La Nueva Cuestión Macedonia y la
integración europea
Antonio Muñoz Sánchez © 2002
urtier@hotmail.com
Este artíículo estaí motivado por la reciente resolucioí n del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos sobre la minoríía macedonia en Bulgaria 1. Esta resolucioí n es
una críítica directa al modelo buí lgaro de reconocimiento de las minoríías del paíís.
Resulta llamativo desde el punto de vista políítico dado que, al contrario que en
otros paííses de la regioí n, la cuestioí n de las minoríías no ha sido un factor de
conflicto interno desde el fin del comunismo en Bulgaria, en parte gracias a este
modelo de participacioí n de las minoríías que ahora se pone en tela de juicio.
Veí ase Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Caso de Stankov y la Organizacioí n Macedonia
Unida Ilinden contra Bulgaria, Estrasburgo, 2 de octubre de 2001. En ella baí sicamente se dice que
el Estado buí lgaro no debe prohibir las actividades de una organizacioí n que predica el fin del
Estado y la unioí n de una de sus regiones a otro Estado vecino.
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La cuestioí n de los macedonios en Bulgaria es soí lo un caso maí s del complejo
asunto de las tensiones nacionalistas en los paííses balcaí nicos, que ha sido uno de
los ejes de la profunda crisis políítica y humanitaria vivida en la regioí n a raííz de
las guerras de Yugoslavia y que ha dejado huellas profundas de odio y de
intolerancia que pueden reabrirse y extenderse por la regioí n en el futuro. Pese a
su determinacioí n por promover la democracia y la estabilidad en la regioí n, la UE
no ha desarrollado una posicioí n clara sobre coí mo debe combinarse el apoyo al
derecho de las minoríías con la preservacioí n de la estabilidad interna de estos
paííses y del conjunto de la regioí n.
El objetivo de este artíículo es analizar uno de esos conflictos regionales que
deben interesar a la UE en su políítica global hacia los Balcanes, la asíí llamada
Nueva Cuestioí n Macedonia, y animar con ello al debate sobre este complejo
asunto. El nombre Nueva Cuestioí n Macedonia responde a que algunos autores la
consideran en alguí n modo la reactivacioí n de un complejo conflicto regional
nacido a mediados del siglo XIX y que se creíía definitivamente superado desde la
Segunda Guerra Mundial, que se llamoí Cuestioí n Macedonia. Con el objetivo de
conocer las raííces histoí ricas de este problema, la primera parte del artíículo hace
un repaso de esta Cuestioí n Macedonia entre mediados del siglo XIX y los anñ os 40
del siglo XX.
En la segunda parte del artíículo se analizaraí la Nueva Cuestioí n Macedonia, que se
inicioí a raííz de la creacioí n de la Repuí blica de Macedonia (reconocida
internacionalmente como Antigua Repuí blica Yugoslava de Macedonia, o FYROM).
Al igual que en el caso de la primera Cuestioí n Macedonia, un factor esencial del
desarrollo de este conflicto estaí en el papel de la comunidad internacional, y muy
especialmente la UE. Como es sabido, el problema se inicioí en 1991 a raííz de la
disputa sobre el nombre del nuevo Estado, siendo un miembro de la UE, Grecia
-cuyos motivos son analizados en un capíítulo- su principal instigador. Maí s
recientemente, la UE se ha implicado en la resolucioí n del conflicto interno de la
FYROM en 2001, que sin embargo sigue latente.
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Con la UMO-Ilinden y los macedonios de Bulgaria la cuestioí n macedonia entra
por primera vez en la agenda de las negociaciones con un paíís candidato a la UE.
Como se muestra en un capíítulo sobre el tema la cuestioí n de la minoríía
macedonia en Bulgaria es un problema menor, y seguramente por la buena
voluntad del Gobierno buí lgaro es muy probable que desaparezca de la agenda
políítica a medio plazo.
Si Grecia y Bulgaria fueron fundamentales en la Cuestioí n Macedonia del siglo XIX,
en la Nueva Cuestioí n Macedonia es la FYROM y su viabilidad como paíís el nuí cleo
del embrollo. Coí mo va a evolucionar resulta imprevisible. Un fracaso tendríía
consecuencias seguramente gravíísimas para la estabilidad de toda la regioí n de
los Balcanes. Si la Nueva Cuestioí n Macedonia seraí historia en unos anñ os o por el
contrario se enquistaraí como uno de los problemas endeí micos en los Balcanes es
el tema del uí ltimo capíítulo del artíículo.
El autor de este artíículo es críítico con la actual políítica de la UE en los Balcanes.
1. La Cuestión Macedonia
En el teí rmino Cuestioí n Macedonia se resumen una serie de conflictos polííticos
entre los paííses de la regioí n Sur de los Balcanes que se inicioí hace 125 anñ os y se
prolongoí maí s allaí de la caíída del Imperio Otomano tras la Primera Guerra
Mundial. Con el nuevo orden impuesto por la Guerra Fríía estos conflictos se
creíían definitivamente superados. Sin embargo, la descomposicioí n de Yugoslavia
y la creacioí n de un Estado macedonio -la FYROM- reactivoí algunos de los viejos
problemas, afectando en distinto grado tanto a la estabilidad interna de los
paííses de la zona como a las relaciones entre ellos. Es lo que se algunos autores
llaman la Nueva Cuestioí n Macedonia.
La Cuestioí n Macedonia encuentra explicacioí n en la enrevesada historia de los
Balcanes. Nacioí en el ultimo cuarto del siglo XIX ligada a las aspiraciones de los
joí venes Estados balcaí nicos (Grecia, Serbia, Bulgaria) sobre los territorios
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europeos que auí n conservaba el Imperio Otomano, entre los que Macedonia era
la regioí n mayor. Estos Estados estaban animados por un fuerte nacionalismo que
les llevaba a concebirse a síí mismos como el Piamonte de los griegos, de los
buí lgaros, de los serbios, que debíía realizar la funcioí n histoí rica de liberar a sus
hermanos del dominio de Estambul y unirlos a la «madre patria». Pero la
cuestioí n no era tan simple ya que, desde la perspectiva del nacionalismo eí tnico y
cultural del siglo XIX, el caraí cter de estas regiones europeas bajo el control de los
turcos resultaba casi esquizofreí nico, ya que en ellas no existíía una divisioí n
territorial clara entre las poblaciones que los nacionalistas consideraban serbia,
griega o buí lgara.
Pero la cuestioí n iba maí s allaí de un asunto de doí nde situar las futuras fronteras
una vez que se terminara con el dominio turco en Europa. Como veremos, el
fondo de la cuestioí n estaba en el tremendo choque histoí rico que en los Balcanes
provocoí la brusca imposicioí n del nacionalismo identitario y exclusivista del
Estado-nacioí n sobre el complejo Imperio multicultural Otomano. El otro
elemento clave fue la intervencioí n de las potencias extranjeras que, lejos de
servir a una resolucioí n pacíífica, provocoí que la cuestioí n se complicase auí n maí s.
Antecedentes: el fin del Imperio Otomano y la influencia de las potencias
europeas
Recordemos que por nacionalismo se entiende el principio políítico seguí n el cual
«la unidad políítica y la nacional deben ser congruentes", y se considera la nacioí n
como una unidad geograí fica, cultural e histoí rica. Asíí, el objetivo del nacionalismo
es crear una unidad políítica, un Estado, partiendo de una unidad supuestamente
homogeí nea que es la nacioí n. Sin embargo, esta nacioí n no es sino una invencioí n
cultural. Aunque siga siendo anatema en varios paííses de Europa del Este, e
incluso en Europa occidental lo olvidemos a veces, no estaí de maí s recordar que
«las naciones, como medio natural y otorgado por Dios para clasificar a los
hombres, como destino políítico heredado aunque largamente postergado, son un
mito; y el nacionalismo, que a veces se apodera de culturas preexistentes y las
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convierte en naciones, a veces las inventa, y a menudo lo arrasa culturas
preexistentes: ésa es una realidad»2.
Por mucho que hoy díía nos resulte natural que existan Bulgaria, Serbia, Grecia,
Rumania, nada hacíía suponer hace 200 anñ os que en los Balcanes iban a crearse
estos Estados. Los mitos nacionales y hasta la historiografíía presuntamente seria
de estos paííses no dejan de insistir en que lo que ocurrioí en el siglo XIX fue un
«renacer» natural de las naciones balcaí nicas despueí s de siglos de oscurantismo y
yugo turco al que habíían estado sometidos contra su voluntad. Esta
interpretacioí n se dirige maí s a legitimar la existencia de estos paííses auí n joí venes
y a justificar la «necesidad» de los millones de vííctimas que se cobroí su
independencia que a buscar la verdad histoí rica.
En realidad, si algo caracterizaba a los futuros buí lgaros y al resto de los pueblos
de los Balcanes hasta el comienzo del siglo XIX era una absoluta falta de
conciencia «nacional». Si la pasividad del pueblo del que se consideraban
portavoces enervoí a muchos nacionalistas romaí nticos del siglo XIX y XX en todo
el mundo, parece que en los Balcanes esta desesperacioí n era pateí tica. Hasta
mediados del siglo XIX la convivencia entre los pueblos del Imperio Otomano
habíía sido generalmente pacíífica, y no existíía nada parecido a un malestar
permanente o una sensacioí n de opresioí n por parte de Estambul. Si bien no es
posible medir la «fidelidad» en teí rminos positivos de estas poblaciones al Estado
otomano, resulta significativo que, aunque ya existíían Estados como Serbia y
Grecia que podíían ser vistos como «Madre Patria», la poblacioí n de la Turquíía
europea no se identificaba con ellos. Asíí se entiende por ejemplo que los
conflictos iniciados por la muy reducida minoríía de los liberales y romaí nticos
nacionalistas apenas encontraran eco entre el pueblo. Fue el caso del alzamiento
de nacionalistas buí lgaros en 1876, que terminoí en un absoluto fracaso por la
pasividad de la mayoríía de la poblacioí n.
En el Imperio Otomano la divisioí n fundamental entre sus habitantes no veníía
impuesta por el origen geograí fico, eí tnico o linguü íístico, sino por la religioí n que se
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Definicioí n de Ernst Gellner, uno de los maí s reconocidos estudiosos del nacionalismo.
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profesara. Los musulmanes teníían un estatuto privilegiado, y los fieles de las
demaí s religiones estaban sujetos a ciertas discriminaciones que consistíían
principalmente en tener que pagar impuestos maí s altos que los musulmanes, y a
algunas medidas maí s o menos gravosas como la prohibicioí n de montar a caballo,
llevar armas o vestir de color verde. Sin embargo, ello no impedíía que los no
musulmanes participasen en la administracioí n, alcanzando en muchos casos
posiciones prominentes3.
La movilidad de las poblaciones del Imperio desde el siglo XV habíía sido
considerable, de manera que a inicios del siglo XIX ninguna zona amplia en los
Balcanes mostraba una total uniformidad eí tnica o linguü íística 4. La convivencia de
siglos de diferentes pueblos habíía producido fenoí menos de aculturacioí n,
tolerancia y hasta sincretismo religioso. Si a esto sumamos la existencia del turco
y el griego como lenguas de cultura y de la administracioí n, podemos considerar
que el Imperio Otomano era un modelo de sociedad multicultural cercano al
Imperio Romano de Bizancio5 y ajeno a los modelos de la vecina Europa central y
occidental, que habíían evolucionado desde la Edad Media hacia el sistema de
Estado-nacioí n. No estaí de maí s recordar que si el Estado-nacioí n es desde el siglo
XIX el principal modelo de organizacioí n estatal en todo el mundo es porque lo
exportaron los colonizadores europeos.
Con la creciente crisis del sistema imperial en el XIX, Estambul fue incrementando la autonomíía
de corporaciones no musulmanas, principalmente la Iglesia ortodoxa griega. La actitud
prepotente de la jerarquíía griega y los crecientes impuestos que imponíían a la poblacioí n produjo
una fuerte tensioí n con las poblaciones y religiosos locales eslavos. Ello alimentoí el deseo de
romper con la Iglesia griega, lo que desembocoí en el nacimiento de las Iglesias nacionales buí lgara
y serbia, asíí como en el despertar cultural contra la cultura griega. De hecho, el temor de los
nacionalistas buí lgaros en el XIX era que la cultura y la lengua buí lgara desaparecieran no ante el
turco sino ante la potente cultura griega. Con todo, la primera Biblia en buí lgaro tardoí en llegar, y
fue escrita hacia 1840…. ¡por un misionero americano!
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La poblacioí n turca solíía concentrarse en las ciudades. Era el caso de la futura capital de Bulgaria,
que se encontraba en la importante ruta entre Viena y Estambul. Sofíía era a mediados del XIX de
mayoríía turco-musulmana, por lo que tras la independencia fue necesario derribar casi 100
mezquitas y expulsar a la mayoríía de su poblacioí n para hacer de ella una ciudad auteí nticamente
«buí lgara».
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Cuando se habla aquíí de multiculturalidad no se debe por supuesto confundir con el significado
que le damos hoy díía al teí rmino, y que estaí ííntimamente ligado a las libertades individuales, por
supuesto ajenas al sistema otomano. Se refiere maí s bien al hecho de que la gente comuí n podíía
entender varios idiomas, casarse con personas de distinta etnia, convivir con costumbres ajenas y
hacerlas propias, etc.
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Es por tanto equivocado pretender que los nacionalistas del siglo XIX uí nicamente
despertaron la identidad dormida de los pueblos balcaí nicos y que la creacioí n de
nuevos Estados-nacioí n era la consecuencia natural de este despertar. En realidad,
lo que hicieron fue recrear una identidad que soí lo en parte se correspondíía con
la compleja identidad de las poblaciones de la regioí n. Inversamente, todo lo que
se saliese del patroí n de la cultura ideal buí lgara, griega, etc. era considerado como
contaminacioí n foraí nea que habíía que eliminar por medio de la educacioí n o la
simple represioí n. Las guerras contra los turcos ayudaron a fortalecer la
conciencia de la diferencia entre «nosotros» y «ellos».
Educacioí n, represioí n y guerras, fenoí menos todos ellos ligados a la creacioí n de
los nuevos Estados balcaí nicos, fueron los elementos necesarios para que el
nacionalismo basado en una lengua, un pueblo y una historia fuera asimilado por
una masa de poblacioí n en la que estaba profundamente arraigado un modelo
identitario totalmente distinto a eí ste. Sin esa dolorosa labor de «educacioí n», los
campesinos de la actual Bulgaria y Macedonia, que a mediados del siglo XIX no
teníían otra palabra para definirse a síí mismos que Romanoi -que queríía decir
griego, y que denotaba no soí lo a los nacidos en Grecia, sino a los que eran de
religioí n griega u Ortodoxa- hubieran muerto ignorantes de quieí nes eran «en
realidad».
Soí lo si tenemos en cuenta la escasa pasioí n nacionalista de las poblaciones
balcaí nicas por liberarse del yugo turco y la debilidad de una burguesíía capaz de
llevar adelante un proyecto nacional exitoso entenderemos la importancia de un
factor clave en la creacioí n de los nuevos Estados y en general en el desarrollo de
los Balcanes en el siglo XIX: la intervencioí n de las potencias europeas. La rara
avis que era el Imperio Otomano basaba su existencia en el estatismo y el
conservadurismo, al igual que habíía hecho el Imperio Bizantino, al que no soí lo
sustituyoí sino que, de alguí n modo, tambieí n sucedioí en el siglo XV. En abierta
oposicioí n, Europa occidental estaba experimentando desde el siglo XVII un
dinamismo políítico, intelectual y econoí mico revolucionario. De tal manera que, a
inicios del siglo XIX, la distancia en todos los oí rdenes entre Europa occidental y el
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Imperio Otomano era inmensa, y eí ste no estaba preparado para resistir el
impacto que recibiríía de esta Europa en plena ebullicioí n.
Este choque se presentoí en varias facetas. Por un lado se produjo la presioí n
directa de las potencias europeas sobre el Imperio, obligaí ndole a ceder
territorios y a realizar reformas internas. Por otro lado, y de forma maí s difusa, de
Europa occidental emanaron la economíía capitalista y las ideas liberales,
romaí nticas y nacionalistas que se extendieron por los Balcanes. En conjunto, un
coí ctel imposible de asimilar para el sistema otomano. Cuando se dieron cuenta
de la fuerza irrefrenable de la modernidad, las autoridades de Estambul
intentaron ponerse al frente de la misma y hacerla compatible con la
conservacioí n del Imperio. Fue sin embargo una labor imposible.
Si bien la convivencia de las poblaciones del Imperio era generalmente pacíífica,
las autoridades reaccionaban con brutalidad ante cualquier acto de rebeldíía
contra el sistema o contra las comunidades musulmanas. Uno de estos actos de
represioí n extrema, la matanza de miles de cristianos en la isla de Quios en 1822
-inmortalizada por Vííctor Hugo y Delacroix- dio pie a la primera intervencioí n
directa de Europa occidental en los asuntos del Imperio Otomano. Movidos por
los prejuicios contra el Islam y un histeí rico romanticismo que idealizaba la
antigua Grecia, los intelectuales europeos movieron a sus gobiernos a apoyar a
los nacionalistas griegos, y en 1830 se proclamoí la independencia de la parte sur
de la peníínsula griega.
Este fue el inicio de la una intervencioí n europea que duroí un siglo, hasta que las
banderas de las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial ondearon en
Estambul en 1918 y de las cenizas del Imperio surgioí la moderna Turquíía en
1923. Si bien esta intervencioí n de occidente resultoí fundamental en el fin
agoí nico del Imperio Otomano, estaí fuera de lugar entender la caíída del sistema
imperial de manera simplista como el fruto de una especie de conspiracioí n
occidental contra eí l. Esta es la interpretacioí n de algunos historiadores
occidentales que actualmente estaí n reaccionando de manera extrema a la auí n
predominante historiografíía nacionalista sobre los Balcanes, donde los mitos
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sobre la «liberacioí n del yugo turco» propios del romanticismo del siglo XIX
siguen gozando de buena salud.
En realidad, la intervencioí n de los Estados europeos en los Balcanes nunca fue de
la misma intensidad ni unidireccional. Por un lado, el flujo de ideas modernas y
de intereses econoí micos hacia la regioí n resultaba escasamente controlable por
los Estados europeos, y no cabe duda de que ambos resultaron factores baí sicos
en la agoníía del sistema otomano al poner en movimiento dinaí micas sociales
nuevas e inflamar a los pueblos de la peníínsula balcaí nica de nacionalismo y
liberalismo democraí tico. La intervencioí n directa de occidente se haraí
especialmente presente soí lo desde mediados de siglo, cuando se rompioí el
sistema del Congreso de Viena de 1815 que habíía servido con mucho eí xito para
mantener el statu quo en Europa y como freno del liberalismo. Sobre todo
despueí s de la unificacioí n de Alemania en 1870, que introdujo un factor de
distorsioí n enorme en Europa central, los Balcanes se convirtieron en el patio
trasero donde se dirimieron las crecientes tensiones entre las potencias
europeas, especialmente Austria y Rusia. Aun asíí, el consenso en torno a la
importancia de mantener vivo al Hombre Enfermo de Europa -como se llamoí al
Imperio turco- se mantuvo, y el Imperio no recibioí el golpe de gracia hasta que se
produjo el enfrentamiento abierto entre las potencias europeas entre 1914-1918.
La visioí n que Europa occidental se forjoí de los Balcanes, y que ha perdurado
hasta hoy díía, estaí ligada a este periodo convulso del siglo XIX. La regioí n aparecíía
como una tierra de eternas luchas tribales, violencias incomprensibles, empresas
romaí nticas y choque de civilizaciones avant la lettre. Una imagen que ha
cambiado poco desde Lord Byron y que la reciente guerra de Yugoslavia ha
servido para reafirmar, por si alguien teníía dudas. Esta arraigada conviccioí n de
que la violencia es algo que crece en los Balcanes como la hierba quizaí s ayude a
explicar por queí Europa contemploí el fin de Yugoslavia como algo inevitable e
incluso -lo que es muy grave- como necesario para poner fin a una situacioí n
«artificial» de convivencia de pueblos tan «diferentes» como los eslovenos,
croatas, serbios….
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La interpretacioí n de que la violencia de los Balcanes era endeí mica, heredada
histoí ricamente y hasta loí gica es falsa e, iroí nicamente, muestra la dificultad que
Europa occidental tiene desde el siglo XIX para entender la regioí n y su
responsabilidad en lo que ocurre en ella. Esta violencia «tribal» que tan antigua
parecíía a los europeos, en realidad nacioí en el siglo XIX no por el desarrollo
«natural» de las cosas, sino como consecuencia de la penetracioí n de las ideas, la
economíía y los intereses estrateí gicos precisamente de los paííses de Europa
occidental, y sobre todo por el nacimiento de Estados-nacioí n que ellos apoyaron.
Estos intereses enfrentados de las potencias europeas que chocaron en los
Balcanes hirieron gravemente los equilibrios del Imperio otomano sin darle
muerte inmediata, permitiendo con ello la presencia de un vacíío geopolíítico que
no podíía ser cubierto por los joí venes y deí biles Estados de la regioí n, que sonñ aban
con crear imaginarias Gran Serbia, Gran Bulgaria, Gran Grecia. Esta fue la
situacioí n geopolíítica de los Balcanes entre los anñ os 70 y la Primera Guerra
Mundial en que se forjoí , y se emponzonñ oí , la cuestioí n macedonia.
Los oríígenes de Bulgaria y de la Cuestioí n Macedonia (1870-1913)
La Cuestioí n Macedonia nacioí en la deí cada de los anñ os 70 del siglo XIX
ííntimamente ligada a la creacioí n de Bulgaria. En 1870 la presioí n de Rusia sobre
el Imperio Otomano dio lugar al nacimiento de una Iglesia buí lgara (Exarcado)
separada de la Iglesia Ortodoxa (Patriarcado), que histoí ricamente habíía estado
bajo control de los griegos, que durante el XIX habíían tenido que enfrentarse a
una creciente insubordinacioí n de los religiosos locales y de sus parroquianos.
EÉ ste era el primer paso de Rusia en lo que ella presentaba como la defensa de los
derechos de los eslavos en los Balcanes, detraí s de lo cual apenas se camuflaba su
deseo de controlar la peníínsula debilitando al Imperio Otomano y ganar asíí
acceso al Mediterraí neo.
En 1876 se produjo un alzamiento de los nacionalistas buí lgaros contra el
gobierno de Estambul que terminoí con una dura represioí n. Ello provocoí un
nuevo escaí ndalo internacional -del panfleto de Gladstone Bulgarian atrocities
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(Atrocidades buí lgaras) se vendieron decenas de miles de copias- que Rusia
aprovechoí para declarar la guerra al Imperio Otomano. Tras la victoria, Rusia
impuso unas duras condiciones de paz sancionadas en el Tratado de Santo
Stefano, de 1878, que preveíía la creacioí n de un Estado buí lgaro con una enorme
extensioí n, aproximadamente la del Exarcado de 1870, y que cubríía lo que
actualmente es Bulgaria, la FYROM y casi todo el norte de Grecia sin Saloí nica. Sin
embargo, Inglaterra y Austria, alarmadas por la influencia que podíía alcanzar
Rusia en los Balcanes a traveí s del nuevo Estado, forzaron una revisioí n de las
fronteras de Bulgaria, y por medio del Tratado de Berlíín del mismo anñ o 1878 se
devolvioí al Imperio Otomano Macedonia y Tracia, asíí como la autonomíía sobre la
parte sur de la actual Bulgaria.
El Tratado de Berlíín, que pretendíía frenar la influencia de Rusia en los Balcanes y
mantener el statu quo, redujo a Bulgaria a menos de la mitad del territorio del
Tratado de Santo Stefano y entregoí a Estambul el control sobre algunos asuntos
del nuevo Estado buí lgaro. Esta dolorosa amputacioí n dio desde entonces al
nacionalismo buí lgaro un fuerte caraí cter irredentista, y a los gobiernos de Sofíía
los puntos centrales de la agenda políítica para las deí cadas siguientes:
reunificacioí n de Bulgaria seguí n las fronteras del Tratado de Santo Stefano y
recuperacioí n de la total independencia del Imperio Otomano. Santo Stefano se
convirtioí en un mito, un suenñ o por el que todo buí lgaro debíía luchar para hacerlo
realidad. Desde entonces el 3 de marzo, San Esteban, es el Díía Nacional de
Bulgaria -salvo durante el periodo comunista.
Desgraciadamente para Sofíía, las fuerzas con las que contaba para hacer efectiva
esa agenda políítica eran muy escasas. La nueva Bulgaria, como Serbia y Grecia
desde su creacioí n deí cadas atraí s, era a finales del siglo XIX un Estado muy deí bil y
dependiente del apoyo que recibiera de occidente. Si bien estas ayudas llegaron
en forma de preí stamos y colaboracioí n econoí mica dirigida a la industrializacioí n
del paíís y la modernizacioí n de la administracioí n e incluso del ejeí rcito, las
potencias europeas no estaban dispuestas a apoyar las ansias expansionistas de
estos paííses, ya que podíían precipitar las tensiones entre Rusia, Austria, Francia e
Inglaterra. Ni siquiera Rusia, la principal protectora de Bulgaria, que desde los
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anñ os 80 estaba especialmente interesada en que se mantuviera la situacioí n de
statu quo en los Balcanes, ya que ahora concentraba sus energíías en las
conquistas en Siberia y Asia central.
Esta situacioí n de impasse dejaba a las aspiraciones buí lgaras de recuperar las
fronteras del Tratado de Santo Stefano y la autonomíía frente a Estambul en el
limbo, y daba rienda suelta a las presiones de la escasa clase media y la
intelligentsia sobre el deí bil gobierno, provocando una endeí mica inestabilidad.
Entre los grupos maí s activos estaban los refugiados macedonios que desde 1878
residíían en Bulgaria y que, apoyados por los nacionalistas buí lgaros, realizaban
una presioí n permanente sobre el gobierno de Sofíía para que se implicara
decisivamente en la «reconquista» de Macedonia.
La Macedonia turca era a finales del siglo XIX una region en la que vivíían unos 2,5
millones de personas. La poblacioí n eslava sumaba aproximadamente la mitad del
total; 400.000 eran turcos, y 300.000 griegos. Ademaí s habíía valacos 6, albaneses,
judííos y gitanos. La uí nica ciudad importante de Macedonia era Saloí nica,
fuertemente rural y que con su abigarrada mezcla de pueblos era una especie de
miniatura del Imperio Otomano. La lingua franca de la ciudad no era,
curiosamente, ni el turco ni el griego, sino el espanñ ol medieval de la poderosa
comunidad judíía, que se habíía asentado allíí como en otras ciudades del Imperio
Otomano despueí s de su expulsioí n de Espanñ a en 1492 y que sumaba casi el 50%
de la poblacioí n de Saloí nica. En la ciudad se cruzaban los caminos de la rica
historia de Macedonia y de todos los Balcanes: por ejemplo, habíía sido la cuna de
los hermanos Cirilo y Metodio, heí roes nacionales en los paííses eslavos ortodoxos,
y mil anñ os maí s tarde vio nacer a quien se convertiríía en el gran heí roe de Turquíía,
Ataturk.
A finales del siglo XIX, Grecia, Serbia y Bulgaria reclamaban derechos territoriales
en Macedonia con argumentos de tipo eí tnico, religioso, histoí rico y linguü íístico que
se presentaban como presuntamente objetivos y hasta cientííficos, pero que
Los valacos eran los uí nicos pueblos de lengua latina en los Balcanes aparte de los rumanos.
Mantuvieron la lengua gracias a que vivíían alejados en las montanñ as. Rumania los puso bajo su
proteccioí n. La modernizacioí n y urbanizacioí n del siglo XX ha provocado su casi total desaparicioí n.
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resultaban incompatibles entre síí. Como ejemplo baste senñ alar las enormes
diferencias en las estadíísticas de estos tres paííses sobre la composicioí n eí tnica de
la regioí n. Si la estadíística buí lgara de 1900 indicaba que la mitad de la poblacioí n
de Macedonia era buí lgara y que soí lo habíía 700 serbios, la serbia senñ alaba que
maí s de la mitad de la poblacioí n de Macedonia era serbia y solo un 10% griega,
¡mientras que la estadíística del gobierno de Atenas consideraba que casi la mitad
de la poblacioí n de Macedonia era griega! Este desacuerdo sobre el caraí cter de las
poblaciones de Macedonia se superponíía y alimentaba con tres diferentes
interpretaciones del pasado de la regioí n, que servíían para presentar la historia
de Macedonia como griega, buí lgara o serbia:
- Los serbios se referíían al pasado medieval, y concretamente al gran reino de
Douchan, que en el siglo XIV abarcaba desde Belgrado hasta el mar Egeo, y que
fue desintegrado tras la famosa derrota de Kosovo ante los turcos en 1389 -la que
Milosevic conmemoroí in situ en 1989 ante un milloí n de serbios- y que fue
seguida por un desplazamiento de poblacioí n serbia durante los siglos siguientes
hacia el norte.
- Bulgaria contaba con argumentos histoí ricos de peso en su reclamacioí n de
Macedonia: por un lado, todos los reinos medievales de Bulgaria se habíían
extendido por Macedonia, y uno de los centros sagrados maí s importantes de los
ortodoxos buí lgaros era Ohrdin, en la frontera con la actual Albania. Ademaí s, los
hermanos Metodio y Cirilo, nacidos en Saloí nica, eran reconocidos como buí lgaros
ya desde la eí poca. Por otro lado, el Exarcado buí lgaro creado en 1870 se extendíía
por toda Macedonia y en 1878, durante unos meses, Macedonia fue una provincia
de Bulgaria.
- Para Grecia, la Macedonia de Alejandro Magno era una regioí n indiscutiblemente
heleí nica que pese a la presencia de eslavos desde la Edad Media seguíía siendo
tierra griega. La llegada de poblaciones no griegas desde el siglo VI no habíía
cambiado esencialmente el caraí cter griego de la regioí n. Para ellos, los eslavos
baí rbaros que se instalaron en Macedonia adoptaron la ley, las costumbres, la
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cultura y hasta la religioí n griega que era la de Imperio Romano de Oriente. Todo
ello habríía hecho que, de facto, fuesen griegos excepto en la lengua.
Si la historia ofrecíía la variedad de un supermercado en el que cada uno podíía
encontrar la mercancíía que buscaba, el aparentemente maí s objetivo criterio
linguü íístico no ofrecíía tampoco ninguna posibilidad de acuerdo sobre queí era
Macedonia o a quieí n pertenecíía. La cuestioí n de la lengua de los eslavos
macedonios, que eran ciertamente la mayoríía de la poblacioí n, enfrentoí largo
tiempo a Serbia y Bulgaria. Por entonces los etnoí logos y linguü istas occidentales
no establecíían diferencia alguna entre los buí lgaros y los macedonios eslavos, a
los que consideraban como hablantes de una misma raííz de lengua eslava. Sin
embargo, los serbios consideraban que los eslavos macedonios hablaban serbio
medieval. Cierto era que los diversos dialectos de la regioí n macedonia no teníían
discontinuidad clara ni con el buí lgaro occidental ni con el serbio de la zona sur,
pero en general era considerado como un dialecto del buí lgaro porque compartíía
con eí ste algunas peculiaridades gramaticales que no existíían en el resto de las
lenguas eslavas de los Balcanes. Sin embargo, el hecho de que el buí lgaro literario
que desde la fundacioí n del Estado se estaba imponiendo se basara en los
dialectos buí lgaros del este, cercanos al mar Negro, supuso que los dialectos
macedonios parecieran cada vez maí s lejanos del buí lgaro literario y estaí ndar.
La absoluta seguridad en la justicia de sus reivindicaciones histoí ricas, culturales,
eí tnicas y religiosas pusieron a Bulgaria en una posicioí n extrema en relacioí n a la
cuestioí n de Macedonia, en la que no podíía concebir otra solucioí n que no fuera la
de recuperar las fronteras del Tratado de Santo Stefano de 1878. Ello le iba a
enfrentar abiertamente tanto a Serbia como a Grecia, cuyas aspiraciones sobre
Macedonia no eran tan absolutas y resultaban maí s compatibles.
A finales del siglo XIX Saloí nica era la sede del incipiente movimiento nacionalista
macedonio. En 1893 se creoí la IMRO -Internal Macedonian Revolucionary
Organization (Organizacioí n Revolucionaria Interna de Macedonia)-, que se iba a
convertir en la principal organizacioí n nacionalista macedonia. Sus fundadores
habíían estudiado en Europa occidental, donde se empaparon de ideologíía
nacionalista y liberal. Al inicio sus objetivos no eran maximalistas, y aspiraban
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soí lo a conseguir de Estambul un estatuto de autonomíía con el cumplimiento de
las promesas hechas en el Tratado de Berlíín de 1878 sobre la proteccioí n de las
minoríías cristianas del Imperio, que habíían permanecido incumplidas.
Grecia y Serbia recelaban de la IMRO porque temíían que la autonomíía que
buscaba fuera soí lo un primer paso para la futura integracioí n de Macedonia en
Bulgaria. Si bien es exagerado pensar, como auí n hoy díía hacen los nacionalistas
griegos, que la IMRO era poco menos que un instrumento al servicio de Sofíía, lo
cierto es que la IMRO consideraba a Macedonia como cercana culturalmente a
Bulgaria, y en Bulgaria se veíía con mucha simpatíía a la IMRO. En 1895 se creoí en
Sofíía el Comiteí Macedonio, que pronto se dividioí entre los radicales del Comiteí
Supremo Macedonio, que buscaban la independencia de Macedonia con apoyo
buí lgaro para integrarla en Bulgaria, y los moderados, que se limitaban a apoyar a
la IMRO.
En vista de la falta de voluntad de Estambul para ampliar la autonomíía de
Macedonia y respetar los derechos de las poblaciones cristianas, el ala moderada
del movimiento macedonio fue perdiendo fuerza raí pidamente. Por su parte, los
paííses de la zona no ayudaban a que la situacioí n se relajase. Grecia comenzoí a
apoyar a radicales macedonios pro-Grecia, y a fomentar incursiones de bandas
terroristas desde territorio griego. De la misma manera, Belgrado organizoí
incursiones en el norte de Macedonia y en Kosovo. Lo mismo ocurrioí con Sofíía.
Hacia 1900, los movimientos nacionalistas de todas las partes de Macedonia
estaban fuertemente radicalizados. Si la IMRO continuaba siendo la organizacioí n
maí s importante -aunque ya con fuertes luchas internas-, el panorama de los
grupos antiturcos resultaba enormemente confuso, sobre todo por la nunca
suficientemente conocida implicacioí n de los gobiernos de Atenas, Belgrado y
Sofíía. En lo que síí parecíían coincidir todos los grupos era en los meí todos.
Mediante la conocida estrategia terrorista de accioí n-reaccioí n buscaban implicar
a toda la poblacioí n en la lucha contra el turco. Y el resultado fue el deseado, ya
que la reaccioí n de las autoridades turcas era tremendamente violenta.
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Ya en el verano de 1903 se vivíía una situacioí n cercana a la guerra civil, que los
nacionalistas macedonios esperaban precipitar para provocar la intervencioí n de
occidente. El 20 de julio, díía de San Elíías o Ilinden en buí lgaro, la IMRO y otros
grupos se alzaron contra los turcos y proclamaron la efíímera Repuí blica de
Kruscevo, en el territorio de la actual FYROM. Apenas unos díías despueí s las
tropas turcas arrasaron la ciudad, masacrando a la poblacioí n civil. La IMRO fue
desarticulada y sus lííderes ejecutados. Pero el nacionalismo macedonio se habíía
fortalecido con esta accioí n ante los ojos del mundo, y sobre todo habíía creado un
precedente heroico y un mito al que rendir culto: la revuelta de Ilinden 7.
La reaccioí n de las potencias europeas a los acontecimientos del verano de 1903
fue la de forzar una vez maí s al Imperio a aceptar reformas y la presencia de una
fuerza policial internacional en Macedonia. Esta presioí n exterior incrementoí las
tensiones latentes dentro del sistema otomano que desembocoí en la revuelta de
los Joí venes Turcos. EÉ stos se hicieron con el poder en Estambul y obligaron al
deí bil Sultaí n a proclamar la constitucioí n de 1876 que, entre otras medidas,
establecíía el reconocimiento de la igualdad de todas las personas del Imperio
independientemente de su etnia, y la creacioí n de un Parlamento multieí tnico, que
fue elegido a finales de 1908. La nueva situacioí n relajoí enormemente las
tensiones en Macedonia y el resto de la Turquíía europea, y se creoí una
confraternizacioí n entre sus distintos pueblos que efíímeramente parecioí el
preludio de una solucioí n definitiva a las graves tensiones de la regioí n.
No era maí s que una ilusioí n. Ante lo que se percibíía como una situacioí n de
debilidad del Imperio, las presiones de los paííses de la zona se incrementaron.
Bulgaria aprovechoí para romper definitivamente los lazos de dependencia que
auí n la uníían a Estambul, declarando en 1908 la total independencia del paíís; por
su parte, el Imperio Austro-Huí ngaro presionoí para anexionarse Bosnia, lo que
consiguioí a finales de 1908 tras el pago de dos millones de libras turcas a
Como tantos acontecimientos en torno al nacionalismo en los Balcanes y maí s en concreto en la
Cuestioí n Macedonia, no existe ninguí n tipo de consenso historiograí fico sobre los oríígenes,
objetivos, y consecuencias de la revuelta de Ilinden. Para la FYROM fue una revuelta
panmacedonia, mientras en Bulgaria se quiere ver en ella un intento de liberar Macedonia para
Bulgaria. Entre 3 000 y 5 000 personas, soldados, activistas y civiles, murieron en aquellas
gloriosas jornadas.
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Estambul8. Sometidos a la fuerte presioí n de los defensores del viejo orden, los
Joí venes Turcos debieron mostrar su determinacioí n de mantener la integridad del
Imperio, y por ello reprimieron sin piedad todo movimiento separatista. En 1909
se iniciaron las masacres de los armenios, que culminaron anñ os maí s tarde con el
holocausto auí n no reconocido hoy díía por Turquíía 9. En 1910 incluso los
albaneses, tradicionalmente aliados, se alzaron contra la autoridad de Estambul.
En Macedonia, pasada la fase de distensioí n, el gobierno de los Joí venes Turcos
inicioí una campanñ a de turquizacioí n. Se abolieron los privilegios de las distintas
comunidades religiosas y se fomentoí la emigracioí n de turcos y musulmanes
desde la Bosnia ahora austrííaca entregaí ndoles tierras que pertenecíían a eslavos
ortodoxos. En 1910 la IMRO retomoí la actividad subversiva, que fue fuertemente
reprimida por la autoridad turca con detenciones en masa y masacres en pueblos
eslavos. Muchos emigraron a Bulgaria. En 1911 la situacioí n era enormemente
tensa en Macedonia. Bulgaria, Serbia y Grecia renovaron su apoyo a las
actividades terroristas contra Estambul.
La particioí n de Macedonia y su desarrollo en el periodo de entreguerras (19121941)
La situacioí n del Imperio empeoraba progresivamente. Italia inicioí una campanñ a
para reclamar sus derechos sobre Libia, y en 1911 declaroí la guerra a Estambul.
Tras la victoria, Italia ocupoí Libia y las islas joí nicas del Dodecaneso. Conscientes
de que la esperada hora de repartirse los restos del Imperio habíía llegado, los
paííses balcaí nicos se conjuraron. Serbia y Bulgaria firmaron un pacto de amistad,
con una claí usula secreta de apoyo en caso de conflicto con un tercer paíís.
Ademaí s se referíía a una particioí n de Macedonia entre los dos paííses, aunque sin
llegar a un acuerdo sobre la zona norte de la actual FYROM, en torno a SkopjeKumanovo. Inmediatamente despueí s, en septiembre de 1912, Bulgaria y Grecia
55 millones de francos franceses, algo maí s de lo que costoí construir la Torre Eiffel. La
adquisicioí n de Bosnia por Viena marcoí el inicio del conflicto con Serbia y Rusia que derivoí en la
Gran Guerra.
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Aunque síí por la historiografíía seria. Incluso la Asamblea Nacional de Francia ha reconocido
estos hechos para gran disgusto de Ankara.
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establecieron una alianza defensiva, sin que de nuevo se tratara con claridad el
conflictivo tema de las posibles futuras fronteras.
En octubre de 1912, finalmente, estos tres paííses y Montenegro declararon la
guerra a Estambul. La respuesta de la poblacioí n buí lgara a la guerra fue
entusiasta. Se movilizaron 350.0000 soldados, y los numerosos emigrados
macedonios formaron una divisioí n entera. Bulgaria al fin divisaba la sonñ ada
«liberacioí n» de los hermanos macedonios y su incorporacioí n a la madre patria.
La guerra duroí dos meses, y el Imperio fue duramente derrotado y obligado a
entregar casi todas sus posesiones en Europa.
Sin embargo, el resultado de la guerra no fue igualmente satisfactorio para todos
los aliados. Mientras que Serbia y Grecia se daban por satisfechas, Bulgaria
reclamoí un reajuste de las fronteras. Ante esta situacioí n, Serbia y Grecia firmaron
un pacto para agredir a Bulgaria, que pedíía la retirada de los ejeí rcitos griego y
serbio de partes de Macedonia que, seguí n Sofíía, le correspondíían por lo pactado
antes de la guerra. En 1913 Grecia y Serbia declararon la guerra a Bulgaria y le
infligieron una dura derrota. El resultado fue la divisioí n definitiva de Macedonia
entre Grecia y Serbia, mientras que a Bulgaria soí lo le correspondioí una íínfima
parte, el valle de Pirin.
Las guerras balcaí nicas se hicieron tristemente famosas por las atrocidades
cometidas con la poblacioí n civil, que fueron ampliamente conocidas en occidente
gracias a la comisioí n internacional de investigacioí n que se organizoí . En su
informe, la comisioí n senñ alaba que los gobiernos griego, buí lgaro y serbio habíían
sido responsables de la organizacioí n de las matanzas y de las campanñ as de terror
dirigidas a provocar la eliminacioí n o la huida de las poblaciones que no
pertenecíían a la etnia del paíís en cuestioí n; asíí, griegos masacraron a eslavos,
serbios a albano-kosovares, turcos a eslavos y griegos, etc. Paralelamente, se
puso en marcha una políítica de deportacioí n en masa, que se inicioí con el traslado
forzoso de 135.000 musulmanes de Macedonia a Asia Menor en 1913. Este
traslado de poblaciones seríía una constante en la deí cada siguiente y cambiaríía
totalmente la composicioí n eí tnica de los Balcanes y Turquíía. Aparte de las
18
masacres y las deportaciones, el informe de la comisioí n de investigacioí n
senñ alaba como una de las consecuencias de las guerras balcaí nicas el
establecimiento de una políítica de asimilacioí n forzosa de las poblaciones de las
nuevas regiones anexionadas. El caso tíípico fue el de los Pomaks, eslavos
islamizados y fieles al sistema otomano, que fueron obligados a convertirse en
masa al cristianismo en Bulgaria y en Grecia.
Las dos atroces guerras balcaí nicas, que no eran sino la aplicacioí n consecuente o
extrema de los principios del nacionalismo eí tnico, dividieron Macedonia entre
los tres paííses de la zona, sentando las bases de los cambios profundos que
Macedonia experimentoí desde entonces. La I Guerra Mundial no hizo sino
consagrar esta situacioí n. Bulgaria se alioí con las potencias del Eje, pese al
sentimiento pro-ruso de la poblacioí n, porque era la uí nica posibilidad de
recuperar las fronteras del Tratado de Santo Stefano, enfrentaí ndose otra vez a
Grecia y Serbia. Nuevamente fracasoí . El orden de postguerra fortalecioí las
fronteras de Macedonia de 1913, y Bulgaria incluso perdioí territorios a favor de
Serbia y Grecia. Una vez maí s Bulgaria salioí derrotada a causa de Macedonia, y
una vez maí s el irredentismo nacionalista, el suenñ o de recuperar Macedonia, iba a
marcar la políítica de Sofíía en adelante.
La poblacioí n de la parte de Macedonia que pasoí a formar parte de Yugoslavia
(Macedonia Vadar) fue sometida desde 1918 a un reí gimen especial.
Considerados por Belgrado como serbios del sur, toda actividad políítica o
cultural que lo negara quedoí prohibida. Al igual que en el caso de Kosovo, el
gobierno de Belgrado se negoí a reconocerlos como minoríía, pero dada la afinidad
con los serbios no hubo una políítica de abierta represioí n cultural ni de
colonizacioí n de familias serbias que síí fue muy importante en Kosovo (70.000
colonos serbios). La políítica de agresivo nacionalismo serbio en el conjunto del
nuevo Estado yugoslavo no fue denunciada por occidente porque se consideraba
a este paíís como un aliado y un importante factor de estabilidad en los Balcanes.
La IMRO siguioí actuando en la clandestinidad. Una parte de sus lííderes, que
intentaron un acercamiento con los comunistas yugoslavos que proponíían una
coalicioí n para luchar por una federacioí n comunista eslava en los Balcanes con
19
una Macedonia unida, fueron ejecutados por los miembros maí s radicales de la
IMRO. Este ala radical se fortalecioí enormemente ante el escaso apoyo que la
IMRO encontraba entre la poblacioí n, y ya en los anñ os 20 llevoí a esta organizacioí n
a aliarse con otros movimientos nacionalistas yugoslavos separatistas,
especialmente los ustachas croatas, que asesinaron al rey de Yugoslavia en
Marsella en 1934. En los 30, las tensiones latentes en la IMRO entre los
panmacedonistas y los pro-buí lgaros tambieí n estallaron violentamente.
La parte de Macedonia que habíía sido anexionada por Grecia (Macedonia Egea)
sufrioí una dramaí tica transformacioí n en los anñ os siguientes. En primer lugar, se
expulsoí a miles de eslavos a Yugoslavia o a Bulgaria, y otros muchos miles
decidieron emigrar a Ameí rica o a Australia. Pero los cambios maí s graves auí n
estaban por llegar. Aunque habíía ampliado enormemente sus fronteras y su
poblacioí n, incorporando incluso una parte considerable de la parte occidental de
la actual Turquíía, el gobierno de Atenas no se dio por satisfecho con la situacioí n
tras la guerra mundial y decidioí , de la mano de Venizelos, lanzarse a la
realizacioí n de la Megali Idea (Gran Idea), que preveíía la unioí n a Grecia de todos
los territorios del Imperio otomano poblados por griegos. Asíí, en 1921 Grecia se
lanzoí a una guerra absurda contra Estambul, en la que no contaba ya con el
apoyo de las potencias aliadas. Grecia fue derrotada y perdioí los territorios de
Asia Menor que en 1920 le habíían sido entregados por los aliados.
A la derrota militar siguioí la tragedia para millones de personas. Con el fin de
homogeneizar eí tnicamente el nuevo Estado turco y Grecia, el tratado de paz de
Lausana de 1923 establecioí un intercambio forzoso de poblacioí n entre los dos
paííses que habríía de dejar cada uno libre de poblacioí n del otro. Este intercambio
de poblacioí n se hizo sobre la base de la religioí n, no la lengua o la raza, y por ello
incluso algunos albaneses que vivíían en Grecia tuvieron que emigrar a Turquíía, y
algunos griegos de religioí n musulmana permanecieron en Turquíía! Turquíía
recibioí 300.000 musulmanes y Grecia 1.100.000 ortodoxos que vivíían en
Turquíía, poniendo asíí un triste final a maí s de 3000 anñ os de cultura griega en Asia
Menor.
20
Ademaí s, Grecia recibioí cerca de un milloí n de refugiados de lengua griega
procedentes de otras partes de los Balcanes. Esta masiva afluencia de poblacioí n
provocoí un enorme impacto en Grecia. La capital, Atenas, duplicoí su poblacioí n en
pocos anñ os, e inicioí asíí su caoí tico crecimiento urbaníístico. Pero la mayoríía de los
2 millones de refugiados griegos fue instalada por el gobierno en la Macedonia
griega, con el objetivo de reducir la importancia de la poblacioí n eslava, que de ser
mayoritaria -43% en 1913- pasoí a ser una íínfima minoríía en 1925, con solo el
10% del total.
Tras estos traí gicos cambios de poblacioí n, Grecia se convirtioí en un paíís
homogeí neo eí tnicamente, con minoríías que no llegaban al 10% del total de la
poblacioí n. Sin embargo, el gobierno no reconocioí la existencia de estas minoríías
y llevoí a cabo una fuerte políítica de asimilacioí n. La uí nica excepcioí n se hizo con la
poblacioí n musulmana de Tracia occidental, que por el Tratado de 1923 con
Turquíía reconocíía como minoríía como recííprocamente Turquíía reconocíía la
existencia y la proteccioí n de la minoríía griega en Estambul (20.000 almas) que
Atenas deseaba preservar como apoyo al Patriarca de la Iglesia Ortodoxa griega,
que desde hacíía 1600 anñ os teníía su sede en Constantinopla.
Los refugiados de Turquíía y los Balcanes que se instalaron en Macedonia eran
furiosamente nacionalistas, y esta actitud ha persistido durante generaciones.
Estas poblaciones llevaron adelante con pasioí n las oí rdenes de Atenas de
«rehelenizar» el territorio, los nombres de las ciudades, los rííos, los lugares, las
personas, las tradiciones….El uso de la lengua eslava quedoí prohibido, y se
perseguíía cualquier tipo de reivindicacioí n del caraí cter eslavo de la regioí n. Esta
políítica de profunda asimilacioí n y eliminacioí n de las huellas de la cultura
precedente fue llevada a su extremo durante el reí gimen de Metaxas en los anñ os
30, cuando incluso el uso del eslavo en la vida privada fue prohibido y las elites
culturales fueron expulsadas del paíís.
Como reaccioí n a esta políítica de asimilacioí n, los eslavos de la Macedonia griega
modificaron su autopercepcioí n o su identidad. Asíí, la mayoríía fue sensible a la
políítica de asimilacioí n de Grecia, y pasaron a considerarse griegos y fieles al
21
Estado griego, pero entre los muchos que no renegaban de su propia lengua y
origen eslavo desarrollaron un profundo sentimiento de identidad regional
macedonia desvinculada de una identidad panmacedonia o buí lgara como habíía
sido comuí n antes de las guerras balcaí nicas. EÉ sta era una reaccioí n a las
acusaciones de los griegos a los eslavos que no renegaban de sus oríígenes, de no
ser griegos sino buí lgaros o yugoslavos que debíían irse a su paíís.
Bulgaria fue la que maí s perdioí con la Primera Guerra mundial, lo que agravoí el
sentimiento de cataí strofe nacional que habíía seguido a las guerras balcaí nicas.
Con el Tratado de Neuilly (1919) Bulgaria tuvo incluso que ceder maí s de 10.000
km2 en Tracia a Grecia y en el oeste a Yugoslavia con un total de casi 350.000
habitantes. Por otro lado, recibioí unos 200.000 refugiados macedonios de Grecia
que escapaban de la represioí n o que habíían sido obligados por pactos entre los
dos paííses sobre traslados de poblacioí n. La mayoríía de los macedonios se
establecieron en Sofíía, que llegoí a tener un 10% de poblacioí n macedonia, y la
pequenñ a porcioí n de Macedonia que habíía quedado en manos de Bulgaria tras las
guerras balcaí nicas, la region de Pirin y Petrich. Esta esquina en el sudoeste de
Bulgaria pasoí a ser el bastioí n de la IMRO, y en los anñ os 20 constituyoí allíí una
especie de Estado dentro del Estado, desde el que lanzaba acciones terroristas en
Grecia y en Yugoslavia. Las manifestaciones de identidad macedonia no eran en
absoluto reprimidas por Sofíía, que las consideraba, simplemente, como una
variedad de la comuí n identidad buí lgara.
Como en la Alemania de Weimar, la elite políítica y la intelligentsia de Bulgaria
consideraban que el orden de postguerra se habíía constituido a expensas de
Bulgaria y de sus derechos histoí ricos sobre Macedonia, y por ello el irredentismo
y revisionismo se convirtieron en moneda corriente del escenario políítico de
esos anñ os. Desde 1918, el paíís vivioí una eí poca de fuertes turbulencias sociales y
polííticas en las que la cuestioí n macedonia estaba de una forma u otra siempre
presente. Si la clase políítica de Sofíía consideraba justas las reivindicaciones de la
IMRO, resultaba evidente que un apoyo a las mismas hacíía imposible la
normalizacioí n de las relaciones con sus paííses vecinos, y llevaba al total
aislamiento de Bulgaria. En medio de la profunda crisis políítica y econoí mica de
22
los anñ os 20, la IMRO se vio siempre implicada en los complots contra los polííticos
“moderados”, como el Primer Ministro Stamboliski, que fue salvajemente
asesinado en Sofíía en 1923 tras establecer un tratado con Yugoslavia sobre el
control de las fronteras, destinado directamente a impedir las incursiones de la
IMRO. Ante la creciente anarquíía, en 1934 el ejercito dio un golpe de Estado y los
partidos polííticos quedaron prohibidos, asíí como toda actividad pro-macedonia
radical que encabezaba la IMRO, responsable de la muerte de casi 1000 personas
en Bulgaria entre 1923 y 1934. Se inicioí un periodo de dictadura que se prolongoí
hasta que en 1941 Bulgaria decidioí entrar en guerra, sin demasiada conviccioí n,
del lado de Alemania.
La divisioí n de la regioí n turca de Macedonia entre tres paííses acaboí con la
posibilidad de creacioí n de un Estado macedonio independiente, esperanza que
albergaban incluso algunas cancilleríías europeas. Pero esta idea no desaparecioí
para siempre. Como veremos en el siguiente apartado, el Comitern decidioí en
1934 que existíía una nacioí n macedonia, lo que iba a tener importantes
consecuencias en la políítica de los partidos comunistas de los Balcanes en los
anñ os 40. Por otro lado, el sentimiento de «ocasioí n perdida» ha estado presente
desde los anñ os 20 en el ideario de un «pan-macedonismo» romaí ntico que
reivindica la defensa de una nacioí n eslava macedonia idealizada. Profundamente
victimista, este movimiento difuso denuncioí la políítica de los Estados yugoslavo,
buí lgaro y griego como dirigida a destruir una sonñ ada nacioí n macedonia. Para
estos panmacedonistas resulta casi imposible un pacto con la realidad. Sus
representantes son muy minoritarios tanto en la FYROM como en Bulgaria
(UMO-Ilinden) y casi inexistentes en Grecia. Donde síí es especialmente fuerte
este sentimiento es entre los descendientes de los miles de macedonios eslavos
griegos emigrados a Canadaí y Australia, desde donde propagan sus teoríías al
mundo por medio de revistas y festivales, y ejercen una suave labor de lobby
políítico10.
De la Segunda Guerra Mundial al fin del comunismo (1941-1990)
Las capitales de estos macedonios son Sidney y Toronto, donde controlan el negocio de la
restauracioí n.
10
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Bulgaria entroí en la guerra del lado de Alemania en 1941 porque, de nuevo, era la
uí nica posibilidad de «recuperar» definitivamente Macedonia. Tras la derrota de
Grecia y Yugoslavia por los alemanes en 1941, el ejeí rcito buí lgaro ocupoí buena
parte de Macedonia y la Tracia griega. Sin embargo, Hitler no permitioí su anexioí n
a Bulgaria porque la zona teníía un alto valor geoestrateí gico y sobre todo por los
minerales que los alemanes explotaban para la industria de guerra. Mientras que
en la Macedonia yugoslava la poblacioí n fue tratada relativamente bien por las
autoridades buí lgaras, en la parte griega se llevoí a cabo una violenta políítica de
bulgarizacioí n que incluyoí deportaciones en masa de los no eslavos.
In 1943 Tito organizoí la resistencia comunista en Macedonia, uniendo a los
comunistas buí lgaros, macedonios y griegos con la perspectiva de crear una
Macedonia independiente que tras la guerra se integraríía en una federacioí n
comunista balcaí nica. Como ya se ha senñ alado, este plan se remontaba a los anñ os
20, cuando Moscuí la defendioí como una manera de manipular el descontento
macedonio en Grecia y ganaí rselos para una posible revolucioí n comunista en los
Balcanes. Muchos eslavos de Grecia se unieron a la guerrilla macedonia. Al
finalizar la guerra en 1945, el gobierno griego llevoí a cabo una furiosa campanñ a
de represioí n. Fueron acusados de traidores, colaboradores con Bulgaria y la
Yugoslavia de Tito, comunistas, sudetes de los Balcanes, etc. La represioí n fue
seguida por un eí xodo hacia Bulgaria y Yugoslavia.
En 1946 estalloí la guerra civil griega. Contra su propios deseos, el Partido
Comunista de Grecia hubo de aceptar las lííneas de Moscuí sobre la cuestioí n de
Macedonia y se comprometioí sin mucha pasioí n a apoyar la creacioí n de una
futura Macedonia integrada en la federacioí n Balcaí nica a expensas de la unidad de
Grecia. Por un lado, eí sta era una condicioí n necesaria para conseguir el apoyo de
Yugoslavia, que resultaba esencial para la guerrilla griega y, por otro lado,
resultaba fundamental para ganarse a la poblacioí n eslava de Macedonia, que
especialmente seguí n la guerra avanzaba se convirtioí en el bastioí n de los
rebeldes. Finalmente, y gracias a la implicacioí n americana, el gobierno de Atenas
consiguioí vencer a los comunistas en 1949.
24
La guerra civil dejoí profundas huellas en la sociedad y en la identidad nacional de
Grecia que no han sido borradas totalmente. Inmediatamente despueí s de la
guerra, se exiliaron 50.000 comunistas y sus familias 11. Lo que siguioí fue una
furiosa campanñ a anticomunista y nacionalista, y la persecucioí n de cualquier tipo
de manifestacioí n de identidad eslava macedonia, que en adelante se asimiloí al
separatismo y el colaboracionismo con Yugoslavia y el comunismo. Esta radical
actitud quedoí marcada a fuego en la conciencia nacional griega, y ayuda a
explicar la reaccioí n tan apasionada de Grecia a la creacioí n de un Estado
«macedonio» en 1991.
Tito y el lííder comunista buí lgaro Dimitrov mantuvieron en el periodo 1943-1949
una postura comuí n sobre Macedonia, que era la que auspiciaba Moscuí , aunque
como en el caso de los comunistas griegos varioí seguí n las circunstancias. En
cualquier caso, esta políítica fue fundamental en la fundacioí n de la moderna
identidad de la Macedonia no griega. Como ya hemos senñ alado, Tito habíía
utilizado los sentimientos nacionalistas en los Balcanes para aumentar el apoyo
popular contra los alemanes, y concebíía la creacioí n de una federacioí n de
repuí blicas socialistas en la que entraríían todos los eslavos del sur, pero que no
seríía una repeticioí n de la Yugoslavia anterior a la guerra en la que la hegemoníía
de Serbia habíía hecho inviable la estabilidad del paíís, y por ello era preciso crear
unidades que hicieran de contrapeso a Serbia. En líínea con esta estrategia, la
identidad macedonia fue fomentada polííticamente, y en el anñ o 1943 el Consejo
de Liberacioí n Nacional reconocioí la existencia de una nacioí n macedonia, que
habríía de tener en la futura federacioí n balcaí nica el mismo estatus que Croacia,
Eslovenia, etc.
11
Cuando en 1982 el gobierno del PASOK dio a estos exiliados y sus familias permiso para
regresar y recuperar sus propiedades en Grecia, excluyoí a aquellos de origen eí tnico no griego, es
decir a los eslavos macedonios. Si bien la participacioí n de los comunistas en el gobierno griego en
1989 exorcizoí parcialmente los fantasmas de la guerra civil, el problema de los exiliados perduroí .
En los uí ltimos anñ os se han dado algunos pasos positivos para acabar con una situacioí n anoí mala
desde el punto de vista del derecho internacional. En 1998, por ejemplo, se derogoí el art. 19 del
Coí digo Civil griego de 1955 que privaba de la nacionalidad griega a las «personas de origen no
griego, que dejan Grecia sin intencioí n de retornar,...».
25
Para fomentar esta identidad nacional, que por supuesto debíía ser diferente de la
buí lgara, en 1944 se establecioí una nueva lengua, el macedonio. Si bien habíía
tenido desde comienzos del siglo algunos defensores, nunca hasta entonces se
habíía intentado una normalizacioí n del dialecto macedonio y mucho menos su
conversioí n en una lengua culta. Asíí, por decisioí n políítica, y con la intencioí n de
hacer de ella una lengua de una nueva nacioí n claramente distinta de Bulgaria, se
tomaron los dialectos del norte de la regioí n macedonia maí s cercanos al serbio
como base para la nueva lengua, y se establecioí el alfabeto ciríílico serbio, y no
buí lgaro como hasta entonces, como base del macedonio 12.
Estos pasos eran apoyados desde Moscuí , que defendíía la creacioí n de una
federacioí n eslava comunista en los Balcanes para la posguerra, en la que se
incluiríía a Bulgaria. Dimitrov, lííder de los comunistas buí lgaros que dominaron el
paíís desde 1944, acatoí las oí rdenes de Moscuí y colaboroí con Tito en este sentido.
De esta manera, Bulgaria no soí lo renunciaba a la vieja idea de crear la Gran
Bulgaria, sino que apoyaba la creacioí n de una nueva nacioí n macedonia distinta
de la buí lgara. Por medio del tratado de 1947 entre Yugoslavia y Bulgaria se
dieron los primeros pasos hacia la federacioí n Balcaí nica, pese a los recelos de
Dimitrov de que Tito persiguiera relegar en ella a Bulgaria a un papel secundario.
El Tratado dio luz verde a la integracioí n de la regioí n de Pirin a la nueva
Macedonia yugoslava. La lengua macedonia fue reconocida en esta regioí n, y de
Yugoslavia llegaron los primeros maestros que debíían extender el nuevo
macedonio estaí ndar. Sin embargo, esta nueva situacioí n no fue bien recibida por
muchos buí lgaros, y el mismo gobierno se alegroí de que apenas unos meses maí s
tarde, en 1948, las tensiones entre Belgrado y Moscuí terminaran con los planes
de una Federacioí n Balcaí nica. Pirin volvíía a ser 100% buí lgara y se extremoí el
cuidado para aislarla de la influencia de la Repuí blica Socialista Yugoslava de
Macedonia.
Con la estabilizacioí n de la guerra fríía en los anñ os 50 la cuestioí n Macedonia, que
habíía sido el centro de la políítica balcaí nica en los uí ltimos 75 anñ os, desaparecioí
Auí n hoy díía la mayor parte de los buí lgaros y no pocos macedonios consideran el macedonio un
dialecto del buí lgaro. Muchos buí lgaros se burlan de que el macedonio no es maí s que buí lgaro
escrito con una maí quina de escribir serbia.
12
26
praí cticamente como factor de inestabilidad en la regioí n. Por un lado, las
fronteras se hicieron finalmente seguras y se impidioí que llegaran influencias
desde el otro lado, incluso entre Yugoslavia y Bulgaria. Por otro lado, todo tipo de
protesta contra el statu quo dentro de estos paííses fue severamente reprimido
por el gobierno, sin que se temieran protestas del exterior. Sobre estas bases de
estabilidad se desarrollaron los cambios fundamentales que experimentoí la
region macedonia en la segunda mitad del siglo XX, ligados baí sicamente al
proceso de modernizacioí n, y que afectaron de diversa manera a las poblaciones
macedonias que vivíían en Grecia, Yugoslavia o Bulgaria.
En Bulgaria, las aspiraciones sobre Macedonia, el suenñ o que habíía envenenado la
vida políítica del paíís desde su creacioí n, fueron definitivamente borradas de la
agenda políítica y de los mitos populares. La Bulgaria comunista nunca llevoí a
cabo ninguí n tipo de descentralizacioí n administrativa. El Estado actuaba de forma
altamente centralizada, y no existíían canales para el desarrollo o expresioí n de la
sociedad civil. La oposicioí n era praí cticamente inexistente. La Iglesia estaba
controlada por el Gobierno, y debido a la reduccioí n de sus tradicionales
competencias en otros campos de la sociedad, se concentroí en su papel como
guardiaí n del nacionalismo buí lgaro, incluso reclamando Macedonia, si bien soí lo
en un sentido cultural y linguü íístico.
La cuestioí n de los macedonios en la regioí n de Pirin apenas fue un asunto que
preocupara a Sofíía, que síí teníía mayores problemas con otras minoríías como la
turca o la gitana. Durante los anñ os 50, Sofíía auí n permitioí alguí n tipo de autonomíía
cultural en la regioí n de Pirin, y permitíía a su poblacioí n que se identificara como
macedonia, lo que hicieron 187.789 personas en el censo de 1956. Sin embargo
todo cambioí a partir de 1958, cuando el gobierno decidioí que no habíía razones
para el reconocimiento de la poblacioí n de Pirin como una nacionalidad separada:
«No hay diferencias de lenguaje, de cultura o econoí micas entre la poblacioí n de la
regioí n de Pirin y los buí lgaros, y tampoco hay diferencias juríídicas o polííticas».
Esta posicioí n se vio fortalecida con la introduccioí n en los anñ os 70 del concepto
de «nacioí n socialista unificada de Bulgaria», que incluíía la nocioí n de que todas
27
las minoríías de Bulgaria eran «vestigios del pasado» que entorpecíían la
modernizacioí n socialista de Bulgaria. Asíí, Bulgaria fue definida como un Estado
con un sola nacioí n que, con la excepcioí n de las pequenñ as comunidades de judííos
y armenios, teníía una poblacioí n homogeí nea, unificada por la comuí n historia
socialista, y que no existíía una conexioí n entre la religioí n y las caracteríísticas
eí tnicas de la poblacioí n. Primero los turcos quedaron al margen de estas medidas,
pero a partir del anñ o 1984 se puso en marcha el brutal «proceso de renovacioí n»
dirigido a terminar con la cultura turca en el paíís, y del que se desconoce aun hoy
díía sus auteí nticas causas. Las consecuencias síí fueron maí s que evidentes. Se
cerraron las mezquitas, se prohibioí el turco, se forzoí la asimilacioí n y se promovioí
la emigracioí n de poblacioí n a Turquíía. Alrededor de 300.000 personas
abandonaron el paíís, y la mitad de ellas nunca volvioí 13.
2. La Nueva Cuestión Macedonia
Aunque el nacionalismo en los Balcanes no desaparecioí , como es loí gico, durante
el perííodo comunista, sino que, bien al contrario, se mantuvo vivo y fue
manipulado por los distintos gobiernos, lo cierto es que la cuestioí n nacional dejoí
de estar en el centro de las preocupaciones de sus gobiernos y poblaciones como
habíía ocurrido desde mediados del siglo XIX. Al igual que ocurrioí en Europa
occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la capacidad de asegurar
13
En este proceso dirigido a conseguir la total integracioí n de los turcos y los pomaks, se
aportaron «evidencias» histoí ricas de que eí stos eran buí lgaros eslavos que habíían sido forzados a
convertirse al Islam durante el dominio turco. Esto daba a la re-bulgarizacioí n el sentido de
restauracioí n de su propia identidad. Se prohibioí hablar turco y llevar los vestidos tradicionales
turcos. Tanto la Iglesia Ortodoxa, infiltrada por el Partido Comunista, como turcos integrados en
la nomenklatura colaboraron en este proceso, como el actual lííder del partido turco MRF Dogan.
Entre la mayoríía eslava del paíís la campanñ a encontroí amplio apoyo, incluso entre los
intelectuales. Para popularizar y justificar esta políítica se realizoí un interesante film muy
conocido tanto dentro como fuera del paíís que presentaba la versioí n oficial sobre la islamizacioí n
de los buí lgaros en el siglo XVII titulado A Time of Violence (Una eí poca de violencia). Como es
comuí n a todos los paííses del Este, no ha existido desde la transicioí n a la democracia un debate
puí blico en Bulgaria sobre el pasado comunista y sobre hechos tan graves como la asimilacioí n
forzada de los turcos en los anñ os 80. Es maí s, muchos buí lgaros se alegran de que el silencio
perdure, sobre todo aquellos que se quedaron con las propiedades que dejaron atraí s los turcos.
UÉ ltimamente ha habido tíímidos reconocimientos puí blicos de la injusticia de aquellos hechos,
pero no se ha promovido una investigacioí n seria.
28
la paz y el bienestar de la poblacioí n se convirtioí en el principal instrumento
legitimador de los Estados con sistema de gobierno socialista.
Hasta tal punto parecíía haberse superado el peligro que histoí ricamente el
nacionalismo habíía supuesto para la estabilidad de la regioí n que cuando cayoí el
muro de Berlíín muy pocos profetizaron -aunque ahora lo olvidemos- que el fin de
los gobiernos socialistas en los Balcanes vendríía ligado al resurgir del
nacionalismo violento y la desaparicioí n desastrosa de Yugoslavia. Y sin embargo,
fue exactamente lo que ocurrioí : se reabrioí como un meloí n la cuestioí n nacional
en los Balcanes con traí gicas consecuencias inmediatas y pesados lastres para la
estabilidad de toda la regioí n a medio y largo plazo. Si bien no es eí ste el lugar para
resumir las complejas razones de la guerra de Yugoslavia, síí es importante
analizar los oríígenes y las consecuencias del renacer del nacionalismo violento
en los Balcanes en los anñ os 90 para contextualizar la Nueva Cuestioí n Macedonia.
Quizaí s resulte necesario recordar que no era histoí ricamente necesario que una
vez terminado el sistema socialista las tendencias separatistas tuvieran que
estallar en Yugoslavia, ya que el hecho de que Yugoslavia fuese un paíís «artificial»
-como por lo demaí s lo son todos los paííses del mundo- no era razoí n suficiente
para que desapareciera, pues lo que une a un paíís no es su historia ni su
uniformidad cultural sino la voluntad de sus ciudadanos y su clase políítica. La
razoí n principal de que Yugoslavia estallara se debioí no a la potencia irrefrenada
y eterna del nacionalismo o a la represioí n de la cultura de los muy diversos
pueblos que componíían Yugoslavia sino a la falta de fuerzas sociales capaces de
establecer un sistema democraí tico que pudiera canalizar la cuestioí n nacional y
las diversas tensiones de estas sociedades en un marco que permitiera la
resolucioí n pacíífica de estos problemas.
Tras 40 anñ os de socialismo, la caracteríística fundamental de las sociedades de los
Balcanes era la inmadurez políítica en el sentido democraí tico. Durante el reí gimen
represor, los movimientos de oposicioí n eran deí biles, divididos y desorganizados.
El control policial, el miedo a la caí rcel y la extendida apatíía entre la sociedad,
disuadíían de cualquier manifestacioí n contraria y hasta del activismo social. Esto
29
significoí que durante la dictadura no se desarrolloí una élite cultural y políítica
alternativa que pudiera ser la semilla de una sociedad civil sobre la que se
asentara la democracia futura. Por lo demaí s, los intereses econoí micos privados,
base de toda burguesíía, eran praí cticamente inexistentes.
Sin una sociedad civil míínimamente articulada el crecimiento del nacionalismo
como instrumento políítico fue vertiginoso cuando se avecinoí la crisis del sistema
en los anñ os 80. Polííticos y militares del sistema socialista interesados en
mantener el poder, manipularon la poderosa palanca del odio al otro y la defensa
de la sagrada patria para conseguir atraerse a la poblacioí n, y mostraron una
postura intolerante hacia el pluralismo de ideas y la competencia políítica
democraí tica. El nacionalismo xenoí fobo fomentoí el autoritarismo y extendioí un
clima de intolerancia políítica con el pretexto de defender los intereses
«nacionales» supuestamente en peligro. Los escasos defensores de la tolerancia,
del papel de una sana sociedad civil en un sistema políítico abierto, capaz de
equilibrar los derechos individuales y los derechos de la colectividad, que
defendiera la libre opinioí n y prensa, el imperio de la ley y el derecho a la vida, se
vieron arrastrados por la potente corriente de una sociedad ciega por los cantos
de sirena de los nacionalistas intransigentes.
El fermento de todo este movimiento estaba en parte en la profunda crisis
econoí mica que se arrastraba desde los anñ os 80. EÉ sta se agravoí con el paso a la
economíía de mercado en los 90, con el resultado de un empobrecimiento de
millones de personas, lo que creoí masas dispuestas a seguir a los salvapatrias y
miles de joí venes listos para alistarse por cualquier causa que les reportara
beneficio inmediato. Por otro lado, la privatizacioí n y los nuevos capitales llegados
de los paííses de la UE y del oeste dieron oportunidad a los mismos protectores
polííticos de la patria a amasar fortunas y crear redes clientelares en una
administracioí n mal pagada, comprar medios de comunicacioí n para manipular la
opinioí n puí blica, e incluso para mantener ejeí rcitos privados y participar en la
delincuencia internacional -traí fico de armas, de personas, de drogas, etc.
30
Los procesos de independencia y el resurgir del nacionalismo no caminaron en
paralelo ni han sido consecuencia de un proceso de democratizacioí n sino que,
por el contrario, lo han impedido. Se han fortalecido élites corruptas, promovido
el odio eí tnico y precipitado guerras y masacres que han dejado huellas que
perduraraí n durante deí cadas en la regioí n, haciendo que la democracia, el
progreso econoí mico y social se retrasen por largo tiempo.
Auí n no tenemos la suficiente distancia histoí rica para valorar el papel jugado por
Europa en la guerra de Yugoslavia. Lo que si parece irrefutable es que Europa
perdioí con su posicioí n dubitativa la oportunidad de frenar una cataí strofe y poner
a Yugoslavia y al conjunto de los Balcanes sobre la víía correcta hacia la
democracia y el progreso, fortaleciendo con ello a su vez el proceso de
integracioí n europea. Aquella falta de voluntad políítica respondioí a muchas
causas, pero en parte se debioí a una pobre comprensioí n de lo que estaba
pasando en Yugoslavia y sobre las consecuencias que ello podíía tener a largo
plazo para la regioí n y el conjunto de Europa. Apenas se dispararon los primeros
tiros en Eslovenia, Europa se volvioí a poner las gafas de Lord Byron para
interpretar lo que estaba ocurriendo. En definitiva, parecíía que el comunismo no
habíía sido maí s que una pausa, y que una vez llegada la democracia nada podíía
frenar el íímpetu nacionalista que todos los habitantes de Yugoslavia guardaban
bien escondido detraí s del retrato de Tito en la sala de estar. Resultaba triste pero
en definitiva parecíía loí gico; al fin y al cabo, ¿no habíían sido siempre los Balcanes
una tierra de salvajes?
Con el Pacto de Estabilidad para la Europa sudoriental se ha puesto en marcha un
importante instrumento para la modernizacioí n y pacificacioí n de los Balcanes. Sin
embargo, en el fragor de los inmensos y diversos esfuerzos que este cuerpo debe
realizar díía a díía para reconstruir la regioí n, la UE y la comunidad internacional
no encuentran tiempo para tomar distancia y preguntarse de doí nde se viene y
adoí nde se quiere ir, maí s allaí de las buenas intenciones que presiden el proyecto
de traer estabilidad, paz y democracia a los Balcanes. Forjar en los Balcanes una
estabilidad permanente no se puede conseguir solamente levantando puentes y
31
escuelas, por muy necesario que esto sea, desde luego, sino que esta labor de
reconstruccioí n material de la regioí n debe estar guiada y subordinada a una clara
estrategia de futuro, un objetivo global al que se dirijan todos los esfuerzos y los
pequenñ os pasos que se vayan dando.
Pero, ¿existe de verdad esta estrategia clara de adoí nde se quiere ir? Por un lado,
la UE se esfuerza por evitar que se extiendan los conflictos y que se levanten maí s
fronteras, como muestra la mediacioí n en la FYROM en 2001 y el apoyo a la
consolidacioí n de la unioí n de Montenegro y Serbia ese mismo anñ o de 2002. Por
otro lado, sin embargo, algunos altos funcionarios escriben artíículos anoí nimos
en los que promulgan la divisioí n de Bosnia, de Kosovo, de Macedonia, para que
los Balcanes pasen a estar constituidos por Estados maí s homogeí neos
eí tnicamente, ya que «los pueblos de los Balkanes todavíía tienen que pasar por la
fase de nacioí n-Estado para poder desarrollar entre ellos unas relaciones
econoí micas, polííticas y sociales satisfactorias». Otros abogan por modelos
federales como el belga para Macedonia, cuando otros los desaconsejan como
una manera de aumentar la distancia entre albano-macedonios y eslavomacedonios, mientras no falta quien, desde altas posiciones en la UE, reconoce
que no todos los paííses de los Balcanes merecen el mismo trato por parte de
Bruselas, porque algunos como Croacia siempre han sido parte de la
Mitteleuropa que, en definitiva, es el alma «verdadera» de la civilizacioí n europea
de la que surgioí la UE, mientras que otros apenas parece que se han sacudido la
costra de 400 anñ os de dominacioí n turca…..
Si bien es cierto que la UE no es una academia de ciencias histoí ricas y sociales,
resulta chocante ver la ligereza con la que en ocasiones se trata el tema de la
guerra
de
Yugoslavia,
la
absoluta
falta
de
reconocimiento
de
las
responsabilidades y el alcance histoí rico de aquella guerra para el conjunto del
continente y para el proceso de construccioí n europea. De ahíí surge la confusioí n
de adoí nde se quiere ir y coí mo se debe conseguir. Una organizacioí n como la
Comunidad Europea, que nacioí precisamente decidida a defender la democracia
y la paz permanente en una Europa que se habíía precipitado en la mayor
cataí strofe de su historia, que lamentaríía siempre su cobardíía en la defensa de la
32
Repuí blica Espanñ ola y su claudicacioí n en Munich, no puede permitirse, políítica,
histoí rica ni moralmente, carecer de una conciencia clara y firme sobre la
gravedad de lo acontecido en Yugoslavia en los anñ os 90, y mucho menos rehuir
las responsabilidades de lo que allíí acontecioí . La UE debe tenerlo presente a
modo de ensenñ anza para su políítica hacia aquella regioí n, si no quiere que resulte
un fracaso. Para ello se requiere un debate dentro de la UE, una definitiva toma
de postura de queí es lo que la UE quiere en los Balcanes y coí mo lo va a conseguir,
para que maí s pronto que tarde la regioí n deje de parecer un teatro de la
confusioí n al que acuden ONG, funcionarios internacionales y cientííficos sociales
para presentar sus nuevas y brillantes recetas para la curacioí n del enfermo.
Con la intencioí n de aportar algunos elementos al debate, en las siguientes
paí ginas se presenta una maí s de las muí ltiples facetas de la crisis de los Balcanes,
la que gira en torno a la que llamaremos la Nueva Cuestioí n Macedonia. Para
comprenderla, resulta tan necesario conocer las raííces histoí ricas que se han
explicado arriba como huir de cualquier determinismo histoí rico. La Cuestioí n
Macedonia no se habríía probablemente reabierto de no haberse desintegrado
como lo hizo Yugoslavia, ni se habríía enquistado como un problema que puede
llegar a ser irresoluble si se hubiera producido a tiempo una democratizacioí n de
la regioí n. La Cuestioí n Macedonia es parte del conflicto de los Balcanes y soí lo
encontraraí su salida en el seno de una resolucioí n global del problema de la
regioí n.
El renacer de la Cuestioí n Macedonia
Durante la guerra fríía, las sociedades de Grecia, Bulgaria y Yugoslavia sufrieron al
igual que el resto del sur de Europa profundos cambios provocados por un
vertiginoso proceso de modernizacioí n -anñ os 60 y 70 sobre todo- que en el norte
del continente habíía llevado deí cadas. Fenoí menos como la industrializacioí n, la
urbanizacioí n, la extensioí n de la cultura de masas, el laicismo, forjaron en pocas
deí cadas nuevas sociedades que ya nada teníían que ver con la tradicional, y las
identidades sufrieron cambios poderosos.
33
Durante este perííodo los macedonios, que se repartíían entre tres paííses sin
apenas contacto entre síí, vivieron en condiciones muy distintas que afectaron a
su identidad y autopercepcioí n. En Grecia gozaban de una favorable situacioí n en
teí rminos de bienestar y libertad individual (salvo el periodo de la dictadura de
1967-1974) mientras que se les prohibíía la expresioí n de su cultura y lengua
tradicionales y fueron sometidos a una profunda asimilacioí n, en gran parte
aceptada positivamente. En Bulgaria, en cambio, y pese a carecer de cualquier
tipo de libertad individual o de grupo, no sufrieron como en Grecia una activa
políítica dirigida a cambiar radicalmente sus raííces culturales. Por uí ltimo, se
desarrolloí una nueva identidad macedonia integrada en la nacioí n yugoslava
desligada y contraria al antiguo macedonismo pro-buí lgaro o el panmacedonismo. En todos los casos, los macedonios desarrollaron una profunda
lealtad a los Estados en los que vivíían y una identificacioí n con la nacioí n
correspondiente, consideraí ndose a síí mismos ante todo buí lgaros, yugoslavos o
griegos.
Esta situacioí n de statu quo se vio sacudida con el fin de Yugoslavia y la
independencia de la Repuí blica Socialista Yugoslava de Macedonia in 1991, que
creoí problemas con todos los Estados vecinos. Dado que recuerdan en algunos
casos a los que caracterizaron a la Cuestioí n Macedonia que se daba por
terminada en los anñ os 40, algunos autores han acunñ ado el termino Nueva
Cuestioí n Macedonia para referirse a este conflicto. Como todos los asuntos de la
regioí n, este teí rmino ha sido discutido, ya que los problemas actuales son
difíícilmente comparables a los que se prolongaron hasta los anñ os 40 del siglo XX.
Como intenta ser aceptado internacionalmente en plano de igualdad y negar que
existan graves problemas en el paíís, el nuevo Estado macedonio es
particularmente reacio a ser visto como el centro de una «Cuestioí n», y considera
que es vííctima del apetito de politoí logos y mass-media occidentales felices de
poder hincar el diente a ese tema tan sabroso como el de los conflictos
balcaí nicos, lo que tiene parte de verdad.
34
Sin embargo, no se puede negar que existe un grave problema en torno al nuevo
paíís la FYROM y que, en este conflicto, la cuestioí n de las identidades resulta
fundamental, como ya lo fue durante la original Cuestioí n Macedonia. Si en la
primera el trasfondo era el de la creacioí n de Estados nacioí n mediante la
destruccioí n de un Estado plurinacional y multicultural, actualmente el problema
lo plantea la compatibilidad de estos Estados nacioí n con la presencia de minoríías
a las que tradicionalmente se les ha negado derechos de caraí cter cultural o
políítico. Como en el caso de la Cuestioí n Macedonia, estas minoríías complican las
relaciones entre los paííses de la regioí n y, como en la primera, el papel de Europa
resulta central en el inicio, desarrollo y esperemos que en la positiva resolucioí n
del conflicto. La cuestioí n es: ¿coí mo?
Apenas la Repuí blica Yugoslava de Macedonia alcanzoí la independencia en 1991,
su identidad, sus síímbolos, su lenguaje, su historia, y su mera existencia como
nacioí n fueron puestos en cuestioí n por sus vecinos. Ello fue alimentado por el
despliegue de un agresivo nacionalismo por parte del nuevo Estado, que a
algunos les recordoí al pan-macedonismo, y puso alerta a los gobiernos de Sofíía y
Atenas sobre sus minoríías eslavas que vivíían en las regiones histoí ricas de
Macedonia hasta 1912 y ahora bajo su jurisdiccioí n, y sus posibles
reivindicaciones. Por otro lado, la minoríía albanesa en la FYROM trajo un factor
de inestabilidad que a la larga se ha convertido en el maí s preocupante para el
paíís.
Grecia reclama desde 1991 el exclusivo Copyright del nombre de Macedonia
como perteneciente al reino «griego» de Alejandro Magno, y ha presionado
continuamente en el seno de la UE para que no se acepte internacionalmente el
nombre de Repuí blica de Macedonia para el nuevo Estado. Los argumentos
histoí ricos que Grecia aporta sobre esta «usurpacioí n» tienen cierto peso. Si bien
no estaí claro que los antiguos macedonios fueran griegos, lo cierto es que
jugaron un papel esencial en la expansioí n del helenismo. Y por supuesto, los
eslavos que llegaron a la regioí n en el siglo VI d. C, y que forman hoy díía la mayor
35
parte de la poblacioí n de la FYROM, no son en absoluto los continuadores del
reino de Alejandro, por mucho que se empenñ en en proclamarlo 14.
Bulgaria fue el primer paíís que reconocioí al nuevo Estado de Macedonia pero, a
pesar de aceptar este nombre para el paíís, negoí de manera sistemaí tica que
tuviera una identidad y una lengua diferentes a la buí lgara, considerando artificial
la identidad creada por Tito. Los maí s vehementes defensores de estas ideas
fueron los miembros del Instituto Macedonio en Sofíía, que ofrecíía a la opinioí n
puí blica y a los polííticos estudios «cientííficos» que demostraban la no existencia
de una nacioí n macedonia.
Pese a que no existíía ninguí n conflicto bilateral de ninguí n tipo, y Macedonia
incluso resultoí esencial para el mantenimiento de la economíía serbia durante el
embargo a que fue sometido antes de 1995, la Yugoslavia de Milosevic no
reconocioí el Estado, la lengua, el nombre y la nacioí n macedonia a plena
satisfaccioí n de Skopje hasta 1996.
Se supone que la importancia para Serbia del apoyo de Atenas determinoí este
tardíío reconocimiento por parte de Belgrado. Por otra parte, Milosevic teníía la
esperanza de que el pequenñ o e inestable paíís no pudiera sobrevivir por síí mismo,
y volveríía a pedir el acceso a la Federacioí n Yugoslava.
Albania, por su parte, presionoí permanentemente sobre el gobierno de Skopje,
denunciando las condiciones de discriminacioí n a las que eran sometidos los
albaneses en la FYROM y dando un apoyo moral a los extremistas albaneses. Esto
cambioí a raííz de la subida al poder a finales de los 90 de Fatos Nano, que ha
tenido una postura maí s moderada y conciliadora con Macedonia y ha reiterado
que Albania respeta absolutamente las fronteras de Macedonia.
14
Una de las crííticas maí s persistentes de Grecia a la FYROM es que el nuevo Estado niega
sistemaí ticamente cualquier signo de patrimonio histoí rico y artíístico griego en el territorio de la
repuí blica. Los griegos acusan de que Skopje ha llevado a cabo una campanñ a de deshelenizacioí n
de la regioí n. En un tíípico comentario desde Atenas, una organizacioí n griega comenta sobre un
libro de texto de historia de quinto curso editado en Skopje en 2001: «en un discurso acadeí mico,
se puede soslayar esas trivialidades como simples productos ridíículos derivados de una
mentalidad neonacionalista. En políítica, sin embargo, esos ejercicios de grandeur prestada o de
imperialismo cultural tienden a suscitar la cuestioí n de si los autores tienen las credenciales de
madurez necesarias para participar en el proceso europeo. Porque, en definitiva, lo que tratan de
socavar son los principios baí sicos de la civilizacioí n y la historia europeas».
36
La fuerza de los argumentos de Macedonia (la FYROM) respecto a las crííticas
histoí ricas y culturales de Bulgaria y Grecia reside en el hecho de que actualmente
la mayor parte de la poblacioí n del paíís se considera a síí misma macedonia y a su
lengua como el macedonio. Contra esta realidad, tiene poco peso la insistencia de
Sofíía y Atenas de que esta autoidentificacioí n no es histoí ricamente correcta. La
uí nica diferencia entre la «creacioí n» de la identidad macedonia y la creacioí n de
las identidades del resto de los paííses balcaí nicos es que aquella se retrasoí casi
100 anñ os respecto a las uí ltimas. Por supuesto, como los demaí s pueblos
balcaí nicos, los macedonios se presentan a síí mismos como una antiquíísima
poblacioí n, descendiente de los antiguos macedonios de Alejandro, lo que síí es un
disparate que sirve para que los demaí s se mofen de ellos.
Las diferentes interpretaciones de la identidad macedonia comparten el hecho de
negar la importancia del cambio histoí rico, ya en el pasado lejano o reciente. Asíí,
para los griegos, si Macedonia fue una vez griega significa que permanece griega
para siempre; para los buí lgaros si los macedonios se sintieron principalmente
buí lgaros hasta la Segunda Guerra Mundial eso quiere decir que seraí n buí lgaros
para siempre, etc. Sin embargo, y como hemos visto en el capíítulo anterior, una
de las caracteríísticas maí s acusadas de su historia reciente de Macedonia es la
capacidad de sus pueblos de cambiar de identidad 15.
Resultaríía equivocado sin embargo concluir que los problemas abiertos en torno
a la cuestioí n de Macedonia son exclusivamente de caraí cter cultural o histoí rico. Si
el lenguaje nacionalista de la FYROM provocoí reacciones agudas en los paííses
vecinos fue sobre todo motivado por el problema interno que para esos paííses
conllevaríía el renacer del pan-macedonismo. Por sus consecuencias internas,
eí sta es una amenaza soí lo relativamente seria para Grecia, y menos auí n para
Bulgaria. Como veremos, el verdadero problema no estaí aquíí, sino en la
viabilidad de la propia FYROM como paíís. Y ahíí síí, la posicioí n que adopten sus
No piensan asíí los sabios miembros del Congreso de Illinois, quienes en junio de 2002 hicieron
pasar esta casi surrealista ley: «proclamamos que los antiguos macedonios son helenos y que los
habitantes de la provincia septentrional de Grecia, Macedonia, son sus descendientes heleí nicos; y
que conste ademaí s para siempre que la historia de la Antigua Macedonia ha sido heleí nica desde
hace 3 000 anñ os y sigue sieí ndolo hoy en díía».
15
37
vecinos de la regioí n, y por extensioí n la comunidad internacional y sobre todo la
UE, seraí esencial para que ese futuro exista.
La cuestioí n de la FYROM y las minoríías en un paíís de la UE: Grecia
La violencia con la que Grecia presenta sus reivindicaciones y argumentos
histoí ricos para boicotear el nombre de Repuí blica de Macedonia y los síímbolos
del paíís, arrastrando consigo a toda la UE y negando con ello la normalizacioí n de
este paíís a nivel internacional, no es sino una fachada para cubrir sus verdaderos
temores respecto a una posible reactivacioí n del largamente apagado asunto de
los eslavos de la zona norte de Grecia.
La existencia de una Repuí blica Macedonia en el seno de una Yugoslavia no
democraí tica, y cubierta Grecia por el paraguas de la Guerra Fríía que le permitíía
actuar a gusto en sus asuntos internos sin interferencia externa, era el marco
ideal para el gobierno de Atenas y su «no-modelo» de reconocimiento e
integracioí n de las minoríías del paíís, de la cual la maí s importante y polííticamente
sensible era la macedonia. Pero desde el surgimiento de un paíís democraí tico que
se quiere llamar Macedonia como una regioí n del norte de Grecia en la que parte
de la poblacioí n habla la misma lengua, que no es reconocida por Grecia, Atenas
tiene que buscar justificacioí n a su «peculiar» tratamiento de esa parte de la
poblacioí n que le gustaríía ver reconocidas algunas peculiaridades culturales de
acuerdo con las normas internacionales. Y esto, aunque pueda resultar extranñ o,
es tremendamente complicado en Grecia16.
Para entender el porqueí del trato dado a las minoríías en Grecia debemos
comprender el extremado nacionalismo que caracteriza a la cultura políítica del
paíís. Con apoyo de la influyente Iglesia Ortodoxa, y difundida mediante la
educacioí n puí blica, la legislacioí n y los medios de comunicacioí n, se ha
popularizado una concepcioí n míítica de la nacioí n helena hasta líímites tan
exagerados que resulta casi un tabuí ponerla míínimamente en cuestioí n en el
16
Como ya sabemos, Grecia no reconoce la existencia de minoríías en su territorio, aparte de la
minoríía musulmana reconocida en el Tratado de Lausana de 1923, ni permite el uso de otra
lengua que el griego en los medios de comunicacioí n y en la ensenñ anza.
38
discurso políítico o puí blico. Un representante del Gobierno griego lo expresoí asíí
recientemente ante una comisioí n del Senado de los EE.UU.: «la Historia- y por
historia se debe entender no soí lo la secuencia de acontecimientos sino,
principalmente, la percepcioí n de tal secuencia y las conclusiones morales e
ideoloí gicas que se sacan de ella- ha llevado a la mayoríía del pueblo griego a
equiparar ser griego a ser cristiano, griego ortodoxo. Conviene conocer este
entorno en el que el Gobierno de Grecia tiene que aplicar sus obligaciones en
cuanto a derechos humanos». En esa visioí n conscientemente manipulada de la
Historia, los griegos se presentan a síí mismos como los portadores de una cultura
superior, herederos de los elevados valores del humanismo y la democracia que
han debido conservar durante siglos en dura lucha contra los «baí rbaros» vecinos
que permanentemente han supuesto una amenaza a la existencia o a la
integridad de Grecia y sus valores.
En estas condiciones, resulta casi incompatible la concepcioí n del Estado-nacioí n
griego con la existencia de minoríías, sobre todo cuando eí stas estaí n relacionadas
con paííses vecinos que son percibidos como enemigos histoí ricos de Grecia.
Resulta asíí comprensible que en Grecia, pese a ser uno de los paííses maí s
homogeí neos linguü íística, eí tnica y religiosamente (y por ello tener poco que temer
de potenciales movimientos separatistas), no es posible el reconocimiento de la
existencia de grupos particulares dentro del territorio nacional, aparte de los
musulmanes de Tracia Occidental. Este tema es casi un tabuí entre la comunidad
cientíífica. El mero hecho de senñ alar la existencia en Grecia de «minoríías» resulta
ofensivo, y es considerado un ataque directo a la nacioí n. Lo maí ximo que un
griego tolerante es capaz de reconocer es la existencia de griegos descendientes
de poblaciones de lengua no griega que auí n hoy díía hablan «dialectos» (nunca
lenguas) no griegos en su vida privada17.
El multiculturalismo resulta ajeno a la esencia de la nacioí n griega, como
recientemente hizo entender el gobierno de Atenas tras ser invitado por el
Consejo de Europa a reconocer el caraí cter multicultural de Grecia. Para Grecia, el
Grecia tampoco tiene una políítica de proteccioí n de los muchos dialectos del griego, como el
dialecto de Asia Menor que portaban los que fueron expulsados de Turquíía en 1923 y que es muy
distinto del griego estaí ndar.
17
39
multiculturalismo es propio de los paííses y naciones nuevas -entre las que por
supuesto no se cuenta- como USA o Australia. La mayor parte de la poblacioí n
griega ignora la mera existencia de los «otros» griegos. Cuando en la prensa se
trata este asunto, se presenta el tema bajo una perspectiva muy nacionalista y
casi racista18. Por lo general, se relaciona con las teoríías conspirativas contra
Grecia y con las amenazas a su integridad. Los observadores de otros paííses de la
UE, de organizaciones internacionales y especialmente de ONG que defienden los
derechos de estas minoríías caen en el saco de enemigos de Grecia o, como poco,
son despreciados como ignorantes de la complejidad de la realidad de Grecia que
no deberíían opinar sobre lo que no conocen y mucho menos atreverse a dar
consejos. El pathos ultranacionalista de Grecia se alimenta de un profundo
antiamericanismo, que no ha hecho sino crecer desde los anñ os de la dictadura de
los Coroneles19.
Por otro lado, hay que senñ alar la difíícil relacioí n que Grecia mantiene con los
derechos humanos en general. El nivel de respeto a los derechos humanos en
Grecia es por supuesto mucho mejor que en los paííses del Tercer Mundo y que en
muchos de los paííses del este de Europa, pero es muy pobre en relacioí n con los
estaí ndar tradicionales de Europa occidental y sobre todo en comparacioí n con el
resto de los paííses de la UE. Durante su reciente visita a Grecia, Gil Robles senñ aloí
su preocupacioí n por la situacioí n de los derechos humanos en Grecia, y habloí por
ejemplo de «inaceptables condiciones de detencioí n de los deportados y
deplorables condiciones de vida de los romanííes» 20. Por otro lado, Grecia estaí en
el grupo de los paííses que peor aborda el problema del traí fico de personas seguí n
un reciente informe del gobierno los EE.UU., por debajo de la corrupta FYROM o
de Bulgaria.
Un políítico griego que asistioí a una boda en el norte de Grecia en la que bailoí y cantoí en eslavo
una cancioí n tradicional de la regioí n, hubo de dar explicaciones al díía siguiente en la televisioí n
nacional sobre este extranñ o comportamiento.
19
Durante la guerra de Kosovo, Grecia vivioí las manifestaciones maí s violentas de Europa contra la
OTAN, y el conocido cantante Nikos Teodorakis reflejoí la opinioí n extendida al equiparar a los
americanos con los nazis. Por otra parte, y seguí n una encuesta, casi el 50% de los griegos
consideran que el ataque a las Torres Gemelas fue un complot organizado por los servicios
secretos americanos.
20
En junio de 2002 Alvaro Gil Robles visitoí Grecia, y su informe seraí interesante para conocer la
evolucioí n de los derechos humanos en el paíís en los uí ltimos tiempos.
18
40
El poco envidiable trato dado a los que en Grecia se quieren considerar como
minoríía y a los extranjeros que entran en Grecia por necesidad se debe en parte a
la falta de atencioí n a este problema por parte de los paííses de la CE desde la
restauracioí n de la democracia en el paíís en 1974. Este laissez faire dio la
impresioí n a Grecia de que podíía seguir sin variaciones con sus pobres resultados
en el campo de los derechos humanos. El trato a las minoríías y el escaso respeto
a los derechos de los extranjeros, resultan sorprendentemente incoherentes en
la, por otra parte, enorme transformacioí n del paíís desde 1974.
La ola de chauvinismo que se desatoí tras 1991 con la independencia de la
FYROM llevoí al ya elevado pathos nacionalista en Grecia a cotas de histeria. En los
meses siguientes, 20 ciudadanos griegos fueron juzgados y 15 condenados por
expresar opiniones distintas de la tradicional sobre asuntos de identidad
nacional21. La mayoríía de ellos eran eslavos de la regioí n norte de Macedonia. Uno
de los casos maí s importantes fue el de la prohibicioí n por un juez a principios de
los noventa de una organizacioí n llamada Shelter for Macedonian Culture
(Refugio para la cultura macedonia), que dice defender la cultura eslava en
Grecia. Dos de sus miembros fueron condenados por haberse presentado en una
reunioí n de la CSCE en Copenhague en 1990 como «macedonios», y acusado a
Atenas de no respetar los derechos de las minoríías en el paíís. Los condenados
elevaron el caso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos que, en una
sentencia de julio de 1998, condenoí al Estado griego por la violacioí n del derecho
de libertad de expresioí n y libertad de asociacioí n22.
Otro caso relevante fue el del partido políítico Rainbow, que reivindica los
derechos culturales de los eslavos en Grecia, y que apenas alcanza el 1% en las
zonas donde se concentra la poblacioí n eslava 23. El problema se inicioí cuando en
Florina, ciudad cercana a la FYROM y «bastioí n» de los activistas eslavos en
Grecia, instalaron un cartel bilinguü e con el nombre del partido en griego y en
Estos procesos judiciales son auteí nticas clases sobre la «verdadera» historia de Grecia y de los
Balcanes. En un caso, el juez dijo que la minoríía macedonia era «inexistente desde el punto de
vista eí tnico y, desde el histoí rico, repugnante».
22
Veí ase Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Caso Sidoropoulos e.a. contra Grecia, 10.7.1998
23
Aun cuando tuviese alguí n peso en la zona poblada por eslavos, Rainbow nunca llegaríía al
alcanzar representacioí n parlamentaria, porque el sistema electoral griego es muy desfavorable
para los partidos que soí lo tienen peso a nivel regional.
21
41
macedonio en la puerta de su sede. Inmediatamente, el fiscal de la ciudad de
Florina ordenoí la retirada de la inscripcioí n de la puerta con el argumento de que
«la utilizacioí n del idioma rompíía la armoníía» en la ciudad. Los miembros de
Rainbow se negaron, y entonces la policíía retiroí el cartel. Al díía siguiente una
masa de ciudadanos, con el alcalde a la cabeza, asaltoí el local y le prendioí fuego.
Ninguna asociacioí n o partido políítico denuncioí estos hechos. Al contrario,
algunas organizaciones aplaudieron a los autores de estos hechos, e incluso el
partido que gobernaba la ciudad, el PASOK, condenoí el uso de signos en dos
lenguas.
El proceso contra Rainbow continuoí . Soí lo algunas organizaciones para la defensa
de los derechos humanos y partidos de izquierda protestaron. Algunos miembros
del Parlamento por la regioí n de Xanti (de la zona oriental de Grecia, con una
amplia minoríía turca y llamados en Grecia griegos musulmanes) condenaron el
proceso contra Rainbow, reclamando que «ya ha llegado la hora de que la justicia
agrega se ajuste a los principios aplicables internacionalmente de los derechos
humanos y los derechos de las minoríías, que tambieí n víínculo no ha Grecia. Estos
derechos, entre otras cosas, contemplan la posibilidad para las minoríías de optar
por la auto-adscripcioí n en lugar de la hetero-determinacioí n, y tambieí n el respeto
de las lenguas maternas y su libre utilizacioí n». Por su parte, la Coalicioí n
Progresista de Izquierdas senñ aloí en 1997 que «ese proceso viola la libertad de
expresioí n y agrava, que no resuelve, los problemas. Nuestro paíís debe respetar
los Tratados de la OSCE asíí como la Convencioí n sobre los derechos de las
minoríías del Consejo de Europa del que es signatario» 24
La erraí tica y confusa políítica de Grecia en este campo ha sido reconocida en el
Segundo Informe sobre Grecia de la Comisioí n Europea contra el Racismo y la
Intolerancia (ECRI), de junio de 2000 25, en que recuerda la decisioí n del Tribunal
Europeo de Derechos Humanos en el caso de la Shelter for Macedonian Culture,
Grecia viola algunos convenios internacionales sobre derechos humanos que ha ratificado,
como los de la CSCE, el Consejo de Europa o las Naciones Unidas. Por otra parte, todavíía no ha
firmado el Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Polííticos y ha sido el uí nico miembro del
Consejo de Europa que ha votado en contra de la nueva Carta de las Lenguas Regionales y
Minoritarias en 1992.
25
Veí ase http://www.coe.int/T/E/human_rights/
24
42
considerada como un reconocimiento implíícito de la minoríía macedonia en
Grecia. Pese a esta sentencia, la asociacioí n no ha podido registrarse en Grecia,
pues ninguí n abogado griego ha aceptado representarles legalmente. El caso estaí
pendiente en la Corte Suprema de Grecia desde 2001, y no hay fecha fijada para
el inicio de la vista oral.
Ante la creciente atencioí n internacional que los casos senñ alados han despertado,
el gobierno de Grecia ha tenido que defender su modelo de trato a las minoríías.
Los argumentos son diversos. Por un lado, Atenas senñ ala el argumento de la
autodefinicioí n. Ante la Comisioí n de las Naciones Unidas para la Eliminacioí n de la
Discriminacioí n Racial, en marzo de 2001, la delegacioí n griega recordoí que
Grecia no reconoce la existencia de una minoríía macedonia en el paíís, que tan
solo la mencioí n de esto por algunos grupos resulta embarazoso para Grecia, y
que «el uí nico elemento con que cuentan estos cíírculos sobre la existencia de tal
minoríía es que, en las zonas septentrionales de Grecia, la poblacioí n habla un
segundo dialecto, el dialecto eslavo. Pero que nadie ha preguntado a esa gente si,
voluntariamente, se identificaríían como pertenecientes a una nacioí n eí tnica
diferente. De modo que, si convenimos en que un factor determinante importante
para la realizacioí n, para el reconocimiento de la existencia de una minoríía
nacional es la voluntad de la poblacioí n de identificarse a síí mismos como grupo,
opino que tenemos que respetar cuando menos la voluntad del pueblo,.... que
nunca se ha expresado en favor de la pertenencia a una minoríía nacional
diferente de la nacioí n griega. Esa es la razoí n por la que Grecia niega firmemente
la existencia de un grupo semejante».
Por otro lado, el gobierno griego presenta a los activistas que defienden los
derechos culturales de esta «supuesta» minoríía como un peligro para la
integridad territorial de Grecia, y por ello vincula indirectamente la denegacioí n
de sus reclamaciones con la preservacioí n de la paz. En una sesioí n de la OSCE, la
delegacioí n griega dijo que entre los activistas eslavo-macedonios «la mayoríía de
ellos, pero no – insisto: no – todos ellos persiguen una políítica de secesioí n de
una parte considerable del territorio de Grecia ». Lo cierto es que, por el
contrario, estas organizaciones, como Rainbow, han proclamado constantemente
43
que ellos no buscan ninguí n tipo de secesioí n o siquiera de autonomíía de la regioí n
macedonia del norte de Grecia, y que soí lo persiguen el reconocimiento de sus
derechos culturales.
El apoyo con el que cuentan estas organizaciones culturales y polííticas es
escasíísimo entre la poblacioí n griega de raííz eslava. La enorme mayoríía de ellos
comparten los principios del nacionalismo griego, asumen sus mitos y se
consideran partíícipes ííntegros de la nacioí n griega. Pero lo cierto es que a los que
síí desean alguí n tipo de preservacioí n de su cultura eslava síí les impiden hacerlo.
Se les prohibe recuperar antiguos nombres eslavos, obligatoriamente
helenizados en 1913. Aunque desde los anñ os 80 ya no estaí prohibido el uso en
puí blico del «dialecto» eslavo, desde la escuela se intenta que los ninñ os pierdan
toda memoria y hasta el acento que los identifica como hijos de eslavos, pues es
la uí nica manera de integrarse en la sociedad griega y ascender.
El Gobierno de Atenas se ha preocupado de apoyar la ensenñ anza del griego entre
la minoríía griega en Albania, pero rechaza vehementemente que se ensenñ e el
«dialecto» eslavo en las escuelas, incluso en los pueblos donde la mayoríía lo
habla. Se calcula que unas 200.000 personas hablan auí n el «dialecto» eslavo en
Grecia. Atenas argumenta que dado que se trata de un dialecto no normalizado y
que carece de gramaí tica, no se puede ensenñ ar como una lengua culta. Sin
embargo, a Atenas no le interesa que la poblacioí n pueda descubrir por síí misma
si efectivamente su «dialecto» es lejano del macedonio estaí ndar. En septiembre
de 2001 un grupo de teatro de Skopje no consiguioí autorizacioí n para entrar en
Grecia y asistir al festival de teatro de Florina, al que estaba invitado.
La violenta reaccioí n de Atenas a las pretensiones histoí ricas de la FYROM desde
1991 es comprensible en el aí mbito de lo senñ alado hasta aquíí. Negando su
inconsistencia como nacioí n, sus síímbolos, su bandera, etc., Grecia no soí lo trata de
preservar el monopolio de la herencia histoí rica del helenismo macedonio,
esencial en su percepcioí n nacional, sino tambieí n de cerrar toda posibilidad de
que el nuevo Estado «macedonio» pueda reclamar alguí n tipo de reivindicacioí n
sobre la minoríía eslava en Grecia, y que eí sta pueda poner en cuestioí n la unidad
44
de Grecia. Cuando en los medios oficiales y en los medios de comunicacioí n se
considera al «reí gimen de Skopje» heredero del «zombi» creado por Tito en 1943,
se quiere hacer entender que este paíís carecíía de identidad nacional anterior a
ese exitoso proceso de etnogeí nesis en el seno de Yugoslavia y que, por lo tanto,
no puede aspirar a ser aceptado por sus vecinos hasta que no asuma su condicioí n
de joven nacioí n y reconozca el estado de cosas anterior a su «nacimiento», como
es el que los eslavos de Grecia eran ya griegos antes de que naciera la identidad
eslavo-macedonia por decreto de Tito.
Con todo, las relaciones entre Grecia y la FYROM han mejorado en los uí ltimos
anñ os gracias a que Atenas ha suavizado su postura, cambio impulsado por el
Gobierno de Simitis, que disenñ oí unas nuevas lííneas de políítica exterior en 1998.
EÉ stas se basan en la conviccioí n de que haciendo de Grecia un factor de
estabilidad en la zona se alcanzaríían maí s ventajas para los intereses de Grecia
que con una políítica de continuo enfrentamiento. Atenas espera asíí evitar que
Turquíía pueda llegar a tener influencia en los Balcanes sobre todo por medio del
apoyo a las minoríías musulmanas. Por otro lado, Grecia estaí ansiosa porque se deí
por cerrado el capíítulo de cambio de fronteras que ha caracterizado a los
Balcanes entre 1991 y 1999, y que ciertos observadores internacionales auí n
defienden como manera de traer una estabilidad «definitiva» a la zona. Esta
políítica de Atenas ha traíído una relativa distensioí n con Skopje, que se ha visto
favorecida por los crecientes intereses econoí micos de Grecia en la zona.
Especialmente
los
empresarios
del
norte
de
Grecia
han
penetrado
profundamente en el mercado de la FYROM, y presionan a Atenas para que las
relaciones con Skopje se normalicen definitivamente.
Pese a estos progresos, continuí a el conflicto principal entre los dos paííses, el del
nombre y la identidad del nuevo Estado, y no parece probable una solucioí n a
corto plazo, dada la inflexibilidad griega. La mediacioí n exterior, en la que ha
participado durante anñ os Cyrus Vance, no ha tenido ninguí n eí xito. A finales de
2001 una comisioí n internacional propuso una serie de medidas que podríían dar
satisfaccioí n a ambas partes. En primer lugar, se reconoceríía el nombre del paíís
como Repuí blica de Macedonia, mientras que Grecia podríía llamar oficialmente al
45
paíís Repuí blica Superior de Macedonia. La herencia cultural y el patrimonio
griego en Macedonia seríían reconocidos y protegidos por el gobierno de Skopje.
Ademaí s, las empresas de la Repuí blica de Macedonia no podríían utilizar el
nombre Macedonia en sus productos. Las propuestas no han satisfecho a ninguna
de las dos partes.
Por otro lado, es muy improbable que cambie la cuestioí n de la lengua eslava en
Grecia. Atenas tiene una postura dura pero consecuente con la defensa de su
identidad nacional, absolutamente incompatible con el reconocimiento de
minoríías y de lenguas. Reconocer el macedonio como lengua oficial, algo
absolutamente impensable en Atenas, significaríía que se pudiera dar a una parte
de la poblacioí n del paíís la posibilidad de «volver a descubrir» sus raííces eslavas,
que precisamente los gobiernos de Atenas se han ocupado de borrar desde su
anexioí n en 1912. Lo cierto es que la gran mayoríía de los griegos eslavos no se
muestran interesados por recuperar o mantener las raííces culturales eslavas, de
la misma manera que la poblacioí n de Dunkerque no se ha preocupado por
mantener el flamenco, la de Nantes, el bretoí n o la de Perpinñ aí n el catalaí n. Sin
embargo, la posicioí n feí rrea de Atenas hacia los pocos activistas que síí desean
preservar esta cultura provoca su radicalizacioí n y su apelacioí n a las instancias
europeas e internacionales, cuya reaccioí n sirve a su vez en Atenas para
denunciar la tíípica incomprensioí n que el exterior tiene de la complejidad griega
y aumentar asíí el mito del complot internacional contra el helenismo y de la
necesidad de defender a la nacioí n con todas las armas.
La cuestioí n de los macedonios en un paíís candidato a la UE: Bulgaria
El fin del comunismo y el nacimiento de la FYROM dio pie a un contradictorio
pero deí bil renacimiento del macedonismo en Bulgaria. Como en el caso de
Grecia, el traje de la histoí rica Cuestioí n Macedonia se le queda muy grande a este
pequenñ o conflicto, y de nuevo como en Grecia es la atencioí n internacional y la
buena voluntad mezclada con los prejuicios y la escasa informacioí n de los
medios occidentales la que ha hecho de este asunto un tigre de papel sobre la
46
mesa del Gobierno buí lgaro, que no muerde, pero que molesta en su intencioí n de
mostrarse como un buen alumno en la carrera hacia Bruselas.
Bulgaria tiene una políítica mucho maí s tolerante que Grecia respecto a las
minoríías, lo que –como en el caso de Grecia y pese a la involucioí n durante la
eí poca comunista- tiene unas fuertes raííces histoí ricas. Bulgaria ha sabido convivir
desde su fundacioí n con amplias minoríías como la turca y, aunque el mito sea casi
tan grande como la realidad, el paíís estaí orgulloso de haber sido uno de los pocos
que salvoí a sus judííos en la Segunda Guerra Mundial 26. Pese a ello, y quizaí s por
haber sido redactada en un perííodo de agitacioí n nacionalista, la Constitucioí n de
1991 no refleja esta realidad de las minoríías. Seguí n su texto, Bulgaria es un
Estado «unificado desde el punto de vista nacional y políítico», y otorga derechos
muy limitados a las minoríías, que no son llamadas asíí, sino «ciudadanos para los
cuales el buí lgaro no es el idioma materno». Las minoríías tienen derecho a
estudiar y usar su propia lengua, mientras que el estudio del buí lgaro es
obligatorio para todos. La Constitucioí n prohibe tambieí n crear partidos sobre una
base eí tnica, asíí como intentar la modificacioí n de las fronteras de Bulgaria. En
definitiva, el modelo constitucional buí lgaro en este asunto es similar al franceí s.
La minoríía maí s importante de Bulgaria, la turca, entroí en la eí poca democraí tica
auí n traumatizada por el proceso de forzada asimilacioí n a la que el gobierno
comunista la sometioí durante los uí ltimos anñ os del reí gimen. Pese a ello, los
lííderes de la minoríía turca reaccionaron de manera pragmaí tica y no convirtieron
la reivindicacioí n cultural en el centro de su accioí n políítica. El principal partido de
los turcos, el Movimiento por los Derechos y la Libertad (MDF) supo aprovechar
la importancia de su fuerza relativa en el Parlamento para participar en
gobiernos de coalicioí n casi de manera permanente desde el inicio de la
democracia. Asíí, el MDF se ha implicado en un plano de igualdad con las demaí s
fuerzas polííticas nacionales en la gobernabilidad del paíís y han evitado asíí caer
en la tentacioí n de presentarse como meros representantes en Sofíía de los
derechos de los turcos. Esta políítica ha tenido hasta ahora un efecto
enormemente provechoso para la integracioí n positiva de la minoríía turca en
A propoí sito, la enorme colonia judíía de Tesaloí nica praí cticamente desaparecioí , tras maí s de 4
siglos de historia, en los campos de exterminio nazi.
26
47
Bulgaria, ya que, por un lado, la poblacioí n turca se siente verdaderamente
representada en Sofíía y partíícipe del destino del conjunto del paíís y, por otro, el
resto de los buí lgaros puede ver coí mo los turcos comparten con ellos las mismas
preocupaciones y objetivos de una Bulgaria maí s rica y maí s europea.
Esta positiva actitud de los lííderes del partido mayoritariamente turco MDF estaí
haciendo posible un lento pero consensuado proceso de reforma de la legislacioí n
referida al derecho de las minoríías. Por otro lado, se estaí produciendo por
primera vez un acceso de los turcos a la administracioí n del Estado.
Recientemente, por ejemplo, un turco fue nombrado comisario de policíía en una
regioí n del este del paíís, por primera vez desde la fundacioí n de Bulgaria. En
definitiva, el MDF ha colaborado decisivamente para que Bulgaria no sufriera el
peso anñ adido de un conflicto eí tnico en el ya complejo proceso de transicioí n a la
democracia, como por ejemplo ha sido el caso de la minoríía huí ngara en Rumania.
Con todo, los problemas de las minoríías en Bulgaria persisten, sobre todo por lo
que se refiere a la amplia minoríía gitana. Sin embargo, incluso ellos han
comenzado a darse cuenta de que una estrategia de permanente queja y
reivindicacioí n de sus derechos no tiene mucho sentido en un paíís tan pobre
como Bulgaria. La experiencia del MDF les ha ensenñ ado que organizarse
polííticamente y estar representados en el Parlamento y la sociedad civil es la
uí nica manera de ganar influencia y conseguir respetabilidad en el conjunto del
paíís. Este proceso puede llegar a dar frutos positivos en un futuro cercano.
Por lo que se refiere a la minoríía macedonia en Bulgaria, como ya hemos visto
maí s arriba, no existe una diferencia fundamental de base histoí rica, linguü íística o
etnograí fica entre ellos y el resto de los buí lgaros eslavos, y en realidad soí lo la
creacioí n de una nueva lengua macedonia en los 40 produjo en algunos la
conciencia de que Macedonia no era culturalmente parte de Bulgaria. Al
contrario que los macedonios de Grecia, los macedonios de Bulgaria no fueron
sometidos durante la Guerra Fríía a una represiva políítica de asimilacioí n, aunque
síí se les intentoí mantener alejados de la cultura y la lengua de la Repuí blica
Yugoslava de Macedonia.
48
Actualmente, la casi totalidad de la poblacioí n de Pirin tiene una identidad
nacional buí lgara y una fuerte identidad regional macedonia. Personas de la
regioí n pueden dar respuestas distintas a la pregunta de si las costumbres,
danzas, etc., son buí lgaras o macedonias. Lo mismo sucede con la interpretacioí n
de hechos y figuras histoí ricas. Entre el resto de los buí lgaros, la regioí n de Pirin es
reconocida como peculiar dentro del paíís, y su poblacioí n es considerada de
alguna manera uí nica dentro de la nacioí n buí lgara, como lo pueden ser los baí varos
en Alemania o los mirandeses en Portugal 27. La regioí n de Pirin es una de las maí s
ricas del paíís, sobre todo gracias a su cercaníía con Grecia.
En el censo buí lgaro de 1992, se autodefinieron como macedonias 10.803
personas y, de ellas, 3.500 afirmaron que su lengua materna era el macedonio. En
realidad, la mayoríía de los habitantes de la regioí n de Pirin utilizan el buí lgaro
como primera lengua vehicular, y hablan el macedonio como dialecto entre ellos.
Hay que tener en cuenta que las diferencias entre ambas son muy escasas, menor
que entre los dialectos italianos. Ya antes del reconocimiento de la lengua
macedonia por Sofíía en 1999, el dialecto de la regioí n de Pirin era respetado por
Sofíía, y existíían perioí dicos con artíículos en el dialecto local con caracteres
ciríílicos de la variante buí lgara y no con la macedonia creada en 1944 en
Yugoslavia. Si bien no se ensenñ aba el macedonio en la escuela, soí lo lo reclamaban
los maí s radicales activistas, sobre todo los de la UMO-Ilinden. El reconocimiento
del macedonio como lengua de la FYROM por parte de Bulgaria ha tenido muy
escasa importancia para la poblacioí n buí lgara de Pirin, ya que su dialecto es maí s
cercano al buí lgaro oficial que al macedonio de la FYROM, que estaí basado en los
dialectos del oeste y del norte del paíís y estaí contaminado con palabras serbias.
Entre la reducida poblacioí n de 10.000 personas que se definen como macedonios
en Bulgaria existe una divisioí n entre los que son leales al Estado buí lgaro y
quieren ser tratados como minoríía nacional y los que muestran lealtad al Estado
macedonio y a la nacioí n macedonia. EÉ stos uí ltimos no superan las 2000 personas,
Los mirandeses son unas 30.000 personas que habitan en el aí ngulo nordeste de Portugal y cuyo
dialecto es maí s cercano al espanñ ol que al portugueí s.
27
49
pero su gran activismo políítico y cultural ha conseguido que la cuestioí n de los
macedonios en Bulgaria reciba cierta atencioí n en el exterior. La razoí n: el
gobierno buí lgaro no reconoce la existencia de una minoríía macedonia, aunque síí
acepta la autoidentificacioí n regional de los buí lgaros de la region de Pirin como
macedonios de Pirin dentro de la nacioí n buí lgara. Consecuentemente, las
autoridades han impedido las actividades de algunos de aquellos grupos y no han
autorizado que se crearan partidos polííticos sobre una base eí tnica macedonia y
con pretensiones de que las fronteras de Bulgaria se modifiquen.
El espectro de las organizaciones macedonias en Bulgaria es muy complejo. En
1990 se creoí la maí s problemaí tica de ellas, la United Macedonian Organization
Ilinden (Organizacioí n Macedonia Unida Ilinden), UMO-Ilinden, que persigue unir
«a todos los macedonios de Bulgaria sobre una base regional y cultural» y
conseguir «el reconocimiento de la minoríía macedonia de Bulgaria»; los artíículos
8 y 9 de sus estatutos senñ alan que la organizacioí n no busca alterar la integridad
territorial de Bulgaria. La organizacioí n atravesoí procesos de radicalizacioí n entre
1992 y 1994, y llegoí a reclamar abiertamente la separacioí n de la regioí n de Pirin
y la anexioí n a Macedonia. En octubre de 1994, la UMO-Ilinden se escindioí en tres
grupos. La UMO y sus escisiones son soí lo una de las muchas organizaciones
nacionalistas o regionalistas de la regioí n de Pirin.
Por otro lado, hay que recordar que en Bulgaria existe toda una serie de
organizaciones pro-buí lgaras macedonias, herederas del antiguo nacionalismo
buí lgaro que consideraba a Macedonia un parte de la comuí n patria buí lgara. La
maí s importante es la IMRO-SMD, partido políítico con representacioí n
parlamentaria dentro del UDF. El partido estaí muy extendido por Bulgaria, y sus
miembros son principalmente descendientes de emigrados macedonios. Su
tribuna maí s importante es el Instituto Cientíífico de Macedonia, cuya labor
fundamental es demostrar la inexistencia de una identidad macedonia distinta a
la buí lgara y considerar a Macedonia como parte histoí rica de Bulgaria. La IMROSMD tiene una retoí rica populista y nacionalista poco constructiva, pero su papel
en el sistema políítico es valorado positivamente por algunos observadores, ya
que ayuda a canalizar un sector radical y nacionalista dentro de la opinioí n
50
puí blica dentro del sistema, y de facto anularla como factor de distorsioí n e
inestabilidad. Sin embargo, es foco de constante conflicto con las autoridades y la
comunidad cientíífica de la FYROM.
En 1990 la UMO-Ilinden pidioí ser registrada como entidad juríídica, pero esta
solicitud fue rechazada por la el Tribunal de Distrito Blagoevgrad, que encontroí
que algunos de los artíículos de sus estatutos iban en contra de los artíículos 3, 8
y 52 (&4) de la Constitucioí n de Bulgaria. La apelacioí n de la UMO ante la Corte
Suprema
fue
rechazada,
por
considerar
que
la
organizacioí n
era
anticonstitucional porque se dirigíía contra la unidad de la nacioí n buí lgara. La
reaccioí n de la UMO fue expresada en mayo de 1991 durante una conmemoracioí n.
En un lenguaje violentamente anti-buí lgaro, advirtieron al Gobierno que iríían a
las maí s altas instancias internacionales en busca de apoyo con las siguientes
demandas: «anulacioí n de la unioí n militar basada en el separatismo, de 20 de
febrero de 1912, entre Bulgaria, Serbia y Grecia, retirada de los invasores de los
territorios ocupados, [lo que, en su lenguaje, quiere decir la Macedonia griega y
el Valle de Pirin en Bulgaria], … unificacioí n de Macedonia con los auspicios de las
Naciones Unidas y la proteccioí n de las Grandes Potencias…»
El caso de la UMO-Ilinden contra Bulgaria fue aceptado en 1994 por el Tribunal
Europeo
de
Derechos
Humanos.
Desde
entonces,
se
han
denegado
constantemente permisos para las celebraciones organizadas por la UMO, y la
policíía ha intervenido en muchas otras por la fuerza. Todos estos casos fueron
introducidos como quejas adicionales en el caso juzgado en Estrasburgo. Por su
parte, el gobierno buí lgaro aportaba documentacioí n que demostraba la intencioí n
separatista y una voluntad violenta por parte de la UMO.
La cuestioí n de la UMO-Ilinden estuvo claramente influida hasta 1998 por las
malas relaciones entre Bulgaria y la FYROM. En Sofíía se consideraba que Skopje
estaba apoyando a la UMO como forma de presioí n para que Bulgaria reconociera
el macedonio como lengua y abandonara toda pretensioí n cultural o histoí rica
sobre Macedonia. Se tratoí de un diaí logo de sordos entre la cuí pula macedonia,
pro-serbia, y los gobiernos buí lgaros, que quedoí muy bien plasmada en la mofa de
51
que fue objeto el presidente de Bulgaria, Parvanov, a quien apodaron en Skopje
«el presidente romaí ntico» tras declarar que «Macedonia es la parte maí s
romaí ntica de la historia de Bulgaria.». No estaí claro queí contactos hubo entre la
UMO-Ilinden y el Gobierno de Skopje, aunque es probable que las acusaciones de
Sofíía de que le apoyaban con dinero sean ciertas.
La situacioí n sin embargo ha mejorado mucho desde el cambio de gobierno en
Skopje en 1998, que ha barrido buena parte de la nomenklatura pro-yugoslava
que dirigíía el paíís desde 1991. La nueva clase políítica, maí s pro-europea y
pragmaí tica, fue consciente de que no teníía sentido seguir alimentando una
poleí mica con el uí nico paíís de la regioí n realmente amigo de Macedonia, y cuyo
apoyo podíía ser fundamental en el difíícil camino de Macedonia hacia Europa. En
este ambiente constructivo, en 1999 Bulgaria reconocioí el macedonio como
lengua de Macedonia y, desde entonces, las relaciones bilaterales no han dejado
de mejorar. A ello no es ajeno el hecho de que Bulgaria intenta fortalecer su papel
como factor de estabilidad en la zona para frenar la creciente influencia
econoí mica de Grecia en la FYROM. Ejemplo de esta positiva evolucioí n ha sido la
postura de Bulgaria durante la crisis de Macedonia en 2001: ante las
especulaciones de que Skopje podríía pedir ayuda a Bulgaria en el caso de que el
conflicto con los albano-macedonios se extendiera, el presidente de Bulgaria dejoí
claro que su paíís no estaba dispuesto a hacer de este asunto una batalla
«balcaí nica» y, en todo caso, apoyaríía una resolucioí n del conflicto con una
intervencioí n de la comunidad internacional y sobre todo de la UE28.
En 1999 Bulgaria ratificoí el Convenio Marco para la Proteccioí n de las Minoríías
Nacionales en el Consejo de Europa en Estrasburgo, en el que reconocíía la
existencia de siete «grupos minoritarios», y no minoríías nacionales, aunque
entre ellos no estaban los macedonios. Ese mismo anñ o, la Corte Constitucional de
Bulgaria denegoí el registro a una rama de la UMO-Ilinden, UMOIPIRIN, por las
mismas razones que hizo en 1991 con la UMO-Ilinden, y la represioí n contra las
manifestaciones de este partido y la UMO-Ilinden continuaron. Pese a reconocer
El nuevo presidente buí lgaro dijo en una entrevista a un diario de Skopje antes de su visita al
paíís en febrero de 2002: «de la historia deben ocuparse los historiadores, y no los polííticos
buí lgaros o macedonios. Nuestros gobiernos tienen que centrar sus preocupaciones en el futuro»
28
52
que se trataba de una organizacioí n que incumple la legalidad en Bulgaria, y cuyos
principios estaí n en contra de la unidad del paíís, algunas ONG como el Comiteí de
Helsinki reclamaban la legalizacioí n de la UMO-Ilinden.
Finalmente, en octubre del 2001 el Tribunal Europeo de Estrasburgo falloí sobre
el caso UMO-Ilinden dando razoí n a esta organizacioí n y condenando a Bulgaria
por incumplir el articulo 11 del Convenio Europeo de Derechos Humanos sobre
libertad de reunioí n y asociacioí n 29. La resolucioí n insta al Gobierno de Bulgaria a
que permita la existencia y actividad de la organizacioí n UMO-Ilinden, pese a que
dicho partido estaí en total contradiccioí n con los principios establecidos en la
legislacioí n buí lgara. El Tribunal encuentra que «el hecho de que un grupo de
personas haga un llamamiento en favor de la autonomíía o incluso solicite la
secesioí n de parte del territorio de un paíís
constitucionales
y
territoriales
fundamentales
– exigiendo asíí cambios
–
no
puede
justificar
automaí ticamente la prohibicioí n de las asambleas. Exigir cambios territoriales en
discursos y manifestaciones no equivale automaí ticamente a una amenaza para la
seguridad territorial y nacional del paíís». Y sigue senñ alando que «la libertad de
asamblea y el derecho de expresar en ella las opiniones propias se cuentan entre
los valores primordiales de una sociedad democraí tica. La esencia de la
democracia es su capacidad para resolver problemas mediante el debate
abierto».
La resolucioí n del Tribunal de Estrasburgo llega en un momento en que con la
mejora de las relaciones con la FYROM se podíía pensar que la cuestioí n de los
macedonios en Bulgaria se iríía relajando. Asíí por ejemplo, en el censo buí lgaro de
2001 se permitioí que los que se consideraban macedonios se incluyeran en la
categoríía de «otros», lo que al menos era una solucioí n de compromiso o
transitoria. Con la resolucioí n del Tribunal Europeo, el Gobierno de Sofíía se ha
visto obligado a abrir maí s la mano a la UMO-Ilinden, sobre todo porque teme
causar en occidente la impresioí n de estar oprimiendo a una minoríía eí tnica. Las
uí ltimas concentraciones del partido se han desarrollado libremente, como por
Veí ase Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Caso de Stankov y la UMO-Ilinden contra
Bulgaria, 2.10.2001
29
53
ejemplo el congreso del partido en abril de 2002. En eí l, la UMO pidioí nuevamente
que la Constitucioí n de Bulgaria se modifique para permitir el establecimiento de
partidos sobre base eí tnica. Seguí n algunas informaciones, el Consejo de Asuntos
EÉ tnicos del Gobierno de Bulgaria estaí preparando un proyecto para el
reconocimiento de la minoríía macedonia.
¿En queí medida debe evolucionar el ordenamiento juríídico buí lgaro para hacer
compatible la estabilidad interna y la aceptacioí n de los requerimientos del
Tribunal Europeo de Estrasburgo? Como hemos visto, al estar basada en la
nocioí n de unidad de la nacioí n, la Constitucioí n de Bulgaria no preveí la existencia
de derechos polííticos colectivos de grupos eí tnicos o religiosos. Como en el caso
de Francia, reconoce la existencia de una diversidad religiosa, linguü íística y eí tnica,
y garantiza la posibilidad de que se ejerciten los derechos culturales de manera
individual. Y este modelo ha sido hasta ahora exitoso.
Bulgaria goza de una estabilidad políítica muy destacable si tenemos en cuenta las
enormes dificultades por las que atraviesa. Es maí s, Bulgaria se estaí consolidado
como un factor de estabilidad regional en los Balcanes, de forma verdaderamente
encomiable si tenemos en cuenta los enormes problemas que atraviesa su
economíía. Bulgaria, empenñ ada en proseguir su marcha imparable hacia el amplio
horizonte de Europa, ha superado parece que de manera definitiva los estrechos
y oscuros caminos de las querellas nacionalistas con sus vecinos a lo que ha sido
tan propicia durante su historia. Ejemplo de ello es que no ha denunciado, como
hubiera podido hacer con plena razoí n las condiciones de la minoríía buí lgara en
algunos paííses vecinos como Serbia. Por otro lado, Bulgaria es un ejemplo de
participacioí n estable y positiva de las minoríías en políítica y de integracioí n en el
conjunto de la nacioí n (caso aparte son los gitanos), a anñ os luz de paííses como
Macedonia o Rumania, donde la minoríía huí ngara hace gala cada vez maí s de
actitudes escasamente compatibles con la estabilidad del paíís.
En este sentido, resulta legíítimo cuestionarse por las ventajas que podríía tener
para la estabilidad interna de Bulgaria modificar el actual sistema de manera
sustancial y caminar hacia un modelo de reconocimiento de derechos colectivos
54
de minoríías eí tnicas, religiosas o linguü íísticas. La consecuencia maí s probable de
estos cambios es que crecieran las tendencias regionalistas y nacionalistas, y con
ello la inestabilidad del paíís. Por ello, prohibir la existencia legal de partidos y
organizaciones que desean la modificacioí n de las actuales fronteras del paíís y
que fomentan maí s la diferencia que el entendimiento con el resto de la poblacioí n
del paíís, no soí lo no es contrario a los supuestos derechos colectivos de los
distintos pueblos de Bulgaria sino que resulta una políítica consecuente con su
concepto de Estado-nacioí n, y quizaí s la maí s acertada en una regioí n donde las
cuestiones eí tnicas y religiosas han provocado guerras y permanente
inestabilidad, y nada indica que se haya cerrado definitivamente este capíítulo.
La actitud de la UMO-Ilinden es buena prueba de esto. Resulta dudoso que los
activistas macedonios rebajen su tono reivindicativo una vez que se han visto
respaldados por el Tribunal de Estrasburgo. Resulta por ejemplo inquietante que
en los uí ltimos meses unos 6 000 buí lgaros de Pirin hayan solicitado la
nacionalidad macedonia en la FYROM, aprovechando que la legislacioí n buí lgara
permite la doble nacionalidad. La permanente provocacioí n de los activistas
macedonios en Bulgaria no resulta en absoluto proporcionada a la situacioí n de
que gozan en el paíís. Proseguir por esta líínea, y verse apoyados por las
instituciones europeas, soí lo vale para provocar un problema donde no lo hay. El
buí lgaro medio, generalmente pausado y poco amigo de conflictos, considera que
la UMO-Ilinden es un punñ ado de radicales que han debido buscar la atencioí n de
Europa para unos fines que no comparten ni los propios habitantes de la regioí n
macedonia. Y tienen razoí n.
Macedonia, futuro miembro de la UE
Pese a los cambios positivos desde la llegada de una nueva generacioí n al poder
en 1998, basta una ojeada al informe 2002 del Pacto de Estabilizacioí n y de
Asociacioí n de la UE para comprender que la heredera de la Repuí blica Yugoslava
Socialista de Macedonia creada por Tito vive una profunda crisis de la que no es
faí cil ver la salida. La corrupcioí n generalizada en todos los oí rganos del Estado y la
administracioí n, la existencia de tropas paramilitares dependientes del propio
55
ministro del interior, la connivencia de la clase políítica con actividades mafiosas
que significan una proporcioí n muy considerable de la economíía nacional, la casi
total incomunicacioí n en la que viven las dos principales comunidades del paíís
-eslavos y albaneses-, son elementos de una situacioí n preocupante en un paíís no
parece capaz de encontrar la foí rmula hacia la democracia, el progreso y la
estabilidad en sus primeros, y por tanto cruciales, anñ os de existencia.
Los enfrentamientos entre los radicales albaneses y las fuerzas del orden de
Skopje en 2001 han sido el uí ltimo episodio de esta compleja realidad de la
FYROM, y que no se puede asegurar que se repitan a medio plazo. El conflicto del
2001 ha sido presentado por algunos analistas como el resultado predecible de
una situacioí n insostenible de casi apartheid a que la mayoríía eslava teníía
sometida a la minoríía albanesa, que es algo menos de un tercio del total de la
poblacioí n del paíís. Esto es cierto soí lo relativamente. En realidad, el caso de los
albaneses de Macedonia demuestra que el sentimiento de agravio de quien estaí
objetivamente sometido a una discriminacioí n no es directamente proporcional al
volumen de la discriminacioí n sino maí s bien a la sensibilidad del agraviado.
Durante la eí poca yugoslava, los albaneses de Macedonia teníían todos sus
derechos culturales reconocidos y protegidos por el Estado. Teníían derecho a la
educacioí n bilinguü e hasta el grado medio, gozaban de medios de prensa y radio en
albaneí s, disponíían de televisioí n en albaneí s antes incluso de que existiera en
Albania, etc. Por otro lado, acudíían a la vecina Universidad de Pristina si
deseaban realizar estudios superiores en albaneí s. En general, los albaneses de
Macedonia, que se sentíían muy ligados a los maí s numerosos y activos albaneses
de Kosovo, se consideraban una comunidad relativamente bien tratada en la
Yugoslavia de Tito y maí s que privilegiados si se comparaban con los albaneses de
Albania. Al menos esto fue asíí hasta avanzada la deí cada de los ochenta y se inicioí
el recorte de autonomíía de Kosovo por parte de Belgrado, lo que convirtioí el
latente sentimiento nacionalista en Kosovo en separatismo.
Con la independencia de Macedonia, la que era una pequenñ a minoríía albanesa en
el conjunto de Yugoslavia pasoí a convertirse de repente en parte considerable de
56
un nuevo paíís. Lejos de intentar construir una identidad comuí n de todos los
pueblos que componen Macedonia, la élite políítica y la intelligentsia de Skopje
hicieron de la simbologíía, historia, y weltanschauung de los eslavos la uí nica base
de la identidad nacional del nuevo Estado, ignorando por completo a los
albaneses, que pasaron asíí a sentirse extranñ os en su propio paíís. La presencia
permanente de partidos albaneses en el gobierno de Skopje desde la creacioí n de
la FYROM no fue sino una estrategia para hacer partíícipe del poder a las
corruptas élites albanesas a cambio de que eí stas frenasen las reivindicaciones de
la poblacioí n albanesa. Asíí, el panorama durante los anñ os noventa fue el de dos
poblaciones que vivíían de espaldas una de otra aunque de forma pacíífica,
mientras que la clase políítica del paíís daba la impresioí n de estar gobernando
sabiamente un paíís multicultural cuando en realidad lo que hacíían era asentar
sus intereses semimafiosos sin preocuparse en absoluto de modificar el
distanciamiento entre las dos comunidades, del cual se alimentaba su propio
poder.
La guerra de Kosovo aumentoí las tensiones latentes en el paíís. Por un lado los
albaneses aumentaron su conciencia de hermandad y de destino comuí n con los
albaneses de Kosovo y reconocieron en la de aquellos su propia situacioí n de
discriminacioí n en su propio paíís y la necesidad de no seguir soportaí ndola. Por su
parte, los eslavo-macedonios aumentaron su recelo hacia las reivindicaciones de
los albaneses, que temíían llevaran como en Kosovo a una situacioí n de
enfrentamiento y de posible disgregacioí n del paíís. El equilibrio inestable de estos
dos mundos separados pudo haber estallado en la primavera de 2001 si no se
hubiera producido a tiempo la intervencioí n de la comunidad internacional para
frenarlo.
Resulta tentador interpretar el conflicto de 2001 como el simboí lico deí cimo
aniversario de un paíís fracasado que ha perdido la oportunidad histoí rica de
reinventarse a síí mismo, escapar de los fantasmas de las guerras y los odios
eí tnicos y afrontar un futuro de prosperidad y europeíísmo para la escasa
poblacioí n que lo compone. Es igualmente tentador dejarse llevar por el
pesimismo y considerar que el cemento con el que se ha construido el paíís en
57
estos diez anñ os ya ha dejado de estar fresco, y ahora la posibilidad de reencauzar
la convivencia y la viabilidad de Macedonia como paíís estaí definitivamente
perdida.
Cierto es que resulta difíícil imaginar un cambio hacia algo positivo cuando las
dos poblaciones se ignoran, y cuando muchos de ellos estaríían de acuerdo en
poner una frontera entre ellos y dejar de compartir el mismo Estado. Pese al
enorme temor que existe entre la poblacioí n de que se pueda repetir una guerra
en el paíís, que esta vez sentenciaríía con seguridad la existencia actual de
Macedonia, lo cierto es que no es faí cil de reconocer en el Gobierno y en la
opinioí n puí blica pasos claros en la direccioí n contraria. Es este ambiente, resulta
muy complicado que los acuerdos de Ohrid puedan ser asumidos como una guíía
para el conjunto del paíís.
Si bien las joí venes generaciones que estaí n accediendo a las altas esferas de la
administracioí n tienen una actitud maí s abierta ante la necesidad de llevar a cabo
profundas reformas, el poder efectivo sigue estando en manos de una clase
corrupta que se alimenta de un nacionalismo incompatible con la democracia y la
tolerancia y con quien resulta muy difíícil imaginar un cambio efectivo con esta
clase políítica. Su mayor representante es el muy amado entre los eslavos Ministro
del Interior, quien a su vez es la figura maí s odiosa del paíís para la comunidad
albanesa30. Pero por el lado albaneí s el panorama no es mucho mejor. Sus dos
partidos principales estaí n controlados por élites mafiosas que se reparten
importantes negocios legales e ilegales, y que se preocupan maí s por controlar
estos negocios que en trabajar por el bien puí blico. Como ha senñ alado el Grupo
Internacional de Crisis, «los lííderes polííticos, tanto macedonios como albaneses,
flirtean cíínicamente con el extremismo eí tnico, con lo que hacen auí n maí s
profundas las divisiones entre comunidades y corroen el imperio de la ley y la
confianza puí blica en las instituciones».
El Ministro del Interior, Boskovski, tiene actitudes mafiosas y actividades cercanas a su caraí cter.
A finales de abril se desatoí una campanñ a para evitar que se entregara al tribunal penal sobre los
críímenes de guerra al ultranacionalista Ministro del Interior, Boskovski, responsable del
asesinato de 10 personas de etnia albanesa en agosto de 2001, entre ellos un hombre de maí s de
70 anñ os y un ninñ o pequenñ o. Boskovski se presenta como una vííctima de la comunidad
internacional. A finales de abril se congregoí en Skopje una gran manifestacioí n contra Carla del
Ponte. Boskovski dijo: «Ya estoy harto de que Bruselas nos dicte lo que tenemos que hacer».
30
58
Ante esta difíícil situacioí n, en la que dos sociedades se vuelven la espalda aunque
no alberguen deseos de lucha entre ellas, y que alimentan a una clase políítica que
no desea cambiar el statu quo existente, es tremendamente complicado saber
coí mo puede evolucionar la situacioí n. Los acuerdos de Ohrid siguen progresando
en teoríía: la guerrilla ha entregado miles de armas, pero se supone que soí lo ha
sido una pequenñ a parte del total del que dispone; las fuerzas del orden de Skopje
patrullan por las zonas albanesas, aunque soí lo durante el díía. Sin embargo,
dentro del mismo gobierno hay enemigos aceí rrimos de los acuerdos como el
propio Ministro del Interior, y entre los albaneses no pocos desean que el espííritu
de entendimiento de Ohrid no prospere.
Ante este panorama, ¿cuaí l es la actitud que debe tomar la comunidad
internacional? Entre algunos polííticos gana fuerza la idea de que la uí nica
solucioí n permanente del problema de Macedonia es la particioí n del paíís. El
antiguo enviado de la UE para Macedonia, Lord Owen, presentoí en 2001 un plan
en ese sentido, y desde los servicios de inteligencia americanos se defiende
igualmente esta posibilidad dentro de un plan de modificacioí n «definitiva» de las
fronteras de los restos de Yugoslavia auí n conflictivos (Bosnia, Kosovo,
Macedonia). Para otros se deberíía establecer una estructura federal como la
belga, con Skopje como una Bruselas bilinguü e, sobre todo pensando que dentro
de una generacioí n la poblacioí n albanesa seguramente alcance en volumen a la
eslava. En la praí ctica esta solucioí n que podríía parecer positiva para la viabilidad
del paíís no haríía sino consolidar la distancia que existe entre las dos
comunidades, y seríía una manera de aplazar la separacioí n definitiva.
Addendum: derechos de las minorías y seguridad interior desde una
perspectiva histórica
La compleja relacioí n entre el derecho de autodeterminacioí n de los pueblos y la
estabilidad y la seguridad interna de los paííses, que fue el eje del conflicto en
Yugoslavia, ha variado a lo largo del tiempo en las relaciones internacionales. El
Tratado de Berlíín de 1878, que reconocíía la independencia de los Estados-nacioí n
59
Bulgaria, Rumania, Serbia, etc., estipulaba la obligacioí n de respetar los derechos
de los musulmanes y otras minoríías. Tras la Primera Guerra Mundial, tambieí n la
Liga de Naciones se ocupoí de supervisar en los tratados de paz el respeto de los
derechos culturales de las minoríías, aunque con el ascenso del nazismo paííses
como Polonia y Checoslovaquia dejaron de aplicar esta proteccioí n porque era un
riesgo para su integridad territorial. Tras la Segunda Guerra Mundial, la ONU y
otras organizaciones regionales adoptaron una actitud reservada sobre el trato a
las minoríías, siendo la preocupacioí n principal la seguridad interior de los paííses
y la paz mundial. Esto cambioí con la expansioí n de la distensioí n en los anñ os 60,
que culminoí en el Acta final de Helsinki de 1975, que expresaba una atencioí n
especial a los derechos de las minoríías.
Soí lo con el fin de las dictaduras comunistas y el renacer de los sentimientos
nacionalistas se reactivoí la importancia del trato a las minoríías y el derecho de
autodeterminacioí n en el derecho internacional. Como en la Conferencia de Berlíín
en 1878, a comienzos de la deí cada de los noventa la UE hizo de la recomendacioí n
de la Comisioí n Badinter su guíía sobre la políítica a seguir en relacioí n con los
nuevos paííses que surgíían de la Ex-Yugoslavia: reconocimiento de los nuevos
Estados a cambio de la garantíía de la proteccioí n de los derechos de las minoríías.
Curiosamente, Yugoslavia era el mayor defensor en Europa de los derechos de las
minoríías desde el Acta Final de Helsinki de 1975, con lo que esperaba que, en
reciprocidad, la comunidad internacional respetara la integridad de las fronteras
de Yugoslavia. Paradoí jicamente, y aunque nacidos supuestamente para terminar
con la discriminacioí n a sus derechos como pueblo en un paíís que los marginaba,
los paííses surgidos de los restos de Yugoslavia han suprimido derechos colectivos
a las nuevas minoríías, como por ejemplo los serbios en Croacia.
Este intereí s abstracto por ver respetados los derechos de las minoríías y hacer de
la proteccioí n de tales derechos una condicioí n primordial en sus relaciones con
estos nuevos paííses y con las neodemocracias de Europa del Este, no se
correspondioí sin embargo con una postura clara sobre cuaí l debe ser el
tratamiento dado a tales minoríías o coí mo se deben combinar tales derechos con
el respeto a la integridad territorial de sus paííses. En realidad, en el derecho
internacional y europeo ni siquiera existe una definicioí n consensuada sobre queí
60
es una minoríía. El maí s importante documento del Consejo de Europa sobre la
cuestioí n de los derechos de las minoríías eí tnicas y su plasmacioí n políítica en
forma de descentralizacioí n, etc., el Convenio Marco para la Proteccioí n de las
Minoríías Nacionales, resulta confuso en sus teí rminos, y ni siquiera lo respetan
algunos paííses como Francia, Grecia o Turquíía.
Existen dos tradiciones en Europa sobre el trato que los Estados deben dar a sus
minoríías. Por un lado, hay quien defiende que a las minoríías se les deben otorgar
derechos colectivos, o «derechos-extra». Esta postura otorga gran importancia al
derecho inalienable de esa minoríía a determinar su propio destino políítico e
histoí rico, que se concentra en el poco claro teí rmino de «autodeterminacioí n». La
otra tradicioí n es la liberal, que considera que el derecho de las personas les viene
dado como tales personas y ciudadanos y no como pertenecientes a un grupo,
sea este de caraí cter eí tnico, linguü íístico o deportivo. Los grupos, dicen, no tienen
derechos culturales intríínsecos por el hecho de serlo. Es el individuo el que
puede, si lo desea, hacer valer sus derechos culturales, pero ni eí l ni el grupo que
pueda representar tienen legitimidad para intentar imponer esos valores al
conjunto de la comunidad en la que vive. Asíí, los derechos culturales no
pertenecen a los blancos o los negros, los albano-macedonios o los bretones, sino
a las personas que deseen manifestar -dentro del sistema establecido- ese rasgo
cultural peculiar.
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