0% encontró este documento útil (0 votos)
176 vistas56 páginas

Escritura y Esquizofrenia I

Cargado por

Sabina E
Derechos de autor
© Attribution Non-Commercial (BY-NC)
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
176 vistas56 páginas

Escritura y Esquizofrenia I

Cargado por

Sabina E
Derechos de autor
© Attribution Non-Commercial (BY-NC)
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 56

1

ESCRITURA Y ESQUIZOFRENIA

UNIVERSIDAD DE GUANAJUATO MXICO EL COLEGIO DE SAN LUIS

Escritura y esquizofrenia
AURELIANO ORTEGA ESQUIVEL
Y JUAN

PASCUAL GAY

(editores)

Queda prohibida la reproduccin o transmisin total o parcial del texto de la presente obra bajo cualquiera de sus formas, electrnica o mecnica, sin el consentimiento previo y por escrito del editor

Escritura y esquizofrenia Primera edicin, 2010 D.R. Aureliano Ortega y Juan Pascual, eds. D. R. Universidad de Guanajuato Lascurin de Retana nm. 5, Centro, C.P. 36000 Guanajuato, Gto., Mxico Campus Guanajuato Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades Departamento de Filosofa D.R. El Colegio de San Luis Parque de Macul nm. 155, Fracc. Colinas del Parque C.P. 78299, San Luis Potos, S.L.P., Mxico Produccin: Universidad de Guanajuato Direccin de Extensin Cultural Mesn de San Antonio Alonso nm. 12, Centro C.P. 36000, Guanajuato, Gto., Mxico Coordinacin de Colecciones Editoriales Institucionales: Rodolfo Bucio Formacin y diseo de portada: Adriana Chagoyn Silva Cuidado de edicin: Anuar Jalife Ilustracin de portada: Jaime Villarreal editorial@quijote.ugto.mx

ISBN: 978-607-441-088-4 Impreso y hecho en Mxico Printed and made in Mexico

ndice

Liminar Escritura y esquizofrenia. Un prlogo o un eplogo Eduardo Subirats I. En torno a ngel Rama y La ciudad letrada El autoengao de los intelectuales segn ngel Rama Andreas Kurz Letras sobre La ciudad letrada Juan Pascual Gay Sociedad y pensamiento: las posibilidades de una sincrona Javier Corona Fernndez Un paso al frente y dos atrs: la apropiacin de ngel Rama por el Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericanos Alfredo Duplat II. Escritura y esquizofrenia El n de la legalidad. O de cmo el gran relato mercantil acab con el sueo dogmtico de la razn jurdica moderna Aureliano Ortega Esquivel Amrica innombrable Danielle Carlo La mquina de hacer palmeras Antoinette Hertel Iberia y los estudios latinoamericanos Eduardo Subirats 7

9 13

23 35

57

81

101 131 141 161

III. Cabaret literario Memoria de un letrado desplazado Christopher Britt Arredondo El mito de la taberna Ignacio Betancourt Conversacin entre Eduardo Subirats y ngel Lozada en La Casa del Mofongo en Washington Heights, comindonos un sanculture 175 199

213

Liminar

ste libro rene los trabajos que un grupo de escritores y profesores norteamericanos y mexicanos presentaron para su discusin en el marco de un encuentro cobijado por la Universidad de Guanajuato y El Colegio de San Luis en marzo de 2009. El tema visible del evento, como lo seala Eduardo Subirats, era la lectura crtica y reexiva de la obra de ngel Rama, La ciudad letrada: el papel del intelectual en el colapso mundial, frente a la degradacin y corrupcin del sistema democrtico y frente a la violencia estatal; la responsabilidad del intelectual de mantener las tradiciones ms reexivas en la literatura, las artes y el pensamiento latinoamericanos del siglo XX, en un momento de declarado anti-intelectualismo; sin embargo, y como tema oculto, contemporneamente se debata sobre la historia de Mxico y Latinoamrica, entendida como un agnico proceso de liquidacin nacional, involucin social y volatilizacin administrativa. Para su publicacin, estos trabajos se han agrupado en tres grandes rubros de acuerdo con la temtica o la tnica de cada uno de ellos; en el entendido de que todo ordenamiento responde ms a la tirana de la normalidad editorial, que a la frescura, riqueza, vehemencia o franco desparpajo con el que en su momento fueron ledos, escuchados y discutidos por los participantes.
9

Despus de una enrgica presentacin a cargo de Eduardo Subirats, en primer trmino guran los trabajos que analizan, examinan y reexionan sobre la obra de Rama, particularmente sobre La ciudad letrada. La seccin se intitula justamente: En torno a ngel Rama y La ciudad letrada. Abre el juego, el artculo de Andreas Kurz, El autoengao de los intelectuales segn ngel Rama, seguido de los trabajos de Juan Pascual Gay, Letras sobre La ciudad letrada; Javier Corona Fernndez, Sociedad y pensamiento: las posibilidades de una sincrona y Alfredo Duplat, Un paso al frente y dos atrs: la apropiacin de ngel Rama por el Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericanos. El leitmotiv de todos ellos gira en torno al papel que le toca jugar al intelectual crtico en el seno de un conjunto de instituciones sociales, acadmicas, mediticas y polticas cada vez ms degradante y degradado. En segundo lugar, la seccin Escritura y esquizofrenia rene las intervenciones de Aureliano Ortega, El n de la legalidad. O de cmo el gran relato mercantil acab con el sueo dogmtico de la razn jurdica moderna; Danielle Carlo, Amrica innombrable; Antoinette Hertel, La mquina de hacer palmeras y Eduardo Subirats, Iberia y los estudios latinoamericanos. Aqu el tono y el asunto se anudan con lo que Subirats ha llamado el motivo oculto del encuentro, el cual tiene que ver con la denuncia explcita de las formas en las que las letras, la cultura, las sociedades y las propias naciones latinoamericanas han sucumbido ante el mpetu destructivo y barbrico del capital y sus estrategias de dominacin. Cierra la publicacin una seccin que podramos tildar de joco-seria, llamada Cabaret literario, la cual recoge una enrgica descripcin y denuncia de hechos a cargo de Christopher Britt Arredondo; una pequea farsa guiolesca fruto de la inspiracin de Ignacio Betancourt, El mito de
10

la taberna y la conversacin que Eduardo Subirats y ngel Lozada sostuvieron en Washinton Heights, Nueva York, un verano anterior. Los editores de esta modesta contribucin al esclarecimiento de las formas en las que el monstruo de la posmodernidad realmente existente se insina, cobra cuerpo, amenaza y por n se cierne destructivamente sobre nuestras vidas, agradecemos a nuestras instituciones, la Universidad de Guanajuato y El Colegio de San Luis, su comprensin y apoyo para la realizacin de este libro.

11

12

Escritura y esquizofrenia
Un prlogo o un eplogo

n abril de 2009 un grupo de intelectuales y estudiantes relacionados, pero tambin marginados por un departamento de Spanish&Portugues intelectualmente sofocado en la New York University, nos reunimos en Guanajuato y San Luis Potos con otros estudiantes y profesores jvenes de Mxico y los Estados Unidos. Las ponencias y discusiones que desarrollamos lo eran todo menos concertadas. Como escribe ngel Lozada en la entrevista que cierra esta antologa de ensayos: Dicenteredness and De-focalization are intentional, as verbal and writing expressions of academic and intellectual dissent. Haba, de todos modos, dos importantes puntos focales. Uno de ellos se hizo muy visible; el otro, en cambio, permaneci en la oscuridad. El tpico atpico era La ciudad letrada de ngel Rama. Un da discutamos en la ciudad de Mxico sobre la repugnante manipulacin por parte de los latinoamericanistas norteamericanos de este importante ensayo de Rama, falsicacin consistente en utilizar su categora de letrados y el carisma que rodeaba a la unidad de la crtica literaria e intelectual en su obra (como la del otro gran crtico de la literatura latinoamericana sistemticamente ninguneado por la academia norteamericana, Antonio Cndido) como instrumento de liquidacin de toda la tradicin crtica de Amrica
13

Latina, de Mariategui a Eduardo Galeano. Una crtica que retoma y expande ahora Juan Pascual Gay en el brillante ensayo que corona este libro. Ya en aquella ocasin nos reamos del arrogante gesto de este academicismo decadente que enarbola escolsticamente la bandera del deconstruccionismo como alibi administrativo de sus nuevas misiones corporativas en el proceso global de desterritorializacin del intelectual y su acantonamiento en los campos lingsticamente vigilados de la academia y los supermercados culturales. Uno de los temas tabs en esta academia norteamericana es la historia del colonialismo de las Amricas. No pretendo decir con ello que la academia o la intelligentsia mexicanas sean ms reexivas, ms crticas o ms abiertas a este respecto, pero es precisamente esta censura de la reexin losca sobre la teologa y la lgica del colonialismo occidental, as como su sangrienta expansin sobre las Americas, la que delata a los estudios llamados postcoloniales y culturales como una decadente empresa neocolonial. Su ltimo y piadoso propsito es enmudecer la intelligentsia latinoamericana, reducir a sus miembros al papel de sujetos subalternos: una categora aleatoria heredada del concepto escolstico de alma humana, bajo la cual los misioneros calvinistas y salesianos subsuman a las diferentes especies indias, fueran sacerdotes de la aristocracia azteca o chamanes guaranes. En n, eso discutamos en la ciudad de Mxico con Erna von der Walde y Silvia Garza; unos aos ms tarde sta ltima dio con los derechos de autor del libro y lo reedit con nuestro prlogo. La ciudad letrada de Rama; el papel del intelectual en el colapso mundial, frente a la degradacin y corrupcin del sistema democrtico y frente a la violencia estatal; la responsabilidad del intelectual de mantener las tradiciones ms reexivas en la literatura, las artes y el pensamiento
14

latinoamericanos del siglo XX, en un momento de declarado anti-intelectualismo, el cual percibamos directamente en la academia norteamericana, eran algunos de los dilemas que desebamos debatir en los foros acadmicos que nos brindaban ambas ciudades mexicanas. Este era el leitmotiv visible del encuentro. Pero haba un segundo tema, ntimamente relacionado con ello, pero que slo lleg a aorar de manera furtiva en conversaciones personales de sobremesa: la desaparicin de Mxico. Aureliano Ortega Esquivel haba publicado un esplendido ensayo, Hacia la nada, donde pona de maniesto, desde una perspectiva losca y cultural muy amplia, la historia de Mxico, desde su fracasada Revolucin hasta hoy, como un agnico proceso de liquidacin nacional, involucin social y volatilizacin administrativa. Su crtica es imponente y llama la atencin el silencio que la rodea, en un Mxico que a todas vistas ha desaparecido como Estado y se fragmenta y diluye como nacin bajo los efectos de mltiples estrategias de recolonizacin nanciera, meditica, militar, criminal y, no en ltimo lugar, anti-intelectual. Esta crtica de la desaparicin de Mxico nos pareca pertinente a muchos de nosotros que llegbamos a este pas de profundas races culturales y populares provenientes de un medio acadmico norteamericano que en las ultimas tres dcadas ha insistido hasta la nusea en el desmantelamiento, remapeamiento e hibridacin de las identidades nacionales como el nuevo Cristo. Pero las ponencias, las discusiones y las plticas que tuvieron lugar en los encuentros de El Colegio de San Luis y la Universidad Guanajuato, por repetir las palabras de Lozada, estaban intencionalmente desfocalizadas y descentradas. El ttulo Escritura y esquizofrenia no obedeca, sin embargo, al script descentralizado de este encuentro; o no obedeca
15

simplemente a su voluntad discordante, disconforme y disidente. Se trataba adems, o en primer lugar, de una crtica a la escrituracin acadmica de la realidad, a la fetichizacin gramatolgica de la escritura, a la unidimensional denicin de la gramtica como sistema de dominacin colonial, de Nebrija a Derrida; en n, una crtica a la textualizacin de la realidad y la literatura, y a la escritura y los letrados de una academia cuya premisa mayor es autoproclamarse global. Tentativamente, provocativamente tambin, el ttulo Escritura y esquizofrenia hace alusin a dos cosas: a la ideologa predominante en las ltimas dcadas, lo mismo en la bolsa de valores que en los departamentos de humanidades, segn la cual la escrituracin de la realidad es el principio constituyente de todo ser y de todo poder real; y a la creciente conciencia de la catstrofe militar y poltica, ecolgica, intelectual y, no en ltimo lugar, social a la que estos poshumanismo, poshistoricismo, posmodernismo y posinteligencia han conducido. Cuatro casos ejemplares deben mencionarse y deberan analizarse hoy a travs de nuestros medios intelectuales acadmicamente vigilados y mediticamente manufacturados: los scripts de las guerras, las escrituras genticas, los cdigos nancieros y el control y censura de los discursos por parte de la megamquina acadmica y la industria cultural global. La sabidura gregariamente consensuada en esta cultura meditica y escolstica consiste en que una vez asegurados los cdigos, los softwares, las claves secretas y los discursos epistmicos, la realidad ya est dominada. Por este camino se han ganado todas las guerras globales, se escrituraron jurdicamente millares de especies nuevas, se uniformaron todos los lenguajes industriales bajo los mismos cdigos y softwares, y se han creado legiones acadmicas de graduados y posgraduados condenados a repetir disciplinariamente los mismos discursos hasta el n
16

de la poshistoria. El resultado de esta renovada utopa letrada o gramatolgica salta hoy a la vista de quien no est todava completamente cegado por estos mismos lenguajes codicados de la cultura integralmente administrada. Especies genticamente manipuladas con probados o probables efectos biocidas y genocidas; guerras perdidas que han sido genocidas en cuanto a la escrituracin tcnica de sus estrategias y sus armas; una crisis econmica mundial subsiguiente a la escrituracin nanciera de su ilimitada expansin en los cielos virtuales y la destruccin global de la inteligencia a travs de su fragmentacin micropoltica, su codicacin y departamentalizacin administrada, as como su banalizacin comercial y meditica este es el cuadro esquizofrnico que presenciamos todos los das. Empleo aqu el concepto de esquizofrenia en aquel sentido fenomenolgico y existencial que deni la teora clnica de Binswanger: un cuadro de divisin de la inteligencia en el cual la conciencia de s y la existencia, la experiencia individual y la construccin discursiva de la realidad, al igual que los deseos y contingencias se fragmentan y parean, se distorsionan y oponen a lo largo de un doloroso proceso de desintegracin. Desestructuracin gramatical del lenguaje, palabras sin referente, prdida del sentido de la realidad, delirio y construccin de fantasas paranoicas de poder y autodestruccin son otros tantos sntomas del mismo cuadro psictico. La proliferacin de discursos, ya sean propagandsticos, comerciales o ambas cosas a la vez, sin ningn vnculo transparente con los dilemas de la realidad, el horror de una guerra mundial cuyos efectos no cesan de extenderse bajo las retricas de la paz y los derechos humanos, la destruccin biolgica masiva, el hambre y el caos social que acompaan los discursos de la modernizacin y el progreso, y el mutismo intelectual a
17

gran escala, administrado por las mismas instancias nancieras y polticas que administran este proceso de regresin, cierran este cuadro esquizofrnico de nuestro tiempo. Ciertamente, el poder universal de la escritura dene este orden. Y en este sentido podemos celebrarlo como el apogeo de una edad semitica. Scripts denen nuestras guerras, escrituras determinan la clonacin y la produccin biolgica, el orden jurdico universal es una escritura y escritural es el sistema poltico de dominacin mundial. Pero este mundo, integralmente reducido a una escritura automtica, se ha transformado ostensiblemente en el espectculo de su propia desintegracin. El sujeto letrado de la dominacin que ayer se estilizaba como demiurgo poshistrico de la escritura absoluta del ser, se desnuda hoy como el arrogante censor meditico o acadmico de la catstrofe que ha generado. Signicativamente han sido dos intelectuales latinoamericanos quienes a lo largo y a partir de las vicisitudes polticas de las dictaduras fascistas, las polticas de expolio nanciero y los exilios y genocidios polticos del siglo XX, han anticipado y cristalizado la crtica de este colapso del desorden letrado o gramatolgico de nuestro tiempo: ngel Rama y Augusto Roa Bastos. Rama critic este poder escritural. Ms exactamente, puso de maniesto su identidad, en la historia cultural americana, con los procesos, agentes y doctrinas teolgicas y polticas que regularon el proceso colonizador. All donde la generalizacin y globalizacin de la comunicacin electrnica y la implosin de la aldea global legitimaban realidades tangibles, ligadas a un poder militar y nanciero intocables, se estaba creando un nuevo orden global. Rama puso en cuestin las races coloniales y escolsticas de esta fascinacin absolutista por el poder de la escritura. Su crtica
18

de la ciudad letrada, es cierto, miraba hacia atrs, hacia los constituyentes teolgicos y jurdicos del colonialismo cristiano-romano. En este sentido, su posicin intelectual diere radicalmente de la fascinacin gramatolgica que Derrida propag en los escenarios de la industria cultural. Ella estaba ntimamente relacionada con una reduccin del mundo y el ser a un fenmeno semitico de pantalla que no slo ha revolucionado las tecnologas de la computacin y la comunicacin, sino tambin nuestras formas de ver, de sentir y de ser, y que ha transformado el espectculo de la poltica, la volatilizacin nanciera de la economa real y, no en ltimo lugar, la globalizacin de los aparatos de destruccin militares. Es interesante considerar la doble faz de este hecho escritural. Rama miraba hacia el pasado, hacia una historia hispanoamericana que vea y sufra como un mundo de decadencia y ruinas. Derrida, en cambio, asuma plenamente la mirada angloamericana hacia el futuro: un futuro concebido como script, como dominacin universal del ser a travs de la escritura. Y sin embargo, no es esta la nica diferencia que los separa cuando se los contempla desde la perspectiva histrica del siglo XXI: la mirada de Rama nos obliga a confrontar el presente desde el pasado, a profundizar en nuestra realidad social y poltica, all donde Derrida ha constituido el preciso alibi de un mundo acadmico enclaustrado en una autosuciente escolstica incapaz de confrontar la dolorosa realidad de nuestros das y de asumir el sentido de la responsabilidad intelectual. La segunda visin latinoamericana de esta escritura sustancial, imperial y csmica que quiero recordar, que es preciso recordar, se debe a una impresionante novela histrica: Yo el supremo de Augusto Roa Bastos. El dictador que protagoniza esta obra eleva heroicamente el dictado de la letra escrita a
19

poder absoluto. Pero lo hace con una perspectiva pardica, proftica y programtica. Roa Bastos describe la ltima consecuencia de la dictadura escritural: un reino del terror, el caos y la violencia sociales, y la escisin esquizofrnica de los discursos del poder hasta sus postreros tartajeos agnicos y absurdos. Es una metfora de las decapitadas independencias hispanoamericanas, pero lo es tambin de la destruccin nanciera, militar y ecolgica del mundo, la cual presenciamos desde nuestra condicin subjetiva de autistas electrnicamente inducidos. No es ocioso sealar que esta perspectiva crtica y vanguardista del pensamiento latinoamericano ha sido ignorada, marginada y desprestigiada por el latinoamericanismo norteamericano y su poderosa censura administrativa. El ejemplo de Jean Franco que menciona Pascual Gay en su brillante crtica debe considerarse paradigmtico en dos sentidos: por una parte, la usurpacin de un concepto: la ciudad letrada, la eliminacin de su contexto histrico como irrelevante, la falsicacin de su sentido crtico y, nalmente, su uso como arma de fuego para igualar bajo su primado antihermenutico la tradicin crtica de la inteligencia latinoamericana del siglo XX con los subproductos degradados patrocinados por la industria cultural. Otros ejemplos podran citarse en este sentido: las interpretaciones derridianas de la crtica del dictado y la escritura, las dictaduras locales y su supervisin global de Roa Bastos por innombrables papers acadmicos. Este es, en n, el marco que hizo necesario este encuentro de jvenes intelectuales de la academia norteamericana, en el exilio mexicano de Guanajuato y San Luis Potos, con un grupo innovador de jvenes intelectuales mexicanos.
EDUARDO SUBIRATS

20

I. En torno a ngel Rama y La ciudad letrada

21

22

El autoengao de los intelectuales segn ngel Rama


ANDREAS KURZ
UNIVERSIDAD DE GUANAJUATO

n medio del movimiento estudiantil francs de 1968, Hannah Arendt escribe al joven Daniel Cohn-Bendit: La clase social realmente nueva y potencialmente revolucionaria se compondr de intelectuales. Su poder potencial, que an no se ha manifestado, es considerable, quizs demasiado considerable para el bien de la humanidad.1 Arendt expresa, al mismo tiempo, una esperanza y un temor: los intelectuales y en esta categora incluye a estudiantes, profesores, pensadores, escritores, periodistas, a todos los que no se ensucian las manos, pero s las neuronas quizs podrn cumplir con un sueo milenario, quizs podrn cambiar el mundo, pero al mismo tiempo, qu miedo que quizs eso sea verdaderamente posible. Arendt retoma, en esta carta a Cohn-Bendit, una de sus preocupaciones ms antiguas: su escepticismo ante el rol social y poltico de la clase intelectual, su rechazo de la Weltfremdheit2 intelectual. Esta Weltfremdheit no es exclusiva
Arendt, H., citada en Julia Kristeva, Le gnie fminin 1. Hannah Arendt, Pars, Gallimard, 1999, p. 266. 2 El trmino podra traducirse como desconocimiento del mundo, pero implica, al mismo tiempo, un ponerse encima de los asuntos mundanos, un creerse ms.
1

23

de ninguna ideologa ni de ningn partido poltico. En su monumental Los orgenes del totalitarismo, Arendt la detecta en los intelectuales de la ultra conservadora Action franaise, quienes con su philosophie du pessimisme et leur dlectation devant un monde condamn lograron formar una lite de jeunes intellectuels3 que se aprovechaba de la cultura popular y basaba su xito en el populismo pero, al mismo tiempo, se crea el nico grupo capaz de analizar y entender al pueblo; es decir, se apartaba tajantemente de lo popular; ellos mismos no eran pueblo: oxmoron que se parece mucho a la actitud de los novelistas realistas, al estilo de los hermanos Goncourt, ante su objeto de estudio llamado pueblo. Este oxmoron caracteriza igualmente a los intelectuales marxistas. Arendt cita, en este sentido, a Berdiaev, quien estaba convencido del carcter religioso y losco de la revolucin rusa y de un papel mesinico reservado a los intelectuales.4 Sorprende que Julia Kristeva, en su monografa sobre la lsofa alemana, se extrae ante lo que ella interpreta como una actitud revolucionaria-izquierdista de Arendt. Probablemente el momento histrico, ms probablemente los lazos amistosos que la unen con la familia Cohn-Bendit, explican ese aparente entusiasmo intelectual de la politloga que sola no slo dudar de la clarividencia de los intelectuales, sino tambin burlarse de los pensadores profesionales y que haba insistido una y otra vez en esa debilidad del intelecto que lo hace presa fcil de cualquier estupidez poltica ejemplo ya
Es obvia la herencia romntica en esta calidad, el elitismo de poetas y artistas elegidos por alguna fuerza divina, actitud que parece resucitar una y otra vez y cuya fuerza de atraccin dista de haberse agotado. 3 Arendt, H., Les origines du totalitarisme. Eichmann Jrusalem, Pars, Gallimard, 2002, p. 356. 4 Ibid., p. 651.

24

clsico: su en muchos sentidos admirado, amado y odiado Martin Heidegger. La misma Kristeva apunta que Arendt respetaba ms las rebeliones populares que las intelectualmente guiadas: Sa sympathie demeure attache aux rvolutions du XVIIIe sicle, expression du renouveau, de la joie, du bonheur publics.5 Podramos interpretar maliciosamente que con el comienzo de la intelectualizacin de un movimiento contestatario se acaban la renovacin, la alegra y la felicidad pblica. Consecuentemente, Arendt expresara despus, segn Kristeva, uno de los rechazos ms decididos de la mal llamada nueva izquierda, surgida de los movimientos del 68, que con su discurso terico institucionaliza la rebelin y, por ende, la vuelve intelectual y la priva de vitalidad. La simpata de Arendt se orienta hacia los consejos estudiantiles y obreros espontneamente formados, surgidos del relajo revolucionario, los que slo violentamente pueden ser institucionalizados, ya que el relajo equivale a caos, equivale a vida. Es sabido que la actuacin pblica forma el ncleo del pensamiento losco y poltico de Arendt. La reexin acompaa a la actuacin, no al revs; es decir, se establece una clara jerarqua vital. El intelecto, en este modelo, ni controla, ni gua, slo narra y mediante la narracin da actualidad espacial a la actuacin y garantiza su perdurabilidad temporal. Cuando el intelecto pretende ejercer una funcin controladora, que a la vez es interpretadora, atenta contra la vida, atenta contra la historia y, paradjicamente, contra el pensamiento mismo. En otras palabras, probablemente nos encontramos ante un verdadero proceso dialctico no dogmatizado por ningn bando poltico o losco.

Kristeva, J., op. cit., p. 267.

25

Lo expresa mucho mejor Bertolt Brecht en su poema Con el alma en un hilo: Dices: / La causa de la justicia no avanza hacia buen n. / La oscuridad aumenta. Las fuerzas disminuyen. / Ahora, despus de tantos aos de lucha, / estamos peor que cuando comenzamos. / [...] Cada vez somos menos; / las consignas son confusas. / Nos robaron las palabras y las han retorcido / hasta volverlas irreconocibles.6 Cabe mencionar que el dramaturgo marxista Brecht alude en este poema, entre otros, a los pensadores marxistas de la Escuela de Frankfurt, as como al terico marxista Georg Lukacs, precisamente en su papel de intelectuales que nos robaron las palabras y las han retorcido. El nos colectivo y la prctica teatral de Brecht pueden ser insertados en el pensamiento arendtiano de la actuacin. Una vez ms el intelecto narra sin pretensin de cambiar o dirigir los actos histricos o individuales. Sin embargo, el hombre prctico Brecht, a la postre, comete los errores que la pensadora Arendt crtica, dado que su teatro pico s pretende cambiar la vida de los espectadores; aunque, por lo menos durante la primera poca de su produccin, todava pregunta al pblico si realmente quiere ser cambiado... Quizs sea este el momento de referir brevemente las tesis de Cornelius Castoriadis acerca del desarrollo y el sentido escondido de las revoluciones o de la revolucin, debera decir, ya que para Castoriadis slo existe una autntica: la francesa de 1789. Slo en ella el pueblo como tal se lanza a la empresa revolucionaria, slo en ella la base social prescrita se destruye para que, en medio de un movimiento realmente creador, las nuevas bases puedan ser construidas. Trece aos antes, en EsReproduzco la traduccin de Adriana Martnez Ramos, disponible en: http:// www.mundogestalt.com/cgi-bin/index.cgi?action=printtopic&id=23&curcatna me=Centro%20Gestalt%20de%20M%C3%A9xico&img=cgm, consultado el 3 de julio de 2009.
6

26

tados Unidos, el hecho social basado en una economa rural y una moral puritana no haba sido cuestionado, no haba ningn intento de borrar lo prescrito.7 Podramos recurrir a las ideas algo difusas de Jacques Derrida, en su Gramatologa, para explicar el proceso descrito por Castoriadis. El hecho social constituye una escritura que puede ser destruida, pero permanece su huella, la que ningn sistema de signos reeja, la que sencillamente es y genera todos los signos sin que dependa de ellos: el referente absoluto, cuasi metafsico, pero cuya existencia es segn Derrida lgicamente necesaria para entender el funcionamiento real de cualquier sistema de signos.8 La independencia norteamericana no borra ninguna escritura, a lo sumo la modica. La revolucin francesa es revolucin precisamente porque la borra, mas no puede destruir la huella correspondiente, la cual muy rpido genera una nueva escritura que necesariamente se parece a la antigua: un proceso circular y frustrante. Los intelectuales, en este contexto, son meras herramientas, su responsabilidad ante la historia no se discute, ya que sus nombres son intercambiables. Ellos proporcionan de manera pasiva la nueva escritura, el pueblo se retira, la razn sustituye a Dios, los grandes hombres revolucionarios como Paul Bnichou y ngel Rama han demostrado convincentemente sustituyen a los santos catlicos, la nacin y la Iglesia. La huella derridiana se impone. Aunque es cierto que en este proceso no existe responsabilidad intelectual propiamente dicha, tambin es cierto que el discurso intelectual resulta ser, en este contexto, sumamente exitoso, estable y cmodo para las generaciones posteriores a

Castoriadis, C., La idea de la revolucin tiene sentido todava?, en Estudios, nm. 24, primavera de 1991, Mxico, ITAM, pp. 7-25. 8 Derrida, J., De la gramatologa, Mxico, Siglo XXI, 2005, p. 60 y ss.
7

27

1789. Apenas mediante su ayuda el poder poltico y social se institucionaliza, se vuelve tangible, representado en una clase que tiene sus smbolos especcos. Ya la revolucin de octubre dista de ser un movimiento popular, sencillamente toma el palacio de gobierno y reacomoda la antigua escritura: un leve esfuerzo intelectual que, no obstante, va acompaado de una violencia real sin par. Es precisamente la ciudad letrada de ngel Rama que debe conquistarse para poder acceder al poder real. En esta constelacin, el intelectual deja de ser un narrador e intenta ser parte de la narracin, con consecuencias nefastas, dado que no acta, sino es actuado, puesto que no puede darse cuenta de su responsabilidad en medio de un proceso que inevitablemente est fuera de su control, fuera tambin de sus capacidades intelectuales. El esquema esbozado es fatalista, no cabe duda. Parece que en l las posibilidades del intelectual para actuar en un sentido arendtiano son nulas. Sin embargo, el origen moderno de la palabra intelectual y la ciudad letrada de Rama abren, aunque modestamente, las perspectivas. El caso Dreyfus convierte a Zola, Mirbeau y Anatole France, los que deenden la causa del chivo expiatorio del ejrcito francs, en intelectuales. Sabemos hoy, gracias a los estudios de Hannah Arendt, que Dreyfus no sali libre porque Zola acusaba, sino porque haba presiones econmicas por parte de Estados Unidos e Inglaterra. Sin embargo, si Zola no hubiera abierto la boca, actuado propiamente dicho, quizs nadie se habra enterado siquiera del caso Dreyfus. Tal vez Proust, un intelectual aparentemente torremarlero, no lo habra usado para estructurar la tercera parte de su novela monumental y describir, con su ayuda, el cisma que abre y cambia una sociedad entera. El intelectual Proust slo narra, pero de qu manera!
28

ngel Rama, nalmente, traza con la ayuda de un aparato crtico admirable y de un corpus de textos imponente, el surgimiento y desarrollo de la ciudad letrada de doctos, artistas e intelectuales en Amrica Latina. Sin duda, la Lgica de Port Royal de 1662 es una de sus herramientas explicativas ms poderosas. Rama se reere en varios pasajes de su ensayo al principio de orden que fundamenta las teoras loscas y lingsticas de los jansenistas. El signo permanece, aunque su referente desaparezca. As, uno de los postulados trascendentales de Port Royal que expresa, segn el uruguayo, el sueo de un orden [que] serva para perpetuar el poder y para conservar la estructura socioeconmica y cultural que ese poder garantizaba.9 Nos encontramos ante la base de la lingstica sistmica del siglo XX, formulada precisamente en la poca de esplendor de la colonia espaola y ante el principio existencial de la ciudad letrada de Rama. sta, el crculo de alfabetizados, cultos, artistas, escribanos, administradores alrededor de los centros de poder coloniales, construye una realidad sin referente, una escritura nueva en el sentido de Derrida. Si Port Royal piensa en una estructura dada de antemano, la ciudad letrada en Amrica encuentra las condiciones histricamente nicas para, ella misma, formular y construir esta estructura. Las utopas occidentales, irrealizables en Europa, aterrizan en Amrica sobre una base de papel y tinta. No olvidemos que quizs la utopa ms inuyente es precisamente la de un gobierno de intelectuales (poetas no incluidos) que nalmente parece hallar su realizacin. Mas, en este punto radica el autoengao de los intelectuales magistralmente analizado por Rama a lo largo de La ciudad letrada. Los signos se independizan, los referentes si alguna vez han
9

Rama, A., La ciudad letrada, Madrid, Fineo, 2009, p. 44.

29

existido se pierden. La utopa permanece utopa en Europa y en Amrica Latina. El siglo XIX mexicano ilustra este proceso de manera especialmente clara. A partir de la independencia poltica del pas se acumulan los intentos, en revistas, peridicos y folletos, de proclamar una literatura nacional. Los neoclsicos sobrevivientes, los primeros grupos romnticos y la generacin de Altamirano y Justo Sierra tienen el mismo objetivo: han de existir las letras mexicanas. Pero hace falta aun ms: las letras mexicanas deben ser diferentes de las francesas, las espaolas, las inglesas, las alemanas y, nalmente, deben ser las herederas de las grecolatinas. Propsito titnico si lo hay. La humanidad entera se dar una cita nueva en Amrica Latina, preferentemente en Mxico. Escribe Justo Sierra en 1869: Maana quizs deba inaugurarse esa gran civilizacin que dar una sola alma la humanidad. [...] Resucitarn entonces en el corazn de las generaciones los recuerdos de esos hombres que tenan el privilegio de hablar el idioma del cielo.10 El mismo ao, en el ltimo nmero de El Renacimiento, Altamirano proclama orgullosamente que ya existen las letras nacionales, que el movimiento literario que se nota por todas partes es verdaderamente inaudito.11 Treinta aos antes, Ignacio Rodrguez Galvn haba justicado la edicin de su revista literaria con el argumento de que no hay hombre, por infeliz que sea, que no tenga su pequea biblioteca, y la lea, y la relea, y la devore con ansiedad.12

Sierra, J., Lamartine, en El Renacimiento, vol. 1, ed. facsimilar de la de 1869, Mxico, UNAM, 1993, p. 334. 11 Altamirano, I. M., Despedida, en ibid., vol. 2, p. 257. 12 Rodrguez Galvn, I., Necesario es los megicanos..., en El Recreo de las Familias, ed. facsimilar de la de 1838, Mxico, UNAM, 1995.
10

30

El autoengao es obvio, tanto en el universalismo humanstico de Justo Sierra, como en la conviccin de que hay una literatura mexicana independiente de la europea, como en el ideal de un pas de lectores ansiosos de textos literarios. No menos obvio es el engao: la construccin por parte de los intelectuales deliberada o no, da igual de una realidad no existente o, mejor dicho, la transformacin del signo en realidad. As, Rama puede regresar a Port Royal: si los signos visibles son el revestimiento de una estructura invisible, entonces no importa si esta estructura desaparece, los signos permanecen y pueden formar su propio sistema de referentes invisibles que, para el receptor, se convierten en realidad. De esta manera y es una manera muy eciente la ciudad letrada protege al poder real, impide el surgimiento de movimientos contestatarios y el intelectual latinoamericano, a ms tardar a partir del siglo XIX, no slo se ensucia las neuronas, sino tambin las manos. Durante mucho tiempo, el discurso intelectual es capaz de mantener el funcionamiento de esta alianza, logra adaptarse a lo que Rama llama la irrupcin del pblico lector, es decir, la irrupcin de la realidad real (el trmino es de Tzvetan Todorov). El autoengao de los intelectuales se maniesta claramente a partir de la segunda mitad del siglo XX, poca que Rama habra, sin duda, analizado con todo el rigor crtico a su disposicin. poca en la que el pacto entre la ciudad letrada y el poder real se desequilibra a favor de ste y, tristemente, la mayora de los intelectuales ni siquiera se percatan de esta ruptura unilateral, siguen creyendo en la eciencia de la ciudad letrada. Los intelectuales, del tipo humanstico-artstico, sobre todo, se pierden entonces gustosamente en el laberinto de signos sin referentes creado por ellos mismos. Karl Popper haba ilustrado cmo funciona este mecanismo en la ensean31

za de la losofa en escuelas y universidades: los estudiantes leen las obras de los grandes lsofos, tratan de entender sus sutilezas, se apropian su jerga tcnica; algunos lo logran, se vuelven verdaderos acionados, otros se rinden; algunos creen en el discurso losco, lo prolongan con sus propias aportaciones. Mas segn Popper tarde o temprano concluyen con Wittgenstein que se trata de mucho ruido por nada, de un conjunto de cosas sin sentido.13 Popper describe as la epifana intelectual que consiste en la revelacin del autoengao, de la futilidad, de lo anticientco y de la inutilidad del discurso intelectual. ngel Rama sabe, como pocos otros intelectuales del siglo XX, que esta desilusin encierra, al mismo tiempo, una gran posibilidad, ya que devuelve cierta independencia al intelectual, aunque sea una independencia cnica; le da la posibilidad de reformular su propio discurso y darse cuenta de que ste, aunque nos parece difcil creerlo, podra reejar problemas reales y, en lugar de buscar el pacto con el poder, demostrar los peligros inherentes a todas las formas del poder y de la autoridad.14

13 Popper, K. R., Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento cientco, Barcelona, Paids, 1967, p. 101 y ss. 14 Ibid., p. 14.

32

Bibliografa

Altamirano, Ignacio Manuel, Despedida, en El Renacimiento, vol. 2, ed. facsimilar de la de 1869, Mxico, UNAM, 1993, p. 257. Arendt, Hannah, Les origines du totalitarisme. Eichmann Jrusalem, Pars, Gallimard, 2002. Castoriadis, Cornelius, La idea de la revolucin tiene sentido todava?, en Estudios, nm. 24, primavera de 1991, pp. 725. Derrida, Jacques, De la gramatologa, trad. scar del Barco y Conrado Ceretti, Mxico, Siglo XXI, 2005. Kristeva, Julia, Le gnie fminin 1. Hannah Arendt, Pars, Gallimard, 1999. Popper, Karl R., Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento cientco, trad. Nstor Mguez, Barcelona, Paids, 1967. Rama, ngel, La ciudad letrada, prol. Eduardo Subirats y Erna von der Walde, Madrid, Fineo, 2009. Rodrguez Galvn, Ignacio, Necesario es los megicanos..., en El Recreo de las Familias, ed. facsimilar de la de 1838, Mxico, UNAM, 1995. Sierra, Justo, Lamartine, en El Renacimiento, vol. 1, ed. facsimilar de la de 1869, Mxico, UNAM, 1993, pp. 333-335.

33

34

Letras sobre La ciudad letrada


JUAN PASCUAL GAY
EL COLEGIO DE SAN LUIS

stas pginas recogieron antes un inters distinto al que ahora me ocupa: hace unos meses utilic La ciudad letrada1 de ngel Rama para revisar algunos presupuestos que si bien preocupan a la academia, se dan por supuestos o se soslayan en los recintos donde verdaderamente habra que debatirlos, como las aulas, las clases o las reuniones igualmente acadmicas o que pretenden serlo. Le, pues, aquellas pginas que hoy son otras o, ms bien, que ahora dicen otras cosas, aprovechando uno de esos eventos que se organiz en torno a la obra del escritor uruguayo en marzo de 2009 en la Universidad de Guanajuato y El Colegio de San Luis, y que deriv en otras inquietudes, si bien mantuvo al mundo acadmico y a su entorno social, poltico y cultural, como una vertebracin invisible tan exacta y ajustada como la que hubiera procurado la atencin exclusiva a La ciudad letrada. De alguna manera se quiso rendir un pequeo homenaje a la reedicin que de esta obra haba hecho la editorial Fineo, precedida por un prlogo, tan instructivo y aleccionador como beligerante y reivindicativo, rmado por Eduardo
1

Rama, ., La ciudad letrada, Madrid, Fineo, 2009.

35

Subirats y Erna von der Walde; dos intelectuales que cumplieron cabalmente con el honor que supone prologar La ciudad letrada, un texto que, ms all de otras consideraciones y de otras circunstancias, guarda la misma vigencia y la misma importancia que tena cuando apareci por primera vez, con la salvedad de que, desde entonces hasta ahora, ha transcurrido la friolera de 25 aos; con el agravante, adems, de que da la impresin que las cosas siguen igual que en 1984 o, lo que es peor, que se han deteriorado hasta el punto de que aquellos que en algn momento se sintieron comprometidos por la denuncia de Rama, se han visto envueltos en esos mismos procesos denunciados y han acabado por aceptar una situacin que a priori se ha vuelto intolerable para la razn: muchos intelectuales en Amrica Latina siguen cobijados a la sombra del poder de cualquier tipo, sin importar la orientacin ideolgica de ste, con el que han establecido una relacin de aparente crtica que, en realidad, encubre una franca colaboracin, cuando no una abierta complicidad; una tesitura, sin embargo, en la que despuntan algunas honrosas y notables excepciones. Merece la pena destacar que el bizarro juego entre apariencia y realidad ha propiciado una suerte de equilibrio en una cuerda oja amarrada entre dos extremos representados por la imagen pblica del intelectual y sus intereses privados; un modus operandi que le permite hablar abiertamente de unas cosas y, a la vez, obrar en contra de sus propias palabras; un nadar y guardar la ropa frente a la indiferencia generalizada de la misma sociedad donde desempea su tarea, seguramente porque esa imagen pblica que acompaa a algunos intelectuales en realidad disfraza una patente de corso que permite todo tipo de contradicciones y excesos, al margen de la crtica y la reconvencin, puesto que ellos representan esa imagen pblica. Curiosamente sta se ha convertido en un resguardo
36

efectivo para dirigir sus crticas all dnde ven vulnerados sus intereses, pero no necesariamente dnde las necesita y reclama la sociedad. Es cierto que esta cuestin trae al tapete del debate el carcter y la naturaleza del intelectual, pero no es menos cierto que si ste ha adquirido esa relevancia social, ha sido porque ha optado antes por su funcin pblica nacida al calor del affaire Dreyfus, que por la imagen romntica que lo dibuja enfrentado a su propia conciencia en el espacio amurallado y hermtico de su escritorio. El hecho de que a algunos intelectuales no se les haya acusado de estas agrantes contradicciones, no quiere decir que no hayan incurrido en ellas o que no vivan instalados en ellas; de hecho, puede pensarse que estn alentadas desde su mismo crculo. Otro aspecto ligado a ste puede inclinarnos a pensar que el hecho de que ellos mismos se llamen intelectuales y que as sean reconocidos por un sector de la sociedad, no es suciente para que verdaderamente lo sean. En todo caso, lo que parece que en la actualidad vuelve a estar en cuestin, si no en abierta crisis, es el concepto mismo del vocablo intelectual, porque un problema aadido a los ya enumerados es, quizs, que el intelectual opera en contra de s mismo pero no de manera consciente, sino porque no ha reexionado a fondo acerca de su tarea; se puede pensar que esta actitud es improbable pero no puede dejar de considerarse, sobre todo en unos pases, los latinoamericanos, donde la inercia y la costumbre tienen carta de naturaleza. En ocasiones, se producen reacciones que parecen ms propias de esa inercia y de esa costumbre, que de una reexin racional donde el intelectual no pierda ni su espacio ni su autoridad. De muestra valen dos botones: el primero es la polmica suscitada a propsito del Diccionario crtico de la literatura mexicana (1955-2005) de Christopher Domnguez Michael; un trabajo que atrajo la animadversin de un sector
37

de los escritores mexicanos porque muchos de sus miembros, o que as se consideran, se vieron excluidos. Es cierto que el ttulo, ms provocador que exacto, induce a equvocos, pero tambin lo es que quizs el autor buscaba precisamente eso y que la editorial, el Fondo de Cultura Econmica, lo consider pertinente. El problema no est en un ttulo que rmado por quien lo rma no puede sino generar la polmica que propici, el conicto reside en quin se vio excluido sin entender que el trabajo mismo era una provocacin y, por lo mismo, un exceso que, en todo caso, puede tener consecuencias para el autor y la editorial, pero no para los supuestamente excluidos. Una exclusin que consideran un agravio, pero un agravio sin causa ni porqu y, en cualquier caso, con atenuantes. Domnguez Michael, desde el principio y como aviso a navegantes, anuncia el propsito de su diccionario: Como diccionario de autor, este libro le apuesta a la libertad de eleccin, al juego interpretativo y al capricho que resulta de construir un orden guindose por la rutina y por la sorpresa del alfabeto.2 Libertad y gusto personal son los criterios que guan las pginas de este diccionario y que el autor se encarga de recordarnos; quizs por eso resultan fuera de lugar las reclamaciones y las quejas que ste sufri por parte de quienes no vieron sus nombres incluidos entre las voces de la obra. Hay que sospechar si lo que produce pavor, ms que la ausencia, es no advertir a esos nombres consignados, lo cual corrobora una de las ideas de Rama en La ciudad letrada: el script o intelectual legitima el poder constituido. No digo que Christopher Domnguez Michael se considere heredero de los viejos escribas y notarios de la Colonia, pero s que los que arremetieron contra su obra
Domnguez Michael, C., Diccionario crtico de la literatura mexicana (19552005), Mxico, FCE, 2007.
2

38

vieron en l a ese representante, a alguien capaz de validar o por el contrario desnaturalizar a los miembros de la repblica de las letras. Lo paradjico es que el autor no se atribuye ese poder, pero s se lo conceden sus crticos y adversarios. Lo relevante es subrayar la importancia que sigue teniendo la palabra escrita y la necesidad de esa escritura para que escritores y pensadores se vean reconocidos y conrmados. Otro ejemplo de esta scalizacin de la vida cultural e intelectual mexicana se produjo con la concesin de un reciente premio nacional de poesa. Al poco tiempo de recibir su galardn, el ganador recibi una crtica que parece desmesurada e injusticada. Quizs el autor de dicha crtica tena motivos para realizarla, pero se equivoc en los modos, lo que permite conjeturar que a lo mejor haba algo ms detrs de sus palabras, no necesariamente vinculadas a la literatura, sino ms bien a ese ejercicio de la crtica como trasunto o sucedneo del poder. Conviene insistir que la crtica a ese poemario posiblemente fuera justa, pero no las formas que se emplearon, menos justicables al tratarse de un supuesto lector de poesa; as, la forma opac al fondo hasta confundirse con l, con lo que la actitud censora y scal sobresali por encima de la actitud crtica y literaria, que era la que verdaderamente justicaba ese escrito. La crtica se convirti no en un n en s misma, sino en un medio para la descalicacin no slo del poemario y su autor, sino del mismo premio y su jurado. El crtico, de esta forma, retomaba los antiguos ocios de los escribas que, sometidos al poder, lo justicaban para descalicar o aprobar aquello que le convena a ste y, por lo tanto, tambin a ellos mismos. Lo mejor del pensamiento libre e independiente que reclamaba Rama ha venido de dnde menos lo hubiera imaginado: por un lado, de un liberalismo latinoamericano que lleg
39

para mediar en un mundo de intelectuales donde o se era de izquierda o no se era aunque para muchos esa militancia se tradujo, al principio, en vagas comuniones ideolgicas y sentimientos libertarios; por otro lado, de una actitud independiente, ajena a doctrinas reconocidas y reconocibles, que ha hecho de su ejercicio su santo y sea a costa de su bien particular y de su exclusin de las instituciones. Hoy no es extrao leer y or a personalidades de la intelligentsia que viven al margen de las prebendas y regalas institucionales porque al hacer de su libertad de pensamiento un n en s mismo han optado por la autoexclusin: lo que han perdido en seguridad y comodidad personal, lo han ganado en autonoma y honestidad de criterio y juicio. Sin entrar en otras consideraciones, ese liberalismo igualmente concerniente a cualquier opcin poltica, porque en ningn caso ese pensamiento se supedita a la ideologa que se le supone ha asegurado por lo menos dos condiciones que Rama requera para el intelectual latinoamericano: independencia y responsabilidad. Independencia por la necesidad que tiene el intelectual de sta a la hora tanto de acometer su crtica como de tomar sus propias decisiones; y responsabilidad para asumir esas mismas decisiones sin relegar la o bien a la historia o bien al Estado. Fuera de este liberalismo y de esa independencia de pensamiento, las cosas para el intelectual estn como hace un cuarto de siglo: o se es de izquierdas o se es un reaccionario que es lo mismo que no ser, como arma Enrique Krauze.3 Y esta situacin sigue teniendo devastadoras consecuencias, donde no es la menor la marginalidad a la que se ven abocados unos cuantos intelectuales y escritores que se han visto obligados a abandonar la repblica de las letras porque han decidido,
Krauze, E., Travesa liberal. Del n de la historia a la historia sin n, Mxico, Tusquets, 2004, p. 17.
3

40

primero, salvaguardar la independencia de su pensamiento y, luego, asumir con responsabilidad las consecuencias de esa congruencia, hacindose eco de las palabras de Daniel Cosso Villegas: la libertad individual es un n en s mismo y, a la vista de la historia de nuestros das, el ms apremiante que pueda proponerse el hombre.4 Lo que nos induce a pensar en un problema aadido: si un grupo de intelectuales se considera expulsado de la repblica de las letras es porque otro se considera dueo de esa misma repblica; es decir, porque ha establecido una relacin patrimonial con esa idea, como si las ideas tuvieran propietarios o dueos o, por lo menos, pudieran negociarse en un rgimen de arrendamiento y usufructo. Pero, por otro lado, como esos intelectuales despojados de su espacio natural cada vez son ms numerosos y con mayor acceso a los medios de comunicacin, no slo estn construyendo otra repblica de las letras, sino que dotan de un nuevo sentido al vocablo intelectual. Esta situacin, sin embargo, conlleva sus peligros y tentaciones, puesto que estos nuevos intelectuales latinoamericanos corren el riesgo de caer y repetir los mismos errores que cometieron sus predecesores y contemporneos: considerar la verdad un bien patrimonial, lo que les llevara a actitudes tan intransigentes y obstinadas como las de aqullos. Y la obstinacin y la intransigencia llevan irremediablemente a la parlisis, en la medida que una parte de los intelectuales es incapaz de variar tanto su discurso como sus acciones para adecuarse a una realidad siempre nueva que exige, por su parte, una constante actualizacin. Por eso, quizs, muchos intelectuales, as como los grupos en los que se parapetan, se refugian en las instituciones, no slo por la tranquilidad que les reporta, sino porque stas aseguran precisamente ese estatismo e inmovilidad.
4

Cosso Villegas, D., citado en ibid., p. 20.

41

Esta situacin no hace sino corroborar la tesis principal del libro de Rama, los grupos intelectuales:
Por su condicin de servidores de poderes, estn en inmediato contacto con el forzoso principio institucionalizador que caracteriza a cualquier poder, siendo por lo tanto quienes mejor conocen sus mecanismos, quienes ms estn entrenados en sus vicisitudes y, tambin, quienes mejor aprenden la convivencia de otro tipo de institucionalizacin, el del restricto grupo que ejercita las funciones intelectuales [...] No slo sirven a un poder, sino que tambin son dueos de un poder.5

Contrariamente a lo que pueda pensarse, el discurso actual de una parte de los intelectuales es el mismo que venan esgrimiendo hace 25 aos: ni las ideas, ni la expresin han cambiado, tampoco la intolerancia con la que se excluyen y descalican ideas distintas a las propias. Y ello porque, como dice Rama, no estn dispuestos a renunciar a ese poder del que son dueos, por eso han renunciado a otras ideas y a otros discursos con tal de conservar su estatus: se llaman intelectuales por los benecios que les redita, pero no porque acten como tales. No es que estos intelectuales se hagan de la vista gorda ante el poder cuando se trata de defender sus privilegios individuales, los cuales poco o nada tienen que ver con las habituales abstracciones que justican todo tipo de excesos, sino que escriben, hablan y actan como si ellos fueran el verdadero poder o centro de atencin, pero pierden de vista que la funcin, la que ellos libremente eligieron, es precisamente la contraria: reconocer ese poder donde est para poder criticarlo de la mejor o peor manera, segn; pero siempre para criticarlo. La ausencia de autocrtica y exigencia ha llevado a algunos de estos intelectuales a renunciar, sin saberlo, a esa eleccin primera y reducirse a meras caricaturas del poder; de ah
5

Rama, ., op. cit., p. 69.

42

que encuentren de lo ms natural no slo decidir por los dems que est bien o mal, sino que llegan a censurar que otros piensen de manera diferente a la suya, con lo que dejan en evidencia una nueva patrimonializacin, esta vez de la verdad, de la que procede tambin su intransigencia. Lo paradjico es que esta miopa es la que ha devuelto al intelectual latinoamericano de hoy a sus orgenes denunciados por ngel Rama o, ms precisamente, la que ha impedido a ese mismo intelectual renunciar a la funcin que justica su origen: las ordenanzas reclamaron la participacin de un script (en cualquiera de sus divergentes expresiones: un escribano, un escribiente o incluso un escritor) para redactar una escritura. A sta se confera la alta misin que se reserv siempre a los escribanos: dar fe, una fe que slo poda proceder de la palabra escrita.6 Parte de los intelectuales latinoamericanos han sido incapaces de desprenderse de la funcin notarial que los vio nacer, una funcin que los convierte en servidores del poder constituido (poltico, social, econmico). Da la impresin de que aceptar un lugar suburbial en la era digital y de los mass media es lo que verdaderamente les incomoda, aunque ese lugar, que ahora no es ni marginal, ni subalterno, es el que les conviene si quieren seguir asumiendo esa funcin en tanto que intelectuales. Quiz por la fuerza de la inercia o quizs por la incapacidad para renovarse, dara la impresin de que algunos intelectuales aceptan, desde el principio, la sumisin a una ideologa antes que la crtica del poder poltico al margen de esa ideologa o sin que sta se convierta en unas anteojeras que no permitan mirar ms all de s mismas, como si stas fueran un parapeto o una trinchera que justicara sus razonamientos y juicios, como si nalmente pudieran remitir la responsabilidad de esos juicios y razonamien6

Ibid. p. 41.

43

tos a esa misma ideologa. Disentir, para un intelectual, no es un valor o un logro, es nicamente la premisa que conduce a todo lo dems; cuando la premisa se transforma en n, el discurso crtico se mineraliza y fosiliza, y cada vez oscurece ms aquello que estaba destinado a iluminar. A muchos intelectuales, la disidencia se les supone, pero ello no quiere decir que la ejerzan. Da la impresin que, en lugar de criticar el orden constituido, se vuelven cmplices de ste. Y sucede, segn Rama, que el escribiente, antecedente del intelectual latinoamericano, naci para respaldar y dar sentido al orden; no como una voz discrepante y disconforme respecto al orden establecido, sino precisamente como una voz conforme y acorde con ese poder que lo legitimaba y al que, a la vez, legitimaba:
Para llevar adelante el sistema ordenado de la monarqua absoluta, para facilitar la jerarquizacin y concentracin del poder, para cumplir su misin civilizadora, result indispensable que las ciudades, que eran el asiento de la delegacin de los poderes, dispusieran de un grupo especializado, al cual encomendar esos cometidos. Fue tambin indispensable que ese grupo estuviera imbuido de la conciencia de ejercer un alto ministerio que lo equiparaba a una clase sacerdotal. Si no el absoluto metafsico, le competa el subsidiario absoluto que ordenaba el universo de los signos, al servicio de la monarqua absoluta de ultramar.7

Es cierto, pues, que en este siglo XXI el intelectual ocupa el lugar que siempre ha tenido para el poder; pero eso no quiere decir que ese lugar sea efectivamente secundario, ni circunstancial, ni accesorio, aunque as lo vea ese poder y, en ocasiones, hasta los propios intelectuales mimetizados con ste o interesados en l hasta olvidar sus propias responsabilidades y exigencias. Lo que parece claro es que el ejercicio intelectual no es subalterno; es decir, que no est supeditado a nada ms, que es autnomo e independiente si quiere serlo, y sin embargo, en ocasiones da la
7

Ibid., p. 59.

44

impresin contraria, parecera que el intelectual est subordinado o, mejor, que ha cedido su independencia por comodidad, irresponsabilidad, egosmo o, lo que es peor, por ceguera. Muchos de los problemas en los que se ve inmerso el intelectual en Amrica Latina se deben a que se ha hecho de la vista gorda, pero no signica que niegue o se pliegue a la realidad, sino que no atiende aquello a lo que debera; una actitud que de un modo u otro acaba por pervertir la realidad misma, as como el espacio que ocupa ese intelectual. El pensamiento libre necesariamente est del lado de la razn, incluso cuando reclama los derechos de lo irracional, porque siempre exige, implcita o explcitamente, la instancia de la razn. La razn no asegura la verdad del pensamiento, el cual tampoco debe identicarse necesariamente con la disidencia, ni siquiera con la crtica, pero s garantiza su libertad. Como escribe Toms Segovia, la razn
incluso cuando coincide con las instituciones, las verdades establecidas, los dogmas, la razn garantiza necesariamente la disidencia, porque ella no consiste en las tesis que adelanta, sino en la iluminacin en que las hace aparecer, y esta iluminacin supone necesariamente la visibilidad desde el otro lado. No es preciso suponer que razn y verdad son la misma cosa o que no hay ms verdades que las racionales para armar el papel decisivo de la razn. Se puede creer que el pensamiento es tambin o incluso esencialmente irracional, y comprender sin embargo que la razn es la nica garanta de pensamiento. Por eso todos los que creen en la libertad del pensamiento, incluso cuando la quieren para ejercerla fuera o en contra de la razn, se han sentido siempre amenazados cuando la razn est amenazada. Es lo que hace que la libertad y la razn, histricamente, estn siempre ligadas, aunque la libertad en principio no tendra por qu ser ms racional que irracional, ni la tirana oponerse necesariamente a la razn, como lo ejemplica claramente lo que solemos llamar despotismo ilustrado. Pero si una opresin racional es tan inadmisible como cualquier otra, e inadmisible precisamente para la razn, es porque la razn se contradice cuando no garantiza la posibilidad de su contradiccin.8 Segovia, T., Los intelectuales y la prosperidad, en Actitudes/Contracorrientes. Ensayos I, Mxico, UAM, 1988, pp. 299-300.
8

45

La ciudad letrada ha sido un texto que ha servido para todo tipo de especulaciones y ofertas o propuestas intelectuales y culturales donde no es lo de menos el uso y manipulacin al que se ha visto sometido. Uno de los ltimos ejemplos de la tergiversacin de la obra de Rama es el texto intitulado signicativamente Decadencia y cada de la ciudad letrada,9 rmado por Jean Franco. Este libro es doblemente decepcionante: en primer lugar, porque decepciona la tesis fundamental del libro de referencia, en la medida que la ciudad letrada y la ciudad real son inseparables en el libro de Rama; mientras Franco, por su parte, da a entender que es posible una ciudad letrada al margen de la ciudad real y no porque no intente establecer una relacin estrecha entre ambas ciudades, sino porque es en exceso simplista y reduccionista. Escribe, por ejemplo: La avant-garde literaria no poda ser transformada en una vanguardia, por muchas razones, no siendo la menor una orientacin machista que produjo en Cuba un xodo, de homosexuales,10 donde lo relevante no fue el xodo sino la represin que sufri el grupo homosexual dentro de la misma Cuba y que propici los primeros signos de rechazo al rgimen cubano por parte de los mismos intelectuales que lo haban apoyado desde el principio. En segundo lugar, porque la mirada ideolgica lleva a su autora a acomodar hechos, textos y autores a la necesidad de su escritura. Un ejercicio de manipulacin, es cierto, pero tambin de ocultamiento de la verdadera tesis de Rama: la alusin a la ciudad letrada es una estrategia de promocin pero tambin una cesin vicaria de responsabilidad. Para Rama, la unin entre la ciudad real y la ciudad letrada es fundacional y

Franco, J., Decadencia y cada de la ciudad letrada. La literatura latinoamericana durante la guerra fra, Madrid, Debate, 2003. 10 Ibid., p. 12.
9

46

su mutua dependencia ha dotado de sentido la historia cultural de Amrica Latina. Jean Franco construye su tesis a partir de la mantenida por Rama en La ciudad letrada; sin embargo, hay una diferencia fundamental entre un libro y otro: Rama diagnostica la situacin del intelectual latinoamericano contemporneo a partir de un origen vinculado a la conquista, desde entonces este intelectual no ha podido dejar de lado su funcin inquisitiva y notarial; Franco supone que las caractersticas de ese intelectual han perdido vigencia a lo largo del siglo XX y que, ms bien, se ha ido acercando paulatinamente al papel que desempea en los pases anglosajones. Rama, militante indiscutible de izquierda, prescinde de su ideologa para tratar de ver claro; Franco, acomodada tras las anteojeras de la ideologa, maneja y manipula la realidad de la que habla, con lo cual cae en la misma contradiccin que intenta combatir: dar cuenta, notariar, escriturar, la situacin que mejor y ms le conviene. Cabe sospechar que no es que no haya ledo La ciudad letrada, sino que no la ha podido leer mejor, condicionada como est por esas anteojeras. Juan Malpartida dedica una resea tan elocuente como incisiva a la obra de Jean Franco y all dice:
En su nueva visin de Amrica Latina y de sus literaturas [se reere a Decadencia y cada de la ciudad letrada], las limitaciones, lejos de desaparecer, han aumentado. Jean Franco es hbil y no se sita muy frontalmente: sus opiniones suelen ser oblicuas, en ocasiones parecen crticas con las dictaduras de izquierda, no enfrenta algunas obras capitales sino que las ignora, destaca otras de poco valor o bien de un valor sociolgico (mucho de lo que cabe en el concepto de cultura urbana).11

Malpartida, J., Decadencia y cada de la crtica, en Letras Libres, febrero de 2004, disponible en: http://www.letraslibres.com/index.php?art=9355, consultado el 9 de julio de 2009.
11

47

A continuacin, Malpartida subraya la caracterstica decisiva del libro de Franco que alumbra paradjicamente la perspectiva elegida por ngel Rama:
Jean Franco sufre el mismo mal que muchos otros de sus compaeros intelectuales de su tiempo: tras haber defendido, ms o menos abiertamente, a los rgimenes comunistas o revolucionarios, ha pasado a convertir al capitalismo moderno y sus democracias en el lado responsable de un tercer mundo (pobres e indgenas) que ha sido la vctima de la insaciabilidad y falta de escrpulos de dichas sociedades prsperas.12

Franco escribe contra algo, en este caso el capitalismo, mientras que Rama no escribe contra nada ni nadie, se limita a ofrecer un exhaustivo estado de la cuestin. Da la impresin que el estudio de Franco resulta una continuidad natural del de Rama; sin embargo, nada ms alejado de la realidad: ambos textos no slo divergen en el espacio que adoptan sus autores a la hora de aclarar su pensamiento, sino tambin, como no poda ser de otro modo, en sus conclusiones. Mientras que la obra de Rama se cie a lo que se propone, por momentos parece que el ensayo de Franco se le escapa como agua entre los dedos. Rama sabe lo que busca y traza la compleja biografa del intelectual latinoamericano con una claridad no exenta de cierto reduccionismo, a diferencia del ensayo de Franco que en ocasiones parece desorientarse entre nombres, datos y propuestas, hasta perder el propsito que gua su escritura. Volviendo a La ciudad letrada, uno de los aspectos ms importantes del libro es la estrecha relacin que el uruguayo establece entre modernidad y tradicin a partir de esos dos referentes que son la ciudad letrada y la ciudad real, presentes ya en la ciudad ideal. Eduardo Subirats y Erna von der Walde

12

Idem.

48

ponen, en escasas pero luminosas palabras, los puntos sobre las es en cuanto al signicado de La ciudad letrada:
La ciudad letrada es una obra que analiza histricamente, reconstruye crticamente y traza programticamente la gura del intelectual independiente latinoamericano en una edad de escarnio por las industrias culturales, de autoritarismo poltico y violencia militar, y de expolio econmico masivo. Es, a la vez, un ajuste de cuentas con una tradicin humanista que se mostr incapaz de una reexin autntica sobre el proceso histrico, poltico y social del continente, atrapada como estaba dentro de una visin de la historia prestada de modelos forneos que no se le ajustaban y a los cuales pretenda acomodar la realidad. Rama pone ms bien de maniesto una crisis de la conciencia del intelectual latinoamericano, hoy ms aguda que ayer en la medida en que arrastra y expande aquellos mismos estigmas que l haba puesto en cuestin.13

La lectura que Rama acomete de la tradicin, le permite privilegiar ese espacio marginal en el que parece haberse atrincherado en el momento de la escritura de este ensayo, porque el conocimiento de la propia tradicin propicia que el autor se inserte de manera personal en ella, al margen de modas y gustos de poca. La tradicin literaria y cultural aparece en este ensayo de ngel Rama como un espacio imaginario siempre visitado y revisado. En La ciudad letrada esta revisin empieza a emerger de manera relativamente ms franca y saludable en temas polticos y hasta morales a partir de su crtica a la gura del intelectual latinoamericano. A lo largo del ensayo, como antes en La transculturacin narrativa (1982) y luego en Las mscaras democrticas del modernismo (1985), Rama presenta de manera enftica, coherente y precisa el origen de la ciudad real como un sueo de la ideal; aquella que haba sido ya fundada antes que llegara a constituirse como tal:
13

Subirats, E. y Erna von der Walde, Prlogo, en ngel Rama, op. cit., p. 14.

49

El resultado de Amrica Latina fue el diseo en damero, que reprodujeron (con o sin plan a la vista) las ciudades barrocas y que se prolong hasta prcticamente nuestros das. Pudo haber sido otra conformacin geomtrica, sin que por eso resultara afectada la norma central que rega la traslacin. De hecho, el modelo frecuente en el pensamiento renacentista [...] fue circular y an ms revelador del orden jerrquico que lo inspiraba, pues situaba al poder en el punto central y distribua a su alrededor, en sucesivos crculos concntricos, los diversos estratos sociales. Obedeca a los mismos principios reguladores, que traducan una jerarqua social.14

El origen de la ciudad estaba precisamente en ese pensar la ciudad que est en el principio de lo que Rama llama la ciudad letrada. Para asegurar la posesin del suelo, las ordenanzas solicitaron un script que redactara una escritura. As, el escribano daba fe de ese ordenamiento cuya autoridad resida en la escritura misma. Para Rama, es el valor de la palabra escrita que perdurar en el tiempo, puesto que elude la precariedad e inseguridad de la palabra oral destinada a perderse. Las consecuencias de este planteamiento caen por su propio peso:
En vez de representar la cosa ya existente mediante signos, stos se encargan de representar el sueo de la cosa, tan ardientemente deseada en esta poca de utopas, abriendo el camino de futuridad que gobernara a los tiempos modernos y alcanzara una apoteosis casi delirante en la contemporaneidad. El sueo de un orden serva para perpetuar en el poder y para conservar la estructura socioeconmica y cultural que ese poder garantizaba. Y adems se impona a cualquier discurso opositor de ese poder, obligndolo a transitar, previamente, por el sueo de otro orden.15

La fundacin de la ciudad en Latinoamrica opera en doble orden: el primero, sobre el orden fsico, estrictamente geogrco; el segundo, sobre el orden simblico que no slo las preservaban
14 15

Rama, ., op. cit., pp. 38-39. Ibid., p. 44.

50

ya antes de su realizacin, sino durante y despus del proceso de fundacin. Lo relevante es el valor de la palabra que opera como instrumento verdaderamente fundacional an antes de la fundacin real de la ciudad. Pero la ciudad barroca remite, en realidad, a un orden preestablecido, perfectamente jerrquico, en cuya cspide se encuentra el rey. As, la palabra escrita y, por tanto, su portador, el escribiente o escribano o escritor, est a su servicio: no es que su funcin u operatividad pueda entenderse de manera autnoma o relativamente independiente al orden establecido y, por tanto, reconocido, sino que su actividad no hace sino reforzar precisamente ese mismo orden. De esta manera, el intelectual, tal y como lo entiende Rama, forma parte de lo que llama ciudad letrada, una ciudad suburbial respecto de la ciudad poltica, pero de la que no puede prescindir: no slo porque legitima a sta, sino, sobre todo, porque sta le otorga carta de naturaleza. La palabra, pues, fortica a la institucin y, a la vez, sta refuerza a aqulla:
Aunque aisladas dentro de la inmensidad espacial y cultural, ajena y hostil, a las ciudades competa dominar y civilizar su contorno, lo que se llam primero evangelizar y despus educar. Aunque el primer verbo fue conjugado por el espritu religioso y el segundo por el laico y agnstico, se trataba del mismo esfuerzo de transculturacin a partir de la leccin europea. Para esos nes, las ciudades fueron asiento de Virreyes, Gobernadores, Audiencias, Arzobispados, Universidades y aun Tribunales inquisitoriales, antes que lo fueran, tras la Independencia de Presidentes, Congresos, siempre Universidades y siempre Tribunales. Las Instituciones fueron los obligados instrumentos para jar el orden y para conservarlo, sobre todo desde que en el siglo XVIII entran a circular dos palabras derivadas de orden, segn consigna Corominas: subordinar e insubordinar.16

16

Ibid., p. 53.

51

Hay que advertir, no obstante, que desde el Renacimiento y hasta principios del siglo XIX, el poder terrenal estuvo sometido al poder eclesistico. Eso explica que sea indisociable uno de otro y que la universidad, por ejemplo, operara de un modo similar a un tribunal inquisitorial o a un arzobispado, de manera que las actividades y potestades de unos y otros estaban separadas por una delgada lnea imaginaria, cuando no eran perfectamente intercambiables. En consecuencia, la sacralidad de la palabra escrita no slo estuvo al servicio de la Iglesia, sino de cuanto la necesitara, donde lo nico inmutable era ese carcter sacro y, por tanto, inobjetable. Pero si la palabra escrita era sagrada, tambin lo era quien tena la potestad de utilizarla, lo que impeda desde el principio el reconocimiento del otro, caracterizado habitualmente por el uso exclusivo de la palabra oral, prescindible por su naturaleza efmera. El escribiente o escribano o escritor estuvo, pues, al servicio del poder poltico; ms que un apndice, era su extremidad. La armacin de la palabra escrita supone la negacin de la palabra oral con consecuencias como las recogidas por Michel Foucault en La vida de los hombres infames: hombres y mujeres desaparecidos en vida de la vida, en virtud de la palabra escrita: esas vidas ntimas convertidas en brasas muertas en las pocas frases que las aniquilaron.17 Esa revisin de la tradicin, ngel Rama la realiza a contrapelo de sus contemporneos. Es esa insistencia en proponer nuevas lecturas de las obras de siempre, esa relectura de la tradicin, la que revela una actitud generalizada mucho ms reticente y evasiva del mundo de la literatura y el arte y, por extensin, de la reexin sobre el lenguaje a la hora de enfren-

17

Foucault, M., La vida de los hombres infames, La Plata, Altamira, 1996, p. 122.

52

tar esa misma tradicin. En cierto modo es natural que sea en ese mundo (el de las ideas, la literatura y el arte) donde se ha perpetuado la hipocresa de los siglos desde la Conquista. Porque ha sido en ese mundo, donde se ha manipulado ms irresponsablemente la idea de modernidad y se ha sentido ms orgullosamente incontrovertible la tarea del intelectual, cuando paradjicamente ha destacado por su inmovilismo. Por eso, acaso, se pronostica la muerte del intelectual. En realidad, esta armacin es un error que depende no de una falsa generalizacin, sino de la carencia, por otra parte tambin reprobable, de distancia histrica, caracterstica de quien est demasiado encima de los acontecimientos para darles una valoracin que se salve del consumo inmediato del oyente al que se dirige y obtiene una mayor satisfaccin profetizando que conduciendo un anlisis minucioso durante un arco de tiempo ms amplio que el de la contemporaneidad. El error depende tambin de la restriccin, en este caso no de naturaleza lgica sino de origen histrico, de lo que se entiende como categora de los intelectuales, como si hubiese nacido a nes del siglo XIX, cuando con el affaire Dreyfus se difundi el uso de la palabra, primero en Francia y despus en todo el mundo civilizado, y no hubiese existido siempre, si bien con otros nombres. Se llaman hoy intelectuales los que, en otros tiempos, se han llamado sabios, eruditos, philosophes, literatos, gens de lettre simplemente o escritores; tambin libertinos (librepensadores y escpticos), cuyo perl traz Dumarsais en la Enciclopedia: un hombre que acta siempre guiado por la razn y, en las sociedades dominadas por un fuerte poder religioso: sacerdotes, clrigos. Los intelectuales han existido siempre, porque en toda sociedad, junto al poder econmico y al poder poltico, ha existido siempre el poder ideolgico, que no se ejerce sobre los cuerpos como el poder poltico, nunca
53

disociable del poder militar; ni sobre la posesin de bienes materiales, de los que se dispone para vivir y sobrevivir, como el poder econmico; sino que se ejerce sobre las mentes a travs de la produccin y la transmisin de ideas, de smbolos, de visiones del mundo y de enseanzas prcticas, mediante el uso de la palabra (el poder ideolgico depende estrechamente de la naturaleza del hombre como animal que habla). La ciudad letrada es el trabajo de un intelectual, es un ensayo cuya escritura est guiada por la necesidad de dar cuenta de una realidad, conducida por el propsito de diagnosticar un estado de la inteligencia en Hispanoamrica y exigida por la urgencia de denunciar un estado adquirido y heredado. Es cierto que el propsito seguramente excede las posibilidades totalizadoras del ensayo, pero no as el efecto que caus la publicacin del libro: en todo caso, si las tesis de Rama desguran de alguna manera la realidad latinoamericana por su impronta a la vez abarcadora y aglutinante, parece claro que las ideas que lo originaron permanecen todava vigentes.

54

Bibliografa

Domnguez Michael, Christopher, Diccionario crtico de la literatura mexicana (1955-2005), Mxico, FCE, 2007. Foucault, Michel, La vida de los hombres infames, ed. y trad. Julia Varela y Fernando lvarez-Ura, prl. y bibl. Christian Ferrer, La Plata, Altamira, 1996. Franco, Jean, Decadencia y cada de la ciudad letrada. La literatura latinoamericana durante la guerra fra, trad. Hctor Silva Mguez, Madrid, Debate, 2003. Krauze, Enrique, Travesa liberal. Del n de la historia a la historia sin n, Mxico, Tusquets, 2004. Malpartida, Juan, Decadencia y cada de la crtica, en Letras Libres, febrero de 2004, disponible en http://www.letraslibres.com/index.php?art=9355, consultado el 9 de julio de 2009. Rama, ngel, La ciudad letrada, prl. Eduardo Subirats y Erna von der Walde, Madrid, Fineo, 2009. Segovia, Toms, Los intelectuales y la prosperidad, en Actitudes/ Contracorrientes. Ensayos I, Mxico, UAM, 1988, pp. 299300.

55

56

También podría gustarte