Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo €10,99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El ojo de la luna: El ojo de la luna, #1
El ojo de la luna: El ojo de la luna, #1
El ojo de la luna: El ojo de la luna, #1
Libro electrónico653 páginas9 horas

El ojo de la luna: El ojo de la luna, #1

Calificación: 1 de 5 estrellas

1/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El ojo de la luna es la traducción al español latinoamericano (por Germán González Correa) de la premiada novela Eye of the Moon de Ivan Obolensky.

Una fascinante historia de suspenso y misterio que atrapa al lector desde el comienzo, hasta llegar a su sorprendente final.

 

A Johnny y Percy, amigos de infancia, se les ocultan los hechos que rodearon la muerte de la tía Alice, sosteniendo en sus manos el Libro egipcio de los muertos. Veinte años más tarde los amigos vuelven a encontrase para una celebración en Rhinebeck, la mansión familiar.

 

Durante los cortos días de su estadía, descubrirán el mundo secreto que la rodeaba. Su vida, e incluso su muerte, están sorprendentemente atadas a ellos, envolviéndolos en una inesperada maraña de misterio, ocultismo, intrigas familiares y magia, elementos que harán que nada parezca lo que es, y que al dejar la propiedad, ninguno de los dos vuelva a ser igual.

 

Reseñas editoriales:

 

Un relato impecable, narrado con maestría en su estilo y en su trama. La mezcla adecuada de intriga, suspenso y romance, con un fondo psicológico y filosófico perfecto. Una novela sutilmente llevada, escrita con elegancia e ironía. Unos personajes muy bien caracterizados y una descripción del ambiente en donde se sucede el relato, muy bien descrito. Con la minuciosidad de los grandes escritores de novela del siglo XIX. Su lectura, nos atrapa desde la primera página y nos lleva por el laberinto del suspenso, el secreto y la aventura, hasta un final sorprendente que remata con broche de oro una obra endiabladamente bien escrita. Émula de las grandes novelas de suspenso de todos los tiempos. ¡No se la pierda!
-Felipe Ossa, Librería Nacional

 

La narración de Obolensky es envolvente. Evidencia enorme pericia en dotar a los personajes en cada capítulo de nuevas dimensiones que influyen en la perspectiva de los acontecimientos. La fuerza de la obra radica en ese espiral de sucesos que atrapa por sorpresa al lector. Es una novela fascinante por la forma como la lectura lleva a trasegar en suspenso por la realidad visible y oculta de la mansión familiar de Rhinebeck. La caracterización perfecta de los personajes que habitan la obra es descollante. Las descripciones evidencian un estilo de vida refinado donde no falta detalle para ambientar un mundo sofisticado. La fuerza del relato lleva a que el lector viva de lleno la experiencia de esta aventura misteriosa y sorprendente. Obolensky consigue con la pericia de los buenos escritores mezclar drama, amor, suspenso y tensión en un relato que una vez se empieza, es imposible suspender.
-Marta Botero de Leyva, Periodista

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 oct 2020
ISBN9781947780293
El ojo de la luna: El ojo de la luna, #1
Autor

Ivan Obolensky

Ivan Obolensky grew up in high society, often regaled with the mystical ghost stories and fantastic intrigue of his aristocratic and trailblazing ancestors. These tales inspired him at an early age and colored the formation and background of his award-winning debut novel, Eye of the Moon, and its sequel, Shadow of the Son. Some elements from his life, and his visits to "Rhinebeck" as a child, influenced the novels in unexpected ways. Considered gothic mysteries of a new class by readers and reviewers alike, Eye of the Moon and Shadow of the Son primarily take place in a single location, and involve universal themes such as the price of vows, of gifts, of curses, and of settling scores; revenge, mercy, and friendship; love, abandonment, and trust. Readers commented on the exceptional character development, sharp and witty dialogue, and magnificent settings, as they are transported into a fascinating universe that unfolds before their eyes. Educated in the US and England, Ivan's roots in writing were poetry, nonfiction, and short fiction. His first stories featured the main characters from Eye of the Moon, Johnny and Percy, in the escapades of their youth.   Ivan's insatiable curiosity has led him on a path of self-study in diverse subjects. In 2011, he wrote articles on the social sciences, which are translated into Latin American Spanish and published online. He has credited his work in nonfiction as critical in developing his skills of weaving diverse subjects together into one good tale. The authors that influenced Ivan the most are Jane Austen, Raymond Chandler, O. Henry, P. G. Wodehouse, Charles Dickens, Viktor Frankl, J. R. Tolkein, Edith Wharton, and Lao Tzu (The Tao Te Ching, the Stephen Mitchell translation). Fans of the classics and modern thrillers will enjoy the work of Ivan Obolensky, in his multilayered fiction or nonfiction storytelling. Ivan lives with his wife, Mary Jo. He enjoys photography, reading, cooking, music, and riding his motorcycle. To find out more about Ivan, visit his website for his blog, updates about projects, and fun stories behind the scenes of his novels.

Autores relacionados

Relacionado con El ojo de la luna

Títulos en esta serie (2)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Ficción literaria para usted

Ver más

Comentarios para El ojo de la luna

Calificación: 1 de 5 estrellas
1/5

2 clasificaciones1 comentario

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

  • Calificación: 1 de 5 estrellas
    1/5
    Unfortunately I didn't take to the story or find any of the characters remotely likeable.

Vista previa del libro

El ojo de la luna - Ivan Obolensky

EL OJO DE LA LUNA

Libro 1

Ivan Obolensky

~*~

Traducida por Germán González Correa

~*~

-Edición especial-

Smith-Obolensky Media

Derechos de autor © 2018 Ivan Obolensky

Título original: Eye of the Moon

Primera edición (en inglés): febrero de 2018.

© Ivan Obolensky

© 2020 de la traducción: Dynamic Doingness, Inc.

© 2020 de esta edición: Smith-Obolensky Media

https://smithobolenskymedia.com

https://ivanobolensky.com

Cubierta basada en el diseño original de Nick Thacker, Turtleshell Press.

Traducción por Germán González Correa.

Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

Smith-Obolensky Media, DBA (nombre comercial) de Dynamic Doingness, Inc.

ISBN-13: 978-1-947780-29-3

LCCN: 2020919886

Fecha de publicación original: 20 de octubre del 2020

Premios por Eye of the Moon

BEST FIRST BOOK Fiction: 2018 IndieReader

GOLD MEDALIST Fiction: Intrigue: 2018 Readers’ Favorite

SILVER, 2ND Mystery/Thriller/Suspense/Horror:

2019 Feathered Quill

GRAND PRIZE SHORT-LIST: 2023 Eric Hoffer

FINALIST Legacy Fiction: 2023 American Book Fest

Un relato impecable, narrado con maestría en su estilo y en su trama. La mezcla adecuada de intriga, suspenso y romance, con un fondo psicológico y filosófico perfecto.

Una novela sutilmente llevada, escrita con elegancia e ironía. Unos personajes muy bien caracterizados y una descripción del ambiente en donde se sucede el relato, muy bien descrito. Con la minuciosidad de los grandes escritores de novela del siglo XIX.

Su lectura, nos atrapa desde la primera página y nos lleva por el laberinto del suspenso, el secreto y la aventura, hasta un final sorprendente que remata con broche de oro una obra endiabladamente bien escrita. Émula de las grandes novelas de suspenso  de  todos  los  tiempos…  ¡No  se  la  pierda!

-Felipe Ossa, Librería Nacional

La serie de El ojo de la luna por Ivan Obolensky

El ojo dela luna

Libro 1

Disponible en formato electrónicoy en tapa blanda.

El libro original en inglés, Eye of the Moon, está disponible en formato electrónico, tapa blanda, y audiolibro.

A la sombra delhijo

Libro 2

Disponible en formato  y en tapa blanda.

El libro original en inglés, Shadow of the Son, está disponible en formato electrónico y tapa blanda.

Dark of the Earth

Libro 3

(en inglés)

Traducción en el 2025.

Para obtener más información sobre

Ivan Obolensky, visite su sitio web: ivanobolensky.com

A Mary Jo, quien me inició en la escritura.

Contenido

Página del título

Derechos de autor

Premios por Eye of the Moon

La serie de El ojo de la luna por Ivan Obolensky

Dedicatoria

Mapa de personajes

Personajes

Nota para el lector

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

24

25

26

27

28

29

30

31

32

33

34

35

36

37

38

39

40

41

42

43

44

45

46

47

48

49

50

51

52

53

54

55

56

57

58

59

60

61

62

63

64

65

66

67

68

69

70

71

72

73

74

75

76

77

78

79

80

Nota Final

Entrevista de Pedro Arturo Estrada de Casa Museo Otraparte

Agradecimientos

Mapa de personajes

Familia Dodge

Familia Von Hofmanstal

Hugo (el barón) se casó con Elsa (baronesa), tuvieron dos hijos: Bruni y un hijo menor, que vive en Europa.

Personal doméstico deRhinebeck

Stanley (el mayordomo) está casado con Dagmar (la cocinera); sus ayudantes son Simon y Jane. Harry es el jardinero. Raymond es el chofer de John Dodge.

Otros invitados en Rhinebeck

Malcolm Ault era amigo de Alice y es el agente de lord Bromley.

RobertBruce es el perro deJohnny.

Nota: Percy quedó al cuidado de la familia Dodge a una edad temprana, ya que sus padres viajaban a menudo al extranjero. Su madre, Mary, es buena amiga de Anne Dodge.

Personajes

Alice: media hermana de John Dodge. Casada en primeras nupcias con lord Bromley. Después de su divorcio se casó con Arthur Blaine, de quien también se divorció. Murió en circunstancias misteriosas cuando Johnny y Percy tenían diez años. No tuvo hijos.

Anne Dodge: madre de Johnnyy casada conJohn Dodge.

Arthur Blaine: magnate minero y segundo marido de Alice, de quien se divorció.

Bonnie Leland:la hermanastra de John Dodge e hija de Maw.

Brunhilde von Hofmanstal (Bruni): la hija de Elsa and Hugo vonHofmanstal. Trabaja para su padre como abogada.

Dagmar: la cocinera de Rhinebeck. Está casada con Stanley. Elsa von Hofmanstal: esposa de Hugo y madre de Bruni.

Barón Hugo von Hofmanstal: amigo de vieja data de los Dodge, en particular de John. Estuvo brevemente comprometido con Mary, la madre de Percy, antes de casarse con Elsa. Elsa y Hugo son los padres de Brunhilde von Hofmanstal (Bruni) y tienen también un hijo menor.

Jane: miembro del personal del servicio doméstico en Rhinebeck.

John B. Dodge: se casó con Eleanor y tuvieron una hija, Alice. La relación terminó en divorcio, y posteriormente, se casó con MaryLeland (Maw), con quien tuvo a John Dodge (padre de Johnny).

John Dodge: dueño del fondo de inversiones Dodge Capital, se casó con Anne y juntos tuvieron un hijo llamado Johnny.

Johnny Dodge: creció con Percy como su mejor amigo, y es hijo de Anne y John Dodge.

Lord Bromley: se casó con Alice, quien luego se divorció de él.

Malcolm Ault: viejo amigo de la familia Dodge y agente de lord Bromley.

Mary: madre de Percy. Amiga íntima de Anne Dodge. Vive en Florencia, Italia, con su esposo, Thomas.

Maw (Mary Leland): matriarca de la familia Dodge. Luego de divorciarse de John B. Dodge volvió a casarse con un banquero sureño de apellido Leland y con él tuvo a Bonnie y Sarah Leland. En la familia es conocida como Maw y en el mundo corporativo la llaman la Arpía. Su dinero puede equipararse a la economía de un país pequeño.

Percy (narrador): creció en la casa de los Dodge y fue a las mismas escuelas que Johnny. Es su mejor amigo.

Raymond: chofer personal de John Dodge.

Robert Bruce: no el rey de Escocia, sino un bull terrier inglés. Su amo es Johnny Dodge.

Simon: miembro del personal del servicio doméstico en Rhinebeck.

Stanley: mayordomo contratado por Alice para el cuidado de Rhinebeck. Casado con Dagmar, la cocinera.

Nota para el lector

Esta es una obra de ficción, producto de mi imaginación. Como la mayoría de las historias, se encuentra anclada en alguna forma de realidad. Rhinebeck existió. La visité unas cuantas vacaciones en mi infancia, pero influyó en mi vida mucho más de lo que podría suponerse, dado el corto tiempo que pasé allí.

Los personajes de esta novela no son reales, aunque algunos de los nombres son de personas que vivieron y que en su mayoría han fallecido. Ninguna de ellas dijo o hizo las cosas que escribí, más allá de las meras convenciones.

La novela tiene lugar en los años setenta, antes de que existieran los teléfonos celulares y cuando las computadoras personales apenas despegaban.

Esta obra fue escrita con un solo propósito: deleitar al lector. Si lo logra, habré cumplido ese cometido. Es, después de todo, un cuento, y me gustan los buenos cuentos, a la mayoría de la gente le gustan. Espero que disfruten tanto leyendo la novela como yo disfruté al escribirla.

Por último, gracias por adquirir esta edición especial. Este libro ha sido publicado exclusivamente para canales de distribución extendidos como bibliotecas y librerías. Incluye un extracto de una entrevista con Pedro Arturo Estrada de Casa Museo Otraparte.

1

Am

enaza con llover, pensaba la mañana de aquel miércoles, enlaprimaverade1977,mientrasmirabapor la ventana. EsperabaeldesayunoenmihabitacióndelhotelSt.Regis,en Nueva York. Cuando llamaron a la puerta, abrí en bata de baño, pero,enlugardeuncamareroconuncarritodeservicio,entró Johnny Dodge.

—Oh, no —murmuré.

Johnny pasaba apenas los treinta años. Su cabello era rubio y largo, lucía delgado y en buena forma. Vestía un traje oscuro a rayas, y del bolsillo del saco sobresalía un pañuelo azul con pequeños lunares blancos, que hacía juego con su corbata. En su camisa color crema y de puños franceses llevaba unos pequeños gemelos de oro de Cartier. Los reconocí porque yo mismo se los había regalado años atrás.

Éramos prácticamente como hermanos. Crecimos juntos. Mis padres y los suyos eran buenos amigos, pero los míos viajaban con frecuencia fuera del país. Todos pensaban que un estilo de vida nómada como el de mis padres no era en definitiva el que más me convenía y que debía instalarme de manera permanente en casa de los Dodge. Había mucho espacio en su apartamento de la Quinta Avenida, en el piso catorce, con vista a Central Park. Dormí en la misma habitación que Johnny y asistí a las mismas escuelas. Me consideraban una especie de Dodge, lo cual representaba, segun Johnny, ciertos privilegios, pero también, y no menos importante, algunas obligaciones asimétricas de cumplimiento inmediato, incluso ahora, varios años después.

Quería cerrar la puerta, pero no lo hice. Sabía que él simplementeseguiríatocandoomeemboscaríacuandotratara de salir.

—Y un saludo para ti también, Percy —dijo Johnny—. Sé que esperas el desayuno. No te preocupes, lo subirán en un minuto. Devolví el pedido y añadí algunas cosas porque desayunaré contigo. Tenemos mucho de qué hablar y hay un auto esperando abajo, pero nos ocuparemos de eso en su debido momento.

—¿Vamos a algun lado? ¿O solo al aeropuerto para tomar mi vuelo de regreso en la tarde a California?

—Sí, claro, por supuesto. —Sonrió, me dio una ligera palmada en el hombro a modo de saludo y luego empezó a frotarse las manos, expectante, mientras miraba a su alrededor—. Bonita habitación —dijo, cambiando de tema.

Johnny podía llegar a ser exasperante. Sabía exactamente qué decir y qué hacer para que yo siguiera sus planes. Siempre se aprovechó de mi sentido de la obligación hacia él y su familia, y estaba seguro de que esta vez no sería la excepción.

—Johnny, no quiero entrometerme, pero ¿cómo te enteraste de que estaba aquí?

—El conserje está en la nómina de la familia Dodge; como si no lo supieras. Pero me alegro de que así sea y tu también deberías alegrarte.

—¿Alegrarme?

—Sí, deberías estar contento. Te estoy salvando el pellejo.

—Oh, Dios...

Supe entonces que la situación era peor de lo que imaginaba. La magnitud de una dificultad en la que Johnny estuviera involucrado era directamente proporcional a lo que él consideraba la culpa de alguien más.

—Nada de «oh, Dios». Crees que tengo un gran problema porque te culpo. Pero ten la absoluta seguridad de que también estásenproblemas.Piensaenlaultimavezqueestuviste en Rhinebeck.

Rhinebeck era el nombre del poblado, en el condado de Dutchess, donde se encontraba la propiedad de cien hectáreas de los Dodge, situada en un alto acantilado con vista al río Hudson. Johnny y yo la llamábamos hacienda Rhinebeck. La visitábamos con frecuencia durante las vacaciones escolares y años más tarde se convirtió para nosotros en un refugio de fin de semana.

Johnny se quitó la chaqueta y la puso sobre la cama antes de sentarse en una de las sillas que miraban hacia la ventana, esperando mi respuesta.

—La ultima vez que estuve en Rhinebeck fue contigo, hace unos años. Francamente, mi memoria está un poco borrosa.

—Seguro que así es. Estuviste en un marasmo alcohólico la mayor parte del tiempo, y debo admitir que yo también, pero eso no importa. ¿Tienes algun recuerdo de que tu y yo hayamos bebido un par de botellas de Chateau Lafite?

Rhinebeck tenía una cava excepcional a la que Johnny y yo descendíamos a menudo, subrepticiamente.

—Lafite. Sí, muy buenas, si mal no recuerdo. De hecho, eran realmente excepcionales. No olvido tu deleite cuando descubriste esas dos botellas en la parte de atrás de la bodega. Nos bebimos las dos, una tras otra, y no parabas de decir que era un vino digno de los dioses.

—Bueno, puede que haya sido el caso, pero ¿recuerdas la cosecha? Piensa con cuidado.

Traté de recordar ycontesté:

—Desafortunadamente, no. Pero no olvido que dijiste que afrontaríamos las consecuencias cuando llegara el momento, si alguna vez se descubría nuestro robo.

—Lástima que no recuerdes el año, porque yo tampoco, y me temo que es hora de afrontar esas consecuencias. Déjame explicarte. Como bien lo sabes, mis padres han disfrutado muchos años de felicidad conyugal y se acerca un aniversario importante. Decidieroncelebrarlaocasiónconunacenaíntimaparaun numero selecto de huéspedes este fin de semana. Por cierto, estás invitado. Me las arreglé para mencionarles que te sentirías despreciado si no te invitaban, ya que estabas en la ciudad y eres de la familia; o, al menos, casi de la familia.

Johnny metió la mano en el bolsillo del pecho y colocó sobre una mesa auxiliar un pequeño sobre de papel grueso de color crema. Reconocí la letra de la secretaria de la señora Dodge.

—Tu invitación personal… Sé cómo reaccionarías si te dijera simplemente que estás invitado.

Antes de que pudiera protestar, sonó el timbre y Johnny se levantó de un salto para abrir la puerta. Dos carritos con el desayuno entraron en la habitación y al instante se armó lo que parecía un verdadero banquete. El problema debía de ser grande. Johnny estaba desplegando toda su artillería. Agradeció a los camareros y les dio un par de billetes.

—Guarden elcambio —les dijoy los condujoa lapuerta.

Tomé un pedazo de pan tostado, una taza de café negro y di una mirada a los huevos benedictinos.

—Bueno, Johnny, me tienes seriamente preocupado. ¿Qué sucede?

—Ah, sí, ya te cuento. Comamos primero.

—¡Johnny!

—Está bien, perome muero dehambre.

Se sirvió una taza de café y tomó un trozo de pan tostado con tocino,quecomenzóamasticarentrefrases.Yocomíay escuchaba.

—Hace algunos años, mis padres decidieron guardar en el fondo de la cava de Rhinebeck un par de botellas de Chateau Lafite 1959 para abrirlas en un aniversario muy especial. Era su secreto pero, la semana pasada, los oí hablar de él. Bueno, imagina mi horror cuando descubrí que eran las mismas botellas que tu y yo bebimos hace algun tiempo. No las dejaron bajo llave enNuevaYork,dondedeberíanhaberestado,sinoexpuestasala vista de todos. Y ahora ellos esperan disfrutar en la cena de este sábado el vino de la que se ha considerado una de las mejores cosechas de Chateau Lafite jamás producida. Apenas puedo imaginar la sorpresa y la indignación que sentirán cuando descubran que esas dos botellas desaparecieron.

—Ya veo. Pero ¿realmente las bebimos? Tal vez no fue así y todavía están ahí.

—Puede ser cierto y ese el problema. Debemos estar seguros o idear un plan para reemplazarlas.

—Puede que no sea muy difícil restituirlas —dije—. Corrígeme si me equivoco, pero ¿no hay más cajas de Lafite en esa cava?

—Sí, hay, pero no del 59 ni del 61, te lo aseguro. Las botellas de esos años son muy raras. Incluso mis padres escribieron pequeñas notas de amor en las etiquetas. La preocupación me tiene casi enfermo, y no dejo de pensar que nuestro robo está por salir a la luz; justo en una semana como esta.

—¿Fue una malasemana?

—Horrenda. —Johnny se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro. Definitivamente, algo le molestaba. —He cargado un gran peso sobre mis hombros durante los ultimos días. El informe financiero mensual estará listo el viernes y mi padre recibirá una copiapararevisarladuranteelfindesemana.Teaseguroque no será un momento feliz. A veces maldigo que tengamos un negocio familiar.

—¿El informe es malo?

—Horrible. Realmente lo arruiné todo. La compraventa se concretó en el momento equivocado, lo que elevó mis pérdidas del mes. Mi padre sabe de algunas de ellas, pero no de los intentos de arbitraje de anoche, que realmente resultaron mal. No estará muy contento después de recibir el informe. Añade a eso el vino perdido, que esperan con ansias, y mi prometedora carrera podría irse al demonio.

Johnny se dirigió a la ventana. Abrió la cortina y miró hacia afuera distraídamente. Mi experiencia me decía que llegaríamos pronto al meollo del asunto.

—Y luegoestá eltema de Brunhilde —susurró.

—¿Brunhilde?

—Sí, Bruni.

Se apartó de la ventana y tomó asiento en su silla. Suspiró y empezó a mordisquear nerviosamente otro trozo de tocino. Dejé que se tomara su tiempo. Por fin, se detuvo y me miró.

—Y, para rematar, mi madre quiere nietos y está ansiosa por verme casado. Propuso a Brunhilde como una posible pareja. No es que pueda obligarme. Después de todo, estamos en el siglo XX, pero comenzó a aumentar la presión como solo las madres saben hacerlo. Todo este asunto empieza a crear tensión entre nosotros. Sé que perderá la paciencia si se desmorona esta ultima táctica suya. Para darte una idea de lo que implica, déjame decirte tan solo que los padres de Brunhilde son el barón y la baronesa Von Hofmanstal. Muy convenientes y muy ricos. Mi madre invitó este fin de semana a los tres a la cena especial en Rhinebeck y a recorrer el lugar.

»Brunhilde, segun mi madre, es extraordinaria y capaz de detener el tráfico, lo que es una buena noticia, sin duda alguna. La mala noticia es que la sola idea de asentarme con cualquiera me pone muy nervioso. Una vez me leyeron el tarot, por no hablar de otros métodos para adivinar mi futuro marital, y todos señalaron con total certeza lo mismo: no lo hagas. Uno de esos adivinos fue más lejos y pronosticó que casarme podría acarrear una perturbación planetaria de proporciones cataclísmicas y me suplicó de rodillas que nunca lo hiciera. Sé que piensas que es demasiado dramático, pero ese incidente me afectó mucho, y hasta la fecha he evitado satisfactoriamente tales enredos.

»Además, me enamoro con demasiada facilidad, y eso siempre ha sido un problema para mí. Nada indica que mi carácter haya cambiado oque vayaacambiarpronto,así queprefierorenunciar a toda costa al matrimonio. Pretendo seguir adelante con mi determinación, pero no sé si pueda resistirme a una joven hermosa, a las maquinaciones de mi madre y a un futuro seguro y prolongado de gran riqueza; de ahí, nuestra conversación.

—Vaya, Johnny, esa es toda una declaración sobre tu naturaleza. Nunca dejas de sorprenderme.

Bebí más café. El desayuno estaba logrando su cometido y el hecho de que Johnny fuera tan franco había suavizado mi determinación de resistirme con firmeza a acompañarlo hasta Rhinebeck. La majestuosa belleza de la casa matizaba gran parte de mis recuerdos, pues, entremezclados entre los largos intervalos de tranquilidad y felicidad, hubo períodos de inquietante perturbación y más de un caso de terror que me impedían simplemente consentir.

—Sí, hasta yo puedo a veces ser consciente de mis propias limitaciones. Pero, no es todo; hay algo más. Puede que me haya topado con Brunhilde antes y volverla a ver podría resultar muy incómodo.

—Ah, ¿sí?

—Sí, por supuesto. Estoy bastante seguro de haberla conocido. Quiero decir, ¿con cuántas mujeres llamadas Brunhilde, que tengan el pelo negro, los ojos de un color azul eléctrico y se apelliden Von-algo puede uno encontrarse? Nunca entendí por completo el apellido de esta mujer. Realmente, me gustaría olvidar ese encuentro. Le atribuyo la culpa por completo a ese condenado Robert Bruce.

—¿El rey escocés del siglo XIV o tu terrier blanco?

—El perro.

—Medijiste que fue desterrado para siempre a Rhinebeck. ¿Asumoque tiene algoque ver con eso?

—Así es —Johnny se levantó, se sentó y suspiró profundamente—. No le he contado a nadie esta historia y la comparto contigo bajo la más estricta confidencialidad, solo porque, de ser la misma Brunhilde, podrás entender mi aprieto.

—Escucho.

—Hace unos años, muy temprano una mañana, llevé a Robert a dar un paseo al otro lado de la calle, hasta Central Park. Yo salía con Laura Hutton en ese momento. Le gustaban mucho los perros, así que compré el cachorro Robert Bruce para impresionarla. No tenía ni idea de que esa raza era tan testaruda ni de que comía cualquier cosa que no estuviera amarrada. Quiero decir, comprar ese perro fue como saltar desde un precipicio y pensar que algo se resolvería en el camino. No tenía ni idea de lo que hacía.

»La criatura estaba obsesionada con las pelotas de tenis. Yo siempre llevaba un par para lanzarle y que hiciera un poco de ejercicio, además de una adicional para atraerlo y amarrarlo cuando yo quisiera volver a casa. Por supuesto, el pequeño bastardo se hacía el tímido y esperaba a unos cuantos metros, mirándome con esos ojos pequeños y brillantes, hasta que me acercaba y le quitaba la maldita pelota de entre las mandíbulas. Yo rezaba para que no me arrancara la mano, mientras él intentaba agarrar la pelota con más fuerza. También tenía que lanzarla de nuevo con rapidez o, si no, me la arrebataba de los dedos con sus dientes.

»Esa mañana en particular, estábamos jugando con la pelota cuando vi subir a esta hermosísima mujer con dos labradores amarillos. Les quitó la correa y se detuvo cerca de mí. Preguntó si el bravucón era mi perro y cómo se llamaba. Parecía de mi edad y tenía mi estatura, llevaba el pelo negro, una piel maravillosa y pálida, y los ojos más azules que haya visto en mi vida. Era absolutamente imponente, tanto que me olvidé por completo de Robert, que mordía la pelota a unos metros y esperaba que yo fuera a buscarla. Normalmente, mi respuesta era muy rápida, porque, si dejaba que se las arreglara solo, mordía la condenada pelota hasta hacerla pedazos. Esta vez la empujó hacia mí, esperando llamar mi atención. Pero uno de los otros perros la interceptó y huyó con ella.

»Bueno, la cosa se convirtió en un amigable jaleo, con perros que iban y venían de un lado para otro. Continuamos hablando y de vez en cuando mirábamos si todos se estaban comportando. Yo estaba de cara a los perros y ella de espaldas. Entonces, Robert decidió que tanta emoción había sido un estímulo suficiente como para evacuar su vientre. Se agachó, mientras los otros dos perros seguían jugando con la pelota. Todo parecía normal hasta que advertí que le estaba tomando más tiempo del habitual. Me pregunté qué habría estado comiendo ultimamente. Robert Bruce se hallaba a cierta distancia, pero el color de lo que salía era decididamente verde, y eso era extraño.

»Mientras yo miraba, uno de los perros le pasó la pelota a Robert, que por un instante detuvo lo que hacía y se lanzó a agarrarla. Luego, procedió a realizar varias carreras, paradas y agachadas, mientras los otros dos perros trataban de quitarle la pelota. Cuantas más veces hacía esto, más largo se volvía el tronco verde marrón. Para entonces, la longitud era tal que incluso el dueño de un gran danés se habría asombrado, y seguía creciendo. Me sentí incómodo, pero aun estaba cautivado por la bella mujer que tenía ante mí y continué hablándole como si nada sucediera, mientras la parte más sensible de mi cerebro empezaba a registrar todo aquello con cierta alarma. Sus perros ladraban cada vez más fuerte y su conmoción crecía con la actuación herculea de Robert. Yo esperaba, sin embargo, que todos se marcharan.

»Intenté mantener a la hermosa dama mirando hacía mí, pero el alboroto resultaba excesivo. Entonces, se dio vuelta para ver lo que pasaba. Parecía un poco sorprendida y, con voz jadeante, dijo:

—¿Le sucede algo a tu perro? Parece que le está saliendo algo del trasero.

—Oh, es bastante normal —le respondí eso o alguna tontería semejante, tratando de restarle importancia al asunto; pero, a decir verdad,parecíaquealgunmagoperversoestuvierahaciendoun truco espantoso con mi perro. La cosa tenía ahora casi un metro de largo y, para empeorarlo todo, Robert había empezado a avanzar hacia nosotros. La pelota quedó en el olvido y los dos labradores lo seguían, ladrándole agresivamente a esa especie de serpiente que arrastraba tras él.

»No quería tener nada que ver con ese perro, pero Robert había decidido, justo en esta ocasión, traerme la pelota. Mientras se acercaba, la maravillosa mujer a mi lado sugirió que buscara un palo o algo parecido para ayudar a librar al pobre Robert de aquello que le estaba costando expulsar.

»Su sugerencia no le hizo ganar muchos puntos, ya que mi concepto de mortificación total se redefinía y crecía exponencialmente con cada segundo que pasaba. Me sentía en una especie de película de terror y no lograba entender lo que sucedía, hasta que reconocí lo que Robert estaba evacuando.

»Laura había estado extrañando una de esas bufandas grandes y caras. Indignada por la pérdida, aseguraba que la tenía cuando llegó a cenar la otra noche y que alguien, probablemente del servicio, la había robado. Laura podía llegar a conclusiones apresuradas, pero yo tenía la respuesta ante mí: Robert se la había comido. Enigma resuelto.

»Murmuré un comentario disparatado; Robert Bruce se encontraba ahora a mi lado. Golpeaba mi pierna con la pelota, para que yo la tomara, cuando uno de los perros de la mujer se las arregló para pararse en el extremo de la bufanda en el momento justo en que Robert daba un salto: treinta centímetros más salieron y la asquerosidad completa cayó al suelo. El hedor era insoportable, aunque el alivio fue inmediato. Robert saltó entonces más de medio metro en el aire con la pelota en la boca para llamar mi atención.

»Instintivamente, la tomé de sus dientes y la lancé lo más lejos posible. Todos los perros corrieron tras ella.

»Miré fascinado lo que quedaba de la bufanda deLaura ydije:

—¡Dios mío! Mira eso. Es una Hermès.

—Pues bien —la mujer a mi lado interrumpió mis reflexiones—, no dejarás eso en el suelo... ¿No vas a recogerlo y tirarlo a la basura?

»Por supuesto que quería dejar la maldita cosa ahí tirada. ¿Qué más podría hacer con eso? Solo que no fue lo que dije. Era hermosa, pero se estaba volviendo un tanto inquisidora. Todo lo que yo quería era huir. En circunstancias normales, hubiese salido corriendo, esperando que Robert me siguiera, pero ella se paró frente a mí, bloqueando el camino, y continuó señalando que de alguna manera yo debería hacerme responsable del absurdo elemento que yacía frente a mí. Cualquier chispa que hubiese podido haber entre nosotros se estaba desvaneciendo rápidamente. Ceder a sus demandas parecía el unico camino viable.

»No había árboles cerca, así que me alejé buscando alguna especie de palo para recoger la cosa y llevarla a un basurero. Robert y el resto de los perros me siguieron con la pelota. Descargué mi frustración arrojándola muy lejos, y los perros corrieron de nuevo, persiguiéndola.

»Después de buscar varios minutos logré encontrar un par de palos adecuados y regresé. Esperaba que durante ese tiempo ella se hubiera marchado con sus perros. Pero no, había esperado y me miraba mientras yo recogía con cautela la pegajosa monstruosidad, la dejaba caer accidentalmente, la recogía de nuevo, caminaba unos cuantos pasos y repetía el procedimiento. Cuando por fin llegué al cesto de basura, me deshice de esa cosa de una vez por todas. Estuve a punto de vomitar varias veces en el trayecto, pero al final logré mi cometido. La maldita cosa era sorprendentemente pesada.

»Solo después de verificar que yo había tirado los restos, ella silbó —de manera impresionante, pensé en ese momento—, les puso los collares a sus dos perros y se marchó.

»Llamé  a  Robert.  Creo  haberle  gritado  bastante fuerte: «¡Maldito bastardo!». Ella se encontraba a cierta distancia, pero giró, me miró con desprecio y siguió caminando.

Johnnyse detuvo ytomó un sorbo decafé.

—¡Santo cielo! —dije—. Debió de ser muy embarazoso. ¿Supo tu nombre?

No creo haberlo dicho nunca, pero podría reconocerme si nos volviéramos a ver. Aunque yo, claramente, la reconocería. Por desgracia, ese no es el final de la historia. Hay otra parte, que es la cereza del pastel.

—Dudo que puedas empeorarlo.

—Au contraire. Pude darle un buen vistazo a la bufanda mientras la sostenía con el palo, sintiendo arcadas a cada paso, y me di cuenta de que la seda todavía estaba en buena forma. No se veían marcas de dientes o rasgaduras. Como era la favorita de Laura, y tal vez porque me sentía un poco culpable por buscarle charla a esa bella arpía de ojos azules, decidí que mi penitencia consistiría en rescatar los restos de la basura y limpiarlos. Una completa locura, sin ninguna duda, pero había visto una bolsa de papel vacía en el mismo cesto, lo que me llevó a pensar que podría ser una buena idea. Robert regresó, le puse la correa y volví con él adonde había tirado los restos. La bolsa estaba allí, pero los palos se hallaban en el fondo y fuera de mi alcance. Consideré lo que habría que hacer y concluí que era imposible evitarlo: tenía que recoger la bufanda sucia por un extremo con mis dedos. Puse la correa de Robert en el suelo, me paré sobre ella para liberar mis manos y, luego, saqué la cosa horrorosa del cesto. Intenté sujetar la bolsa por debajo con la otra mano, pero la bufanda era demasiado larga, así que me vi obligado a agarrarla por el medio. Imagina mi sorpresa cuando vi venir nada más ni nada menos que a esa bruja con sus dos perros. Se detuvo a corta distancia, boquiabierta por unmomento, yluego se dio vuelta. La mirada en su rostro era de una repulsión y de un disgusto tales que espero no vivir de nuevo algo así, mucho menos con una mujer tan atractiva. Fue horrible... Espantoso. Increíblemente bochornoso.

—¿Asíque crees que puede ser la misma joven?

—Exacto. Miremos las probabilidades. Digamos que es la misma mujer y se encuentra de nuevo al mismo hombre con el mismo perro, pero en un lugar diferente. ¿Qué crees que sucedería?

—Odiaría decirlo —aventuré—, pero, definitivamente, no quiero adelantarme.

—Muy gracioso. ¿Qué oportunidad crees que tenga ese hombre de establecer una especie de relación? Y ni pensar en hacer una futura propuesta de matrimonio…

—Bueno, las probabilidades de que sea la misma mujer son muy remotas, pero estoy de acuerdo. Si, por alguna extraña vuelta del destino, la mujer que conocerás en Rhinebeck es la misma a la que sometiste a ese calvario, pensaría que tienes muy pocas posibilidadesdeéxito.Porcierto,sinoteimportaquepregunte, ¿qué pasó con la bufanda?

—Finalmente, metí el esperpento en la bolsa y lo llevé a una tintorería en otra parte de la ciudad. Fui sincero en cuanto al hecho de que la prenda se había manchado con un poco de excremento de perro, lo que explicaba que la bolsa estuviera atada con una cuerda; sin embargo, tal vez no revelé el grado completo de suciedad. Le di al encargado cien dólares por adelantado por sus servicios luego de pedirle enfáticamente que abriera la bolsa lejos de la vista del publico. Era lo máximo que podía hacer. El resultado fue más que mediocre. Los colores se veían desvanecidos y, para cuando recuperé la bufanda, Laura y yo no estábamos juntos ya. Envié a Robert al campo, donde pudiera correr, y le puse la bufanda alrededor del cuello como despedida. La sigue teniendo, hasta donde yo sé.

—Bueno, si es la misma joven, tal vez quieras enterrar la bufanda. Pero ¿cuáles son las probabilidades?

—¿Cuáles calculas queson?

—Remotas. Muy remotas. ¿Una en mil millones?

—En general, estaría de acuerdo contigo, pero creo que la vida tiene ideas acerca de las probabilidades que difieren mucho de las nuestras, hasta el punto de apostar que Brunhilde von Hofmanstal y Brunhilde la de los perros son una y la misma. Además, una vez leí sobre un cálculo que concluía que todas las personas que lleguen a vivir setenta años o más experimentarán durante su vida al menos dos eventos improbables.

—Recuerdo haber leído eso también.

—De modo que me entiendes. Esta puede ser mi probabilidad de una en mil millones, y creo que deberías acompañarme a Rhinebeck para ver con tus propios ojos si es ella o no. ¿Qué dices?

—Déjame pensarlo. Admito que en un principio no iba a acompañarte, aunque la situación es intrigante. Pero ¿qué hay de mi vuelo?

—No te preocupes, ya me he encargado de todo. Cancelé tu reservación y viajarás en el Lear de la compañía el lunes, desde Teterboro hasta Van Nuys, a eso de las tres.

—Eso suena un poco presuntuoso —dije con cierta alarma.

—Lo sé. Lo sé —respondió levantando las manos—. Mira, no puedo decirlo más claro: ¡Por favor!

Johnny se acercó a la ventana otra vez. Se quedó ahí, mirando hacia afuera. Había sentido un tono inusual de desesperación en su voz y eso me inquietaba más que lo que podía haber dicho. Él nunca fue de los que expresan sus verdaderas motivaciones a nadie, al menos no en la primera oportunidad, ni siquiera en la segunda. No me estaba contando toda la historia; eso lo sabía. Pero me preocupaba por él y me sorprendí a mí mismo al decir:

—Considéralo hecho. Voy contigo.

—¿Vienes? —Se volvió hacia mí claramente aliviado.

—Sí.

—Es la mejor noticia que he tenido en mucho tiempo. Lo digo en serio. ¿Me ayudarás con el asunto del Lafite?

—Por supuesto.

—¿Y con Brunhilde?

—No estoy seguro de cómo, pero lo intentaré. ¿Qué quisieras que haga?

—No losé. ¿Que hables con ella?

—Supongo que podría hacerlo, pero dudo que esas dos cosas sean el verdadero problema, ¿no? —Me miró cuidadosamente.

—Ha pasado tanto tiempo que olvidé lo bien que nos conocemos. Tienes razón, por supuesto, pero tendrás que esperar por esa respuesta. ¿Puedes hacerlo?

—Puedo, si debo.

—Entonces,estádecidido.Mejorempecemosamovernos. Debes hacer las maletas, el auto está esperando abajo. Apresurate. Cualquiervulnerabilidadqueélhubieramostradosehabía desvanecidoenuninstante.Siempreeraasí,peroyosabíaque tenía problemas, y ese era undía extraño. Me había pedido ayuda, y eso era más extraño aun.

2

Después de haber decidido alterar mis planes y acompañar a Johnny a Rhinebeck, me vestí rápidamente, empaqué y salí del St. Regis. Tal como lo había anunciado, un auto nos esperaba para llevarnos hacia el norte, bor deando el río Hudson. Justo empezaba a llover.

Johnny y yo nos acomodamos en la larga limusina negra para las dos horas de viaje. Mientras subíamos por el parque, le pregunté:

—¿Ha cambiado mucho Rhinebeck?

Johnny se quitó la chaqueta y puso los pies en el asiento plegable de enfrente antes de contestar.

—Básicamente, sigue igual. Algunas mejoras en la cocina; modernizaron las estufas, la refrigeración, las alacenas, pero sigue casi como lo recuerdas. Stanley y Dagmar, firmes como siempre. Stanley todavía usa un chaqué y sigue en todo el modelo de un mayordomo inglés, pero ahora tiene un nuevo ayudante, un joven llamado Simon, que se ocupa de las tareas más mundanas, como pulir la cubertería de plata, aunque también ayuda en la mesa. Las campanas han sido reemplazadas por timbres electrónicos.

»Dagmar manda en la cocina y sigue preparando la comida tan bien como siempre. Espera con ansia las cenas, pues así puede comandar un equipo de asistentes, pero estas son cada vez menos frecuentes. Tiene una ayudante permanente llamada Jane, que también es nueva. Y Harry, el jardinero, sigue allí, tan hosco como de costumbre, y ahora comanda una flota de cortadoras de césped nuevas y más veloces. Los terrenos lucen inmaculados; ya verás.

—¿Sabes?, todavía sueño con las tostadas en esas canastillas de plata en el desayuno y con el famoso caldo escocés de Dagmar en el almuerzo. En mi mente, Rhinebeck sigue siendo un lugar misterioso y maravilloso.

—Sigue tan misterioso como siempre —dijo Johnny volviéndose hacia mí—. Como sabes, la tía abuela Eleanor, quien construyó el sitio, se dedicaba a la adivinación, los pronósticos, la brujería, ese tipo de cosas... Creo que esas cualidades se fundieron con la propiedad misma. Además, según algunos, atrapó a mi abuelo, el viejo John B. Dodge, valiéndose de esas artes. Otros dicen que fueron su belleza y unos pechos sin igual en su generación. Me inclinaría por lo último, pero nunca se sabe.

—¿Eleanor era una cazafortunas?

—Difícilmente. Venía de una familia honrada de banqueros de Filadelfia. Aun así, la consideraron bastante escandalosa en su época. Se decía que los clérigos la evitaban como a la peste, ya fuera porque podía tentarlos por caminos que era mejor dejar inexplorados o por su gusto por lo oculto. Resulta difícil saber qué les asustaba más.

»Después de que Alice nació, y luego de varios años tumultuosos juntos, se divorciaron, lo que no mejoró la reputación de Eleanor. Desgraciadamente, murió poco después, y Alice la remplazó en el departamento de los escándalos, justo donde Eleanor lo dejó.

Asentí con la cabeza.

—Yo diría que la superó, pero Alice me encantaba cuando era niño. Siempre fue muy carismática.

—Lo era, pero, en el fondo, su vida era un desastre. Todos sus matrimonios fracasaron, porque estaba inmersa en su investigación o correteando con alguien más. Dudo que algún hombre hubiera podido retenerla. Y siguen circulando historias sobre su muerte, a pesar de que han pasado tantos años.

—Ah, sí. El famoso titular «Dama de la alta sociedad muere en circunstancias misteriosas» que entonces puso a todos a especular.

—Es cierto, y mis padres todavía guardan silencio sobre lo que pasó.

—¿Crees que saben algo?

—Sospecho que más de lo que dicen. De vez en cuando intento que hablen de ello, pero hasta ahora con poco éxito. Mi madre cambia de tema, y mi padre ignora por completo las preguntas. Él era muy cercano a Alice, quizás más que nadie. Creo que su muerte lo sigue afligiendo.

Johnny miraba la lluvia por la ventanilla del auto, mientras yo retrocedía en el tiempo y me maravillaba de lo hábilmente que nos habían ocultado la verdad sobre ese tema. Johnny y yo no asistimos al funeral de Alice porque se consideraba inapropiado para los niños. Transcurrieron muchos años antes de saber lo sensacional que había sido su muerte. No era que no la conociéramos. Pasábamos vacaciones en su casa y la veíamos con frecuencia. Nos intimidaba. De alguna manera, agradecía que guardáramos solo los recuerdos felices de su vida.

Johnny se estiró y dijo:

—No culpo a mis padres por no hablar de su muerte. Fueron tiempos oscuros. La prensa disfrutó a sus anchas. «La trama se complica. La Policía investiga». Ese tipo de cosas... Los titulares bastaban para crearle a cualquiera una opinión sesgada sobre el tema. Además de eso, no hubo testamento. Aunque gran parte se aclaraba con los numerosos fideicomisos con los que manejaba sus finanzas, una parte importante no estaba cubierta. No puedo creer que sus asesores bancarios no la obligaran a redactar un testamento, aunque esos errores no son particularmente inusuales. Por cierto, espero no estar aburriéndote.

—En absoluto, su vida siempre fue un tema fascinante para mí. Ojalá la hubiera conocido mejor de adulto. Podría haberla apreciado más, pero la recuerdo con cariño como alguien imponente, que nos vigilaba siempre desde el fondo.

—Sí, sé a lo que te refieres. Era una persona a la que no podía pasarse por alto. Investigué un poco. No mucho, pero algo.

—¿Y qué descubriste?

—Desafortunadamente, no lo suficiente, pero hay algunas cosas que quizás no sepas. Sus compañeros en el mundo académico la consideraban una investigadora exigente y brillante, pero quienes la conocían socialmente pensaban que era descuidada en sus asuntos personales. El banco Mellon manejó la mayor parte de su dinero, aunque muchas cosas se pasaron por alto.

»Mi padre dijo que, al hacerse cargo de sus finanzas, luego de su muerte, encontró una gran cantidad de cuentas sin pagar, desde multas de estacionamiento hasta facturas de Van Cleef por unos aretes de diamantes. Tenía mucho dinero. Simplemente no le quedaba tiempo para los que consideraba detalles aburridos de la vida. Al final, él tuvo que arreglar todo el lío que ella dejó.

—Apuesto a que le tomó un tiempo —dije.

—Así es. Ella siempre estaba perdiendo cosas. Extravió uno o dos maridos. A uno lo abandonó en un lugar remoto, y le llevó años regresar a la civilización.

—Lo recuerdo... ¿Arthur Blaine?

—Sí, ese mismo. Alice se casó con él después de divorciarse de lord Bromley. Y se separó de Blaine en una selva sudamericana, justo antes de la temporada de lluvias. El pobre estuvo atrapado durante meses junto con su grupo. Se quedaron sin comida; bebieron agua malsana. Se habló de asesinato y canibalismo. Blaine contrajo dengue y casi muere; tardó mucho tiempo en recuperarse. Volvió destrozado, rogando perdón por algo que hizo en el viaje, pero de nada valió. Alice siguió su camino. Ni siquiera quiso verlo. Más tarde, él contó que ella había querido matarlo por algo que encontraron. Alice se lo robó y lo dejó a él allí para que muriera.

—No había escuchado nada de eso. ¿Crees que sea verdad?

—Por lo que tengo entendido, él era apenas un aficionado en cuanto a expediciones a la selva, así que dejarlo atrás podría interpretarse en algunos círculos como una sentencia de muerte, pero la verdad es que ella se quedó apenas con un morral. Él tenía la mayoría del equipo y a la cuadrilla. Todo estuvo bien sincronizado. Sobre lo que encontraron, no sé nada.

—Me sorprende que supiéramos tan poco de ella. Todo lo que nos decían era que estaba «ausente» por largos períodos.

—Las expediciones arqueológicas fueron una parte importante de su vida. Conocía muy bien lo que era una excavación. Y tenía el dinero suficiente para financiar y apoyar proyectos en todo el mundo. Solo me enteré de todo esto mucho después.

»En cuanto a la causa de la ruptura con Arthur, no descubrí nada concreto. Circulaba en ese momento una historia sobre él; que coqueteaba con alguien nativo de género indeterminado, lo que podría ser una buena explicación. Puedo entender que ella lo dejara, pero tuvo muchos compañeros, antes y después, y era muy engreída, así que no la veo marchándose ofendida. Tenía un lado reservado, así que, probablemente, había algo más.

—Se suponía que era muy abierta, ¿no? Los periódicos la describían como una de esas personas que se muestran tal cual son y, a menudo, su escasa vestimenta dejaba poco a la imaginación.

—Los periódicos la retrataron así con razón. Después del escándalo de Blaine se volvió mucho menos discreta en su vida personal. Sus aventuras amorosas frustraban a mi padre, porque creo que la admiraba, y odiaba que su apetito por el sexo y el escándalo eclipsaran un gran intelecto que pocos podían apreciar. Sus andanzas la hacían ver mal, según él, aunque creo que ella las utilizaba como un refugio.

—¿Un refugio para qué?

—Su privacidad, su coleccionismo y su investigación, supongo. Era una egiptóloga de renombre y autora de varias obras; sin embargo prefería que la gente la percibiera como una necia y una aficionada, cuando era cualquier cosa menos eso. Pero tú la conocías. Actuaba en muchos niveles.

—Recuerdo que podía leernos como a un libro. Siempre estaba un paso por delante de nosotros en cuanto a bromas.

—Exactamente. Mi padre trató de hacer lo mejor por ella en los asuntos prácticos, pero vivía en un mundo diferente al de todos los demás, sintonizada con lo que sucedía en el cosmos y sin interés por lo que ocurría aquí, en la Tierra.

—Ese era su problema, creo.

—Sí, y, como resultado, los que la rodeaban debían recoger los pedazos. Después de su muerte, algunas partes de su patrimonio que no estaban cubiertas por fideicomisos tuvieron que legalizarse y se volvieron públicas. El frenesí publicitario comenzó de nuevo. Mi padre era el albacea y, como era el último pariente vivo, la mayoría de los bienes pasaron a su nombre. No conozco todos los detalles. Mis padres pueden llegar a ser, y en realidad lo son, muy discretos en cuanto a los asuntos financieros, pero Rhinebeck, otro apartamento en Nueva York además del actual, una extensa biblioteca digna de una universidad importante, así como una gran parte de los activos financieros pasaron a su nombre y ayudaron a convertir a Dodge Capital en un protagonista de peso mayor.

—Leí algo sobre ella en una revista hace un tiempo. El artículo señalaba las sospechas que rodeaban su muerte y que estas aún persisten.

—Todavía siguen circulando rumores de asesinato. Mi padre fue quien más se benefició de su muerte, pero cuando ella murió, él se encontraba lejos, con mi madre, en Capri. El hecho de que él tuviera dinero propio más que suficiente debería haber silenciado los rumores, pero las historias continúan. Alice tenía muchos seguidores que se negaron a creer que simplemente había muerto.

—Aun así, las circunstancias fueron extrañas. Según un informe murió en Rhinebeck, en su cama, leyendo un libro egipcio de los muertos.

—Sí, y eso es verdad hasta donde yo sé. Recuerdo que en uno de los tabloides se leía en mayúsculas: «Dama de la alta sociedad murió por maldición del faraón. El misterio se ahonda». Los hechos deben de haber parecido bastante raros en ese momento. Puedo decirte lo que sé y mis propias conclusiones, si quieres.

—Por favor.

—Era una académica y un personaje de la alta sociedad. Leer un texto de este tipo no estaba fuera de lugar. Estoy seguro de que los profesores clásicos leen todo el tiempo a Homero en la versión original, en griego, por puro placer.

—¿Qué hay de todos los rumores de asesinato? Nadie nos habló de eso durante años.

—La Policía no halló nada sospechoso. Según los periódicos, se suponía que el libro tenía una pista, pero pocos sabían lo que era realmente un libro egipcio de los muertos. La sola mención del título creó sensación y ayudó a vender periódicos —dijo Johnny.

—Aún no estoy seguro de saber qué libro es ese.

—La mayoría de la gente tampoco lo sabe. En realidad, no existe una única edición del Libro egipcio de los muertos. En un principio, era una práctica restringida a faraones, pero resultó tan popular que los altos funcionarios del Gobierno comenzaron a usarlo también. Finalmente, cualquiera que pudiera permitirse el lujo de que le escribieran uno lo utilizaba.

Cada libro se hacía a la medida, al menos hasta cierto momento en el que se estandarizaron y empezaron a contener innumerables hechizos, de los cuales se conocen apenas unos cientos.

»Algunos servían para preservar partes del cuerpo y ayudar a una persona a navegar por el inframundo. Otros permitían que uno saliera de día, tuviera poder sobre sus enemigos y, luego, regresara al inframundo en la noche, como una especie de vampiro antiguo. Incluso, había un hechizo para evitar que uno consumiera heces y orina.

—¡Espléndido! Justo lo que toda momia necesita.

—Se suponía que el libro se colocaba en el sarcófago del difunto como un mapa de ruta, una guía de supervivencia, un manual para

¿Disfrutas la vista previa?
Página 1 de 1