Querelle de Brest - Jean Genet
Querelle de Brest - Jean Genet
Querelle de Brest - Jean Genet
Querelle de Brest
(Edicin ilustrada por Jean
Cocteau)
ePUB r1.2
17ramsor & Polifemo7 15.11.14
Ttulo original: Querelle de Brest
Jean Genet, 1947.
Traduccin: Felicitas Snchez Mediero y
Santiago Roncagliolo
Ilustraciones: Jean Cocteau
Diseo de portada: Mara Garrido
Enrique Redel
PRLOGO
En 1953, ao de publicacin de
Querelle de Brest por la editorial
francesa Gallimard en 1947 haba
aparecido una primera edicin, sin
crditos editoriales, Jean Genet
(Pars, 1910) se encontraba en su
plenitud como escritor, lo que significa,
en un autor como l, aferrado como
creador a su propia experiencia vital,
que dominaba absolutamente el arte de
la ms noble de las falsificaciones, la
que comete sin la menor conciencia de
culpa cualquier narrador, poeta o
dramaturgo de talento y el talento de
Genet es desbordante y abrasivo con
los materiales de los que estn hechos
su vida, su memoria, sus sentimientos,
sus fantasas, sus instintos, sus deseos,
sus rencores i/ sus desafos. Significa,
tambin, que ocupaba ya un lugar
propio y singular en la literatura de su
tiempo, y que desde ese territorio
produca un efecto perturbador,
alimentaba en la sociedad en la que
viva un conflicto complejo y poderoso,
provocaba adhesiones y rechazos que
tenan sus races por igual en la
caracterstica tensin entre el
individualismo discordante y la
conciencia colectiva, histrica, del
hombre de mediados del siglo XX. Si
Genet y su obra fascinaban y
escandalizaban era, sobre todo, porque
obligaban a encarar el dilema entre la
libertad absoluta y la docilidad
conveniente, sin dejar espacio para ese
confortable compromiso, vaco de
pasin y de riesgo, en que se instala la
mayora de los ciudadanos
responsables. En eso, en ese bloqueo de
las salidas tranquilizadoras, consiste
la verdadera transgresin.
Sin padre conocido, abandonado
por la madre, hospiciano, carne de
reformatorio y de prisin, apstol
involuntario pero ntido de la vida
inadaptada e incorregible incluso en
medio del reconocimiento de
importantes sectores culturales e
intelectuales de su poca Sartre y
Cocteau fueron, de entrada, sus ms
decididos defensores, portavoz en sus
ltimos aos de vida de causas recias y
belicosas como los Panteras Negras y
el Movimiento de Liberacin Palestino,
Jean Genet emple todas sus
experiencias y obsesiones, entre las
que ocupa un papel vertebral su
homosexualidad, en la creacin de un
mundo radicalmente marginal,
gobernado por un insumiso esquema de
valores del que nace la consagracin
de la traicin, la delacin, la
prostitucin, el robo, el crimen y otras
manifestaciones perversas para las
mentalidades acomodadas. Todo ese
universo profundamente destructivo de
la moral tradicional y creador de una
desafiante tica de la delincuencia,
empapada de un erotismo que
incorpora como ingredientes
fundamentales y poderosamente
seductores la brutalidad y la
repugnancia, junto con la delicadeza y
una intrigante y caldeada concepcin
de la coquetera, aparece emmarcada,
sobre todo en sus novelas, por la
exposicin de la condicin homosexual
en su versin ms primitiva, si
entendemos por ello que se manifiesta
a salvo de estereotipos culturales,
tergiversaciones sociolgicas,
escrpulos estticos y consignas
polticas. La homosexualidad
incontaminada, salvaje si se quiere,
vivida con desapacible espontaneidad y
envidiable satisfaccin por
delincuentes, vagabundos y ejemplares
turbios de masculinidad externa y
convencionalmente irreprochable, es la
brjula y el escenario real y
representativo, significativo, de las
novelas abruptas y subyugantes de
Genet, y constituye desde luego la
materia frtil en la que nace y se
desarrolla toda la complejidad
argumental y todo el sustrato pasional,
esttico e ideolgico de Querelle de
Brest.
Georges Querelle, un joven
marinero bronco y hermoso,
despiadadamente seductor, llega
formando parte de la tripulacin del
Vengador, al puerto de Brest. Como
un ngel maldito e irresistible, causa
estragos. Un narrador extrao en el
sentido de ajeno a la trama de la
narracin, pero tambin porque su
comportamiento rompe todas las
convenciones del narrador tradicional
en cualquiera de sus posibilidades
da cuenta de todos los movimientos y
todas las emociones de Querelle y del
resto de los personajes, los suplanta
para solventar sus incapacidades
intelectuales y afectivas, para
explicarlos, y los conduce por el
laberinto y el juego de encrucijadas en
que se encuentran y desencuentran, se
enfrentan a su destino, conviven en
episodios sombros pero radiantes en
su oscuridad con la maldad, la
generosidad, la sordidez y la belleza.
Personajes que se desean, se repudian,
se utilizan, se traicionan, folian y
matan bajo el imperio de unas pasiones
que no conocen los frenos de la moral
comn y que, por tanto, tienen la
imponente capacidad de conviccin y
seduccin de las criaturas de extrema
pureza. Un erotismo potente e
inconformista, homosexual,
gloriosamente marginal, y de
insoslayable valor estructural y
narrratolgico, amalgama las
relaciones de Querelle con su hermano
Robert, con el dueo del burdel, con su
mujer, con el polica Mario, con el
asesino Gil, con el teniente Seblon, y
las de todos esos personajes entre s.
Ese erotismo homosexual es, en
definitiva, la clave ltima y expansiva
que define la mirada narradora, que la
hace personal y colectiva a la vez, que
la transforma en smbolo de la voz de
los excluidos y oprimidos. Una mirada
que, en medio de la bruma de Brest, por
las callejuelas, junto a las murallas, en
las tabernas, en el prostbulo, en el
barco, pegada a los labios, la piel y los
genitales de los hombres y los
muchachos que habitan esa movediza
ciudad portuaria, acaba adquiriendo la
textura de un delirio que convierte al
extrao narrador en el autntico
protagonista de la novela.
Leda hoy, Querelle de Brest sigue
produciendo el mismo efecto
provocador y turbador. Su potente y
extremadamente ertica exaltacin de
la anormalidad vuelve a chocar con
virulencia contra los valores
establecidos, encorsetados por lo
polticamente correcto, y de forma
directa contra la correccin dominante
en la cuestin homosexual. Su
agresividad intelectual, su extremismo
poltico, su esplndida obscenidad
iconogrfica, su temeridad verbal
recuperada por entero en esta edicin
ntegra, que rescata la brutalidad del
vocabulario y la audacia erudita sin
contemplaciones, junto a su
propuesta de rebelda radical que
alcanza a todos los desheredados y
marginados, vuelven a resultar
demoledores tambin para cierta
ortodoxia gay, y no tanto por
desmontar tantas y tan legtimas, por
otro lado pretensiones mimticas del
modelo ortodoxo y respetable
heterosexual que determinada
sensibilidad y determinada militancia
gay promueven, sino, sobre todo, por su
abrumadora capacidad para evocar los
oscuros y apasionantes parasos de una
sexualidad indmita, distinta,
arriesgada, desafiante. Exhibiendo con
absoluta y combativa impudicia los
mitos ms enraizados e inquietantes de
una forma de ser y de sentir, y
convirtindolos en herramientas
rotundas contra cualquier tipo de
experiencia y anhelo domesticados,
Querelle de Brest sigue siendo una
prueba de fuego frente a nuestras
claudicaciones. Por eso, adems de por
sus perennes valores literarios, es tan
oportuna su reedicin.
Me gustara oh, es mi ms
ardiente deseo! que bajo esos atavos
de rey l no fuese ms que un golfo.
Arrojarme a sus pies! Besar sus
plantas!
Es un jovial bandido
que de nada se espanta
Es un jovial bandido
que de nada se espanta
Se desarrollaba en la noche un
drama sangriento: la sombra historia
del naufragio de un navo iluminado,
smbolo del naufragio del amor.
Estibadores, pescadores y marineros
aplaudan. Con un codo apoyado en el
mostrador de zinc y las piernas
cruzadas, Querelle les miraba apenas.
No envidiaba sus msculos ni sus
alegras. Tampoco quera ser como
ellos. Si se alist fue solamente a causa
de un cartel que le mostr de pronto la
solucin de una vida fcil. Ms tarde
hablaremos de los carteles.
Estamos en Beirut. Querelle sali
del Clairon con otro marinero. No les
quedaba un centavo en el bolsillo.
Estaban vestidos con el traje de tela
blanca que los marineros llevan en
verano, traje retocado por ellos mismos
que saben perfectamente qu detalle de
sus cuerpos destacar u ocultar con un
ligero vuelo de la ropa. Boina blanca,
zapatos blancos. La noche era suave.
Justo afuera del burdel, los dos
marineros que andaban en silencio se
cruzaron con un hombre de unos treinta
aos. Los mir, a Querelle con ms
intensidad. Luego pas, pero caminando
ms lentamente.
Qu quieres?
Querelle se volvi. Su sorprendente
indiferencia, su falta no de calor
profundo de simpata, se deba a su
ignorancia de todo lo que llamamos
vicio. Pens que este hombre lo conoca
o crea reconocerlo.
Eso es un maricn, uno de verdad.
Jonas no se equivocaba. Era menos
guapo que Querelle, algo que este ltimo
dudaba, ignorando incluso que su propia
belleza hechizaba a los hombres.
Esos tos siempre quieren pasta, y
consiguen ms que nosotros, un huevo
dijo reduciendo la velocidad.
Ya, pero es que nosotros no
tenemos.
No digo que tengamos que
llevarla, sino que estos tos no son
hombres, son unas nenas. Les partira la
boca slo por placer.
Al pronunciar esa frase, Jonas baj
el tono: en primer lugar, para permitirse
una voz ms grave (lo cual lo fortificaba
en su virilidad, lo apartaba del maricn,
le daba peso, lo acercaba a Querelle y
salvaba a la Marina) y en segundo lugar
por prudencia, pues al voltear la cabeza
a medias haba visto al individuo volver
sobre sus pasos. Jonas se call un
segundo. Caminaba, si se saba o crea
distinguido, con mayor seguridad, ms
virilidad (los msculos de sus muslos y
sus nalgas estiraban la tela blanca del
pantaln) pero mientras se obligaba a su
indignacin artificial la clera
aumentaba en l, se extenda a todos sus
miembros hay que remarcar que de
todas las emociones son la clera y el
miedo las que animan a la vez todos los
miembros, hacen temblar al mismo
tiempo las pantorrillas y los labios, la
clera enfurece al pulgar del pie y a la
ltima falange de los dedos y dijo con
voz ligeramente temblorosa:
Tos como ese se hacen matar y
no los culpo. Ms bien, les echara una
mano. T no?
Mir a Querelle:
Yo? Tienes razn. Pienso como
t. Slo que no podemos partirle la cara
aqu. Hay mucha gente.
Confiado esta vez, seguro de que su
amigo lo apoyaba en el golpe, Jonas
baj ms la voz:
Habra que poner cara de entrar
con l.
Dej de hablar. El paseante giraba
alrededor de ellos lentamente. Con las
manos en los bolsillos del pantaln,
Jonas jalaba hacia su vientre la tela
blanca, tratando de destacar lo que saba
que los maricones llamaban el paquete:
la polla y las bolas. Querelle sonrea. El
paseante se volvi muy rpidamente.
Ha mordido, pero hay que saber
qu quiere. Si somos dos no va a venir.
Lo mejor es que uno quede solo y el otro
lo siga. No crees?
S, creo que es mejor. Qudate t.
Yo no conozco esto. No es mi rollo.
Vale. Yo tampoco lo hago
habitualmente pero voy a camelarlo.
Tratar de llevarlo a la playa. Sguenos
sin dejarte ver. Vale? Cuando pasemos
a su lado, t finges que te vas.
Vale.
Aceleraron un poco. A la altura del
hombre se dieron la mano y Querelle
dijo en voz alta:
Hasta maana entonces. Yo debo
volver. Tienes suerte de tener un
permiso nocturno. Venga, hasta luego.
Y se fue de la acera directamente
dando grandes zancadas para cruzar a la
acera opuesta. Jonas sac un cigarrillo
de su bolsillo y baj un poco la marcha.
Con maa, se puso a equilibrar la basta
de su pantaln sobre sus zapatos de tela
blanca. La ltima frase de Querelle le
suscit de repente una disposicin que
daba naturalidad a la indolencia de su
modo de caminar consagrado al juego
del bajo fondo. Era normal que su
desenvoltura fuese el resultado no
premeditado de esas repentinas
vacaciones y tambin era normal que
esas vacaciones fuesen especialmente
deseadas para permitir al marinero
librarse al delicioso juego del pantaln,
a ese andar bello entre los andares que
es la gloria de la Marina, a la posesin
de s que est toda contenida en ese
caminar (siendo la misma del marinero),
a la posesin de la noche en que las
tinieblas estrelladas estn contenidas en
el andar ms turbador. l bailaba. Jonas
bailaba ante Herodes. Senta tras l los
ojos del tirano cubierto de oro pero
vencido, observando la maravillosa
lentitud del marinero cada vez ms
indolente, ya que la indolencia era el
pretexto de esa danza, y su esencia.
Cuando el hombre lo rode, uno y otro
volvieron la cabeza a la vez: cada uno
tena un cigarrillo, pero si Jonas lo tena
en la boca, el hombre llevaba el suyo
ms modestamente en la mano.
Perdone Eh, no tiene usted
Jonas sonri:
No, no tengo fuego. Ah! Espere,
quiz tenga un mechero en el fondo del
bolsillo
Puso cara de revolver sus bolsillos y
sac unos fsforos de uno. Con cortesa,
encendi primero el cigarro del
paseante. Era un hombre ms bien
delgado con el rostro muy blanco,
prolongado en dos inmensas arrugas a
cada lado de la boca. Estaba vestido con
un traje elegante de seda beige. Al
acercarse a encender su cigarrillo, se
fij con avidez en el cuello desnudo del
marinero. Jonas no se fij en la edad
sino en la corpulencia del maricn.
En estos bolsillos se encuentra
todo. As es la Marina. Siempre hay
fuego.
Hay que reconocer que los
navegantes rara vez toman el camino
corto porque se dice as, verdad?,
eso le da ms brillo a su encanto. Hablo
sobre todo de los navegantes franceses,
claro.
Inclin la cabeza en un ligero saludo
a Jonas. Haba hablado con una voz
extremadamente frgil, ligeramente
trmula por atreverse a hablarle a un
marinero tan monstruosamente existente,
de carne y hueso, y tan dispuesto a
escuchar.
Ah, nos hace falta que nos
explayamos. A veces pasamos semanas
y semanas en el mar sin ver a nadie.
De repente, Jonas comprendi que el
tipo perteneca al gnero ceremonioso y
que difcilmente se entusiasmara con
palabras muy duras o pensamientos
demasiado vivos.
Semanas!
El paseante hizo un gesto delicado
para agitar los dos guantes que llevaba
en la mano.
Semanas, Dios del cielo! Debe
ser de una nobleza incomparable esa
soledad en el infinito! Lejos de los
suyos! Lejos de un cario!
La voz era ya un poco ms vigorosa
pero por otro lado slo pronunciaba
exclamaciones muy dulces, aburridas y
artificiales. No le habra sorprendido
que se convirtiese en una cometa de
papel arrugado, frisado, cosido con hilo
y, por un lado, armado de un anzuelo que
le sala de la boca, enganchado a la
garganta, ni que en esa noche llena de
estrellas fuese arrastrado por una de
ellas. No sonrea. Caminaba al lado de
Jonas, que continuaba equilibrando su
pantaln.
Pues a m lo del cario, me la
suda.
Suda? Qu es eso? Es jerga?
Es jerga, s. De Pars. Por qu?
Usted no es francs?
Soy armenio. Pero francs de
corazn. Francia es Corneille y el
divino Verlaine. Estudi en una misin
marista. Ahora soy comerciante. Vendo
bebidas frescas. Limonadas con gas.
Sintindose repentinamente libre de
una opresin, de una pesadez ahora
precisa, Jonas comprendi que llevaba
un momento dudando que el maricn
fuese francs. No que tuviese algn
escrpulo con el humo. El armenio toc,
no el brazo, sino un agudo pliegue que
formaba la tela en el codo del marinero,
y an ms dulcemente, casi temblando
por su audacia, dijo:
Venga. Qu riesgo corre? No soy
un monstruo.
Rio, dudando repentinamente por las
ltimas palabras, retirando su mano
adormecida, surcada de destellos
escarchados, con una risa que agit toda
su persona como si fuese un cascabel.
Al volverse para ver si Querelle los
segua, no vio a nadie. Temi que,
cuando los dos marineros se separaron
tan rpido, hubiesen preparado un golpe
contra l. El mismo fro, provocado por
otra razn, penetr a un Jonas inmvil,
con las piernas separadas y las manos en
los bolsillos, seguro de que su actitud
era la mejor:
Ah! S bien que no arriesgo nada,
es slo que no puedo. Soy marinero,
trato de divertirme, no hago dao a
nadie. Cuando se trata de divertirme, no
me preocupo por nada. Tengo la mente
abierta, comprendo todo.
Oh, mi querido amigo. En este
mundo debemos tener mente abierta. Yo
mismo me he liberado de todos mis
prejuicios. Slo amo la belleza.
A m en el barco me llaman El
Amargado. Eso quiere decir que no lo
soy. Nunca juzgo a nadie. Todo el mundo
es libre. Cada quin se divierte como
quiera. Lo principal es no hacerle dao
a nadie.
Me encanta or lo que dices con
esa voz tan hermosa. Y cada vez me
siento ms en armona contigo. De
verdad (tom del brazo al marinero y lo
estrech con toda su poca fuerza
nerviosa, que concentr en el gesto casi
hasta lastimar a Jonas) vendr usted a
casa a beber una copa. Un marino
francs no puede rehusar. Vamos,
querido amigo, venga.
Su rostro esta vez era grave, con una
gran tristeza y una esperanza loca
concentradas en sus grandes ojos negros.
Aadi ms bajo:
Es usted tan sorprendentemente
simptico. Y adems (su garganta se
cerr, su manzana de Adn hizo un
movimiento de deglucin) y adems dice
que es libre respecto a la felicidad. Me
encantara, como estoy solo, me
encantara estar con usted un poco.
No necesitamos ir a una
habitacin. Podemos dar un paseo.
Pero, amigo mo, me encantara
que estuvisemos a solas.
Podemos ir a la orilla del mar.
Podemos buscar un rincn solitario.
Dio algunos pasos por su cuenta
despus de tirar el cigarrillo. El armenio
lo sigui un poco.
Mi cuarto es tan evocador. Yo
quisiera que conservase algo de su
visita.
Jonas se ech a rer. Mir al
maricn. Dijo gentilmente:
Vaya que es usted caprichoso. Esa
es una declaracin de amor.
Oh, usted me estoy
confundido pero no crea que no se
enoje sin duda, yo lo amo
Est bien, est bien, no tiene nada
de malo. No me voy a enojar. Por qu?
Es slo que no puedo. No hay nada que
hacer. No puedo ir a su casa. Si quiere
usted, caminamos un poco, hace una
noche esplndida, podemos pasear por
la orilla del mar o por el jardn
pblico Estaremos tranquilos,
podremos hacer lo que queramos
No puedo. No puedo. Pueden
reconocerme.
Y de camino a su casa? An ms.
Se enfrascaron en una discusin
firme. La insistencia del marinero por la
orilla del mar inquietaba al armenio que,
con una autoridad ms fuerte que la de
Jonas, impuso su marcha en direccin al
centro de la ciudad. La furia hizo presa
en Jonas. Senta la resistencia casi
invisible del pequeo caballero que
emanaba desconfianza. Saba desde
haca mucho tiempo que las tas se
defendan a veces con encarnizamiento:
en su casa tendra que matarla. Lo pens
por un momento. A fin de cuentas, saba
que a veces tienen el descaro de ir a
quejarse a la polica. Maldijo por no
poder llevrselo y temi los sarcasmos
de Querelle.
El maricn recela de cualquier
cosa. Debe mover l las fichas.
Jonas no poda saber que el armenio
haba deseado a Querelle. Al verlo
separarse de su camarada, la pena le
haba hecho desear ms a Querelle. Se
contentara con el marinero restante
contra el cual se desarrollaba un sistema
de resistencias del que el propio
armenio no tena la sospecha y que no
poda controlar. Sutilmente, como
muchos maricones, tema aislarse
demasiado con un hombre ms fuerte
que l. Ir hasta la orilla del mar
enfatizara su debilidad, pues el mar es
cmplice de los marinos. En su casa, al
alcance de la mano, se haba hecho
instalar un sistema de alarma. Adems,
la poesa, para l, consista en una
habitacin decorada con flores, con
marcos negros incrustados de ncar,
tapices, cintas, almohadones malvas y
luces bajas. Quera arrodillarse ante el
marinero desnudo y pronunciar palabras
suaves. Y todas esas razones pesaban
con fuerza en una direccin que Jonas
ignoraba: el maricn lamentaba haber
perdido a Querelle, y sordamente,
pesadamente, esperaba que si se daba
prisa, y se libraba de Jonas, lo
reencontrara. En fin, a todas esas
razones y miedos se aada otro temor:
mientras ms ama a un chico ms le
teme, y ya ama a Querelle pero descarga
sobre Jonas el miedo que le habra
tenido a Querelle.
Qu hacemos entonces?
Venga a mi casa.
Vale, vale. Adis. Nos dejamos
como buenos amigos. Quiz nos
volvamos a ver un da.
Estaban en una calle iluminada y
muy frecuentada. Jonas, rpidamente
casi con brutalidad, haba estrechado la
mano del armenio asustado y
desapareca con grandes zancadas
agitadas, con su enorme masa de
hombros, el aspecto distante y el ritmo
cada vez ms pesado y lejano, creciendo
a medida que Jonas se iba y entraba en
el corazn del maricn desesperado.
Jonas no reencontr a su camarada. Pero
diez minutos despus de esa escena,
mientras volva a su casa, en una
esquina de la calle, el armenio se top
contra el andar blanco y alto de
Querelle.
Oh!
No pudo contener la exclamacin.
Querelle sonri.
Qu pasa? Le doy miedo? No
soy tan terrible.
Oh! usted es terriblemente
deslumbrante.
Querelle sonri ms. Estaba seguro,
instantneamente de que Jonas no haba
podido hacer nada con ese tipo pero
ignoraba qu haba pasado.
Usted usted brilla! Su rostro
me ilumina!
Irnico y sonriente, Querelle dej
or un ligero silbido en el que puso,
naturalmente, tanta ternura fcil que el
armenio sonri a su vez. Al dejar a
Jonas haba sentido en s una gran rabia
por dejar escapar una conquista tan bien
hecha y tan hermosa en realidad. Al
reencontrar en la noche poblada de gente
silenciosa al marinero entrevisto, su
desesperacin se mezclaba con su rabia
y con la brusca alegra del encuentro,
todo lo cual le daba una extraa audacia
que insuflaba ms valor a la sonrisa y a
la entretenida amabilidad del marinero.
Las espaldas y el tamao de Querelle lo
aplastaban pero su sonrisa probaba que
ese monstruo de vigor estaba cautivado
por el armenio.
Al menos usted sabe charlar.
Rpidamente, el armenio persuadi
a Querelle de acompaarlo a su casa.
Repiti todas las paparruchadas que
haba soltado ante Jonas, pero las hizo
ms breves, redondas y compactas.
Estaba exaltado. Olvid toda prudencia,
hasta que se hizo en su mente la
siguiente inquietante pregunta: Por qu
este marinero dijo ante m que volva a
bordo si ahora lo encuentro tan lejos del
puerto?. En su habitacin encendi un
bastoncillo de incienso. Querelle admir
ese interior calafateado y acolchado que
le pareci tan lujoso. Una extraa
dulzura lo animaba, lo reposaba. Los
almohadones eran suaves, el tapiz
mullido, las flores complicadas. La
madera negra de los muebles y los
marcos contena toda la esencia del
reposo. Tanta suavidad abrumaba a
Querelle y le conceda la paz de los
ahogados. Su atencin se distenda.
Est usted en su casa. Es usted el
seor de este imperio. Disponga.
Disponga turb a Querelle pero su
turbacin era an de naturaleza
amortajada. Pens, ms que con
palabras y an haba palabras por ah
entre la vaga msica, con ayuda de
imgenes de flores de formas extraas y
sabias, constantemente mviles, que
formaban una larga guirnalda o meloda
que quera decir lo siguiente (lo que le
causaba la inquietud elevada hasta la
angustia y rebajada hasta la aceptacin):
Quiz no ser necesario que me llegue
a dar por culo. Pues para Querelle, un
maricn no es slo un chico que folla a
otro. Si tanto odio (como el que haba
encontrado en torno a s sin llevarlo en
s mismo) se aplica a quienes los
marineros llaman locas, es que
evidentemente (aunque tengan maneras
femeninas) tratan de convertirlos en
mujeres. Si no en el caso inverso
por qu odiarlos? Querelle detentaba
este candor que a veces se confunde con
la pureza. Sin embargo, su inquietud, no
slo dur poco, sino que aunque hubiese
sido nauseabunda, no la habra notado.
Ya veremos. Impasible entre los
almohadones, fumando en largas
boquillas, observaba al armenio cada
vez ms excitado por la llegada del
momento esperado. Querelle lo vea
hacer muecas, empolvarse, servir con
los gestos nerviosos de unas manos
refulgentes de pequeez que l
admirara ms tarde en el teniente de la
nave, un licor rosado en minsculas
tazas de caf.
Qu bonito. Si todos los
maricones fueran as, no habra por qu
odiarlos.
Me llamo Joachim. Y t, mi
estrella?
Yo?
Estaba sorprendido. Se senta
deliciosamente invadido por esa dulzura
que conocera ms tarde cuando, en el
muelle de embarque, el teniente Seblon,
arrastrado por el peso encantador de sus
pechos blancos, se inclinase ante l
diciendo:
Mis globos de alabastro!
Los globos de alabastro pesaban. El
oficial los saba plidos, lechosos,
lunares, duros y tiernos a la vez, pero
sobre todo inflados con una leche con la
que estaba seguro de poder alimentar a
Querelle, que ya levantaba la cabeza.
S, t?
Me llamo Querelle. Marinero
Vacil, pues comprenda que el error
estaba hecho. Suspendido algunos
segundos sobre el vaco, se resolvi sin
embargo y dijo: Querelle.
Oh! Qu hermoso nombre!
S, Querelle. Marinero Georges
Querelle.
El armenio estaba de rodillas ante l
entre los almohadones. El kimono de
seda rosa plida bordado de pjaros de
oro y plata estaba entreabierto sobre un
torso y unas piernas perfectamente
blancas y lisas. Querelle, debido a la
fatiga, vio el extrao dispositivo
aproximarse a l con la repentina
enormidad de las cosas que soamos y
cuyo engorde produce el efecto de una
potente lupa que se acerca al objeto
hasta confundirse con l. Era curioso:
Querelle sonri. El armenio alz la boca
hasta la suya. Querelle inclin la cabeza
decidiendo tomar la iniciativa en el
primer beso que reciba de un hombre.
Un ligero vrtigo se apoder de l. Le
gustaba atreverse a todo en esa
habitacin destinada exactamente a eso,
donde se senta tan amortecido, tan
adormecido. Le pareca estar haciendo
una conquista. Sonrea pero se mantena
serio. No podemos formularlo mejor que
as: estaba en ese cuarto, tan tranquilo
como en el interior de un vientre
materno. Haca calor.
Tu sonrisa es una estrella.
Querelle sonri ms. Sus dientes
blancos brillaron. No se senta turbado
por el juego de Joachim ni por la vista
de su piel blanca (un poco ms tarde
descubrira que toda su piel estaba
empolvada y perfumada) pero s
ligeramente por la confusin amorosa
que descubri en los hermosos ojos
negros fijos sobre los suyos y tocados
con largas pestaas curvas.
Oh! Tus dientes son estrellas!
Joachim dej caer la mano hasta los
testculos del marinero. Los acarici
bajo la tela blanca murmurando:
Esos tesoros, esas joyas
Querelle aplast violentamente su
boca contra la boca del armenio. Lo
apret muy fuerte entre sus brazos.
T eres una estrella inmensa y esa
estrella iluminar mi vida para siempre.
Eres una estrella de oro! Protgeme
Querelle apret ms. Sonri
duramente mirando al maricn morir
entre sus dedos crispados, morir con la
boca abierta, la lengua extendida
espantosamente, los ojos desorbitados,
parecido, segn crea, a l mismo
durante sus jugueteos solitarios. Una ola
maravillosa destroz el silencio de sus
orejas. El mundo zumbaba. El mar
murmuraba.
Quin es Dd?
Dd? Tienes que haberlo visto
con Mario. Es uno joven; est casi
siempre con l. Pero, no creas, Dd no
es un chivato. Eh?
Cmo es?
Gil lo describi. Al encontrrselo
una noche, a punto de dejar a Mario, que
vena a su encuentro, Querelle se sinti
desgarrado por una profunda herida.
Reconoci al nio testigo de la pelea
con Robert y a su propio rival en el
corazn de Mario. A pesar de todo, le
tendi la mano. En la actitud, en la
sonrisa, en la voz de Dd, Querelle
crey distinguir un tono irnico. Cuando
el muchacho se hubo alejado de ellos,
sonriendo, Querelle le dijo a Mario:
Quin es ese? Es tu chaval?
Con voz risuea, algo burlona,
Mario respondi:
Por qu te metes en eso? Es un
chaval. No estars celoso, verdad?
Querelle se ech a rer y tuvo la
audacia de decir:
Bueno, y por qu no?
Vamos
Con voz alterada, quebrada, el
polica aadi: Hazme gozar. La
rabia se apoder de Querelle, que bes
a Mario furiosa, desesperadamente, en
la boca. Con ms ardor que de
costumbre, y con ms precisin, exigi
tener conciencia de la penetracin de su
garganta por la verga del poli. Mario
senta aquella desesperacin. Mediante
la acumulacin de hipos erticos, y de
una peligrosa confesin, liberada en
forma de estertores o de splicas el
polica aumentaba ms el temor, que
gravitaba sobre l, de que el marinero,
fuera de s, le cortara el miembro de un
mordisco. Convencido de que su amante
disfrutaba por estar arrodillado ante un
polizonte, Mario exhal su ignominia.
Con los dientes apretados y el rostro
tendido hacia la niebla, susurraba:
S, soy un poli! Soy un cabrn!
He jodido con tipos! Estn todos en el
trullo! Pero me gusta, sabes?, me gusta
mi oficio
A medida que evocaba su abyeccin,
se iban poniendo tensos sus msculos,
se endurecan, imponindole a Querelle
una presencia imperiosa, dominadora,
invencible y buena. Cuando se
encontraron de nuevo cara a cara, de
pie, abrochndose, hombres otra vez, ni
uno ni otro osaron evocar su delirio;
pero con el fin de ahuyentar la inquietud
que les aislaba a uno del otro, Querelle
sonri y dijo:
Entonces, sigues sin decrmelo
todava, es tu chaval?
Quieres saber lo que es?
Querelle se sinti de pronto
asustado. Dijo con voz tranquila:
Bueno, venga.
Es mi confidente.
No bromees.
Ahora podan hablar de asuntos de
trabajo. En voz baja, pero con timbre de
voz clara, a fin de no permitir que el
asombro ni la vergenza les turbasen,
prosiguieron la conversacin hasta que
Querelle declar:
Yo puedo hacer que detengas a
Turko.
Mario no chist.
Ah, s? dijo.
Si me das tu palabra de que no
hablars de m.
Mario lo jur. Empezaba a
abandonar sus precauciones, olvidaba su
reconciliacin mstica con los
maleantes: le era imposible dejar de
actuar como polica. Se neg a
interrogar a Querelle acerca de las
fuentes de sus informaciones y sobre el
valor de estas. Confi en l. En seguida
decidieron las medidas que iban a tomar
para que el nombre de Querelle
permaneciese ignorado.
Arrglatelas con tu chaval. Pero
que no se huela nada.
Una hora ms tarde Mario encargaba
a Dd que vigilase en la estacin los
trenes que salan y que avisase a la
comisara en cuanto reconociera a
Turko. El chico no vacil, vendi a Gil.
Mediante este gesto Dd se separaba
del mundo de sus semejantes. A partir de
aquel momento comienza la ascensin
cuya importancia os ha sido expuesta.
A bordo del Vengador, Querelle
prosegua su servicio junto al oficial,
pero este pareca desdear a Querelle,
quien sufra por ello. Por haber sido
pretexto para una agresin, el teniente
obtena el orgullo suficiente para sentir
desarrollarse en su interior el germen de
la aventura. Del cuaderno ntimo
entresacamos lo siguiente:
Me ha parecido sorprenderlo en un
movimiento de su mquina, en una
crispacin, dirigindome todo su odio.
Querelle me debe odiar.