponen sus personajes. El autor mismo quizás diría
que no sabe el modo de vencer el mal en el mundo, pero sus personajes encuentran
salidas en el espacio de la historia contada y el autor, por su parte, convenciendo al
lector de que es una historia verdadera pone estas salidas y estas soluciones en el
ámbito extraliterario. Creo que en la combinación de estos dos factores esta la
clave de por qué unas historias tan trágicas no producen sensación de fatalidad y de
desesperación, sino que dejan en el alma del lector un poco de luz.
El mundo literario de Dostoievski se construye en búsqueda de la felicidad
universal, pero la mayoría de los personajes siguen siendo infelices. Y en la obra
de Jiménez Lozano la desgracia está en el centro del mundo, pero existe la
posibilidad de ser feliz. Claro está, este camino no es para todos los lectores, pero
si él cree en lo que lee, por lo menos se desengañará para simpre de las soluciones
fáciles, de las posibilidades de mejorar el mundo por medio de la violencia o las
revoluciones. Me parece incluso que si logra ver el mundo con los ojos de los
personajes de Lozano eso cambiará su visión del mundo real, extraliterario.
He indicado algunos parecidos en la composición del texto literario de
Fiódor Dostoievski y el de José Jiménez Lozano. Hemos visto las coincidencias en
las imágenes de los personajes, de los narradores y de los narratarios, en la
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posición del autor, en el uso del marco, en el modo de desarollar el argumento, y
finalmente, en fenómenos como la polifonía y la polivisión. La obra de
Dostoievski me sirvió como una especie de fondo que permitió descubrir y aclarar
muchas particularidedes de la poética de las novelas del escritor español.
Esta poética es resultado de una actitud ética que puede caracterizarse por el
profundo interés hacia el otro, un interés sincero que no está basado en la pura
curiosidad ni en la búsqueda de un espejo apropiado para su propia personalidad
(para encontrar su doble), sino porque el otro le interesa de verdad. Jiménez
Lozano, formulando esta actitud credora suya, dice que quiere dar la posibilidad de
hablar, de contar su historia a los que estaban condenados al silencio y al olvido. Y
Dostoievski construye el discurso del otro.
Los dos escritores ofrecen una nueva focalización para mirar al mundo y al
hombre, que permite ver las cosas que no se veían antes. Me parece que Jiménez
Lozano descubre en cada persona, tanto en las pobres gentes como en los profetas
su faceta pequeña, pobre y desgraciada.
Uno de los valores principales de la obra de Jiménez Lozano es que enseña
al lector el mundo que éste no está acostumbrado a ver porque “prefiere no mirar”.
Esas visiones del mundo son diferentes pero todas dicen su verdad sobre el hombre
y el mundo. Y aunque el lector no acepte esta verdad, en todo caso obtendrá una
inmunidad contra la visión dogmática del mundo, será más capaz de conservar sus
propias ideas sobre el mundo rechazando varias ideologías impuestas de fuera.
Hoy en día ya es un gran mérito. Ésta es, según mi opinión, la transcendencia ética
de la obra de José Jiménez Lozano.
A modo de conclusión me gustaría citar unas palabras de Mijail Bajtín
extraídas de su ensayo titulado “El arte y la responsabilidad”: “El arte y la vida no
son lo mismo, pero tienen que fundirse en mí, en la unidad de mi
responsabilidad.”16. Es decir, el escritor tiene que unir en su personalidad la vida y
la creación no de manera mecánica, sino por medio de su responsabilidad. Esta
responsabilidad del autor ante lo que escribe y la necesidad vital de unir la vida y
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la obra para conseguir la verdad absoluta la encontramos tanto en la obra de
Dostoievski como en la de Jiménez Lozano. Gracias.
Notas:
Jiménez Lozano, José. Unas cuantas confidencias. Madrid: Ministerio de Cultura, 1993. P. 23.
Una estancia holandesa: Conversación / José Jiménez Lozano y Gurutze Galparsoro. Barcelona: Anthropos
Editorial, 1998. P. 45 – 49.
3
Jiménez Lozano, José. Por que se escribe // José Jiménez Lozano. Premio nacional de las Letras Españolas 1992.
Madrid: Ministerio de Cultura, 1994. P. 25
4
Jiménez Lozano, José. Unas cuantas confidencias. Madrid: Ministerio de Cultura, 1993. Р. 33.
5
Piedra, A. Conversación de un cuarto de hora. Entrevista con José Jiménez Lozano. // Archipiélago. № 26 – 27,
1996. P. 135.
6
Higuero, Francisco Javier. La memoria del narrador. Intertextualidad anamnética en los relatos breves de Jiménez
Lozano. Valladolid: Ambito, 1993.
7
Dostoievski, Fiodor Mijailovich. Obras completas. Vol. XIV. Bratiya Karamazovy. Leningrado: Editorial
“Nauka”, 1976. P. 142.
8
Dostoievski, Fiodor Mijailovich. Obras completas. Vol. XIV. Bratiya Karamazovy. Leningrado: Editorial
“Nauka”, 1976. P. 214
9
Jiménez Lozano, José. El mudejarillo. Barcelona: Anthropos, 1992. Р. 31.
10
Jiménez Lozano, José. Tolskovski prizyv. // Lev Tolstoi i sudby chelovechestva na poroge tretiego tysiacheletija.
Yasnopolianskie vstrechi 1996 – 1998. Tula, 1999. С. 18. Traducido del español por P. Grushko.
11
Jiménez Lozano, José. Sara de Ur. Madrid: Espasa Calpe, 1997. p. 178.
12
Jiménez Lozano, José. Historia de un otoño. Barcelona: Destino, 1971. P. 103.
13
Jiménez Lozano, José. La salamandra. Barcelona: Destino, 1973. P. 165
14
Jiménez Lozano, José. Unas cuantas confidencias. Madrid: Ministerio de Cultura, 1993. P. 23.
15
Jiménez Lozano, José. Teorema de Pitágoras. Barcelona: Seix Barral, 1995. Pp. 121, 91, 90 respectivamente.
16
Bajtín, Mijail Mijailovich. Iskusstvo y otvetstvennost´. // Bajtín, Mijail Mijailovich. Literaturno-kriticheskie
statyi. Moscú, 1986. P. 3 – 4.
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