Balam
Balam
Balam
Figuran escenarios entre aguas y rieles, los ojos de un Yo que mira terriblemente
empático el sufrimiento de los otros. Podríamos decir que los migrantes en este libro
personifican y alimentan la figura de un Migrante Total, de un Hombre de Paso que deja tras
de sí “jirones de carne, a veces jirones de miedo”. Bajo una noche apátrida, reitera
constantemente el poeta, una noche que tiende a morir, los hombres caminan, los que en
palabras de Roque Dalton están cosidos a balazos y son eternos indocumentados, pero sobre
todo son los mejores artesanos del mundo.
Mara Salvatrucha o MS13 es el nombre de una maldición. Uno de los personajes que
aparecen en estos poemas, Juan López, apóstol del cemento y el alcohol, camina por las calles
y lleva en su cuerpo un tatuaje bajo la consigna Mara –cuatro letras solamente– y como por
cuestión de un azar pero destino, lleva la camisa de un equipo de futbol: tiene el dorsal
número trece. Es albañil y camina como todos los hombres con un agujero en el estómago.
Tres calles arriba, la Patrulla Antimara lo acecha y lo detiene: es cuestionado por su número
y tatuaje. Recibe un golpe seco y Juan López trae a su memoria otras escenas. Sonríe: “Juan
siente que flota y se hunde en un mar de algodones de ceiba, en un infinito mar de granos de
café, en el inmenso y verde mar de la noche en Tapachula.” Presagio brutal, Juan López es
encerrado y acusado de pertenecer a la Mara Salvatrucha o MS13. Versos después se nos
revela: Juan López lleva tatuada la maldición de cuatro letras: Mara, el nombre de su esposa:
Mara Noemí Hernández Sántiz. La mujer de Juan entonces recupera a su esposo a medio
morir. Abre la biblia y lee: No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara, porque en grande
amargura me ha puesto el Todopoderoso. Juan López no fue un Mara pero fue devorado por
la Marabunta.
La forma en que se desenvuelve este libro no puede ser otra: narrativo, ágil y de
lenguaje natural. Balam Rodrigo afirma que estas páginas fueron escritas con el propósito de
que al menos un par de libros le gustaran a su padre, y que fueran entendidos tanto por él
como por cualquier otra persona, particularmente quienes puedan reflejarse en los poemas de
carácter testimonial. La Marabunta habla y es testimonio de los 120,000 desaparecidos y
muertos, de los que esperan a sus seres queridos con la poca fe que el hambre permite
sostener, con el poco amor que pueda quedar por el aire.
La obra de Balam Rodrigo responde a las inquietudes estéticas e ideológicas de aquél
que aparentemente pertenece a Norteamérica y es mexicano, pero en fondo pertenece a
Centroamérica, a Chiapas y es habitante del mundo. Poeta apátrida, de sombra mutilada por
los hermanos también mutilados, el presente libro, Marabunta, es la inauguración de la
trilogía centroamericana que reza el testimonio de los muertos de pobreza y de sueños. “Las
raíces de la barbarie han comenzada a agigantar su terco paso” y el poeta lucha con el arma
que le corresponde: el lenguaje.
Las orillas del mundo, nombre del apartado final, es una elegía al padre cuyo fin es
revelar a la figura paterna como parte fundamental del arraigo de la voz lírica para con
Centroamérica: Levantabas el machete de tu entereza para segar el miedo […] Nunca bajaste
la mirada para arrojar al suelo los signos de la duda, ni habitó en tu boca el insecto cruel de
la desesperanza.”, más adelante, nos dice: “En el aire de Guatemala y Soconusco permanece
tu voz, padre, partiendo en dos la frontera y las aguas muertas del río Suchiate”. En el espacio
de Marabunta, este último apartado regresa a las primeras líneas del volumen: El rio y el viaje
padre e hijo, la función del viaje como actividad empática y humana. Líneas atrás he dicho
que el mismo Balam afirma que este libro es por y para su padre (hombre que a su vez es
todos los inmigrantes del mundo), y las últimas palabras de este libro, el último poema, nos
dice: Padre, tu libro ha sido escrito por un hombre roto y vencido por la interminable hondura
de tu partida, causada por las invisibles tenazas del cangrejo solar que devoró tu hígado y lo
encadenó a la montaña del dolor: efigies del águila y del quetzal grabadas en las monedas
de las dos patrias que mi madre puso en tus ojos y en tu boca, para que el balsero pudiese
llevar tu cuerpo al otro lado del mundo.