El Nuevo Pacto Social Murillo
El Nuevo Pacto Social Murillo
El Nuevo Pacto Social Murillo
seguridad
Susana Murillo*
El interrogante que gua estas lneas se refiere a cules son las condiciones de posibilidad que
hacen a la creciente criminalizacin de los movimientos sociales y los actos de protesta en Amrica
Latina, y al mismo tiempo la convivencia de este fenmeno con otro de carcter acontecimiental:
se trata de la emergencia de marchas de protesta, pacficas, sin banderas polticas, que
reclaman seguridad. Estas no son denostadas o criminalizadas por los medios, sino mostradas en
una secuencia sintagmtica que propone de manera subliminal la razonabilidad de los reclamos. El
objeto de estas exigencias (autodefinidas como apolticas) son los polticos y en particular el
parlamento. La finalidad de los reclamos es mayor seguridad. As entonces nos encontramos con
una situacin de apariencia contradictoria: la poltica y los polticos son denostados, estos son
con frecuencia acusados de corrupcin y de convivencia con fuerzas paramilitares responsables de
actos represivos o secuestros extorsivos, y el Estado es caracterizado de ineficiente. Sin embargo,
es a los polticos y al Estado a quienes se les hace el reclamo de mayor seguridad.
Dos tipos de enunciados contradictorios conviven en las prcticas de una parte de las poblaciones,
ambos en el nivel de la conciencia. Esa contradiccin simplemente es el indicador de un proceso
profundo y complejo de representaciones y prcticas llamado ideologa (Hall, 1998; Zizek, 2003).
La hiptesis que subtiende estas pginas sostiene que tal proceso supone la construccin de un
nuevo pacto social que implica un nuevo lugar del Estado y la ciudadana. La fundamentacin de
tal hiptesis involucra un proceso complejo que en la corta duracin remite al 11 de septiembre de
2001, momento en el cual se desata el neoliberalismo de guerra (Gonzlez Casanova, 2002: 178-
179); en la media duracin remite a la estrategia poltica iniciada por la Comisin Trilateral
respecto de Amrica Latina en la dcada del setenta, en coincidencia con la mutacin histrica que
se estructura en ese momento a nivel mundial; y en la larga duracin se sustenta en los
fundamentos mismos del orden capitalista. As, el fenmeno, variado segn las regiones, demanda
interrogarse por varios ejes y en tres temporalidades diversas.
Desde la perspectiva de la larga duracin, es posible afirmar que el Estado ha jugado en las
sociedades capitalistas un lugar central en la gestin de la vida y la muerte de las poblaciones a
travs de la gestin de los espacios que constituyen sujetos, en tanto la constitucin de la
espacialidad hace a la construccin de la temporalidad y la posibilidad de proyectos sin los que no
es posible hablar de humanidad. El Estado moderno no es sustancia sino un estado de las
relaciones sociales que se expresa en discursos e instituciones instituyentes e instituidas a partir de
complejos entramados de fuerzas. La accin del Estado moderno se sustent jurdicamente a partir
del siglo XVII en un pacto de sujecin que asumi el estado de guerra como un proceso latente
de modo permanente que deba ser limitado a travs de la fuerza. El siglo XVIII asisti al triunfo de
las burguesas en buena parte de Europa y con ello se produjo una reconfiguracin del pacto social.
Con notable agudeza adverta Rousseau que la fuerza no crea derechos, y de ah entonces la
necesidad de construir un pacto de unin cuya base radicase en el consenso a partir del lazo moral
entre ciudadanos (se enmascaraba de ese modo el estado de guerra confusamente entrevisto
por Hobbes). El pacto de unin supone, al menos en el nivel de la retrica, la soberana popular, la
igualdad de derechos, la separacin de poltica y economa, y por ende el papel de rbitro neutral
del Estado y su soberana sobre el territorio. Ello supuso la construccin del ciudadano
constituyente del cuerpo moral o voluntad colectiva.
La construccin de este lazo moral implic la gestin de la vida, pues el pacto de unin puso en
evidencia la cuestin social, la cual no ha consistido sino en el abismo existente entre los derechos
proclamados y la realidad efectiva que los deniega para grandes masas de la poblacin mundial,
aun cuando en la retrica de los organismos internacionales se los proclama. Lo social como red
que sostiene y contiene las diferencias es una construccin que emerge precisamente de ese
dficit (Donzelot, 1994). El conflicto social en sus variadas dimensiones slo es un sntoma que
expresa esa cuestin jams resuelta y que parece irresoluble en trminos del sistema.
Los modos en que la cuestin social ha sido abordada para su correccin han variado con las
correlaciones de fuerzas a lo largo de la historia del capitalismo. Sobre una matriz mdica, la ltima
parte del siglo XIX ver crecer prcticas de gobierno de s mismos por parte de los sujetos. El
diagrama de poder tendi entonces a la gestin de la vida y la denegacin de la muerte
(denegacin de la representacin frente a los hechos, tal como lo muestra la cruenta historia del
siglo XX).
El pacto de unin se reformula despus de la Segunda Guerra Mundial (aunque con antecedentes
luego de la crisis de 1929) a travs de la alianza entre estados, empresas y sindicatos. Ello implic
una parcial integracin de la fuerza de trabajo a ciertos derechos sociales, aunque no de modo
homogneo en todas las regiones; pero al mismo tiempo que gestionaba la vida, gener cuerpos
colectivos resistentes que cuestionaron de diversos modos en las dcadas del 50 y 60 el orden
establecido.
El concepto de ley universal e imperativo categrico subyacente a las diversas modalidades del
pacto de unin produca no slo obediencia sino tambin rebelda en nombre de la ley
trascendente e igual para todos. Ello ocurra en medio de un contexto geopoltico que inclua el
conflicto entre la URSS y el mundo capitalista y entre pases centrales y del Tercer Mundo.
... el Estado ha jugado en las sociedades capitalistas un lugar central en la gestin de la vida y la
muerte de las poblaciones a travs de la gestin de los espacios que constituyen sujetos, en tanto
la constitucin de la espacialidad hace a la construccin de la temporalidad y la posibilidad de
proyectos sin los que no es posible hablar de humanidad
Del consenso por terror al nuevo pacto basado en el consenso por apata
En la mediana duracin se advierte que los aos 70 implican el comienzo de una reconfiguracin
de las relaciones de poder, y con ello de la totalidad de las relaciones sociales, polticas, culturales
y econmicas. Ello supuso la reconfiguracin de las memorias histricas a nivel colectivo. Desde
una perspectiva sociotcnica las amenazas cclicas a la seguridad de las empresas fueron reducidas
a travs de cambios en los patrones de acumulacin posibilitados por la denominada tercera
revolucin industrial que, a travs de las nuevas tecnologas, permiti como nunca antes en la
historia hacer frente a los tres obstculos fundamentales para la acumulacin de capitales: los
lmites de la fuerza de trabajo, energa y materias primas. Las nuevas tecnologas coadyuvaron a la
consolidacin de empresas transnacionales que exigen para la valorizacin de capitales la abolicin
de fronteras territoriales a fin de facilitar flujos de mercancas, fuerza de trabajo, organizaciones
represivas e informacin, factor vital en un paradigma productivo en el cual el conocimiento es el
insumo fundamental.
En ese marco, desde una perspectiva poltica, a fines de los 60 surge una estrategia tendiente a la
constitucin de un mundo ms interdependiente. Se intenta as enfrentar la creciente bipolaridad,
percibida como un peligro para EE.UU. En ese sentido, la pobreza en los pases del Tercer Mundo
comenz a ser vista como peligrosa en tanto poda impulsar alianzas entre pases poseedores de
recursos estratgicos o con la URSS.
Respecto de Amrica Latina se afirm que era necesario trazar una estrategia nueva para asegurar
la gobernabilidad. Esta, segn el criterio de la Comisin Trilateral creada en 1973, se vera
facilitada a partir de la construccin de un consenso por apata, en cuyo marco la existencia de
poblaciones marginales podra disminuir las resistencias. Un exceso de democracia significa un
dficit en la gobernabilidad. Para lograr la gobernabilidad por apata era necesaria una dolorosa
reconfiguracin de los modelos polticos, culturales y de relaciones sociales. Esta estrategia se
inicia emblemticamente en Amrica Latina con el asesinato del presidente Allende. As, en los 70
la cuestin social es reformulada y el viejo pacto de unin, a la par que el Estado que lo sostuvo,
comienza a ser desacreditado. Ello se consolida cuando tras el Consenso de Washington la dama
de hierro sostiene: lo social ha muerto. Las dictaduras que asolaron a Amrica Latina pueden ser
ledas en este contexto de transformaciones que tenan como uno de sus objetivos la liquidacin
de las soberanas aunque a menudo dbiles de los Estados-nacin en la regin y la construccin
de un consenso por temor. Sin embargo, el nuevo paradigma sociotcnico requera de sujetos
flexibles a los que la ilusin de autonoma indujese al consumo. Las dictaduras son un lmite a los
flujos de mercancas, personas e informacin. El consenso por temor no implica una adecuada
economa de poder. De ese modo, en los 80 paulatinamente se produjo la emergencia de las
llamadas democracias en varios pases del continente y el surgimiento de un nuevo pacto social.
Ello comport nuevas formas de control e intervencin por parte de EE.UU. As en 1982 se creaba
la Comisin Bipartita para Centroamrica, que se propuso estudiar los intereses de EE.UU. en la
regin y las amenazas a los mismos. En un reporte de la Comisin se sostena que cualquiera que
sea el costo a corto plazo por actuar ahora, ser mucho mejor que el de largo plazo (Comisin
Bipartita sobre Centroamrica, 1983: 2).
Se reinventaba la poltica al tiempo que se deshaca lo social. La reinvencin valorizaba el lugar que
ciertos hombres clave (lderes locales ligados al establishment internacional que comenzaba a
conformar un comando mundial) podan jugar en los pases llamados emergentes. A partir de
lazos informales ellos deban lograr transformaciones institucionales rpidas de acuerdo a las
propuestas formuladas por el Consenso de Washington. Los estados de los pases pobres deban
recrearse adoptando dos funciones bsicas: en primer lugar, facilitar las acciones de las empresas
multinacionales a travs de normativas jurdicas y acciones acordes al carcter flexible e integrado
del nuevo paradigma productivo. La segunda funcin era la de polica local respecto de las
poblaciones expulsadas de puestos de trabajo urbanos o rurales como consecuencia de las nuevas
polticas. Las democracias de los 90 fueron el intento de consensuar este nuevo pacto social que
deba aunar el uso de la violencia directa extraeconmica del viejo pacto de sujecin con el
consenso moral del pacto de unin. As, el nuevo pacto se bas en el consenso por apata que se
constituy poco a poco como base de unas democracias sustentadas en el desinters por la
poltica, el cual tiene su fundamento ms profundo en el terror asentado en el hecho de que desde
los 70 el Estado se haba centrado en gestionar la muerte. Este consenso se constituye a travs de
varias capas arqueolgicas, que remiten a un pasado presente y vivo aunque a menudo
desconocido para los sujetos.
Esas capas habitan al mismo tiempo la memoria, y cada una de ellas se resignifica en momentos
diversos o simultneos; lo central es la materialidad de sus efectos en los cuerpos. Enunciaremos
estas capas, pero su orden de exposicin es lgico ms que cronolgico.
Represin armada, tortura y desaparicin de personas conforman una primera capa, sostenida en
las dictaduras militares y resignificada particularmente a partir de 2001 con la emergencia del
neoliberalismo de guerra (Gonzlez Casanova, 2002). Este, entre otros, fue un elemento central
para modificar la cultura y los hbitos en la poblacin.
Esa primera capa de la memoria colectiva genera un profundo temor a todo lo que pueda
caracterizarse como actividad poltica, pues ella connota peligro de muerte. Un segundo tiempo
lgico de este proceso consiste en la denegacin del genocidio por el horror que este produce,
particularmente por la falta de cuerpos. La muerte y su denegacin parecen operar sobre la
memoria colectiva, produciendo el rechazo de todo aquello que asociativamente se vincule con
ella. As se borra la memoria histrica y se liga asociativamente al horror, de modo inconsciente, la
actividad poltica. De ese modo, en muchos sujetos a la hora de efectuar entrevistas surge la
desvalorizacin de la poltica y los polticos (Murillo, 2003). Un tercer tiempo lgico-histrico lo
constituyen las democracias de los 80 y las frustraciones que ellas engendraron. En el caso de
Argentina el terror fue Represin armada, tortura y desaparicin de personas conforman una
primera capa, sostenida en las dictaduras militares y resignificada particularmente a partir de 2001
con la emergencia del neoliberalismo de guerra dizado por la hiperinflacin que resignific los
terrores del genocidio por la sensacin de vulnerabilidad que produjo en los sujetos. Todo ello
reagudiz el rechazo a las actividades polticas y a los polticos, quienes comenzaron a formar
una clase. Este proceso inconsciente opera como soporte de una cuarta capa de la memoria: el
show meditico de los 90 que, unido al feroz socavamiento de lazos encarnado en el trfico de
drogas, fortaleci la denegacin de la muerte (ahora por hambre, carencia de trabajo, expulsin y
persecucin de campesinos, falta de cobertura social) en la promesa manaca de una fiesta
perenne, encarnada en la imagen de personajes ubuescos5 a quienes, obscuramente, muchos
deseaban parecerse como forma de rescatarse de la nada y del horror. El encanallecimiento
cultural y la norteamericanizacin de la cultura (Anderson, 2000) que florecieron en los 90
brindaron figuras de polticos, artistas y empresarios que se ofrecieron como modelos de una
completud parmendea que encarnaba lo otro de la muerte que se denegaba. Este proceso a la vez
induca al consumo de cualquier chatarra importada por las megaempresas, consumo que
imaginariamente colocaba a los sujetos en el lugar de la completud que salva de la muerte. Con
ello la apertura de las importaciones encontraba su camino de apoyo en una ciudadana que
consensuaba medidas tcitamente. La alianza estratgica entre el mundo del espectculo, el de
la poltica y el de la empresa, facilit la accin de esos hombres clave que los trilateralistas
haban pensado y que ahora organismos internacionales como el Banco Mundial o el FMI
utilizaban para realizar las transformaciones institucionales.
Desde comienzos de los 90 empezaban a estallar como hormigueros luchas dispersas contra los
ajustes y privatizaciones (Seoane y Algranati, 2002). El 2001 marca, junto a la visibilidad de los
efectos destructivos del modelo econmico, el inicio del fin de la legitimidad poltica del nuevo
pacto social basado en el consenso por apata (lo cual no implica, sin embargo, que la apata haya
sido desterrada). La tan deseada gobernabilidad hizo aguas en todas partes del continente, y ello
se hizo visible en la profundizacin de las protestas sociales y, en 2002, en la agudizacin de
ciertas modalidades confrontativas en desmedro de las protestas demostrativas (Seoane y Taddei,
2003: 67), as como en triunfos electorales de coaliciones que intentaron en algunos pases
confrontar, aun con limitaciones, con el modelo neoliberal. Las figuras que haban sido cargadas de
valor simblico en tanto ofrecan la ilusin de salvacin, cuando el paraso prometido se evapor,
se trocaron en la encarnacin de todos los padecimientos. Entonces el rechazo a la poltica fue
asociado con figuras clave del proceso democrtico.
Es sobre esta peligrosa ilusin que en 2004 se asientan los reclamos apolticos de seguridad a
los polticos objeto de desprecio. Es sobre esta compleja trama que se asienta la contradiccin
enunciada en el primer prrafo de este texto. As, los mismos sectores devastados por el
neoliberalismo reclaman seguridad a las mismas instituciones que repudian. El ncleo de sus
reclamos es el terror que reconoce diversas fuentes: el genocidio, la desocupacin, la precarizacin
laboral, la oferta de objetos de consumo y de un mundo de completud al que no se tiene acceso, la
inseguridad construida por empresas que lucran con la venta de inseguridad, la flexibilidad
constante de una vida que no ofrece espacio donde apoyarse, la sensacin creciente de ser
prescindible en lo laboral, en lo poltico, en lo afectivo, debida a la desactivacin de redes sociales.
Todo ello genera una profunda incertidumbre antropolgica que genera angustia, la que a su vez
produce fuertes sentimientos de violencia. La violencia social introyectada es a menudo denegada
y volcada contra el s mismo (aumento del nmero de suicidios y adicciones diversas) o contra los
otros en los que la causa del terror es retificada. As el pobre, el joven y el no-blanco emergen
como los posibles causantes de todos los males, y los pedidos de justicia son acompaados por el
reclamo de baja en la edad de imputabilidad y de diversas medidas que tiendan a la mano dura.
Las diatribas contra organismos de derechos humanos, el pedido de voto calificado, el ms abierto
racismo, se expresan en algunos lderes de esas marchas apolticas promovidas en algunos casos
por figuras vinculadas a represores de la dcada del 70. Sin embargo, en muchos ciudadanos, el
terror obtura las mediaciones reflexivas y el alma pide a gritos tolerancia cero mediada por una
ley que, establecida sin deliberaciones slo basada en la exigencia de la gente, opere sobre los
otros la muerte propia que se desea otra vez denegar. La angustia que revela tal violencia verbal o
fsica que reclama legalizar la represin y que no vacila en denunciar annimamente a los sujetos
en los que tal tensin se deifica se sostiene adems en la cada de unas normativas universales y
su reemplazo por una legalidad basada en la urgencia y el pragmatismo. Buena parte de la
poblacin se involucra tambin en operaciones de vigilancia y denuncia de los posibles
delincuentes que generan inseguridad (Zuluaga Nieto, 2003). Esta es retroalimentada desde los
medios de comunicacin que han venido a ocupar en buena medida el lugar de los dispositivos
disciplinarios en su papel de intervencin moral en la vida domstica.
Ellos conforman una nueva manera de intervencin extralegal, que ante situaciones
conmocionantes constituye rpidamente un consenso espontneo (Foucault, 1991). La
explicacin de la relacin entre la exposicin de violencia y su influencia subjetiva no es unnime,
pero investigaciones empricas en el marco de la teora del cultivo ponen el acento en su influencia
en la percepcin de la sociedad ms que en la alteracin de comportamientos, siendo la variable
ms destacada la forma de presentacin de la violencia (Garca Silberman y Ramos Lira, 1998). La
exposicin de casos de violencia conmocionante tiende a reproducir la experiencia vital del
espectculo simplificando la estructura narrativa en un esquema polar bueno-malo (Fernndez
Pedemonte, 2001).
Esos casos funcionan como alarmas sociales y seales de largada de olas de violencia meditica
condicionantes del sistema poltico (Michaud, 1989; Gaarland, 1996). Estos procesos subjetivos
atraviesan a buena parte de la poblacin en Latinoamrica y vienen a transformarse as en el
sostn sobre el que se legitima un nuevo pacto social que supone:
1) La explcita diferencia entre pases ricos y pobres, as como la minoracin manifiesta de los
estados de estos ltimos (Banco Mundial, 1999: 1) y, para el caso de Amrica Latina, la clara
hegemona econmica, cultural y militar de EE.UU.
2) La prdida de la soberana estatal de los pases pobres, de modo tal que en ellos la misma es
delegada explcitamente en organismos internacionales que funcionan como un verdadero
comando mundial a travs del cual condicionan las polticas locales mediante la intervencin de
sus hombres clave.
4) La funcin local del Estado como polica de gestin del riesgo social, lo cual implica abandonar
las tcticas individualizantes de poder y monitorear grupos que presenten grados diversos de
peligro para el accionar del mercado (Banco Mundial, 2000). Aquellos que realizan acciones que
atacan lugares o posiciones neurlgicas para las megaempresas son reprimidos sin claudicacin.
Pero esta represin se lleva a cabo en un sistema democrtico que entre tanto deja reas
liberadas donde parece imperar una cierta tolerancia. Ello comporta sobre todo a nivel urbano una
fuerte despacificacin de los vnculos sociales que retroalimenta la incertidumbre de los sujetos,
y desde all el pedido de mano dura hacia los grupos peligrosos para el comando mundial. La
gestin del riesgo supone la intervencin directa que llega hasta la represin manifiesta slo
cuando los grupos de riesgo afectan centros neurlgicos para las empresas transnacionales. Esta
funcin de polica local es complementaria de la polica mundial, que acta como un verdadero
ejrcito imperial cuando en algn lugar surgen conflictos peligrosos para el orden econmico
internacional.
5) La cada del concepto de ley universal y el resurgimiento del positivismo jurdico dan lugar a la
flexibilidad y el pragmatismo de las leyes (Banco Mundial, 1999/2000), lo cual posibilita las
innovaciones necesarias al mercado y la rpida intervencin represiva cuando hay riesgo para los
ncleos del poder.
Todo ello comporta un profundo proceso de despacificacin social que supone tres dimensiones
de violencia fsica y/o simblica: la estructural del desempleo, la estatal intermitente y la de los
vnculos cotidianos (Wacquant, 2001). En ese marco es que puede leerse el afianzamiento de
medidas represivas por parte de algunos estados, legitimadas por una parte de la ciudadana que,
sumida en la inmediatez, demanda medidas urgentes de seguridad. Estas exigencias se extreman,
retroalimentadas en los medios masivos, cuando los gobiernos intentan tomar medidas que
suponen algn grado de independencia respecto de la poltica hegemnica de EE.UU. o que
afectan intereses de las megaempresas.
La seguridad se transforma as en una demanda infinita por parte de la ciudadana que viene a
consensuar una agenda impuesta por los organismos internacionales que, fundamentalmente
desde septiembre de 2001, han declarado una guerra en nombre de la paz y la libertad.
En nuestro continente, la encarnacin del enemigo se reifica en la criminalizacin de los pobres, los
no-blancos y los jvenes; tal reificacin se asienta en la incertidumbre creada para todos por un
modelo econmico basado en la eterna flexibilidad de objetos, procesos y sujetos.
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Notas
(2003: 42).
3 Los conceptos de la Comisin Trilateral alimentaran las polticas del Banco Mundial para
Amrica Latina.
4 Asesinato que no casualmente ahora es relatado como suicidio, con todo el peso que
utilizado como herramienta de poder; lo ridculo o el ridculo forman parte de una farsa
6 Ello es visible no slo a nivel urbano, sino en la represin a campesinos que intentan,
como por ejemplo los Mapuches, recuperar tierras apropiadas por megaempresas.