A. J. Quinnell (Philip Nicholson) - Hombres en Llamas
A. J. Quinnell (Philip Nicholson) - Hombres en Llamas
A. J. Quinnell (Philip Nicholson) - Hombres en Llamas
QUINNELL
HOMBRE EN LLAMAS
Ttulo original: Man on Fire
Traduccin: Ofelia Castillo
Emec Editores S.A. Grandes novelistas
BUENOS AIRES ARGENTINA - julio de 2004
Prlogo
Invierno en Miln. Costosos automviles bordeaban una avenida suburbana.
En el enorme edificio oculto tras los rboles una campanilla son dbilmente y,
minutos despus, los nios, arropados para defenderse del viento, se volcaron a
la escalinata y se dispersaron en direccin a la tibieza de los automviles que los
aguardaban.
Pepino Macchetti, ocho aos, la cabeza hundida en el cuello de su
impermeable, corri hacia la esquina donde el chofer de su padre estacionaba
siempre el Mercedes azul. El conductor observ por el espejo al nio que se
aproximaba y se inclin hacia atrs para abrir la puerta. Pepino se zambull
complacido en la tibieza del tapizado de cuero, la puerta se cerr y el coche
remilgado.
Por ltimo, tom una decisin.
-Abandonamos. Preveo ms problemas. Don Mommo tendr que asumir toda
la responsabilidad.
Los dos hombres asintieron. La reunin haba terminado. Se levantaron y
se dirigieron al estante de las bebidas. El hombre bajo sirvi tres vasos de
Chivas Regal.
-Salut -dijo.
-Salut, don Cantarella -contestaron los otros dos al unsono.
PRIMERA PARTE
1
A travs de la ventana de estilo francs, su mirada se dirigi ms all del
lago. Las luces del Hotel Villa D'Este, sobre la margen opuesta, brillaban
suavemente sobre el agua.
Era una mujer de clsica belleza napolitana. Su boca petulante, grande y
de labios carnosos, dominaba la cara de lneas curvas. Pmulos altos, ojos grandes
y rasgados y una barbilla hendida, en perfecto equilibrio con la frente combada.
La espesa melena negra caa rectamente hasta los hombros donde se doblaba
hacia dentro, con suavidad. Las lneas curvas continuaban hacia abajo: cuello
esbelto, un cuerpo de cintura estrecha y piernas largas, de pechos plenos y
firmes.
Llevaba un vestido recto y simple, con un lazo en la cintura y de corte
cuadrado a la altura de los hombros. La elegancia del modelo se deba a la rica
textura de la seda, estampada en diversos tonos de azul. Por otra parte, la piel
de la mujer tena una suavidad profunda, como de terciopelo debajo de un cristal.
Su carcter era una consecuencia de su belleza. Desde una edad temprana
se haba permitido transitar senderos muy diferentes de los de la mayora de las
mujeres. La belleza era un arma, y tambin un vehculo en el cual viajar a travs
de la vida. Un vehculo acorazado, que la protega del sufrimiento y de la
indignidad. Era inteligente, y aun desde un cuerpo algo menos bello hubiese sido
capaz de desarrollarse, de ver ms all del crculo de luz que su belleza
proyectaba. Pero cuando el vehculo se pona en movimiento las sombras retrocedan y ella no poda verlas.
Tales mujeres tienen por fuerza que ser egocntricas. Todos los ojos las
contemplan y los odos las escuchan. Si poseen un carcter lo suficientemente
fuerte como para sobrevivir despus de que la belleza se marchite, ste puede
surgir por s mismo. Pero estas transiciones son raras. Por lo general, el ocaso de
la belleza se presenta acompaado del dolor de que la naturaleza sea capaz de
la decisin era tajante: aceptarla era posible, dejarla no. Simplemente, no poda
dejarla ni tampoco seguir un tratamiento de metadona.
En los primeros tiempos del matrimonio la adiccin haba sido ms fsica
que mental. Una complacencia sensitiva, un abandono consciente. Lo que lo retena
ahora era la conciencia de la posesin, el intenso orgullo de poseer a aquella
mujer, y su contrapartida: la envidia y hasta el respeto que se reflejaban en las
miradas de los otros hombres, que no la posean. Sin duda, era un adicto gustoso
y complaciente.
El Lancia dobl a la derecha, siguiendo la ruta que bordeaba el lago, y sus
pensamientos volvieron hacia Pinta. Amaba a su hija; y ese sentimiento era claro
pero limitado. En el espectro de sus emociones, los colores ms fuertes eran
absorbidos por Rika. No vea a la nia como un ser independiente, sino como un
apndice de su madre. Un nio poda llegar a dividir los sentimientos de su padre,
hasta a competir por ellos, pero para Ettore, Pinta era una hija a quien se amaba
en la sombra.
Se sentaron los tres para cenar: Ettore y Rika frente a frente a travs de
la amplia mesa de caoba, y Pinta entre ambos. La mucama serva. Era una puesta
en escena estilizada y formal, carente de cordialidad familiar. Ello se deba a
que, para Rika, las comidas constituan una suerte de ceremonia; y en aquella
ocasin, una cierta tensin anticipaba el enfrentamiento.
Rika haba recibido a su marido afectuosamente, le haba preparado un
martini, escuchando con discreto inters el relato del viaje a Roma. Pero antes
de que Pinta entrase a la habitacin, le dijo que la nia no estaba contenta y que
haba que hacer algo.
Ettore asinti con nfasis, y replic:
-Lo discutiremos despus de la cena, cuando ella se haya ido a la cama. Ya
he tomado una decisin sobre ese asunto.
De modo que ella saba que la discusin era inevitable, por lo cual se
dedic, durante la cena, a preparar sus prximos movimientos tcticos. Pinta
percibi la tirantez de la atmsfera y la causa que la provocaba, y guard
silencio. Tan pronto como la cena termin, se levant de un salto, bes a sus
padres, y se despidi.
-Estudi tanta lgebra que me duele la cabeza -dijo-. Me voy a acostar.
Se hizo un silencio, roto finalmente por Rika.
-No le gusta la gobernanta.
Ettore se encogi de hombros.
-No me extraa. Adems, se siente sola sin sus compaeros de colegio.
Se levant, camin hasta el bar, se sirvi un coac y permaneci de pie,
bebindolo lentamente mientras la mucama retiraba la vajilla. Recin cuando la
puerta se cerr, dijo:
rosa con todas las espinas intactas, conservaba el punzante olor del amor
reciente. Ettore hizo un esfuerzo para volver a la realidad.
-Pinta -dijo simplemente-. La nia tiene que volver a la escuela. No es
bueno para ella estudiar con una gobernanta. Ya tiene once aos y quedar
rezagada.
Ella volvi a la cama y le alcanz un cigarrillo encendido.
-Estoy de acuerdo -dijo, para su sorpresa-. Precisamente ayer estuve
hablando de esto con Gina. Ellos piensan mandar a Aldo y a Marielle a Suiza. Es un
colegio muy bueno, queda en los alrededores de Ginebra, y ensean en italiano.
Hay muchos nios italianos all.
El hombre se irgui.
-Pero Rika, eso es absurdo. Se sentir ms desdichada an, lejos de casa; y
adems, ese colegio debe de ser carsimo. Vico es un abogado de xito, gana una
fortuna, en gran parte fuera del pas. Adems, ellos pasan mucho tiempo en
Ginebra. Es casi su segundo hogar.
Rika se acomod las almohadas detrs de la espalda y se prepar para lo
que saba que sera una discusin sumamente difcil.
-Escucha, Ettore: he pensado en todo. Vendemos el departamento de
Roma, los precios son muy buenos en este momento y, de todos modos, Roma est
bastante aburrida ltimamente. Entonces, usamos ese dinero para comprar un
departamento en Ginebra. Est a slo treinta minutos de avin desde Miln, lo
mismo que tardas en llegar aqu en automvil.
Ettore suspir, pero ella volvi a la carga.
-Adems, me aburro mucho aqu en invierno, t ests siempre viajando o te
quedas en Miln. En cambio, yo podra pasar la mayor parte del tiempo en Ginebra
y estar con Pinta los fines de semana; y t tambin podras viajar.
Termin su discurso con absoluta naturalidad.
-Cara, el departamento de Roma est hipotecado, lo sabes -dijo Ettore con
impaciencia-. Si lo vendo, todo el dinero pasar al Banco. No me refinanciarn la
deuda; menos an para comprar una propiedad en el extranjero. Por otra parte,
Ginebra es la ciudad ms cara del mundo. Los precios de las propiedades
ascienden al doble que en Roma. Aun cuando pudiese hacer lo que deseas, slo
podramos comprar una vivienda muy pequea en la cual t, especialmente t, no
podras vivir ni siquiera un fin de semana.
Se produjo un largo y helado silencio, mientras Rika reflexionaba. Por
ltimo, se extendi en la cama y se cubri con la sbana hasta el mentn.
-Pues bien; entonces, tendrs que buscar otra solucin -dijo-. Es la
seguridad de mi hija lo que est en juego. No permitir que Pinta corra ningn
peligro. Mira lo que le sucedi al chico de los Macchetti. Lo secuestraron en la
puerta de la escuela. -Levant la voz.- En la puerta de la escuela, a pleno da y en
Miln! Acaso no piensas en tu hija? Tienes que encontrar una solucin.
2
Guido Arrellio avanz sin ruido hacia la terraza de la Pensione Splendide. A
la escasa luz del amanecer, apenas alcanzaba a distinguir la silueta del hombre
sentado en la silla. El sol ya se haba elevado por detrs de las colinas, pero all,
frente a la baha, pasaran an algunos minutos antes que la luz permitiera ver al
hombre claramente. Y l quera verlo claramente.
Pietro lo haba llamado a la casa de su madre, en Positano, poco despus de
medianoche, para decirle que haba llegado un forastero. Un hombre llamado
Creasy.
Guido permaneci observando al hombre hasta que la luz defini bien sus
rasgos. Cinco aos, pens, y ya se nota un cambio. Un ao antes, alguien que pas
por el lugar -ya haba olvidado quin- le dijo que Creasy beba y se estaba
arruinando. Ya a plena luz, se poda ver a su lado la botella vaca.
Estaba abandonado en la silla, el cuerpo flojo y sooliento, pero no dorma.
Los ojos de pesados prpados, en la cara cuadrada, contemplaban la ladera,
mientras la luz dibujaba poco a poco las casas, cada una con su terraza. Luego
Creasy se volvi y Guido sali de las sombras.
-a va, Creasy.
-a va, Guido.
Creasy se incorpor y extendi los brazos, y los dos hombres se
abrazaron, mejilla con mejilla, y se estrecharon largamente.
-Caf? -pregunt Guido- y Creasy asinti, pero antes de dejarlo ir lo
retuvo un momento, con el brazo extendido, y escrut su rostro. Despus dej
caer las manos y se sent.
Guido -un hombre ms bajo y menor que Creasy- se dirigi a la cocina
profundamente preocupado. La verdad era que Creasy se haba abandonado
mucho, y eso indicaba que las cosas andaban muy mal porque l era un hombre que
se haba mantenido siempre bien, que siempre haba cuidado su estado fsico y su
apariencia. Se haban encontrado por ltima vez poco despus de la muerte de
Julia.
Los recuerdos aumentaban la preocupacin de Guido. Porque la ltima vez
que lo vio, Creasy estaba bien y apenas si aparentaba ms edad que cuando se
conocieron. Mientras calentaba el caf, Guido calcul: hara unos veintitrs aos,
y Creasy siempre haba parecido no tener edad, estacionado en sus juveniles
cuarenta aos. Volvi a calcular. Creasy estara aproximndose a los cincuenta, y
era esa edad la que representaba, y an ms. Qu haba pasado en aquellos cinco
aos?
La ltima vez, Creasy se haba quedado dos semanas, silencioso como de
costumbre, pero su tranquila presencia le haba dado fuerzas, colocando un
eslabn en una cadena rota.
Cuando volvi a la terraza, el sol se elevaba sobre las colinas circundantes
y Npoles despertaba, el ruido del trnsito apagado pero audible. Un barco de
guerra estaba anclado en la baha y, ms all, se divisaba la popa de un enorme
trasatlntico. Guido deposit la bandeja sobre la mesa, sirvi el caf y los dos
hombres permanecieron tranquilamente sentados, bebindolo y contemplando el
paisaje.
Creasy rompi el silencio.
-Te caus algn problema?
Guido hizo una mueca.
-No, slo que mi madre tiene una de sus misteriosas y peridicas
enfermedades.
-Deberas haberte quedado con ella.
Guido mene la cabeza.
-Elio llegar de Miln hoy, por la maana. A ella le dan estos ataques
cuando cree que la estamos descuidando. No es tan complicado para m, que slo
tengo cuarenta minutos de coche, pero es una molestia para Elio.
-Cmo est l?
-Bien. Lo hicieron socio el ao pasado y, adems, tiene otro hijo, un varn.
Permanecieron otra vez en silencio durante algunos minutos. Un silencio
cmodo, slo posible entre buenos y viejos amigos, que no necesitan conversar
para mantener la comunicacin. El transatlntico se perda ya en el horizonte
cuando Guido volvi a hablar.
-Ests cansado. Ven, te arreglar una cama.
Creasy se despabil.
-Y t? No has dormido en toda la noche.
-Har una siesta despus del almuerzo. Cunto tiempo puedes quedarte?
-No tengo planes, Guido -respondi Creasy encogindose de hombros-. Slo
quera verte, saber cmo estabas.
-Est bien -asinti Guido-. Haca mucho que no nos veamos. Estuviste
trabajando ltimamente?
-No durante los ltimos seis meses. Acabo de llegar de Crcega.
Se dirigan juntos hacia la puerta, pero al or aquello Guido se detuvo y lo
interrog con la mirada.
Mene la cabeza.
-Cundo vuelve?
Pietro se encogi de hombros. El hombre no pareci sorprenderse por
aquella falta de cooperacin.
-Esperar -dijo, apart al muchacho y subi las escaleras hacia la terraza.
Pietro reflexion por un momento y despus lo sigui. Senta que deba
enojarse, exigir una explicacin, pero el sentimiento de amenaza haba
desaparecido. El hombre estaba sentado en una de las sillas de paja esparcidas
en la terraza. Miraba hacia abajo, hacia las luces de la ciudad. Su actitud y su
conducta le recordaban a Guido.
Le pregunt si deseaba algo.
-Scotch -fue la respuesta-. Una botella, si tienes.
El muchacho llev la botella y un vaso y despus de pensarlo un momento le
pregunt su nombre.
-Creasy -respondi-. Y t?
-Pietro. Soy el ayudante de Guido.
El hombre se sirvi el whisky, bebi un sorbo y mir con dureza al
muchacho.
-Vete a dormir. No robar nada.
De modo que Pietro descendi la escalera y, a pesar de lo avanzado de la
hora, telefone a Guido a casa de su madre. Guido le dijo:
-Est bien; vete a dormir. Volver maana.
Estaban preparando el almuerzo cuando Guido sorprendi al muchacho
dicindole de pronto:
-Es norteamericano.
-Quin?
-Mi amigo, Creasy -Guido seal el techo.
-Pero habla italiano perfectamente, como un napolitano.
-Yo le ense -dijo Guido.
La sorpresa de Pietro iba en aumento a medida que Guido continuaba
contando.
- Estuvimos juntos en la Legin, y tambin despus, hasta hace ocho aos,
cuando yo me cas.
-La Legin?
-La Legin Extranjera -dijo Guido-. La seccin francesa.
El muchacho se entusiasm. Para l, como para la mayora de las personas,
aquellas palabras evocaban imgenes falsas: dunas de arena, fuertes remotos,
amor desinteresado.
-Yo me un a la Legin en 1955, en Marsella. -Guido sonri al advertir el
inters que se reflejaba en la cara del muchacho-. Estuve seis aos. -Dej de
cortar las verduras y su rostro, por lo general impasible, se suaviz levemente
con el recuerdo-. No fue como t crees. Las cosas nunca son como uno cree. Pero
fueron aos buenos; los mejores.
Fue la llegada de Creasy y la evidente curiosidad de Pietro lo que
desencaden los recuerdos de Guido y lo llev, por el camino de la memoria, hasta
1945. Tena once aos. Un padre muerto en el norte de frica.
Un hermano de seis aos, siempre hambriento; y su propia hambre. Una
madre cuya debilidad y cuyo fatalismo eran tales que su nica respuesta frente a
la catstrofe consista en rezar cada vez ms en la iglesia de Positano.
Guido, en cambio, no tena tanta fe. Haba caminado los cincuenta
kilmetros hasta Npoles. Saba que all estaban los norteamericanos y, por lo
tanto, que all haba comida.
Se convirti en uno ms dentro de aquel ejrcito de pilluelos, y descubri
que tena condiciones para aquel tipo de vida. Lo que no poda conseguir
pidindolo, lo robaba. Bien pronto se estableci; dorma en un rincn de un
stano, junto con media docena de chicos como l. Y aprendi las costumbres de
los norteamericanos; sus debilidades y su generosidad.
Aprendi en qu restaurantes coman y en qu bares beban, y los
prostbulos y las mujeres que frecuentaban. Aprendi que el mejor momento para
pedir era cuando la bebida aumentaba la generosidad de los norteamericanos; y el
mejor momento para robar, cuando el sexo y el deseo acaparaban su atencin.
Aprendi a conocer todas las curvas y rincones de las calles estrechas y
empedradas, y sobrevivi. Una vez por semana caminaba por la ruta costera hacia
Positano, llevando chocolate, dinero y carne en conserva. Elio ya no tena hambre
y su madre rezaba y encenda velas en la iglesia, justificaba su fe, satis fechos
sus ruegos.
El hambre y la necesidad no son buenos maestros de moral. Una sociedad
que no puede satisfacer las necesidades bsicas de la vida difcilmente logra que
se obedezcan sus leyes. Guido nunca regres a vivir en Positano. Npoles fue su
escuela, su pan de cada da y el horizonte de su futuro. Al principio slo
sobrevivi, alimentndose, como una rata, de los desperdicios de la ciudad. Pero
una vez solucionado el problema de la supervivencia, su inteligencia pareci
despertar. A los quince aos diriga a una docena de muchachos como l,
organizados en una banda, que robaba todo aquello que no estuviera bajo llave o
adherido al piso. La infancia simplemente lo pas por alto. Nada supo de juegos
de nios o de emociones infantiles. Para l, lo "bueno" era, en primer lugar, la
supervivencia, y en segundo lugar, la posesin; y lo "malo", ser dbil o dejarse
atrapar. Aprendi muy pronto que la audacia era la clave del liderazgo. Los otros
observaban y esperaban, y cuando reconocan a un audaz, lo seguan.
Los norteamericanos liberaron la ciudad y liberaron tambin el delito. Bajo
estructura, y vea ante s una larga y promisoria carrera. Pero a medida que los
jefes prosperaban, comenzaban tambin las desavenencias, y terminaron por
reir. La estructura, aunque de alcance nacional, no estaba an tan solidificada y
disciplinada como en los tiempos anteriores al fascismo. Los antiguos jefes del
Sur no haban podido imponer su autoridad. Haban comenzado a hacerlo en Roma
y en el Norte Industrial, pero dejaron Npoles para el final. Esta ciudad era,
tradicionalmente, la ms difcil de Italia, y sus delincuentes no constituan una
excepcin.
Dos facciones lucharon por el poder en Npoles. Guido tuvo que elegir, y
cometi el primer error de su incipiente carrera. Se aline con un tal Vagnino, lo
que quiz fue natural, ya que Vagnino era fuerte en la prostitucin y en los
puertos. Pero Vagnino ya era viejo, haba estado mucho tiempo en prisin y su
carcter se haba debilitado. En consecuencia, a Guido y a su banda les fue mal en
el conflicto. Como ocupaban los ltimos peldaos de la escala, en la batalla
quedaron al frente. En un mes, la mitad de la banda estaba muerta o haba desertado, y Guido mismo fue a parar al hospital, con la espalda y las nalgas perforadas
por el plomo de un disparo de escopeta. Tuvo suerte: podra haber estado
mirando hada el otro lado.
Mientras Guido yaca boca abajo en el hospital, su protector, Vagnmo,
cansado y desprevenido, cenaba en el restaurante adonde no debi ir y fue
acribillado a balazos antes de terminar el fritto misto que estaba comiendo.
En este punto, la polica hizo una tarda demostracin de autoridad. Los
peridicos y los polticos reclamaban accin. Se hicieron tratos entre los
vencedores, liderados por un tal Ploriano Conti, y el fiscal.
Se presentaron pruebas y una docena de delincuentes menores fueron
juzgados y enviados a prisin. Guido estuvo entre ellos. Sentado en la sala de
audiencias, rgido y angustiado, oy al juez condenarlo a dos aos de crcel. Tena
dieciocho aos.
La prisin fue una experiencia tremenda. No lo afectaron los malos tratos
ni las humillaciones: la vida lo haba preparado para eso. Descubri que padeca
una claustrofobia leve pero real, que se manifestaba en forma de depresin
aguda. El sistema carcelario italiano de la poca no tena en cuenta tales
problemas y, en consecuencia, Guido sufri mucho.
Cuando sali en libertad se qued dos meses en Positano. No se instal en
casa de su madre sino que permaneci en las colinas que rodeaban el pueblo,
durmiendo al aire libre, en los acantilados, con el mar al frente y las montaas
detrs. Poco a poco se recuper y resolvi que nunca ms volvera a sucederle
aquello. La experiencia no lo haba reformado, pero en el futuro caer preso
dejaba de ser una alternativa. El Splendide haba sido cerrado por la polica; la
casa estaba vaca y no produca renta alguna. En los ltimos dos aos, Conti haba
consolidado su poder en la ciudad y celebrado alianzas de trabajo con influyentes
funcionarios, tanto policiales como gubernamentales. Guido saba que para volver
a abrir el Splendide necesitara la aprobacin tcita de Conti, de modo que lo
primero que hizo al llegar a Npoles fue tratar de concertar una entrevista.
Conti era un hombre joven, de poco ms de treinta aos, y perteneca a la
nueva clase de jefes. Despus de haberse establecido firmemente por medio de
la violencia, adopt actitudes de hombre de negocios. Se dio cuenta de que, para
sacar partido de su poder, era necesario llegar a ciertos acuerdos con otros
jefes nacionales. El tema del momento era la cooperacin, y cuando llegaron
emisarios de Palermo accedi a hacer una serie de entrevistas con miras a
establecer esferas de influencia y escalas de poder.
Estas reuniones realizadas durante 1953 y 1954 eran curiosamente
similares a la eleccin de un Papa: se llevaban a cabo en secreto, pero el
resultado no era anunciado por una columna de humo. Hubo grandes luchas por el
poder. Los tradicionalistas ms duros de Calabria no queran que los jefes ms
sofisticado s de Miln y Turn tuviesen tanto poder. A su vez, los del centro
-Roma y Npoles- pretendan que las cosas volviesen a ser como antes de la
guerra. Todos aceptaban que tena que haber orden y estructura y que alguien
deba actuar como rbitro, lo que, de hecho, significaba ser el hombre de
mayor influencia.
Los jefes del Norte no estaban dispuestos a aceptar a los de la Calabra, y
viceversa. Moretti, de Roma, era considerado demasiado dbil, y Conti,
demasiado joven.
Como era natural en tales circunstancias, se lleg a un acuerdo. Las
reuniones haban sido promovidas y organizadas desde Palermo; el jefe all era
Cantarella. Cantarella era un hombre pequeo, acicalado y diplomtico. Estaba
serenamente decidido a volver a establecer en Palermo la cabecera de las
actividades, y no se equivocaba. El acuerdo lo promovi a rbitro interino.
Ninguno de los presentes fue capaz de apreciar cabalmente su habilidad y su
talento poltico, y no se dieron cuenta de que durante los siguientes veinte aos
aquellas cualidades mantendran y reforzaran su posicin. Todo estaba dispuesto
para un largo perodo de relativa paz, y de grandes ganancias.
Guido haba quedado gratamente impresionado por la cordialidad de Conti
y por el aspecto comercial de las oficinas. El salvajismo de dos aos atrs
perteneca al pasado. Lo pasado, pisado, le asegur Conti. Ahora las cosas eran
diferentes, y Guido podra sin duda volver a abrir el Splendide. Habra
cooperacin y se llegara a acuerdos financieros.
Guido sali de la oficina lleno de confianza; pero su confianza era un error:
Conti no haba perdonado. Guido y su banda fueron la rama ms letal de la
oposicin y Conti no les permitira restablecerse.
Pero uno de los primeros edictos de Palermo haba sido que la lucha
fratricida deba ser reducida al mnimo. Conti no se senta an lo suficientemente
fuerte como para desafiar al nuevo rbitro. Por lo tanto, la solucin era obvia:
permitir a Guido reabrir el prostbulo, y en el momento adecuado retirarle la
proteccin. La polica hara el trabajo por l y sus vinculaciones con la justicia le
permitiran poner a Guido fuera de circulacin por largo tiempo. Era una solucin
moderna y progresista.
Guido no le explic todo aquello a Pietro. Comenz su historia en el
momento en que recibi un aviso de que su proteccin haba sido levantada y la
polica se diriga a buscarlo. Nunca supo quin lo llam aquella noche, pero era
evidente que Conti tena sus propios enemigos. Fue un momento terrible. Se dio
cuenta de que Conti no haba perdonado, y estudi las alternativas posibles. Todo
estaba muy claro: poda esconderse, pero no por mucho tiempo. Conti o la polica
terminaran por encontrarlo. Poda luchar, pero perdera. Por ltimo, poda irse
del pas. En ningn momento consider la posibilidad de entregarse a la justicia:
la prisin no figuraba entre sus alternativas.
Escribi una carta a su madre, dndole las seas de un abogado honesto en
Npoles e instrucciones para que ste se ocupase de alquilar la propiedad y
entregarle la renta, para su manutencin y para los estudios de Elio. Terminaba
diciendo que quizs estara fuera por largo tiempo. Despus baj al puerto, donde
todava tena amigos que podran esconderlo, aunque fuese por algunos das.
Su madre recibi la carta al da siguiente e inmediatamente se dirigi a la
iglesia a rezar. Aquella misma noche Guido embarc clandestinamente en un viejo
vapor carguero, y dos noches despus desembarc, tambin clandestinamente, en
Marsella. Tena veinte aos, poco dinero y ningn proyecto. Al da siguiente firm
contrato con la Legin y una semana despus estaba en Argelia, en el campo de
entrenamiento de Sidi-bel-Abbes.
-Tuviste miedo? -pregunt Pietro-. Sabas lo que te esperaba?
Guido mene la cabeza y sonri levemente con el recuerdo.
-Yo haba odo las historias habituales, y pensaba que aquello sera
terrible, pero no tena eleccin. Mis documentos no estaban en regla, slo
hablaba italiano, y casi no tena dinero. Adems, pens que en el plazo de uno o
dos aos podra desertar y volver a Npoles.
Las cosas no haban sido, en absoluto, como afirmaba la leyenda. Fue una
vida dura, especialmente durante las primeras semanas; y la disciplina era
implacable. Pero l tambin era duro, y el entrenamiento le interes y desarroll
en l aptitudes latentes. Acept la disciplina, porque tampoco tena opcin. El
castigo por desobedecer las ordenes consista en un traslado al batalln de
castigo, que era el infierno en la tierra, o bien -por faltas menores- en un perodo
de reclusin, lo cual en su caso hubiese sido peor. Se preocup, por lo tanto de
obedecer todas las rdenes y se convirti en un recluta modelo, hecho que
hubiese sorprendido a muchos en Npoles.
poner fin a la guerra, los colonos blancos, los peds noirs, reaccionaron
ferozmente. Levantaron barricadas en Argel y desafiaron al ejrcito. Muchos de
los soldados profesionales simpatizaban con ellos, sobre todo las rudas unidades
de paracaidistas que haban soportado lo ms reido de la batalla.
Se orden a los gendarmes limpiar las barricadas, y se enviaron dos
unidades especiales para apoyarlos; una de ellas era el Primer Regimiento
Especial de Paracaidistas de la Legin. Las dos unidades se mostraron remisas a
colaborar, y como consecuencia los gendarmes sufrieron grandes bajas. El
coronel Dufour fue relevado de su cargo, pero en vez de reemplazado por un
oficial polticamente confiable, el alto comando design provisoriamente a Elie
Denoix de St. Marc. St. Marc era algo as como el eptome del oficial de la
Legin. Rudo, idealista y valiente, sus hombres lo adoraban y l hubiese podido
conducirlos a cualquier parte. Los condujo a la "rebelin de los generales", de
1961, contra De Gaulle; y el Regimiento Especial de Paracaidistas fue la piedra
angular de sus planes. Creyeron que el resto de la Legin seguira su ejemplo,
pero se equivocaron y slo la divisin comandada por St. Marc se rebel contra el
gobierno, llegando hasta a arrestar a Gambiez, el comandante en jefe del
Ejrcito.
La rebelin fracas y el 27 de abril de 1961, los mil doscientos legionarios
del Primer Regimiento Especial de Paracaidistas dinamitaron sus barracas e
hicieron estallar todas sus municiones. Los pieds noirs se alinearon a lo largo de
la ruta y lloraron mientras los paracaidistas abandonaban Zralda, cantando le ne
regrette ren, de Edith Piaf.
El regimiento fue desmantelado y degradado. Haba perdido trescientos
hombres en la guerra por Francia, pero De Gaulle se mostr vengativo. Los
soldados rasos fueron trasladados a otras unidades de la Legin. Los oficiales
huyeron y se unieron a la DAS, el ejrcito extremista clandestino, o se rindieron
para someterse a juicio militar por amotinamiento. Los suboficiales de mayor
graduacin fueron dados de baja; Creasy y Guido entre ellos.
Slo haban hecho lo que se les haba enseado a hacer: obedecer a sus
oficiales.
-Te echaron? -pregunt Pietro, incrdulo-. A pesar de que slo habas
obedecido rdenes?
-Era una poca de grandes pasiones polticas -respondi Guido,
encogindose de hombros-. Hubo un momento en que hasta pensamos descender
sobre Pars en paracadas y arrestar a De Gaulle. El pueblo francs estaba
horrorizado, y con razn. Por entonces, la Legin contaba con ms de treinta mil
hombres, y nada podra habernos detenido si hubisemos actuado unidos.
Trabaj un rato en silencio y despus continu hablando.
-Fue la primera vez que los franceses se dieron cuenta de que la Legin
poda significar una amenaza para la misma Francia. Es por eso que, an hoy, el
grueso de la Legin tiene base en Crcega y en otros sitios fuera de la Francia
continental.
-Qu hiciste entonces? -pregunt el muchacho.
-Creasy y yo permanecimos juntos. El nico entrenamiento que tenamos
era el militar. A m todava me buscaba la polica aqu, y Creasy no tena adnde
ir. Entonces buscamos una guerra y la encontramos en Katanga.
-Katanga? Guido sonri.
-Siempre me olvido de que eres demasiado joven para saber ciertas cosas.
Katanga era una provincia del Congo Belga. Actualmente se llama Shaba. Cuando
los belgas se retiraron en el 61, Katanga trat de independizarse. Pertenecan a
una tribu diferente y posean la mayor parte de la riqueza mineral del pas.
Muchos mercenarios fueron a luchar en Katanga.
Se unieron a un ex coronel de paracaidistas francs, llamado Trinquiero
Los conoca desde Argelia y reclut encantado a dos hombres de tanta
experiencia. De modo que se hicieron mercenarios, lo cual no signific una gran
diferencia para ellos, excepto que extraaban la Legin. Aquel comn sentimiento
de prdida los uni an ms, y su amistad se convirti en un vnculo raro entre
personas del mismo sexo. Adems, pronto se hicieron famosos entre los otros
mercenarios por sus conocimientos blicos. El entendimiento que haba entre los
dos hombres era tan profundo que se movan y actuaban como si fuesen uno solo,
aun sin comunicacin aparente. Eran particularmente afectos a "limpiar
edificios", es decir, a expulsar al enemigo de una posicin urbana. Tenan sus
propias tcnicas: se daban cobertura mutuamente, y avanzaban de habitacin en
habitacin o de edificio en edificio con una sincronizacin tan perfecta que los
otros mercenarios quedaban admirados. Llegaron a hacer un arte del uso de la
granada y la ametralladora liviana.
Despus del fracaso de la secesin katanguesa se unieron a otros
mercenarios en el Yemen, bajo las rdenes de Denard, pero volvieron al Congo tan
pronto como Chombe regres del exilio. Denard diriga el 6 Comando Francs, Y
Guido y Creasy hicieron toda aquella guerra confusa y complicada, hasta que
Mobutu triunf. Luego, junto con cientos de otros mercenarios, retrocedieron
hasta Bukavu. Terminaron internados en Ruanda, bajo la proteccin de la Cruz
Roja Internacional. Tuvieron que entregar las armas y, para Guido, los cinco
meses que siguieron fueron un tormento.
Aunque dispona de un amplio espacio para moverse, el mero hecho de la
restriccin resucit su antigua claustrofobia. Para ayudarlo a mantener la mente
ocupada en otra cosa, Creasy le ense ingls y le pidi, a su vez, que le enseara
italiano. Guido encontr difcil el ingls, pero Creasy demostr tener buen odo
para los idiomas, y muy pronto lleg a dominar el italiano. Comenzaron a hablar
cada vez ms en esta lengua y, al cabo de un ao, haban abandonado el francs
por completo.
Despus de cinco meses en Kigali fueron repatriados a Pars. Dos semanas
en los bares y prostbulos de Pigalle barrieron los malos recuerdos; despus,
empezaron a buscar trabajo. Los mercenarios no eran bien vistos en el frica
negra y, de todos modos, Guido y Creasy pensaban que un cambio de lugar les
vendra bien. Fuera de los meses pasados en el campo de prisioneros de guerra, a
Creasy le haba gustado Indochina, y cuando recibieron un ofrecimiento de un tal
mayor Harry Owens, retirado del ejrcito estadounidense, escucharon con
atencin.
Los norteamericanos estaban, por entonces, muy comprometidos en
Vietnam y, para su sorpresa, encontraron que la campaa era dura. Resultaba
evidente que no bastara la mera superioridad de potencial humano y de
pertrechos de guerra.
Naturalmente, la CIA tena ideas claras acerca de cmo ganar la guerra y,
disponiendo de un abultado presupuesto, estaba reclutando y entrenando una
serie de ejrcitos privados, tanto en Vietnam del Sur como en la vecina Laos.
Necesitaba instructores para Laos, y los ex sargentos de la Legin eran
excelentes en esa funcin. Adems, la experiencia de Creasy en la campaa
francesa en Vietnam constitua una ventaja adicional.
De modo que los dos amigos partieron rumbo a Laos, trabajando
nominalmente como supervisores de embarque de la compaa Air America,
fachada de la CIA. Era sta una firma que, supuestamente, trasportaba cargas a
travs del Sudeste asitico. En realidad, proporcionaba alimentos y equipo -y
muchas cosas ms- a los ejrcitos privados de la CIA.
Creasy y Guido permanecieron dieciocho meses entrenando a los miembros
de la tribu Meo, en la planicie de Jars.
Cuando las cosas empeoraron para los norteamericanos, la CIA respondi
enviando "unidades de penetracin". Se trataba de grupos mercenarios, que
penetraban en Vietnam del Norte y Camboya para hostigar las rutas de
abastecimiento del Vietcong. Creasy y Guido fueron "promovidos" a esta unidad,
que la computadora de la CIA en Langley Field, Virginia, denominaba PUXUXP 40.
Esta sigla significaba "unidad de penetracin de personal no norteamericano,
compuesta de cuarenta hombres". La computadora consideraba completamente
prescindible a esta unidad.
Hacia fines de 1971, en efecto, se haba prescindido ya de treinta de los
miembros originales. Entonces, Guido y Creasy resolvieron tomarse una licencia
larga, o tal vez definitiva. Haban participado en doce misiones secretas y fueron
heridos varias veces. Tambin acumularon mucho dinero: la computadora era
generosa.
Mientras tanto, Guido se enter de que era posible persuadir a la polica
de Npoles de que no lo persiguiera si volva, y de que Conti haba prosperado y
3
Ettore y su abogado almorzaban en Granelli. Se sentaron en la semiprivacidad de un reservado y comieron prosciutto con meln, seguido de vitello
tonnato, acompaado por una botella de vino de la bodega Barolo. Algo pesado
aquel vino, para la carne; pero a Vico le gustaba, y lo pidieron.
Analizaban los problemas financieros de Ettore. Vico se mostr bastante
optimista. Las cosas podran arreglarse. l mismo hablara con los banqueros.
Ettore no tena por qu ser pesimista.
Ettore se senta disminuido. Siempre que estaba con su abogado le suceda
lo mismo. Vico Mansutti era educado, apuesto, elegante y cnico. Luca un traje de
gabardina de seda con un delicado diseo de rayas finsimas, hecho a medida
-Ettore lo saba- por Huntsman's de Saville Row. Su camisa era de voile de
algodn suizo, la corbata de seda de Como y los zapatos de Gucci. No haba en l
nada sinttico: al menos por fuera. Usaba el cabello largo y a la moda, y el bigote
negro equilibraba su rostro delgado y bronceado. A los treinta y seis aos, dos
menos que Ettore, era reconocido como el abogado ms inteligente y de mejores
vinculaciones en Miln.
De modo que sus palabras tranquilizaron a Ettore pero no lograron disipar
su sentimiento de inferioridad.
Un mozo se acerc a la mesa y, diestra y silenciosamente, sirvi ms
Barolo. Entonces, Ettore abord el siguiente problema: Rika. Explic la obsesin
de su mujer por la seguridad de Pinta y, dado que Vico era un amigo, habl
tambin de los factores sociales. Vico escuchaba con expresin divertida.
-Ettore -dijo, sonriendo ante la expresin preocupada de su amigo-. Te
envidio profundamente. Los problemas que crees tener son insignificantes, y las
ventajas que ignoras son reales y enormes.
Vico dej el tenedor sobre el plato y levant la mano izquierda, con los
dedos extendidos.
-Nmero uno -dijo, colocando el ndice de la mano derecha sobre el pulgar
de la izquierda-: tu reputacin es tal que, a pesar de lo que les debes, los Bancos
seguirn apoyndote hasta que las cosas mejoren.
-La reputacin de mi familia, querrs decir -interrumpi Ettore-. Sobre
todo, la de mi padre.
Vico se encogi de hombros. Para l no haba diferencia. Luego pas al
segundo dedo.
-Nmero dos: tu casa del lago de Como, que compraste hace ocho aos por
ochenta millones de liras, hoy vale por lo menos doscientos cincuenta millones.
-Y est hipotecada por doscientos.
Otra vez el gesto displicente. Vico sigui enumerando.
-Nmero tres: tienes una hija cuya belleza y encanto slo pueden
compararse con, nmero cuatro, la belleza y el encanto de tu esposa, Rika. Y sin
embargo, ests ah sentado mirndome como si te hubiera sucedido una
desgracia.
Hizo una sea al mozo, orden el caf, y volvi a dirigirse a Ettore.
-Debes examinar las cosas con cierta perspectiva. Tienes este pequeo
problema porque mimas demasiado a Rika, lo cual es absolutamente natural.
Cualquier hombre, casado con Rika, hara lo mismo. Yo lo hara.
Se interrumpi para beber un sorbo de vino, y luego continu.
-El error que cometiste, si es que puedo llamarle error, fue permitir a Rika
que sacase a Pinta del colegio despus del secuestro de los Carmelitas.
-Oh momento! -protest Ettore-. Yo no supe nada; estaba en Nueva York.
Cuando regres, Rika ya haba contratado a la gobernanta. Fue un fait accompli.
-S, desde luego, Rika es impulsiva -dijo Vico sonriendo- pero en aquel
momento todo le pareci una tragedia. Mandar a Pinta de nuevo al colegio en las
mismas condiciones equivaldra a reconocer que estuvo equivocada. -Levant una
ceja.- Cundo fue la ltima vez que Rika admiti haberse equivocado?
Ettore sonri con aire apesadumbrado, ante la pregunta retrica.
-Por lo tanto -continu Vico-, lo que debes hacer es, como dicen los chinos,
permitirle a Rika salvar la fachada.
-Est bien -concedi Ettore. Y agreg-: pero cmo?
-Contratando un guardaespaldas -respondi Vico con toda tranquilidad.
-Vico: se supone que eres un hombre inteligente y capaz de razonar con
Por lo general slo se quedaba algunos das, relajado y cmodo, y una noche
anunciaba que se iba, y al da siguiente parta. Pero en la ltima ocasin se haba
quedado un mes. Nunca estaba ocioso; le gustaba trabajar con las manos, y
siempre se dedicaba a hacer pequeas reparaciones en la casa.
Despus de la cena, cuando se retiraba el ltimo cliente, los tres se
sentaban alrededor de la gran mesa de la cocina y miraban televisin, lean o
conversaban. Julia sola sonrerse de la conversacin de los dos hombres. Su
entendimiento era tal que las frases se reducan a una o dos palabras. A veces
era Guido el que comenzaba, preguntando por algn conocido comn.
-Miller?
-Angola.
-Mujeriego?
-Como siempre.
-Pero firme?
-Una roca.
-Y la Uzi?
-Juntos.
Para Julia, gran parte de la conversacin resultaba ininteligible, sobre
todo cuando hablaban de armas. Despus de las primeras visitas, Guido quedaba
intranquilo por algunos das, pero no deca nada. Y durante la ltima, la ms
prolongada, se lo vio feliz y sereno. De modo que cuando Creasy anunci su
partida, Julia le dijo lisa y llanamente que, si quera, poda quedarse y vivir con
ellos. Guido no dijo nada, porque no era necesario. Creasy le dedic a Julia una de
sus raras sonrisas, y replic:
-Algn da me quedar, y reparar todo el cerco, y pintar la casa una vez
por mes.
Guido y Julia saban que no menta. Un da llegara de improviso y
simplemente nunca ms anunciara que se iba. Y todo estara bien y sera justo.
Pero un da Julia sali de compras, y sucedi que el equipo local de ftbol
haba ganado y sus partidarios recorran la ciudad en una caravana de
automviles, haciendo sonar las bocinas y agitando banderas, y uno de los coches,
con ocho borrachos a bordo, perdi el control, subi a la vereda y aplast a Julia
contra la pared.
Creasy lleg una semana despus, cansado de un largo viaje. Guido olvid
preguntarle cmo se haba enterado. Se qued dos semanas y su presencia ayud
a Guido a sobreponerse.
Guido permaneci sentado en el coche, contemplando el crepsculo sobre
la baha. El sol se haba ocultado y slo se vean sus reflejos. Trat de imaginar
cmo habra sido su vida si nunca hubiese conocido a Julia, e imaginndolo sinti
que comprenda a Creasy.
4
-Le dieron el revlver?
-S.
-Mustremelo, por favor.
Creasy sac la mano derecha del volante, la meti bajo el saco y le entreg
el revlver.
Ettore lo sopes cautelosamente. Era la primera vez que tena una pistola
en la mano, y estaba fascinado.
-Qu marca es?
-Beretta 84.
-Usted ha usado antes un arma de este tipo?
-S. Es una buena pistola.
-Est cargada?
Creasy desvi la mirada de la ruta y la clav en el italiano.
-Est cargada -dijo secamente.
Ettore devolvi la pistola y siguieron viaje rumbo a Como.
Le haba pedido al norteamericano que manejase el Lancia para juzgar su
competencia. Comprob con alivio que Creasy conduca suave y firmemente.
Conseguir un guardaespaldas no fue tan sencillo como haba dicho Vico. Al
era evidente que Rika tena una idea preconcebida de la clase de hombre que su
marido deba contratar: italiano, educado y atento, joven y atltico, con
experiencia en su trabajo.
Rika, por su parte, tambin observaba a Creasy. En primer lugar, era
norteamericano y ella, como muchos italianos de clase alta, tenda a menospreciar
a los norteamericanos. Adems, aunque alto y robusto, ya no era joven, y no
pareca demasiado atltico.
Tampoco dej de tomar en cuenta su ropa, deportiva y cara: pantalones
beige, polera, chaqueta marrn oscuro. Observ que la mano que sostena el vaso
estaba llena de cicatrices pequeas, como de quemaduras, y que le faltaba la
punta del dedo meique. Despus levant la mirada para examinar la cara del
hombre, y se dio cuenta de que era muy alto. Tena una cicatriz en la frente y
otra en la mandbula, y sus ojos, de pesados prpados, la miraban con
indiferencia. Aquel hombre le daba miedo. La comprobacin la sobresalt. A ella
no la asustaban los hombres. Nunca haba sentido miedo en presencia de un
hombre.
Ettore rompi el silencio.
-Dnde est Pinta, querida?
-Arriba -respondi Rika, reaccionando-. Bajar dentro de un momento.
Ettore advirti que su irritacin se haba desvanecido, pero para ser
reemplazada por un aire de confusin.
-Pinta est muy emocionada porque va a tener un guardaespaldas -dijo
Rika, dirigindose a Creasy y sonriendo levemente.
-Soy el primero? -pregunt Creasy.
-S. Usted habla italiano como un napolitano.
-Me ense un napolitano.
-Vivi en Npoles?
-No, slo estuve de paso.
Se abri la puerta y todos se volvieron.
La nia vesta vaqueros y remera blanca. Se detuvo en la puerta y mir a
Creasy con inters.
-Cara, ste es el seor Creasy -dijo su madre.
Pinta atraves la habitacin y, con mucha formalidad, le tendi la mano.
Cuando Creasy se la estrech, la nia esboz una sonrisa. Su cabeza llegaba al
pecho del hombre, su manita se perda en la suya.
-Por qu no acompaas al seor Creasy a su habitacin? -dijo Rika-. Tal
vez quiera desempacar.
Creasy termin de beber su whisky y la nia lo acompa, con aire solemne.
Cuando la puerta se cerr, Ettore esper la explosin. Pero Rika beba
pensativamente.
-S. Pero quiz "miedo" no sea la palabra adecuada. Ese hombre es, en
cierta forma, amenazador. Como un animal que ha sido domesticado, pero en el
cual no se puede confiar del todo. Te acuerdas del perro alsaciano de los
Arredo? Despus de cinco aos, atac a su dueo y lo mordi.
-Pero Creasy no es un perro, Rika!
-Slo estaba poniendo un ejemplo. Parece tolerante y tranquilo, pero no lo
es. De todos modos, no me preocupa. La verdad es que es un hombre interesante.
Me gustara conocerlo mejor, saber qu hay en su pasado, cmo ve las cosas.
Rika bostez y se desliz hacia abajo en la cama. Sus palabras le haban
hecho recordar a Ettore lo poco que saba de Creasy. Tal vez debera haber
investigado ms. Sin embargo, supona que la agencia lo habra encontrado
aceptable, por lo menos habran verificado si no tena antecedentes criminales.
De todos modos, ya estaba hecho.
Rika se apoy levemente en l y su respiracin se hizo ms profunda.
Dorma.
Recin a la maana siguiente record que haba dejado a Ettore
insatisfecho.
5
Sentada en el asiento delantero del coche, al lado de Creasy, Pinta
guardaba silencio. l le haba dicho que necesitaba concentrarse en la ruta, y ella
estaba un poco sorprendida por eso, porque la ruta Como-Miln era muy fcil. Lo
que la nia no saba era que Creasy quera registrar los lugares potencialmente
peligrosos: aquellos donde deba disminuir la velocidad para tomar una curva
cerrada, o los sitios desiertos. Simplemente, se trataba de considerar una
tentativa de secuestro como una posible emboscada militar, y su ojo entrenado
relevaba los lugares probables.
Despus de media hora de viaje, Pinta seal un desvo, y pocos minutos
ms tarde se detuvieron frente a las puertas del colegio. La nia baj del coche y
golpe el pesado llamador. Creasy permaneci al volante, tomando nota de los
altos muros, rematados por puntas de hierro, y de la falta de vigilancia frente a
los portones.
Se abri una mirilla, Pinta sostuvo una breve conversacin con alguien a
travs de la abertura, y despus el guardin, un hombre viejo, abri lentamente
las puertas. Pinta entr y le hizo seas a Creasy, que la sigui con el coche. En
medio de un espacioso terreno se vea un edificio antiguo y cubierto de hiedra.
Creasy estacion en el parque y camin con Pinta, mientras ella le mostraba las
instalaciones: campo de deportes y pista de atletismo a la izquierda, y un
bosquecito a la derecha, bastante lejos del muro protector. Despus se
dirigieron a la puerta de entrada y Creasy lleg a la conclusin de que el edificio
era razonablemente seguro.
Les abri la puerta una mujer de cabellos grises y, al verla, Pinta se
precipit hacia ella, la abraz y la bes en ambas mejillas. Despus present a
Creasy.
-sta es la seora Deluca, la directora.
Hizo un gesto con la mano y seal a Creasy. En su voz reson un acento de
orgullo.
-Y ste es Creasy, mi guardaespaldas.
-El seor Creasy -puntualiz la mujer.
-No, seora, l me dijo que lo llame Creasy.
Se estrecharon las manos y la directora los invit a tomar un caf. La
seora Deluca habitaba un pequeo departamento en la planta alta,
confortablemente amueblado y con las paredes cubiertas de fotografas. Ella
not que Creasy las miraba.
-stos son mis hijos -dijo, riendo-. Tengo cientos de hijos, todos crecidos
ya. Pero para una vieja maestra, son siempre nios.
Todo aquello era muy extrao para Creasy. Nunca haba imaginado que las
escuelas pudieran ser lugares clidos y felices. Su breve paso por ellas le haba
as.
-Y por qu no te gustaba?
-No era una escuela como la tuya, ni haba una persona como la seora
Deluca.
Se hizo un silencio mientras la nia reflexionaba, y despus sigui
preguntando.
De acuerdo?
-Entonces, no eras feliz?
-La felicidad es un estado de nimo. Nunca pens en eso -respondi
Creasy, suspirando irritado.
Pinta percibi la hostilidad de la respuesta, pero era demasiado joven para
retroceder. Dado que la llegada de Creasy haba coincidido con sus sentimientos
de felicidad, y hasta haba sido la causa de ellos, quera compartirlos. Pero los
modales del hombre la desconcertaban. No saba que l era siempre taciturno y
retrado. Adems, quera conocer a Creasy. Mir las manos que sostenan el
volante, desfiguradas por las cicatrices, y se inclin para tocadas.
-Qu te pas en las manos?
Creasy se apart bruscamente Y dijo, indignado:
-No me toques cuando manejo!
Entonces tom una decisin: sera franco.
-Y no hagas preguntas todo el tiempo. No estoy aqu para charlar, y a ti
nada te interesa de m. Mi obligacin es protegerte, y nada ms.
Su voz era spera, y la nia, ofendida, retrocedi hasta el extremo
opuesto del asiento.
Creasy la mir de reojo. Se haba sentado muy erguida y, con los labios
apretados, miraba el camino. Su barbilla temblaba.
-Y no empieces a llorar -agreg, exasperado y gesticulando. Por alguna
razn, se senta verdaderamente enojado-. Hay toda clase de cosas en el mundo.
Toda clase de cosas. No se trata slo de ser feliz o desdichado. A veces suceden
cosas malas. Ya lo descubrirs, cuando dejes de ser una criatura.
-No soy una criatura! -replic Pinta, furiosa-. S muy bien que pueden
suceder cosas malas. Tengo un amigo que fue secuestrado y lo hirieron, y perdi
un dedo. Tuve que quedarme en casa durante meses, sin salir, y ahora tengo que
estar todo el tiempo contigo, con tus silencios y tus miradas de enojo. Y no estoy
llorando!
Pero haba lgrimas en sus ojos, que miraban a Creasy de frente y con ira.
El hombre detuvo el coche sobre la banquina. Guard silencio un momento,
mientras reflexionaba. Slo se oan los sollozos de Pinta.
-Escchame -dijo, por ltimo-. Yo soy as. No me llevo bien con los chicos.
No me gusta que me hagan preguntas. Tienes que comprenderlo, o pedirle a tu
padre que te busque otro guardaespaldas. De acuerdo?
Pinta dej de llorar y volvi a sentarse muy erguida y mirando al frente.
Hook, que cantaba al amor y a los recuerdos. Sac una botella y se sirvi un
trago. En verdad, no escuchaba las palabras, pero la msica penetraba bajo el
caparazn.
Repas las actividades del da. Su primer da como guardaespaldas. No
estaba tan mal. Por lo menos, haba dejado sentada una actitud de trabajo. Todos
saban a qu atenerse con respecto a l, yeso no era un mal comienzo.
En su habitacin de la planta baja, Pinta estaba despierta en su cama. A su
lado, con la cabeza sobre la almohada, descansaba un viejo osito de pao marrn,
con ojos de botones y muchos parches en el cuerpo. Por la ventana abierta
entraba dbilmente el sonido de una cancin. Despus la msica se interrumpi y
una mujer empez a cantar. Pinta no conoca la cancin, pero cuando termin,
hubo una pausa y volvi a empezar. Poco a poco, la nia se qued dormida. La msica era quejumbrosa y pegadiza. Era Blue Bayou.
6
Una vez instalado Creasy en la casa, Rika se sinti en libertad de volver a
viajar con Ettore. Uno de los resultados imprevistos de haber sacado
intempestivamente a Pinta del colegio, fue que ella tambin qued confinada en la
casa. De nada habra valido mantener a su hija en casa por razones de seguridad,
y luego dejarla sola con la servidumbre.
La mayora de los viajes de Ettore duraban una semana o diez das e
incluan visitas a las principales ciudades europeas y, de vez en cuando, a Nueva
York y Toronto. Rika disfrutaba de aquellas excursiones, y era una ayuda para
Ettore. Por lo general, los viajes eran de negocios, y la belleza y seduccin de su
mujer eran una ventaja.
Ettore haba olvidado arreglar con Creasy la cuestin del tiempo libre.
Obviamente, mientras l y Rika estuviesen ausentes, Creasy debera permanecer
con la nia. Le encomend el asunto a Rika, y se enter con alivio de que Creasy
no haba puesto ninguna objecin. En realidad, no haba pensado en los das
francos. De vez en cuando, le dijo a Rika, ira a cenar afuera, pero poda hacerlo
mientras ellos estuvieran en la casa. Ella se dio cuenta de que tener un
guardaespaldas sin ataduras familiares no dejaba de ser una ventaja, y parti
rumbo a Pars con la conciencia tranquila.
En aquel viaje, Ettore tena la intencin de negociar la adquisicin de
nuevas mquinas textiles Leboc. El costo total de la maquinaria superaba los
cuatrocientos millones de liras, y a menos que lograse persuadir a los franceses
para que le concedieran condiciones de crdito muy generosas, la gestin
fracasara. Pero Ettore era un negociador persuasivo, y con Rika para agregar
brillo a las reuniones sociales, se senta optimista.
En ausencia de sus padres, Pinta coma en la cocina. Creasy senta un gran
msica de fondo, mientras lea, pero esa noche la palabra "Vietnam" le hizo
prestar atencin.
Pinta haba estado leyendo un artculo sobre el xodo masivo de refugiados
de Vietnam del Sur: la gente de los botes. Entonces le pregunt a Bruno por qu
tantas personas huan de su propio pas. Bruno se encogi de hombros y murmur
algo acerca del comunismo.
El tema suscit el inters de Creasy y, por primera vez, intervino en la
conversacin. La nia escuch con inters mientras l explicaba que la mayora de
los que huan en los botes eran de raza china y haban vivido siempre como una
comunidad separada. Los vietnamitas no los queran, y desconfiaban de ellos. Con
el fin de la guerra, el Vietnam ya unificado decidi librarse de ellos. La
comunidad china era rica y poda pagar para que los intermediarios, por lo general
chinos de Hong Kong, los sacasen clandestinamente en bote. En realidad, los
viajes no eran tan clandestinos, porque las autoridades no se daban por
enteradas, y hasta fomentaban el exilio. De modo que no eran tanto los efectos
del comunismo los que haban causado el problema, sino ms bien las profundas
diferencias raciales.
Astutamente, Pinta esboz una comparacin con la emigracin de
trabajadores en Europa, de los pases pobres a los pases ricos. Poco antes haba
odo hablar de la hostilidad con que se trataba a los trabajadores italianos en
Suiza y Alemania.
La maniobra fue hbil, y ante una nueva pregunta Creasy se encontr
explicando los efectos de las minoras chinas en Malasia e Indonesia, donde
controlaban la mayor parte de la economa y tambin creaban resentimiento.
Adems, le cont a Pinta que ms de cien mil chinos haban sido asesinados en
Indonesia despus del fracaso de un golpe comunista.
Ella quiso saber cmo haban llegado all los chinos, y Creasy le habl de la
gran importacin de mano de obra realizada antiguamente por los pases
colonialistas. Los chinos eran buenos trabajadores en las plantaciones, para abrir
pasos en la selva y para construir caminos. Las poblaciones locales se mostraban
menos dispuestas al trabajo duro. Haba muchos ejemplos, agreg Creasy: los
asiticos en el frica Oriental, que haban sido importados para construir los
ferrocarriles, y que se quedaron para hacerse cargo de casi todas las redes de
distribucin; y los tamil en Sri Lanka, importados del sur de la India para
trabajar en las plantaciones de t. Haba ejemplos en todo el mundo, y por lo
general se creaba entre estos pueblos una brecha que, ms tarde, conduca al
odio y al derramamiento de sangre.
De pronto, Creasy dej de hablar y tom su libro. Haba sido un monlogo
fuera de lo comn. Pinta no lo presion ni sigui preguntando, sino que inici una
conversacin con Mara. Pocos minutos despus Creasy se levant, gru un
buenas noches y se retir a su cuarto.
Cuando la puerta se cerr, Pinta sonri para s. "Es el primer paso, oso
Creasy", pens.
Al da siguiente, Pinta no pronunci una palabra durante el viaje de ida y
vuelta a la escuela, y a la noche mir televisin. Creasy no exista. l se sinti
aliviado. La noche anterior, en su cuarto, se haba sentido perturbado,
sentimiento que slo lo asaltaba cuando haba hecho algo inconveniente. Pero si
hubiese podido adivinar la estrategia de la nia, se habra sentido ms
perturbado an, aunque forzado a admirarla desde un punto de vista militar:
reconocer el objetivo cuidadosamente; tomar nota de los puntos dbiles; lanzar
un ataque diversionista para atraer el fuego del enemigo, y despus avanzar cautelosamente por la retaguardia, y capturar el objetivo. Pinta habra sido una
excelente comandante guerrillera.
Creasy invit a Elio y Felicia a cenar en el restaurante Zagone, en Miln. Lo
haba recomendado Mara, quien haba trabajado all como camarera, poco
despus de llegar del Norte. El dueo era florentino. Mara poda garantizar la
calidad de la comida, aunque, explic, el lugar era caro. Para Felicia el paseo fue
todo un acontecimiento. Con dos hijos pequeos, no poda salir mucho, pero
aquella noche una vecina de confianza se haba quedado con los nios, y ella estaba dispuesta a divertirse.
Mara hizo una reserva por telfono. Evidentemente, haba sido una buena
camarera y el personal la estimaba, porque el dueo los atendi personalmente y
les dio una buena mesa. El florentino le dijo a Creasy que Mara era muy modesta
al decir que haba sido slo camarera. En realidad, tambin ayudaba en la cocina,
y era una excelente cocinera. Los Balletto coman all con frecuencia, y fue as
como la contrataron. Hasta se permiti bromear, diciendo que, despus de comer
en la casa donde trabajaba Mara, la comida del restaurante sera una decepcin.
No lo fue. Comieron primero una pasta liviana, penne alla carrettiera,
seguida de cordero asado al horno con vino, arvejas y romero. Los tres estaban
contentos. Era la primera noche libre de Creasy, y el entusiasmo de Felicia era
contagioso.
.,
A Elio le sorprendi el estado de nimo de Creasy, tan diferente del de un
mes atrs. No se mostr locuaz, ni exhibi una sonrisa de oreja a oreja; no
hubiera sido Creasy. Pero tom con buen humor la amable irona de Felicia, y
hasta se permiti hacerle un par de bromas. Felicia quera saber todo acerca de
la casa de los Balletto, y particularmente de Rika, que era famosa como duea de
casa y mujer de mundo. Era en verdad tan hermosa como decan? Creasy le
asegur que s. Para cualquier gusto, era hermosa; y hermosa sin artificios.
-Te gusta? -pregunt Felicia con una sonrisa seductora.
Creasy asinti sin vacilar. A cualquier hombre le gustara. Era un hecho de
la vida.
Tambin se rumorea que tiene vinculaciones con la Mafia. Pero eso es frecuente.
Hoy en da es difcil distinguir la lnea divisoria entre el delito, la especulacin
financiera y el gobierno. A propsito, he odo que tiene una aventura can la mujer
de tu patrn.
Creasy se mostr sorprendido; no de que Rika tuviese una aventura, sino
de que hubiese elegido un hombre como Mansutti. Pero lo que Elio sigui diciendo
lo explicaba.
-Parece que ella est ayudando a Balletto a conseguir garantas bancarias
para reequipar su fbrica. Se dice que Mansutti habra ofrecido su garanta
personal. Es muy rico, y la fbrica de Balletto, en cambio, tiene dificultades
econmicas.
All estaba la razn, pens Creasy. No crea que Rika tuviese muchos
escrpulos si su forma de vida se vea amenazada. Pero las palabras de Elio le
haban sugerido otra cuestin.
-Si Balletto tiene dificultades econmicas, es difcil que alguien intente
secuestrar a su hija -dijo.
Elio asinti, y agreg que tambin poda ser una cuestin social.
-Muchas de las amigas de Rika tienen guardaespaldas.
-Quieres decir que yo soy un elemento decorativo? -pregunt Creasy
secamente, y Felicia ri de su ocurrencia. Pero entonces Creasy record su breve
entrevista can Ettore, y todo adquiri un nuevo sentido. Ettore estaba
manteniendo el prestigio social de su mujer por un precio nfimo. Eso explicaba
tambin por qu se haba mostrado reacio a gastar ms dinero para aumentar la
seguridad de la casa. A su regreso de Pars, le agrad comprobar que Creasy
estaba reparando el cerco, y reembols alegremente la mdica suma gastada en
madera. Sin embargo, cuando Creasy sugiri construir un cerco ms moderno, y
hacer otras mejoras, se mostr decididamente indiferente.
-Tu compaa le lleva los libros? -pregunt Creasy.
-No -contest Elio- pero siempre omos algo.
Felicia lanz una exclamacin.
-Omos algo! Los contadores son los mayores chismosos del mundo. Ms
que una reunin de amas de casa -agreg, sonriendo a su marido-. Es una pequea
Mafia, pero usan calculadoras en vez de revlveres.
Elio asinti amablemente y dijo, dirigindose a Creasy:
-Tal vez Felicia tenga razn. Me parece que intercambiamos ms
informacin de la debida, pero es por nuestra propia proteccin. Los hombres de
negocios italianos son muy reservados, especialmente por las leyes impositivas
que tenemos. La nica arma de un contador es la informacin, de modo que, entre
nosotros, nos damos la mano. Adems, es una compensacin por el aburrimiento
de trabajar con columnas de nmeros todo el da.
En ese momento se acerc Zagone y les ofreci otra bebida, esta vez por
l la mir serio.
-Cmo te enteraste?
-Escuch que mi madre se lo contaba a una amiga por telfono, poco
despus de tu llegada -contest Pinta con aire inocente. Bruno levant la mirada
del aparato de televisin.
-Yo tambin estuve en el ejrcito, en la guerra. Me captur Montgomery
en el norte de frica.
Lo dijo con un matiz de orgullo, como si Montgomery hubiese efectuado la
captura personalmente. Creasy se limit a asentir y volvi a la lectura del
peridico.
-Si usted estuvo en la Legin, los dos somos viejos soldados.
Creasy lo mir y por sus labios cruz la sombra de una sonrisa.
-S, los dos somos viejos soldados -repiti. Despus se levant y subi a su
cuarto.
Ms tarde, ya en la cama, Pinta pens que una tentativa directa de revivir
antiguos recuerdos no dara resultado. Desde su cuarto se oa apenas la msica
que vena de la habitacin de Creasy. Pinta ya conoca la cancin. Una tarde,
mientras Creasy trabajaba en el parque, ella se haba deslizado en su cuarto para
mirar el casete que estaba colocado en la radio. La cancin que l escuchaba
siempre por las noches era la ltima: Blue Bayou.
Pero lo que produjo el acercamiento fue, literalmente, un accidente.
Ettore y Rika haban viajado a Londres por una semana, y la nia estaba en la
cocina cuando Bruno entr y anunci que un ruiseor haba anidado en un rbol
detrs de la casa. Haba dos pichones en el nido. Comenzaba a oscurecer, pero
Pinta le pidi a Bruno que la acompaase para verlos. El nido estaba en uno de los
rboles de la escarpada colina, y Pinta, que trepaba ansiosamente, tropez en una
roca, se torci el tobillo y fue a caer ms abajo, sobre una saliente rocosa.
Creasy estaba guardando sus herramientas cuando oy el grito.
La nia yaca de espaldas, apretndose el costado, la cara contrada en un
rictus de dolor. Bruno, a su lado, le haba colocado el brazo bajo la cabeza y la
contemplaba asustado.
Creasy le palp el tobillo, moviendo sus grandes dedos con sorprendente
delicadeza. Comenzaba a hincharse, pero le pareci que era slo una torcedura.
Despus retir la mano que apretaba el costado y levant la camiseta. Haba un
hematoma justo por debajo de las costillas. Coloc la punta de los dedos sobre
las costillas y apret suavemente, Pinta hizo un gesto de dolor.
-Duele mucho? -pregunt l.
-No tanto. Ya est pasando.
Haca un esfuerzo para no llorar.
-Ca sobre aquellas rocas -agreg, sealando con el mentn.
-Me parece que es slo un raspn -dijo Creasy-. Por lo menos, no te has
7
-Creasy, qu es una concubina?
Creasy desvi la mirada de la ruta y mir a Pinta de reojo: ya no le
sorprendan sus preguntas.
-Una especie de esposa.
-Una especie de esposa! Pero el emperador de la China tena ms de mil.
Cmo puede ser? -pregunt atnita.
A Creasy no le pareci un tema delicado para abordarlo con Pinta. A pesar
de su corta edad, ella era mentalmente madura. El libro sobre Marco Polo le
haba planteado varias cuestiones similares. No se ech a rer con picarda ni
adopt una actitud infantil cuando l le explic que muchas culturas no eran
mongamas. Despus Creasy le habl de la religin islmica y de los mormones, y
comprob, divertido, que las simpatas de Pinta estaban del lado de los hombres.
-Debe de ser difcil tener un montn de esposas -dijo, pensativa.
Tal vez pensaba en su madre. A cualquier hombre le resultara difcil
manejar a una sola Rika, pero la idea de verla multiplicada por mil daba vrtigo.
Creasy siempre contestaba con franqueza a las preguntas de Pinta, y le
hablaba como si se dirigiese a un adulto. No trataba de ponerse artificialmente a
su nivel, y a menudo encontraba interesantes las respuestas de la nia. Era la
primera vez que Creasy se pona en contacto con una mente joven y
desprejuiciada, y en ms de una ocasin se descubri enfocando cuestiones
polmicas a travs de los ojos de Pinta.
Pinta opinaba sobre muchas cosas. No le gustaban las audiciones polticas
de la televisin, porque todos los polticos hablaban demasiado y tenan una
sonrisa falsa. La religin era una cosa buena, pero los sacerdotes crean que
siempre tenan razn, y eran vanidosos. Le gustaba el colegio, pero slo se
interesaba por una materia cuando simpatizaba con el profesor. Quera mucho a
Mara y a Bruno, pero la exasperaban porque no eran curiosos.
En una palabra, para Pinta el mundo era un territorio vasto, inexplorado y
fascinante. Se daba cuenta de que ella estaba dando los primeros pasos en aquel
descubrimiento, y Creasy se convirti en su gua. Su madre viva en su propio y
limitado mundo; y su padre la trataba como a una niita, de modo que la amistad
con Creasy constituy para ella una revelacin.
Bien pronto advirti Pinta que era importante no limitarse a escuchar a
Creasy, sino comentar las cosas que l deca. Se empe, por lo tanto, en tener
siempre una respuesta, y al cabo de cierto tiempo se estableci entre ellos un
dilogo que era una confrontacin entre dos personas separadas no slo por su
origen, sino tambin por una generacin.
El deshielo se haba producido el da que almorzaron con Elio y Felicia.
Pinta saba que Creasy haba abierto una puerta, y entr por ella
agradecidamente.
La invitacin a almorzar significaba que haba sido aceptada, y Pinta se
sinti feliz, pero al principio actu con cautela, respondiendo discretamente a las
amabilidades del matrimonio y siempre consultando a Creasy con la mirada. Pero
l se mostr cmodo y despreocupado, no como un padre sino como alguien que ha
llevado a un amigo a comer con otros amigos. Entonces Pinta se tranquiliz y jug
con los chicos, ayud a Felicia en la cocina y brome con los hombres, como ella.
Fue un da maravilloso, y desde entonces la nia se sinti cmoda con Creasy; lo
comprenda y, poco a poco se abra paso, con infinita delicadeza, hacia su
interioridad. Hasta lleg a hacerle preguntas personales. Primero lo interrog
sobre Guido, de quien se haba hablado durante la comida. Se enter de la
amistad entre los dos hombres y de los aos que haban pasado juntos. Advirti
que cuando Creasy hablaba de Guido, sus rasgos se suavizaban, y pens que le
gustara conocerlo.
Para Creasy, fue una catarsis. Descubri que hablar con Pinta era fcil. Tal
vez fuese por su ignorancia e inexperiencia, o quiz debido a que ella tena una
mente tan abierta. Pero Creasy hablaba y se senta mejor. Habl hasta de las
cosas malas, del dolor de la guerra, del embrutecimiento. Ella condujo el proceso,
conscientemente, como en un examen. Y cuando regresaban a la casa, despus de
aquel almuerzo, extendi la mano y toc una de las manos de Creasy.
-Creasy, qu te pas en las manos?
l no se apart bruscamente, como la primera vez, sino que mir aquellas
cicatrices y su pensamiento retrocedi hasta 1954, al terminar la batalla de Dien
Bien Phu. La rendicin, la humillacin y, despus, tres semanas de marcha forzada
hasta el campo de prisioneros de guerra. Todos los das arrastrando un pie tras
el otro. Haba poca comida, y muchos murieron. Cuando un hombre ya no poda
levantarse, los guardias lo ultimaban de un tiro. Muchos cayeron, pero Creasy se
mantuvo firme y sobrevivi. Durante muchos kilmetros, carg a la espalda a un
joven oficial herido. Despus, el interrogatorio. El amable capitn vietnamita,
educado en La Sorbona, menudo e impecable, interrogando a travs de la mesa al
legionario enorme y macilento. Las preguntas, las interminables preguntas, y el
movimiento de su cabeza indicando que se negaba a contestar. El capitn
vietnamita fumando incesantemente, y apagando cada colilla de Gauloise en el
dorso de las manos amarradas de Creasy.
-Una vez un hombre me hizo preguntas. Fumaba mucho, y no haba
cenicero.
Ella comprendi inmediatamente, y guard un largo silencio. Sus ojos se
llenaron de lgrimas.
Creasy la mir.
-En el mundo suceden cosas malas. Ya te lo dije.
Ella sonri a travs de sus lgrimas.
-Tambin suceden cosas buenas.
Despus de aquella tarde, Pinta qued en libertad de hacerle preguntas
personales, pero de su juventud logr saber muy poco. Los padres, pobres y
quebrantados por la Depresin. La pequea propiedad en Tennessee, que apenas
daba para comer. El ingreso al Cuerpo de Marines lo ms pronto posible. Corea, y
la vocacin de guerrear. Despus, la paliza propinada a aquel oficial estpido, que
haba conducido a la muerte a buenos muchachos. La degradacin y la falta de un
sitio adonde volver. Entonces, la Legin y todo lo dems.
Aparte de Guido, aquella nia de once aos de edad lleg a saber ms de
Creasy que nadie en el mundo.
Rika estaba radiante. La primavera haba llegado para alegrarle la vida.
Adems, Creasy era decididamente una adquisicin. Habl con sus amigas de
aquella "joya", les cont cunto quera a Pinta aquel oso de paso vacilante, seguido
a todas partes por el cachorro juguetn. Rika no se daba cuenta del cambio
profundo que se haba operado en Creasy. Para ella, todava era un hombre
callado, remoto y misterioso. Pinta lo ha domesticado, le dijo a Ettore y el asinti
con un gesto. Ettore consideraba a Creasy como un mero apndice de su vida. Un
apndice til, porque Pinta y -lo que era ms importante an- Rika, estaban
contentas. Pero con todo, slo un subalterno, mal pago y con un vicio secreto. Sin
embargo, la bebida haba dejado de ser un problema serio. La mayora de las
noches Creasy consuma menos de media botella. La necesidad de embotar la
mente haba terminado. l nunca haba sido un alcohlico, en el sentido mdico de
la palabra. La bebida no era una adiccin para l y aunque su efecto acumulativo
an lo condicionaba y entorpeca, su mente estaba otra vez lcida. Adems, se
estaba preparando mentalmente para volver a poner su cuerpo en forma. Todo
haba comenzado con Pinta y la competencia deportiva. Tan pronto como su tobillo
estuvo curado, Creasy instal un par de bloques de madera en el parque, delante
de la casa. Despus, con Pinta con su traje deportivo azul y blanco, comenzaron a
trabajar en la largada. Creasy le explic lo que era el tiempo de reaccin.
-Tus odos escuchan el disparo de la largada y pasan el mensaje a tu
cerebro: despus, tu cerebro manda un mensaje a los nervios de tus brazos y tus
piernas. Este mensaje dice: YA! El secreto est en reducir el tiempo necesario
para enviar esos mensajes.
Le ense a concentrarse en el sonido mismo. No deba escucharlo
Rika tambin mir. Un hombre yaca cruzado sobre el cap del Fiat: sangre roja
sobre el metal blanco. Instintivamente, ella se dio cuenta de que estaba muerto.
Creasy abri la puerta trasera y volvi hasta ella. Le tendi la mano y la ayud a
levantarse. Rika se tambale y entonces l la rode con su brazo y la condujo
hasta el coche. La gente volva a transitar. Una mujer, presa de una conmocin
nerviosa, sollozaba. Se oy una sirena, ululando cada vez ms cerca. Creasy coloc
a Rika en el asiento trasero.
-Qudese aqu. Todava no podremos irnos. La polica cerrar las rutas e
interrogar a todo el mundo.
Rika estaba temblando, el rostro muy blanco contra su cabello negro.
Creasy se inclin y le toc la mejilla con el dorso de la mano. Estaba fra. Le tom
el mentn y la oblig a levantar la cabeza y a mirarlo. Tena la mirada turbia.
-Rika, se siente bien? Mreme!
Rika hizo un esfuerzo para enfocar el rostro de Creasy y asinti
lentamente. Mientras tanto, haba llegado un coche de la polica; la luz roja
relampagueaba rtmicamente y el sonido de la sirena se apagaba. Se oan voces
exaltadas y ms sonido de sirenas. Rika volvi a asentir. Reaccionaba.
-Qudese aqu -repiti Creasy-. Hablar con la polica y nos iremos lo ms
pronto posible.
Volvi a examinarla atentamente y luego, satisfecho, cerr la puerta del
coche y cruz la calle.
Haba sido un asesinato de las Brigadas Rojas, y la vctima era un fiscal. No
era un hecho raro en Miln. Creasy exhibi su licencia de guardaespaldas y le
relat a la polica lo que haba visto, que no era mucho. Dio una descripcin de los
dos hombres que corresponda a unos cien mil jvenes de la ciudad. Tambin
proporcion el nmero de la patente del Volkswagen, que sin duda era robado.
Media hora despus sala de la ciudad rumbo a Como, llevando en el asiento
trasero a una Rika silenciosa. Estaban a mitad de camino cuando ella estall:
-Bestias! Matando gente en la calle. Bestias!
Creasy se encogi de hombros.
-Usted tena el revlver en la mano -dijo Rika-. Yo lo vi. Por qu no tir?
-La cosa no era conmigo, ni con usted -respondi Creasy lacnicamente-.
Adems, fuera del conductor haba otro en la cabina del furgn. Tena una
escopeta de cao recortado. Si yo hubiese empezado a tirar contra sus
compaeros, nos habra barrido. Despus de todo, tuvimos suerte. La vctima
err un tiro. La bala pas a unos sesenta centmetros por encima de nosotros.
La explicacin la hizo callar por unos diez minutos. Creasy la observ por el
espejo. Su mundo privado haba sido invadido. La violencia se haba escapado de la
pantalla de la televisin y la haba golpeado en pleno rostro. Pero empezaba a
recuperarse, a regresar a su mundo. Se inclin hacia adelante y quit una astilla
de vidrio de entre los cabellos de Creasy.
junto a l. Despus, ella levant la cabeza y lo mir a los ojos, los cabellos
desparramados sobre la almohada, oscureciendo los rostros. Busc y descendi
suavemente, sin bajar los-ojos. Otra vez la tibieza hmeda, pero diferente. Tan
lento el primer contacto; apenas un encuentro. Y despus la tibieza envolvente y
firme, el placer, el temblor ondulante.
Por un momento l se mantuvo pasivo, receptivo. Despus la rode con los
brazos; uno sobre los hombros, apretndola, y el otro ms abajo, rodeando la
dulce curva, demorando el ritmo. Entonces gir sobre s mismo, estrechndola, y
la coloc bajo su cuerpo.
Ella cerr los ojos, entregada. Haba intentado controlar, dirigir. Intil. El
instinto le dijo que l estaba llegando al fin, y ella quera que lo alcanzaran
juntos. Se apret contra el hombre, sintiendo los espasmos que nacan en l. Su
espalda se arque, abri los ojos, y a escasos centmetros de su cabeza vio la
culata de la pistola emergiendo de la cartuchera. Un ltimo estremecimiento, y el
placer lleg de pronto, temblando contra l, y juntos.
Permanecieron tendidos un largo rato, sin hablar, atentos slo a sus
sensaciones. l recorra el cuerpo de Rika con las manos, palpndolo como un
ciego. De vez en cuando le besaba la cara, dibujaba sus rasgos con los labios.
Con las primeras luces, ella se levant y recogi del suelo el camisn de
seda. Contempl el rostro del hombre dormido, se estremeci levemente y se
visti. No volvera nunca ms. Aquella noche se haba sentido como una nia,
desarmada, entregada, y eso le daba miedo.
Adems, saba que l no la buscara. No necesitara buscarla. Desde que
ella entr en la habitacin, no haban pronunciado una sola palabra.
-Por qu no usas tu revlver?
-Porque no es un revlver para dar la seal de largada.
Se dirigan a Como. Creasy haba pensado que era preciso dar ms realismo
al entrenamiento. Golpear las manos no era suficiente. Iran a una casa de venta
de artculos deportivos a comprar una pistola de largada. Y si no la conseguan,
compraran un revlver de juguete.
- Pero el tuyo hace el mismo ruido -insisti Pinta.
-S -dijo l-. Y tambin dispara una bala.
-Podras tirar al aire.
-Escchame, Pinta: todo lo que sube vuelve a bajar, y una bala cayendo
desde mil seiscientos metros puede ser peligrosa.
Ella reconoci que Creasy tena razn, y volvi a su lectura del diario.
Buscaba algn anuncio de casa de deportes, pero tropez con el horscopo.
-De qu signo eres, Creasy?
l la mir desconcertado.
-Me refiero a tu signo astrolgico. Cundo naciste?
-El 15 de abril.
-E115 de abril! Dentro de pocos das. -Reflexion un momento.- El
domingo!
l se encogi de hombros con aire indiferente, pero Pinta estaba en una
edad en que los cumpleaos son importantes.
-Un da despus de la competencia. Le pedir a Mara que haga una torta.
Cuntos aos cumples?
-No le pedirs a Mara que haga nada. Nada de alharaca. Ya no tengo edad
de celebrar mi cumpleaos.
-Pero tenemos que hacer algo. Mam y pap estarn de viaje. Qu te
parece si hacemos un picnic? Podramos ir hasta los Alpes.
-Muy bien. Pero slo si ganas el sbado.
-Pero Creasy! Eso no es justo.
-Ser un incentivo ms. Sin triunfo, no hay picnic.
Pinta sonri.
-Est bien. Entonces, ganar.
-Despus de tanto esfuerzo -gru l- ser mejor que ganes.
Pinta estaba muy decepcionada porque haba llegado el da de la
competencia y sus padres estaban en Nueva York. En realidad, Rika se senta
culpable, pero saba que Ettore la necesitaba en aquel importante viaje. Adems,
habra otras competencias.
Por lo tanto, cuando Creasy estacion en el parque, Pinta le pregunt:
-Entrars, y asistirs a la competencia? Por favor, Creasy.
Creasy vacil. Habra un montn de padres y l se sentira fuera de lugar.
Quizs, hasta sera mal recibido.
-No te preocupes -rog ella-. Nadie te molestar.
El hombre mir la carita ansiosa, asinti y baj del coche.
Era todo un acontecimiento social. Haban instalado un entoldado de lona
rayada, y los familiares de las nias se agrupaban bajo l, elegantemente vestidos
y con copas en las manos.
Pinta fue a cambiarse de ropa para la competencia y Creasy permaneci a
un costado. Se senta incmodo. Divis a la seora Deluca que se aproximaba, y su
incomodidad aument.
-Cmo est, seor Creasy? -salud, sonriendo.
Creasy devolvi el saludo y le explic que los padres de Pinta estaban de
viaje. La directora se mostraba amable.
-Es natural que un nio quiera estar con sus padres en un da como hoy.
Pero no se preocupe -agreg, tomando a Creasy del brazo-. Usted har de padre
sustituto. Srvase algo. Falta media hora para los cien metros.
Acompa a Creasy hasta el entoldado, le sirvi una cerveza helada Y lo
present a uno o dos padres. l segua incmodo, y se sinti aliviado cuando todos
se alejaron para presenciar las primeras competencias.
Era un clido da de primavera, y las nias, muchas ya adolescentes, eran
un espectculo atractivo, con sus diminutos pantaloncitos deportivos. Creasy
miraba complacido. Pero cuando Pinta apareci en la pista, la contempl con otros
ojos.
Era la ms hermosa y vivaz de todas las nias, pero para Creasy era slo
una criatura, y una amiga.
Observ con ojo crtico mientras se preparaban para la largada, y sinti un
ramalazo de ansiedad: deseaba que Pinta ganase.
No tena por qu preocuparse. El entrenamiento daba sus frutos. Pinta
larg con bastante ventaja y rompi la cinta de llegada a ms de cuatro metros
de la segunda competidora.
Continu corriendo hasta donde estaba Creasy, y le ech los brazos al
cuello.
-Gan, Creasy! Gan!
l le sonri con orgullo.
-Estuviste muy bien. Mejor que ninguna.
Para Pinta fue la coronacin de un da perfecto: era la primera vez que lo
vea sonrer.
Haban elegido un lugar cerca del Lago Maggiore. Era una zona de
pastoreo, salpicada de bosquecillos de pinos. Haca el norte y el oeste, se
elevaban montaas coronadas de nieve; las ms altas estaban ya en Suiza. Frente
a ellos, hacia el sur, el valle del Po se extenda hasta el horizonte.
Bien pronto estuvo todo dispuesto sobre la manta, con platos de material
plstico y vajilla de estao. Creasy sirvi vino en los vasos de papel.
-A votre sant.
-Qu quiere decir?
-Salud, en francs.
-Yamsing -respondi ella, riendo ante la mirada sorprendida de Creasy-. Es
chino.
-Ya s, pero... -y entonces record el libro de Marco Polo. Asimilaba las
cosas, esta chica.
Conversaron de idiomas, y Creasy cont un chiste.
Un tejano viajaba a Europa por primera vez, en el vapor France. La primera
noche a bordo, el camarero le asign una mesa en el comedor junto con un
francs que no hablaba ingls. Cuando les sirvieron la comida, el francs dijo:
"Bon apptit". El tejano, creyendo que se trataba de una presentacin, replic:
"Harvey Granger".
A la maana siguiente, en el desayuno, el francs volvi a decir " bon
apptit" y el tejano a responder "Harvey Granger". La escena se repiti en todas
las comidas durante cinco das.
La ltima noche, el tejano tomaba un aperitivo en el bar, antes de la cena,
y entabl conversacin con otro norteamericano.
-Son raros, estos franceses -dijo el tejano.
-Por qu?
El tejano cont entonces que se haba encontrado con el francs por lo
menos una docena de veces, y que en todas las ocasiones el francs se haba
presentado.
-Cmo se llama?
-Bon apptit.
El norteamericano se ech a rer y le explic que se no era el nombre del
francs, sino una cortesa, que quera decir, ms o menos "buen provecho".
El tejano se sinti muy avergonzado, y cuando se sentaron a cenar aquella
noche, sonri y dirigindose al francs, dijo:
-Bon apptit.
El francs le devolvi la sonrisa, y contest:
-Harvey Granger.
La nia aplaudi, rindose a carcajadas, y entonces Creasy tom el
paquetito del regalo y lo abri. Contena una cajita, y mientras Creasy la abra,
Pinta contuvo el aliento, esperando su reaccin.
hechos de barbarie no los haban preparado para lo que vieron aquel da.
Tomaron una pala cada uno, cavaron una fosa y enterraron los restos.
Aquel mismo da se enfrentaron con los simbas y Creasy mat ms que ninguno,
sigui matando hasta bien entrada la noche. Guido conduca el Land Rover y
Creasy manejaba la ametralladora pesada. Tal vez algunos de los que mataron no
haban violado y mutilado a la joven monja. Quin poda saberlo? Qu era
aquello? La voluntad de Dios? La venganza de Dios?
Dnde estaba la lgica? l haba odo argumentar que la fe debe ser
sometida a prueba. Pero quin estableca las pruebas? Los obispos bebiendo
champagne? Los funcionarios del Vaticano?
Sin embargo, haba gente que pasaba las pruebas. Y stos, seran todos
tontos? l haba conocido a muchos, y saba que la razn y la fe podan ir de la
mano, pero no entenda cmo.
Creasy trat de explicarle a Pinta algo de todo aquello; trat de mostrarle
las contradicciones que l vea. La respuesta de la nia lo sorprendi.
-Nunca se sabe -haba dicho ella-. Si lo supieras con certeza, no
necesitaras creer.
S, claro, sa era la ltima contradiccin: la fuerza de la fe en medio de la
ignorancia.
En cuanto a Pinta, su posicin era muy simple. Creera hasta que alguien
probase, sin lugar a dudas, que todo era mentira.
-Y cmo sabrs si alguien lo prueba?
Pinta le sonri con picarda.
-Saldr un anuncio en la televisin!
-Lo compr yo, con mi dinero -dijo ella-. Ahorr. -Creasy la mir en
silencio.
-No te puede hacer ningn dao no? -pregunt con una sonrisa-. Por lo
menos, salo hasta que veas el anuncio.
Entonces Creasy le devolvi la sonrisa, levant la cadena y se la coloc en
el cuello.
-Gracias -estir la mano y sacudi a la nia por el hombro-. De pronto me
siento un santo -dijo.
Pinta rea, dando saltos de alegra.
-Si alguna vez te encuentras con el diablo, Creasy, tienes que levantar el
crucifijo.
l hizo una mueca. Sera muy distinto que levantar la ametralladora.
En aquel momento se oy un tintineo de campanillas y apareci un rebao
de vacas, que se dirigan a pastar en las colinas. Avanzaban hacia ellos, y un perro
se adelant para investigar.
Pinta ofreci al perro un trozo de jamn, en seal de amistad, y el animal
8
Era el da de la clase de piano.
Se haba puesto de moda en la sociedad milanesa que los padres cultivasen
el talento musical de sus hijos, si stos lo tenan. Rika no poda imaginar a Pinta
tocando la trompeta o la flauta. Tena que ser el piano.
Se concert una cita con un profesor eminente, y Creasy la llev a aquella
importantsima clase. Si el eminente profesor declaraba que Pinta tena aunque
ms no fuese una sombra de condiciones, se comprara un piano y se iniciaran las
lecciones.
Pinta no estaba entusiasmada, y tampoco lo estaba Creasy. La idea de orla
ensayar todos los das, tropezando en los ejercicios, no era placentera.
Sin embargo, aquello era slo una pequea nube en el horizonte. Creasy
haba dejado prcticamente de beber, y slo tomaba uno o dos vasos de vino en
las comidas. Tambin haba comenzado los ejercicios matutinos, y ubicado un
pequeo gimnasio en Como, que estaba abierto hasta tarde. Adems, haba
terminado de reparar el cerco, y podra dedicarse a ponerse en forma.
Su estado de nimo habra sido menos exultante si hubiese podido
escuchar la conversacin que haban sostenido Ettore y Rika, poco despus de su
regreso de Nueva York.
-Tiene que irse, Ettore, ahora mismo. Tienes que despedirlo!
-Pero por qu, cara? Estabas tan contenta con l...
Haba dos razones, ambas de peso, pero Rika slo poda aducir una.
-Pinta se est encariando demasiado con l. Lo quiere ms que a nadie.
-Crees que puede haber en l algo siniestro?
-No, no en ese sentido -respondi ella, meneando la cabeza-. Es algo
mental. l la considera una amiga. Y ella -hizo una pausa, para reforzar el efecto
de sus palabras-, ella lo quiere como a un padre.
-Eso es ridculo.
-No, no es ridculo. Es eso lo que est sucediendo. Yo no me di cuenta
antes. Desde luego, saba que Pinta lo quera, pero desde que regresamos del
ltimo viaje, advert que lo adora.
Ettore reflexion antes de hablar.
-Exageras. Es indudable que Pinta lo quiere. Est mucho tiempo con l, y
quiz nosotros hayamos viajado demasiado ltimamente. Pero quererlo como a un
padre...
-Ettore -empez Rika, con un suspiro-, t has sido siempre distante con
ella, demasiado distante. Nunca sostienes con Pinta una verdadera conversacin.
Yo jams lo hubiera credo, pero Creasy lo hace, y ella responde. Lo admira, lo
respeta. Cuando no est con l est fastidiada. Es terrible: ni siquiera puede
esperar que termine la cena, para correr a la cocina.
Ettore tena que admitir que era cierto. Y se sinti incmodo, en falta.
-Estuve muy ocupado ltimamente, Rika, y cuando vuelvo a casa me gusta
descansar, y no estar escuchando un torrente de charla infantil.
Ella volvi a suspirar. La verdad era que Ettore no conoca a su hija.
-Comprendo, querido, pero tendrs que hacer un esfuerzo; y si la escuchas
un poco, te dars cuenta de que no es tan infantil. Pinta es muy inteligente, muy
madura para su edad.
Rika haba empezado a pensar en el problema cuando Pinta compr el
crucifijo para el da del cumpleaos de Creasy. Arrastr a su madre de tienda en
tienda, hasta que encontr exactamente el que quera. Pareca un regalo raro
para un hombre como aqul, y Rika se lo dijo. Pinta, entonces, se haba echado a
rer.
-Ya s, mam, que es exactamente lo contrario de lo que l podra
imaginarse. Pero el oso Creasy es un hombre raro. Comprender.
De pronto, Rika empez a ver a Creasy como una amenaza para Ettore. Una
doble amenaza: a travs de Pinta, y a travs de ella misma. Porque aquella noche
con Creasy haba sido una seal de alerta. Al cabo de algunos das, se encontr
recordando lo que haba sentido, de pie en la plida luz del amanecer, mirando al
hombre que dorma. No era slo el amor fsico, la satisfaccin plena. Ella conoca
eso; lo haba conocido con Ettore y con otros. Era otra cosa, algo as como el
abandono, la prdida del control. Con Ettore y con los otros, ella siempre haba
dado y aceptado placer, hasta midindolo. Pero aquella noche, con Creasy, la que
dio fue ella. El recuerdo se haca cada vez ms vvido. El cuerpo de aquel hombre,
sus manos, el dominio que ejerca sobre ella. El momento en que abri los ojos y lo
nico que vio fue el revlver suspendido sobre su cabeza, y lo nico que sinti fue
la urgencia de aquel cuerpo y su virilidad derramndose en ella. La visin y el
9
La enfermera lea un libro, sentada junto a la cama. Creasy estaba
semiinconsciente, bajo el efecto de las drogas. De una estructura de metal
pendan dos frascos. Un lquido incoloro goteaba rtmicamente a travs de tubos
transparentes. Uno de los tubos penetraba en la fosa izquierda de la nariz. El
otro desapareca bajo un vendaje, en la mueca derecha.
Se abri la puerta y un polica uniformado se dirigi a la enfermera.
-Una visita. El mdico dijo que puede entrar un momento.
Guido entr en la habitacin, se acerc a la cama y contempl a Creasy.
-Me oyes, Creasy?
El gesto de asentimiento fue casi imperceptible.
-Lo peor ya pas. Saldrs adelante.
Otra vez el dbil gesto.
-Me quedar en Miln. Vendr a verte ms tarde, cuando puedas hablar.
-Se volvi hacia la enfermera.- Se quedar usted con l?
-Siempre habr alguien con l -respondi ella.
Guido agradeci y sali de la habitacin.
Elio y Felicia esperaban en el corredor.
-Est despierto, pero recin podr hablar dentro de un par de das. Vamos
a casa. Yo volver maana.
El mdico les haba dicho que Creasy estaba casi muerto cuando lo llevaron
al hospital. Lo haban operado inmediatamente. Pero se le haba hecho una ciruga
de urgencia, sigui explicando. Si Creasy sobreviva al shock postoperatorio,
esperaran que recuperase las fuerzas y volveran a operario, ms a fondo.
Mientras tanto...
El mdico se encogi de hombros significativamente. No haba ninguna
seguridad.
Durante dos das Creasy estuvo al borde de la muerte, pero despus
mejor. Debe de tener un gran deseo de vivir, le dijo el mdico a Guido.
Al da siguiente ya poda hablar. .
-Pinta? -fue su primera pregunta.
-Estn negociando -respondi Guido-. Estas cosas llevan tiempo.
-Mi estado?
-Tienes dos heridas: en el estmago y en el pulmn derecho.
Afortunadamente, las balas eran de calibre treinta y dos. Una bala un poco
ms grande, y no contabas el cuento. Te han emparchado el pulmn, y quedar
bien. El problema es la herida del estmago. Necesitas otra operacin. El mdico
tiene experiencia, y es optimista. Ha habido muchos heridos de bala en este
hospital.
Creasy escuch atentamente, y despus pregunt:
-Los dos a los que le di, estn muertos?
Guido asinti.
-Le diste a uno en el corazn. Las dos balas. Al otro, en el cerebro. Buena
puntera.
Creasy neg con la cabeza.
-Fui lerdo, condenadamente lerdo.
-Eran profesionales -dijo Guido escuetamente.
-Ya s, y no esperaban demasiada resistencia. Primero tiraron al aire, para
asustarme. Si yo hubiese sido ms rpido, los habra bajado a todos. Se
descuidaron bastante.
Empezaba a fatigarse, y Guido se levant para irse.
-Ir a Como a ver a Balletto. Le preguntar si puedo ayudar en algo.
En ese momento vio en el pecho de Creasy algo que le llam la atencin y se
inclin para observar con curiosidad. Era el crucifijo. Creasy not la mirada.
-Te contar despus.
La visita a Como fue un fracaso. Guido llev consigo a Elio. Vico Mansutti y
su mujer estaban en la casa. Al parecer, Mansutti se haba hecho cargo del
asunto. Ettore estaba vencido, aturdido por los acontecimientos. Pero Rika entr
a la habitacin hecha una furia. Los hechos haban salido a luz, y ella se haba
enterado de que Creasy haba sido contratado por una bicoca, slo para
tranquilizarla. Tambin saba que beba.
-Un borracho! -grit, dirigindose a Guido-. Un borracho inmundo
protegiendo a mi hija.
Mir despectivamente a su marido, y agreg:
-Un boy scout hubiese actuado mejor.
Elio inici una protesta, pero Guido lo hizo callar. Recogieron las cosas de
Creasy, y se fueron.
-Cuando le devuelvan a su hija, se calmar -coment Guido. No le mencion
el altercado a Creasy, y una semana despus los mdicos volvieron a operarlo, con
xito.
Guido entr a la habitacin y acerc una silla a la cama.
Creasy haba recuperado algo de color en la cara, y tena mejor aspecto.
Not la expresin preocupada de Guido, y lo interrog con la mirada.
-Est muerta, Creasy.
El herido volvi la cabeza y fij la mirada en el techo, el rostro
-De todos modos -agreg- yo puedo ayudarte. Verificar los datos que
tienes sobre la organizacin. Todava tengo algunos contactos.
-Contactos?
Guido sonri.
-S. Nunca te cont cmo fui a dar a la Legin. Tiene gracia, pero te lo
contar despus. Mientras tanto, en qu ms puedo ayudarte?
Entraron a la cocina para tomar caf, se sentaron a la mesa y empezaron a
estudiar los detalles.
Creasy haba elaborado una cuidadosa estrategia. Se la explic a Guido,
que qued impresionado. Despus, Guido tom nota de las reservas de pasajes y
alojamientos que tendra que hacer. Por ltimo, se ech hacia atrs en la silla,
bebi un sorbo de caf y contempl a su amigo por encima de la taza.
-Est bien, Creasy, muy bien. Es comprensible que, despus de Miln,
debas improvisar el resto. Pero para entonces ya tendr buena informacin. Pero,
dime sabes realmente en qu te estas metiendo?
-Dmelo.
Guido puso en orden sus pensamientos y comenz su exposicin.
-Son an ms poderosos de lo que la mayora de la gente cree o quiere
creer. Desafan a la polica y a veces hasta la controlan: Tienen influencia en la
justicia. Sobornan polticos en todos los niveles, desde intendentes de provincias
hasta ministros. En algunas zonas, sobre todo en el Sur y en Sicilia, ellos son,
literalmente, la ley: premian y castigan segn les parece. Prcticamente manejan
las prisiones desde adentro. Varias veces, a lo largo de los aos, las autoridades
han tratado de reducirlos. En este momento ocurre algo as en Calabria. Se est
llevando a cabo un resonante proceso, en Reggio, por corrupcin y compra
forzosa de tierras para el nuevo complejo siderrgico, pero...
Hizo un gesto elocuente, y continu.
-Los instrumentos legales de que dispone el gobierno -la polica, los
carabinieri, las cortes y las prisiones- estn llenos de infiltrados y corruptos. Es
claro que hay algunos buenos policas, y no faltan jueces valientes, pero el
sistema es demasiado dbil. Slo Mussolini, en la dcada del treinta, tuvo algn
xito, y porque us mtodos fascistas. Junto con la Mafia sufri una cantidad de
gente inocente. Despus de la cada de Mussolini, volvieron ms fuertes que
nunca. Tienen miles de informantes, y hasta contactos dentro de la polica.
Poseen sus propios grupos en todas las ciudades y pueblos, de cualquier tamao o
importancia, y en el Sur, en cada aldea. Un verdadero ejrcito de hombres
resueltos. .
Sirvi ms caf y le cont a Creasy la historia de su antigua vinculacin con
la Mafia en Npoles; tambin le habl de Conti. Por ltimo, se recost en la silla y
esper la reaccin de Creasy.
-No ser fcil -concedi Creasy-. Pero tengo varios puntos a mi favor. En
primer lugar, yo, como Mussolini, puedo usar tcticas que a la polica le estn
vedadas: el terror, por ejemplo. Esta gente lo usa como un arma, pero no est
acostumbrada a enfrentarlo. Segundo conseguir informacin a medida que
avanzo, informacin que la polica no puede conseguir, porque no usa mis mtodos.
Guido entenda. Creasy los hara hablar.
-Tercero -continu Creasy-, a diferencia de la polica, mi objetivo no es
recoger pruebas y llevarlos ante la justicia. Mi objetivo es matarlos.
Baj la voz.
-Cuarto, tengo ms motivos que la polica. Tengo una motivacin que un
polica o un juez no podran tener, porque ellos estn realizan solo un trabajo.
Adems, tienen por lo general mujer, familia, carrera en qu pensar. Yo no tengo
nada de todo eso; y atacar de una manera que esos miserables no pueden ni
imaginar.
Guido reflexion un momento. Evidentemente, eran ventajas; quiz,
ventajas cruciales.
-Armas? -pregunt Guido.
Creasy meti la mano en el bolsillo del saco.
-Leclerc todava opera fuera de Marsella?
-Creo que s -respondi Guido-. Puedo cerciorarme por telfono.
Tom la hoja de papel y ley la lista que Creasy haba confeccionado en el
tren. Silb por lo bajo.
-Demonios, Creasy, verdaderamente parece que vas a la guerra. Crees que
Leclerc tendr todo esto?
-Puede conseguirlo -dijo Creasy-. Estaba ofrecindole ms a Rodesia, hace
un par de aos. Me llamaron para asesorar. Leclerc hizo un buen negocio. Crees
que jugar limpio? Es poca cosa para l.
-Jugar limpio -respondi Guido-. T lo sacaste de aquel lo en Bukavu.
Debera estar agradecido.
-Tal vez, pero ese tipo es un cretino, y ha ganado un dineral vendiendo
armas en vez de usarlas. La riqueza suele cambiar a la gente. Tendrs que confiar
en l.
-Alguna sugerencia?
-Recurdale lo del funeral en colores.
-Eso bastar -dijo Guido, sonriendo con el recuerdo. Agit el papel en el
aire-. Cundo necesitars el material?
-No antes de un par de meses. Tardar por lo menos eso en recuperarme
del todo. Yo mismo buscar el material en Marsella. Ya he pensado en la manera
de hacerlo.
Despus abordaron el problema de la recuperacin fsica de Creasy.
-Necesito ir a algn lugar tranquilo -dijo Creasy-. Alguna sugerencia?
Guido reflexion un momento.
SEGUNDA PARTE
10
El Melitaland no era un gran ejemplo de arquitectura nutica. Descansaba
en el agua rechoncho y slido, orgulloso de su figura maciza y de sus chimeneas
torcidas. Su funcin consista en transportar automviles, camiones y personas a
travs de las dos millas de agua que separaban a Malta de Gozzo.
Creasy estaba de pie en la cubierta superior, la valija en el suelo. El ferry
italiano proveniente de Reggio se haba retardado doce horas por una huelga, y
haba llegado al puerto de Malta en las primeras horas de la maana. Eso le haba
evitado pasar la noche en la isla, hecho que lo alegr, porque estaba ansioso por
llegar a destino y comenzar a poner en prctica sus planes.
El barco pas junto a la pequea isla de Comino, con su antiguo mirador
erguido sobre los acantilados. El agua, de un azul intenso, permita atisbar el
fondo de arena: era la Laguna Azul. Creasy record haber nadado all con Guido y
Julia, ocho aos antes.
La contaminacin era menor en aquella zona, gracias a las mareas y a las
corrientes. La playa era tranquila, y el agua clara.
Creasy mir hacia Gozzo, ms escarpada y verde que Malta, con aldeas en
las laderas de las colinas. Era una isla de intensa actividad agrcola, y las
terrazas cultivadas se extendan hasta el borde del agua.
Cuando la visit por primera vez, Gozzo le haba gustado. Era una sociedad
singular: la nica sociedad sin clases que Creasy haba conocido. El ms pobre de
los pescadores se consideraba tan digno como el mayor terrateniente. Quien se
creyese mejor que los dems, no deba ir a Gozzo. Record que la gente era
ruidosa y alegre; y una vez que trababa relacin, amistosa. Ya se oa el bullicio,
mientras el barco entraba al pequeo puerto de Mgarr y los pasajeros se
apresuraban hacia la salida.
Creasy trep por la colina hasta una posada que tena el increble nombre
de "Aguilas del Valle". Era un edificio antiguo y rectangular con un angosto balcn
que daba al mar. Guido le haba dicho que desde all, telefonease a los padres de
Julia, y que ellos iran a buscarlo. Por dentro, la habitacin -que deba de haber
sido un granero- era alta y fresca, con las paredes adornadas por cuadros que
reproducan paisajes locales. Apoyado en el mostrador, un grupo de parroquianos
beba.
Creasy dej la valija junto a la puerta. La vista de los grandes jarros de
cerveza le record que tena sed, y mirando hacia el mostrador, seal el barril.
El tabernero, un hombre cito rubicundo y casi calvo, le pregunt:
-Grande o chico?
-Grande, por favor -respondi Creasy, sentndose en un taburete y
depositando un billete sobre el mostrador.
La cerveza era ambarina y estaba helada, bebi con satisfaccin. Cuando el
tabernero volvi con el cambio, Creasy le pregunt:
-Podra darme el nmero de telfono de Paul Schembri?
El tabernero lo mir impasible.
-Paul Schembri -repiti Creasy-. Tiene una granja cerca de Nadur; usted
debe conocerlo.
El tabernero se encogi de hombros y dijo:
-Schembri es un apellido muy comn, y en Gozzo hay muchos granjeros.
-Despus se alej, para servir a otro parroquiano.
Creasy no se incomod. Por el contrario, aprobaba la conducta del
tabernero. Era indudable que el hombre conoca a Paul Schembri. Gozzo era una
isla pequea, pero protega su privacidad. Ni siquiera una moderada afluencia de
turistas haba podido modificar eso. Los habitantes eran cordiales con los
forasteros, pero no les decan nada hasta no saber quines eran y qu queran. Un
modo que Guido pudiese disponer de un lugar tranquilo y privado durante su visita
anual. El departamento constaba de dos habitaciones grandes y un bao pequeo,
todo de techo abovedado, como era costumbre. Las gruesas piedras no haban
sido pintadas sino enaceitadas, de modo que conservaban una suave tonalidad
ocre. El mobiliario era sencillo: en el dormitorio, una gran cama antigua y una
cmoda, y perchas de madera en las paredes, para colgar la ropa. En la otra
habitacin, un conjunto de sillones y sillas bajos y cmodos, una mesita y un bar
bien provisto. Creasy pens que aquel lugar sera su hogar por lo menos durante
dos meses, y que ya la primera noche se senta cmodo y tranquilo.
Despus pens en los Schembri. A primera vista, parecan rudos granjeros,
pero en Gozzo el nivel de educacin es bueno, y aunque la gente es conservadora
y localista, se interesan por el mundo exterior y hay mucha gente culta. Debido a
la superpoblacin, muchos gozzitanos se instalaron en el extranjero, sobre todo
en los Estados Unidos y en Australia, y algunos, al retirarse, compraron
propiedades y regresaron a su aldea natal. Por lo tanto, en Gozzo haba un
constante fluir de nuevas ideas, y mucha movilidad dentro de la sociedad.
Paul Schembri era un granjero tpico, profundamente arraigado en aquella
vida de trabajo duro, y sometido al ciclo productivo de la naturaleza. Era
independiente y no haca ostentacin de sus bienes. Tena dinero en el Banco, y
poda mirar a cualquiera de frente. Era como las murallas de piedra que rodeaban
sus campos: seco y algo polvoriento, pero firme, cada piedra ajustndose a la
otra sin cemento ni cal, y capaz de enfrentar al gregale, el viento que, en
invierno, cruza el mar desde Europa y azota las colinas.
Laura era ms expansiva. Un observador superficial poda pensar que ella
dominaba en el matrimonio, pero era una impresin falsa. Era, s, una mujer
fuerte e inteligente, pero aunque Paul se lo hubiese permitido, ella jams habra
sacado partido de la aparente bonhoma de su marido. Pero su carcter tena ms
facetas que el de Paul: ella era ms brillante Y tena intereses ms amplios.
Joey haba heredado de su madre la curiosidad y la franqueza, unidas a la
simpata y el buen talante. "Debe de ser atractivo para las mujeres", pens
Creasy. A ellas deba gustarles su apostura, morena y su aire algo infantil, que
inspirara sentimientos maternales.
Creasy se preguntaba cmo sera la hija, Nadia. Trabajaba como
recepcionista en un hotel, en Malta, pero regresara el fin de semana para visitar
a la familia y ayudar en la granja.
Creasy saba, por Guido, que Nadia se haba casado con un oficial naval
ingls y se haba ido a Inglaterra, pero que el matrimonio se haba roto un ao
atrs. La recordaba vagamente. Cuando Julia y Guido se casaron, Nadia era una
adolescente de una belleza serena como la de su hermana. Dese que la muchacha
no fuese causa de problemas. Hasta all, la situacin era buena, y l no quera
complicaciones.
Rega a Creasy por haberse quemado la espalda al sol, y mir con franca
curiosidad las cicatrices, las nuevas y las viejas.
-Te cortajearon bastante, Creasy -coment-. Deberas dedicarte a
granjero para siempre.
Despus advirti el estado en que haban quedado sus manos y se
volvi hacia Paul, sinceramente indignada.
-Cmo lo dejaste trabajar con esas manos? Mira!
-Trata de convencerlo -replic Paul, haciendo un gesto de impotencia.
Laura tom las manos de Creasy y las examin.
-No te preocupes -dijo Creasy-. Ms tarde ir a nadar. El agua salada es el
mejor tratamiento. En algunos das ms, se habrn fortalecido.
Laura observ las cicatrices en el dorso de las manos y mene la cabeza.
-Ser granjero -dijo con firmeza- es mucho menos peligroso.
Los tres das siguientes fueron los peores. Todas las noches Creasy caa en
la cama totalmente exhausto.
Pero ya se haba fijado un plan y una rutina; por las maanas, una corrida,
natacin -cada da ms lejos- y despus el trabajo en el campo, el torso desnudo
bajo el sol ardiente. Por la tarde, otra sesin de natacin, y temprano a dormir,
despus de la cena. Haca gimnasia al levantarse y antes de acostarse. Los
primeros das fueron una agona, sobre todo por las maanas, cuando se levantaba
rgido y con los msculos entumecidos. Pasaran unas dos semanas, calculaba, antes de que pudiese empezar a entrenarse a fondo. Pero el dolor actuaba como un
estmulo. Le recordaba constantemente su propsito, le recordaba a Pinta y lo
que haban hecho con ella, y senta en su corazn un odio ms intenso que el dolor.
Paul y Joey lo descubrieron una noche, sentados en el patio despus de la
cena. Estaban tomando caf y una copa de brandy, y contemplando el mar
oscurecido y las luces de Malta a lo lejos.
Las luces le hicieron recordar a Creasy su arribo a Npoles, tantos meses
atrs, y los cambios que lo haban afectado. La creciente amistad con Pinta y las
ltimas semanas, cuando haba sido verdaderamente feliz.
Su pensamiento se remont al ltimo da, y despus vio a Guido en el
hospital, dicindole que Pinta estaba muerta.
Paul se volvi para decirle algo, pero al ver la cara de Creasy las palabras
murieron en su garganta. Porque lo que vio fue odio, el odio elevndose de aquel
hombre como la niebla de un mar fro.
De pronto Creasy se levant, mascull un saludo y se fue a su cuarto.
Joey mir a su padre; su cara, por lo general alegre, estaba sombra.
-Arde por dentro -dijo Joey-. Es como si se estuviera incendiando. Nunca
vi a nadie tan triste y tan furioso al mismo tiempo.
Paul asinti.
-l lo controla, pero el fuego est all. Y va a quemar a alguien.
contado.
Despus del almuerzo, cuando todos los hombres se haban retirado para
hacer la siesta, Nadia permaneci en la cocina, ayudando a su madre a lavar los
platos.
Trabajaron en silencio durante un rato, y de pronto la muchacha dijo:
-Me haba olvidado de cmo es Creasy. Da un poco de miedo.
-S -dijo Laura-. Es un caso difcil. Habla poco, pero es de confianza, y una
gran ayuda para tu padre. Yo lo aprecio. S qu clase de persona es. Tu padre
cree que se est preparando fsicamente por alguna razn muy especial, y que un
da se ir por ah y cometer toda clase de violencias. Es un hombre violento,
pero todos lo queremos.
Nadia termin de secar los platos en silencio y despus pregunt:
-Qu edad tiene?
-Debe de andar por los cincuenta -dijo Laura despus de pensar un
momento-. Es algunos aos mayor que Guido. Tiene suerte de estar con vida. Sus
cicatrices son terribles.
Nadia apil los platos y los coloc en el armario.
-Pero es un hombre -murmur, casi para sus adentros, sonriendo despus
ante la mirada de su madre, mezcla de curiosidad y tristeza-. Por lo menos, es un
hombre. Eso se ve.
No era raro que Nadia hiciese un comentario como aqul. Ella observaba a
todos los hombres de un modo muy especial, y haca una evaluacin inmediata,
fruto de su dura experiencia.
Se haba casado con un hombre apuesto, inteligente y simptico. Lleg al
matrimonio llena de alegra y expectativa. El noviazgo fue romntico, como un
cuento de hadas. Diversiones, fiestas, y la emocin de viajar en busca de nuevos
horizontes. Y despus, poco a poco, la aceptacin de que algo andaba mal; la
evidencia de haber vivido slo un sueo.
Aquel hombre tena tendencias homosexuales, largamente reprimidas. Para
l, el matrimonio form parte de la represin. Conoca sus inclinaciones, y luch
contra ellas, luch desde la adolescencia. Pero estaba destinado a perder aquella
guerra, y su casamiento con Nadia fue la ltima batalla. Perdi tambin esa
batalla en una serie de acciones dilatorias y autoacusaciones, en espordicas
incursiones, tristes y degradantes, en un mundo que ya no poda seguir negando.
Hablaron del problema, trataron de enfrentarlo juntos. Para ella, fue
difcil. No poda entender, se senta insultada en su femineidad misma. Tal vez
habra sido capaz de enfrentar la competencia con otra mujer: por lo menos,
hubiera podido usar las armas propias de su sexo. Pero contra semejante
enemigo, se senta inerme.
El final fue sbito y nauseabundo. Una fiesta en la base naval de
Portsmouth. Todos haban bebido demasiado. Lo perdi de vista, lo busc, y lo
11
Creasy conduca el vapuleado Land Rover a la mayor velocidad posible, por
la tortuosa ruta a Cirkewwa. Desde el automvil poda ya divisar al Melitaland
cargando los ltimos coches. Si lo perda tendra que pasar la noche en Malta.
Cuando entr en el camino de acceso al muelle, estaban retirando las amarras y la
rampa empezaba a elevarse. Hizo sonar la bocina y advirti aliviado que Victor
espiaba por sobre la rampa y lo saludaba con la mano. La rampa volvi a bajar y
Creasy se embarc.
-Lo alcanzaste por un pelo -dijo Victor con una amplia sonrisa.
-Me dijeron que ustedes siempre salan tarde -contest Creasy
devolvindole la sonrisa y consultando el reloj- pero ahora estn dos minutos
adelantados.
-Hoy es un da especial -respondi Victor-. Esta noche hay una fiesta, y
quiero tomar unas copas antes, como para ir ponindome a tono.
Creasy saba que "tomar unas copas" significaba una sesin de un par de
horas en Las guilas. Pues bien, esa tarde l los acompaara. Se lo haba ganado.
Estaba en su tercera semana de entrenamiento, y lo peor ya haba pasado.
Finalmente sus msculos haban comprendido que el largo descanso haba
terminado, y comenzaban a responder. Todava le faltaba mucho para estar en
forma, pero eso era cuestin de tiempo. Recuperaba poco a poco la resistencia,
su coordinacin era buena, y mejorara an ms.
Adems, haba pasado una tarde muy satisfactoria en San Elmo, el enorme
y antiguo fuerte que custodiaba la entrada al puerto de Grand Harbour. Todo
haba sido consecuencia de un artculo que Joey leyera en un peridico un par de
das antes. El artculo hablaba de un intento de secuestro areo realizado en
Alemania Occidental, y relataba la intervencin de un escuadrn especial antiterrorista. Paul coment que Malta tena un escuadrn e ese tipo, y que su
sobrino, George Zammit, inspector de polica, lo comandaba.
Aquello hizo pensar a Creasy, y al da siguiente le pregunt a Paul si su
sobrino le permitira entrenarse con el escuadrn. Paul hizo una llamada
telefnica y arregl todo.
Haba sido una tarde provechosa. El escuadrn usaba armas donadas por el
ejrcito britnico, ya ausente: ametralladoras Sterling y pistolas diversas.
Hicieron una excelente sesin de tiro en el stano del fuerte, y Creasy volvi a
disfrutar el contacto con las armas. Le faltaba entrenamiento, y para sus
antecedentes, estaba lento. Pero mejorara en pocas semanas. Despus de la
sesin de tiro, Creasy y los quince integrantes del escuadrn fueron al gimnasio y
practicaron combate sin armas. Era un buen equipo. Haca poco que se haba formado, y los hombres, aunque an inexpertos, eran entusiastas y trabajaban de
firme. George Zammit, un polica corpulento y amable, se mostr primero cordial,
-Pero debo poner una condicin; nada grave -agreg George, sonriendo y
palmendose el bolsillo donde guardaba el informe-. Usted tiene mucha
experiencia. Y yo quiero utilizar esa experiencia.
-Cmo?
La pipa de George se haba apagado y l se ocup de encenderla mientras
ordenaba sus pensamientos. Despus, se explay.
-Mi escuadrn fue formado para enfrentar escaramuzas menores pero
imprevistas: ataques terroristas, secuestros de aviones y otras cosas por el
estilo. Actualmente, todos los pases tienen unidades de este tipo. Pero nosotros
carecemos de experiencia concreta. En el pasado, Malta estuvo siempre ocupada
por potencias extranjeras que le proporcionaron la seguridad. Tenemos una
pequea base militar, las Fuerzas Armadas de Malta. No somos un pas rico, y no
podemos permitimos el lujo de tener un ejrcito profesional, de modo que las
FAM se dedican tambin a proyectos civiles, como construccin de caminos, por
ejemplo. Naturalmente, debo reconocer que la eficiencia de nuestro ejrcito se
adecua a su presupuesto. El hecho es que no podemos importar instructores
capaces para todas las facetas de combate. Los ingleses ayudaron antes de irse,
y los libios donaron pertrechos: helicpteros, botes de patrullaje, etctera, y nos
ayudan a entrenar a nuestra gente para usarlos. Pero para ciertas reas especializadas, carecemos tanto de experiencia como de instructores. Tomemos mi
escuadrn, por ejemplo. Yo he viajado a otros pases para recibir instruccin, y
transmito lo que aprend, pero nunca estuve en combate. Tenemos que trabajar a
base de la teora, con situaciones dadas. Pero en el mundo actual -el mundo del
terrorismo- pueden suceder muchas cosas imprevistas.
George se ech hacia atrs en su silla, la pipa entre los dientes, y mir
inquisitivamente a Creasy antes de agregar:
-Usted, en cambio, estuvo en toda clase de situaciones; de los dos lados.
-Muy bien -contest Creasy-. Har lo que pueda. Aparte del material que vi
el jueves, de qu otro equipo disponen?
Los dos hombres pasaron entonces a discutir los aspectos tcnicos, y era
bien pasada la medianoche cuando terminaron. Aquella noche se estableci entre
ellos un entendimiento rpido. Ambos eran hombres prcticos y parcos, que se
haban examinado mutuamente antes de aceptarse.
Esta vez, Creasy salt de la roca plana quince minutos antes del cambio de
la marea. Tambin soplaba esa maana una leve brisa del oeste, pero la corriente
era floja, y Creasy nad tranquilamente hacia su meta. Nadia estaba en la
ventana de su dormitorio, observndolo con los binoculares de su padre. Lo vio
llegar a la punta de la baha y continuar nadando rumbo al muelle del hotel.
Entonces baj las escaleras y telefone a Joey. Lo haba mandado a Las guilas
todas las maanas durante los ltimos tres das, para vigilar, porque, aunque
Creasy no haba dicho que volvera a intentar la travesa, para entonces ella ya lo
conoca bastante. Despus llam a su amiga, la recepcionista del Hotel Comino.
Creasy pasaba frente al hotel, descalzo y mojado, cuando se oy llamar por
su nombre. La joven baj los escalones de la entrada llevando una bolsa de
plstico y un gran vaso de cerveza helada.
-Felicitaciones de Nadia -dijo, con una sonrisa.
Creasy tuvo que echarse a rer. Se volvi y, a travs del canal, divis la
granja en lo alto de la colina, y en la ventana de la planta alta, el destello de un
rayo de sol sobre un objeto metlico. Salud con la mano y levant el vaso en un
brindis silencioso.
Dentro de la bolsa haba un par de vaqueros, una camiseta blanca y un par
de sandalias de goma, todo nuevo; y una toalla, y una nota.
"ste es un pas muy catlico", deca la nota. "No se puede andar por ah
medio desnudo".
-Hay un vestuario all -dijo la muchacha, sealando el costado del edificioY ese sendero conduce a la Laguna Azul. El ferry sale dentro de cuarenta
minutos.
Creasy le agradeci y le devolvi el vaso vaco.
El pantaln y la camiseta le quedaban perfectamente. "Una chica
observadora", pens mientras se vesta. El sendero conduca hasta el borde de
una colina baja, y desde all directamente a las aguas transparentes de la Laguna
Azul. El sol estaba bien alto para entonces, y el calor se elevaba de la tierra seca
y rida. A su izquierda, Creasy vio a un hombre vestido con pantalones amplios
sujetos con un cinto de cuero ancho. De un lado del cinturn colgaba un abultado
saco, y del otro, una bolsa de plstico. El hombre luca tambin camisa gris de
mangas largas, abotonada en las muecas, y gorra en la cabeza: el atuendo tpico
del campesino gozzitano. Pero su actividad de ese momento estaba muy lejos de
ser normal. Sostena con ambas manos una rama larga y frondosa, con la cual
golpeaba el suelo de vez en cuando, mientras descenda por la ladera de la colina.
A veces se agachaba, recoga algo del suelo y lo meta en la bolsa de plstico.
Intrigado, Creasy se dirigi al muelle. A la distancia se divisaba ya el ferry amarillo, saliendo del puerto de Mgarr. Se sent en una roca y sigui observando al
hombre, que se acercaba a l colina abajo.
El campesino lleg al muelle en el preciso momento en que el ferry
atracaba, y salud a Creasy con una inclinacin de cabeza. Creasy devolvi el
saludo y mir atentamente la bolsa de plstico transparente: saltamontes! Eso
era lo que el hombre recoga, saltamontes vivos. Todava se senta intrigado
cuando subieron al ferry, pero al salir de la baha el hombre meti la mano en el
voluminoso saco que llevaba tambin a la cintura, y sac una lnea de pesca.
Carnada, entonces los saltamontes eran para carnada. Pero la lnea tena en la
punta un viejo cebo de goma, que se hundi rpidamente en el agua, en la estela
del barco.
Entonces, la curiosidad fue ms fuerte que Creasy.
-Para qu son los saltamontes?
El hombre sac los ojos de la lnea y contest:
-Tengo un ruiseor. Son para alimentarlo.
Creasy segua intrigado.
-Pero hay muchsimos saltamontes en Gozzo. Yo los he visto.
-Pero los de Comino son ms sabrosos -sonri el viejo.
Aquello mantuvo a Creasy en silencio por un rato, mientras los dos
permanecan con la mirada fija en el lugar donde deba estar sumergido el cebo
artificial.
-Saca usted muchos peces?
-Muy pocos -contest el hombre, meneando la cabeza.
Creasy pens que el fracaso del pescador deba tener algo que ver con la
antigedad y el estado de la carnada; pero en ese momento, lo infrecuente se
produjo. El agua era tan clara que permiti ver el relmpago plateado del pez que
se precipit sobre el cebo desde un costado. En el ferry cundi la confusin.
Entre gritos empujones, detuvieron la marcha del ferry, y los tres jvenes tripulantes se amontonaron en la popa, dando toda clase de consejos innecesarios.
El viejo comenz a recoger la lnea, lenta y firmemente.
Era un pez grande, y a medida que se acercaba a la popa, la excitacin
aumentaba. El hombre se inclin para dar el tirn final y el pez estaba ya en el
aire, cuando se desprendi del anzuelo. El animal cay al agua con un chasquido,
hubo un ltimo relmpago plateado, y se fue.
Hubo lamentos entre la tripulacin, y numerosas invocaciones a la Ghal
Madonna, pero el viejo se mantuvo imperturbable.
-Todos lo sentimos mucho -se condoli Creasy.
-No todos -dijo el viejo, meneando la cabeza-. El pez debe de estar
contento.
-Por qu los saltamontes de Comino son ms sabrosos que los de Gozzo?
-le pregunt Creasy a Paul durante la cena. Recibi como respuesta una mirada
inexpresiva, y entonces cont su encuentro con el pescador filsofo.
-Es el viejo Salvu -dijo Paul, riendo-. Tiene una pequea gran cerca de
Ramla. Lo de los saltamontes es una excusa para tomar el ferry todos los das y
pescar algo.
-Es un personaje, ese Salvu -coment Laura-. Su esposa muri hace cinco
aos. Todos los domingos va a la iglesia de Nadur y se confiesa con el Cowboy;
confiesa las peores cosas imaginables, slo para hacerlo enojar.
-Yo crea que la confesin era secreta -dijo Creasy.
-Lo es -respondi Laura-. El Cowboy jams contara nada; es Salvu el que
anda jactndose por ah. Dice que lo hace para ayudar al Cowboy a entender algo
Quizs ella piense que puede hacerme cambiar de idea, convencerme de que no
me vaya. -Mir a Laura a los ojos, y dijo con gran nfasis: -Eso es imposible.
Debes hablar con ella. Dentro de un tiempo olvidar toda esta tontera.
Laura permaneci un momento pensativa. Aquel aspecto de la cuestin la
desconcertaba, porque Nadia tena mucho sentido prctico. Deba de estar
ocultando algo. La noche anterior, al enfrentar a sus padres, haba sido simple y
directa, sealando inmediatamente que saba que su relacin con Creasy no tena
futuro. Paul haba sido categrico: "l se ir y te dejar. Nada lo detendr. Lo
s" dijo. Pero Nadia replic que ella lo saba y lo aceptaba. Mientras tanto,
amara a Creasy. No era una nia, no buscaba seguridad, porque saba que era
imposible. Pero tena derecho a un poco de felicidad, aunque fuese una felicidad
temporaria.
De modo que Laura neg con la cabeza, y dijo:
-Lo dudo. No creo que ella trate de persuadirte para que te quedes.
Mir a Creasy y advirti su expresin, confusa pero desafiante. Su voz se
suaviz.
-Creasy -continu diciendo Laura-, t eres atractivo para las mujeres,
debes saberlo. Y no puedes vivir aislado. Afectas a los otros.
Todos lo hacemos, de una manera o de otra. No puedes pretender pasar
por la vida sin influir sobre los dems, sin sufrir t mismo alguna influencia.
Toma, por ejemplo, esta casa. Joey te admira como a un hroe. Es natural, porque
l es joven y t representas un mundo desconocido y excitante. En el caso de
Nadia, despertaste amor en ella. Eso tambin es natural. Despus del fracaso de
su matrimonio, ella busca una experiencia opuesta. Quiz vea en ti todo lo que su
marido no era.
Laura mir a Creasy y la comparacin la hizo sonrer: antebrazos robustos,
cicatrices en la cara y las manos.
-No eres precisamente una flor delicada -agreg.
Creasy no reaccion. Pareca no haber escuchado las ltimas palabras. Pero
algo que Laura dijo antes haba desencadenado una respuesta en su mente, lo
haba hecho pensar en el pasado: "No puedes vivir aislado", haba dicho ella. Y era
cierto. El habla vivido aislado durante mucho tiempo, pero eso haba cambiado.
Haciendo un esfuerzo, volvi al presente, se puso de pie y dijo:
-De todos modos, en este asunto entran dos. Sean cuales sean los
pensamientos de Nadia, tendr que olvidarse.
Se volvi para salir, y desde la puerta agreg:
-Laura, siento mucho que haya sucedido esto. No quiero causarles ningn
problema. Quiz sera mejor que me fuese.
Laura se encogi de hombros.
-En lo que a nosotros respecta, no hay problemas, y no los habr. Estamos
contentos de tenerte aqu, y t has sido una gran ayuda para Paul. Necesitaba
ayuda este verano. Tendrs que discutirlo con Nadia. Yo no dir nada ms. No
interferir con ella, ni contigo. -Sonri-. Pero t no pareces el tipo de hombre
que huye, ni siquiera de una mujer.
Creasy la mir, vio su sonrisa, y sali dando un portazo. Nadia acudi dos
noches despus, pasada la medianoche.
La puerta se abri suavemente y Creasy sinti el roce de los pies desnudos
sobre el piso de madera. La luz de la luna que entraba por la pequea ventana
permita adivinar su figura en la puerta del dormitorio, callada y quieta. Avanz
hacia la cama, con un rumor de tela sobre la piel desnuda.
-Vuelve a tu habitacin -dijo l.
Ella levant la sbana y se desliz en la cama, a su lado.
-No te quiero aqu. Vuelve a tu habitacin.
Un brazo suave se apoy sobre su cintura y labios tambin suaves besaron
su hombro y subieron por el cuello.
Creasy permaneci absolutamente inmvil e indiferente.
-Nadia, tienes que comprender. No quiero.
La muchacha se incorpor levemente. El hombre sinti contra l la presin
de los pechos pequeos y firmes. La boca de la muchacha se desliz desde el
cuello hasta el mentn, y despus hasta los labios. Trat de volver a pedirle que
se fuera. Pero ya no pudo.
12
El hombre era bajo y robusto, y vesta un uniforme camuflado. Del
correaje de su pecho pendan granadas y un pequeo transmisor, y sostena en la
mano una ametralladora Sterling. Se apoy contra la pared de piedra respirando
profundamente, para tomar aliento despus de la carrera a campo traviesa en
direccin al edificio de dos plantas.
Despus de un momento, empez a deslizarse centmetro a centmetro,
hacia el ngulo formado por las dos paredes. Saba que a lo largo de la pared
lateral se extenda un corredor sin ventanas, y al final, un tramo de escaleras que
conduca al piso superior. Se agach y avanz arrastrndose, el dedo firme en el
gatillo. El tableteo de una ametralladora reson en el edificio.
Creasy estaba parado al pie de la escalera, observando al hombre que
avanzaba, sin perder detalle.
El hombre lleg hasta la escalera con un chirrido de sus zapatos de suela
de goma, y volvi a aplastarse contra la pared. Un cargador vaco cay al suelo, y
otro tom su lugar. Tom el transmisor. "Subiendo", dijo, y con una mirada de
reojo hacia Creasy, se precipit escaleras arriba. Creasy subi tras l, mientras
se oan ms disparos y, en el otro extremo del edificio, un estallido de granadas.
Los quince hombres, camuflados y conversando animadamente, salieron al
escarpado terreno. George, que cubra la retaguardia, los condujo hasta un muro
bajo y les indic que se sentasen.
El ejercicio haba durado cinco minutos, pero el anlisis se prolong
durante una hora. George repas todas las fases del ataque, criticando aqu,
elogiando all. Creasy estaba de pie junto a George y frente a los hombres. La
moral del escuadrn era excelente; era su primer ejercicio en gran escala, y el
ruido y la accin haban sido estimulantes.
George termin su parte y se volvi hacia Creasy:
-Algn comentario?
Creasy se adelant y el escuadrn aguard, expectante.
-En general, bien -dijo, y hubo una hilera de sonrisas-. Pero en una batalla
real, la mitad de ustedes estaran muertos, o heridos. -Las sonrisas se borraron.
Seal al soldado bajo y fornido.
-Grazio, t avanzaste por el corredor pegado a la pared, una pared de
piedra. Eso aumenta para ti el riesgo de un rebote. Debes avanzar siempre por el
centro. Estars ms expuesto, pero es ms seguro. Diste vuelta a la esquina
agachado, pero te incorporaste casi inmediatamente, y estabas apuntando a la
altura de la cintura. Apunta siempre hacia abajo. Un enemigo puede estar tirado
en el piso, pero no puede volar por los aires. Con una pared de piedra o de ladrillo,
debes usar el rebote como ventaja.
Grazio asinti, abatido, pero Creasy no haba terminado.
-Si yo hubiese sido un terrorista, ahora estaras muerto. Y otra cosa: el
cambio de cargador fue lento, muy lento. se es el tiempo crtico, cuando eres
ms vulnerable. Debes practicar hasta que te duelan los dedos. Hasta que se
convierta en un reflejo. -Sus ojos recorrieron la fila-. Todos ustedes, practiquen.
Puede ser la diferencia entre estar vivo o muerto. No hay tiempo para torpezas.
Seal a un hombre alto, de espeso bigote negro.
-Domi, t seguiste a Charlie dentro de la Habitacin Dos. Deberas haber
permanecido en el corredor, cubriendo las puertas de las Habitaciones Tres y
Cuatro. No era preciso que entraran los dos. No era un dormitorio. No estaba
lleno de chicas esperando.
El escuadrn ri. Domi era todo un donjun.
Creasy sigui comentando el desempeo de casi todos los hombres.
George estaba atnito ante el volumen y el alcance de las observaciones que
Creasy haba hecho. Una vez ms advirti cmo ste se transformaba durante la
instruccin. Desaparecida toda reticencia, se expresaba con frases cortantes y
claras. George not tambin la forma en que los hombres prestaban atencin,
absorbiendo cada palabra. Se inclinaban ante la voz de la experiencia y la
autoridad. Haban visto a Creasy cambiar el cargador de una Sterling. Un
movimiento vertiginoso, y la sucesin de fuego casi no se haba interrumpido. Lo
haban visto disparar pistolas, ametralladoras y carabinas, vaciarlas y cargadas
Su ltimo incidente con la ley se haba producido seis meses antes. Tena
un empleo temporario como "guardin del orden" en un bar de la calle mayor, en
Valletta. Esta calle, conocida como "el agujero", haba sido durante mucho tiempo
lugar de reunin de marineros, pero, con el cierre de la base naval inglesa, haba
decado mucho. Slo permanecan abiertos unos pocos bares, y algunos de stos
se convirtieron en refugio favorito de bandas de delincuentes malteses. Benny
tena enemigos entre ellos, y una noche, en cumplimiento de sus tareas de
"guardin del orden", mand a dos al hospital.
El mismo juez de su condena anterior le dio un ao, en suspenso por seis
meses. Para librarse de las tentaciones, Benny fue a Gozzo para pasar sus ltimos
seis meses de libertad condicional en relativa paz.
Iba con frecuencia a Las guilas, y a veces beba con Creasy. Era popular
entre los parroquianos. Amistoso, estaba siempre dispuesto a dar una mano para
empujar un bote, pintar una casa o amenazar a algn forastero inoportuno.
Creasy lo estimaba. En cierta ocasin, Benny fue al bar con una muchacha,
una turista teida de rubio, un poco ebria y fascinada por la rudeza de su
compaero. Dos veces la muchacha volc el vaso de Creasy; la segunda vez,
mientras Benny estaba en el bao. Creasy se increp speramente.
Cuando volvi Benny, ella se quej de que Creasy la haba insultado.
En la taberna se hizo un profundo silencio. Benny mir a Creasy
inquisitivamente.
-Est tratando de hacernos reir -explic Creasy.
Benny asinti, le hizo una sea a Tony, y los vasos volvieron a llenarse.
-Entonces le tienes miedo? -pregunt desdeosamente la muchacha.
-No, y l tampoco me tiene miedo a m -replic Benny-. Y ahora te callas o
te vas.
Por todo aquello, Creasy simpatizaba con el hombre, y escuch con
atencin lo que se hablaba.
Al parecer, el perodo de libertad condicional de Benny expirara dentro
de pocos das. Si cometa algn acto de violencia antes de la fecha fijada, tendra
que cumplir un ao completo de reclusin.
Aquello haba incitado a algunos de sus enemigos de Malta. En el ltimo
viaje del ferry, Victor haba visto a dos de aquellos individuos en el muelle de
Cirkewwa. Estaban esperando en una hilera de automviles para hacer el cruce.
Victor aseguraba que no haban podido cruzar an, pero que lo haran en la
prxima vuelta. El grupo discuta lo que se poda hacer. Saban que, aquella tarde,
Benny estaba bebiendo en Malsaforn, pero no servira de nada advertirle que se
cuidase. Su orgullo no le permitira hacerse a un lado. Tambin era intil avisar a
la polica sobre el inminente enfrentamiento. Era obvio que los dos enemigos de
Benny haban ido hasta all para provocarlo, pero disponan de tiempo, y Benny no
necesitara demasiada provocacin. Buscaban una solucin, pero Creasy
tomando sol, y luego regresaban a la casa. Por un acuerdo tcito, Laura haba
dejado de preparar el desayuno de Creasy. Ahora era Nadia quien frea los
huevos y el jamn, y le serva con un aire natural y tranquilo, como respondiendo a
una vieja costumbre. Despus, Creasy sala al campo y trabajaba todo el da con
Paul y Joey,
Para Nadia, las tardes eran muy especiales. Encontraba a Creasy en la
caleta, donde nadaban juntos y conversaban. No hablaban de nada importante,
pero la charla misma iba consolidando los sentimientos, la comunicacin, la
ausencia de compromiso, la intimidad y la clida sencillez de la compaa mutua.
Entonces Creasy sonrea y hasta haca alguna broma. Ella descubri su spero
sentido del humor, teido de cierto cinismo. Y l descubri una mujer, profundamente inteligente y misteriosamente ertica. Una mujer que era capaz de colmar
su vida sin oprimirlo. Despus de cenar, salan con frecuencia, Al principio, slo
para complacer a Nadia. Creasy se daba cuenta de que ella quera salir, quera que
la gente los viese juntos. Necesitaba dejar establecido, frente a la comunidad,
que era su mujer y no se avergonzaba de serio. Por lo general, iban primero a Las
guilas a tomar una copa. Creasy se sentaba en un taburete en un rincn,
integrado a la clientela habitual, limitndose a escuchar el rumor de las
conversaciones. Nadia se sentaba junto a l, un brazo rodendole la cintura,
proclamando su posesin Con su actitud nadie comentaba. Para Shreik, Benny,
Tom y Sam, y todos los dems, de algn modo estaba bien: la chica de los
Schembri y Uomo. Todo en orden.
Lo curioso fue que la nica persona que tuvo algo que decir fue Joey. Al da
siguiente de que Nadia traslad sus cosas al cuarto de Creasy, los dos hombres
trabajaron juntos, cargando sacos de ajo en un camin. Joey estaba silencioso y
preocupado. De pronto, dijo:
-Quera hablarte de Nadia. -Tena una expresin muy seria-. Yo soy su
hermano y, bueno, s lo que sucede. No quiero que te confundas.
Creasy estaba de pie a su lado, el enorme torso desnudo.
-Confundirme? -pregunt suavemente.
-Pues... por lo general -dijo Joey, tropezando con las palabras- se supone
que si un hombre seduce a la hermana de otro bajo su propio techo, hay que
hacer algo. -Oscilaba entre la timidez y el desafo.
-Yo no seduje a tu hermana -dijo Creasy brevemente.
- Ya lo s. -Joey llev una bolsa al camin, regres y continu hablando-.
Precisamente, no quiero que pienses que no estoy dispuesto a defender el honor
de mi hermana. Si t la hubieses seducido, o daado de cualquier modo, tendras
que habrtelas conmigo, grandote como eres.
Creasy sonri.
-S que me enfrentaras. Yo no le har dao, al menos intencionalmente.
No la har sufrir si puedo evitado.
fin, Salvu haba logrado agarrar aquel pez, un gran sargo plateado.
-Te espera en Las guilas. Estuvo all toda la tarde. Si no se va pronto, no
slo no podr cocinar el pescado, sino que ni siquiera podr llevrselo.
Pero Creasy encontr a Salvu muy bien. Se haba aflojado un poco el ancho
cinturn, y hasta haba desabotonado las mangas de su camisa. Pero se mantena
de pie. El bar estaba lleno y ruidoso. Tony y Sam trabajaban duro. Joey, sentado
en un rincn con Nadia, salud a Creasy con la mano.
-Vinimos a buscarte. El Land Rover ya est arreglado.
Creasy avanz entre la gente, dndose cuenta de pronto de que perdera
todo aquello. Shreik estaba enfrascado en una profunda conversacin con Benny.
Cruzaron el saludo habitual.
-Todo bien, Uomo?
-Todo bien, Shreik?
-Todo bien, Benny?
-Todo bien!
Salvu lo salud con un gesto y le alcanz una cerveza.
-La cena es esta noche, Uomo. Por fin lo agarr.
-Es el mismo, Salvu?
-El mismo. El maldito que se escap el mes pasado. -El viejo sonrea.
-Y cmo lo sabes? -pregunt Creasy seriamente.
-Porque cuando lo saqu, me mir y me dijo: "Dios mo! Otra vez t!"
-Ese sargo es un blasfemo -dijo Creasy, el rostro serio.
-No te preocupes -replic Salvu-. Me confesar por l el domingo. Har
penitencia por anticipado esta noche, en el fuego del infierno del horno. -Seal a
Nadia con el mentn-. Trae a tu chica. A las ocho. La necesitars para que te
lleve de vuelta a casa.
Fue una noche mgica. Se sentaron en la cocina de techo abovedado, en la
vieja granja de Salvu, bebiendo el vino fuerte y mirndolo mientras preparaba el
pescado. La granja haba sido construida en el siglo XVI, y la cocina negra de
hierro era un elemento extico. El sargo haba sido trazado por la maana, y
marinado durante todo el da en vino y jugo de limn. Salvu agregaba hierbas que
sacaba de una serie de frascos sin rtulo, oliendo cada una y murmurando por lo
bajo, como un hechicero. Despus meti todo al horno y se sent a la mesa,
sirvindose un gran jarro de vino.
Cuarenta minutos -dijo con un guio a Nadia-. Tiempo justo para un trago.
De un gancho en el techo colgaba una jaula. El ruiseor estaba sooliento y
atemorizado por los extraos.
-Es un pjaro muy gordo -dijo Creasy-. Le das demasiados saltamontes.
-Tienes razn -asinti Salvu-. Necesita ejercicio. La prxima vez que
salgas a correr, podras llevarlo.
-Tambin podra acompaarte nadando hasta Comino -sugiri Nadia-. Y
nada lo detendr".
Sus pensamientos se vieron confirmados pocos minutos despus, mientras
beban el caf sentados sobre la cama.
-Nadia, dentro de unos diez das, me ir. -Creasy habl con suavidad y sin
mirarla-. Viajar a Marsella. Hoy averiguar los horarios.
-Lo har yo -dijo ella tranquilamente-. Tengo una amiga que trabaja en una
agencia de viajes en Valletta. La llamar por telfono. Creo que hay un barco una
vez por semana: el Toletela.
Al da siguiente lleg la carta de Guido. Creasy la llev a su cuarto y
examin el sobre cuidadosamente. Haba sido abierto y vuelto a cerrar. La solapa
del sobre no coincida con la marca del adhesivo. Creasy permaneci sentado
largo tiempo con el sobre en la mano, pensando. Despus lo abri. Eran cuatro
pginas cubiertas por la excelente caligrafa de Guido y, abrochado a la primera
pgina, un billete para retirar un paquete del depsito de la estacin de ferrocarril de Marsella.
Aquella noche escribi dos cartas: una a Pars, a un cierto general del
ejrcito francs. En Dien Bien Phu, aquel general era un oficial de baja
graduacin, y haba sido herido de gravedad. Despus de la rendicin, Creasy lo
carg a la espalda durante tres semanas, hasta el campo de prisioneros de
guerra, y le salv as la vida.
Ahora Creasy necesitaba un favor: una pieza de artillera muy especial. Le
pidi al general que se la enviase a poste Restante, Marsella.
La segunda carta estaba dirigida al dueo de un bar en Bruselas, un ex
mercenario dedicado a intermediario. Tambin le peda que le enviase un paquete
a Marsella.
13
El tiempo volaba.
En dos das ms partira rumbo a Marsella, y al da siguiente tendra la
ltima prctica con el escuadrn de George.
Trabaj hasta muy tarde. A travs de la puerta abierta del dormitorio vea
a Nadia dormida. Su larga cabellera negra cubra la almohada.
Creasy acostumbraba pagar sus deudas, y aquella noche trabaj para
George. Durante el entrenamiento, haban hablado de las parejas de
combatientes. Creasy haba recomendado formarlas. l saba muy bien, desde sus
viejos tiempos con Guido, que dos hombres, familiarizados mutuamente con los
pensamientos y los actos del otro, eran ms eficaces en las batallas que los
individuos aislados, aunque fuesen muchos. Procedi entonces a evaluar a cada
miembro del escuadrn y a juzgar con quin actuara mejor.
los hermanos Mizzi, Paul, Laura y Joey. Victor le alcanz un vaso y Nadia se
acerc a l y le entreg un telegrama que haba llegado a la maana. Era del
general de Pars. Su solicitud haba sido aceptada..
Se bebi, se charl, y Creasy senta crecer en su interior un sentimiento
de arraigo. No estaba triste, y no revisaba su decisin de partir a la maana
siguiente. Aunque en aquel lugar haba encontrado la felicidad, haba vivido lo
suficiente y su vida haba sido lo bastante dura como para saber que olvidar su
propsito significara el fin de aquella felicidad. l no podra seguir viviendo all
con el recuerdo de las cosas a las que habra dado la espalda.
Adems, el deseo de venganza no se haba debilitado. Haba estado como
encerrado en un armario, pero a la maana siguiente el armario se abrira, y en
las semanas prximas la emocin de la venganza ocupara su mente, con exclusin
de toda otra cosa.
Pero aquella ltima noche, el armario segua an cerrado. No haba
tristeza. Hasta Nadia estaba vibrante y alegre. Decidi que ms tarde hablara
con ella. Tratara de explicarle todo. Mereca por lo menos eso. Ni una sola vez
haba tratado de persuadirlo para que se quedase. Ni una sola vez, ni con un
gesto. Aquello lo sorprendi un poco, pero conoca la determinacin y la seriedad
de la muchacha. Una vez que tomaba una decisin, no la revisaba.
Benny le alcanz una cerveza, y dijo a Nadia:
-Me lo llevo afuera un momento.
Caminaron hasta la quietud del balcn, y el rudo gozzitano dijo
solemnemente.
-Uomo, si alguna vez necesitas ayuda y no soy el primero que llamas, me
pondr furioso.
Creasy sonri.
-Sers el primero, te lo prometo.
Benny asinti, satisfecho.
-Manda un telegrama a Las guilas. Tony me ubicar, en cualquier
momento.
Volvieron a entrar, y esta vez Creasy llev aparte a Paul.
-Paul, te debo dinero.
.
-Dinero? -El granjero pareca sorprendido.
-S, dinero -respondi Creasy-. He vivido en tu casa ms de dos meses y he
devorado una montaa de comida.
-Est bien -dijo Paul, sonriendo-, te cobrar quince libras por semana, que
es tambin lo que un campesino gana trabajando en una granja. Entonces,
estamos a mano. -Detuvo a Creasy con un gesto, Y agreg-: Escchame, nunca
habra podido conseguir este verano alguien que trabajara como t, lo digo en
serio. No hablemos ms.
Volvi a incorporarse a la rueda de amigos, y Creasy se encogi de hombros
y lo sigui.
Pocos minutos despus, se despidi de todos y sali con Nadia. Se sentan
como dos jvenes amantes en la primera cita. No haba entre ellos atmsfera de
adis, ni tristeza. Ocuparon una mesa en la terraza y pidieron pescado.
Concordaron en que estaba delicioso aunque el de Salvu era mejor. Bebieron una
botella de vino Soave, helado, y despus ordenaron otra. Para Creasy, el momento
adquiri mayor intensidad, porque a la maana siguiente su mente estara ocupada
con planes de muerte y destruccin; y porque Nadia, con su forma de ser, lo
confortaba. Haba estado preocupado por lo que dejara en Gozzo. No quera
recuerdos tristes, y ella no le haba dado ningn motivo para tenerlos. Su actitud
era un alarde de independencia y de fuerza, un blsamo para su conciencia. y era
eso precisamente lo que ella se haba propuesto.
Despus de cenar fueron a Barbarella. Creasy quera despedirse de Censu,
quien no le permiti pagar las bebidas.
-Es una invitacin -dijo con su sonrisa amable.
Creasy le pregunt a Nadia si quera bailar, y ella rehus.
-Hay luna llena -dijo-. Vamos a nadar por ltima vez.
De modo que terminaron sus bebidas, regresaron en el automvil a la
granja, y despus caminaron hasta la caleta.
Se abrazaron en el agua fresca. La piel de Nadia estaba resbaladiza, como
cristal hmedo.
Hicieron el amor sobre la roca. Creasy se tendi de espaldas para proteger
a Nadia de la aspereza, pero cuando ella se desliz sobre su cuerpo, l slo sinti
su suave tibieza. Como siempre, se amaron despacio, llevando sus sensaciones
poco a poco hacia la dulce culminacin. Creasy contempl los pechos pequeos,
hmedos a la luz de la luna, el valo del rostro, y los ojos oscuros, entrecerrados
de placer. Llegaron a la cumbre, y ella ahog un gemido en la garganta.
Despus, Creasy empez a hablar y ella lo escuch, desnuda, los brazos
rodeando las rodillas, y el rostro entregado.
l le cont lo que hara. Describi su estado fsico y mental cuando lleg a
Npoles. Cmo Guido y Elio haban conseguido aquel empleo para l. Relat los
primeros das, la forma en que l haba rechaza o a Pinta, y como despus, lenta e
inexorablemente, llegaron a sentirse unidos.
Fue elocuente. Por primera vez en su vida, era capaz de describir sus
sentimientos. Quiz se debiese al ambiente nocturno, o al amor reciente; o
simplemente suceda que amaba a la mujer que lo escuchaba. Fue as como Creasy
encontr las palabras adecuadas para explicar todo lo que haba sentido y las
cosas que sucedieron.
Le habl de aquel da en la montaa, cuando Pinta le haba regalado el
crucifijo. Dijo que haba sido el da ms feliz de su vida. Pinta reviva a travs de
sus palabras, y Nadia asenta mientras l hablaba de la inteligencia de la nia, de
-Ir todas las maanas a la iglesia, con mi madre. Rezar, rezar para que
los mates. No me confesar. Slo rezar. Despus, cuando regreses o hayas
muerto, me confesar.
Recogieron las ropas y volvieron a la casa. La actitud y las palabras de la
muchacha haban afectado profundamente a Creasy. Haba algo que no entenda,
un hecho que se le escapaba. Pero la emocin de Nadia, su reaccin ante la lucha
inminente, su identificacin con l, lo afirmaban en su propsito.
Ella no quiso volver a hacer el amor. Tampoco quiso dormir. Faltaban pocas
horas para el alba. Permaneci tendida junto a l en la cama, la cabeza contra su
pecho, escuchando su pausada respiracin.
Con las primeras luces, Nadia se deshizo suavemente del abrazo, se
levant y comenz a recoger las ropas de Creasy y preparar su valija. Coloc
encima de todo el pequeo pasacasetes, y la media docena de cintas en un bolsillo
lateral. Despus, con una sonrisa apagada, eligi una y la desliz en el aparato,
lista para ser escuchada.
Despus baj a la cocina, prepar el caf y el desayuno, y subi con la
bandeja.
Deba alcanzar el primer ferry a Malta. Joey puso la valija en el Land
Rover y trep al asiento del conductor. Laura lo abraz, lo bes en la mejilla y le
dese suerte. El se inclin hacia ella y le agradeci por haberle ayudado a
recuperar sus fuerzas.
Despus estrech la mano de Paul.
-Todo bien, Paul?
-Todo bien, Creasy.
Nadia decidi no acompaado hasta el ferry. Se puso en puntas de pie, lo
bes en los labios y le dese suerte. Despus, permaneci parada junto a sus
padres mientras el Land Rover se alejaba por el camino. Su rostro era
inexpresivo.
Media hora despus, se asom a la ventana del frente y contempl al
Melitaland que se alejaba del muelle,
Saba que Creasy viajaba en la timonera, con Victor y Michele. Cuando el
barco abandonaba la curva de la baha, lo vio salir al puente, mirar en direccin a
la colina y saludar con la mano. Respondi al saludo, y se qued mirando el ferry
que viraba para pasar por Comino, hasta que se perdi de vista. Despus entr a
la cocina para ayudar a su madre, que estaba sorprendida porque los gozzitanos
son emotivos, y el rostro de su hija no delataba emocin alguna.
Por la tarde, Nadia camin por el sendero hasta Ramla, y de pie en el borde
de una terraza, vio al barco blanco salir de Grand Harbour y dirigirse rumbo al
norte.
Salvu, que trabajaba en el campo, vio a la muchacha contemplando el mar, y
TERCERA PARTE
14
Los dos rabes hicieron un trato difcil. Entrega completa, o nada. Sin los
cohetes, no queran las cincuenta ametralladoras MAS, ni las quinientas
Armalites. Aquello puso a Leclerc en un apuro. Como muchos traficantes de
armas, tena un respaldo semioficial, es decir, una salida para la industria blica
de su pas. Sus contactos en el ministerio le haban dicho que, a aquellos rabes,
no se les venderan cohetes. La poltica es as. Aun cuando tuviesen un
certificado de destinatario final, originado en un pequeo estado del Golfo
Prsico, el envo tena que trasbordar en Beirut, lo cual poda significar cualquier
cosa: izquierda, derecha, falangistas, la OLP, o el Cuarto Batalln de los Boy
Scouts libaneses.
Leclerc suspir; tendra que volver a comunicarse con su contacto.
-Podra conseguirles un par -dijo, dirigindose al ms viejo de los hombres,
un individuo de nariz aguilea, impecablemente vestido.
-Por lo menos seis, Monsieur Leclerc -dijo el hombre, en excelente
francs-. De otro modo, nos veremos obligados a hacer nuestro pedido en otra
parte, quizs en Montecarlo.
Leclerc volvi a suspirar y jur por lo bajo. Aquel condenado norteamericano de Montecarlo estaba tratando de acaparar todo el negocio. Pues
bien, les vendera cohetes suficientes como para dar comienzo a la Tercera
Guerra Mundial.
-Ver lo que puedo hacer. -Se puso de pie y camin alrededor del
escritorio-. Llmenme maana, a las 11:00.
Se estrecharon las manos, y Leclerc los acompa hasta la puerta.
15
Guido estaba en la terraza, observando con los binoculares la entrada al
puerto del ferry azul y blanco. Confiaba en los papeles, pero a menudo los
vehculos que llegaban de Marsella eran cuidadosamente revisados.
La rampa fue bajada y una hilera de automviles particulares se distribuy
en tres filas. Despus se agregaron varios camiones y un camin con acoplado, y
por ltimo la camioneta gris. Guido vio a Creasy descender de la cabina y
apoyarse contra el costado de la camioneta con actitud de aburrida indiferencia.
Vesta un overol desteido y tena en la mano un gran sobre, con el cual se
golpeaba distradamente la pierna.
Pasaron veinte minutos antes de que el inspector de la Aduana llegase a
Creasy. Mientras tanto, Pietro tambin sali a la terraza.
-Lleg?
bolsa. Creasy examin uno de ellos con cuidado. Estaba hecho de aluminio
anodizado y meda unos nueve centmetros de largo dos centmetros de dimetro,
y estaba sesgado en los dos extremos. Creasy lo tom por las puntas y
desenrosco suavemente: el cilindro se abri. Examin las dos mitades; la
superficie interior era tan lisa como la exterior.
-Los hice fabricar en un taller local -dijo Guido, tomando los cilindros y
colocndolos otra vez en la bolsa-. Son un poco ms grandes que lo habitual:
incmodos, dira.
Creasy sonri apenas.
-Quizs me queje. Ser amable.
Guido dej de lado las llaves y los mapas y tom el anotador.
-Te acuerdas de Verrua? -pregunt-. De la Legin.
-S -respondi Creasy-. Del Segundo Regimiento Especial. Par dos veces, y
por fin se retir. Se estaba poniendo viejo.
-Correcto -dijo Guido-. Ahora vive aqu, en Npoles. Durante diez aos;
desde que sali de la Legin, trabaj para Cantarella en Sicilia; trabajo pesado.
Lo alejaron hace un par de aos, y vino a vivir aqu con su hija casada. Viene con
mucha frecuencia a comer en la pensin. Le gusta recordar cosas. Yo casi no me
acordaba de l, porque slo haca unos meses que estaba en la Legin cuando l se
fue; pero se acuerda muy bien de ti. Te menciona a menudo, habla de la poca de
Vietnam.
-Siempre habl de ms -dijo Creasy-. Sabe algo acerca de esta
operacin?
-Absolutamente nada -respondi Guido-. Pero lo interesante es que est
muy decepcionado de Cantarella. Piensa que no lo trataron bien. La verdad es que
es un descontento. Lo cierto es que, con alguna ayudita, habl bastante de Villa
Colacci y sus instalaciones. -Le pas el anotador a Creasy-. Aqu est todo, con
otros datos que pude recoger.
Creasy examin el contenido del cuaderno. Haba un plano de la villa y sus
alrededores, y varias pginas de anotaciones.
Levant la cabeza y dijo:
-Guido, esto es una gran ayuda. Muchas gracias.
Guido se encogi de hombros y orden el caf.
-S que piensas ir consiguiendo informacin sobre la marcha dijo-. Pero
eso te ahorrar tiempo.
-Sin duda -dijo Creasy, examinando el plano-. Villa Colacci es el punto ms
duro; y rara vez l sale de all.
-No saldr en absoluto cuando sepa que el blanco es l -coment Guido-.
Algn plan para entrar?
-Varios -respondi Creasy-. Pero mantendr las opciones abiertas hasta
que tenga ms informacin.
16
Giorgio Rabbia estaba trabajando. Era un trabajo extenuante. Haca dos
horas que recorra los bares de la zona Este de Miln. Era noche de jueves, y
para su patrn, eso significaba da de pago.
Rabbia era un hombre corpulento y pesado, de naturaleza violenta. Cuando
se enojaba, sus movimientos se hacan ms giles y le gustaba golpear a la gente.
Tena la disposicin adecuada para el trabajo que haca, y lo cumpla a la
perfeccin, sin apuro, siguiendo siempre la misma rutina.
Era medianoche, haba terminado con los bares y se dispona a empezar
con los clubes. Usaba una chaqueta muy holgada, que lo haca parecer ms
corpulento an. Bajo la chaqueta, debajo del brazo izquierdo, llevaba una pistola
Beretta, en una sobaquera. De su hombro derecho colgaba un bolso de gamuza,
cerrado con una presilla.
Estaba casi lleno.
Estacion el Lancia en la zona prohibida, frente al club nocturno El
Papagayo, y descendi a la vereda.
Estaba orgulloso del Lancia; el coche estaba pintado de gris plateado, y
equipado con un aparato de sonido estereofnico, y auriculares. En la parte
trasera, detrs del asiento, haba un perro de juguete, cuya cabeza se
bamboleaba con el movimiento del coche. Regalo de una de sus favoritas.
A pesar de su devocin por el valioso automvil, Rabbia ni siquiera se
zona desierta que acababan de atravesar. La voz del hombre que lo haba
secuestrado lo intrigaba. Tena un ligero acento napolitano, y algo ms que l no
alcanzaba a definir. Pens que no era italiano, y esa idea le sugiri otra. Fossella,
su patrn, haba iniciado una disputa, algunos meses atrs, con una cierta "Unin
Corsa", grupo de Marsella, a causa de un embarque de drogas. Tal vez el
resentimiento de aquella "Unin" fuese mayor que lo previsible. Pero por qu el
acento napolitano?
Antes de llegar a Vigentino le ordenaron doblar en un camino lateral, y
despus tomar un desvo. Buscara una oportunidad de defenderse al bajar del
coche; el hombre tendra que retirar el revlver de su nuca, y l, a pesar de su
corpulencia, era rpido.
Los faros del automvil iluminaron un chalet; era el tipo de casa de fin de
semana de los milaneses ricos. La voz le orden dar la vuelta al edificio. Las
cubiertas mordieron el pedregullo.
-Estaciona aqu. Coloca el freno de mano y apaga el motor.
Rabbia se inclin hacia adelante y el metal fro se movi con l. Volvi a
enderezarse lentamente. De pronto, dej de sentir el contacto en la nuca. Se
puso tenso, y perdi el conocimiento.
Rabbia volvi en s poco a poco, sintiendo el latido de un dolor intenso en la
parte posterior de la cabeza. Trat de levantar la mano, y no pudo moverla. Tena
el mentn cado sobre el pecho, y al aclararse su visin vio su mueca izquierda
amarrada con cinta adhesiva al brazo de madera de un silln. Movi penosamente
la cabeza hacia la derecha. La otra mueca tambin estaba atada. Con un
sobresalto, record todo y su cabeza se aclar. Al levantar la mirada, lo primero
que vio fue una mesa de madera. Esparcidos sobre ella haba diversos objetos: un
martillo y dos largas pas de metal; un gran cuchillo; y por ltimo, una varilla de
metal de unos treinta centmetros de longitud. De uno de los extremos de esa
varilla sala un cable elctrico, cuyo recorrido se perda detrs de la mesa.
Despus vio la cara del hombre, las cicatrices, los ojos entrecerrados. l haba
visto aquel rostro antes, en alguna parte.
Sobre la mesa, junto al hombre, descansaban un cuaderno abierto, una
lapicera y un rollo de cinta adhesiva.
-Me oyes?
-Pagars por esto, seas quien seas -dijo Rabbia dificultosamente.
El hombre ignor las palabras. En cambio, seal los objetos que estaban
sobre la mesa.
-Mira lo que tienes al frente, y escchame bien. Te voy a hacer preguntas,
muchas preguntas. Si no dices todo lo que sabes, te desatar la mano izquierda,
la pondr sobre la mesa y la atravesar con una pa.
Los ojos de Rabbia se detuvieron en las relucientes pas. La voz continu,
tranquila y montona.
-Despus tomar ese cuchillo y te cortar los dedos, uno por uno.
La mirada de Rabbia registr el cuchillo.
-Pero no morirs desangrado. -El hombre seal la varilla de metal-. Esto
es un soldador elctrico. Lo usar para cauterizar los muones.
El rostro plido de Rabbia se cubri de gotas de sudor. El hombre lo
miraba impasible.
-Despus, a menos que hables, empezar con la mano derecha; y despus
con los pies.
Rabbia, como muchos hombres brutales, era cobarde. Al contemplar
aquellos ojos que lo examinaban desde el otro lado de la mesa, tena la helada
sensacin de que el hombre hara todo lo que haba anunciado. Pero por qu?
Quin era? Dnde lo haba visto antes?
Trat de sentir ira, una ira que aventase el miedo.
-Vete al infierno! -grit. Despus profiri una retahla de obscenidades,
que murieron en sus labios al ver que el hombre se levantaba, tomaba el rollo de
cinta adhesiva, cortaba un trozo y se acercaba a l.
Rabbia empez a decir algo, pero la cinta le sell la boca. El golpe en el
estmago lo hizo doblarse en dos. Un segundo despus, reciba otro golpe en la
cabeza.
No haba perdido totalmente el sentido, aunque su cuerpo estaba
paralizado de espanto. Tuvo una vaga conciencia de que le liberaban la mano
izquierda y la colocaban sobre la mesa. Un instante despus su cuerpo se arque
en un espasmo agnico y se desmay.
Cuando se recuper por segunda vez, ya no senta el latido en la cabeza.
Senta el brazo izquierdo en llamas. Abri los ojos y se encontr contemplando su
propia mano apoyada sobre la mesa. La punta de la pa emerga del centro mismo.
La sangre se escurra lentamente entre los dedos abiertos.
Su cerebro trat de negar lo que sus ojos vean, pero un leve movimiento
envi ondas de dolor a travs de todo el cuerpo. Un gemido apagado se escap de
su boca, bajo la cinta. Sus ojos reflejaban un profundo terror. No era slo el
acto de violencia, sino la frialdad con que aquel hombre lo haba cometido, como
si estuviera clavando dos trozos de madera.
Rabbia volvi a contemplar aquellos ojos. Ni un parpadeo, el rostro
completamente inexpresivo. Entonces, mientras el hombre se pona de pie y
comenzaba a dar vuelta a la mesa, Rabbia se irgui, se retorci en el asiento,
mene la cabeza afirmativamente y gimi bajo la mordaza. El hombre lo aferr
por los cabellos y le sostuvo la cabeza mientras arrancaba la cinta adhesiva.
Despus volvi a sentarse del otro lado de la mesa, y contempl tranquilamente a
Rabbia, que temblaba de dolor y de miedo.
Transcurrieron minutos antes de que el hombre corpulento y sudoroso
-S... no tenamos nada que hacer... y adems... era muy bonita. Su voz se
apag, levant la mirada, y del otro lado de la mesa vio la muerte.
-Y Fossella? Cmo tom el asunto?
-Estaba furioso. La muerte de la nia fue un error. Estaba muy enojado.
Nosotros tenamos que recibir diez millones de liras cada uno, pero Fossella no
nos dio nada.
-De modo que, en castigo, no les pag. Esto es todo? -pregunt la voz,
suavemente.
Rabbia asinti. El sudor se le escurra por el mentn.
-Tuvimos suerte -dijo-. Sandri es sobrino de Fossella, es el hijo de su
hermana.
El hombre tom la lapicera.
-S -repiti casi con dulzura-. Tuvieron suerte. Ahora hablemos de Sandri.
Extrajo de Rabbia todos los detalles: amistades, desplazamientos hbitos,
todo. Despus pasaron a Fossella y el interrogatorio se repiti.
En cierto momento Rabbia se quej del dolor en la mano.
-Ya falta poco -dijo el hombre-. Ahora hablemos de Conti y de Cantarella.
Pero Rabbia saba poco de esos hombres. Explic que Cantarella casi no
sala de Villa Colacci. Rabbia no lo haba visto nunca.
-Pero Fossella va mucho all -dijo-. Y tambin a ver a Conti en Roma; por lo
menos una vez por mes.
Las preguntas haban terminado. El hombre cerr el anotador y coloc la
tapa del bolgrafo.
Rabbia sinti pnico. Comenz a hablar otra vez, a mascullar cosas sobre
Sandri y Fossella, pero el hombre del otro lado de la mesa ya no estaba
interesado en escuchar. Se puso de pie lentamente y meti la mano bajo la
chaqueta. Rabbia vio el revlver y el flujo de palabras ces. Ya no senta dolor.
Contempl, magnetizado, cmo el hombre colocaba el silenciador en el cao y
daba vuelta a la mesa. Mantuvo la mirada fija en el arma, la vio levantarse,
acercarse, y sinti el contacto del metal en la cara, bajo el ojo derecho. Entonces
escuch la voz por ltima vez.
-Vete al infierno, Rabbia. Pronto tendrs compaa.
El restaurante Granelli estaba muy animado, con la atmsfera tpica de un
almuerzo de da viernes: clientes de buen humor, anticipando el descanso de fin
de semana.
En un reservado del fondo, Mario Satta almorzaba solo. Crea en el antiguo
proverbio que dice que el nmero ideal de personas para comer es dos: el
comensal y un excelente mozo.
Satta se destacaba por su apostura. En aquel momento, mientras coma su
cappon magro, varias damas elegantes ubicadas en las otras mesas le echaban
dirigirse a Dicandia:
-Hars todas estas gestiones con mucha discrecin. No quiero que Abrata
sepa que Fossella ha cado en desgracia. Podran ocurrrsele algunas ideas, y,
despus de todo, la situacin en Miln es buena.
Conti asinti, respondiendo a la mirada de su jefe.
-Los dos se equilibran bien -dijo-. Es conveniente no alterar esa situacin.
Cantarella estaba satisfecho con la reunin. Se levant, bajo y atildado, en
su traje azul oscuro y se dirigi al bar.
Los otros lo siguieron y l sirvi una medida de Chivas Regal con un chorro
de soda para cada uno.
Conti hubiese preferido su acostumbrado Sambuco; pero cuando don
Cantarella le serva a uno un whisky personalmente, haba que tomar whisky.
El domingo por la maana, en Npoles, Guido estaba sentado en la terraza
tomando caf y descansando antes del ajetreo del almuerzo. Oy abrirse la
puerta a sus espaldas y se volvi. Era Pietro, que llevaba un diario en la mano. El
muchacho coloc el peridico sobre la mesa y seal una pequea informacin en
una pgina interior. Se trataba de la muerte, por arma de fuego, de un tal Giorgio
Rabbia de quien se supona que tena vinculaciones con el crimen organizado.
Eran unas pocas lneas. Miln es una ciudad violenta, y un asesinato genera
poco inters. Guido levant la cabeza.
-Ya empez -dijo-. Prepara tus cosas. Maana te vas a Gozzo.
17
Giacomo Sandri se desliz de la cama, se puso de pie y se desperez,
flexionando con placer sus msculos cansados. Tom el reloj de la mesita de luz y
consult el dial: las 10:00. Desnudo, camin hasta la ventana, apart la cortina y
contempl la calle oscura. Su Alfa Romeo negro estaba estacionado abajo y l
alcanzaba a divisar el codo de Violente apoyado en la ventanilla abierta.
Satisfecho, corri otra vez la cortina y se volvi. La muchacha lo miraba desde la
cama. Le sonri.
-Cmo ests, pequea? Te hice feliz?
La joven asinti, con los ojos fijos en el cuerpo del hombre.
-Tienes que irte ahora? -pregunt con aire malhumorado-. Nunca te
quedas ms de una hora, y yo me aburro.
Sandri estaba complacido e irritado a la vez. Complacido por ser capaz, a
su edad, de satisfacer a una jovencita e irritado porque ella empezaba a ponerse
escopeta en la cara.
-La muchacha vio algo? -pregunt Satta.
-Nada -replic Bellu-. Es muy joven, pero no es tonta. Cuando oy el
disparo, meti la cabeza bajo la almohada y esper hasta que lleg la polica.
-Seal con el pulgar-. La mujer del departamento del piso superior oy el
estruendo, baj por la escalera y espi. Cuando vio a Sandri tirado all, con la
mitad de la cabeza, empez a gritar. Hace poco que se call. Alguien est con
ella, tratando de calmarla y de sacarle alguna informacin.
-Es interesante -coment Satta.
-Qu es lo interesante?
-Hace un momento dijiste "el asesino", en singular. Por qu habra de ser
slo uno?
-No s -dijo Bellu, encogindose de hombros-. Es una intuicin. Me parece
que Rabbia y estos dos fueron liquidados por una sola persona.
-Muy lgico -dijo Satta, entrando al departamento. El joven polica se le
acerc y ley su informe:
-Amelia Zanbon, quince aos, oriunda de Bettola, probablemente
prostituta. Al parecer, se la busca como desaparecida desde hace seis semanas,
es decir, desde que est con Sandri.
Satta mir a la muchacha, joven y asustada en la cama.
-Dile que se vista y acomode sus cosas, y despus llvala al departamento
central. Investiga su relacin con Sandri y despus la derivas a la seccin
Desaparecidos. Que se la proteja hasta que salga de Miln.
Se volvi y sali del dormitorio. La puerta se cerr tras l. Satta camin
unos pasos y despus se detuvo y volvi. Abri la puerta y dijo, dirigindose al
polica:
-Puedes esperar afuera. -El decepcionado polica lo sigui.
Bellu se acerc a Satta.
-Parece que ha empezado una guerra en gran escala -dijo-. Tres en tres
das.
Satta asinti, sumido en sus pensamientos.
-Es la Unin Corsa -dijo con firmeza-. Usan cuchillos y escopetas. -Su
expresin era irritada.
"No me gusta este asunto. Estn reaccionando exageradamente. Dentro de
poco, caer gente inocente en el fuego cruzado. Rabbia les dijo dnde estara
Sandri. Me pregunto qu ms les dira.
-Todo lo que quisieron saber, supongo -replic Bellu.
-S -dijo Satta-. Pero qu queran saber?
Se detuvieron en el pasillo, mientras los restos de Sandri eran colocados
en una bolsa de plstico. Despus Satta se volvi y dijo por sobre el hombro:
-Vamos a la oficina. Tendremos una noche ocupada, una semana ocupada.
Los diarios empezaron a interesarse. Tres muertes en tres das era algo
considerable, hasta para Miln. Los reporteros de la seccin policiales fueron
arrancados de bares y camas y obligados a elucubrar alguna historia plausible.
Inevitablemente, llegaron a la misma conclusin que Satta y Cantarella. Al da
siguiente los titulares proclamaban la iniciacin de una guerra con la Unin Corsa.
Los editoriales pontificaron acerca del crimen internacional y reclamaron ley y
orden.
Satta empez a sentir la presin desde arriba. Su jefe, el general, le dijo
que era necesario hacer algo. Ya es bastante que los delincuentes italianos se
maten entre s; pero que los maten los franceses es desdichado.
En Gozzo, Shreik entr a Las guilas y arroj sobre el mostrador un
ejemplar de Il Tempo. Los parroquianos se reunieron y comentaron las noticias.
Haba terminado todo? Creasy haba cumplido su misin?
Guido en Npoles y Leclerc en Marsella tambin leyeron los peridicos;
ellos saban que la cosa recin empezaba.
Dino Fossella estaba preocupado y furioso. Preocupado porque estaban
matando a sus hombres, y furioso por la reprimenda de Cantarella. La
advertencia le dola profundamente. Nunca le haba gustado Cantarella. Haca
aos que aquel hombrecito, el "rbitro", estaba en su villa de las afueras de
Palermo, sin salir, sin ensuciarse las manos, pero sacando una buena tajada de
todos los negocios. Exactamente como los hijos de puta de los polticos.
Sentado en el coche, Fossella rechinaba los dientes al recordar el mensaje
que le haba transmitido Dicandia: "Estamos desconformes contigo".
Enano arrogante y cretino! Si no fuese por la alianza de Cantarella con
Conti, l le hubiera enseado dnde meterse su disgusto. Pero el ratn tena
vinculaciones con todos los padrinos de Italia: el hombre era un poltico.
Era un martes de noche, y Fossella se diriga a la aldea de Bianco, a cenar
con su madre. Era un buen hijo y cenaba con su madre todos los martes. Si no lo
haca, l se senta culpable y su madre se enojaba; y ni Cantarella era capaz de
enfrentarse con su madre cuando se enojaba.
Manejaba con cuidado, flanqueado por otros dos coches llenos de
guardaespaldas.
Maldita Unin Corsa! Tanta alharaca por veinte millones de liras. Pero en
fin, su envo no tardara en llegar a Marsella, junto con el dinero, y entonces
podra quedarse tranquilo.
Los automviles llegaron a Bianco y entraron en la calle que conduca a la
casa. Los guardaespaldas saltaron, manos bajo el saco.
"Qu melodrama!", pens Fossella. Ni siquiera los animales de la Unin
18
-No es la Unin Corsa.
Satta pronunci las palabras con nfasis, mientras examinaba el informe
del mdico forense. Bellu estaba sentado frente a l del otro lado del escritorio.
-Por qu est tan seguro?
-No tienen tanta imaginacin -dijo Satta, dando una palmada sobre el
informe-. Cuchillos, bien, escopetas, bien, revlveres, bueno. Hasta bombas, pero
no en el recto.
"Estamos en presencia de una mentalidad diferente -agreg. Haban
transcurrido dos das desde la muerte de Fossella, y Satta soportaba presiones
cada vez mayores para descubrir algo. Los peridicos estaban llenos de detalles
escalofriantes.
La consulta con Montpelier en Marsella termin de convencerlo de que su
deduccin era correcta. La Unin Corsa de aquella ciudad haba logrado persuadir
no slo a la polica sino tambin a Gravelli :le que, si bien no estaban demasiado
afligidos, eran inocentes.
Entre los jefes, las sospechas se propagaban como un incendio. Cantarella
estaba alterado y preocupado. Alguien intentaba trastornar tres dcadas de
hbil estrategia poltica. Pero quin?
Era de esperar que Satta, con su mente analtica, fuese el primero en
descubrirlo. Durante dos das casi no sali de su oficina. De todos nodos, su
aventura con la actriz poda darse por terminada.
"Todo tiene un lmite", le haba dicho ella. Semejantes interrupciones
podan llevar a una joven a cometer imprudencias, y ella no quera comprometer
su carrera.
De modo que Satta poda concentrarse en su trabajo. Repas y volvi a
repasar las diferentes combinaciones: Rabbia, Violente, Sandri y Fossella. Slo
cuando sac a Violente de la ecuacin, estableci la conexin que le faltaba.
Maldijo su estupidez. Cmo no se haba dado cuenta de que la muerte de Violente
haba sido incidental, slo causada porque estaba protegiendo a Sandri.
-El caso Balletto!
Bellu levant una ceja.
-Por qu?
La cara de Satta se iluminaba a medida que empezaba a comprender.
-sa es la conexin! Rabbia y Sandri trabajaron juntos en el secuestro.
Fossella lo organiz.
Durante una hora los dos policas estuvieron muy atareados. Decidieron
inmediatamente que era difcil que Balletto estuviese implicado de manera
directa, aunque bien podra estar pagando una venganza. Despus dirigieron su
atencin al guardaespaldas, aunque al principio lo consideraron con mucho
que Satta estimaba. Desde luego, Satta conoca gran parte del pasado de Guido.
Durante una de aquellas conversaciones, le haba preguntado si no se aburra con
su ocupacin, si no la encontraba un tanto superficial.
Guido sonri, neg con la cabeza y respondi que si quera emociones poda
recorrer los caminos de sus recuerdos. No, encontraba en las pequeas y
prosaicas cosas de la vida cotidiana una variedad satisfactoria. Le gustaba
manejar la pensin, observar las diversas manas, los caprichos de los
parroquianos que coman en el restaurante. Le gustaba ver un partido de ftbol
por televisin los domingos a la noche, salir del pueblo de vez en cuando, y a
veces ir en busca de una chica. Estaba contento, sobre todo cuando tena a mano
a un polica educado a quien derrotar al backgammon.
Satta, por su parte, desconcert a Guido. Al principio lo consider una
mariposa de sociedad que haba errado la vocacin, y que haba progresado
gracias a sus vinculaciones familiares. Pero bien pronto advirti detrs de aquella
apariencia irnica, a un hombre honesto y firme. La segunda noche, el hermano
mayor de Satta acudi a cenar, y despus los tres hombres permanecieron hasta
tarde en la terraza, bebiendo y conversando.
Haba un profundo afecto entre los dos hermanos, que incluyeron a Guido
en su charla familiar con tanta naturalidad y confianza, que l sinti la calidez de
la compaa, una calidez que slo conoca en presencia de Creasy.
Y hablaron mucho de Creasy. Aunque Satta estaba convencido de que
Guido se mantena en contacto con l, no intent presionarlo. Telefone varias
veces por da a Bellu, en Roma, y la respuesta fue siempre que no haba nada que
informar sobre las llamadas telefnicas o el correo de la pensin.
-Slo conversaciones entre usted y yo -coment Bellu-. Fascinantes!
Pero Satta quera esperar. Aunque para entonces los peridicos ya estaban
a punto de develar toda la historia, todava no se haba mencionado a Creasy. Se
hablaba del escndalo del industrial a quien se acusaba de haber planeado el
secuestro de su propia hija; del prominente abogado que haba volado en pedazos,
Y de la vinculacin entre ambos. Y se hablaba tambin de las muertes ocurridas
en el ambiente de la Mafia durante los ltimos das. No pasara mucho tiempo sin
que alguien uniese todos los datos; Y Satta trataba de imaginar la reaccin del
pblico cuando saliese a luz toda la historia; ms an, su continuacin.
Pensaba a menudo en Creasy. A travs de las conversaciones de Guido
sobre su amigo, pudo representrselo en su imaginacin. Comprenda sus motivos
y senta una clara simpata por aquel hombre, un vnculo con aquella persona que
slo actuaba impulsada por la necesidad de saciar un deseo de venganza.
Guido hablaba del pasado, pero no mencionaba el presente. En ese aspecto,
fue categrico. La ltima vez que haba visto a Creasy haba sido cuando sali del
hospital. Satta no insisti; se encogi de hombros Y esper. Tena todos los ases.
Los que deban preocuparse eran Cantarella Y Conti.
19
En todas las capitales de Europa hay una embajada australiana, y en una
calle lateral, cerca de la embajada, pueden verse casas rodantes estacionadas,
durante el da, en verano. Estn en venta, aunque no se sabe por qu cerca de la
embajada australiana.
Roma no es una excepcin, pero como era ya el final del verano, slo haba
un vehculo: una Mobex, sobre un chassis Bedford.
feligreses. El viejo Salvu, era cierto, tena imaginacin. Pero hasta l se estaba
volviendo previsible.
Oy el rumor de la cortinilla, y a travs de la reja le lleg la voz de Laura
Schembri.
-Perdneme, Padre, porque he pecado.
-Cules son sus pecados?
Sigui luego una enumeracin de transgresiones menores, que l recrimin
adecuadamente; despus orden una penitencia menor y se dispuso a esperar al
prximo feligrs.
Pero no oa que Laura se retirase; escuchaba, en cambio, la respiracin
anhelante de una persona que duda.
-Hay algo ms?
La duda se esfum.
-Perdneme, Padre, porque mi hija ha pecado.
-Entonces es ella quien debe confesarse.
La rutina acababa de romperse.
La hija de los Schembri era un enigma para el Cowboy. Todas las maanas
asista a la primera misa, cosa que no haca antes, pero no se
acercaba
al
confesionario.
Sin embargo, oraba diariamente.
-No puedes confesar por otro.
-No quiero confesar. Quiero pedir consejo -dijo la voz, bruscamente.
La rutina saltaba en pedazos.
Desde que el Cowboy era prroco en la aldea, Laura Schembri jams le
haba pedido consejo, aunque l se lo haba ofrecido con frecuencia, sobre todo
cuando era ms joven. El hbito del sacerdote no intimidaba a Laura. Por eso, el
inters del sacerdote tena un matiz de aprensin. Aconsejar acerca de Nadia no
sera fcil.
-Est embarazada -dijo Laura.
La aprensin estaba justificada, pens el sacerdote, con un suspiro.
En verdad, el camino de esta muchacha estaba sembrado de piedras.
-El norteamericano?
-Quin ms? Ella no es una mujer de acostarse con cualquiera!
El Cowboy sinti que el tono agresivo era en realidad defensivo, y control
su irritacin. Pregunt con gentileza:
-Entonces qu consejo buscas?
Sinti que Laura se aflojaba.
-Ella no le avis a Creasy, y nos prohibi, a su padre y a m, hacerlo. Eso
forma parte de su pecado. Concibi el hijo deliberadamente. Slo us al hombre
como proveedor de la simiente.
-Acaso no lo ama?
golpearon a la puerta. Ambos tenan casi setenta aos y sufran de las piernas, de
modo que fue Giuseppe quien acudi a abrir. Lo primero que vio fue la pistola con
silenciador, y se asust mucho. Despus mir la cara del hombre que empuaba la
pistola, y se asust ms an; se qued rgido como una estatua. El hombre habl
en voz baja y amable.
-No corre usted ningn peligro. No voy a hacerle dao. No soy un ladrn.
Despus entr, apartando al anciano.
Pocos minutos despus, Giuseppe y Theresa estaban amarrados a sus sillas,
inmviles. El hombre los haba tratado bien, hablndoles con su acento
ligeramente napolitano. Slo quera ocupar la casa por un rato. No les hara dao.
El miedo de los ancianos se disip y observaron con inters cmo abra la
bolsa que llevaba y sacaba dos gruesos tubos. Los atornill y despus desliz un
suplemento en una ranura. En su juventud, Giuseppe haba estado en el ejrcito, y
supuso que el tubo era un arma muy sofisticada, y que el suplemento era una mira
de larga distancia. Su suposicin se vio confirmada cuando el hombre extrajo un
misil en forma de cono. Aplast las aletas y 10 desliz dentro del tubo. La mayor
parte del proyectil sobresala, con la punta hacia el frente.
El hombre sac un segundo proyectil y un par de anteojeras, y se dirigi
tranquilamente al patio posterior. Desde su silla, Giuseppe poda verlo, espiando
cautelosamente por sobre la baja pared que separaba el patio de la avenida.
En su departamento del edificio situado frente a la casa de los ancianos,
Conti acababa de almorzar.
A las 14:30 en punto, se abri el ascensor en el stano del subsuelo, y l
sali, seguido por su guardia personal. El Cadillac esperaba, el motor rugiendo. Un
Lancia negro con cuatro guardaespaldas esperaba inmediatamente detrs. Conti
se acomod en el asiento trasero y su guardaespaldas cerr la puerta y se instal
junto al conductor. Los dos coches subieron por la rampa. A nivel de la calle, el
sol les hizo entrecerrar los ojos. Pero tuvieron tiempo de ver, del otro lado de la
ancha avenida, la figura que se ergua detrs de la pared. Su rostro estaba
distorsionado por las anteojeras, y sostena un grueso tubo sobre el hombro
izquierdo. Antes de que pudieran reaccionar, una enorme llamarada surgi de la
parte posterior del tubo y un objeto negro se desprendi, agrandndose a
medida, que se aproximaba. Conti grit y el conductor clav los frenos. El pesado
automvil se inclin hacia adelante y despus se balance sobre los amortiguadores reforzados. Sigui subiendo mientras el misil perforaba el centro del
radiador, demola el motor y converta todo el interior en cenizas. Por un
momento el Cadillac rebot sobre el guardabarros trasero, y entonces lleg el
segundo misil, que se estrell justo por debajo del eje delantero, arrojando al
coche de cinco toneladas hacia atrs, sobre el Landa.
Slo uno escap a una muerte instantnea. Mientras el Lancia se encoga
como arrugado por una mano, la puerta trasera se abri y un guardaespaldas fue
despedido. Huy arrastrndose de la retorcida masa de metal, se levant e
instintivamente ech mano a su revlver.
Tambin instintivamente, trep la rampa, pero all se detuvo y mir hacia
atrs. El instinto lo abandon. Alguien o algo haba causado aquella carnicera.
Presa de un colapso nervioso, retrocedi hasta la pared del garaje.
Lentamente se acuclill. El revlver se desliz de sus dedos y cay al suelo.
Todava estaba en cuclillas cuando lleg el primer coche de la polica.
Satta esperaba en el automvil, tenso de expectativa. Pero cuando Guido
reapareci solo, su decepcin tena un leve matiz de alivio.
-No est?
Guido mene la cabeza.
-Es mejor que esperemos.
La espera fue breve. Haban transcurrido tres minutos cuando se oy una
voz en la radio. Capitn Bellu llamando a coronel Satta. Urgente.
Satta y Bellu estaban de pie en lo alto de la rampa, mirando hacia abajo.
Ninguno de los dos dijo nada. Lo que estaban viendo superaba todas sus
experiencias. Por ltimo, Satta se volvi hacia Guido. ste les daba la espalda;
miraba hacia el frente, a travs de la avenida. Satta sigui su mirada y vio la
marca negra y circular en el costado de la casita blanqueada.
-RPG 7 Stroke D?
-Yo le dije que tena tambin otras aplicaciones respondi Guido.
Satta contemplaba pensativo el espectculo. No pudo reprimir una sonrisa
irnica, mientras le deca a Bellu:
-Conti perdi sus privilegios.
CUARTA PARTE
20
"El poder nace del fusil".
Cantarella conoca la cita y haba verificado su exactitud. Pero un fusil
tiene que tener un blanco. Se senta como un ascensor sin nada para elevar; como
un Miguel ngel sin techo.
que un manotazo juguetn del brazo de Paddy lo hara rodar por el suelo.
Pero ella no reaccion. Parada frente a la vidriera, miraba algo como
hipnotizada. Wally sigui su mirada.
Desde la primera pgina de diez peridicos diferentes, los miraba el
rostro de Creasy.
Una hora despus, discutan encarnizadamente. Wally se mantena firme.
-Tenemos el dinero y los pasaportes en tu bolso. Vamos directamente a la
estacin y tomamos el primer tren. Compramos lo que nos haga falta en Brindisi.
Maana temprano nos metemos de cabeza en el barco a Grecia.
-Yo no voy -dijo ella, meneando la cabeza.
Wally suspir y apart el plato con la mitad de la comida.
-Paddy, por favor, no seas sentimental. No te sienta. Es un asesino. No le
debemos nada; compr la Mobex. Simplemente, nos est usando como pantalla.
Ella volvi a negar con la cabeza, y Wally levant el peridico y se lo puso
frente a los ojos.
-Lo buscan. Cientos, tal vez miles de personas lo buscan. No debemos estar
con l cuando lo encuentren.
-Entonces, lrgate, Wally Wightman.
El restaurante estaba lleno, haba mucho bullicio y ella habl en voz baja,
pero Wally se desplom en su silla. Paddy se inclin hacia adelante, el rostro
furioso muy cerca del suyo.
-S, nos est usando. Y por qu no? Est solo. Est haciendo todo solo.
Cientos, dijiste? Miles? Y la polica tambin. Necesita ayuda. Y yo vaya
ayudado. T puedes hacer lo que te d la gana.
-Pero por qu? -pregunt Wally, desesperado-. No es asunto nuestro.
Por qu comprometemos?
-Desde cundo un australiano necesita una razn para meterse en un lo?
-Seal el peridico-. La Mafia mat a esa nia. Esos canallas la violaron y la
mataron. Tena once aos! Ahora estn pagando. l les est cobrando la deuda. Si
necesita una ayudita, Paddy Collins lo ayudar. Yo no lo abandono.
De pronto, el rostro de Wally cambi.
-Est bien, tonta, clmate.
Por un momento, ella guard silencio; pero slo por un momento.
-Entonces ests de acuerdo?
-S, estoy de acuerdo.
-Por qu ese cambio tan sbito?
-No es sbito -respondi l-. Mi primer impulso fue ayudar, pero es
peligroso. y una cosa es para un tipo, y otra muy distinta para una chica.
Paddy le sonri, estir la mano y le revolvi los cabellos.
-Me gustas cuando te portas como un caballero. Vamos.
Una vez en la calle, a Wally se le ocurri algo.
-Cmo crees que reaccionar cuando sepa que estamos enterados? Quiz
se ponga violento, o piense que queremos entregado. Paddy, ese tipo es peligroso.
Ella neg con un gesto y lo tom del brazo.
-No creo que haga nada de eso. Con su fotografa en todos los diarios,
necesita de toda la ayuda que pueda conseguir. Se dar cuenta. Adems, aunque
parece muy bruto, yo no le tengo miedo.
-No?
Ella le sonri.
-No le tengo miedo estando t para protegerme, Wally.
Satta dej el telfono y enfrent a Bellu y a Guido.
-Es casi seguro que fue Cantarella -dijo-. Todos los peridicos recibieron
la informacin al mismo tiempo.
-Pero por qu? -pregunt Guido.
-Un indicio ms de su estado de nimo -respondi Bellu-. Era la manera ms
fcil de identificar a Creasy. -Mir inquisitivamente a Satta.
-Y ahora, coronel?
Satta le dirigi una mirada enigmtica, y Guido sinti la sbita tensin en
el ambiente.
-Quiere que hablemos en privado, coronel? -pregunt Bellu.
Satta mir a Guido y neg con un gesto.
-No es necesario.
Tom el telfono y llam al cuartel general de los Carabinieri en Roma.
Durante un largo rato imparti instrucciones precisas; despus volvi y se encar
con Guido.
-Miserable cnico! -estall Guido.
Satta extendi las manos con aire de resignacin.
-Es exactamente igual -dijo-. Si Cantarella no pudo encontrarlo hasta
ahora, tampoco lo encontraremos nosotros. Ahora tiene muy pocas posibilidades.
Esa cara es inconfundible. Ojal lo encontremos antes que ellos.
Guido se levant, se acerc a la ventana y permaneci contemplando la
calle. Lloviznaba. Los paraguas ocultaban las siluetas de los transentes.
-Crame, Guido -dijo Satta-, haba muy pocas probabilidades. Haremos
todo lo posible. Usted oy las rdenes que di por telfono. -La voz de Satta era
contrita. Bellu no lo haba odo nunca hablar en ese tono.
-Entonces Creasy le fue til? Ahora lo ascendern a general? -pregunt
Guido amargamente, sin volverse.
La voz de Satta perdi todo matiz de disculpa.
-No fui yo quien lo mand! Yo no le proporcion armas, lugares donde
ocultarse, automviles, documentos falsos! Y tampoco lo alent. No est siendo
muy benvolo consigo mismo, Guido?
21
preguntar.
-Pero Creasy debe de ser alguien muy especial, para haber logrado hacer lo
que hizo. Qu es lo que lo hace destacarse?
-Conoces sus antecedentes -coment Satta-. Experiencia. Experiencia Y
entrenamiento; y quizs algo ms -agreg, mirando inquisitivamente a Guido.
-S, algo ms -asinti Guido-. Es algo como el sex appeal, algo intangible. Un
soldado puede tener todas las condiciones pero carecer de sa, pese a lo bueno
que pueda ser tcnicamente. De vez en cuando se encuentra a uno que lo tiene.
se es un hombre especial. Quiz sea una combinacin de suerte y fuerza de
voluntad. A veces, un pelotn de hombres diestros y entrenados no puede tomar
una posicin. Y uno solo, con ese ingrediente, la toma.
-Y t tenas esa cualidad? -pregunt Satta suavemente.
-S -respondi Guido-. Pero Creasy la tiene en abundancia. Es eso lo que lo
ha llevado tan lejos. Y lo que lo har entrar en Villa Colacci.
-Y lo har salir?
-Quin sabe?
La ltima pregunta intranquiliz a Guido. Estaba seguro de que Creasy
haba imaginado una manera de entrar, pero no estaba seguro de que hubiese
pensado en la manera de salir.
Wally estacion el Lancia alquilado al lado de la Mobex. Paddy estaba
sentada en el umbral de la casilla, esperando. Wally cerr la puerta del Lancia y
se qued parado, mirndola en silencio. Por un momento Paddy permaneci inmvil.
Despus cruz los brazos sobre el pecho y empez a bambolearse hacia atrs y
hacia adelante, rindose a carcajadas.
Por detrs de ella apareci Creasy, que examin a Wally con ojo crtico.
Asinti sonriendo. Paddy se desliz del umbral y empez a rodar por el pasto. Sus
carcajadas resonaban en el camping desierto.
-Harpa! -dijo Wally.
-No sabe apreciar la verdadera elegancia -dijo Creasy. Poco a poco, Paddy
dej de rerse y se sent, las manos abrazando las rodillas.
-Wally Wightman -dijo, con una amplia sonrisa-, pareces un marica.
Wally segua parado junto al Lancia negro, con su traje azul oscuro de
rayas finitas, y el portafolio negro en la mano. Ignor a Paddy y pregunt,
dirigindose a Creasy:
-Qu tal estoy?
-Perfecto -respondi Creasy. y agreg, volvindose hacia Paddy: -No
aprecias la elegancia; y adems, si parece un marica por qu te pasaste toda la
noche llorando?
-Mentiras! -dijo Paddy levantndose-. No lo extraara aunque se fuese
por un ao, y voy a llorar por una noche.
par de botas negras y acordonadas. Sobre las costuras exteriores del pantaln, a
lo largo de las piernas, se alineaban abultados bolsillos; el torso era una red de
correajes. A los costados del pecho, dos hileras de granadas, y entre ellas, una
voluminosa bolsa plegada, que colgaba hasta la cintura. En el cinturn, una
cartuchera de lona; y junto a ella, hacia adelante y hacia atrs, varias bolsas
pequeas. La ametralladora Ingram colgaba del cuello. El antebrazo derecho de
Creasy se enroscaba en la correa, sosteniendo aquella arma corta y gruesa tiesa
contra el costado. En su mano izquierda se balanceaba un casco negro.
Creasy levant el paracadas, se aproxim al Lancia y pregunt
tranquilamente:
-Ests listo?
Wally asinti y trat de decir algo, pero de su boca no sali ningn sonido.
Mudo, abri la puerta del coche. Creasy arroj adentro el paracadas y se volvi
hacia Paddy.
-No s qu decirte, Paddy, pero t me entiendes.
Ella resopl, mene la cabezota y dijo:
-Eres un estpido rematado, Creasy. Qu desperdicio!
l sonri, extendi las manos y la tom de los hombros.
-Todo saldr bien. S saltar, es casi una cuestin de rutina.
Ella se sec las mejillas hmedas con la mano, y lo abraz. Sinti contra su
cuerpo la presin dolorosa del metal, pero la ignor. Despus afloj el abrazo,
camin hasta la Mobex, subi y cerr la puerta.
Haba veinte minutos de viaje hasta el aeropuerto. Creasy estaba tendido
en el asiento trasero, fuera de la vista. Transcurrieron cinco minutos antes de
que Wally preguntara:
-Cmo saldrs?
-La puerta del Cessna se abre contra el viento -dijo Creasy.
-Me refera a la Villa Colacci -replic Wally-. S que entrars, pero cmo
saldrs?
La respuesta fue cortante, no admita ms preguntas.
-Si hay una manera de entrar, hay una manera de salir.
Viajaron en silencio durante algunos minutos, y despus Creasy pregunt:
-Tienes todo claro, Wally? La secuencia?
-Perfectamente -respondi Wally-. No habr fallas.
-Y despus?
-Seguro. Esta noche estaremos en la ruta.
-No se demoren ni un minuto -dijo Creasy-. Habr una gran confusin, pero
ustedes tienen que estar en ese ferry maana por la maana.
-No te preocupes, Creasy, haremos todo bien -dijo Wally con firmeza-. Y
despus irs a visitamos a Australia.
-Complete los controles -dijo el hombre-. Haga todo segn las normas. S
manejar este avin. Conozco el manejo de la radio. Por lo tanto, no cometa
ninguna estupidez.
Cesare permaneci inmvil, las manos sobre las rodillas, pensando. El nuevo
pasajero no lo interrumpi; se limit a esperar. Por ultimo, Cesare tom una
decisin. No dijo nada; simplemente, sigui trabajando.
Diez minutos despus trepaban a mil doscientos metros sobre el trecho de
Messina, con las luces de Sicilia al frente.
-Puede bajar el revlver. Ya s quin es usted.
Creasy lo pens un momento y despus guard la Colt en la cartuchera.
Transit por la cabina, acomodando el paracadas; despus se ubic entre los dos
asientos y tom el mapa de ruta de Cesare. La ruta a Trapani haba sido marcada
con lpiz. Pasaran a unos 5 km. de Villa Colacci. Mir al piloto.
-Despus de pasar el faro de Termini Imerese, quiero que haga un pequeo
rodeo.
Cesare sonri amargamente.
-Debera haber tomado ms pasajeros para este vuelo.
Creasy le devolvi la sonrisa.
-Por lo menos, su pasajero se bajar antes de llegar a destino.
-Menos mal que cobr por adelantado -dijo Cesare-. Es mejor que me
informe lo que piensa hacer.
Creasy seal un punto en el mapa.
-No puede equivocarse. Est a cinco kilmetros al sur de Palermo y a tres
kilmetros al este de Monreale. Est iluminada como un rbol de Navidad. -Ech
una mirada al altmetro. Llegaban a los mil seiscientos metros.
-A qu altura nivela usted?
-A los dos mil metros.
-Muy bien. Mantngase a esa altura hasta pasar el faro. Despus suba a
cuatro mil metros.
Cesare lo mir de reojo y Creasy dijo:
-Har un "halo". -Advirti la mirada de sorpresa, y aclar-: quiere decir
lanzamiento desde altitud elevada con apertura a baja altura.
-Nosotros lo llamamos apertura retardada -asinti Cesare-. A qu altitud
abrir?
-A no ms de setecientos metros; todo depende de la cada libre. Hay
viento del este, a diez nudos, de modo que caer cerca del objetivo.
Cesare mir el paracadas.
-De qu tipo es?
-Un ala, un "Mistral", francs.
22
Aterriz sobre el csped, junto al huerto. El descenso fue bueno: las
piernas encogidas amortiguaron la cada, y despus rod por el suelo, se
desprendi del paracadas y lo escondi entre los rboles.
Un segundo despus, tena en la mano la Colt; el silenciador, extrado
velozmente de uno de los bolsillos de la cintura, fue enroscado en su sitio. Se
acuclill, la espalda contra un rbol, y de la bolsa del pecho sac la mira nocturna,
una Trilux.
.
Examin el terreno de izquierda a derecha, y los vio cuando doblaban, al
costado de la villa. Dos sombras negras y bajas, acercndose juntas, a toda
velocidad. La Trilux y la Colt estaban exactamente alineadas. Inspir
profundamente y se qued inmvil. Los doberman estaban entrenados para atacar
en silencio y matar en silencio.
dos disparos alocados, pero uno dio en el blanco. Vio a Creasy caer hacia atrs y a
un costado, y sali de detrs del escritorio; con un ahogado grito de triunfo,
dispar dos veces ms, al azar. No tena experiencia, no saba que tener suerte
una vez no bastaba. El hombro derecho de Creasy estaba destrozado, el brazo
inmvil. Pero la Ingram todava colgaba de su cuello, y l la aferr con la mano
izquierda y dispar una rfaga a travs de la habitacin.
Creasy se puso de pie lenta Y penosamente. Siempre con la ametralladora
en la mano izquierda, avanz con cuidado alrededor del escritorio.
Cantarella estaba tendido de espaldas, sus manos crispadas aferraban el
vientre voluminoso. La sangre se escurra entre sus dedos.
Mir a Creasy, y en sus ojos haba una mezcla de miedo, odio y splica.
Creasy lo observ, examin las heridas y vio que eran mortales.
Levant el pie derecho, y con la punta de la bota empuj hacia abajo el
mentn de Cantarella y meti la bota hasta la garganta. En voz muy baja, dijo:
-Como ella, Cantarella, como ella. Morirs ahogado -y ech hacia adelante
todo el peso de su cuerpo.
Los dos guardias exteriores avanzaron cautelosa, reticentemente. Haban
atravesado la cocina, recorrido el pasillo y subido las escaleras. Nada de lo que
vieron en el trayecto les haba resultado demasiado alentador. Los cuerpos de
Gravelli Y Abrata los hicieron vacilar an ms. Se detuvieron en el pasillo,
mirando hacia el escritorio, contemplando al guardaespaldas muerto. Slo se oa
un quejido entrecortado que, de pronto, ces.
Ninguno de los dos quera entrar primero, de modo que entraron juntos,
apretando con fuerza las ametralladoras. Vieron al hombre parado detrs del
escritorio, mirando hacia abajo, e hicieron fuego simultneamente. El cuerpo
rebot contra la pared, empez a deslizarse hacia el suelo, y despus qued
inmvil. Pero la Ingram se levant y una rfaga atraves el cuarto.
El automvil fren bruscamente frente a los portones. Satta y Bellu
bajaron de un salto. Las puertas estaban cerradas por dentro. A la derecha haba
una puerta ms pequea, tambin cerrada. Mientras Satta la emprenda a
puntapis contra ella, Bellu se colgaba del llamador.
De pronto, a sus espaldas son la bocina, y el motor rugi. Se apartaron de
un salto, y el pesado coche policial pas junto a ellos como un blido.
Bellu corri al telfono Y Satta se volvi hacia Guido, que vendaba las
heridas y restaaba la sangre, que ya haba empapado la alfombra. Despus mir
a su izquierda, al cuerpo de Cantarella. Contempl el rostro del muerto: la piel
azulada, los ojos fuera de las rbitas, la lengua afuera. Se volvi hacia Creasy, y
un relmpago dorado atrajo su mirada. Era el crucifijo, sobre el pecho
ensangrentado. Le mir la cara; tena los ojos cerrados.
Los dedos de Satta se cansaban, pero no disminuan la presin. La vida del
hombre que yaca sobre la alfombra estaba, prcticamente, en sus manos. De
pronto tom conciencia de los ruidos del exterior; el ulular de las sirenas y los
sollozos de Guido mientras trabajaba.
23
El funeral estuvo concurrido. Era un da fro, de pleno invierno, y en la
colina, en Npoles, el viento soplaba con fuerza. Sin embargo, haba muchos
periodistas. Desde el da en que "La batalla de Palermo" haba ocupado todas las
primeras pginas y los titulares, un mes atrs, la prensa haba seguido con
inters la lucha de aquel hombre por sobrevivir.
Pero poco a poco, la lucha haba cesado. Al principio, Creasy estuvo
internado en una sala de terapia intensiva, en Palermo, y se dijo que tena pocas o
ninguna esperanza; pero, para sorpresa de los mdicos, se aferr a la vida. Dos
semanas despus, personal especial de los Carabinieri lo traslad en avin a
Npoles. El autor del traslado fue Satta. El Hospital Cardarelli, en Npoles,
estaba mejor equipado que el hospital de Palermo; y era ms seguro.
El hermano de Satta dirigi el equipo de mdicos que trat de salvar la
vida de Creasy.
Lucharon arduamente, durante muchos das, y al principio concibieron
alguna esperanza. Pero las heridas haban sido demasiado graves, aun para un
hombre fuerte y resuelto a vivir.
De modo que ahora los periodistas asistan al ltimo acto de aquella
tragedia. Miraban con curiosidad al pequeo grupo de personas que rodeaban la
fosa abierta en la tierra. Conocan a algunas, pero no a otras. Guido estaba entre
su madre y Elio. La mujer, envejecida y encorvada, estaba vestida de negro y
pasaba constantemente las cuentas de su rosario. A su lado, Felicia y Pietro, los
ojos enrojecidos. Del otro lado de la tumba estaban Satta y Bellu, y entre ellos,
Rika. Ella tambin haba estado llorando. Mantuvo los ojos fijos en el fretro que,
esperaba, sostenido por las correas, ser depositado en la fosa. Al lado de Satta
estaba un hombre de edad, erguido en su uniforme de general del ejrcito
francs. Medallas y cintas le cubran el pecho.
El sacerdote termin su oracin Y retrocedi. Guido hizo una sea y los
hombres que sostenan el fretro comenzaron a bajado lentamente. El sacerdote
Eplogo
Ao Nuevo, poco despus de medianoche. Un viento helado soplaba desde
Europa a travs del mar, y barra las inhspitas colinas de Gozzo.
La aldea de Mgarr estaba oscura y tranquila, pero no dorma. En el balcn
de Las guilas, un hombre apoy su brazo tatuado sobre la baranda. Los ojos de
Benny recorrieron la baha y las escarpadas laderas. A sus espaldas se abri la
puerta, y Tony le alcanz un brandy y se acod junto a l, observando y
esperando.
El Melitaland estaba anclado en el muelle, balancendose levemente con
cada rfaga de viento. Apoyados en la baranda del puente, Victor y Michele
tambin beban brandy y esperaban.
En lo alto de la colina, los hermanos Mizzi estaban sentados en el patio de
su casa, con Shreik. Sus ojos escudriaban el mar, ms all del puerto, y fueron
ellos los primeros en ver la delgada y oscilante sombra griscea que enfilaba
hacia la entrada del muelle.
George Zammit, cruzado de brazos en la pequea cabina de la lancha
policial, esper que disminuyera el oleaje a medida que entraban en las aguas ms
calmas de la baha. Entonces dio una orden, y dos marineros arrojaron los
ganchos desde el puente hmedo.
En la oscuridad, detrs de Las guilas, alguien puso en marcha un Land
Rover, que recorri velozmente el breve camino hasta el muelle. La oscuridad all
tambin era total. La nica luz no haba sido encendida.
La lancha fue amarrada y George sali a la angosta cubierta. El Land Rover
estaba estacionado a unos diez metros. George distingua apenas las siluetas de
los dos ocupantes. Uno de ellos abri la puerta, baj del vehculo y permaneci de
pie, esperando. Era una mujer, el vientre abultado debajo del abrigo.
George hizo una sea hacia atrs y se apart. El hombre sali de la cabina,
pas junto a l y avanz hacia el muelle. Camin lentamente hacia la mujer. Era un
hombre corpulento y tena una extraa manera de andar, pisando primero con el
borde exterior de los pies.
La mujer corri y se ech en sus brazos.