Caballero (1991) - Etnometodología
Caballero (1991) - Etnometodología
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UNA EXPLICACIÓN
DE LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL
DE LA REALIDAD
1. INTRODUCCIÓN
Reis
56/91 pp. 83-114
JUAN JOSÉ CABALLERO ROMERO
papel que los cuantitativos (utilizados casi en exclusiva durante el auge del
funcionalismo).
La etnometodología empieza a ser conocida en los sesenta y parece
proporcionar la crítica más drástica de la sociología establecida. Parecía
dinamitar las concepciones epistemológicas que subyacían a la sociolo-
gía positivista, sustituyéndolas por otras completamente distintas. En una
época («los locos sesenta») en la que se competía por adoptar las posturas
más radicales, la etnometodología parecía «llevarse la palma» del radica-
lismo.
Las primeras impresiones sobre la etnometodología se formaron con
muy poca información (en buena parte sobre la base de rumores). Los
escritos existentes tendían a circular mimeografiados entre un grupo de
iniciados. A medida que se dispuso de más información, se fue disipando la
idea de que la etnometodología suponía un fuerte reto para la sociología, al
que ésta debía hacer frente. Va surgiendo la impresión de que se trata de
una especie de juego, de una nueva pequeña locura de la California de los
sesenta. Se fija la atención en los «experimentos disruptivos» de Garfinkel
y se tiende a pensar que la etnometodología sólo consiste en eso. Sin
percibir que esos «experimentos» tenían un puro carácter ilustrativo, se los
utiliza para estereotipar estigmatizadoramente a la etnometodología, consi-
derándola una excusa para hacer tonterías, para embarcarse en juegos
provocativos.
A medida que se va disponiendo de más escritos etnometodológicos, va
cundiendo el desencanto. Los etnometodólogos van apareciendo como
empiristas con escasa sofisticación teórica. No quieren hablar de los funda-
mentos de su perspectiva, insistiendo en que hay que atenerse a los datos.
Esta impresión se ve confirmada cuando los dedicados al análisis
conversacional (siguiendo a Sacks) entran en contacto con la comunidad
sociológica general. Sucede, pues, que, si la orientación general de la
etnometodología parecía buscar una revolución intelectual en la sociología,
su aplicación a los estudios sociológicos producía unos resultados triviales
y poco interesantes. Si, por ejemplo, el análisis conversacional es la conse-
cuencia de la etnometodología, no aparece nada en él que reoriente a la
sociología en una dirección interesante y prometedora.
Se ha evaporado, pues, el interés por la etnometodología. Subsiste un
núcleo duro de etnometodólogos y analistas conversacionales, pero son
pocos y su obra apenas atrae la atención de los demás sociólogos. Pero, a
pesar de esto, cabe afirmar que la etnometodología no es una mera moda
sociológica de la California de los sesenta. Es bastante más. Es un acerca-
miento serio y razonado, aunque también problemático, a las cuestiones de
que se ocupa la sociología. Y los problemas que suscita no han sido, en
general, comprendidos, y menos aún afrontados. Y, lo que es más impor-
tante, no han sido superados. Esos problemas subsisten y son hoy tan
importantes como lo eran en los sesenta (cuando la controversia estaba en
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Varias obras recientes ofrecen interesantes visiones globales de la etnometodología:
J. HERITAGE, Garfinkel and Ethnomethology (Polity Press; Cambridge, 1984); E. LIVINGS-
TON, Making Sense of Ethnomethodology (Routledge; Londres, 1987); W. SHARROCK y
R. J. ANDERSON, The Ethnomethodologists (Tavistock; Londres, 1986). No tan reciente, pero
también interesante, es la obra de R. TURNER, Ethnomethodology (Penguin; G.B., 1974).
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Para la relación entre Parsons y Schutz, véase R. Grathoff (ed.), The Theory of Social
Action: The Correspondence of Alfred Schutz and Talcott Parsons (Indiana University
Press, 1978).
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Caricaturización de Parsons
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riendas, tiene que dar sentido a este mundo. Y esta donación de sentido se
realiza utilizando lo que Schutz llama «conocimiento de sentido común»,
concepto que se refiere al conocimiento del mundo social que tienen los
actores por el hecho de vivir en su mundo cotidiano. La idea del actor
sobre el carácter ordenado y comprensible del mundo que lo rodea deriva
del uso que hace de este conocimiento de sentido común. Así, el conoci-
miento de sentido común nos permite categorizar y nombrar la realidad
que experimentamos, viendo de «qué tipo de realidad» se trata. Los con-
ceptos que integran este conocimiento son «tipificaciones»: se refieren a lo
que es típico o standard entre una colección de objetos, sucesos o acciones.
Como miembros de la sociedad, tenemos un stock de tipificaciones que nos
permiten considerar al mundo cotidiano familiar y normal. Estas tipificaciones
se encuentran alojadas en nuestra lengua. Cuando, en el proceso de socia-
lización, vamos aprendiendo nuestra lengua, con ella va entrando en nos-
otros un conjunto de tipificaciones que integran un stock de conocimientos
de sentido común sobre nuestro mundo.
Son centrales para nuestro conocimiento de sentido común las
tipificaciones de los otros como actores sociales. Podemos entender, de
modo fácil y rutinario, las acciones de los demás sabiendo qué tipos de
actores son y qué tipos de motivos e intereses tienen.
La existencia de tipificaciones hace posible para el actor tratar a su
entorno social como «conocido en común» (es decir: como igual para los
demás que para él). Subraya Schutz la fundamental importancia de lo que
llama «la reciprocidad de perspectivas», entendiendo por tal el que los
individuos, sobre la base de su stock de tipificaciones, pueden suponer que
los sucesos y las acciones del mundo social son comprensibles para los
demás del mismo modo que lo son para ellos.
Otro de los conceptos manejados por Schutz es el de «realidades múlti-
ples». Distingue fundamentalmente entre el mundo de la vida cotidiana y el
de la teorización científica. La perspectiva de sentido común del actor es
fundamentalmente práctica, centrando su atención en sus circunstancias
inmediatas. En el proceso de la vida práctica, el individuo se enfrenta con
las situaciones cotidianas tal y como se presentan. Lo que haga dependerá
en parte de sus proyectos vitales. Los aspectos de su entorno a los que
atenderá dependerán de sus valores, o, más concretamente, de sus intere-
ses y propósitos en la situación concreta de que se trate. Por el contrario, la
perspectiva del científico no es práctica en este sentido, dependiendo de su
«proyecto científico», que es la búsqueda de un conocimiento formalizado.
Para ello, el científico parte del escepticismo y la duda, lujos que no se
puede permitir el no científico, que tiene que bregar de modo inmediato
con su aquí y su ahora. Además, el científico trata los objetos de su
conocimiento como conceptos científicos (constructs) revisables, no como
«realidades» indubitables. Los «mundos» del científico y del actor cotidia-
no son, pues, fundamentalmente distintos.
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3.1. PROGRAMA
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Este epígrafe se inspira, fundamentalmente, en A. SHUTZ, On Phenomenology and
Social Kelations, edición de H. Wagner (University of Chicago Press, 1970). Contiene esta
obra una útil selección de los escritos de Schutz.
9
H. MEHAN y H. WOOD, The Reality of Ethnomethodology (Wiley; N. York, 1975), p.
203.
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10
Ibidem, p. 194.
11
Ibidem, p. 197.
12
H. GARFINKEL, «A Conception of and Experiment with "Trust" as a Condition of
Concerted Stable Actions», en O. J. Harvey (ed.), Motivation and Social Interaction
(Ronald Press; N. York, 1963), p. 190.
13
H. MEHAN y H. WOOD, op. cit., p. 6.
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Explicaciones
Indicialidad
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H. MEHAN y H. WOOD, op. cit., p. 114.
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Principio etcétera
Método documental
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cia del mundo como una realidad objetiva y fáctica. Y es que en cualquier
encuentro nos es posible tratarnos a nosotros mismos y a los demás como
análogos en algunos aspectos, con lo que el mundo social queda constitui-
do como un mundo «real», fácilmente constatable por cualquiera.
Es contra el telón de fondo de este mundo fáctico y conocido en común
como los miembros reconocen y manejan la conducta que está «fuera de
lugar». Si alguien parece no ver el mundo «como debiera», no por ello
dudamos inmediatamente de nuestro propio sentido del mundo social.
Tendemos, más bien, a revisar nuestra interpretación sobre la cualidad de
miembro de la colectividad de esa persona. Puede, por ejemplo, que inter-
pretemos su «extraña» conducta como una consecuencia del hecho de que
es «forastero» o «extranjero» o «loco». Tales explicaciones racionaliza-
doras son construidas ad hocy aquí y ahora, para hacer frente a las exi-
gencias de la ocasión concreta. Por tanto, encontramos, en cuanto miem-
bros, que el mundo social es ordenado no porque tratemos cada ocasión,
o a cada persona, como iguales, sino porque interpretamos las particulari-
dades y contingencias de las diversas ocasiones como cognoscibles y
explicables.
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Este cuarto epígrafe del artículo se basa en los tres primeros capítulos (pp. 1-103) de
los Studies in Ethnomethodology de Garfinkel.
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20
H. Garfinkel (1967), p. 47.
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Ibidem, p. 42.
22
Ibidem, p. 47.
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A. GOULDNER, The Corning Crisis of Western Sociology (Heinemann; Londres, 1970),
p. 392.
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E. SCHEGLOFF, «Identification and recognition in telephone conversation openings»
en G. Psathas (ed.), Everyday Language (Irvington Press; N. York, 1979).
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Su posición es, quizá, leí más claramente formulada de las de los diver-
sos etnometodólogos. Se inspira en Garfinkel, pero extiende sus ideas.
Veamos algunas de sus propuestas:
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6. CRITICAS A LA ETNOMETODOLOGIA
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Por ejemplo, las de A. GOULDNER, op. cit., pp. 390-395, y E. GELLNER,
«Ethnomethodology: the re-enchantment industry or the California way oí subjectivity»,
Philosophy of the Social Sciences, vol. 5 (1975), pp. 431-450.
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Se contienen críticas externas (es decir: ajenas a la perspectiva etnometodológica),
pero simpatizantes con la etnometodología, en Z. BAUMAN, Hermeneutics and Social Science
(Hutchinson; Londres, 1978), y M. ROGERS, Sociology, Ethnomethodology and Experience
(Cambridge University Press, 1983). Críticas más duras, pero sin llegar a lo personal, se
contienen, por ejemplo, en A. GIDDENS, The New Rules ofSociological Method (Hutchinson;
Londres, 1976) y The Constitution of Society (Policy Press; Oxford, 1984), y R. COLLINS,
Conflict Sociology (Academic Books; N. York, 1975).
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Parece más oportuno afirmar que los datos no son las transcripciones,
grabaciones, películas o fotografías, sino más bien los supuestos de sentido
común y los procedimientos interpretativos de las personas, y que son
éstos los que son examinados. Según esto, los datos son las reacciones,
interpretaciones y supuestos de las personas y no sus objetivaciones en
forma de grabaciones, etc.
Tal preocupación por los datos puede también llevar a que los investi-
gadores pierdan de vista el hecho elemental de la investigación: que los
materiales son ellos mismos producciones, que han sido producidos por
prácticas investigadoras y por técnicas de recogida y análisis de datos, y
que, por consiguiente, su posición como registro objetivo de lo que fue
dicho o hecho no es menos dependiente de las prácticas explicativas
(accounting practices) que cualquier otra objetivación de los escenarios so-
ciales.
Finalmente, Garfinkel alerta sobre el peligro de tratar a los materiales
como algo dócil, como recursos que el investigador puede manipular libre-
mente en la búsqueda de sus propios intereses, olvidando el carácter rígido
y resistente de los fenómenos reflejados por tales materiales.
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