Matheson Richard - Una Llamada de Larga Distancia
Matheson Richard - Una Llamada de Larga Distancia
Matheson Richard - Una Llamada de Larga Distancia
LLAMADA
DE LARGA
DISTANCIA
RICHARD MATHESON
Justo antes que el telfono sonara, unos fuertes vientos de tormenta derribaron el rbol fuera de la ventana de la seorita Keene, arrebatndola bruscamente de su sueo entre sueos. Se estremeci con un resuello, y sus frgiles
manos estrujaron los bordes de sus cobijas. Bajo su magro pecho, el esforzado
corazn palpitaba tenso, apurando a sus lerdos regatos de sangre. Se sent,
muda y rgida, con la mirada fija en la oscuridad.
Al segundo, son el telfono.
Pero quin en este mundo...? La pregunta se forj inintencionadamente en su
cerebro. Su mano descarnada vacil en la oscuridad, sus dedos palparon un
momento y luego la seorita Elva Keene se llev el fro auricular directo a su
oreja.
Hola dijo.
Afuera, el brutal caonazo de un trueno zanj la noche, sacudiendo levemente
las lisiadas piernas de la seorita Keene. No pude or ninguna voz, se dijo. El
trueno no me dej escucharla.
Hola repiti.
No hubo sonido. La seorita Keene esper en expectante letargo. Luego repiti: Hoolaa en una voz crujiente, insegura. Afuera, el trueno peg otra vez.
Silencio.
Ninguna voz habl, ni siquiera el rumor de una respiracin. Estir su brazo vacilante y colg con un movimiento irritado.
Maleducado mascull, cayendo pesadamente sobre la almohada. Su endeble espalda comenzaba a dolerle por el esfuerzo de sentarse.
Suspir rendida. Ahora tendra que sufrir la agona de componer el sueo otra
vez: acomodar sus msculos agotados, ignorar el abrasivo dolor en sus piernas
y la interminable, frustrante lucha por cerrar el grifo en su cerebro para impedir que pensamientos no deseados le chorrearan; Oh, de acuerdo, est bien,
tena que hacerlo; la enfermera Phillips insista siempre en la necesidad de tener un apropiado reposo.
Respirando lenta y profundamente, Elva Keene se tap con las cobijas hasta la
barbilla y se lanz esperanzada hacia su laborioso sueo.
En vano.
Con ojos muy abiertos y volteando su cara hacia la ventana, observ el movimiento de la tormenta caminando sobre truenos como si fueran piernas. Por
qu no puedo dormirme? se apremi. Por qu siempre debo yacer despierta
de este modo?
Saba la respuesta sin esfuerzo.
Cuando se tiene una vida aburrida, hasta el menor elemento de novedad resulta intrigante y excitante. Y la vida para la seorita Keene radicaba en una triste y solitaria repeticin que consista en estar acostada o apoyada sobre almohadones, en la lectura de libros y revistas que la enfermera Phillips le traa de
la biblioteca municipal, y en nutrirse, descansar, recibir medicacin, escuchar
su diminuta radio porttil... y esperar, esperar que algo diferente le fuera a
ocurrir. Como esa llamada telefnica que nunca se concret.
No haba alcanzado a or el chasquido del auricular colgndose. La seorita
Keene no acertaba a entender eso. Por qu alguien gastara una llamada slo
para orla en silencio repetir la palabra Hola, una y otra vez? Habra sido un
nmero equivocado?
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Lo que debi haber hecho se dio cuenta entonces, es mantenerse escuchando hasta que la otra persona se cansara del chiste y colgara; o, pensndolo mejor, lo que realmente debera haber tenido es el coraje de insultar en la
oreja a ese maleducado, explicndole sobre la desconsideracin de hacerle una
broma a una mujer mayor postrada, en el medio de una noche tormentosa.
Luego, si hubiera habido alguien escuchando, se hubiera sentido avergonzado
por su estupidez y...
Bueno. Est bien.
Pronunci las palabras en la oscuridad, ponindole signos de puntuacin a la
frase con un cloqueo de aliviada repugnancia. Est bien. La lnea podra haberse ligado. O alguien quizs haba tratado de contactarla; podra haber sido
la enfermera Phillips que llamaba para ver si todo estaba en orden; O de algn
modo, pudo haberse averiado el otro extremo de la lnea, y no se produjo ninguna comunicacin verbal. Pues bien, este sera el caso.
La seorita Keene asinti con la cabeza y cerr sus ojos amablemente.
Ahora s, a dormir, pens.
Ms all de la ciudad, la tormenta se aclar su lbrega garganta.
Espero que nadie se est preocupando, se dijo Elva Keene, eso sera una lstima.
En eso pensaba cuando el telfono son otra vez.
Ah est, tratan de alcanzarme de nuevo. Extendi el brazo rpidamente en la
oscuridad hasta que palp el auricular y se lo llev al odo.
Hola dijo.
Silencio.
Su garganta se contrajo. Ella saba que algo andaba mal, por supuesto; pero
sin embargo, no le gustaba nada.
Hola? dijo tentativamente, todava dudando si hablaba intilmente.
No hubo respuesta.
Esper un momento. Luego habl por tercera vez, un poco impaciente ahora,
ms fuerte, y su voz chillona llen el oscuro dormitorio.
HOLA!
Nada.
La seorita Keene sinti el repentino deseo de arrojar lejos el auricular, pero
se oblig a sofocar ese inslito instinto... No, deba esperar; tan slo un momento para comprobar si alguien colgaba en el otro extremo de la lnea.
As que esper.
El dormitorio estaba muy tranquilo ahora, pero Elva Keene mantuvo el auricular en su oreja, esforzndose por or; ya sea el chasquido del receptor colgando o el zumbido que usualmente sigue. Su respiracin se hizo silenciosa y cerr sus ojos para concentrarse; luego los reabri y parpade en la oscuridad.
No hubo ningn sonido en el telfono; ni un chasquido, ni un zumbido.
HOLA! gimi repentinamente, luego colg con fuerza el auricular.
Pero fall su blanco. El auricular cay y aporre la alfombra. La seorita Keene
encendi nerviosamente la lmpara, sobresaltndose cuando la odiosa luz de
la bombilla llen sus ojos. Rpidamente, se coloc de lado y trat de alcanzar
el silencioso auricular.
Pero no poda estirarse lo suficientemente lejos y sus intiles piernas le impidieron incorporarse. Su pecho se sinti oprimido. Dios mo, tendr que pasar
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as toda la noche?
Entonces reaccion. Extendi abruptamente el brazo hacia el telfono y presion la horquilla. En el piso, el auricular hizo click y luego comenz a zumbar
normalmente. Elva Keene trag saliva y aspir una gran bocanada mientras
caa de regreso sobre su almohada.
Se puso a lanzar ganchos de racionalidad y se arrastr a s misma lejos del
pnico. Todo esto es ridculo, pens. Alterarse as por un incidente tan trivial y
fcilmente explicable. Es esta tormenta, la noche y la forma brusca en que me
haba despertado. (Qu fue lo que me haba despertado?)
AH! Cuntas vivencias intiles amontonadas en la exasperante monotona de
mi vida! S, estuve mal, muy mal; pero no es el incidente lo que estaba mal.
Ms bien, haba sido mi reaccin.
La seorita Elva Keene se impuso a s misma evitar ulteriores reflexiones.
Y ahora me dormir, le orden a su cuerpo, con una petulante sacudida. Se
estir lo ms que pudo y se relaj. Desde el piso, le llegaba el zumbido telefnico como un lejano enjambre de abejas. Lo ignor.
Temprano en la maana, y despus de que la enfermera Phillips le hubo quitado los platos del desayuno, Elva Keene llam a la compaa telefnica.
Soy la seorita Elva Keene le dijo a la operadora.
Ah, s, seorita Elva dijo la operadora, una tal seorita Finch. En qu le
puedo ayudar?
Mire, anoche mi telfono son dos veces dijo Elva Keene, pero cuando lo
atend, nadie contest. Y tampoco o nada cuando colg; ni siquiera o el tono
de la lnea... simplemente silencio.
Bien, le dir, seorita Elva dijo la alegre voz de la seorita Finch, el temporal de anoche arruin buena parte de nuestro servicio; en este momento,
estamos siendo inundados con llamadas acerca de lneas cadas y conexiones
que se ligaron; yo dira que usted fue bastante afortunada ya que su telfono
trabaja normalmente...
Entonces, usted cree que se lig la conexin interrumpi la seorita Keene, por causa de la tormenta?
Pero desde luego, seorita Elva, eso es todo!
Piensa usted que podra ocurrir de nuevo?
Bueno, quizs dijo la seorita Finch. Probablemente. En realidad, no podra asegurarle nada, seorita Elva; pero si le ocurre de nuevo, usted slo tiene que llamarme y enseguida le enviaremos un tcnico.
Muy bien dijo la seorita Keene. Gracias, querida.
Permaneci toda la maana sobre sus almohadones sumida en un sopor relajado. Te da una sensacin satisfactoria, pens, cuando se resuelve un misterio,
aunque sea pequeo como ste. Una terrible tormenta haba causado que las
lneas se ligaran. Y no es de sorprenderse si tambin haba derribado el antiguo roble al lado de la casa.
Ese fue el ruido que me haba despertado, por supuesto. Y qu pena que un
rbol tan aoso y querido se hubiera cado! Record cmo daba sombra en los
clidos meses de verano.
Oh, bueno, supongo que debo estar agradecida, pens, ya que el rbol cay
RICHARD MATHESON
BB
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te; quizs...
Entonces, dej de pensar. Y de sofocarse. El sonido haba cesado. Otra vez, el
silencio inund sus odos. Ahora poda sentir el galope de su corazn en su pecho y a sus acostumbrados achaques acercndose. Oh, esto es ridculo, se dijo, ya tuve suficiente de esto... fue la tormenta... LA TORMENTA!
Se recost en sus edredones con el auricular presionado en su oreja, mientras
el nerviosismo electrificaba sus huesos; poda sentir el avance de un temor
irracional fluyendo dentro de ella como una marea, a pesar de cualquier intento de reflexiva deduccin; su mente se fue resbalando de la segura cornisa de
la razn y se sinti caer, profundo y ms profundo.
Temblaba violentamente cuando los murmullos volvieron.
Saba perfectamente que no podan tratarse de sonidos humanos, pero sin
embargo tenan algo, alguna cadencia, una especie de inflexin casi identificable...
Sus labios temblaban y en su garganta comenz a gestarse un gemido; pero
no poda colgar el telfono, simplemente no poda. Los susurros en su odo la
sujetaban con un efecto hipntico. Si se tratase del viento que aullaba en alguna parte o el barboteo de cualquier mecanismo defectuoso, ella no sabra
decirlo; pero en cualquier caso, no la dejaban colgar.
Hola? murmur, trmula.
Los rumores aumentaron su intensidad. Trepidaron en su cerebro y lo sacudieron.
HOLA! grit.
H-o-l-a contest una voz del otro lado. La seorita Keene se hundi en un
profundo desmayo.
Est segura que fue alguien diciendo Hola? pregunt la voz nasal de la
seorita Finch. Podra haber sido la conexin, ya sabe...
LE DIGO QUE FUE UN HOMBRE! Una ofuscada Elva Keene chill. Fue el
mismo hombre que se qued la otra noche oyndome decir Hola una y otra
vez sin contestarme; El mismo que hizo esos espantosos ruidos en el telfono!
La seorita Finch se aclar la voz educadamente.
De acuerdo, har que un tcnico vaya a comprobar su lnea, seorita Elva,
tan pronto como se pueda. Ahora, por supuesto, todos los empleados estn
muy ocupados reparando los daos del temporal; pero en cuanto sea posible...
Y qu voy a hacer yo si este... esta persona llama de nuevo?
Pues, simplemente cuelgue el telfono, seorita Elva...
PERO CONTINA LLAMNDOME!
Bien la afabilidad de la seorita Finch vacil, pero sigui hablando. Por
qu no trata de averiguar quin es, seorita Elva? Si lo consiguiera, podramos
tomar accin inmediata y...
La seorita Keene colg intempestivamente y se recost tensamente contra las
almohadas, escuchando a la enfermera Phillips canturrear canciones de amor
mientras lavaba los platos del desayuno. Era evidente que la seorita Finch no
crea la historia que le haba contado. Seguramente pensaba que ella era una
vieja histrica y aburrida, presa de una ferviente imaginacin. Bueno, seorita
Finch, pronto sabr que las cosas son diferentes.
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Pienso llamarla una y otra vez hasta que me crea le dijo en tono irritado a
la enfermera poco antes de la siesta de la tarde.
Eso es lo que usted siempre hace dijo la enfermera Phillips. Ahora tome
su pldora y acomdese.
La seorita Keene se arrellan con un silencio quisquilloso. Sus manos, roturadas en nudosas venas, yacan en sus lados. Eran las dos y diez y, exceptuando
los inquietos ronquidos de la enfermera Phillips que le llegaban desde el cuarto
de servicio, la casa permaneci en silencio durante esa tarde de octubre.
Me hace enojar, pens Elva Keene, que nadie tome en serio este asunto.
Bien... apret sus delgados labios la prxima vez que el telfono suene me
asegurar que Phillips se quede hasta que escuche algo.
El telfono son justo en ese instante.
La seorita Keene sinti un glido temblor que serpenteaba sobre su espalda.
Aunque la luz del sol esparca sus rayos sobre su manta floreada, el estridente
campanilleo del aparato la sobresalt. Se mordi el labio inferior para no perder el control. Debo atenderlo? Se pregunt; pero antes de que pudiera ocurrrsele una respuesta, su mano sostena el auricular. Con un carraspeo profundo, lo acerc lentamente a su oreja.
Hola? musit.
Una voz inanimada y vaca le respondi: Hola?
Quin es? pregunt la seorita Keene, tratando de conservar clara su garganta.
Hola?
Por favor, quin habla?
Hola?
S, hola, Quin es?!
Hola?
Por favor...!
Hola?
La seorita Keene arroj el auricular y se recost violentamente, temblando,
incapaz de recobrar el aliento. Qu es eso? implor en su mente, en nombre
de Dios, Qu es eso?
MARGARET! gimi. MARGARET!
En la sala contigua oy a la enfermera Phillips despertarse abruptamente con
un gruido y luego la escuch toser.
Margaret, por favor...!
Elva Keene oy como la matrona se incorporaba y se acercaba lentamente, con
pesados movimientos a travs del cuartito de servicio. Debo recomponerme,
se dijo, dndose dos cachetazos en sus febriles mejillas. Debo decirle exactamente lo que ocurri, con todo detalle.
Qu le pasa? rumi la enfermera. Le duele la panza?
Cuando la seorita Keene dej de tragar saliva, consigui aspirar tensamente
una bocanada de aire.
Volvi a llamar balbuce.
Quin?
Ese hombre!
Qu hombre?
ESE QUE SE LA PASA LLAMNDOME! llor la seorita Keene. Contina
RICHARD MATHESON
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Levant el fro y liso auricular de baquelita y lo envolvi con la chalina, amortiguando el tono con varias capas de lana roja. Luego se recost, adolorida y
tensa.
Ahora dormir, se dijo, dormir.
Todava lo escuchaba.
Con un arranque sbito de clera, liber el auricular de su gruesa envoltura y
lo colg violentamente en la horquilla. El silencio colm la habitacin con una
deliciosa paz. La seorita Keene se desahog con un leve gemido.
Ahora a dormir.
Y el telfono son.
Su aliento se contuvo. El campanilleo penetraba en la oscuridad, punzando sus
odos como una nube de mil agujas cristalinas. Extendi el brazo para atender
y luego la retir precipitadamente, como si el auricular estuviera en llamas,
dndose cuenta que podra or aquella voz otra vez.
Su garganta puls nerviosamente. Oh, qu es lo que har, se dijo, qu es lo
que har... lo que har es levantar el auricular rpido, rapidsimo, y volver a
colgarlo en la horquilla para interrumpir la comunicacin... S, eso es lo que
har!
Extendi su mano cautelosamente hasta que el telfono qued debajo de su
palma. Con un contenido aliento, sigui su plan y, levantando el auricular, detuvo drsticamente la campanilla; cuando intent alcanzar nuevamente la horquilla...
Se congel, al or la voz del hombre que atravesaba la oscuridad y entraba en
sus odos.
Dnde se encuentra? pregunt la voz. Quiero hablar con usted.
Garras de hielo atenazaron a la seorita Keene. Qued all, petrificada, incapaz
de cortar el inexpresivo y vacuo sonido de aquella voz, preguntndole. Un ruido alcanz a escapar de la garganta de Elva Keene, ralo y ondeante.
Dnde se encuentra? repiti la voz del otro lado. Quiero hablar con usted.
No, no solloz la seorita Keene.
Dnde se encuentra? Quiero...
Presion el auricular sobre la horquilla con todas sus escasa fuerzas, y lo sujet ah durante casi diez minutos antes de soltarlo.
Le... digo que no quiero!
La crispada voz de la seorita Keene era una cinta deshilachada de balbuceos.
Se haba sentado sobre sus edredones, con gesto inflexible, tratando de descargar toda su asustada clera a travs de la boquilla del auricular.
Me est diciendo que este hombre permanece llamndola aunque le cuelgue? inquiri la seorita Finch.
YA LE HE EXPLICADO TODO! escupi Elva Keene. Tuve que dejar el auricular descolgado toda la noche para evitar que volviera a llamarme; y ese
maldito zumbido me mantuvo despierta. No pude pegar un ojo! Ahora, quiero
que vengan a revisar esta lnea inmediatamente, ME OYE USTED? Quiero que
se detenga este horrible calvario!
Sus ojos eran como abalorios, duros y oscuros. El auricular casi se zaf de sus
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dedos crispados.
Muy bien, seorita Elva dijo la operadora, le enviaremos un tcnico hoy
mismo.
Gracias, querida, gracias dijo la seorita Keene. Ah, y otra cosa, Podra
llamarme cuando... dej de hablar cuando un click la interrumpi.
La lnea est ocupada anunci la seorita Finch.
En un momento, el ruido termin y sigui hablando.
Le repito: Podra llamarme cuando encuentren a este horrible individuo?
Por supuesto, seorita Elva, no se preocupe; y haremos que revisen su telfono esta tarde. Su direccin es el 127 de Mill Lane Verdad?
As es, joven. Entonces, se ocupar de eso que le dije?
Se lo prometo solemnemente, seorita Elva. Ser la primera tarea de hoy.
Oh, gracias, mi querida dijo la seorita Keene, respirando aliviada.
RICHARD MATHESON
FIN
EL FIN
DEL
PLAZO
RICHARD MATHESON
Hay por lo menos dos noches al ao en las que los mdicos no acostumbran
hacer planes: la vspera de Navidad y la de Ao Nuevo. En la vspera de Navidad, Bobby Dascouli se quem el brazo. Estuve curndolo y vendndolo en el
momento en que podra haber permanecido instalado tranquilamente en un
cmodo silln, junto a Ruth, observando las luces multicolores del arbolito de
Navidad.
Por consiguiente, no me caus una gran sorpresa que diez minutos despus de
llegar a casa de mi hermana Mary para celebrar la despedida del ao, mi servicio de contestaciones telefnicas me llamara para decirme que me haban llamado, de urgencia, del centro de la ciudad.
Ruth me sonri tristemente y sacudi la cabeza. Se me acerc y me bes en la
mejilla.
Pobre Bill! dijo.
Muy pobre, es cierto dije.
Dej sobre la mesa la primera copa de la noche, todava con dos tercios del
licor.
Le di una palmadita en el vientre, que ya se notaba muy abultado.
No tengas ese nio hasta que regrese dije.
Har todo lo que pueda dijo.
Me desped apresuradamente de todos ellos y me fui; me levant el cuello del
abrigo y avanc sobre la nieve hasta donde se encontraba mi automvil Ford.
Machaqu el cebador y finalmente logr que el motor se pusiera en marcha.
Luego me dirig hacia el centro de la ciudad, con la expresin hosca que he visto tantas veces en los rostros de los soldados.
Eran ms de las once de la noche cuando las cadenas de mis ruedas rasparon
East Main Street, que estaba oscura y desierta. Conduje a lo largo de tres
manzanas de casas, hasta la direccin indicada, y me detuve frente a lo que
haba sido un edificio de apartamentos lujosos cuando mi padre ejerca la medicina. Ahora era una casa de huspedes, vieja y decadente.
En el vestbulo ilumin los buzones con mi linterna de bolsillo, pero no pude
localizar el nombre. Hice sonar el timbre de la conserje y me dirig hacia la
puerta de entrada.
Cuando son el zumbador, empuj la puerta para que se abriera.
Al final del corredor se abri una puerta y sali a mi encuentro una mujer gorda.
Llevaba un suter negro sobre su vestido verde arrugado, calcetines cortos sobre sus medias de lana y unos zapatos deslucidos. No iba maquillada; el nico
color que haba en su rostro era el de dos puntos rojos en sus mejillas. En las
sienes le colgaban rizos de cabello gris. Se los ech hacia atrs, mientras
avanzaba hacia m por el pasillo mal iluminado.
Es usted el doctor? pregunt.
Le dije que s.
Yo lo llam dijo. Hay un viejo en el cuarto piso que dice que va a morirse.
En qu habitacin?
Voy a ensersela.
Segu su ascensin vacilante por las escaleras. Nos detuvimos frente a la puerta marcada con el nmero 47, y la seora llam con los nudillos. Al instante,
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abri la puerta.
Aqu es dijo.
Al entrar, vi al hombre tendido en una cama de hierro. Su cuerpo tena la flacidez de una mueca de trapo. En sus costados, sus manos delgadas y huesudas
yacan inmviles, con las venas abultadas y manchas amoratadas. Su piel tena
el color marrn de los bordes de las pginas de los viejos libros y su rostro era
una mscara de cera. En la almohada sin funda, su cabeza reposaba inmvil, y
sus cabellos blancos se extendan sobre ella como copos de nieve. Sus mejillas
estaban muy plidas y sus ojos azules, muy claros, estaban fijos en el techo de
la habitacin.
Cuando me quit el sombrero y el abrigo, vi que no pareca sufrir. Tena una
expresin de plcida resignacin. Me sent en el borde de la cama y le tom el
pulso. Sus ojos giraron y se posaron sobre m.
Hola! le dije, sonriendo.
Hola! me sorprendi el tono de agradecimiento que haba en su voz.
Sin embargo, su pulso estaba como yo lo esperaba; apenas un latido de vida;
casi imperceptible al tacto. Dej que reposara su mano y le puse mi mano en
la frente. No tena fiebre. Pero, en realidad, no estaba enfermo. Estaba agonizando.
Di una palmadita en el hombro del anciano y me puse en pie, haciendo un gesto hacia el otro lado de la habitacin. La seora de la casa se acerc a m.
Durante cunto tiempo ha estado en cama? pregunt.
Desde esta tarde dijo la mujer. Vino a mi habitacin y me dijo que se iba
a morir esta noche.
La mir atentamente. Nunca me haba tocado estar en contacto con algo parecido.
Haba ledo algo al respecto de alguien que lo haba experimentado. Un anciano o una anciana anuncia que en cierto momento va a morir, y cuando llega el
momento lo hace.
Quin sabe qu es? Voluntad, presciencia, o ambas cosas a la vez. Todo lo
que sabemos es que es algo muy impresionante.
Tiene parientes? pregunt.
No, que yo sepa dijo la mujer.
Hice un gesto de asentimiento.
No lo comprendo dijo ella.
Qu? Cuando vino aqu, hace aproximadamente un mes, estaba perfectamente. Ni siquiera esta tarde pareca estar enfermo.
No es posible saberlo dije.
No; no es posible.
En lo ms profundo de sus ojos haba un resplandor de fatalismo y de desagrado.
Bueno, no puedo hacer nada por l dije. No sufre. Es solamente cuestin
de tiempo.
La seora asinti.
Qu edad tiene? pregunt.
Nunca me lo dijo.
Ah! dije, y volv a acercarme a la cama.
Los he odo dijo el anciano.
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Y...?
Quiere usted saber cuntos aos tengo?
S. Qu edad tiene usted?
Iba a responder cuando comenz a toser secamente. Vi un vaso de agua sobre
la mesita de noche y, tomndolo, me sent en el borde de la cama y levant
un poco al anciano para que bebiera. Luego, volv a acostarlo.
Tengo un ao de edad dijo.
No lo comprend bien. Me qued mirndolo, mientras su rostro conservaba su
expresin apacible.
No me cree dijo.
Pues... me encog de hombros.
Es cierto dijo.
Asent y volv a sonrer.
Nac el 31 de diciembre de 1958 dijo, a medianoche.
Cerr los ojos.
Para qu voy a contrselo? dijo. Se lo he relatado a cientos de personas, y ninguna de ellas lo ha comprendido.
Hbleme de eso dije.
Al cabo de unos segundos aspir aire lentamente.
Una semana despus de nacer dijo caminaba y hablaba. Ya coma solo.
Mis padres no daban crdito a sus ojos. Me llevaron a un mdico. No s qu
pens, pero no hizo nada. Qu poda haber hecho? No estaba enfermo. Me
envi a casa, con mi padre y mi madre. Era un desarrollo precoz, dijo.
A la maana siguiente volvimos otra vez a verlo. Recuerdo los rostros de mis
padres cuando me conducan all; me tenan miedo.
El mdico no supo qu hacer. Llam a varios especialistas y tampoco ellos supieron qu hacer. Ya era un nio normal de cuatro aos. Me tuvieron en observacin. Escribieron papeles sobre m. No volv a ver a mis padres.
El anciano hizo una pausa; luego, continu hablando del mismo modo mecnico.
Una semana despus tena el desarrollo correspondiente a los seis aos. A la
semana siguiente, el correspondiente a ocho aos. Nadie comprenda nada. Lo
ensayaron todo, pero no lograron obtener resultados de ninguna clase. Y tuve
diez y doce aos. Cuando tena catorce, hu, debido a que ya estaba cansado
de que me estuvieran observando todo el tiempo.
Mir al techo durante cerca de un minuto.
Quiere usted que le diga algo ms? pregunt.
S dije, de manera automtica.
Estaba asombrado de la facilidad con que hablaba.
Al principio, trat de oponerme a ello dijo. Fui a visitar mdicos y les grit. Les ped que encontraran lo que haba de malo en m. Pero no tena nada
mal. Solamente estaba envejeciendo dos aos a cada semana que pasaba. Entonces tuve una idea.
Me sobresalt un poco, saliendo de mi ensimismamiento, ya que lo estaba contemplando a l.
Qu idea? pregunt.
Aqu es donde empieza realmente la historia dijo el anciano.
Qu historia? Sobre el Ao Nuevo y el Viejo dijo. El Ao Viejo es un
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FIN
EL
SEMBLANTE
DE JULIE
EL SEMBLANTE DE JULIE
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Octubre
Eddy Foster no haba visto nunca a esa muchacha en su clase de ingls, hasta
aquel da.
No era debido a que se sentaba detrs de l. Numerosas veces haba mirado a
sus espaldas, cuando el profesor Euston estaba escribiendo en el pizarrn o
leyndoles algn pasaje de College Literature. Numerosas veces la haba visto
al entrar o al salir de la clase. Ocasionalmente, haba pasado cerca de l en los
pasillos o en los campos. Una vez, incluso, lo haba tocado en el hombro para
darle un lpiz que se le haba cado del bolsillo.
Sin embargo, nunca se haba fijado en ella como se fijaba en otras chicas.
Ante todo, no tena silueta... O si la tena, la mantena oculta bajo sus ropas
demasiado amplias. En segundo lugar, no era bonita, y pareca demasiado joven. Finalmente, su voz era dbil y aguda.
Lo curioso era que se fijara en ella aquel da. Durante toda la hora de clase
haba estado pensando en la pelirroja que se sentaba en la primera fila. En su
imaginacin, se la haba estado representando, con l, en un verdadero desenfreno carnal. Estaba a punto de levantar el teln sobre otro acto, cuando oy la
voz a sus espaldas.
Profesor? inquiri esa voz.
S, seorita Eldridge?
Eddy mir por encima de su hombro, mientras la seorita Eldridge haca una
pregunta sobre la palabra Beowulf. Vio la plenitud de su pequeo rostro de niita, oy su voz balbuceante y not su suter amarillo flojo. Y mientras la vea,
pens repentinamente: Tiene que ser ma.
Eddy se volvi rpidamente y el corazn le lata como si hubiera pronunciado
las palabras en voz alta. Reprimi una sonrisa. Qu idea ms extravagante!
Poseerla? Sin silueta? Con ese rostro tan infantil que tena? Entonces fue
cuando comprendi que haba sido su rostro el que le diera la idea. Esa misma
puerilidad pareca aguijonearlo perversamente.
Se produjo un ruido a sus espaldas. La joven haba dejado caer su pluma y se
inclinaba para recogerla. Eddy sinti un extrao nerviosismo cuando vio la firmeza con que su busto se apoyaba contra el flojo suter. Quiz tuviera una
atractiva silueta, despus de todo. Era todava ms excitante. Una nia que
tena miedo de mostrar la madurez de su cuerpo.
Esa nocin encendi el fuego en la imaginacin de Eddy.
Eldridge, Julie, deca el anuario, St. Louis, Artes y Ciencias.
Como haba esperado, no perteneca a ninguna hermandad u organizacin semejante.
Mir su fotografa y empez a aparecer viva en su imaginacin: tmida, retrada, viviendo en una caparazn de torcidas represiones.
Tena que hacerla suya.
Por qu? Se hizo la pregunta de manera interminable, pero no logr encontrar
una respuesta lgica. Sin embargo, no le costaba mucho tener visiones de ella:
ellos dos encerrados en un cuarto del motel Highway, con el calentador de la
pared que llenaba sus pulmones de aire de estufa, mientras ellos se daban a
los placeres de la carne; l y aquella inocente deshonrada.
Son el timbre, y cuando los estudiantes estaban abandonando la clase, Julie
dej caer los libros.
EL SEMBLANTE DE JULIE
RICHARD MATHESON
EL SEMBLANTE DE JULIE
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Seorita Eldridge!
Julie se detuvo. Cuando se volvi a mirarlo, el sol se reflej en su cabellera.
Est muy hermosa, pens Eddy.
Me permite que la acompae? rog.
Muy bien dijo la joven.
Pasearon por el parque.
Me estaba preguntando dijo Eddy si le agradara a usted ir al autocine el
viernes por la noche.
Estaba asombrado a causa de la calma de su voz.
Ah! dijo Julie.
Mir tmidamente a Eddy.
Qu pelculas pasan? pregunt.
Eddy se lo dijo.
Parece muy agradable dijo Julie.
Eddy trag saliva.
Bueno respondi. A qu hora quiere que pase a recogerla?
Ms tarde se pregunt si no le habra parecido a ella curioso que no le preguntara en dnde viva.
Haba una luz encendida en el porche de la casa en que se alojaba Julie. Eddy
toc el timbre y esper, observando a dos abejorros que daban vueltas en torno a la lmpara. Al cabo de cierto tiempo, Julie abri la puerta. Tena un
aspecto casi bello, pens Eddy.
Nunca la haba visto tan bien vestida.
Hola! salud ella.
Hola! respondi el muchacho. Est usted preparada?
Voy a recoger mi abrigo.
Recorri el vestbulo y entr en su habitacin. All haba estado desnuda aquella noche, y su cuerpo brillaba bajo las luces. Eddy apret los dientes. Todo
haba salido bien. No se lo dira a nadie, cuando viera las fotografas que le iba
a tomar.
Julie volvi a aparecer y se dirigieron ambos hacia el automvil. Eddy le abri
la puerta.
Gracias murmur la joven.
Cuando tom asiento, Eddy vio por un instante sus rodillas enfundadas en las
medias, antes de que Julie tirara hacia abajo el borde de su falda. Cerr de
golpe la puerta y dio vuelta al automvil. Tena la garganta seca.
Diez minutos ms tarde, meti el automvil en una rampa vaca de la ltima
fila del autocine y apag el motor. Se ape, levant el altavoz de su lugar y lo
meti por la ventanilla. Estaban pasando un corto de dibujos animados.
Quiere usted pochoclo y una Pepsi? pregunt con un temor repentino de
que la joven pudiera decirle que no.
S, gracias dijo Julie.
EL SEMBLANTE DE JULIE
RICHARD MATHESON
Vuelvo enseguida.
Eddy se apart del automvil y se dirigi hacia el bar. Las piernas le temblaban.
Esper, mezclado con los numerosos estudiantes que haba frente al mostrador, ensimismado en sus pensamientos. Una vez tras otra, cerraba la puerta
de la habitacin del motel y corra el cerrojo, bajaba las persianas, encenda
todas las luces y pona en marcha la calefaccin de la pared. Una y otra vez, se
acercaba a donde Julie yaca drogada, sobre la cama, indefensa.
Qu le sirvo? pregunt el camarero.
Eddy se sobresalt.
Dos paquetes de pochoclo y dos Pepsis dijo.
Sinti que comenzaba a temblar convulsivamente. No poda hacerlo. Era posible que fuera a la crcel para todo el resto de su vida. Pag mecnicamente lo
que haba pedido y se alej con lentitud del mostrador, con su bandeja de cartn.
Las fotografas, idiota, pens. Esa es tu proteccin.
Sinti que el deseo le atenazaba todo el cuerpo. Nada podra detenerlo. En el
camino hacia el automvil, vaci el contenido de un sobrecito en una botella de
Pepsi.
Julie estaba sentada tranquilamente, cuando Eddy abri la puerta y volvi a
deslizarse en el interior del vehculo. La pelcula haba comenzado.
Tenga su Pepsi dijo.
Le tendi la botella con el somnfero, y el paquete de pochoclo.
Gracias dijo Julie.
Eddy permaneci inmvil, mirando a la pantalla. Sinti que su corazn lata
como un tambor. Sinti que le corran gotas de sudor por la espalda y los costados. El pochoclo estaba seco y careca de sabor. Bebi de la botella continuamente para humedecerse la garganta. Ya falta poco, pens. Apret los labios y sigui mirando la pantalla. Oy que Julie coma pochoclo y beba su refresco.
Los pensamientos afluan con mayor rapidez a su mente: la puerta cerrada, las
persianas bajadas, la habitacin bien clida, mientras se retorcan los dos juntos sobre la cama. En sus pensamientos, estaban haciendo cosas en las que
Eddy ni siquiera haba pensado antes; cosas salvajes y como de locura. Era a
causa de su rostro, pens, su maldito rostro angelical. Hizo que en su pensamiento se representaran las cosas ms perversas que pudieran imaginarse.
Eddy mir a Julie. Sinti que las manos se le movan tan rpidamente que derram parte de su refresco sobre su pantaln. Su botella vaca, la de ella, y el
paquete de pochoclo haban cado al suelo. Tena la cabeza apoyada en el respaldo del asiento, hacia atrs y, durante un terrible momento, Eddy pens que
estaba muerta.
Entonces, la joven aspir el aire roncamente y volvi la cabeza hacia l. Vio
que su lengua se mova, oscura y perezosamente, sobre sus labios.
De pronto, se sinti nuevamente tranquilo y dueo de s. Sac el altavoz por la
ventana y volvi a colgarlo en su lugar, en el exterior. Arroj las botellitas y las
bolsas. Puso el motor en marcha y retrocedi hacia el corredor. Encendi sus
luces de estacionamiento y sali del autocine.
EL SEMBLANTE DE JULIE
RICHARD MATHESON
HIGHWAY MOTEL
El letrero parpadeaba a unos cuatrocientos metros de all. Por un momento,
Eddy crey leer TODO OCUPADO, y profiri un sonido de temor. Luego vio que
estaba equivocado.
Estaba todava tembloroso cuando hizo girar su automvil en la vereda y se
detuvo junto a la gerencia.
Se control, entro en la oficina e hizo sonar el timbre. Estaba muy tranquilo y
el hombre no le dijo ni una palabra. Hizo que Eddy llenara la tarjeta de registro
y le dio una llave.
Eddy condujo su automvil hasta el emplazamiento cerca de su habitacin.
Llev su cmara fotogrfica a la habitacin y volvi a salir, mirando en torno a
l. No haba nadie a la vista. Corri hasta el vehculo y abri la puerta. Llev a
Julie hasta la puerta de la habitacin, mientras sus zapatos crujan speramente sobre la grava. La condujo al interior de la oscura habitacin y la acost en
la cama.
Entonces, su sueo fue convirtindose en realidad. Corri el cerrojo de la puerta. Camin por la habitacin, sobre sus piernas temblorosas, bajando las persianas. Encendi la calefaccin. Encontr el interruptor de la luz junto a la
puerta de entrada y lo hizo funcionar. Encendi todas las lmparas y les quit
las pantallas. Dej caer una de ellas y sta rod sobre la alfombra. La dej en
el suelo y se dirigi hacia donde se encontraba Julie.
Al caer sobre la cama, su falda se le haba levantado, descubriendo sus piernas. Poda ver el final de las medias y los botones que las sujetaban. Tragando
saliva, Eddy se sent y la hizo sentarse a ella. Le quit el suter. Tembloroso,
extendi los brazos hasta la espalda de la muchacha y le solt el sostn; sus
senos quedaron libres. Rpidamente le solt la falda y se la quit.
En unos segundos, la joven estuvo desnuda. Eddy la deposit sobre las almohadas.
Dios Santo! Cmo la deseaba! Eddy cerr los ojos y se estremeci.
No, pens, primero lo ms importante. Toma las fotografas y estars a salvo;
entonces, no podr hacerte nada; se sentir demasiado asustada.
Se puso en pie, rgidamente, y tom su cmara. Midi la distancia y la luz. La
centr en el visor y dijo: Abre los ojos.
Julie lo hizo.
EL SEMBLANTE DE JULIE
RICHARD MATHESON
Eddy? Repentinamente, la joven contuvo el aliento, se encogi y Eddy comprendi que lo recordaba todo.
Djeme entrar si no quiere verse envuelta en un lo murmur.
Sinti que las piernas comenzaban a temblarle.
Julie permaneci acostada, inmvil, durante unos momentos. Luego, se puso
en pie y se dirigi, vacilante, hacia la puerta. Eddy se volvi hacia la vereda. La
sigui con nerviosismo y comenz a subir los escalones del porche, cuando ella
sali.
Qu desea? susurr.
Estaba muy atractiva, medio dormida, con sus ropas y su cabello en desorden.
Entrar dijo el muchacho.
Julie se puso rgida.
No.
Muy bien, vamos dijo, tomndola de la mano, con rudeza. Hablaremos
en mi automvil.
La joven camin con l hasta su automvil y, cuando Eddy mont a su lado,
vio que estaba temblando.
Voy a encender la calefaccin dijo.
Pareca una verdadera locura. Haba ido a amenazarla, no a hacer que se sintiera cmoda. Iracundo, puso el motor en marcha y se apart de la vereda.
Adnde vamos? pregunt Julie.
Eddy no lo saba al principio. Luego, repentinamente, pens en el lugar en
donde se citaban siempre los estudiantes, en las afueras de la ciudad. Sinti
ansiedad por llegar y oprimi el acelerador.
Diecisis minutos ms tarde, el automvil estaba detenido en los bosques silenciosos. Una dbil niebla pareca colgar sobre el terreno y acariciar las puertas del vehculo.
Julie ya no temblaba; el interior del automvil estaba caliente.
Qu sucede? dijo dbilmente.
Impulsivamente, Eddy meti la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y
sac las fotografas. Se las arroj sobre el regazo.
Julie no dijo nada. Se limit a mirar las fotografas con ojos helados, retorcindose los dedos, al tiempo que las sostena entre los dedos.
Es por si se te ocurre telefonear a la polica balbuce Eddy.
Apret los dientes.
DSELO!, pens con salvajismo.
Con voz dura y sin inflexiones, le explic todo lo que haba hecho la noche anterior. El rostro de Julie se puso plido y rgido, a medida que escuchaba. Sus
manos se apretaron una contra otra. En el exterior, la niebla pareci levantarse sobre las puertas, como un fluido blanco, rodendolos.
Desea usted dinero? susurr Julie.
Desvstase dijo Eddy.
No es tu propia voz, pens. Su sonido era demasiado maligno, inhumano.
Entonces, Julie comenz a sollozar y Eddy sinti que le invada una furia demonaca.
Ech su mano hacia atrs, la vio echarse hacia adelante, oy el ruido que hizo
cuando la golpe en la boca y sinti el golpe en los nudillos.
Desvstase! su voz sonaba seca en el espacio reducido del automvil.
EL SEMBLANTE DE JULIE
RICHARD MATHESON
Diciembre
Julie abri los ojos y vio unas sombras pequeas que caan sobre la pared.
Volvi la cabeza y mir por la ventana. Estaba empezando a nevar. Su blancura le record la maana en que Eddy le haba mostrado por primera vez las
fotografas.
Las fotografas. Eso era lo que la haba hecho despertar. Cerr los ojos y se
concentr.
Se estaban quemando. Poda ver las pruebas y los negativos en el fondo del
recipiente de esmalte utilizado para revelar las pelculas en fotografa. Grandes
llamas se elevaban sobre ellas y el esmalte se tiznaba.
Julie contuvo el aliento. Hizo que su memoria fuera ms lejos para recorrer la
habitacin iluminada por las llamas que salan del recipiente de esmalte, hasta
que se detuvo en la cosa destrozada que se balanceaba y giraba, suspendida
del gancho del ropero.
Suspir. No haba durado mucho. Esa era la dificultad con una mentalidad como la de Eddy. La misma debilidad que lo hizo vulnerable ante ella lo destruy
muy pronto. Julie abri los ojos y su rostro infantil se arrug en una sonrisa.
Bueno, ya habra otros.
Estir su cuerpo bien formado lnguidamente. La espera ante la ventana, el
refresco drogado, las fotografas del motel; ya se estaban haciendo oscuros
para entonces, a pesar de que aquel lugar en el bosque era maravilloso. De
eso se acordara durante bastante tiempo; y de la violencia, por supuesto. Especialmente por la maana temprano, con la niebla en el exterior y el automvil como una estufa. El resto tendra que olvidarlo.
Pensara en algo mejor para la prxima vez.
Philip Harrison no haba reparado nunca en la joven en su clase de fsica, hasta
aquel da...
FIN
EL HOMBRE
QUE HIZO
EL MUNDO
RICHARD MATHESON
RICHARD MATHESON
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FIN
EL MUDO
EL MUDO
RICHARD MATHESON
El hombre del impermeable oscuro lleg a German Corners a las dos y media
de la tarde de aquel viernes. Atraves la estacin de los autobuses y se dirigi
hacia un bar, donde una mujer regordeta, de cabello gris, estaba limpiando
unos vasos.
Por favor dijo, dgame, dnde puedo encontrar a una autoridad?
La mujer lo mir a travs de sus lentes sin montadura. Vio que se trataba de
un hombre de cerca de cuarenta aos, alto y bien parecido.
La autoridad? pregunt.
S..., cmo dicen ustedes? El alguacil? El...?
El comisario?
S al decir esto el hombre sonri. Exactamente. El comisario. Dnde
puedo encontrarlo?
Despus de que le indicaron la direccin, sali del edificio a la calle iluminada
por la luz del da. La lluvia haba estado amenazando desde que se haban levantado aquella maana, cuando el autobs estaba ascendiendo por las montaas para salir al valle de Casca. El hombre se levant el cuello del impermeable; luego, se meti las dos manos en los bolsillos de su impermeable y se
puso en marcha, a buen paso, por Main Street.
En realidad, se senta muy culpable por no haber llegado antes, pero haba
tantas cosas que hacer, tantos problemas que resolver con sus propios dos
hijos... Aun sabiendo que algo malo les suceda a Holger y Fanny, no haba podido salir de Alemania hasta entonces... Casi un ao despus de haber recibido
las ltimas noticias de los Nielsen. Era una lstima que Holger hubiera escogido un lugar tan alejado para su esquina del experimento de cuatro lados que
haban iniciado.
El profesor Werner camin a paso ms rpido, ansioso por saber qu les haba
ocurrido a los Nielsen y a su hijo. Sus progresos con el muchacho haban sido
maravillosos... En realidad, haba sido una inspiracin para todos ellos. Aunque
en lo profundo de su ser, Werner senta que haba ocurrido algo terrible, esperaba que estuviera vivos y bien. Sin embargo, en ese caso, cmo poder justificar aquel largo silencio? Werner sacudi la cabeza con preocupacin. Pudo
haber sido en la ciudad? Elkenberg haba tenido que mudarse de lugar repetidas veces para evitar las intromisiones interminables, a veces inocentes pero
maliciosas en la mayor parte del tiempo en su trabajo. Era posible que a los
Nielsen les ocurriera algo semejante. Los productos del mentalismo combinados de los habitantes de la pequea ciudad podan ser, a veces, de efectos terribles.
La oficina del comisario se encontraba hacia la mitad de la siguiente manzana
de casas. Werner aceler el paso por la estrecha acera; luego, empuj la puerta y entr en la oficina amplia y bien calentada.
Qu desea? le pregunt el comisario, levantando la mirada de sobre su
escritorio.
He venido a investigar acerca de una familia dijo Werner: la familia Nielsen.
El comisario Harry Wheeler mir confundido al hombre alto y desconocido.
EL MUDO
RICHARD MATHESON
Cora estaba planchando el pantaln de Paul cuando le lleg la llamada. Dejando la plancha sobre su soporte, fue a la cocina y levant el receptor del telfono que se encontraba sobre la pared.
S? dijo.
Cora, soy yo.
Su rostro se ensombreci.
Pasa algo malo, Harry?
Permaneci en silencio.
Harry?
El tipo de Alemania ha llegado.
Cora permaneci inmvil, mirando el calendario que haba colgado de la pared;
los nmeros danzaron ante sus ojos.
Cora, me has odo? Trag saliva con dificultad.
S.
Tengo que llevarlo a la casa dijo Harry.
Cora cerr los ojos.
Ya lo s dijo, y colg el telfono.
Volvindose, se dirigi lentamente hacia la ventana. Va a llover, pens. La naturaleza est preparando bien el escenario.
Repentinamente, cerr los ojos y se clav las uas en las palmas de las manos.
No murmur, casi en voz alta. No.
Al cabo de unos momentos, abri los ojos empaados en lgrimas y mir fijamente la carretera. Permaneci inmvil, como paralizada, pensando en el da
en que el muchacho haba ido a su encuentro.
Si la casa no se hubiera incendiado a medianoche, habra habido alguna probabilidad de salvarla. Estaba a treinta y cuatro kilmetros de German Corners,
pero la autopista del estado recorra veinticinco de ellos, y los nueve restantes,
los nueve kilmetros de mala carretera que iban hacia el norte, hacia las laderas de las colinas cubiertas de bosques, se habran podido recorrer si hubieran
contado con ms tiempo para ello.
Tal y como sucedi, la casa estaba ya envuelta en llamas, en medio de la noche, cuando la vio Bernhard Klaus.
Klaus y su familia vivan a unos ocho kilmetros de all, en Skytouch Hill. Se
haba levantado hacia la una y media de la maana para beber un vaso de
agua. La ventana del bao daba hacia el norte y era por eso que, al entrar,
Klaus vio el ligero resplandor en medio de la oscuridad de la noche.
Ich Scheie auf Gott! exclam.
Y antes de terminar de pronunciar estas palabras, ya haba salido de la habitacin.
Baj pesadamente por las escaleras alfombradas y, tentando las paredes para
poder guiarse, descendi al saln.
Fuego en casa de los Nielsen! grit.
Hizo sonar repetidamente el timbre para despertar a la telefonista.
La hora, la distancia y algo ms condenaron a la casa. German Corners no tena una brigada oficial de bomberos. La seguridad de sus edificios de madera y
ladrillos dependa del esfuerzo voluntario. En la ciudad misma, eso no provocaba grandes problemas. Otra cosa suceda a los edificios que se encontraban a
EL MUDO
RICHARD MATHESON
cierta distancia.
Para cuando el comisario Harry Wheeler pudo reunir a cinco hombres y conducirlos hasta el lugar del incendio en su vieja camioneta, la casa estaba ya perdida. Mientras cuatro de los seis hombres echaban chorros impotentes de agua
sobre el infierno en llamas, el comisario Wheeler y su ayudante Max Ederman
rodearon la casa.
No haba modo de entrar. Se quedaron en la parte de atrs, con los brazos levantados, para protegerse del calor, haciendo muecas en direccin al incendio.
Estn perdidos! grit Ederman, por encima del rugido que difunda el viento.
El comisario Wheeler pareca sentirse enfermo.
El nio! dijo, pero Ederman no lo oy.
Solamente una fuerte lluvia habra impedido que la vieja casa ardiera por completo.
Todo lo que los seis hombres podan hacer era impedir que se quemaran los
rboles que rodeaban el extenso claro, para que no se produjera un incendio
del bosque. Sus figuras silenciosas patrullaban los extremos de la zona, apagando a patadas los matorrales y el follaje de los rboles, cuando comenzaban
a arder.
Encontraron al muchacho cuando los picos orientales de las colinas comenzaban a ser iluminados por el gris resplandor del amanecer.
El comisario Wheeler estaba tratando de acercarse lo suficiente para poder
echar una ojeada por una de las ventanas de la casa, cuando oy un grito. Se
volvi y corri hacia la espesura del bosque, que se encontraba a unas cuantas
docenas de metros de la casa, por la parte de atrs. Antes de que llegara hasta
los matorrales, que crecan bajo los rboles, Tom Poulter surgi de entre ellos,
con su cuerpo ligero inclinado bajo el peso de Paal Nielsen.
Dnde lo has encontrado? pregunt Wheeler.
Tom al muchacho de las piernas para hacer que Poulter tuviera que soportar
menos peso.
Abajo de la colina dijo Poulter, jadeando. Tendido en el suelo.
Est quemado? No parece. Su pijama est intacto.
Dmelo dijo el comisario.
Levant el cuerpo de Paal en sus propios fuertes brazos y descubri dos ojos
grandes y verdes que lo miraban con gran confusin.
Ests despierto! dijo con sorpresa.
El muchacho sigui mirndolo sin pronunciar una sola palabra.
Te encuentras bien, hijo? pregunt Wheeler.
Hubiera podido estar sosteniendo una estatua. El cuerpo de Paal estaba absolutamente inerte, y tena una expresin de confusin total en el rostro.
Pongmosle una manta sobre los hombros murmur el comisario, y se dirigi hacia la camioneta.
Al caminar, vio cmo el muchacho miraba la casa en llamas, con una expresin
de extraordinaria rigidez en su rostro, como una mscara.
Shock nervioso! murmur Poulter, y el comisario asinti tristemente.
Trataron de acostarlo en el asiento de la cabina de la camioneta, con la manta
sobre l, pero segua sentado, sin pronunciar palabra. El caf que Wheeler trat de darle se le escurri de entre los labios y le corri por el mentn. Los dos
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raba con la misma expresin atolondrada y sin vida. No haba cambiado la expresin de su rostro desde que Tom Poulter lo haba sacado del bosque.
El comisario gir sobre sus talones y descendi a la cocina. Desde all telefone, buscando hombres que reemplazaran a los que haban quedado en la casa; luego, dio vuelta a las tostadas y al tocino y se sirvi una taza de caf. Lo
estaba bebiendo cuando Cora baj por las escaleras de la parte de atrs y regres junto a su estufa.
Estn sus padres...? comenz a decir.
No lo s dijo Wheeler, meneando la cabeza. No pudimos acercarnos a la
casa.
Pero, y el nio...?
Tom Poulter lo encontr afuera.
Afuera?
No sabemos cmo sali dijo. Todo lo que sabemos es que estaba all.
Su esposa guard silencio. Coloc unas tostadas en un plato y se las acerc.
Hecho esto, le puso una mano en el hombro.
Pareces cansado dijo. Puedes acostarte?
Ms tarde dijo el comisario.
Cora asinti, le dio una palmadita en el hombro y se apart de l.
El tocino estar enseguida dijo.
Harry gru. Luego, mientras verta miel sobre las tostadas, dijo: Quizs
hayan muerto, Cora. Es un fuego terrible. Todava estaba ardiendo cuando regres. No pudimos hacer nada para dominarlo.
Pobre muchacho! dijo Cora.
Permaneci junto a la estufa, viendo comer con expresin de cansancio a su
esposo.
He tratado de hacerlo hablar dijo, pero no dice ni una sola palabra.
Tampoco a nosotros nos dijo una sola palabra le explic Harry. Debe de
estar asustado.
Mir la mesa, masticando las tostadas pensativamente.
Es como si ni siquiera supiera hablar dijo.
Poco despus de las diez de aquella maana comenz a llover con fuerza y la
casa en llamas empez a apagarse, hasta no ser sino un montn de ruinas
humeantes.
Con los ojos enrojecidos, agotado de cansancio, el comisario Wheeler permaneci sentado, inmvil, en la cabina de su camioneta, hasta que ces el diluvio. Luego, con un gruido profundo, abri la puerta de la camioneta y baj al
suelo. Entonces, levant el cuello de corderito de su campera, se acomod un
poco mejor el viejo sombrero Stetson, y se dirigi a la parte posterior de la
camioneta cubierta.
Vamos dijo con voz muy seca.
Luego ech a andar sobre el pegajoso barro hacia la casa.
La puerta principal estaba todava en pie. Wheeler y los otros hombres pasaron
sobre la pared del saln, que se haba cado. El comisario sinti ligeras oleadas
de calor procedentes de las vigas que todava estaban ardiendo; el olor de la
tapicera quemada y de las ropas, junto con el de la humedad, casi le hicieron
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volver el estmago.
Pas entre algunos libros a medio quemar que estaban en el suelo, y las pastas enrojecidas chasquearon debajo de sus botas. Continu adelante, entr al
vestbulo, respirando a travs de sus dientes apretados, mientras la lluvia le
caa sobre los hombros y la espalda. Espero que hayan salido, pens. Espero
que lo hayan hecho.
No era as.
Estaban todava en su cama. Ya no parecan seres humanos. Estaban ennegrecidos y carbonizados. El rostro del comisario Wheeler estaba plido y tenso
cuando mir a los cadveres.
Uno de los hombres aguijone con una varilla hmeda algo que haba sobre el
colchn.
Una pipa oy Wheeler que deca, por encima del ensordecedor ruido que
haca la lluvia. Debe de haberse dormido fumando.
Traigan unas cuantas mantas dijo Wheeler. Pnganlos en la parte de
atrs de la camioneta.
Dos de los hombres se volvieron sin decir una palabra y Wheeler oy que se
alejaban, caminando sobre los escombros.
No poda retirar los ojos del cadver del profesor Holger Nielsen y de su esposa
Fanny, que eran un montn retorcido, cuando haban sido una pareja muy
atractiva que recordaba perfectamente. l haba sido un hombre alto y robusto, con un carcter imperioso y tranquilo; Fanny, su esposa, esbelta, de cabellos color miel, con un rostro bello y mejillas sonrosadas.
Repentinamente, el comisario se volvi y sali de la habitacin
precipitadamente, estando a punto de tropezarse con una viga cada.
En cuanto al muchacho..., qu iba a sucederle ahora al muchacho? Aquel da
era seguramente el primero en que Paal se haba alejado de su casa en toda
su vida. Sus padres eran el centro de su mundo; Wheeler saba eso. No era
extrao que hubiera habido aquella expresin de total incomprensin en su joven rostro.
Sin embargo, cmo saba que su padre y su madre haban muerto? Cuando el
comisario atraves el saln, vio a uno de los hombres que examinaba un libro
parcialmente quemado.
Mire esto dijo el hombre, tendindole el libro.
Wheeler le ech una ojeada y pudo ver el ttulo: LA MENTE DESCONOCIDA
Se apart a un lado rgidamente.
Deje eso en el suelo! orden.
Sali de la casa con pasos rpidos y ansiosos. El recuerdo del aspecto de los
Nielsen lo acompaaba; y otra cosa, una pregunta: Cmo haba logrado Paal
salir de la casa?
Paal despert.
Durante un buen rato, mir las sombras informes que danzaban y se agitaban
en el techo. Estaba lloviendo afuera. El viento estaba haciendo que se agitaran
las ramas de un rbol, junto a la ventana, y produca as las sombras en aquella habitacin desconocida.
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Haba pasado una semana; pasara an otra semana antes de que llegaran las
cartas.
Paal, nunca te hablaron? Paal? Puos que golpeaban con delicada agudeza.
Las manos surgan sensibles de su cerebro vibrante.
Paal, no conoces tu nombre? Paal? Paal.
Fsicamente no tena nada malo. El doctor Steiger se haba asegurado de ello.
No haba razn para que no hablara.
Te ensearemos, Paal. No te preocupes, cario, te ensearemos como si
fueran pualadas a travs de su conciencia. Paal, Paal.
Paal; era l mismo. Eso lo comprenda. Pero era diferente en los odos; un sonido muerto y spero, que permaneca solo y oscuro, sin el acompaamiento
de las asociaciones encadenadas que existan en su mente. En el pensamiento,
EL MUDO
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su nombre era algo ms que letras. Era l, todas las facetas de su personalidad y su significado para l, para su padre y su madre y para su vida. Cuando
lo llamaban o l pensaba en su nombre, aquello haba sido algo ms que la
corta onomatopeya que formaba el sonido. Haba sido algo entremezclado con
un chispazo de conocimiento, sin que fuera estorbado por el sonido.
Paal, no comprendes? Te llamas Paal Nielsen. No comprendes? Era como el
redoble de un tambor que llamaba con una cruda sensibilidad. El sonido lo golpeaba. Paal, Paal, tratando de hacerle soltar su presa y lanzarlo al torbellino
del sonido.
Paal. Intntalo, Paal. Dilo conmigo, Pa-al, Pa-al.
Girando sobre sus talones, hua de ella con terror, y ella lo segua hasta donde
se esconda, cerca de la cama de su hijo.
Entonces, durante largos momentos, haba paz. Lo mantena en sus brazos y,
como s comprendiera, no hablaba. Guardaba silencio y su mente no era golpeada por el sonido.
Le acariciaba el cabello y le secaba las lgrimas a besos. Permaneca apoyado
contra aquella clida mujer, y su mente, como un animal tmido, volva a surgir de su escondite..., para sentir una corriente de comprensin que emanaba
de aquella mujer. Un sentimiento que no necesitaba del sonido.
Amor... inexpresado, sencillo y hermoso.
El comisario Wheeler se dispona a salir de su casa aquella maana cuando son el telfono. Estuvo en el vestbulo, esperando a que Cora respondiera.
Harry! oy que lo llamaba. Ests an ah?
Regres a la cocina y tom el auricular de manos de su esposa.
Aqu, Wheeler anunci.
Soy Tom Poulter, Harry dijo el cartero. Las cartas han llegado.
Voy enseguida dijo Harry, y colg.
Las cartas? le pregunt su esposa.
Wheeler asinti.
Oh! murmur Cora, de tal modo que casi no la oy l.
Cuando Harry entr a la oficina de correos, veinte minutos ms tarde, Poulter
puso las tres cartas sobre el mostrador. El comisario las recogi.
Suiza deca en los sellos puestos sobre las estampillas. Suecia. Alemania.
Eso es todo dijo Poulter. Como siempre. El da treinta del mes.
Supongo que no podremos abrirlas, verdad? pregunt Wheeler.
Ya sabes que te dira que s, si fuera posible, Harry le respondi el cartero. Pero la ley es la ley. Ya lo sabes. Tengo que devolverlas sin que sean
abiertas. Esa es la ley.
Est bien.
Harry sac su pluma, copi las direcciones en su libreta de apuntes y devolvi
las cartas.
Gracias.
Cuando regres a su casa a las cuatro de aquella tarde, Cora estaba en la sala
con Paal. Haba una expresin de confusa emocin en el rostro del nio..., el
deseo de agradar, unido al de huir de la tortura del sonido. Estaba sentado en
el divn, cerca de Cora, y pareca que iba a romper a llorar.
EL MUDO
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Entonces, supongo que continuar sin hablar, sintiendo miedo de las sombras.
Se volvi.
Es criminal! grit.
El amor y el enojo brotaron de ella al unsono, en una extraa mezcla.
Es preciso hacerlo, Cora dijo Harry tranquilamente. Es nuestro deber.
Ah, el deber dijo ella, con voz carente de vida.
Cora no durmi aquella noche. Con los ronquidos de Harry junto a sus odos,
permaneci contemplando las sombras del techo, con una escena fija en su
mente.
Una tarde de verano son el timbre de la puerta posterior. Haba varios hombres en el porche, John Carpenter entre ellos, con algo inmvil cubierto con
una manta en sus brazos. En el rostro de cada uno haba una mirada confundida. En el silencio, una gota de agua cay sobre la madera del suelo, baada
por la luz del sol..., lenta, irregularmente, como los latidos de un corazn moribundo.
Estaba nadando en el lago, seora Wheeler y...
Se estremeci en la cama, como lo haba hecho entonces, con desesperacin y
silenciosamente. Sus manos estaban absolutamente blancas y se retorcan
mientras recordaba aquellos momentos de angustia. Muchos aos haba estado
esperando a que otro nio volviera a darle vida a la casa.
A la hora del desayuno, tena los ojos enrojecidos y su rostro reflejaba mucho
cansancio. Se movi en su cocina con su fuerza de voluntad, sirviendo huevos
y panqueques en el plato de su esposo, sirvindole caf y sin pronunciar una
sola palabra.
Luego, la haba besado al despedirse. Y ella se qued junto a la ventana, vindolo recorrer la vereda hasta su automvil. Despus de que Harry se haba ido,
estuvo mirando fijamente a los tres sobres que su esposo colocara junto al pequeo buzn del correo.
Cuando Paal baj las escaleras, le sonri. Cora le bes la mejilla y permaneci
detrs de l, sin hablar, observndolo, mientras el nio tomaba su vaso de jugo de naranja. El modo en que se sentaba, el modo en que sostena su vaso,
era tan parecido...
Mientras Paal coma su plato de cereal, ella sali y tom las tres cartas del buzn de correo, reemplazndolas con otras tres que ella misma haba escrito,
por si su marido preguntaba al cartero si las haba recogido de su casa aquella
maana.
Mientras Paal devoraba su desayuno, baj al stano y meti las tres cartas a la
caldera.
La que iba dirigida a Suiza ardi, luego las destinadas a Suecia y a Alemania.
Las revolvi con un atizador hasta que los fragmentos se desintegraron y desaparecieron en medio de las llamas.
Pasaron varias semanas y, cada da que transcurra, el servicio que le prestaba
su mente era cada vez menor.
Paal, querido, no comprendes? repeta la voz paciente y amorosa de la
mujer a la que necesitaba; pero la cual daba miedo. No vas a decirlo una
EL MUDO
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Les escribimos hace cuatro o cinco semanas le explic el comisario, y todava no hemos recibido respuesta alguna. No podemos dejar que las cosas
continen as.
Necesita asistir a la escuela.
Desde luego aprob la seorita Frank.
Tena los rasgos faciales compuestos en su expresin usual de desagradable
dogmatismo. Haba una sombra de bigote sobre su labio superior, y su barbilla
terminaba casi en punta. La Noche de Brujas los nios de German Corners observaban el cielo desde la azotea de su casa.
Es muy tmido dijo Cora, sintiendo la dureza de la maestra, Se asustar
mucho y necesitar de una gran comprensin.
Se la daremos dijo la seorita Frank. Pero, djeme verlo.
Cora hizo bajar a Paal, hablndole con suavidad.
No te asustes, querido. No hay nada de lo que tengas que asustarte.
Paal entr en la habitacin y mir los ojos de la seorita Edna Frank.
Solamente Cora se dio cuenta de la rigidez de su cuerpo..., como si en vez de
la solterona maestra hubiera visto la mirada petrificante de Medusa. La seorita Frank y el comisario no vieron el resplandor en sus ojos brillantes y verdes,
ni advirtieron el ligero pliegue que haba aparecido en las comisura de sus labios. Ninguno de ellos poda suponer el pnico que l senta.
La seorita Frank permaneca sentada, sonriendo, con la mano tendida.
Ven aqu, nio dijo.
Durante un momento, las puertas negras se cerraron y apartaron de la mente
de Paal todo significado.
Ven aqu, querido le dijo Cora. La seorita Frank ha venido aqu para
ayudarte.
Lo hizo avanzar, sintiendo en su manos el estremecimiento de terror que llenaba todo su cuerpo.
Nuevamente el silencio.
Y, en aquel momento, Paal sinti como si estuviera caminando encima de una
tumba cerrada desde haca cien aos. Vientos de muerte soplaban sobre l, la
frustracin se deslizaba al interior de su corazn. Celos y odios se empujaban
unos a otros..., oscurecidos todos ellos por recuerdos deformados. Era el purgatorio que su padre le haba descrito una vez, hablando de mitos y leyendas.
Sin embargo, esto no era una leyenda.
La mano de la seorita estaba fra y seca. Oscuros terrores descendieron por
sus venas y se vertieron en el nio. Inaudible, un grito se le form en la gar-
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ganta. Sus ojos se encontraron nuevamente, y Paal vio que, durante un segundo, la mujer pareci saber que estaba examinando su cerebro.
Entonces, ella habl y l se sinti otra vez libre. Se qued inmvil,
observndola.
Creo que nos entenderemos muy bien dijo.
Gir sobre sus talones y tropez con la esposa del comisario.
Maelstrm!
Durante todo el camino, a travs de los campos, haba ido en aumento..., como las pulsaciones de un contador Geiger que se aproximara a una fuente de
energa atmica.
Cada vez ms cerca, con los delicados controles de su interior pulsando, en
tensin, temblando, reaccionando con cada vez mayor violencia ante la cercana de la fuente de energa. Aunque su sensibilidad haba sido debilitada por
cerca de tres meses de sonidos, lo sinti entonces con mayor fuerza. Como si
estuviera caminando en un centro de vitalidad.
Era el joven.
Luego, la puerta se abri, las voces cesaron y todo ello lo atraves como una
corriente elctrica, poderosa y libre. Se aferr a Cora, con los dedos apretados
sobre su falda, con los ojos muy abiertos y respirando agitadamente por entre
sus labios entreabiertos. Su mirada se pase inquieta por las filas de rostros
infantiles que lo observaban atentamente, y las ondas de energas distorsionadas continuaron saliendo de ellos como una red incontrolada y amenazadora.
La seorita Frank ech hacia atrs su silla, descendi de su plataforma de
quince centmetros de altura y comenz a andar por el pasillo hacia ellos.
Buenos das dijo en tono seco. Nos disponemos a comenzar las clases del
da.
Espero que todo vaya bien dijo Cora.
Mir hacia abajo. Paal estaba mirando al resto de la clase a travs de un velo
de lgrimas.
Oh, Paal.
Se inclin y pas los dedos por el rubio cabello del nio.
Paal, no tengas miedo, querido susurr.
El nio la mir confundido.
Querido, no hay nada por lo que tengas que estar...
Ahora, lo mejor es que nos lo deje aqu la interrumpi la seorita Frank,
colocando una mano sobre el hombro del muchacho.
Pas por alto el estremecimiento que lo sacudi por completo.
Volver a casa dentro de muy poco tiempo, seora Wheeler, pero es preciso
que lo deje salir adelante por s mismo.
Oh!, pero... comenz a decir Cora.
No, crame, es la nica manera insisti la seorita Frank. En tanto est
usted aqu, se sentir a disgusto. Crame. Ya he visto otras veces casos semejantes.
Al principio no quera soltarse de Cora, sino que se aferraba a ella como al nico objeto familiar en medio de todo aquel conjunto de cosas nuevas. Fue solamente cuando las manos delgadas y duras de la seorita Frank lo mantuvie-
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ron apartado, que Cora retrocedi lentamente y cerr la puerta a sus espaldas,
apartando de Paal la visin de su pena.
Permaneci temblando, incapaz de decir una sola palabra para pedir ayuda,
confundido. Su mente enviaba pequeos fragmentos de comunicacin, pero en
aquel ambiente indisciplinado pronto se debilitaban y se perdan. Se encerr
rpidamente y trat, en vano, de alejarse de ah. Todo lo que pudo lograr fue
que un torrente de pensamientos punzantes continuaran sin oposicin, hasta
convertirse en una mezcla incomprensible y sin significado.
Ahora, Paal... oy la voz de la seorita Frank y levant tmidamente la mirada hacia ella.
Las manos de la maestra lo apartaron de la puerta.
Vamos.
No comprendi las palabras, pero el sonido frgil de ellas era bastante claro; la
corriente de animosidad irracional que emerga de ella era inconfundible. Camin vacilantemente a su lado, creando un pasillo consciente en medio del
conjunto de todas aquellas mentes jvenes y no entrenadas; la extraa mezcla
de todos ellos, con su retencin de sensibilidad nata, escondida bajo la cubierta torpe de inculcaciones formales.
Lo condujo hasta el frente de la habitacin y lo puso en pie ante todos los dems. Su pecho se esforzaba en respirar, como si los sentimientos, a su alrededor, fueran manos que opriman su cuerpo.
Este es Paal Nielsen, clase dijo la seorita Frank, y el sonido levant una
barrera temporal contra todos los dems pensamientos. Tendremos que tener paciencia con l; sus padres nunca le ensearon a hablar.
Lo mir como un fiscal que hubiera examinado la prueba nmero 1.
No comprende ni una palabra de ingls dijo.
Silencio, por un doloroso momento. La seorita Frank apret todava ms la
mano sobre su hombro.
Bueno, vamos a ayudarlo a aprender, Verdad, clase? Un ligero murmullo se
elev de entre los nios de la clase, y una frase en coro: S, seorita Frank.
Escucha, Paal dijo.
El nio no se volvi, y ella le oprimi el hombro.
Paal repiti.
La mir.
Sabes decir tu nombre? pregunt. Paal? Paal Nielsen? Adelante. Dinos
tu nombre.
Sus dedos se clavaban en el hombro del nio como garras.
Dilo, Paal. Pa-al.
Comenz a sollozar. La seorita Frank lo solt.
Ya aprenders dijo con calma.
No era una frase de aliento.
Se sent en medio de la clase, como la carnada que se agita en el agua, llena
de bocas dispuestas a devorarla, bocas de las que salan interminablemente
sonidos que le oscurecan la mente.
Esto es un barco. Un barco navega en el agua. Los hombres que viven en el
barco se llaman marineros.
Y, en la cartilla, las palabras que hablaban del barco estaban impresas bajo la
silueta de uno de ellos.
EL MUDO
RICHARD MATHESON
EL MUDO
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Despert en un instante; un momento despus se puso en pie y corri en medio de la oscuridad de la habitacin. Detrs de ella, Harry dorma, respirando
con dificultad. Hizo que el sonido se extinguiera y apart la mano del picaporte, antes de disponerse a cruzar el vestbulo.
Querido.
El nio estaba en pie junto a la ventana, mirando al exterior. Al orla hablar, se
volvi y, bajo la luz tenue de la luna, ella pudo ver el terror impreso en su rostro.
Querido, acustate.
Lo condujo a la cama y se sent a su lado, sosteniendo entre las suyas sus
manitas delgadas y fras.
Qu te sucede, cario?
El nio la mir con ojos muy abiertos y llenos de dolor.
Oh...! se inclin y apoy su mejilla caliente contra la de Paal. Qu es lo
que temes?
En el oscuro silencio pareci como si una visin de la clase de la escuela, con la
seorita Frank en su centro, cruzara por su mente.
En la escuela? pregunt, creyendo que se trataba slo de una idea que se
le haba ocurrido.
La respuesta poda leerse claramente en su rostro.
Pero la escuela no es algo de lo que debas tener miedo, querido dijo Cora. T...
Vio que en sus ojos aparecan las lgrimas y, bruscamente, lo levant y lo
apret contra su propio cuerpo.
No tengas miedo, querido; por favor, no tengas miedo, pens. Yo estoy aqu y
te quiero tanto como ellos. Te quiero todava ms...
Paal se ech hacia atrs y la mir como si no comprendiera.
Cuando el automvil se detuvo en la parte posterior de la casa de los Wheeler,
Werner vio que una mujer se apartaba de la ventana de la cocina.
Si hubiramos tenido noticias de ustedes dijo Wheeler. Pero no recibimos
ni siquiera una palabra. No puede usted culparnos por haber adoptado al nio.
Hicimos lo que cremos que era lo mejor.
Werner asinti con movimientos cortos y distrados de su cabeza.
Comprendo dijo con calma. Sin embargo, no recibimos ninguna carta.
Permanecieron sentados en el automvil, en silencio. Werner miraba por el parabrisas y Wheeler se contemplaba las manos.
Holger y Fanny haban muerto, estaba pensando Werner. Un horrible descubrimiento.
Y el nio expuesto a la crueldad de las personas que no comprendan. Esto era,
en cierto modo, todava ms horrible.
Wheeler estaba pensando en esas cartas y en Cora. Debi de haber vuelto a
escribirlas. Sin embargo, aquellas cartas deban de haber llegado a Europa.
Era posible que se hubieran perdido todas?
Bueno dijo finalmente. Quiere usted ver al nio?
S dijo Werner.
Los dos hombres abrieron las portezuelas del automvil y se apearon. Atravesaron el patio posterior y ascendieron las escaleras del porche. Le han enseado ustedes a hablar?, estuvo a punto de decir Werner, pero no logr hacer la
EL MUDO
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nes era dirigida en una sola fuerza irresistible. Paal, Paal, PAAL! Era como un
grito dentro del tejido de su cerebro.
Cuando la fuerza era mayor, pens que su cabeza iba a explotar.
Todo termin cuando la voz de la seorita Frank son en sus odos: Dilo!
PAAL!
Aqu viene dijo Cora. Antes de que entre, deseo excusarme por mi rudeza.
Se apart de la ventana.
No tiene por qu hacerlo dijo Werner distradamente. Lo comprendo perfectamente.
Por supuesto, ha debido usted pensar que he venido para llevarme al nio
conmigo. Sin embargo, como lo he dicho, no tengo poderes legales sobre l,
puesto que no soy su familiar. Simplemente deseo ver al hijo de mis dos queridos colegas, de cuya muerte acabo de enterarme hace apenas un momento.
Vio que la boca de la mujer se mova, y le sorprendi el pnico de culpabilidad
que haba en su cerebro. Destruy las cartas que haba escrito su esposo.
Werner lo supo instantneamente, pero no dijo nada. Comprendi que el marido tambin lo saba; ya tendra la mujer bastantes problemas tal y como estaban las cosas.
Oyeron los pasos de Paal en la parte baja del porche del frente.
Voy a sacarlo de la escuela dijo Cora.
Quiz no sea necesario dijo Werner, mirando a la puerta.
A pesar de todo, sinti que su corazn lata con fuerza y que los dedos de su
mano izquierda se retorcan sobre su regazo. Sin una sola palabra, envi el
mensaje. Era un saludo sobre el que se haban puesto de acuerdo los cuatro
matrimonios, una especie de lema.
La telepata, pens, es la comunicacin de impresiones de cualquier tipo entre
dos mentes, independientemente de los canales reconocidos de los sentidos.
Werner lo envi dos veces, antes de que la puerta principal se abriera.
Paal permaneci inmvil ante la puerta.
Werner vio que haba comprendido, pero en la mente del nio solamente haba
una inseguridad confusa. La visin del rostro de Werner cruz por ella. En su
mente, todas las personas haban existido... los Werner, los Elkenberg, los
Kalder y todos sus hijos. Pero ahora estaba cerrado y era difcil capturarlo. El
rostro desapareci.
Paul, es el seor Werner dijo Cora.
Werner no dijo ni una palabra. Volvi a enviar el mensaje con tal fuerza que no
era posible que Paal lo perdiera. Vio una expresin de incomprensin en el rostro del nio, como si sospechara que algo estaba ocurriendo y sin poder imaginar lo que era.
El rostro del nio expres una confusin todava mayor. Los ojos de Cora fueron, con expresin de angustia, de Paal a Werner y nuevamente al nio. Por
qu no hablaba el alemn? Comenz a decir algo, y record lo que Werner les
habla dicho.
Diga, qu... comenz a decir Wheeler, hasta que Cora hizo un gesto con
la mano y le hizo guardar silencio.
EL MUDO
RICHARD MATHESON
EL MUDO
RICHARD MATHESON
FIN
GRILLOS
GRILLOS
RICHARD MATHESON
GRILLOS
RICHARD MATHESON
Ah tienen dijo.
Qu es eso? pregunt Hal.
Un libro de claves respondi el seor Morgan.
Lo vieron servirse ms vino en su vaso; luego, dejar la botella nuevamente sobre la mesa y la sombra que proyectaba la botella sobre el mantel. Levant su
vaso e hizo girar la base entre sus dedos.
Es la clave de los grillos dijo.
Jean se sobresalt. No saba por qu. No haba nada de terrible en aquellas
palabras.
Era a causa del modo en que el seor Morgan las haba pronunciado.
El seor Morgan se inclin hacia delante, y sus ojos brillaron, reflejando la luz
de la lmpara.
Escuchen dijo: no estn solamente haciendo ruidos indistintos cuando
frotan sus litros hizo una pausa. Envan mensajes concluy.
Jean se sinti como si se hubiera convertido en un pedazo de madera. La habitacin pareci perder el equilibrio a su alrededor, e imagin que todo se inclinaba hacia ella.
Por qu nos lo dice usted a nosotros? pregunt Hal.
Porque ahora estoy seguro de ello dijo el seor Morgan. Han escuchado
alguna vez a los grillos con toda atencin? pregunt. Atentamente? Si lo
hubieran hecho, habran notado que sus ruidos tienen cierto ritmo. Un periodo
bien definido... Yo los he escuchado continu. Los he estado escuchando
durante siete aos. Y cuanto ms los oa tanto ms convencido estaba de que
se trataba de una clave; que enviaban mensajes durante las noches. Luego,
hace aproximadamente una semana, logr descifrarlos repentinamente. Es
como una clave Morse, solamente que, por supuesto, los sonidos son diferentes.
El seor Morgan dej de hablar y mir su cuaderno de notas negro.
Este es el resultado dijo. Al cabo de siete aos de trabajos, he logrado
descifrarlos.
Su garganta se movi convulsivamente cuando levant su vaso y lo vaci de
un solo trago.
Bueno..., Qu estn diciendo? pregunt Hal, en tono de incredulidad.
El seor Morgan lo mir.
Nombres dijo. Voy a demostrrselo.
Meti la mano en uno de sus bolsillos y sac un lpiz grueso. Arranc una hoja
en blanco de su libreta y comenz a escribir en ella, murmurando en voz baja:
Pulsacin, pulsacin...; Silencio...; pulsacin, pulsacin, pulsacin...; silencio...; pulsacin...; silencio...
Hal y Jean se miraron. Hal trat de sonrer, pero no pudo hacerlo. Volvieron a
mirar al hombrecillo que estaba inclinado sobre la mesa, escuchando a los grillos y escribiendo.
Esto les dar a ustedes una idea dijo, tendindoles la hojita de papel.
La miraron y vieron que haba escrito: MARIE CADMAN, JOHN JOSEPH ALSTER,
SAMUEL...
Ven? dijo el seor Morgan. Son nombres.
De quines? Jean tuvo que preguntarlo, a pesar de que no quera hacerlo.
El seor Morgan levant la libreta negra y la mantuvo aferrada con fuerza.
GRILLOS
RICHARD MATHESON
GRILLOS
RICHARD MATHESON
Porque, mientras estaba escribiendo ms nombres anoche respondi el seor Morgan, deletrearon el mo.
Hal rompi el silencio pesado que sigui.
Qu podemos hacer nosotros? pregunt con voz que indicaba su intranquilidad.
Permanezcan conmigo dijo Morgan para que no puedan llegar hasta m.
Jean mir con nerviosismo a Hal.
No los molestar prometi el seor Morgan; ni siquiera me sentar aqu.
Estar al otro lado de la habitacin para poder verlos a ustedes.
Se puso de pie rpidamente y sac su libreta de notas.
Quieren ustedes guardarme esto? dijo.
Antes de que pudieran decir una sola palabra, se alej de su mesa y atraves
el comedor, esquivando las mesas blancas. A unos quince metros de distancia,
se sent, de frente a ellos. Lo vieron inclinarse y hacer girar la lmpara que
haba sobre la mesa.
Qu hacemos ahora? pregunt Jean.
Vamos a quedarnos aqu un rato dijo Hal. Vamos a encargarnos de la botella y, en cuanto est vaca, nos iremos a acostar.
Es preciso que nos quedemos? Cario, no s qu sucede en la mente de
ese tipo. No quiero exponerte a nada.
Jean cerr los ojos y exhal el aire cansadamente.
Vaya modo de echar a perder unas vacaciones! dijo.
Hal alarg la mano y levant la libreta de notas. Al hacerlo, oy que los grillos
cantaban en el exterior. Mir las pginas. Estaban dispuestas en orden alfabtico; sobre cada pgina haba tres letras con sus pulsaciones correspondientes.
Nos est observando dijo Jean.
Olvdate de l.
Jean se inclin hacia delante y hoje el libro de notas con su esposo. Sus ojos
recorrieron la disposicin de los puntos y los espacios libres.
Crees que haya algo de cierto en esto? pregunt.
Espero que no dijo Hal.
Trat de escuchar a los grillos y encontrar algn punto de comparacin con lo
escrito en las pginas de la libreta pero no lo logr. Al cabo de varios minutos,
cerr la libreta negra.
Cuando la botella de vino estuvo vaca, Hal se puso en pie.
Vamos a acostarnos dijo.
Antes de que Jean se hubiera puesto en pie, el seor Morgan haba recorrido
ya la mitad de la distancia que lo separaba de su mesa.
Se van ustedes? pregunt.
Seor Morgan dijo Hal, son ya casi las once. Estamos cansados. Lo siento, pero tenemos que ir a acostarnos.
El hombrecillo permaneci inmvil, sin pronunciar una palabra, mirando a uno
y a otra, con ojos suplicantes y llenos de desesperacin. Pareca disponerse a
hablar; luego, sus hombros estrechos se desplomaron y mir al suelo. Lo oyeron tragar saliva.
Cuidarn ustedes de la libreta? pregunt.
No la quiere usted?
No el seor Morgan se alej de ellos.
GRILLOS
RICHARD MATHESON
FIN
LA GRAN
SORPRESA
LA GRAN SORPRESA
RICHARD MATHESON
LA GRAN SORPRESA
RICHARD MATHESON
Ernie mir por encima del hombro. Sus amigos estaban all todava. Les sonri.
Repentinamente se sobresalt, cuando una mano muy dura se aferr a su brazo derecho.
Djeme! le dijo Ernie.
Tranquilzate, nio le dijo el seor Hawkins, con voz suave. Nadie va a
hacerte dao.
Ernie tir con fuerza, tratando de soltarse. Los ojos se le llenaron de lgrimas y
el anciano hizo que se acercara un poco ms a l. Con el rabillo del ojo, Ernie
vio que sus dos amigos iban corriendo calle abajo.
Deje que me vaya solloz Ernie.
Pronto le dijo el anciano. Dime: te gustara recibir una gran sorpresa?
No, gracias, seor.
Por supuesto que te gustara dijo el seor Hawkins.
Ernie reuni fuerzas y trat de soltarse de un tirn, pero el seor Hawkins lo
sujetaba con una mano que pareca de hierro.
Sabes dnde se encuentra el campo del seor Miller? pregunt el seor
Hawkins.
S.
Sabes dnde se encuentra el gran roble?
S; s. Lo s.
Bueno. Entonces, debes ir junto al roble del campo del seor Miller y ponerte
de cara al campanario de la iglesia, comprendes?
S.
El anciano hizo que se le acercara todava ms.
Te detienes all y caminas diez pasos. Comprendes? Diez pasos.
S...
Caminas diez pasos y cavas tres metros. Cuntos metros? pregunt, apoyando un fuerte dedo sobre el pecho de Ernie.
Tres le dijo Ernie.
Exactamente dijo el anciano. Te colocas frente al campanario de la iglesia, das diez pasos, cavas tres metros y te encontrars una gran sorpresa al
decir esto le gui un ojo a Ernie. Quieres hacerlo, nio?
Pues..., s; por supuesto que s.
El seor Hawkins lo solt y el muchacho se apart de l de un salto. Tena el
brazo completamente entumecido.
No te olvides de lo que te he dicho le recomend el anciano.
Ernie gir sobre sus talones y se alej calle abajo, corriendo tan rpidamente
como le era posible. Encontr a sus amigos esperndolo en la esquina.
Trat de asesinarte? inquiri uno de ellos.
No dijo Ernie. No es para tanto.
Qu quera?
Qu creen ustedes?
Comenzaron a caminar calle abajo, cantando a coro:
Cvame un hoyo deca, guiando los ojos y encontrars una gran sorpresa.
Todas las tardes iban al campo del seor Miller y se sentaban debajo del gran
roble.
LA GRAN SORPRESA
RICHARD MATHESON
LA GRAN SORPRESA
RICHARD MATHESON
El otro nio regres, y recomenzaron su tarea. Continuaron cavando sin descanso hasta que les dolieron todos los huesos.
Ah! Que se vaya al diablo! dijo el muchacho que estaba sacando el balde
lleno de tierra. No hay nada ah abajo.
Dijo a tres metros de profundidad insisti Ernie.
Bueno, yo me voy dijo el muchacho.
Eres una gallina!
Es muy duro dijo el muchacho.
Ernie se volvi hacia el nio que estaba a su lado.
Vas a tener que sacar t la tierra le dijo.
De acuerdo murmur su compaero.
Ernie sigui cavando. Cuando miraba hacia arriba, le pareca que los bordes del
hoyo temblaban y que toda la tierra que haban sacado le iba a caer de nuevo
encima, enterrndolo. Temblaba de fatiga.
Vmonos dijo finalmente el otro nio. No hay nada ah abajo. Ya has cavado tres metros.
Todava no respondi Ernie, jadeando.
Hasta dnde piensas cavar, hasta llegar a China? Ernie se apoy contra el
borde del hoyo y apret los dientes. Una gruesa lombriz sali de la tierra
arrastrndose y cay al fondo del hoyo.
Me voy a casa dijo el otro muchacho. Me darn una buena paliza si no
estoy all para la hora de la cena.
T tambin eres un cobarde dijo Ernie tristemente.
Ah!, testarudo.
Ernie movi los hombros, sintindolos doloridos.
Bueno, entonces, todo el oro ser mo dijo.
No vas a encontrar oro dijo el otro muchacho.
Ata la soga a alguna parte, para que pueda salir del hoyo cuando encuentre
el oro dijo Ernie.
El otro solt una carcajada. At el extremo de la soga a un arbusto y dej el
otro cabo suelto en el interior del hoyo.
Ernie mir hacia arriba y vio el rectngulo de cielo que empezaba a oscurecerse.
Apareci el rostro de su amigo, mirando hacia abajo.
Ser mejor que no te quedes enterrado ah abajo dijo.
No voy a quedarme enterrado.
Ernie mir al suelo con enojo, y clav la pala en el suelo. Poda sentir los ojos
de su amigo que estaban fijos en su espalda.
Ests asustado? le pregunt su amigo.
De qu? dijo Ernie, sin levantar la vista.
No lo s dijo el otro.
Ernie sigui cavando.
Bueno le dijo su amigo. Hasta la vista!
Ernie gru. Oy los pasos del otro que se alejaban. Mir al hoyo, a su alrededor, y un dbil gemido se le form en la garganta. Tena fro.
Bueno, no voy a irme murmur.
El oro era suyo. No iba a dejarlo para el otro nio.
LA GRAN SORPRESA
RICHARD MATHESON
Cav furiosamente, amontonando la tierra al otro lado del hoyo. Estaba oscureciendo.
Un poco ms se dijo, jadeando. Luego, regresar a casa con el oro.
Se apoy con fuerza sobre la pala y oy un ruido seco debajo.
Ernie sinti que un escalofro le corra por la espina dorsal. Se forz a continuar
cavando.
No voy a permitir que se ran de m. No voy a dejar que...
Haba descubierto parte de una caja; una caja alargada. Permaneci all, mirando a la caja y temblando. ...Y encontrars...
Estremecindose, Ernie se coloc sobre la caja y la golpe con los pies. Un sonido hueco lleg hasta sus odos. Sac todava ms tierra y su pala rompi la
vieja madera. No poda levantar la tapa de la caja; era demasiado grande.
Entonces, vio que la caja tena una tapa partida en dos y que haba un cerrojo
a cada lado.
Ernie apret los dientes y golpe el cerrojo con el borde de la pala. La mitad de
la cubierta se abri.
Ernie grit.
Se apoy hacia atrs contra el muro de tierra y observ, con un terror que le
impeda hablar, cuando una figura humana empez a incorporarse.
SORPRESA! grit el viejo Hawkins.
FIN