El Juez y La Prueba
El Juez y La Prueba
El Juez y La Prueba
82. En virtud del principio dispositivo las partes son absolutamente libres
para disponer de sus intereses privados y reclamarlos o no, judicialmente, en
la medida que estimen oportuno. Por ello, es común considerar como mani-
festaciones o notas esenciales de este principio las siguientes:
a) El inicio de la actividad jurisdiccional sólo es posible a instancia de parte,
de acuerdo a los aforismas nemo iudex sine actore y ne procedat iudex ex officio.
La LEC 1/2000 recoge esta manifestación en su el art. 399.1, según el cual:
«El juicio principiará por demanda»; con referencia a las medidas cautelares,
en su art. 721.2, que indica: «Las medidas cautelares previstas en este Título
no podrán en ningún caso ser acordadas de oficio»; y por último, en materia
de ejecución, en su art. 549, que prescribe: «Sólo se despachará ejecución a
petición de parte».
b) La determinación del objeto del proceso corresponde únicamente a los
litigantes. En este sentido, el art. 399.1 establece que en la demanda se ex-
365
l presente epígrafe recoge sustancialmente el contenido de mi Ponencia presentada al
E
«III Congreso Internacional de Derecho Procesal» celebrado en Panamá del 16 al 19 de
agosto de 2006.
366
l carácter constitucional del principio dispositivo es puesto de relieve, entre otros auto-
E
res, por Almagro Nosete, J., Garantías constitucionales del proceso civil, «Justicia», I/1981,
p. 18; Ramos Méndez, F., La influencia de la Constitución en el Derecho Procesal Civil,
«Justicia», I/1983, p. 23; Gimeno Sendra, V. (en AAVV), Derecho procesal. Proceso civil, T.
I, vol. I, Edit. Tirant lo blanch, Valencia, 1993, p. 302; y Berzosa Francos, Mª.Vª., Prin-
cipios del proceso, en «Justicia», III/1992, p. 577. En contra, Cortés Domínguez sostiene
que el principio dispositivo no tiene «ningún fundamento en la Constitución, lo tiene en
el derecho material que se pone en juego en el proceso. Por eso las interpretaciones que
han querido ver la conexión de este principio con la Constitución en el art. 33 y en la
existencia del derecho de propiedad, nos parecen que no tienen fundamento alguno» (La
Constitución española y los principios rectores del proceso civil, en «Principios constitucionales
en el proceso civil. Cuadernos de Derecho Judicial», CGPJ, Madrid, 1993, p. 151).
367
bviamente, este principio no va a regir los procesos civiles en los que se pretenda la tutela
O
jurisdiccional de un interés público, esto es, se legitime al Ministerio Fiscal para solicitar una
determinada pretensión (vid. Ortells Ramos, M., Introducción al Derecho Procesal, Edit.
Comares, Granada, 1999,p. 188; o Berzosa Francos, Mª.V., ob. cit., p. 576).
368
En esta línea, Montero Aroca sostiene que el principio dispositivo debe seguir rigiendo
el proceso civil «por lo menos mientras la concepción política general mantenga la distin-
ción entre intereses públicos y privados» (Introducción al Derecho Procesal, Edit. Tecnos,
Madrid, 1976, p. 228).
369
Como destaca Berzosa Francos, Mª.V., Los principios inspiradores del futuro proceso civil,
en «Presente y futuro del proceso civil», dir. J. Picó i Junoy, Edit. J.Mª. Bosch editor, Bar-
celona, 1998, pp. 27 a 40.
370
No me refiero a los hechos esenciales que configuran la causa petendi pues éstos, como he
indicado, al integrar el objeto del proceso deben ser alegados, necesariamente, por las partes
en virtud del principio dispositivo y no del de aportación de parte. De este modo, como
indica Berzosa Francos, «por lo que se refiere a la labor de introducción es necesario
distinguir los elementos fácticos esenciales integradores de la causa petendi de aquellos otros
que fundamentan o motivan la petición pero que no tienen este carácter de esencialidad.
La alegación de los primeros corresponde a las partes en virtud del principio dispositivo ya
que estos hechos constituyen junto al «petitum» el objeto de proceso. La alegación de los
segundos, motivadores de la estimación de la demanda o, en su caso, de la desestimación, si
nos situamos en la perspectiva del demandado, aún correspondiendo también a las partes,
encuentra su fundamento en el principio de aportación» (Los principios del proceso, ob. cit.,
pp 597-598). Para un estudio exhaustivo de este tema, vid. Berzosa Francos, Mª. V., De-
manda, causa petendi y objeto del proceso, Edit. El Almendro, Córdoba, 1984.
371
Acerca del carácter técnico-procesal del principio de aportación de parte, vid. mi estudio El
derecho a la prueba en el proceso civil, edit. J.Mª Bosch, Barcelona, 1996, pp. 217-218.
372
Satta, S., y Punzi, C., Diritto processuale civile, 11ª ed., Edit. Cedam, Padova, 1992, p.
188. Para un estudio sobre los eventuales componentes «privatistas» y «publicistas» de
un código procesal civil me remito al detenido análisis de Proto Pisani, A., Il codice de
procedura civile del 1940 fra pubblico e privato, en «Il Foro Italiano», 2000, 4, pp. 73 a 87.
373
ara un estudio más detenido del alcance de la iniciativa probatoria del juez civil en el de-
P
recho comparado, me remito a mi trabajo Los principios del nuevo proceso civil, ob. cit., pp.
35 a 38; y a las recientes monografías de Abel Lluch, X., Iniciativa probatoria de oficio en
el proceso civil, ob. cit., pp. 103 a 107; y Etxeberría Guridi, J.F., Las facultades judiciales
en materia probatoria en la LEC, ob. cit., pp. 98 a 122.
374
Cuyo fundamento y alcance fueron desvirtuados por la doctrina del Tribunal Supremo, tal
como analicé en mi estudio Las diligencias para mejor proveer en el proceso civil: entre el ser
y el deber ser, en «Justicia», 1998, 3-4, pp. 629 a 640.
375
En este orden de ideas, De la Oliva (Derecho Procesal Civil, con M.A. Fernández López,
3ª edic., edit. Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid, 1992, p. 277) destaca que atri-
buir iniciativa probatoria al juez civil «resulta escasamente armónico con la idea de que,
salvo que el proceso civil tenga por objeto casos en que esté implicado un interés general o
público, lo prudente y razonable es que sean los sujetos jurídicos interesados los protago-
nistas del esfuerzo de alegaciones y prueba, puesto que son bienes jurídicos suyos los que
están en tela de juicio» (la cursiva es del autor). De igual modo, vid. Montero Aroca, J.,
El proceso civil llamado «social» como instrumento de «justicia» autoritaria, en «Proceso civil e
ideología», coord. J. Montero Aroca, edit. Tirant lo Blanch, Valencia, 2006, p. 142.
376
Devis Echandía, H., La iniciativa probatoria del juez civil en el proceso contemporáneo,
«RIDP», IV/1967, p. 68. En sentido análogo, cfr. Sentís Melendo, S., Estudios de Derecho
Procesal, T.I, Edit. Ejea, Buenos Aires, 1967, p. 381; Martín Ostos, J., Las diligencias para
mejor proveer en el proceso civil, Edit. Montecorvo, Madrid, 1981, p. 164.; y Verde, G., Dis-
positivo (principio), «Enciclopedia Giuridica Italiana», vol. XI, Edit. Treccani, Roma, 1989,
p. 1.
ble o privado, ello no comporta que tales características puedan igualmente pre-
dicarse del proceso, pues el modo de desarrollarse el mismo no pertenece a los
litigantes sino al Estado, único titular de la función jurisdiccional, que se sirve
del proceso como instrumento para garantizar la efectividad de esta función377.
Como ya destacó en 1943 Calamandrei «de la consideración de la jurisdic-
ción, también en materia civil, como una función pública, se deriva la necesidad
técnica de dar al juez todos los poderes necesarios para poder cooperar activa-
mente a la satisfacción del interés público que también en el proceso civil está
en juego; y basta reconocer el carácter público de la función jurisdiccional para
deber considerar como técnicamente inadecuado a los fines de la justicia un sis-
tema en el que el juez asiste como espectador impasible [...] el juez, también en
el proceso civil, debe estar en todo caso provisto de los poderes indispensables
para administrar la justicia de un modo activo, rápido y seguro: no vale objetar
que cuando la materia de la contienda pertenece al derecho privado también
la marcha del proceso se puede considerar como negocio privado, cuya suerte
puede abandonarse al interés individual de los contendientes; por el contrario
también en los procesos sobre controversias de derecho privado entra en juego,
tan pronto como se invoca la intervención del juez, el interés eminentemente
público que es la recta y solicita aplicación de la ley al caso concreto»378.
377
Al respecto, vid. per omnia Carnacini, T., Tutela giurisdizionale e tecnica del processo, ob. cit.
378
Calamandrei, P., Instituciones …, vol. I, ob. cit., p. 395.
379
En esta línea, De la Oliva (op. cit., p. 275) destaca: «Así, pues, estos sujetos se encuentran,
con gran frecuencia, en mejores condiciones que nadie para lograr, conforme a reglas ra-
cionales, un resultado de certeza sobre los hechos relevantes para la decisión jurisdiccional
que se requiera en cada caso. Por todo ello, los sistemas procesales civiles no se basan en la
investigación ex officio de los hechos que se afirman relevantes […] sino que, sobre la base
de la referida experiencia, disponen que sean las partes de cada proceso los principales pro-
tagonistas de la iniciativa y del esfuerzo conducentes a aquella certeza». De igual modo, ya
en el siglo pasado, Lessona afirmaba que «el común sentir deduce [...] la máxima de que las
partes, a las cuales tales hechos se refieren (los dudosos y discutidos), son las que los conocen,
y conocen también los medios idóneos para probarlos. No puede, en su virtud, corresponder
al Juez la iniciativa en esta materia» (Teoría General de la Prueba en Derecho Civil, T.I, 3ª ed.,
traducción de E. Aguilera de Paz, Edit. REUS, Madrid, 1928, p. 55). Y, por su parte, Chio-
venda indica: «nessuno è miglior giudice della parte circa le prove di cui può disporre, circa i suoi
interessi individuali» (Principii di diritto processuale civile, 3ª ed. Jovene Editore, Napoli, 1923,
p. 205). Vid. también en esta línea, Gutiérrez de Cabiedes, E., La socialización del proceso,
en «Constitución, Derecho y Proceso. Estudios en memoria de los profs. Herce Quemada
y Dunque Barragues», Zaragoza, 1983, p. 432; y Vázquez Sotelo, J.L., Los principios del
proceso civil, ob. cit., p. 623.
En la jurisprudencia también suele utilizarse este argumento. Así, la STS de 7 de diciembre
de 1988, f.j. 2º (RA. 9.581) destaca que el «juzgador debe respetar el equilibrio procesal, no
sustituyendo a las partes en su actividad probatoria, pues éstas, como es obvio, han de ser
consideradas como las mejoras gestores de sus intereses» (la cursiva es mía).
380
Guasp, J., El juez y los hechos en el proceso civil, ob. cit., p. 104 (nota 1).
381
Al respecto, Almagro Nosete al estudiar el art. 24.2 C.E. manifiesta: «lo interesante
es que, con rango constitucional, se establezca este derecho en favor de las partes, preci-
samente, para preservar a éstas de lo contrario, es decir, de que una ilimitada confianza
en el juez y en sus atribuciones probatorias, pudiera dar al traste con la responsabilidad
inherente a la libertad de cada parte de utilizar los medios de prueba conducentes a la
verificación de los hechos» (Garantías constitucionales del proceso civil, ob. cit., p. 34).
382
Al respecto, vid. mi trabajo El derecho a la prueba en el proceso civil, ob. cit., pp. 18 y ss.
383
aruffo, M., Il diritto alla prova nel processo civile, «Riv. dir. proc.», 1984, IV, p. 90. De
T
igual modo se pronuncian Goubeaux, Trocker y Denti. Goubeaux concluye su estu-
dio sobre el derecho a la prueba manifestando: «[…] le droit à la preuve qui, dans une
large mesure est un droit à l’égard du juge, doit être vivifié par l’intervention du juge lui-
même. En définitive, c’est une collaboration qu’il s’agit d’assurer entre le plaideur, le juge
et même l’adversaire en conciliant, autant que faire se peut, des impératifs contraires, avec
pour but la vérité et la justice» (Le droit à la preuve, en la obra «La preuve en droit», Edit.
Émile Bruylant, Bruxelles 1981, p. 301). Por su parte, Trocker, recogiendo la jurispru-
dencia del Bundesverfassungsgericht alemán, destaca que «il potere attribuito al giudice di
assumere prove di ufficio non esclude, né rende superfluo, un autonomo diritto delle parti
di proporre a loro volta mezzi probatori» (Processo civile e costituzione. Problemi di diritto
tedesco e italiano, Edit. Giuffrè, Milano, 1974, p. 520). Y Denti afirma que el «esercizio
dei poteri d’ufficio del giudice ed esercizio del diritto di defesa delle parti non si contra-
ppongono, ma operano su piani diversi, essendo indubitabile che il contradditorio debba
essere salvaguardato anche di fronte alle iniziative ufficiose» (Il ruolo del guidice nel processo
civile tra vecchio e nuovo garantismo, «Rivista trimestrale di diritto e procedura civile»,
III/1984, p. 731).
384
Estas normas utilizan el término «podrá».
385
En este sentido, cfr. Guasp, J., El juez ..., ob. cit., pp. 53, 120 y 121; Taruffo, M., Il diritto
alla prova nel processo civile, ob. cit., pp. 90 y 91 (especialmente, vid. nota 38); y Abel Lluch,
X., Iniciativa probatoria ..., ob. cit., p. 163.
386
Así, por ejemplo, Gentile afirma: «Vien meno l´onere della prova quando al giudice è data
facoltà di accertare di propia iniziativa l´esistenza del fatto. Ogni qualvolta il giudice ha poteri
autonomi di ispezione, informativa, ecc., vien meno l´onere della prova» (La prova civile, Jandi
Sapi Editori, Roma, 1960, pp. 20 y 21). De igual modo, Becerra Bautista señala que
cuando: «el juez estime necesarias pruebas distintas a las ofrecidas por las partes [...] se
violará también el principio que obliga al juez a respetar la carga de la prueba» (El proceso
civil en Mexico, Edit. Porrua, S.A., Mexico, 1965, p. 76).
387
Así, cfr. Micheli, G.A., L´onere della prova, Edit. Cedam, Padova, 1942, pp. 215-216 (y
también las pp. 13, 95 y ss., 104, 137 y 213); Verde, G., L´onere della prova nel processo ci-
vile, Edit. Jovene Editore, Napoli, 1974, pp. 21 y ss, 57 y ss., 112 y 135; id.: Prova (dir. proc.
civ.), en «Enciclopedia del diritto», T. XXXVII, Edit. Giuffrè, Milano, 1988, pp. 622 y
626; Andrioli, V., Prova (in genere), en «Nuovo Digesto Italiano», T.XVII, Edit. UTET,
Torino, 1939, pág. 826; o Carnelutti, F., Lineamenti della riforma del processo civile di
cognizione, «Riv. dir. proc.», 1929, I, p. 35. Al respecto, Serra Domínguez, tras poner
de relieve que la carga de la prueba es totalmente independiente del carácter disponible
del proceso, afirma: «Los principios sobre la carga de la prueba operan únicamente en el
momento de la sentencia, careciendo de relevancia jurídica con anterioridad» (Comenta-
rios al Código Civil y Compilaciones Forales, T. XVI, vol 2º, 2ª ed., Edit. Edersa, Madrid,
1991, p. 54). Por su parte Muñoz Sabaté, siguiendo a Rosenberg, destaca que «la teoría
de la carga de la prueba es más bien la teoría de las consecuencias de la falta de prueba»
(Técnica probatoria. Estudios sobre las dificultades de la prueba en el proceso, 3ª edic., Edit.
Praxis, Barcelona, 1993, p. 48). En esta línea, debo mencionar a Eisner, quien subraya
que la cuestión de la carga de la prueba «es un problema que en realidad se presenta con
caracteres críticos y agudos, por primera vez, cuando el juez va a dictar sentencia [...] ese
problema recién nace cuando el juez va a dictar sentencia y se encuentra en el expediente,
o en la causa si fuese oral, con que no hay suficientes elementos de juicio para convencerse
de la existencia o inexistencia de los hechos controvertidos y deba dictar de todos modos
un fallo [...] Este es el momento en que juega la carga de la prueba» (La prueba en el proceso
civil, Edit. Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1964, págs. 54 y 55). Y, en similares términos,
vid. también Morello, A.M., La prueba. Tendencias modernas, Librería Editora Platense,
Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1991, p. 56.
388
n este sentido, Taruffo afirma: «l’uso dei poteri d’ufficio ... non contrasta ... con la
E
regola dell’onere della prova, come regola finale di giudizio che ripartisce le conseguenze
della mancata prova dei fatti giuridici, poiché essa opera comunque quando, malgrado la
attività probatorie delle parti e del giudice, non si sia raggiunta la prova di un fatto cos-
titutivo della domanda o dell’eccezione» (Problemi e linee evolutive nel sistema delle prove
civili in Italia, en «Studi in onore di Enrico Tulio Liebman», vol. II, Edit. Giuffrè, Mi-
lano, 1979, p. 1511); y Bargi concluye el estudio de la presente problemática señalando
que «non essite alcuna incompatibilità tra onere della prova e potere inquisitorio [del
giudice]» (Procedimento probatorio e giusto processo, Jovene Editore, Napoli, 1990, p. 188).
Igualmente, acerca de la compatibilidad entre iniciativa probatoria del juez y carga de
la prueba, vid. Goubeaux, G., Le droit a la preuve, ob. cit., p. 285; Sicard, J., La preuve
en Justice, Librairie du Journal des Notaires et des Avocats, Paris, 1960, p. 41; Barbosa
Moreira, J.C.: Breves reflexiones sobre la iniciativa oficial en materia de prueba, ob.cit., p.
159 ; y recientemente Lluch, X., Iniciativa probatoria de oficio en el proceso civil, ob. cit.,
pp. 166-167; y Fernández López, M., La carga de la prueba en la práctica judicial civil,
edit. La Ley, Madrid, 2006, pp. 79 a 83. Para una visión crítica de nuestra posición, vid.
Chico Fernández, T., La carga de la prueba y la iniciativa probatoria de oficio en la Ley de
Enjuiciamiento Civil, en «Objeto y carga de la prueba civil», dir. X. Abel y J. Picó, edit. J.
Mª. Bosch editor, Barcelona, 2007, pp. 129 a 163.
389
Ya Muñoz Sabate (Técnica probatoria ..., ob. cit., p. 48) pone de manifiesto la impo-
sibilidad de establecer reglas iniciales apriorísticas e inmutables, destacando que «ya
no resulta necesario que esta regla tenga carácter apriorístico, al modo de un director
teatral que vaya señalando a cada personaje su misión en la escena. Dejemos a cada
parte practicar las probanzas que tengan por conveniente y dejemos que el juez las va-
lore en la fase final, independientemente de quien las haya producido. Unos elementos
puramente indiciarios, como la conducta procesal, o quizás una presunción grave y
vehemente, es decir, pruebas indisponibles, puras inferencias que no se proponen ni se
practican por nadie pero que surgen de otros elementos fijados en la litis, cualquiera de
estos factores puede traer al juzgador el convencimiento de los hechos. La misma visión
fenoménica del proceso, que luego desarrollaremos, es un campo abonado a todos estos
desprendimientos heurísticos. ¿De qué servirá entonces la regla de la prueba grabada
apriorísticamente, al modo que hace nuestro artículo 1214 del Código Civil –actual
art.217 LEC?».
390
Al respecto me remito a mi estudio El principio de adquisición procesal en materia probato-
ria, en «La Ley», 2006, T. 1, pp. 1304 a 1316.
391
En esta línea, vid. Devís Echandía, H., El moderno proceso civil inquisitivo y con libertad
para apreciar las pruebas, «RDPI», 1965, I, p. 18.
ya fue destacada por Chiovenda, afirmando que «las esferas del juez y del
defensor deben estar netamente separadas, porque existe una verdadera in-
compatibilidad psicológica entre el oficio de juzgar y el de buscar los elemen-
tos de defensa de las partes»392-393.
Acerca de esta eventual pérdida de la imparcialidad judicial, debo efectuar
diversas reflexiones que nos ofrecerán una visión crítica de esta objeción, y
392
rincipii …ob. cit., p. 729; e id.: Identificazione delle azione. Sulla regola «ne eat iudex ultra
P
petita partium», en «Saggi di Diritto Processuale Civile», vol. I, Edit. Giuffré, Milano,
1993, p. 176. En términos muy similares se manifiesta Liebman, para quien la necesa-
ria imparcialidad del juzgador se configura como la razón nuclear de la imposibilidad
de practicar pruebas ex officio, manifestando que «la decisione sull’azione e sull’eccezione
implica una decisione sui fatti controversi e perciò sulle prove che li riguardano ed è propio di-
retta a preservare l’imparzialità di questa decisione la regola che esclude l’iniziativa del giu-
dice nella ricerca di quelle prove» (Fondamento del principio dispositivo, ob. cit., p. 562). De
gual modo, este autor destaca la «l’incompatibilità psicologica tra l’agire e il giudicare e
l’opportunità psicologica di non intorbidare la serenità del giudice col fornirlo di poteri
di iniziativa piú confacenti alla funzione della parte o del difensore» (Manuale di diritto
processuale civile, T.II, 4ª ed., Edit. Giuffré, Milano, 1984, pp. 84-85). En esta línea, vid.
Furno: Contributo alla teoria della prova legale, Edit. Cedam, Padova, 1940, p. 151;
Redenti, E., Diritto Processuale Civile, T.II, Edit. Giuffré, Milano, 1957, p. 33; y Baur,
F., Potere giudiziale e formalismo del diritto processuale, «Rivista trimestrale di diritto e
procedura civile», 1965, pp. 1698-1699. En España, se halla en la línea indicada Mi-
guel y Romero, quien destaca que «a medida que al Juez de raza latina se le aumentan
sus poderes y su interés en el proceso, irá perdiendo su imparcialidad y rectitud, virtudes
preciosas que quedarán sacrificadas ante el deseo institivo de que prevalezca su juicio,
o lo que es peor aún, su prejuicio, del cual ningún hombre se puede considerar libre»
(Principios del moderno Derecho Procesal, p. 438, op. cit., por Guasp, J.: ob. cit., p. 61). De
igual modo, Carreras Llansana mantiene que la concesión de mayores facultades al
juez en materia probatoria «podría suponer aventura muy peligrosa, que llegara a aten-
tar con el bien supremo de la imparcialidad de los órganos jurisdiccionales» (La función
del juez en la dirección del proceso civil, en «Estudios de Derecho Procesal» con Fenech,
Edit. Bosch, Barcelona, 1962, p. 264); y Gutiérrez de Cabiedes, destaca que «las
limitaciones del Juez para acordar pruebas de oficio no es una manifestación del princi-
pio dispositivo, sino del deber de imparcialidad», y en términos muy expresivos, señala
que la parte, en tanto que parte, tiende a la defensa de sus intereses particulares, y el
Juez, en tanto que Juez, tiene por función la administración de justicia supra partes [por
lo que…] si el órgano jurisdiccional adopta en cualquier fase o acto del proceso, por
importante que éste sea, la función de parte y la de Juez, pierde automáticamente su
imparcialidad» (ob. cit., pp. 432-433).
393
Respecto de la nueva LEC 1/2000, se refieren a este argumento Montero Aroca, J.,
El proceso civil llamado «social» ..., ob. cit., pp. 155 a 160; De la Oliva, ob. cit., p. 276; y
Damián Moreno, ob. cit., p. 2160.
394
a solución a esta problemática sólo puede venir dada por una adecuada regulación le-
L
gal del derecho constitucional a la denominada «Justicia gratuita», sin que el juez deba
jugar papel alguno en la misma pues, en caso contrario, sí podrá ponerse en entredicho,
fundadamente, su debida imparcialidad ya que se alineará al lado de una de las partes,
la más débil económicamente. En sentido análogo, vid. Fabbrini, G., Potere del giudice,
en «Scritti Giuridici», T.I, Edit, Giuffré, Milano, 1989, p. 436. Una incisiva crítica a esta
posibilidad lo realiza Fazzalari, quién llega a afirmar que «la tutela del litigante social-
mente más débil por parte del juez es ciertamente un slogan» (La imparzialità del giudice,
«Riv. dir. proc.», 1972, II, p. 203).
395
Al respecto, me remito al siguiente epígrafe referente a la iniciativa probatoria del juez
penal.
396
En este orden jurisdiccional, el art. 61 de la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de
la Jurisdicción Contencioso-administrativa faculta al órgano jurisdiccional para orde-
nar la práctica de cualquier medio de prueba en estos términos: «1. El Juez o Tribunal
podrá también acordar de oficio el recibimiento a prueba y disponer la práctica de
cuantas estime pertinentes para la más acertada decisión del asunto. 2. Finalizado el
período de prueba, y hasta que el pleito sea declarado concluso para sentencia, el órgano
jurisdiccional podrá también acordar la práctica de cualquier diligencia de prueba que
estimare necesaria».
que estos jueces y tribunales puedan ser parciales si proceden de oficio a prac-
ticar prueba, conclusión ésta por nadie compartida. Este razonamiento puede
extenderse igualmente al juez civil que deben resolver los denominados «pro-
cesos civiles no dispositivos», respecto del cual el art. 752.1.II LEC le atribuye
la posibilidad de «decretar de oficio cuantas [pruebas] estime pertinentes».
Por último, de igual modo, en el marco del procedimiento arbitral, el art. 32
de la nueva Ley 60/2003, de Arbitraje, permite al árbitro nombrar ex officio a
uno o más peritos397, sin que por ello se haya puesto en tela de juicio la debida
imparcialidad del árbitro.
c) En tercer lugar, debo advertir la contradicción que resulta de negar al
órgano jurisdiccional, por un lado, la posibilidad de ordenar una prueba, y
otorgarle, por otro, amplísimas facultades en su práctica hasta el extremo,
por ejemplo, de admitir o denegar una prueba, o de hacer preguntas a los
litigantes o testigos. Entiendo que la imparcialidad del juzgador puede per-
derse de igual modo si, en la práctica del interrogatorio de las partes o de los
testigos, o en la prueba pericial, formula preguntas o requiere explicaciones al
interrogado o al perito en virtud de los arts. 306.1.II, 347.2 y 372.2 LEC 398.
Como bien destaca Barbosa Moreira «llevada la suposición (de pérdida
de la imparcialidad del juzgador) hasta las últimas consecuencias lógicas, las
leyes deberían prohibir de modo absoluto cualesquiera iniciativas oficiales en
materia de prueba, lo cual probablemente jamás ocurrió y no es propugnado
siquiera por los más radicales representantes del «dispositivismo» en la cien-
cia procesal civil»399.
d) En cuarto lugar, se objeta a la iniciativa probatoria aquí analizada la
predisposición –aún inconsciente como señala Gutiérrez de Cabiedes–
del órgano jurisdiccional a otorgar distinto valor probatorio a los resultados
de los medios de prueba acordados ex officio400. Si bien ello excepcionalmente
es posible, entiendo que la solución a este temor viene dada por la vía de los
397
ara un comentario de esta norma, me remito a mi estudio Nombramiento de peritos por los
P
árbitros, en «Comentarios prácticos a la Ley de Arbitraje», dir. V. Guilarte Gutiérrez, edit.
Lex Nova, Valladolid, 2004, pp. 533 a 544.
398
Vid. Picó i Junoy, J., Comentarios a la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil, T.II, dir. A. Mª.
Lorca Navarrete, Edit. Lex Nova, Valladolid, 2000, pp. 1823 y ss.; 1913 y ss.; y 1999 y ss.
399
Breves reflexiones sobre la iniciativa oficial en materia de prueba, ob. cit., p. 156.
400
Ob. cit. pág. 433. En sentido análogo, Cordón Moreno afirma que el «órgano jurisdiccio-
nal, siquiera sea en el ámbito interno, tenderá a dar más crédito a los medios de prueba (y a
sus resultados) aportados por él que a los aportados por las partes, poniendo en peligro su
imparcialidad» (Introducción al derecho procesal, Edit. Eunsa, Pamplona, 1994, p. 142).
401
n este sentido, Devís Echandía destaca: «La imparcialidad del juez debe presumirse [...]
E
no existe razón para temerle a la parcialidad del juez si se le otorgan facultades inquisitivas
y libertad de apreciación [...]. Por otra parte, existen los recursos, la segunda instancia y la
casación para corregir las consecuencias de una parcialidad» (Teoría General de la Prueba
Judicial, T.I, Edit. Víctor P. de Zavalía, Buenos Aires, 1981, p. 130). De igual modo, vid.
Morello, A.M., La prueba. Tendencias modernas, ob. cit., págs. 213 y ss.
402
De este modo Sentís Melendo, al estudiar los peligros que pueden presentar los poderes del
juez, destaca que «la patología no debe servir nunca de pauta para apreciar la bondad o los de-
fectos de una institución» (Los poderes del juez (Lo que el juez puede o podrá), «Revista Jurídica de
Cataluña», 1976, III, p. 690). En este sentido, Guasp afirma que «no se comprende por qué se ha
de negar «a priori» la concesión de una facultad que se reputa conveniente por la mera posibilidad
–no cabe ni hablar de riesgo– de que se haga de ella un uso inconveniente» (ob. cit., p. 62).
403
Montero Aroca, J., Los principios políticos de la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil, edit.
Tirant lo Blanch, Valencia, 2002, pp. 116 a 124. De igual modo, vid. Alvarado Velloso,
A., Garantismo procesal contra actuación judicial de oficio, edit. Tirant lo Blanch, Valencia,
2005, pp. 94 a 118.
404
aruffo, M., Poteri probatori delle parti e del giudice in Europa, en «RTDPC», 2006, 2, p.
T
454. En la misma línea vid. Comoglio, L.P., Riforme processuali e poteri del giudice, edit.
Giappichelli, Torino, 1996, pp. 57 y ss.; y Abel Lluch, X., Iniciativa probatoria de oficio en
el proceso civil, ob. cit., p. 164.
405
Taruffo, M., Poteri probatori ..., ob. cit., p. 454.
406
Taruffo, M., La prova dei fatti giuridici, edit. Giuffrè, Milano, 1992, pp. 20 a 22.
407
Al respecto, me remito a mi estudio El derecho procesal entre el garantismo y la eficacia: un
debate mal planteado, en «La Ley», 2003, T. 5, pp. 1769 a 1775.
beral que tanto niegan la iniciativa probatoria al juez civil como le permiten
cierta iniciativa: así, podemos constatar la existencia de códigos procesales de
«corte liberal» elaborados en sistemas políticos no democráticos en los que el
juez es sustancialmente pasivo y no dispone de poderes probatorios autóno-
mos –como sucedió con el italiano de 1865 o el napoleónico de 1806–, y có-
digos procesales también de «corte liberal» elaborados en sistemas políticos
democráticos en los que sí se atribuye iniciativa probatoria al juez civil –así,
por ejemplo, podemos constatar en Francia la reforma en 1975 del Nouveau
Code de Procédure Civile y sus arts. 10 y 144; o las Federal Rules of Evidence
de EEUU de 1975 y sus rules 614(a), 614 (b) y 706408–. Otro ejemplo de este
erróneo planteamiento lo encontramos en las Transnational Rules of Civil
Procedure409, del año 2000, efectuadas por el American Law Institute –en co-
operación con la Unidroit– que prentenden armonizar o crear un cuerpo
unificado de normas básicas transnacionales en materia de litigios civiles y
en las que se prevé que el juez tendrá iniciativa respecto de las pruebas de
interrogatorio de testigos y de las partes, documental y pericial410, sin que
por ello pueda mantenerse que este texto es fruto de una ideología fascista,
autoritaria o comunista411.
408
Sobre este punto, vid. Taruffo, M., Poteri probatori ..., ob. cit., pp. 461 a 467.
409
El documento que analizo es el Preliminary Draft nº.2, de 17 de marzo de 2000, pu-
blicado por el American Law Institute (puede consultarse en Internet: www.ali.org/ali/
transrules.htm).
410
Así, respecto al interrogatorio de testigos y de las partes, la regla 22.3 establece: «A
party may call any person whose testimony is relevant and admissible, including that
party. The court may call any person on its own motion under the same conditions» (la cur-
siva es mía). Con referencia a la prueba documental, la regla 22.4 indica: «The parties
may offer in evidence any relevant document or thing. The court may order any party or
nonparty to present any relevant document or thing in that person’s possession» (la cursiva
es mía). Y finalmente, en materia de prueba pericial. la regla 23.1 establece: «The court
may appoint a neutral expert or panel of experts whenever, in the court’s discretion,
expert evidence may be helpful in resolving issues in the cases», y la regla 23.2 indica
que: «The court determines the issues that are to be addressed by the expert and such
tests, evaluations, or other procedures as are to be employed by the expert. The court
may issue orders necessary to facilitate the inquiry and report by the expert and may
specify the form in which the expert shall make its report».
411
En esta misma línea, otro texto internacional armonizador del derecho procesal civil es
el «Código Procesal Civil Modelo para Iberoamérica» que, elaborado desde el Institu-
to Iberoamericano de Derecho Procesal, fue aprobado en 1988 tras un largo período
de reflexión en el que han intervenido un gran número de procesalistas sudamericanos,
españoles e italianos. Este Texto –que ha sido acogido en nuevos Códigos procesales
414
l respecto me remito a mi monografía La imparcialidad judicial y sus garantías: la abs-
A
tención y la recusación, edit. J.Mª. Bosch editor, Barcelona, 1998, especialmente pp. 24-25,
51 y 104 a 108.
95. Es cierto que las limitaciones propias del hombre hacen que no siem-
pre pueda alcanzar la tan preciada «justicia», pero no lo es menos que ello no
debe ser obstáculo para que el legislador ponga en manos del juzgador los
medios suficientes al objeto de que ésta pueda lograrse en el mayor núme-
ro de ocasiones, máxime si con ello no se infringe precepto constitucional
alguno. Como ha indicado Taruffo, al estudiar el concepto de «justicia de
la decisión judicial» ésta no es nunca justa si se fundamenta sobre una de-
terminación errónea o inexacta de los hechos, por lo que concluye que la
certeza del juicio sobre los hechos es una condición necesaria para que pueda
415
ste ensayo constituye su conferencia de despedida como profesor de la Universidad de
E
California pronunciada en Berkeley el 27 de mayo de 1952. Junto con otros ensayos del
mismo autor se encuentra en la obra ¿Qué es Justicia?, Edit. Ariel, Barcelona, 1991 (pp.
35 a 63).
416
Taruffo, M., La prova dei fatti giuridici, ob. cit., p. 43. De igual modo, vid. Bulygin, E.,
Sull’interpretazione giuridica, en «Analisi e diritto», 1992, p. 25; y Parra Quijano, J., Ra-
cionalidad e ideologías en las pruebas de oficio, edit. Temis, Bogotá, 2004, pp. 4 a 8.
417
Taruffo, M., La prova …, ob. cit., p. 44.
418
Comparto las palabras de Barbosa Moreira cuando afirma: «Al juez le corresponde
esencialmente juzgar, y toda la actividad procesal está ordenada a proporcionarle los
medios necesarios para juzgar bien. Pero juzgar quiere decir aplicar las normas jurídi-
cas pertinentes a los hechos que han originado el litigio. De ahí que al órgano judicial
le es tan indispensable el conocimiento de los hechos cuanto el conocimiento de las
normas: y constituyendo las pruebas, como nadie ignora, la vía normal de acceso al
conocimiento de los hechos, resulta lógico estimar inherente a la tarea del juez la ini-
ciativa probatoria» (Breves reflexiones sobre la iniciativa of icial en materia de prueba, en
«Libro Homenaje al Profesor Jaime Guasp», Edit. Comares, Granada, 1984, p. 156).
De igual modo, Prieto-Castro y Ferrándiz mantiene que: «El Juez ha de poseer
facultades para averiguar la verdad de los hechos [alegads por las partes, añadiría]
y confrontar su correspondencia con los supuestos de las normas jurídicas, como
también para medir cuándo y en qué amplitud el arbitrio que multitud de normas le
conceden ha de ejercerlo. Si, pues, la libertad del juez es coartada, impidiéndole re-
mover aquellos obstáculos y provocándole dificultades en el segundo de esos aspectos,
el sistema procesal será imperfecto, teniendo este carácter de imperfección el nuestro,
ya que, por ejemplo, en muchos procesos no le permite decidir cuándo es necesaria la
prueba» (Tratado de Derecho Procesal Civil, Edit. Aranzadi, Pamplona, 1985, p. 531).
Finalmente, en esta línea vid. también Morello, A.M., La prueba. Tendencias moder-
nas, ob. cit., pp. 60 a 64.
419
n la línea de argumentar el aumento de los poderes de iniciativa probatoria del juez en
E
una mayor efectividad de la tutela jurisdiccional de los derechos litigiosos, esto es, en una
mayor eficacia del proceso, se pronuncian diversos autores en la obra Para un proceso civil
eficaz, coord. Ramos Méndez, Universidad Autónoma de Barcelona, Bellaterra, 1982.
Así, vid. Corbal y Fernández, J.E., La Administración de Justicia y la eficacia de la Ley
de Enjuiciamiento Civil: la primera instancia (pp. 99-100); y Cortés Domínguez, V., La
eficacia del proceso de declaración (p. 134).
420
Al respecto, me remito al estudio de Alonso-Cuevillas Sayrol, J., Las normas jurídicas
como objeto de prueba. Tratamiento del derecho extranjero y la costumbre en el proceso civil es-
pañol, edit. Tirant lo Blanch, Valencia, 2004, especialmente pp. 71 y ss.
421 V id. Picó i Junoy, J., Comentarios a la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil, AAVV,
T.II, dirigidos por Lorca Navarrete, Edit. Lex Nova, Valladolid, 2000, pp. 1826 y
2001.
422
Para un estudio detenido de estas diligencias finales me remito a los trabajos de Abel
Lluch, X., Las diligencias finales de oficio del art. 435.2 LEC, en «La Ley», 2003-5, pp.
1735-1741; Martín Ostos, J., Las diligencias finales, en «Revista del Poder Judicial»,
núm. 67, 2002, pp. 381 a 404; y Pérez Benítez, J.J., Las diligencias finales: su admisión en
todo tipo de procesos, en «La Ley», núm. 6554, 2006, pp. 1 a 9.
423
Sobre este particular, vid. mi trabajo Las diligencias para mejor proveer en el proceso civil:
entre el ser y el deber ser, ob. cit., pp. 629 a 640.
424
Derecho Jurisdiccional, T.II, 10ª edic., Edit. Tirant lo blanch, Valencia, 2001, p. 255.
425
Al respecto vid. las notas 372 y 408 a 410.
426
ocg, Congreso de los Diputados, Serie A, Núm. 147-9, de 26 de marzo de 1999, p.
B
260.
427
Bocg, Congreso de los Diputados, Serie A, Núm. 147-12, de 27 de julio de 1999, pp. 744
y 868.
cando que el tribunal: «[...] podrá señalar también la prueba o pruebas cuya
práctica considere conveniente». En mi opinión, en aras a ofrecer la tutela
judicial más justa posible, el juez debería procurar siempre actuar esta facul-
tad, con los límites indicados anteriormente, y que se prevén en esta misma
norma, y muy especialmente en aquellos juicios en los que no interviene un
abogado debido a su falta de preceptividad.
102. En mi opinión, la literalidad del art. 429.1.II LEC permite otra lec-
tura de la norma, en función de la cual se atribuya cierta iniciativa probatoria
428
sí, vid. Asencio Mellado, J.Mª., Derecho procesal civil. Primera parte, 2ª edic., Edit.
A
Tirant lo blanch, Valencia, 2000, p. 264; Cortés Domínguez, en AAVV., Derecho Pro-
cesal Civil, 3ª ed., Edit. Colex, Madrid, 2000, p. 266; Damián Moreno, J., Comentarios
a la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil, AAVV, T.II, ob. cit., p. 2160; idem, Estructura y
principios del proceso ordinario en la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil, «Revista General de
Legislación y Jurisprudencia», 2000, núm. 2, p. 185-186; De la Oliva Santos, A. (con
Díez-Picazo Giménez, I.), Derecho procesal civil. El proceso de declaración, Edit. Centro
de Estudios Ramón Areces, S.A., Madrid, 2000, p. 276; Gimeno Sendra, en AAVV.,
Derecho Procesal Civil, 3ª ed., Edit. Colex, Madrid, 2000, p. 27; Montero Aroca, J., en
AAVV, Derecho Jurisdiccional, T.II (Proceso civil), 9ª edic., Edit. Tirant lo Blanch, Valen-
cia, 2000, pp. 239, 255 y 272; Ortells Ramos, M., Derecho Procesal Civil, Edit. Aranzadi,
Elcano, 2000, pp. 365-366; Villagómez Cebrían, M., El nuevo marco procesal civil. Los
principios de la nueva LEC, «Tribunales de Justicia», 2000/5, pp. 525-526; Etxeberría
Guridi, J.F., ob. cit., pp. 276-277; y Abel Lluch, X., Iniciativa probatoria ..., ob. cit., pp.
149 a 153 y 182.
429
Respecto de la doctrina judicial de las Audiencias Provinciales, me remito a las resolucio-
nes recogidas en las obras Los poderes del juez civil en materia probatoria, coord. X. Abel y
J. Picó, edit. J. Mª Bosch, Barcelona, 2004, pp. 177 a 183, y en la de Lorca Navarrete,
A.Mª., Estudio jurisprudencial de los poderes del juez civil en materia probatoria, edit. Insti-
tuto Vasco de Derecho Procesal, San Sebastián, 2006, pp. 49 a 108.
430
Me refiero a mis trabajos El derecho a la prueba en el proceso civil, ob. cit., pp. 207 a 281; y
La iniciativa probatoria del juez civil y sus límites, ob. cit., pp. 269 a 302.
431
La iniciativa probatoria del juez se restringe al «hecho o hechos que, a su juicio, podrían
verse afectados por la insuficiencia probatoria» y tales hechos vienen delimitados por los
escritos iniciales de alegaciones de las partes.
432
En este sentido, se exige que el tribunal se ciña «a los elementos probatorios cuya existen-
cia resulte de los autos […]».
433
n este orden de ideas, en su momento, Montero Aroca afirmó que «si la prueba es
E
la actividad procesal que tiende a convencer al juez de la existencia o inexistencia de los
datos aportados en el proceso, va contra los más elementales principios de la lógica que el juez
no puede […] ni acordar la práctica de los medios probatorios más convincentes para formar su
convicción» [la cursiva es mía] (Juicio crítico …, ob. cit., p. 169).
434
sto es, epecialmente, para lo que interesa ahora, la fijación de los hechos controverti-
E
dos en orden a la precisa proposición y admisión de las pruebas. Por ello, entiendo con
Alonso-Cuevillas que el máximo aprovechamiento de las utilidades probatorias de
la audiencia previa «comportaría pues un necesario cambio de hábitos no sólo para los
letrados de las partes sino también para los juzgadores» (La audiencia previa al juicio, en
«Instituciones del nuevo proceso civil.», T.II, coord. J. Alonso-Cuevillas, edit. Difusión
Jurídica, Barcelona, 2000, p. 169). Y, en la misma línea, Abel Lluch destaca: «Tengo la
convicción que para que la audiencia previa pueda desplegar todas sus potencialidades
y las partes vean satisfechas sus expectativas procesales es imprescindible una presencia
activa y directiva del juez en dicha fase procesal» (La audiencia previa: entre el deseo y la
realidad, en «Revista del Poder Judicial», núm. 69, 2003, p. 367).