Cultura Ecuatoriana
Cultura Ecuatoriana
Cultura Ecuatoriana
Índice
o
La Primera Generación de Quito
o
Colegio de San Juan Evangelista
o
El Colegio de San Andrés
o
Profesorado y Alumnado
o
Reorganización del Colegio en 1568
o
Fin del Colegio
•
o Capítulo II
o
Organización social
o
Instrucción Pública
o
Vida de Cabildo
o
Organización Eclesiástica
o
La vida religiosa
o
Las Alcabalas
•
o Capítulo III
o
Arquitectura
o
Orfebrería
o
Imaginería
o
Diego de Robles
o
Luis de Ribera
o
Fray Pedro Bedón
•
o Capítulo IV
o
Hacia los estudios universitarios
o
Universidad de San Fulgencio
o
Los Jesuitas en la enseñanza pública
o
La Instrucción Pública en las demás ciudades de la Audiencia
o
Materias y Textos de enseñanza
•
o Capítulo V
•
o Capítulo VI
Manifestaciones artísticas, literarias y sociales
o
Festejos por la canonización de San Raimundo
o
Festejos por el nacimiento de Felipe IV
o
La fiesta de Corpus
o
Los funerales de la reina Margarita de Austria
o
La colección de obras de arte del presidente Morga
o
Escritos literarios
o
Itinerario para párrocos de Indias
o
El excelentísimo señor fray Gaspar de Villarroel
o
La obra de Machado de Chaves
o
Los padres José de Maldonado y Álvarez de Paz
•
o Capítulo VII
I.- Arquitectura
o
Monasterios y recoletas
o
La obra de fray Antonio Rodríguez
o
Construcciones Dominicanas
o
Guápulo
o
El hermano Marcos Guerra
o
El Carmen antiguo
o
La construcción de San Agustín
•
o Capítulo VIII
II.- Escultura
o
El barroco de los retablos
o
Cofradías y pasos de Semana Santa
o
Imaginería
o
Los escultores
•
o Capítulo IX
III.- Pintura
o
Hernando de la Cruz
o
Miguel de Santiago
o
Nicolás Javier Goríbar
•
o Capítulo X
o
I.- Los estudios en la Orden Dominicana
o
II.- Los Dominicos aspiran a fundar Universidad en Quito
o
III.- Proceso de la fundación del Colegio de San Fernando y
Universidad de Santo Tomás
o
IV.- Instalación del Colegio
o
V.- Biblioteca y enseres del Colegio
o
VI.- Organización de los estudios
o
VII.- Los fundadores del Colegio y Universidad
o
VIII.- Profesorado y estudiantado
o
IX.- Método de Enseñanza
o
X.- Textos manuscritos
o
XI.- Los graduados
o
Los estudios en San Francisco
•
o Capítulo XI
o
La enseñanza en las ciudades de la Audiencia
•
o Capítulo XII
o
-I-
o
- II -
o
- III -
o
- IV -
o
-V-
o
- VI -
o
- VII -
o
La primera imprenta en la Audiencia de Quito
o
Aporte cultural de los Jesuitas desterrados
•
o Capítulo XIV
o
La nueva Universidad de Santo Tomás
o
Ambiente cultural de Quito en el último decenio del siglo
XVIII
o
Las ideas en la organización de los estudios
o
La Enseñanza Superior en los últimos años de la Colonia
o
Los Colegios de San Fernando y de San Luis
•
o Capítulo XV
o
La obra educativa de García Moreno
o
La enseñanza después de García Moreno
o
La enseñanza desde el Gobierno del general Alfaro
o
Ojeada general de la Instrucción Pública después de 1916
•
o Capítulo XVI
I.- Arquitectura
o
Fachada de la Compañía
o
La Sala Capitular de San Agustín
o
El Carmen Moderno
o
Capilla del Hospital
o
El Hospicio
o
El Tejar
o
Camarín del Rosario
o
Iglesia de El Belén
o
Urbanismo Quiteño Colonial
•
o Capítulo XVII
II.- Escultura
o
Retablos
o
Bernardo de Legarda
o
Caspicara
o
Platería
•
o Capítulo XVIII
o Las Bellas Artes en el siglo XVIII
III.- Pintura
o
Pintores quiteños en la Flora de Bogotá
o
Bernardo Rodríguez
o
Manuel Samaniego y Jaramillo
•
o Capítulo XIX
•
o Capítulo XX
o
La interpretación del paisaje ecuatoriano
o
La pintura ecuatoriana y su función social
o
La crisis del arte religioso
o
Individualidad y evolución
o
Representantes de la escultura
o
Estímulos y crítica
o
Museos y colecciones
•
o Capítulo XXI
Historiografía ecuatoriana
o
Primeros protagonistas
o
Escenario - Toponimia - Lengua
o
Crisol de Ecuatorianidad
o
Actas de las Cabildos
o
Relaciones geográficas
o
Compendio historial del estado de los indios del Perú
o
Descripción y Relación del Estado Eclesiástico del Obispado
de San Francisco de Quito, por Diego Rodríguez Docampo,
clérigo. Año de 1650
o
El padre Pedro Mercado y su Historia de la Provincia del
Nuevo Reino y Quito de la Compañía de Jesús
o
La Historia del padre Juan de Velasco
o
Pedro Fermín Cevallos
o
Federico González Suárez
o
La Academia Nacional de Historia
o
Jacinto Jijón y Caamaño
o
Nuevos Investigadores
o
Historias con criterio de Partido
o
La enseñanza de la Historia
o
Aportes Monográficos
o
Fuentes documentales para la Historia del Ecuador
o
Revisión de la Historia Ecuatoriana
•
o Capítulo XXIII
o
La Casa de la Cultura y el Patrimonio Artístico
o
Economía de la Casa de la Cultura
Introducción
Hace muchos años me dejé impresionar por la lectura de las Reflexiones
sobre la Historia del Mundo de Jacob Burckhardt. En su afán de comprender la
realidad histórica, insinuaba el estudio de la Religión, la Cultura y la Política,
tres factores principales, cuya eficiencia y mutuas relaciones, permitían adivinar
las causas secretas que determinan el proceso y cambio de la Historia. El
mismo Burckhardt aplicó este criterio a su Historia del Renacimiento Italiano.
Desde entonces acá se han aumentado los puntos de vista para abarcar la
realidad histórica, se han utilizado nuevos métodos de interpretación, se ha
organizado una historiología. Sobre todo, se ha impuesto el término Cultura,
como el más adecuado para traducir el proceso de la Historia, tanto que hoy en
día la llamada Historia Universal se ha convertido en Historia de la Cultura.
¿Cuál es, en este caso, el significado de la palabra Cultura? Un sentido, de
origen germano, entiende como el conjunto de individuos que a lo largo del
tiempo, en un espacio determinado, han poseído una misma concepción de la
vida. Historia de la Cultura sería, según esto, el proceso histórico de un pueblo,
juzgado por sus creaciones espirituales. Otro sentido, de origen francés, —8→
entiende por cultura el conjunto de hechos de un pueblo, que pueden ser
comprendidos por el historiador en testimonios, es decir, en hechos presentes
significativos. Como es fácil comprender, estos dos sentidos se interfieren y
completan. La Cultura histórica de un pueblo implica su cultura espiritual
reflejada en la objetividad de los hechos humanos.
—9→
—11→
Capítulo I
Primeras manifestaciones de realce cultural
—12→
No consta en el padrón de fundadores el nombre de mujer alguna. El 4 de
marzo de 1542, el capitán Alonso Hernández, Procurador por el Cabildo de
Quito ante la Corte, hizo presente al Emperador que «muchos vecinos de Quito
encomenderos estaban casados en España y tenían, sus mujeres e hijos y
algunos de ellos estaban amancebados con las indias». En consecuencia,
consiguió una cédula real que mandaba a los que eran casados trasladasen
sus mujeres a Quito en el plazo de tres años. Rodrigo Núñez de Bonilla y
Alonso Bastidas hicieron venir de Méjico a sus novias, María de la Cueva e
Isabel de la Cueva, que habían formado parte del cortejo de doncellas nobles
que don Pedro de Alvarado trajo a la Nueva España en compañía de su mujer
doña Beatriz de la Cueva. Gonzalo Días de Pineda casó con doña Beatriz, hija
de Pedro de Puelles. Diego de Torres contrajo matrimonio con Isabel de
Aguilar. Pedro Martín Montanero desposó con María Jaramillo. De estos
enlaces de padres españoles nacieron los primeros criollos quiteños. A
propósito de estos matrimonios cabe recordar el episodio narrado por Garcilaso
de la Vega. Cuando llegó don Pedro de Alvarado a Huahutimallan con las
doncellas destinadas a los conquistadores, se hicieron fiestas de presentación
y regocijo. «En una de ellas acaeció, que mirando un sarao que había, las
damas miraban la fiesta desde una puerta que tomaba la sala a la larga.
Estaban detrás de un antepuerta, por la honestidad y por estar cubiertas. Una
de ellas dijo a las otras: "Dicen que nos hemos de casar con estos
conquistadores". Dijo otra: "¿Con estos viejos podridos nos habíamos de
casar? Cásese quien quisiere, que yo, por cierto, no pienso casar con ninguno
de ellos. Dolos al Diablo: parece que escaparon del infierno, según están
estropeados: unos cojos y otros mancos, otros sin orejas, otros con un ojo,
otros con media cara y el mejor librado la tiene cruzada una y dos y más
veces". Dijo la primera: "No hemos de casar con ellos por su gentileza, sino por
heredar los indios que tienen, que, según están viejos y cansados, se han de
morir presto, y entonces podremos escoger el mozo que quisiéramos en lugar
—13→ del viejo, como suelen trocar una caldera vieja y rota por otra sana y
nueva"».
Esta previsión femenina se convirtió en realidad. Además de los ya
mencionados, Catalina Calderón, viuda de Alonso de Castro, casó con Diego
Sandoval; Beatriz Díaz de Pineda, con Juan de Illanes y después con
Francisco de Campos; Isabel de Aguilar, con Rodrigo de Paz; María Jaramillo,
con Alonso de Paz. Algunos criollos huérfanos heredaron la encomienda de
sus padres: algunas viudas traspasaron la herencia a sus segundos maridos.
Juan Griego fue el primer maestro que enseñó a leer y a escribir a criollos y
mestizos, a costa de los padres de familia. Como su gentilicio lo indica, fue
originario de Grecia. Se estableció en Quito a raíz de la conquista. Asentó
plaza de mercader y se comprometió a enseñar las primeras letras. Más tarde,
para sacarlo de Quito, se le acusó de haber intervenido en la rebelión de
Gonzalo Pizarro. En su defensa pudo alegar el testimonio de fray Jodoco
Ricke, fray Pedro Gocial y de algunos de sus discípulos. Estos manifestaron
que su maestro les adiestró en lectura y escritura en la Catedral, que a falta de
sitio adecuado, sirvió de iglesia y de escuela1.
Con la venida del ilustrísimo señor Díaz Arias a Quito se sintió la necesidad
de una casa de escuela aparte.
Del texto de este dato hay que subrayar el aprecio de la capacidad mental
que demostraba esta primera generación de quiteños. A esta sazón vino como
custodio del Convento de San Francisco, el padre Francisco de Morales,
espíritu organizador que fundó el primer centro de enseñanza, con el nombre
de Colegio de San Juan Evangelista. Después de cinco años de
funcionamiento de este plantel, el padre Morales levantó una información, el 3
de julio de 1557, ante el gobernador Gil Ramírez Dávalos, con el objeto de
obtener una ayuda económica para continuar la obra de la educación de la
niñez quiteña. De la respuesta que dieron los testigos, se deducen los detalles
de la organización de este primer Colegio.
Desde el principio esta iniciativa franciscana halló la voz de aliento tanto del
Virrey como del Obispo. Fray Francisco de Morales escribió al respecto a
Carlos V, el 13 de enero de 1552: «para hacer esto tenemos, por la gracia de
Nuestro Señor y diligencia de Vuestra Alteza, todo el favor acá posible con el
virrey don Antonio de Mendoza y con el Obispo de Quito, el cual, como
verdadero Obispo, en persona cada fiesta doctrina los indios cuyo pastor es, y
en todo lo demás que a su oficio toca, ninguno pudiéramos desear, ni más
cuidadoso ni más religioso»3. Cosa de seis años duró el Colegio de San Juan
Evangelista merced al heroico esfuerzo de los padres franciscanos. Pero la
obra no podía continuar sin respaldo económico. El padre Morales, durante su
custodianía, pudo darse cuenta de que aumentaban los alumnos con el
proceso de los grados y crecían los gastos de parte de la Comunidad.
Uno de los testigos afirmó que los religiosos tenían que imponerse
privaciones para poder sostener el Colegio.
—17→
Profesorado y Alumnado
Junto a fray Jodoco estaba su compatriota fray Pedro Gocial, —19→ a quien
llama fray Pedro Pintor, el Obispo Lizárraga8. Efecto de su enseñanza fue el
que los alumnos salieran «perfectos pintores y escritores y apuntadores de
libros».
Internos y externos se reunían a la salida del sol para iniciar las clases.
Comenzaban con la recitación en voz alta de la Doctrina Cristiana y luego los
que ya sabían leer rezaban a coros el Oficio de la Virgen hasta nona. En
seguida se distribuían a las clases para estudiar, según los días de la semana,
catecismo, lectura, escritura, canto, gramática, rudimentos de latín y tañido de
instrumentos. A las nueve, al son de campana, se alzaban de las clases y
acudían todos a la iglesia a oír la Misa, en que se ejercitaban a acolitar y
practicar el canto. Concluida la Misa, salían los externos a almorzar en sus
casas y los internos en el comedor del Convento.
La última etapa del Colegio duró trece años. Desde 1551 a 1581 habían
transcurrido tres decenios en que los padres de San Francisco sostuvieron el
plantel a costa de labor heroica. La ayuda de las cajas reales era escasa y
dependía de la voluntad no siempre favorable de los funcionarios. A la escasez
económica se sumó la actitud de los Obispos, que reclamaban la asistencia de
los indios a la iglesia Catedral y el reemplazo en las Doctrinas de los padres
Franciscanos con elementos del clero secular. Además, a partir de 1568, el
obispo de la Peña había distribuido las parroquias y doctrinas de la Diócesis de
Quito, señalando a los Franciscanos treinta y siete en el callejón interandino.
Este servicio religioso requería personal que naturalmente debía salir del
Convento Máximo. Quizá se deba a esto la resolución de los Comisarios de
deshacerse de la obligación del Colegio que demandaba personal estable en
Quito.
Capítulo II
Situación histórico-social de Quito en la segunda mitad del siglo XVI
Organización social
En las actas del Cabildo del 7 de junio de 1549, constan veinte y siete
encomenderos que recibían tributo de los indios. En —28→ la información de
1577 el número asciende a treinta y nueve. De estas encomiendas, once
habían pasado a los hijos de los conquistadores; cinco, a través de las viudas,
al nuevo marido de éstas; nueve gozaban sus encomenderos por dos vidas; las
demás habían sido concedidas posteriormente. El territorio de estos
repartimientos estaba comprendido entre Tulcán al norte y Tixán al sur. El
número de indios tributarios, con edad de dieciocho a cincuenta años, era de
cincuenta mil; el total, contando mujeres, niños y viejos, ascendía a doscientos
mil. Los tributos, tanto en dinero como en especies, se pagaban
semestralmente, el 24 de junio y el 25 de diciembre. Eran las fechas en que se
proveían con abundancia el mercado y el comercio y se abarataba la vida.
—30→
Instrucción Pública
Fray Juan Cabezas de los Reyes, en la probanza de 1568, atestiguó que las
familias españolas acomodadas pagaban doce pesos anuales a maestros que
instruían privadamente a sus respectivos hijos.
—32→
Vida de Cabildo
El día de Año Nuevo los Regidores, propietarios por merced del Rey,
acudían a la catedral a oír la misa del Espíritu Santo. Luego se dirigían a la
casa del Cabildo para proceder a la elección de dignatarios, con asistencia del
Corregidor o Justicia Mayor. Mediante votos libres elegían dos alcaldes, que
después de prestar el juramento recibían la vara de justicia para ejercer sus
oficios. De inmediato se pasaba a elegir al Procurador o Mayordomo de la
ciudad y a los tenedores de los bienes de difuntos.
Los Regidores eran nueve. De ellos se turnaban cada tres meses de dos en
dos a ejercer el oficio de diputados y fieles ejecutores. Los demás
desempeñaban los cargos de alguacil mayor, dos de alguaciles menores, un
alcalde de cárcel pública, un tesorero y contador con voto en el Cabildo.
Asimismo el Cabildo tuvo cuenta de vigilar los ejidos para defensa de sus
mojones; de impedir la tala de los montes destinados a provisión de leña; de
obligar a empedrar las calles y conservarlas con aseo; de controlar la
edificación de las casas; de imponer los aranceles para las obras de artesanía;
de exigir contrato previo para el trabajo de servicio doméstico y en los campos.
Organización Eclesiástica
La vida religiosa
Desde la segunda mitad del siglo XVI comienzan a figurar religiosos nativos
de Quito, que integraban el personal con que contaban Franciscanos,
Dominicos y Mercedarios. El número de criollos fue creciendo tanto, que al
concluir el siglo se estableció la ley de la alternativa, como una respuesta de la
Iglesia a los derechos que por igual tenían los religiosos venidos de España y
los nacidos en suelo americano.
Los religiosos doctrineros eran elegidos del personal español y criollo que
componían la Provincia. Uno de ellos, el presentado fray Gregorio García, que
vino a Quito en 1587, fue destinado a la Doctrina de los Paltas, en la Provincia
de Loja. Ahí permaneció nueve años después de los cuales regresó a España,
recorriendo antes el territorio de Méjico. Del tiempo libre aprovechó para
documentarse sobre los libros que editó más tarde en la Madre Patria. El uno
se intitula Origen de los Indios en el Nuevo Mundo e Indias Occidentales, y el
otro Predicación del Evangelio en el Nuevo Mundo, viviendo los Apóstoles. En
ambos hace alusiones concretas al tiempo que sirvió de Doctrinero y a las
observaciones que hizo en su estadía en Quito y entre los indios paltas.
También atestigua el uso práctico que se dio, para el aprendizaje del quichua, a
la Gramática de fray Domingo de Santo Tomás20. Reflejo claro de este
apostolado doctrinero fue también el libro Compendio historial del estado de los
Indios del Perú, compuesto por el Maestre Escuela de Quito, Lope de Atienza.
Debió ser escrito antes de 1575, pues está dedicado a Don Juan de Ovando
que murió precisamente en ese año. La obra se refiere a las costumbres de los
indios de la Diócesis de Quito y al método de evangelizarlos con provecho21.
—40→
Las Alcabalas
Las conclusiones a que llegó el padre Bedón fueron las siguientes: «1.ª, no
fue acto virtuoso ni lícito enviar a pedir gente armada para castigar los que en
orden de alcabalas habían dilinquido, ni menos para entablar las alcabalas; 2.ª,
no era lícito poner por fuerza las alcabalas: no quería decir con esto que las
alcabalas eran ilícitas siendo moderadas, sino que se debían imponer con
suavidad y no con violencia; 3.ª, aunque según ley natural —42→ pudiera el
pueblo defenderse si no tuviese fácil recurso al Rey, de un Presidente o Juez
injusto que apurase su gobierno con armas; sin embargo, si de la defensa se
siguieren mayores inconvenientes, lo aconsejado sería soportar el castigo,
dejando al Juez la responsabilidad de los sucesos».
A estas conclusiones añadió el padre Bedón la cuestión que sigue:
«Pregúntese si la guerra ofensiva que el General de Arana hace contra la
ciudad de Quito es lícita. Algunos teólogos, siendo informados de que sólo se
había movido a hacerla por ciertos delitos dignos de castigo, dijeron que era
lícita; pero aquí es menester atender a otras circunstancias para dar justa
censura, porque aun decir que por delitos particulares se ha de enviar gente
armada es negocio ilícito y peca mortalmente el juez que así atroz y
desproporcionadamente quiere castigar a sus súbditos y está obligado a
restituir todos los daños y menoscabos que de esto se siguieren»24.
Veinte años antes, el padre franciscano fray Juan Cabezas de los Reyes
había predicado una serie de sermones en la Semana Santa de 1568. En esas
pláticas al pueblo sostuvo algunas proposiciones que desconcertaron el buen
sentido cristiano de los fieles. A pedido de ellos hubo de intervenir el prior de
dominicos fray Domingo Valdés para exponer, en la vigilia de la Ascensión, la
doctrina verdadera sobre el pecador, la gracia y la oración. El celo pastoral del
ilustrísimo señor de la Peña tomó a serio el asunto y obligó a discutir la
ortodoxia de los principios dogmáticos sostenidos por el predicador
franciscano. En esta ocasión se puso de manifiesto la preparación teológica de
franciscanos y dominicos, —43→ que representaban a las Escuelas,
respectivamente, de Escoto y Santo Tomás. El padre Cabezas de los Reyes se
vio obligado a consignar por escrito los principios que había sostenido para
someterlos al tribunal de la Inquisición. El asunto terminó con la fuga a México
del predicador franciscano, con quien, desde luego, no se solidarizaron sus
hermanos de hábito.
—[44]→ —45→
Capítulo III
Las artes en el siglo XVI
Arquitectura
Orfebrería
Imaginería
—57→
—59→
Luis de Ribera
—60→
¿Quiénes eran estos pintores españoles e indios, que trabajaron para las
honras de Felipe II? De entre los españoles, fue probablemente uno, Luis de
Rivera, a quien ya conocemos. Otro pudo ser fray Pedro Bedón, que se hallaba
entonces de prior del Convento de Quito y bajo cuya dirección se hallaban
algunos pintores indios. En 1598 el padre Bedón pasaba de los cuarenta.
Había cursado sus estudios de Teología en Lima, donde aprendió el arte de la
pintura. Siguiendo a Meléndez se ha tenido por cierto que el maestro del padre
Bedón fue Mateo Pérez de Alesio. Se ha comprobado ya la inconsistencia de
este dato, por cuanto la presencia del pintor italiano en Lima fue posterior a la
estadía del padre Bedón en ella. Hoy se acepta, más bien, el influjo sobre
nuestro pintor del hermano jesuita Bernardo Bitti, que estuvo en Lima entre los
años 1576 y 1585, con cuyas pinturas guardan semejanza las del padre
Bedón41. De esta etapa de aprendiz dice Meléndez que el joven sacerdote
ocupaba el tiempo libre «en pintar cuadros de Nuestro Señor y de su Madre
Santísima y otros santos, que hacía con gran primor».
—61→
Entre éstos el más conocido es Andrés Sánchez Gallpe, con quien hizo
pintar el oidor Barrio de Sepúlveda el retrato de los negros de Esmeraldas, para
enviarlo a Felipe III el año de 1598. Sánchez Gallque era de los más fervorosos
cofrades del Rosario y en unión de otros indios costeó no pocas veces los
gastos de la fiesta de Nuestra Señora. Entre 1591 y 1592 estuvo de paso en
Quito el pintor italiano Ángel Medoro, quien pintó para el Convento de Santo
Domingo un blasón heráldico, sostenido por cuatro ángeles y para la
Concepción una Imagen de Nuestra Señora, ambas pinturas en telas de
idéntica factura. Fue a la segunda vez que el padre Bedón estuvo en relación
con un pintor italiano, que dejó huella en su manera de ejercitar el arte.
En 1593 el padre Bedón salió para Nueva Granada por motivo de las
alcabalas, en que había dado a conocer su pensamiento por escrito. Se
estableció al principio en Bogotá, donde distribuyó su actividad entre la
enseñanza y la práctica de la pintura. Refiriéndose al año de 1594, escribe el
padre Alonso de Zamora: «Muy a principios del Provincialato del reverendísimo
padre maestro fray Pedro Mártir, tuvo esta Provincia y convento del Rosario, la
dicha, de que de la de Quito viniera el venerable padre maestro fray Pedro
Bedón, cuyas firmas se veneran en sus libros como reliquias. En ellos se
hallan, como Depositario en estos años, y en el Refectorio en el año de 1594,
cuya pintura se debe a sus manos. Con ellas manifestó las imágenes de
diferentes pensamientos, el gran espíritu y devoción que tenía a los santos.
Siendo toda la pintura en las paredes de todo el Refectorio y habiendo cien
años que lo pintó, están hoy tan vivos los colores, que no sólo admiran, sino
que mueven a devoción, porque en todo imprimió la viveza de la que tenía en
el corazón. Estuvo también en la ciudad de Tunja, en que pintó algo de su
Refectorio, que hasta hoy permanece con grande ostentación y reverencia,
rezando todos los días el rosario a coros en su capilla, que empezó a fabricar y
en todo resplandece la devoción cordial, que tenía a la Virgen Santísima —62→
su venerable Fundador»42. En Tonja debió apreciar las pinturas que hacía poco
había realizado ahí su maestro y amigo, Ángel Medoro. En 1598 estuvo de
vuelta en Quito, donde fue elegido de Prior y como tal intervino en el Capítulo
Provincial, celebrado ese mismo año en el mes de septiembre. En la epístola
preliminar a las actas se contiene la teoría del arte, tal como se entendía a fines
del siglo XVI en Quito. «Tres cosas son sumamente necesarias, para que
alguien pueda adquirir con perfección la ciencia de alguna cosa: el arte, el uso
y la imitación. El arte, para enseñar las reglas y principios; el uso para la
práctica del ejercicio y la imitación para poner ante la vista los modelos. Esta
doctrina se pone en evidencia en un pintor perito, el cual, para adquirir a
perfección su arte, necesita primeramente que le enseñen las reglas del arte,
los modos de componer los colores, la proporción con que se los debe mezclar
y la manera de pintar las imágenes; en segundo lugar, necesita el uso, porque
nunca resultará pintor si no se ejercita en la pintura; en tercer lugar, ha
menester de excelentes modelos, en los cuales vea cumplidos a cabalidad
todas las reglas de teoría». Por estas expresiones se echa de ver que el padre
Bedón no fue simplemente un pintor; sino que, en el afán de enseñar el arte a
sus discípulos, llegó a formular las reglas prácticas que debían ellos observar
en la Escuela de Pintura.
—[64]→ —65→
Capítulo IV
La instrucción pública durante el siglo XVII
Fray Luis López de Solís, cuando Provincial de los Agustinos del Perú,
envió a Quito a los padres Luis Álvarez de Toledo y Gabriel de Saona, con la
misión de establecer la Orden Agustiniana en el territorio de la Audiencia. Los
fundadores, ambos de prestigio, trajeron recomendación de Felipe segundo y
del virrey Francisco de Toledo, lo cual les facilitó el cumplimiento de su
cometido. Al principio se hospedaron transitoriamente en la parroquia de Santa
Bárbara y luego tomaron posesión del sitio definitivo que les proporcionó la
Audiencia. El padre Álvarez de —68→ Toledo, deudo del Virrey, consiguió en el
capítulo de 1575 la aceptación canónica del primer Convento Agustiniano de
Quito y el envío de un grupo de selectos religiosos. En 1581 se comenzó la
construcción de la iglesia y el convento, bajo la dirección del arquitecto
extremeño Francisco Becerra.
El ilustrísimo señor López de Solís tuvo que afrontar los problemas que se
suscitaron desde la iniciación del Seminario. Ante todo, el económico; por la
resistencia que opusieron las doctrinas servidas por religiosos. Luego, el del
local destinado a residencia de los alumnos. También el de la organización total
de los estudios.
No fue del agrado pleno del Padre General la aceptación del Seminario.
Habría preferido que la Compañía tuviese su Colegio independiente para
seglares como había comenzado. A los padres que habían intervenido en la
fundación del Colegio Seminario pidió explicaciones para justificar el hecho.
Una vez aceptada esta —74→ realidad, la Compañía de Quito tuvo que atender
a la vez a los seminaristas y a los alumnos seglares. «Su enseñanza se
extendía a toda clase de personas sin excepción de ninguna clase, a sus
religiosos, hasta terminar el curso de teología en su propio colegio, llamado
Máximo porque incluía la filosofía y teología; a los alumnos del Seminario
desde la gramática latina hasta terminar la teología; a los seglares desde
primeras letras hasta concluir esta misma facultad»51. Estos se dividían en
externos, o sea los que vivían en la ciudad de Quito, y en Colegiales, que
moraban en el Seminario, pagando su pensión. Para esta paga se procuraron
becas para Seminaristas y para los estudiantes pobres.
—78→
—80→
Capítulo V
La oratoria sagrada en el siglo XVII
—82→
—83→
Del siglo XVII hay, conocidos hasta el presente, tan sólo cuatro referencias
de sermones que fueron impresos. La primera es la oración fúnebre del padre
Alonso de Rojas en las honras de Mariana de Jesús, que se imprimió en Lima
el año de 1646. La segunda es el Panegírico de San José, predicado en la
Iglesia de la Merced, por el padre dominico fray Juan de Isturizaga, que vio la
luz en Lima el año de 1652. La tercera, la colección impresa en Lima en 1688
de tres sermones predicados por don Francisco Rodríguez Fernández, sobre la
maternidad de María, en la iglesia de la Concepción el año de 1680, acerca de
Santa Gertrudis en la iglesia de San Agustín en noviembre de 1680 y en Lima,
entre 1687 y 1688, a los desagravios de Nuestra Señora del Aviso. La cuarta
es la Exhortación panegírica y moral en las rogativas que hizo la Real
Audiencia y la ciudad de Quito, por causa de los terremotos que ha padecido la
ciudad de Lima, que predicó el día sexto del Novenario el muy reverendo padre
maestro Pedro de Rojas y fue impresa en Lima el año de 1689.
Son, en cambio, copiosos los datos y sermones manuscritos del siglo XVII,
que reflejan el ambiente religioso que respiró el pueblo. El escribano Diego
Rodríguez de Ocampo escribió la relación de las fiestas que se hicieron en
Santo Domingo de Quito, para celebrar la canonización de San Raimundo de
Peñafort, obtenida por la mediación de Felipe III. Las solemnidades fueron
oficiales, con asistencia, por consiguiente, de las autoridades civiles y
eclesiásticas. El domingo, 26 de julio de 1603, primer día de los festejos,
predicó el padre dominico fray Gaspar Martínez, sobre el tema: Vos estis sal
terra. Se desempeñó «doctamente y con la gallardía y doctrina que de ordinario
predica a satisfacción de tan buenos oyentes como tuvo». El lunes, que corrió
por cuenta del Cabildo Catedralicio, llevó la palabra el doctor Andrés de Zurita,
quien predicó «con linda traza, lenguaje y curiosidad, ponderando como Dios
es admirable en hacer santos como lo hizo en San Raimundo».
Entre los sermones manuscritos, unos pocos llevan el nombre del autor; los
más son anónimos. En todo caso, constituyen documentos para conocer por
ellos el estilo con que se predicaba y las devociones que tenían los fieles del
siglo XVII. Del franciscano fray Diego de Escalante se conserva el sermón
predicado el tercer miércoles de Cuaresma del año 1658. Del padre Dionisio
Guerrero existen manuscritos un panegírico de San Juan Bautista predicado en
Cádiz en 1650 y un Sermón de Nuestra Señora del Buen Suceso predicado en
Quito el 14 de julio de 1674. Del padre jesuita Isidro Gallegos se ha conservado
un sermón de San Jerónimo, predicado en la Catedral de Quito el 30 de
setiembre de 1686. A San Jerónimo se eligió como Patrono contra los
temblores que sacudían periódicamente a Quito. El tema versa sobre el temor y
la fortaleza y desarrolla, a base de las concordancias bíblicas, un discurso ágil
y patético, no obstante las reiteradas citas de textos en latín. Aduce ya una
razón física explicativa de los sismos. «El temblor de la tierra, dice, es efecto de
la vanidad —86→ e inquietud altanera de los aires que en sus entrañas
encierra, los cuales no pudiendo sufrir la opresión de encerramiento tan
abatido, bulliciosos hasta romperla la conmueven por salir al desahogo de su
esfera». Del padre fray José Fernández Velásquez existe, predicando en 1680
un Sermón de Nuestro Seráfico Padre San Francisco, Hermandad de Nuestro
Padre Santo Domingo y amistad con la Compañía de Nuestro Padre San
Ignacio, en día que se estrenaron las andas y demás ricas preseas en este
Convento de San Pablo de Quito58.
Se ha conservado, asimismo, un volumen de sermones manuscritos que
fueron predicados en la ciudad de Ibarra, desde el año 1660 hasta el de 1681.
Contiene en total cuarenta y un discursos sobre variados asuntos. No ha sido
posible señalar con certeza el nombre del autor, que fue religioso de Santo
Domingo. De los datos internos se deduce que fue Ibarreño, hijo de Catalina
Calderón y hermano de un padre jesuita. Entre los religiosos de mediados del
siglo XVII figura el padre Jacinto Calderón, calificado como buen predicador y
nacido en Indias. Lo positivo es que la serie de sermones revela un orador
distinguido, por el fondo teológico y la forma literaria. Fue un predicador
cotizado para situaciones de compromiso. La colección contiene cuatro
discursos de Primera Misa, dos oraciones fúnebres, nueve sobre las Almas del
Purgatorio, cuatro en la fiesta del Santísimo, cuatro sobre el Mandato en
Jueves Santo, tres en la fiesta de la Inmaculada Concepción, dos sermones del
Rosario, tres panegíricos de San Sebastián y un discurso para Nuestra Señora
de Yaguarcocha, para San Miguel, para San Blas, para Santa Rosa, Epifanía y
los Santos Inocentes. Se puede con fundamento concluir que la piedad del
pueblo había compaginado con devociones fundamentales de la vida cristiana,
cuales eran las del Santísimo Sacramento, de la Madre de Dios en sus varios
privilegios y advocaciones, la de las Almas del Purgatorio y de los Fundadores
de las Órdenes —87→ Religiosas. El rezo de las Estaciones y del Santo
Rosario se había vuelto familiar en el ambiente. La Cuaresma disponía para la
Semana Santa que culminaba en las procesiones de los pasos a cargo de las
Cofradías establecidas en los Conventos de los Mendicantes. Con el realce de
los estudios se elevó también la Oratoria Sagrada, que divulgó las verdades del
dogma católico, a través de un lenguaje que hoy nos parece alambicado, pero
que fue corriente para las generaciones del siglo XVII.
—[88]→ —89→
Capítulo VI
Manifestaciones artísticas, literarias y sociales
Festejos por la canonización de San Raimundo
—92→
A los tres años de las fiestas de San Raimundo tuvo Quito ocasión de
presenciar nuevos festejos. Esta vez fue para celebrar el nacimiento del
Príncipe sucesor de Felipe III. El 20 de febrero de 1606 se recibió en el Cabildo
la noticia oficial del suceso. Por de pronto el Ayuntamiento comisionó la
organización de las fiestas a los regidores Luis de Cabrera y Cristóbal de
Troya. El 20 de abril, aniversario del nacimiento del Príncipe, se ordenó decir
misas de acción de gracias en los Conventos y Monasterios y se corrió bando,
al son de atabales, trompetas y clarines, anunciando los festejos públicos. En
sesiones sucesivas se fue conformando el —94→ programa. El 20 de febrero
se acordó que hubiese corrida de toros y juego de cañas con libreas: el 19 de
mayo se dio a conocer que estaba llegando de Castilla un pedido de telas
apropiadas para las fiestas y se nombraron los diputados que se encargarían
de la confección de los vestidos; el 15 de julio se concluyó el programa.
Además de la corrida de toros y juego de cañas, se resolvió que se diesen a los
toros lanzadas a caballo, costeando las lanzas, el hierro y los caballos y que se
corriese la sortija a la brida y la jineta. Se deputaron premios a costa del
Cabildo, «al aventurero o mantenedor que mejores lanzas corriere a la brida, el
segundo al que mejores lanzas corriere a la jineta, y el otro al que mejor
invención sacare, y el otro premio al que mejor letra aclare y otro premio al que
saliese más galán y menos costoso y otro premio al que sacase más costosa y
más galana».
La fiesta de Corpus
A los escultores se les impuso la tarea de labrar diez y siete figuras de las
virtudes cardinales y teologales, de la muerte y otras representaciones
simbólicas, cada una con su insignia tradicional. No hubo necesidad de
modelos, puesto que estaba en el ambiente el conocimiento de las verdades
teológicas y morales, a través del simbolismo de las figuras, como se demostró
en los carros alegóricos de las fiestas de San Raimundo.
Para este tema se asignaron, en orden de méritos, una salvilla de plata, una
sortija de oro con una esmeralda y unas medias de seda.
Una taza de plata y seis varas de tafetán constituían los premios destinados
a los autores de una oda o elegía latina que comentara el verso de Morsus tuus
ero inferne.
—98→
—99→
El doctor Morga, que apreciaba el valor artístico de las obras, pagó por la
colección cuatro mil setecientos treinta patacones de —104→ a ocho reales.
Puede colegirse la ventaja de la compra, de la precaución del Presidente en
hacer consignar en la escritura la siguiente confesión de garantía: «Antonio
Vázquez Albán renunció el error de la cuenta dándose por bien pagado y
satisfecho y confesó que el dicho precio es justo valor de las dichas láminas e
pinturas contenidas en esta venta e si más valen o pueden valer de la demasía
hace gracia e donación a su Señoría».
La presidencia del doctor Morga duró cosa de veinte años, desde 1616
hasta julio de 1636. Durante su cargo fue residenciado dos veces. Como
resultado hubo de pagar una crecida multa, que no pudo satisfacer en vida.
Murió sin hacer testamento. La justicia cayó sobre sus bienes, ordenando hacer
el inventario y luego el remate de sus haberes. Además de las obras de arte,
compradas por intermedio de Vázquez Albán, se enumeraron diez retratos de
familiares y dos de los Reyes de España, dos lienzos de la Concepción,
veinticinco cuadros del Señor y de muchos Santos, trece lienzos que
representaban a las Sibilas, cuatro que figuraban las Estaciones y un Cupido
rodeado de Niños. Entre las esculturas se contaban una imagen de la
Concepción, un niño de marfil y una estatuilla de la diosa Venus. El remate
descubrió los nombres de los quiteños aficionados a las obras de arte y el
precio en que se las cotizaba. La totalidad era de procedencia europea y
asiática. No sólo iglesias y conventos eran relicarios de arte: también en casas
de particulares existían colecciones de lienzos y esculturas.
Escritos literarios
Evia, «es menos rebuscado; el verso le sale más limpio, más colorido, más
claro; no se hallan en él estrofas ininteligibles como las hay, por desgracia, no
pocas en su maestro».
—110→
Cuando frisaba un poco más de los cuarenta viajó a España por la vía de
Buenos Aires. Una vez en Lisboa, publicó ahí el primer tomo de sus
Comentarios, Dificultades y Discursos Literales y místicos sobre los evangelios
de la Cuaresma. Con esta recomendación literaria pasó a Madrid, donde dirigió
personalmente la edición del segundo tomo y preparó el tercero que sacó a la
luz en Sevilla en 1634. Con estos sus libros interesó al medio eclesiástico y de
relieve cultural. Pero en la Corte llamó la atención por su oratoria convincente y
agradable. Resultado de esta presencia y actuación en España fue la
promoción por Felipe IV al Obispado de la Concepción de Chile.
Entre nosotros fue el padre Nicolás Conceti, quien dedicó una amplia
biografía al ilustrísimo señor Villarroel en La República del Sagrado Corazón de
Jesús en 1888. Después, en 1895, consignó don Pablo Herrera algunos datos
en su Antología de los Prosadores Ecuatorianos (1895). Más tarde Honorato
Vázquez con el título de Un quiteño Ilustre publicó un estudio en La Unión
Literaria de Cuenca. Pero ha sido don Gonzalo Zaldumbide el que, con el
prestigio de su pluma, ha dado más a conocer el valor personal y literario de
fray Gaspar de Villarroel, primero, en 1917, en la Revista de la Sociedad
Jurídico-Literaria y más tarde en el volumen I de los Clásicos Ecuatorianos y
últimamente en la Biblioteca Mínima.
Quito fue también la cuna del doctor Juan Machado de Chaves, autor del
Perfecto Confesor y Cura de almas, publicado en dos volúmenes el año de
1641, en Barcelona. Nació en 1594 y cursó sus primeros estudios en el Colegio
Seminario de San Luis. Adolescente se trasladó a Lima y de ahí a España a
proseguir sus estudios universitarios. Recibiese de abogado en la Cancillería
de Granada y regentó la cátedra de Derecho en la Universidad de Salamanca.
En la carrera sacerdotal alcanzó los cargos de Tesorero y Arcediano de la
Catedral de Charcas, luego de Tesorero de la Iglesia de Lima y Arcediano de la
Catedral de Trujillo. Fue promovido al Obispado de Popayán el 17 de febrero
de 1651 y murió sin consagrarse en 1653.
Otro hijo de Quito que dio lustre a su ciudad de origen fue el padre
franciscano fray José de Villamor Maldonado. Había —118→ nacido en el
último cuarto del siglo XVI. En 1618 marchó a la Madre Patria en
representación de su Provincia y tomó parte en el Capítulo celebrado en junio
de ese mismo año en Salamanca. El General de la Orden le nombró confesor
de las religiosas del Monasterio de Valdemoro, cargo que desempeñó por el
largo tiempo de diecisiete años. De esta función espiritual fue elevado al
honroso puesto de Comisario General de Tierra Santa, que lo desempeñó por
el período de siete años. Fue nombrado entonces confesor y director espiritual
de la Condesa Duquesa de Olivares. Igualmente el rey Felipe IV le designó
Comisario General de Indias, cargo en que le confirmó el Ministro General de la
Orden el 16 de enero de 1641. En 1648, por muerte del reverendísimo padre
Juan de Nápoles, recayó en sus manos el Comisario General de la Orden.
Murió el padre Maldonado en Madrid el año de 1652.
Ese mismo año salió impreso en Madrid otro libro suyo sobre La Autoridad
del Comisario General de Indias.
—119→
—120→
El padre Camacho fue un asiduo lector de las obras del padre Álvarez de
Paz y escribió un compendio de ellas, intitulado De vita spirituali perfecte
instituenda, que se publicó en Valencia el año de 1655. Esta síntesis abarca
toda la enseñanza ascética y mística del maestro. El compendio lo dividió en
cinco libros que estudian sucesivamente: 1) la naturaleza, perfección y
estímulos de la vida espiritual; 2) el primer grado de perfección, o sea la fuga
del mal por el combate a los pecados, vicios y tentaciones; 3) el segundo grado
de perfección, es decir, la consecución del bien mediante el ejercicio de las
virtudes; 4) el tercer grado, que consiste en la unión con Dios por medio de la
práctica de la oración; 5) el Libro quinto trata en concreto de la oración mental y
el 6) estudia la perfección de la vida espiritual demostrada en el ejercicio de las
obras ordinarias de la Religión. El compendio concluye con un apéndice de
oraciones vocales.
—[122]→ —123→
Capítulo VII
Las artes en el siglo XVII
I.- Arquitectura
Monasterios y recoletas
—128→
Desde 1633, año en que se hizo su profesión fray Antonio, hasta 1657 en
que se pretendió trasladarlo a Lima, habían mediado cerca de cinco lustros de
servicio a la ciudad. Su competencia técnica se había impuesto por sus obras.
Pero más que admirado, era querido por su desinterés y afán de darse a los
demás. De ahí su popularidad. El reclamo que la ciudad hizo de su presencia le
obligó a recompensarle con la consagración de su habilidad a obras de
beneficio público.
Desde luego, la construcción de Santa Clara fue la de su preferencia. A
causa de los temblores sucedidos en 1645 habían sufrido notable menoscabo
la iglesia y los claustros del Monasterio. La abadesa sor Jerónima de San
Agustín se propuso reconstruir la obra total del Monasterio y comprometió los
servicios del hermano arquitecto. Derrocada la primitiva Iglesia se pasó al
Santísimo —130→ a un aposento interior cuya pared de adobe daba a la Calle
Larga. La noche del 19 de enero de 1649 acaeció el robo de los vasos
sagrados, que conmovió a la ciudad hasta mediados de abril, en que se
descubrió a los autores. La Capilla del Robo fue el pequeño monumento de
desagravio que se levantó con tanta presteza que pudo inaugurarse el 20 de
enero de 1650, haciendo de prioste el presidente don Martín de Arriola y su
mujer doña Josefa de Aramburo.
—131→
Construcciones Dominicanas
De estos datos se colige que para 1650 estaban concluidos la iglesia con la
capilla del Rosario y el tramo principal de claustros del Convento. Sin embargo,
la decoración se fue completando en la segunda mitad del siglo XVII. El padre
Pedro de la Barrera escribía al padre Ignacio de Quezada en 1681: «Nuestra
iglesia la dejó nuestro Padre Maestro Jerónimo de Cevallos hecha una ascua
de oro hasta los arcos torales. La Capilla del Rosario es de los mayores
relicarios que hay: el señor presidente don Lope Antonio de Munive está
acabando un gran retablo para un lado e Infante para el otro».
La labor constructiva de los dominicos ocupó, por lo visto, todo el siglo XVII.
Comenzó por la iglesia con la capilla del Rosario, continuó con los dos tramos
del Convento y concluyó con el Colegio de San Fernando. La fachada del
Convento conserva —135→ la unidad en las dos plantas. No así la estructura
interior de los claustros. El principal levanta sus arcos sobre columnas de fuste
ochavado, mientras el segundo rodea la planta baja de columnas cilíndricas. La
iglesia fue de una sola nave con capillas abovedadas a los lados, artesonado
mudéjar y retablo mayor de grandes proporciones. Para el segundo claustro ha
debido superarse con alta cimentación la desigualdad del suelo. El primer
claustro es de una unidad perfecta y de gran lucidez por la ubicación a
distancia de los montes que cercan la ciudad.
Guápulo
La construcción del Sagrario es otra de las obras en que ayudó fray Antonio
Rodríguez. En 1649 el hermano Marcos Guerra se ocupaba en levantar la
arquería de canalización de la quebrada que dividía el Colegio de la Compañía
del antiguo palacio episcopal. Para la parte que desahogaba detrás de la
Catedral se aprovechó de la pericia técnica del arquitecto franciscano.
Precisamente a este trabajo aludió el Cabildo, cuando reclamó la presencia del
hermano Antonio en Quito en 1657. Larga fue la labor de cimentación que
exigió la obra constructiva del Sagrario, que estuvo a merced de la Cofradía del
Santísimo. La planificación del edificio hubo de acomodarse a las condiciones
del suelo y a las limitaciones del espacio. La planta es de tres naves de
cubierta abovedada y divididas con robustas pilastras de mampostería. La
central se corona en la mitad con una ancha cúpula y las laterales con cuplines
y linternas. El templo impresiona por su altura en relación con la estrechez de
espacio de la planta. La mampara lleva la inscripción siguiente: «Comenzose
esta portada al cuidado de don Gabriel de Escorza Escalante el 23 de abril de
1699 y se acabó el 2 de junio de 1706».
—137→
Hay, por fin, un dato que acredita la intervención del arquitecto jesuita en la
canalización de la quebrada que dividía el Colegio de la Compañía de la casa
episcopal. Cuando en septiembre de 1649 hicieron los jesuitas el trueque de la
casa episcopal con la que ellos poseían en la otra esquina de la plaza, se
deliberó sobre las conveniencias del cambio y, entre otras razones, se adujo la
siguiente: «Por ir la quebrada en medio del lindero de las dos casas, hay poca
seguridad en la clausura, compradas las casas y dueños de la quebrada, se
podrán hacer arcos y cubrirla toda. El hermano Marcos Guerra, que al presente
construye la casa, es muy entendido y pondrá fácilmente y con seguridad los
cimientos de estos arcos, porque el dicho Huaico, respecto de traer en invierno
grandes avenidas de agua suele robar las paredes y poner en gran peligro las
casas, obligando a gastar muchos ducados, como se ha visto en las casas del
señor Villacís que cae también encima del dicho huaico, en calle más abajo. Si
nos falta el —140→ hermano Marcos, no habrá después quien fundamente
esas casas. Con ellos tenemos lo que nos falta de cuadra»82.
El Carmen antiguo
Capítulo VIII
Las artes en el siglo XVII
II.- Escultura
Los frontispicios de los templos del siglo XVII conservaron los cánones del
estilo clásico en la sobreposición de las columnas con la división horizontal de
los entablamentos. En cambio, en las bóvedas, arcos y pilastras se introdujo un
elemento puramente decorativo de reminiscencia mudéjar y de inspiración
barroca. Del hermano Marcos Guerra afirmó una vez más el padre Mercado,
que «no sólo era arquitecto, sino también grande escultor». Este dato explica la
unidad que se observa en el templo de la Compañía entre la estructura
arquitectónica y la ornamentación decorativa. El templo de San Francisco y la
primitiva catedral adornaron la techumbre con artesonado mudéjar, que se
adoptó también para el de Santo Domingo. La Compañía, en cambio, consultó
en su plano, tanto la estructura abovedada como la decoración, en unidad
constructiva. Esta modalidad inició el primer paso del llamado barroco
estucado, con la técnica de la yesería modelada o el labrado de madera que se
sobrepone a los paños en que se aplica, sin comprometer las líneas
arquitectónicas.
—147→
Mejor suerte han tenido los retablos colaterales del Santuario —148→ de
Guápulo. El diseño lo trazó el capitán don Marcos Tomás Correa. Aprobado
luego por los capitanes Pedro de León Maldonado y Agustín de la Sierra, fue
ejecutado por el escultor Juan Bautista Menacho, en el último decenio del siglo
XVII. El retablo del altar ha sido reconstruido sobre el modelo del primitivo, que
consta en uno de los lienzos de Miguel de Santiago. Las columnas tienen
decorado el fuste. Debiendo cubrirse un espacio notable, se han dispuesto los
retablos en tres cuerpos divididos por un entablamento horizontal y por cuatro
pares de columnas verticales, que forman con el cruce tableros rectangulares
cubiertos de pinturas. En el retablo principal, el nicho destinado a la imagen de
Nuestra Señora de Guápulo ha determinado la verticalidad del callejón del
centro, nota característica de los retablos del siglo XVII.
De ese mismo siglo data el retablo de la Capilla del Rosario. Puesto que la
imagen de Nuestra Señora constituía el motivo único del altar, todo el conjunto
converge y se explica por el nicho central, que tiene debajo un pequeño
ostensorio y encima un nicho para el grupo de la Trinidad. Dos columnas
corintias, decoradas en el fuste con palmas sobrepuestas en espiral, cortejan al
ostensorio y el nicho del medio y hacen consonancia con dos esquineras, para
soportar el entablamento que sirve de base al segundo cuerpo que se contrae
para rematar a modo de corona. Ningún detalle se aísla con personalidad
independiente. Todas las partes intervienen en función de una totalidad. Hasta
hace un siglo los espacios brillaban con espejos: hoy se los ha reemplazado
con representaciones de los misterios del Salterio mariano. En su estructura, el
retablo del Rosario es la expresión más caprichosa del barroquismo del siglo
XVII.
Los escultores
El imaginero más representativo del siglo XVII fue el padre Carlos, conocido
con este nombre sin más referencia familiar. El único dato positivo es el
encontrado al pie de la imagen de San Lucas, de la Cofradía de pintores,
donde se consigna lo siguiente: «El año de 1668 se acabó esta efigie del Señor
San Lucas Evangelista y la hizo el padre Carlos y la renovó Bernardo de
Legarda siendo su Síndico el año de 1762, a su custa, a que concurrieron
siendo priostes en otros años don Lucas Basca, don Victorio Bega, don Joseph
Cortés y don Joseph Riofrío, con diadema de plata, paleta, brocha y tienta, todo
lo otro en plata, la tienta en chonta y dos casquillos de plata».
—154→
Por lo visto, son pocos los escultores e imagineros del siglo XVII, de que
hace mención la historia. Los más han quedado anónimos, no obstante que sus
retablos embellecían los templos y sus imágenes habían dado aliento al culto.
—[156]→ —157→
Capítulo IX
Las artes en el siglo XVII
III.- Pintura
Hernando de la Cruz
Este testimonio del padre Morán de Butrón, escrito en 1696, plantea dos
cuestiones de interés para la Historia del Arte Ecuatoriano. Primera, la de
definir el sentido que hay que dar a la atribución de todos los lienzos que
adornan la iglesia; y segunda, señalar el alcance que tuvo la enseñanza de
pintura del hermano Hernando.
«Muchos retratos hay en la Provincia y todos los que he visto —162→ están
conformes, así en el traje de jesuita, como en la peregrina belleza de su cara».
La verosimilitud de esta afirmación del padre Morán se confirma con el hecho
de que habiendo el hermano Hernando ido a visitar a su amigo, enfermo y
desahuciado, don Luis de Troya, vicario del Obispado, el «hermano mandó a
traer de su celda el retrato de Mariana, con cuya sola aplicación sanó el
enfermo de inmediato» (Vida, pág. 435).
Acerca de la formación de discípulos, tanto el padre Mercado como el padre
Morán de Butrón, afirman que los tuvo. El primero refiere que el hermano
Hernando, en su obrador, hacía que uno de sus discípulos leyese un libro de
piedad mientras pintaba. El padre Morán dice expresamente que el hermano
enseñó la pintura a algunos seglares, entre ellos a uno que vistió el hábito de
converso en San Francisco.
Miguel de Santiago
—163→
—165→
Aludimos; ya al elogio que hizo del padre Ribera el editor del Poema heroico
de Hernando Domínguez Camargo, en la dedicatoria. La edición apareció
impresa en Madrid en 1666. Para ese año, en que el padre Ribera concluía el
segundo período de su Provincialato, se refería a las obras realizadas y que
estaban realizándose en el Convento de San Agustín. «Atendiendo, se decía,
con el desvelo que vemos al adorno de la iglesia, prosigue cada día con más
calor, no sólo en la erección de la portada, en que tantos meses se esmera el
primor y el cuidado; pero también en el edificio interior. Pues acabado el de
profundas, en breve veremos consumado el refectorio. Obras tan grandes, que
ellas solas sirven de segundo claustro; tan fuertes y soberbias, que en su
eminencia se hallan divididas muchas celdas con la capacidad del claustro
primero, que admiramos ya perfeccionado: no sólo con todo el primor de la
arquitectura pero con los esmeros y aliños que publica la fama, de tantos
retablos, que acuerdan la vida de su gran padre agustino, ya con los ingeniosos
atributos desta mayor lumbrera de la iglesia, a donde los pinceles más
delicados pudieran estudiar perfecciones; ya con la pila o fuente coronada del
sol».
El joven artista optó, para figurar el cielo, un blanco de ocre, con una capa
de verde frío y sobreposición de nubes sombreadas. Para las estructuras
arquitectónicas utilizó el gris café, interponiendo a veces ocre según los
elementos. En los fondos de paisaje contrastó la figuración de árboles cercanos
con la profundidad en tonos de verde frío que terminaban en nubes ligeramente
sombreadas. En las apariciones celestes rodeaba a las figuras de un contorno
de ocre amarillo claro. La capa pluvial del santo se decoraba con una cenefa
bordada de diversas figuras en ocre oscuro y claro con flores estilizadas en el
cuerpo del manto.
—170→
Ente los lienzos, que representan un favor personal, hay uno que lleva las
iniciales del pintor. En la inscripción del pie se enuncia un doble motivo
«Habiendo prometido don Francisco Romo ir a pie a un novenario, fuese a
mula y le arrastró desde la esquina de la plaza en el año de 1665. Y un hijo
suyo estando comiendo se le atravesó un hueso y lo sacaron lleno de sangre».
La imagen de Nuestra Señora desde el cielo del lienzo preside las dos
escenas, la del caballero echado al suelo por la mula y el grupo que rodea al
niño en actitud de extraer el hueso. El artista para interpretar este doble asunto
ha utilizado un lienzo en que se hallaba pintada una Sagrada Familia, que va
reapareciendo —171→ por efecto del tiempo, que ha diluido los colores
sobrepuestos.
Otro lienzo ofrece el espectáculo del ambiente calcinado por el sol del
verano, con la tierra reseca y agrietada. La siguiente inscripción señala el
asunto: «En el año 1621 hubo en la ciudad de Quito una ceca grande que se
abría la tierra en muchas grietas y llegó a morir todo el ganado y en punto de
perecer la gente, si no acordaran llevar a la Virgen en procesión y la pusieron
en —172→ Santa Bárbara de donde la llevaron a la Catedral y al punto con
lluvia socorrió la necesidad».
Entre los lienzos que pintó en Guápulo hay uno que interpreta un hecho
histórico. Desde los primeros días de la conquista española se propagó en
Quito la devoción al privilegio de la Inmaculada Concepción. En la acta del
Cabildo del 10 de abril de 1550 se hace ya constar la existencia en la Catedral
de la Cofradía de la Inmaculada Concepción. En homenaje a la Virgen
Inmaculada se había hecho una capilla propia con retablo, a cargo de la familia
de Rodrigo Núñez de Bonilla. Todos los años se celebraba fiesta el 9 de
diciembre con rito doble de primera clase con octava por ser Patrona de la
Catedral.
La primera consta de once cuadros de 1.96 x 1.45, que adornan los muros
del Camarían de la Inmaculada. En serie ordenada desarrollan el saludo
popular de: ALA - BADOSEA - EL - SMO - SACRA - MENTO - Y LA VIRGEN -
MARÍA - CONCEBIDA - SIN PECADO - ORIGINAL.
Desde 1656, año en que pintó la colección de lienzos para la galería de San
Agustín, hasta el de su muerte que fue en 1706, transcurrió medio siglo de
constante labor pictórica. La preocupación del arte le absorbió toda la vida.
Hay, sin embargo, que tomar en cuenta una observación de Espejo, sobre la
actitud del artista proveniente de la situación social. Según Espejo, sea por el
influjo del clima o por la educación, el hecho es que todo arte sano profesional
era indolente al trabajo y a los alicientes de la economía, necesitando la
intervención extraña para el cumplimiento de todo compromiso. A este respecto
escribió Espejo: «No era indio, ni hacía fiestas eclesiásticas el famoso pintor
Gregorito, y éste, después de tener extrema habilidad y gusto, para la pintura,
después de ser buscado y rogado con la plata a trabajar en su bellísima Arte,
se moría de hambre y no vestía sino andrajos, y era preciso que algún dueño
de obra le hiciese violencia, aprisionándole en su casa, para que tomara con
alguna constante uniformidad de aplicación el pincel. Dicen los viejos, que
pasaba lo mismo con el insigne Miguel de Santiago, que fue comparable con
los Ticianos y Miguel Ángel». Nuestro artista, a pesar de todo, aprovechó de su
arte para organizar su economía. En su testamento —180→ afirmó que ni él ni
su esposa aportaron nada al matrimonio. Los bienes con que contaba al
fallecer eran producto de su exclusivo trabajo. El solar donde vivía heredó de
su madre, pero las mejoras introducidas en la casa fueron obra propia suya.
Además, añadió al solar media cuadra de tierras con cuartos de vivienda.
Asimismo tuvo por herencia materna un solar en la parroquia de San
Sebastián, que lo integró comprando los derechos a los demás herederos. Es
quizá un hecho simbólico la preterición del nombre paterno. Fuera de la
obligada mención como su progenitor, calla su recuerdo, en contraste con el de
la madre, cuyo apellido impuso a su nieto Agustín Ruiz.
Igualmente se debe destacar la mención detallada que hace de las obras de
pintura que formaban el ambiente que respiraba en su casa-taller. «Declaro por
mis bienes [...] la cama cotidiana, que se compone de una cuja pabellón de
listado, un colchón, una frezada y sobrecama, dos sábanas de ruán, cuatro de
lienzo, una almohada de Bretaña con funda de holandilla.- Dos camisas, la una
con su calzón.- Dos espadas, la una con concha, ambas sin daga.- Tres
arcabuces. Una rodela de marcha. Un escritorio grande, con su cerradura y
llave. Tres cajas de madera, la una con su llave y la otra sin llave. Dos baúles
castellanos, con sus cerraduras y sin llaves. Una mesa grande, que me costó
veinte pesos. Dos sombreros, uno de castor y otro de vicuña. Una olleta de
plata y dos cucharas.- Un espejo.- Una docena de países de a dos varas,
hechura de España. Dos retratos de a dos varas, hechuras de España. Otro
lienzo de dos varas, pintura de España, hechura de Sierra Morena. Veinte y
cuatro lienzos de a vara: unos en bosquejo y otros originales. Tres lienzos de a
dos varas y media: los dos acabados y el uno en bosquejo. Una docena de
lienzos de tocuyo, de a vara y media: unos en bosquejo y otros por acabar.
Tres lienzos: el uno de vara y tres cuartas, que está acabado; el otro del mismo
tamaño, acabado, y el otro de dos varas en bosquejo. Otro lienzo de dos varas,
acabado. Un país de España. Cuatro lienzos de a dos varas: el uno, en
bosquejo y el —181→ otro acabado. Otro lienzo de dos varas y media,
emprusiado. Un lienzo viejo, pintura al temple. Cinco varas y media de ruan
para una sábana. Más cuarenta libros, chicos y grandes, de distintos autores,
propios y ajenos: que los que son y a quienes pertenecen, constarán de una
memoria que tengo en mi poder. Es mi voluntad se entreguen a sus dueños,
los ajenos y los demás que sobraren los dejo por mis bienes».
Nicolás Javier debió contraer matrimonio tan pronto como cumplió la edad
legal. El 10 de octubre de 1688 estuvo presente, en el Santuario de Guápulo, al
bautismo de su primogénito al que puso el nombre de Francisco de Borja. Hizo
de padrino su hermano el bachiller Miguel de Goríbar y administró el
Sacramento —182→ su pariente Francisco Martínez. La esposa de Goríbar se
llamaba María Guerra.
Del tiempo del bautismo de su primogénito data la pintura del lienzo que
lleva el nombre de Goríbar. Fue pintado para ocupar el sitio destinado a un
retablo. Esta finalidad determinó la estructura de la composición, que simula un
altar de orden corintio, con una gran corona por remate. El cruce del
entablamento con las columnas determina la formación de marcos destinados a
pinturas. Las dos centrales representan, abajo, la Virgen del Pilar rodeada de
los apóstoles y arriba, el Tránsito de María cercada de ángeles. Las laterales
ofrecen, pintadas de perfil, figuras sedentes en actitud de tocar el órgano.
Las inscripciones son todas de alegre sentido musical. Al pie, en el extremo
izquierdo, se lee Fecit Goríbar y a lado opuesto, Feliciter vivat. Todo en este
cuadro es simbólico: la juventud del artista que sueña con la fama.
Estos datos sitúan a Goríbar entre el último tercio del siglo XVI y el primer
tercio del XVII. Alcanzó a vivir veinte años de la madurez de Miguel de
Santiago y fue su continuador por más de veinticinco. Al maestro le interesó la
interpretación de los artículos del Credo y las verdades del Dogma Católico. El
discípulo representó a los personajes bíblicos, profetas y reyes de Judá. Los
dos fueron la expresión del sentido religioso del pueblo, sostenido y realzado
por la enseñanza de las Universidades de San Gregorio y Santo Tomás.
Capítulo X
El colegio de San Fernando y la Universidad de Santo Tomás
En Quito había desde el siglo XVI, una aspiración legítima por los grados
universitarios. El Cabildo, en sesión del 31 de agosto de 1576, acordó conferir
poder al padre dominico Hernando Téllez para que pidiese al Rey fuese servido
«de hacer merced a esta ciudad el que en ella se asiente y haga Universidad
para que en ella se lean todas ciencias y facultades, atento a la comunidad y
buen aparejo que hay y necesidad»85.
Sin efecto este primer intento, el padre Pedro Bedón escribió por cuenta
propia al Rey el 10 de marzo de 1598. Con experiencia personal que había
adquirido en Lima y Bogotá, razonó su petición, exponiendo los motivos que
reclamaban el establecimiento de Universidad en Quito. Había en la provincia
sujetos excelentes que se privaban de adquirir grados por la enorme distancia
en que se hallaban las universidades de Lima y Bogotá. Quito gozaba de un
clima favorable a los estudios y de fácil provisión de alimentos. El padre Bedón
aducía su experiencia de trece años de Catedrático en Quito y cuatro en
Bogotá, donde había formado muchos discípulos que trabajaban ya en el
apostolado86.
El padre Quezada, desde Roma y Madrid, seguía los pasos que iba dando
en Quito la fundación del Colegio. Su espíritu magnánimo abarcaba la totalidad
de la organización. Con el fin —198→ de dotar al Instituto de libros de consulta
y de menaje adecuado, recorrió las librerías de mayor prestigio en la Península
y adquirió los mejores libros de Teología, Filosofía y Derecho; al mismo tiempo
que compró cuadros de valor artístico e imágenes y objetos de culto. Para
prevenir objeciones de aspecto legal, consiguió que el mismo padre general
fray Antonino Cloche, pusiese su firma en la lista de las cosas que enviaba con
destino al Colegio de San Fernando.
—199→
[...]
[...]
[...]
—200→
—202→
A las 4 a.
Despertada y provisión de luz.
m.
A las 6 Misa en la Capilla del Colegio.
A las 6½ Desayuno.
De 7 a 8 Cátedras de Prima de Teología Escolástica y de Prima de Cánones.
Cátedra de Sagrada Escritura, Cátedra de Instituta (seglar), Cátedra de
De 9 a 10
Código (seglar) y Cátedra de Filosofía Natural.
De 10 a
Artes, Tratados de Generatione et Corruptione.
11
A las 12
Almuerzo, luego recreo.
m.
De 2 a 3 Cátedra de Vísperas de Teología Escolástica y Cátedra de Vísperas de
p. m. Cánones (seglar).
De 3 a 4 Cátedra de Vísperas de Leyes (seglar) y lengua General del Inga.
A las 5 Refacción y Recreo.
A las 5½ Rosario Coral.
Después, Conferencia, merienda, y recogimiento a las celdas.
—203→
El largo proceso que exigió el negocio del Colegio le obligó a frecuentar las
Cortes y conocer los trámites oficinescos. En Madrid consiguió todas las
Cédulas conducentes a la fundación del Colegio, en Roma alcanzó las Bulas
para los grados Universitarios, en la Curia Generalicia obtuvo el despacho
favorable de todo lo referente a su Provincia.
Oigamos del mismo padre Quezada el elogio que hizo del padre García:
«En ocasión que la Religión de próximo había de celebrar el Capítulo
Provincial, llegó el pliego con los despachos a la ciudad de Quito, y pareció
conveniente suspender la presentación de ellos en la Real Audiencia, hasta
que se celebrase la elección de Provincial. Hízose la dicha elección con suma
paz y concordia en la persona del padre maestro fray Bartolomé García, que al
presente es Vicario General de la dicha su Provincia, y calificador del Santo
Oficio, sujeto tan lleno, que es de los primeros de ese Reino, en letras, celo y
regular observancia, y por su singular virtud venerado de todos, que se tuvo por
efecto especial de la Provincia divina lograr en la sazón la Provincia tan
calificado Provincial; en que no se dilata el suplicante, porque por los autos e
informes que pasa a Vuestra Majestad la ciudad de Quito, constará su celo en
adelantar la Religión; y pudiera el suplicante manifestar —208→ con
testimonios jurídicos aumentos increíbles, que en lo espiritual y temporal ha
dado a su Provincia, ya en sesenta hábitos que ha dado a hijos de personas
muy calificadas y de grandes esperanzas, ya en las fábricas que corrieron en
todos los más Conventos de la Provincia en el tiempo de su Provincialato y se
han continuado en el de Visitador General. En el Convento de Quito ese han
aumentado sus fábricas muy costosas y diez mil pesos de ropa y ricos
ornamentos de varias telas y plata labrada, que puso en la Sacristía; y sobre
todo la fábrica del Colegio, que todo se debe al celo del Padre Visitador, hasta
renunciar en el Colegio diez mil pesos de su legítima y todo su depósito y
libros, de que en caso necesario más difusamente informarían a Vuestra
Majestad dentro de esta Corte personas de autoridad, y de todos estados, que
se hallan al presente en ella».
—210→
»Ninguno sea aprobado para Lector si no hubiese cursado las Aulas y oído
explicación de la Suma Theológica del doctor Angélico por el tiempo de cinco
años completos, y de lo contrario es nuestra voluntad sea írrita y nula su
aprobación.
—214→
Del primer decenio del siglo XVIII se conserva un volumen que encierra el
curso íntegro de Filosofía enseñado en San Fernando. Como prólogo contiene
el modo de proceder en las discusiones públicas. «La palestra escolástica se
sostiene entre dos, de los cuales uno argumenta y el otro sustenta: el que
defiende las tesis propuestas respondiendo a los argumentos se llama
sustentante, y el que impugna se dice arguyente. El sustentante debe
primeramente escribir la conclusión y darla a conocer al Lector y Regente de
estudios y luego invitar al acto a los Padres Maestros y Lectores de casa, si es
privado y si es público también a los demás. Una vez que estuviesen todos en
sus asientos el sustentante enuncia el asunto que se va a discutir y luego
poniéndose de pie y con la cabeza descubierta dirige un saludo al Muy
Reverendo Padre Provincial y Muy Reverendo Padre Rector de la Regia
Universidad; luego dirigiéndose al Presidente dice: Dignísimo Presidente,
Doctores Maestros —215→ y Lectores, nobles Maestros y Colegas y señores
asistentes. En seguida repite la cuestión y, cubriéndose, expone su argumento.
Si hay algunas cosas notables a la cuestión, debe enunciarlas antes de entrar
en materia, luego resolver las dudas y probar las conclusiones, primero con la
autoridad de las Sagradas Escrituras de los Santos Padres, de los Filósofos y
del Angélico Doctor y con argumentos de razón. Una vez que haya terminado
su exposición, se levanta y descubriéndose la cabeza dice: De este modo
parece probada mi conclusión; trataré sin embargo, bajo la dirección del
Presidente, de responder a las objeciones. Debe notarse que cuando se recitan
las palabras de Santo Tomás hay que descubrirse la cabeza, lo cual se hará
también cada vez que se pronuncia su nombre».
Ni Aristóteles te encaja,
ni das a Platón tu voto,
Descartes es tu devoto,
porque todo lo baraja.
Del texto escrito por el padre Juan Albán aprovecharon para sus clases los
padres Julián Naranjo y Mariano Caicedo. El —218→ primero comenzó su
noviciado el 12 de diciembre de 1760 y el segundo el seis de febrero de 1764.
Del padre Naranjo se conserva manuscrito el Tractatus de principüs entis
naturalis tum in communi tum in particulari, que cursó en 1768. Del padre
Caiaedo se encuentra, con la anotación, de scripta manu et labore, la Dialéctica
y la Lógica.
Valete.
—225→
Lista de incorporados al cuerpo de abogados a partir de junio de 1740
(Archivo de la Corte Suprema)
Doctor José Gabriel de Piedrahíta, Colegial de San Fernando y
1740 Junio 28
estudiante de la Universidad de Santo Tomás.
Doctor Francisco Antonio Boniche, natural de Panamá, Colegial
1747 Diciembre 12
de San Fernando y estudiante de la Universidad de Santo Tomás
Doctor Gabriel Álvarez del Corro, colegial de San Francisco y
1745 Marzo 25
estudiante de la Universidad de Santo Tomás
Doctor Francisco de Eslava y Cavero, graduado en la
Mayo 25
Universidad de Santo Tomás de Bogotá.
Doctor Jerónimo de Guzmán, Presbítero, graduado en la
Setiembre 15
Universidad de Bogotá.
Doctor Pedro Gómez de Andrade, colegial de San Francisco y
1748 Setiembre 6
estudiante de la Universidad de Santo Tomás
Doctor José de Aguado, licenciado en leyes por la Universidad
Setiembre 17
de Santo Tomás
Doctor José de Sola, Presbítero, estudió en la Universidad de
1749 Abril 20
Santo Tomás
Julio 2 Doctor José Lisón, cursó en la Universidad de Santo Tomás
Doctor Miguel de Medrano, colegial de San Francisco y
Noviembre 5
estudiante en la Universidad de Santo Tomás
Doctor Bernardo de Larrea, Riobambeño, graduado en ambos
1750 Junio 30
derechos en la Universidad de San Gregorio.
Doctor Juan José Jaramillo y Andrade. Presbítero de Panamá,
Julio 27 colegial de San Francisco y estudiante de la Universidad de
Santo Tomás
Licenciado Vicente Zamora, colegial del Seminario de San
Setiembre 1
Luis.
Doctor Antonio de Paz Soldán, Panameño, colegial de San
1751 Enero 18
Francisco y estudiante en la Universidad de Santo Tomás
Doctor Luis Andrade, colegial de San Luis y estudiante en la
Junio 1
Universidad de San Gregorio.
Doctor Lorenzo Hurtado y Pontón, de Popayán, colegial de San
1752 Julio 4
Francisco. y estudiante de la Universidad de Santo Tomás
Doctor Sebastián Medrano, Presbítero estudió en la Universidad
1753 Noviembre 10
de San Gregorio y en la de Santo Tomás.
Doctor Juan de Herze y Velasco, estudió en la Universidad de
1754 Enero 15
Santo Tomás —226→
Doctor Francisco Gómez de Andrade, colegial de San Francisco
Enero 14
y estudiante en la Universidad de Santo Tomás
Doctor Jacinto Bodero, colegial de San Francisco y estudiante
Enero 17
de la Universidad de Santo Tomás
Doctor Juan Ruiz de Santo Domingo, panameño, estudió en las
Mayo 14
Universidades de San Gregorio y de Santo Tomás
Doctor Vicente Álvarez de la Serna, panameño; colegial de San
1756 Febrero 14
Francisco y estudiante de Universidad de Santo Tomás
Doctor Ramón Yépez, colegial de San Francisco y estudiante de
Octubre 24
la Universidad de Santo Tomás
Doctor Mariano Montesinos, colegial de San Francisco y
1757 Febrero 1
estudiante de la Universidad de Santo Tomás
Doctor Antonio José Fernández de Ayala, colegial de San
1758 Abril 14
Francisco y estudiante de la Universidad de Santo Tomás
Doctor Fernando Gómez de Andrade, colegial de San Francisco
Marzo 13
y estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Cristóbal Ortiz de Avilés, natural de Sevilla, estudiante
Abril 5
en Universidad de Santo Tomás
Doctor Antonio Villagómez, quiteño, estudiante en Universidad
1760 Agosto 18
de Santo Tomás
Doctor Pedro Quiñones y Cienfuegos, estudiante en
1761 Febrero 26
Universidad de San Gregorio
Doctor Juan Ignacio de Aguilar, colegial de San Francisco y
1760 Junio 23
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Melchor de Rivadeneira, colegial de San Francisco y
Setiembre 18
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Agustín de Andrade y Olais, doctor en Filosofía,
1761 Marzo 12
Teología y Cánones, abogado por ambas Universidades.
Doctor Nicolás de Harechura y Sarmiento, estudiante en
Junio 23
Universidad de San Gregorio
Doctor Javier Fita y Carrión, estudiante en Universidad de San
Agosto 9
Gregorio
Doctor Tadeo de Orozco, cura de Zúlug, estudiante en
Octubre 20
Universidad de Santo Tomás
Doctor Antonio Díaz Palacios, cura de San Pedro de Suña, y
Noviembre 23
estudiante de Universidad de Santo Tomás
Doctor Joaquín Gutiérrez, estudiante en Universidad de San
1762 Enero 14
Gregorio
Doctor Vicente Ontaneda, colegial de San Francisco y
Junio 3
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Gabriel de Zárate y Gardea, estudiante en Universidad
Noviembre 24
de Santo Tomás
Doctor Antonio Marín de Velasco y Parra, colegial de San
Diciembre 20 Francisco y estudiante en la Universidad de Santo Tomás —
227→
Doctor Ignacio Ramón Coello, de Portugal, vecino de
1763 Febrero 4
Guayaquil. Cursó Latín, Filosofía y Teología.
Doctor Mariano José de Zavala, natural de Cuenca. Recibido
Febrero 11
como abogado de la R. A.
Doctor Gabriel de Zenitagoia, colegial de San Francisco y
Febrero 25
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor José Joaquín de Aguilar, natural de Guayaquil, colegial
Marzo 5
de San Luis.
Doctor Juan Ignacio de Aispuru, de Panamá, colegial de San
Marzo 14
Francisco y estudiante en Universidad de Santo Tomás
Agosto 8 Doctor Antonio de Rada y Alvear, colegial de San Luis.
Doctor Mariano Enríquez de Guzmán, colegial de San
Agosto 11
Francisco y estudiante de la Universidad de Santo Tomás
Doctor Antonio Abad, colegial de San Luis, estudiante en
Setiembre 22
Universidad de Santo Tomás
Noviembre 3 Doctor Manuel Perfecto de San Andrés, natural de Cuenca.
Doctor José de Avilés, de Guayaquil, colegial de San Luis y
Noviembre 14
estudiante de la Universidad de San Gregorio
Doctor Joaquín García de Granda, de Latacunga, colegial de
1764 Noviembre 20
San Francisco y estudiante en Universidad de Santo Tomás
1765 Junio 17 Doctor Miguel del Corral y Bavadilla, Secretario del Obispo.
Doctor Tomás Romero y Abeldeveas, colegial de San Francisco
Noviembre 7
y estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Ramón de Ibarguren colegial de San Francisco y
1766 Febrero 20
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor José Matheu y Aranda, colegial de San Luis y estudiante
1767 Junio 19
en Universidad de San Gregorio.
Doctor José Cleto Díaz de Gamboa, colegial de San Luis y
1768 Abril 20
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor José Cuero y Caicedo, Presbítero de Popayán, estudiante
Junio 20
en Universidad de San Gregorio
Doctor José Mejía del Valle, colegial de San Francisco y
1769 Enero 30
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Tomás Coello y Piedra, de Guayaquil, estudiante en
Octubre 23
Universidad de San Gregorio
Doctor Andrés Rodríguez y Olivares, español, estudiante en
1770 Julio 10
Universidad de Santo Tomás
Doctor Manuel Mosquera y Correa, colegial de San Luis y
Julio 18
estudiante en Universidad de Santo Tomás —228→
Doctor Juan Rodríguez Ordóñez, cura de Matituy, estudiante en
Julio 9
Universidad de Santo Tomás
Doctor José Gabriel de Icaza, de Santiago de Veragua,
Setiembre 3
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Diego José de Arozamena, estudiante en Universidad de
Setiembre 7
San Gregorio
Doctor Cecilio Julián de Socuerva, Pbro estudiante en
Octubre 11
Universidad de Santo Tomás
Doctor Manuel de los Reyes y Ortega, colegial de San
Mayo 11
Francisco y estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Manuel Hernández de la Madrid, estudiante en
Mayo 14
Universidad de Santo Tomás
Doctor Mariano Maldonado y Donoso, estudiante en
Mayo 16
Universidad de Santo Tomás
Doctor Antonio de la Carrera, estudiante en Universidad de
1771 Julio 10
Santo Tomás
Doctor Fernando de Borja y Chiriboga, colegial de San
Diciembre 2
Francisco y estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Miguel de Escobar, estudiante en Universidad de San
1772 Julio 3
Gregorio
Doctor Tomás Yépez y León, cura de Paute, estudiante en
Julio 10
Universidad de San Gregorio.
1773 Setiembre 6 Doctor Javier Fernández de la Madrid, Presbítero.
Octubre 21 Doctor Jacinto Sánchez de Orellana y Chiriboga, estudiante en
Universidad de San Gregorio
Doctor José de Ascázubi y Matheu, colegial de San Luis y
1774 Febrero 25
estudiante en Universidad de San Gregorio
Doctor Rafael Mecías, Panameño, estudiante en Universidad de
Noviembre 24
San Gregorio
Doctor Pedro José de Aispuru, estudiante en Universidad de San
1775 Febrero 13
Gregorio
Doctor Manuel Zaldumbide y Rubio, estudiante en Universidad
Marzo 6
de San Gregorio
Doctor José Tello de la Chica, de Cuenca, cura de Yaguachi,
Marzo 16
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Miguel de Unda y Luna, Maestreszuela de Popayán,
1776 Mayo 6
Universidad de Santo Tomás
Doctor Domingo Núñez Espantoso, de Guayaquil, colegial de
Julio 29
San Francisco y estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Calisto de Miranda y Suárez, de Ibarra, colegial de San
Diciembre 5
Francisco y estudiante y en Universidad de Santo Tomás
Doctor Alejandro Mosquera y Jaramillo, colegial de San Luis y
1777 Mayo 26
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor José Delgado y Gardea, colegial de San Francisco y
Julio 4
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor José Joaquín Tenario, de Popayán, colegial de San
1778 Setiembre 7
Francisco y estudiante en Universidad de Santo Tomás —229→
Doctor Salvador Mamerto de la Pedrosa Camaño, de Lima,
Noviembre 9 colegial de San Francisco y estudiante en Universidad de Santo
Tomás
Doctor José María Luzcando y Murillo, de Panamá, colegial de
Noviembre 20
San Francisco y estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Mariano Valdivieso y Torres Lojano, colegial de San
1779 Marzo 20
Francisco y estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Francisco Cortázar Lavayen, de Lima, colegial de Santo
Marzo 22
Toribio y estudiante en Universidad de San Marcos.
Doctor Tomás de Paz y Guerrero, colegial de San Francisco y
Julio 17
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Jaime Nájera y Velasco, de Riobamba, Presbítero,
1780 Marzo 6 comenzó en San Luis y luego estudió en colegial de San
Francisco y Universidad de Santo Tomás
Doctor Antonio Marcos González, español, colegial de San
1781 Julio 7
Francisco y estudiante de la Universidad de Santo Tomás
Doctor Manuel José de Borja, colegial, de San Francisco y
1782 Setiembre 26
estudiante en Universidad de Santo Tomás
1783 Noviembre 12 Doctor Romualdo del Corral de Buga.
Doctor Francisco Javier de Orejuela, de Cali, colegial de San
1784 Mayo 27
Francisco y estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Ignacio de Castro, de Popayán, colegial de San
Junio 7
Francisco y Universidad de Santo Tomás
Doctor Ignacio Núñez y Cea, de San José de Dagua (Cali),
Junio 18
colegial de San Francisco y Universidad de Santo Tomás
Doctor Juan José de Mena, de Quito, colegial de San Francisco
Julio 5
y Universidad de Santo Tomás
Doctor Carlos Casamayor, colegial de San Francisco y
1785 Junio 14
Universidad de Santo Tomás
Doctor Francisco Gómez de Villegas, de las montañas de
Agosto 22 Santander, colegial de San Bartolomé de Santa Fe y estudiante
en Universidad de Santo Tomás
Doctor Antonio Tejada, de Popayán, colegial de San Francisco
Diciembre 1
y Universidad de Santo Tomás
Doctor Manuel José Arce, de Panamá, colegial de San
Diciembre 22
Francisco y Universidad de Santo Tomás
Doctor Joaquín Ruiz y Mendoza, colegial de San Luis y
1786 Marzo 9
estudiante en Universidad de Santo Tomás
Doctor Bernardo de León y Carcelén, colegial de San Francisco
Diciembre 16
y Universidad de Santo Tomás
Doctor Nicolás Mosquera, colegial de San Francisco y
1788 Diciembre 15
Universidad de Santo Tomás
1794 Junio 10 Doctor Gaspar Retanna, colegial de San Francisco
Doctor José María Lequerica, lojano, colegial de San Francisco.
1795 Febrero 4
—230→
Doctor Prudencio Vázcones y Velasco, colegial de San Luis y
1796 Agosto 18
Universidad de Santo Tomás
Doctor Antonio Ante y Flor, colegial de San Francisco y
1797 Junio 22
Universidad de Santo Tomás Era de San Miguel de Urcuquí.
Doctor José Trujillo y Encinas, colegial de San Luis y
Julio 17
Universidad de Santo Tomás
Doctor Alejandro Estupiñán y Flores, Presbítero de Barbacoas,
1798 Junio 18
colegial de San Francisco.
1799 Febrero 7 Doctor José Joaquín de Aguilar, Universidad de Santo Tomás
Febrero 25 Doctor Luis Quijano, de Popayán, Universidad de Santo Tomás
Doctor José Félix de Peñaherrara, quiteño, colegial de San
Julio 18
Francisco y Universidad de Santo Tomás
Doctor Ignacio Vela y Valdivieso, de Cusubamba, colegial de
Agosto 1
San Francisco.
Julio 27 Doctor Miguel Suárez y Egueo, Universidad de Santo Tomás
Doctor Juan Antonio Conde y Martínez de la Vega, Universidad
1800 Abril 3
de Santo Tomás
Octubre 23 Doctor José Antonio Grueso de Popayán, colegial de San Luis
Doctor Luis Saá y Recalde, Ibarreño, colegial de San Francisco
1801 Octubre 23
y Universidad de Santo Tomás
Doctor Antonio Gil de Tejada, colegial del Santo Rosario de
1802 Febrero 20
Bogotá.
Doctor Ignacio Ortiz de Cevallos, quiteño, colegial de San
Abril 26
Francisco
Doctor Nicolás Salvador Murgueitio, de Popayán, colegial de
Junio 18
San Luis
Agosto 23 Doctor José Sanz, quiteño, colegial de San Francisco
Diciembre 18 Doctor Manuel María Valdés, de Popayán.
1803 Noviembre 14 Doctor José Antonio Mosquera, de Popayán.
Doctor José Antonio Borrero y Costa, de Cali, colegial del
Noviembre 17
Santísimo Rosario de Santa Fe.
1804 Febrero 6 Doctor José María Cabezas, de Barbacoas.
1805 Marzo 11 Doctor José Padilla, quiteño.
mayo 9 Doctor Joaquín Montesdeoca, ambateño, colegial de San Luis
Julio 8 Doctor Nicolás Jiménez y Escandón, colegial de San Francisco
1806 Febrero 25 Doctor Hermenegildo Peñaherrera, quiteño.
Abril 21 Doctor Fabián Puyol Camacho, quiteño.
Doctor Ignacio Rendón y Machado, de Cuenca, colegial de San
1809 Agosto 7
Luis
—231→
Capítulo XI
El colegio de San Luis y la Universidad de San Gregorio en el siglo XVIII
—232→
El padre Jouanen anota que esta concesión del Padre General fue
aprovechada más de lo que convenía, tanto que el mismo Padre General se vio
en el caso de limitarla a los Prefectos de Estudios. Cabe al respecto reiterar la
observación de que el profesorado estaba compuesto de religiosos extranjeros,
que provenían de los principales centros culturales de Europa.
—234→
—235→
Igual observación podía aplicarse a las demás ciudades, con salvedad para
Guayaquil, que enviaba jóvenes de proporciones a estudiar a Lima y para
Popayán que contaba con un Seminario propio, con estudios más avanzados
de secundaria y enviaba algunos estudiantes a graduarse, ya en Quito, ya en
Bogotá.
Por lo visto, la cultura nacional durante la colonia fue ante todo de carácter
religioso. La Filosofía estuvo a servicio de los estudios teológicos. Las
exigencias de la vida pública propiciaron también la carrera de las leyes
durante el siglo XVIII. Al pueblo irradiaba esta cultura religiosa a través de la
predicación. En las iglesias el culto se mantenía mediante el influjo de las
Cofradías que era la expresión religiosa de los gremios. En el siglo XVIII se
extendió la cultura a las capitales de provincia por medio de los colegios que
fundaron jesuitas y dominicanos, pero no se dieron ya personajes
representativos como en el siglo XVII, de la talla de Villarroel, Machado
Chávez, o de la Peña y Montenegro. En cambio, a mediados del siglo XVIII se
despertaron nuevas inquietudes de cultura, con la presencia de los geodésicos
franceses y con el espíritu de la Ilustración también francesa que se dejó sentir
a través de Espejo.
Capítulo XII
Contribución ecuatoriana a los estudios científicos
-I-
La ciencia antes de la venida de los Geodésicos
Más interesantes aún son los datos que contiene la Relación anónima de
1573. Ahí consta la ubicación de Quito junto a la línea ecuatorial. Como efecto
de la altura, «el temple de la ciudad es antes frío que caliente». «El cielo es
claro y sereno y el sol sale y se pone con mucha alegría y nunca está cubierto
de nublados, sino cuando llueve y quiere llover». «Deste octubre hasta marzo
es invierno y comúnmente llueve estos meses, excepto quince o veinte días
antes de Pascua y otros tantos después, porque comúnmente hace por este
tiempo un veranillo de treinta o cuarenta días». «La tierra es sana, los hombres
comúnmente viven más que en España».
Este interés noticioso continuó hasta los comienzos del siglo XVII. En 1604
el Conde de Lemus formuló un interrogatorio más extenso, para poner al día el
Libro de las descripciones. Y él mismo puso su nombre en la descripción de la
Provincia de Quijos, acompañándola con un mapa, en que consta la línea
equinoccial.
- II -
La misión geodésica de Francia con Quito
La finalidad de la expedición, por una parte, y por otra, el sitio elegido para
las observaciones, determinaron el número y —249→ calidad de los miembros
que debían componer el grupo expedicionario. Estaba integrado por sujetos
especializados, que tenían una misión concreta en el trabajo de conjunto. Eran
Pedro Bouguer, astrónomo; Luis Godín, matemático, con su primo Juan Godín
des Odanais; el capitán Verguín, de la Marina Real; Juan de Marainville,
dibujante; José de Jussieu, botánico; el doctor Juan Senièrgues, médico; M.
Hugot, relojero y mecánico; M. Mabillon y el joven Couplet, sobrino de Couplet,
tesorero de la Academia.
No hacen a este caso los detalles que rodearon a los geodésicos en sus
relaciones sociales y con las autoridades. Mientras sus compañeras habían
sido hospedados en el palacio de la Audiencia, La Condamine fue de incógnito
al Colegio de los Jesuitas, hasta recibir su bagaje, en que se hallaba la ropa.
Entre tanto se ocupó en ordenar sus papeles para enviar a la Academia de
París las primicias de sus observaciones e hizo colocar en la terraza del
Colegio un gnomon de 8 a 9 pies de alto y trazó una meridiana, que comenzó a
servir para dar las horas a mediodía al paso del sol.
- III -
Contribución ecuatoriana a la misión geodésica
Don Ramón Joaquín frecuentó el trato con La Condamine desde que llegó a
Quito. En las averiguaciones que se hicieron en torno a las actividades del
geodésico francés, declaró que «a corrido con amistad con el susodicho, quien
las más noches ha concurrido en casa del testigo, se trataba sólo de materias
indiferentes, y regularmente de noticias de Europa, historias, y se pasaban las
noches en estas conversaciones y en la lectura de libros franceses»103. En los
momentos de penuria económica para los geodésicos, les ofreció junto con sus
hermanos, la garantía para obtener el dinero necesaria y aún puso a su
disposición la suma de 12000 pesos, hasta que llegaran de Francia las letras
de cambio, enviadas por la Academia. Durante la estadía de los científicos en
el territorio de la Audiencia, don Ramón Joaquín se comportó con ellos como
un amigo consecuente y servicial. Su hermano mayor don José Antonio no fue
menos útil a los académicos franceses y españoles. Educado en primeras
letras en su nativa Riobamba, había seguido sus estudios superiores en el
Colegio de San Luis y Universidad de San Gregorio, hasta graduarse de
Maestro el 29 de junio de 1715. Ordenado sacerdote sirvió sucesivamente las
parroquias de Baños, Latacunga y Quinche y llegó a ser Canónigo —260→ de
la Catedral de Quito. Aficionado a las ciencias naturales se dio modo de
alternar, con su celo pastoral, la preocupación por las observaciones
científicas. En Baños benefició las aguas, reduciéndolas a una composición
medicinal. Cuando cura del Quinche proveyó a los académicos de la mano de
obra y material necesarios al levantamiento de las pirámides. Cuando canónigo
se hizo nombrar visitador de los pueblos de la Provincia de Esmeraldas, con el
objeto de atender a la vez al mejoramiento espiritual y económico de los negros
e indios de esa región. Su padre don Pedro Anastasio, poco antes de fallecer
en Quito el 12 de octubre de 1724, le dio instrucciones y poder para otorgar su
testamento, como así lo realizó el 12 de enero de 1725. Prácticamente quedó
don José Antonio de padre tutelar de sus hermanos, a quienes inspiró el afán
por el realce social y la preocupación científica.
- IV -
Pedro Franco Dávila y el Museo de Historia Natural de Madrid
Mientras los geodésicos franceses y españoles realizaban sus operaciones
en el Ecuador, un guayaquileño ilustre, establecido en París, organizaba una
colección de ejemplares de botánica, zoología y mineralogía, que llegó a ser la
base del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid.
Veinte y cinco años invirtió Dávila en tan laudable empresa, sin escatimar
gastos ni ahorrarse molestias para aumentar más y más sus preciadas
colecciones, de las cuales esperaba obtener gran provecho para la ciencia,
haciéndolas objeto de interesantes estudios. En 1777 se vio precisado, por
achaques de salud, a vender su amado Museo ante las dificultades de llevarlo
consigo al Perú, a donde pensaba trasladarse. Con tal motivo se dirigió al Rey
de España, don Carlos III proponiéndole la adquisición del mismo y
remitiéndole a la vez los tres volúmenes del catálogo correspondiente que
acababa de imprimir.
El Monarca ordenó a su Ministro, el Marqués de Grimaldi, pidiese parecer
sobre el asunto al reverendo padre Enrique Flores. Con fecha 27 de junio de
1767 se dirigía Grimaldi a éste, por medio de la siguiente carta:
«Reverendísimo padre Flores, hay en París un vasallo del Rey, don Pedro
Dávila, nacido en Guayaquil, que ha formado un copioso Gabinete cuyo
catálogo compone tres tomos. Propone venderlo al Rey, y, antes de
contestarle, quiere Su Majestad saber el juicio que forma vuestra
Reverendísima de la calidad, circunstancias y valor que tiene». La contestación
del padre Flores fue favorable: en la compra veía el principio de la creación en
Madrid de un Gabinete de Historia Natural. La adquisición, sin embargo, no se
realizó sino el 17 de octubre de 1771, fecha en que el Marqués de Grimaldi
suscribió el documento en que se ordenaba el traslado de París a Madrid de la
colección de Franco Dávila.
Annus MDCCLXXIV.
La inauguración del Real Gabinete se hizo el 4 de noviembre de 1776, día
onomástico del rey Carlos III. El público madrileño pudo ver exhibidos, en
magníficas vitrinas, los ejemplares de Historia Natural, que había coleccionado
don Pedro Franco Dávila en el transcurso de veinte años. El mérito del ilustre
ecuatoriano fue reconocido por los centros culturales de Europa. La Real
Sociedad de Londres le nombró Miembro Titular el 6 de junio de 1776. A
pedido de los Miembros de la Academia de Berlín, el rey Federico de Prusia le
nombró también Académico de esa entidad. A la muerte del creador del Museo,
acaecida el 6 de enero de 1786, su sucesor don Nicolás de Vargas sugirió al
Marqués de Grimaldi la idea de perpetuar la memoria de don Pedro Franco
Dávila, mediante la erección de un busto, realizado sobre el molde de una
mascarilla mortuoria, que tuvo el acuerdo de hacer tomar antes de la
inhumación del cadáver.
-V-
Contribución ecuatoriana de la obra de Mutis
Las fatigas inherentes a tan penoso trabajo afectaron la salud del Director,
en forma de obligarle al cambio de lugar y clima. Notificado del caso, el rey
Carlos III ordenó al Virrey de Santa Fe el traslado de la Expedición a Bogotá:
«La vida de Mutis es preciosa, decía el Monarca, en ello se interesa el progreso
de las ciencias y el honor de mi nación». El traslado de la Expedición a la
capital del Virreinato se verificó en 1790. Con ayuda del Virrey el Instituto
Científico de Mutis se convirtió en el primero de la América Latina, por su
copiosa biblioteca, la sala de instrumentos y el taller del trabajo pictórico. De la
primera dijo Humboldt admirado: «La biblioteca del Presidente de la Sociedad
Real de Londres es la más interesante y copiosa colección de que puede
gloriarse el Antiguo Continente; pero debe ceder sin disputa a la de Mutis». «La
sala de instrumentos, dijo, a su vez, Caldas —271→ no cede a la biblioteca. Se
cree el curioso que la visita transportado al Observatorio de París o de
Greeenvich: tanto es el aparato, tanta la variedad de máquinas científicas!
Telescopios, péndulos, cronómetros, sextantes, cuartos de círculos,
barómetros, teodolitos, hidrómetros, neumáticos, eléctricas, microscópicos, y
cuanto las artes han producido de interesantes, se hallan en este depósito
soberbio».
—274→
- VI -
Caldas y Humboldt en el Ecuador
—276→
Los dos llegaron a Cuba con el propósito de realizar una gira alrededor del
mundo con el capitán Baudín. Frustrado este plan, cambiaron este ideal con
una empresa que benefició a Venezuela, Colombia y Ecuador. El examen de la
cordillera de los Andes daría a la ciencia un aporte de experiencias nuevas,
para integrarlas al Cosmos, síntesis de la visión universal de Humboldt. No era
ya la medición de un arco del meridiano para comprobar la redondez de la
tierra. Al sabio ademán le inquietaba ahora la observación de la estructura
geológica, de los fenómenos vulcanológicos, de las leyes físico-climatológicas,
sin olvidar la riqueza de la flora. En vez de abreviar el viaje a Quito por la
travesía de Panamá a Guayaquil, prefirió la ruta por tierra de Cartagena a
Bogotá para conocer a Mutis, el gran discípulo y alumno de Linneo. Comprobó
la merecida fama de que gozaba ya el sabio gaditano, de quien recibió un
obsequio de 100 láminas de las mejores de su flora, que remitió al Instituto de
Ciencias de París. Pudieron Humboldt y Bonpland apreciar el mérito de los
pintores quiteños en la obra de la Flora de Bogotá, dirigida por Mutis. A este
sabio dedicaron el libro de Plantas Equinocciales que publicaron más tarde.
Además, Humboldt le dedicó su Geografía de las plantas, en que llamaba a
Mutis ilustre patriarca de los botánicos.
—277→
Luego confesó paladinamente las ventajas que había conseguido del trato
con Humboldt. «La astronomía, dijo, ha hecho mis delicias y he adquirido en
estos ramos algunos conocimientos. Ya no creía que obraba con tanto acierto
hasta la llegada del Barón. He confrontado mis observaciones, he manifestado
mis pobres y miserables instrumentos y han agradado a este viajero. Ellas
antes de conocerme, le arrancaron un elogio, que el amor propio más
desordenado, quedaría satisfecho. Es preciso confesar en honor de este sabio
y de la verdad que me ha dado luces inmensas en la astronomía, me ha
perfeccionado en el uso del optante, me ha dado un rico catálogo de quinientas
sesenta estrellas, la fórmula para el cálculo de las declinaciones, tablas de
refracción a diferentes elevaciones sobre el mar, los métodos de La Borda para
las distancias de la luna al sol, mil pequeñas prácticas para la perfección de las
observaciones; todo esto y mucho más debo a este prusiano: sería un ingrato
si no lo confesara abiertamente. Me ha puesto en estado de manejarme por mí
solo y de hacer algo de provecho».
No pudo realizarse este proyecto de Caldas. Sin salir del Ecuador redujo a
su territorio el escenario de sus observaciones. En abril de 1803 escribió su
Memoria de la nivelación de las plantas que se cultivan en la vecindad del
Ecuador. Pretendió elevar a categoría de ciencia el resultado de sus
observaciones, cuya ventaja y utilidad aprovecharían los agricultores, con
trascendencia a la economía nacional.
Entre julio y agosto de ese mismo año hizo el recorrido de Quito a las
costas del Pacífico, por Malbucho, a instancias de Carondelet. Era una nueva
tentativa de la vieja idea de hallar una salida breve de Quito al mar Pacífico.
- VII -
Mejía y el padre Solano
La inquietud por las ciencias naturales halló cabida en fray Vicente Solano,
como un descanso a sus múltiples labores de apostolado sacerdotal y de la
pluma. Había leído la Historia Natural —286→ de la Escritura o exposición
descriptiva de la geología, botánica y zoología de la Biblia, de Guillermo
Carpenter y se compenetró de la utilidad que podría reportar, a un cura de
montaña, el estudio de las ciencias naturales para hacer el bien a los
feligreses. A tiempo leyó las obras de Caldas y de Humboldt y sobre las bases
de estos científicos trató de investigar por su cuenta las ventajas prácticas, que
podían deducirse de las propiedades de las plantas.
Cultivó estrecha amistad con el dominicano padre Buenaventura Figueroa.
Desde el Perú le había enviado un catálogo de los libros que podían serle de
provecho. El 29 de setiembre de 1849, le pidió que le consiguiera los
Elementos de Anatomía, Fisiología, Zoología y Botánica, para instrucción de
personas curiosas que no hayan frecuentado las aulas, por don Teodoro de
Almeida. El 19 de marzo de 1850 volvió a escribirle solicitándole que, por
medio de monsieur Pettit, hiciese venir de Francia la Genera et species
Plantarum Equinoccialium, del Barón de Humboldt. El 1.º de diciembre de 1853
le avisaba que había recibido ya la obra pedida, cuyo costo había sido de
treinta pesos. Escribió las reseñas biográficas de Humboldt y de Caldas. El
primero le entusiasmaba como hombre y como sabio. Puede colegirse su
impresión por el siguiente acápite: «Cada vez que encuentro una planta en
algún lugar designado por él, me viene a la imaginación su presencia: ¡aquí
estuvo Humboldt! digo para mí solo, cuando voy en compañía de otros.
¡Gracias a Humboldt sé la altura en que me hallo con respecto al nivel del mar!
No puedo dejar de referir lo que en cierta ocasión me sucedió. Había leído, en
la parte botánica, que entre Burgay y Deleg se halla una nueva especie de
aralia, descrita por este sabio con el nombre de aralia avicermisefolia. Por
cerciorarme fui a buscarla en el sitio donde crece; y en efecto, la encontré en el
punto en que se comienza a descender al lugar llamado Verdeloma. Hay allí
mucha abundancia de estas plantas, y ellas me excitaron estas reflexiones:
«¡Aquí estuvieron Humboldt y Bonpland! ¿Cuál será la planta —287→ que les
sirvió de modelo para sus descripciones? O serán otras las que existen ahora?
¡Qué conversación tan amable no tendría yo con estos sabios en esta soledad
sobre las plantas y sobre otras materias! Confuso con estas ideas, daban
vueltas en aquel recinto de aralias, y me parecía que en toda aquella colina
circulaban los manes de Bonpland y las sombras de Humboldt: esto me causó
tal consternación, que me apresuré a salir de aquel lugar, corriendo a rienda
suelta, hasta que pudo distraerme en bastante espacio el encuentro de un
amigo».
En 1855 viajó por segunda vez a Europa y en enero del año siguiente se
consagró en París a los estudios de las ciencias naturales. El 14 de enero de
1856 escribía a su cuñado don Roberto —288→ Ascázubi: «Mucho le recuerdo
en el curso de física que sigo porque le conozco aficionado a esta ciencia tan
hermosa. [...] En el de química ocupo uno de los asientos reservados,
inmediato al profesor, gracias a la recomendación de monsieur Boussingault. A
más de estos cursos, dictados por monsieur Despretz (Física) y monsieur
Balard (Química), sigo el de Geología de míster Milne-Edwards, el de Análisis
de Química Orgánica de M. monsieur Boussingault, el Álgebra Superior de
monsieur Duhamel, el de Cálculo Infinitesimal de monsieur Lefeboure de
Fourrey, y el de Mecánica Racional comenzado por monsieur Sturem y
continuado, por su fallecimiento, por monsieur Puisieux. Todos estos son
sabios de primer orden, conocidos por las obras que han publicado sobre las
ramas que enseñan. Cada curso tiene lugar dos veces a la semana
únicamente; y he arreglado de tal modo mi tiempo que trabajo en el laboratorio
los lunes, miércoles y viernes. Cuando comiencen los cursos de Geología y
Botánica, asistiré también a ellos. En Química he avanzado mucho; en el mes
entrante acabaré las preparaciones de metales y entraré en las preparaciones
de la Química Orgánica. Tengo muchas cosas hechas por mí: entre ellas un
poco de fósforo extraído de los huesos. Me baila en la cabeza la idea de un
pequeño aparato de mi invención para poder fabricar ácido sulfúrico sin el cual
nada puede hacerse o muy poco. Cuando haya madurado bien mi proyecto, le
consultaré a monsieur Boussingault; y si le parece bien, y no cuesta (como
creo) sino unos quince o veinte pesos, le pondré en planta: de este modo podré
fabricar yo mismo en Quito sin más costo que el azufre y el del salitre: avíseme
lo que cuesta ordinariamente por arroba.
Por los ásperos senderos del suelo ecuatoriano han pasado caravanas de
hombres, que han aportado a las ciencias naturales datos precisos para el
conocimiento del planeta. Fuera de las misiones de que hemos hecho
recuerdo, conviene mencionar siquiera la labor de algunos exploradores, que
han añadido una experiencia más al mundo del saber científico.
—295→
—296→
Capítulo XIII
Nuevos aspectos de cultura
Es este uno de los motivos para que no se echara de menos la falta de una
imprenta. La necesidad se dejó sentir más bien en el aspecto cartográfico y en
la difusión de la estampería. El padre Ignacio de Quesada hizo grabar en Roma
«Una lámina grande para tirar estampas de Santo Tomás» y abrir «de mucho
primor los sellos mayor y menor de la Provincia con una prensa de fierro, pieza
de estimación», que se conservan en el Museo Dominicano de Quito.
A mediados del siglo XVIII Simón Brieva grabó también una colección de
planchas de carácter pedagógico, que comprendía veinte láminas de
Catecismo Histórico, 23 de la Santa Misa y 25 de la Historia Sagrada. Los
dibujos de las dos primeras series fueron diseñados por Prieto Arias y los de la
tercera por Rondetyo Arias A.
—300→
Ante la negativa de parte del Consejo, los mencionados procuradores
salvaron esta primera dificultad, valiéndose de Alejandro Chávez Coronado,
joven quiteño que habían llevado consigo, quien elevó en nombre propio una
nueva solicitud al Consejo de Indias por intermedio de don José Real. Esta vez
tuvo efecto la petición. El Consejo, con fecha 18 de agosto de 1741, remitió el
asunto al informe del Fiscal, el que dio respuesta favorable el 30 del mismo
mes. Debieron interponerse valedores eficaces para conseguir el rápido
despacho del negocio. Pues el Consejo, prescindiendo del trámite ordinario,
pidió, el 2 de setiembre, el parecer de don Dionisio de Alcedo y Herrera, ex
Presidente de la Audiencia de Quito, que se hallaba en Madrid. El 6, Alcedo dio
su informe, recalcando en la necesidad de establecer una imprenta en Quito,
cuya cultura exigía un medio apropiado de expresión. El 6 de octubre se
expidió la cédula en que se concedía a Chávez Coronado la facultad de
establecer la imprenta para él y sus herederos en caso de muerte.
Espejo frisaba en los treinta y dos años cuando escribió el Nuevo Luciano.
Había hecho ya sustancia propia el sentido del quiteñismo, como sinónimo de
la patria, que quería enaltecer. Más tarde, cuando escribió las Primicias de la
Cultura de Quito, —303→ insertó el «discurso sobre el establecimiento de una
sociedad patriótica en Quito». Este discurso fue leído con interés por algunos
de los jesuitas expulsos. Uno de ellos Joaquín Larrea expresó que en él
mostraba Espejo «su gran talento, su vasta erudición y sus grandes y
ventajosas ideas en beneficio de la patria: pensamos enviarlo a Roma, a
Ayllón, a Faenza, a Velasco, para que lo inserte en la admirable historia que
escribe de Quito en Español [...]».
La patria, como ideal definido y concreto, la concibió Espejo y trató de
estructurarla bajo múltiples aspectos. Pero, por secretos del destino, quienes
soñaron en la patria y procuraron definirla, mental y afectivamente, fueron los
jesuitas desterrados. Nadie aprecia mejor el bien gozado que quien lo pierde
sin su voluntad. El extrañamiento de los jesuitas del territorio patrio constituyó
un hecho histórico, que hay que apreciarlo en su valor y trascendencia. El
grupo de jesuitas expulsos constaba de 269 sujetos, que componían la
provincia quitense. De ellos 58 habían dejado manuscritos los textos de su
enseñanza de filosofía, y teología en la Universidad de San Gregorio. Los
demás enseñaban en los colegios, dirigían el culto y la predicación en los
templos y casas de ejercicios, servían en las Misiones y los hermanos
coadjutores cooperaban en los quehaceres de las casas y administraban las
haciendas. La Pragmática sanción sacó a todos del territorio patrio en que
trabajaban y los dispersó por las ciudades de Italia. A partir de 1767, aunque
desterrados, se refugiaban en el regazo de su madre común, la Compañía.
Pero, desde el Breve Apostólico del 21 de julio de 1773 en que se abolía la
Compañía, los 146 sobrevivientes secularizados, privados de amparo,
condenados a una larga agonía de muerte. En esta situación de abandono, el
recuerdo de la patria lejana fue a la vez pena y lenitivo.
La Historia del Reino de Quito fue publicada parcialmente en París por Abel
Víctor Brandin en 1839, luego la Historia Antigua traducida al francés por
Ternaux-Campans en 1840 y una traducción italiana incompleta editada en
Prato entre 1840 y 1847. La primera edición que se hizo en Quito y ha servido
de base a reproducciones posteriores se debió al doctor Agustín Yerovi, quien
la realizó en entregas sucesivas en los años 1841, 1842 y 1844. La crítica
histórica echaba de menos una edición del texto completo y exacto de la
Historia del Reino de Quito, tal como salió de manos del padre Velasco.
Ventajosamente, desde 1960, el Ecuador cuenta ya con una edición crítica de
la obra del ilustre jesuita, debida a la acuciosa diligencia del padre Aurelio
Espinosa Pólit y a la iniciativa de los organizadores de la Biblioteca Ecuatoriana
Mínima.
—305→
Fuera del relato histórico, el padre Velasco puso también sus miras en las
manifestaciones de la cultura Patria. En la misma dedicatoria al Ministro Porlier
le decía lo siguiente: «Entre los muchos objetos que igualmente mira la
comprensión de Vuestra Excelencia como si fuese uno solo, le ha merecido las
atenciones la Literatura Americana. Es cierto, que ha sido esta poco conocida
en Europa, tanto que la malignidad de algunas plumas extranjeras lo atribuye,
no a la falta de imprenta que hay allá, sino a la degeneración de ingenios en
aquella parte del mundo. Cuan falso sea este dictamen, lo ha conocido ya la
Italia y lo sabe mejor Vuestra Excelencia. Su larga experiencia le hizo observar
con imparcial ojo ser las américas tal vez más fecundas de minerales de
ingenios que de metales. Sabe que se hallan sepultados éstos en el olvido, no
menos que el oro, las perlas y los diamantes en los obscuros senos de los
mares y de las peñas por falta de quien los saque a la pública luz del mundo, y
sabe que nunca hacen progreso las ciencias sin que tengan una protección
poderosa».
Usted me ha de perdonar
tanto ingente desvarío,
pues en tan triste lugar,
si de este modo no río,
no haría sino llorar,
El padre Espinosa Pólit, que escribió este último párrafo transcrito, sacó a
luz las composiciones del padre Pedro Berroeta, que no constan en la
colección del padre Velasco y que revelan a un poeta de alta calidad.
Igualmente la Biblioteca Ecuatoriana Mínima consagró parte de un volumen a
las poesías del padre Juan Bautista Aguirre, cuyo valor literario puso de relieve
don Gonzalo Zaldumbide.
—[308]→ —309→
Capítulo XIV
La enseñanza después de la expulsión de los Jesuitas
—310→
Es preciso advertir que los dominicos habían, desde muy atrás, establecido
en los conventos mencionados las cátedras de Gramática y en algunos como
los de Cuenca y Loja también la de Teología Moral. Pero, a raíz de la expulsión
de los jesuitas, se puso más empeño en dar aliento a los estudios. En el
Capítulo Provincial de 1770 daban a conocer al Padre General el hecho de que
«con la expatriación de los padres jesuitas son nuestros Conventos los únicos
en la Provincia que dan el pasto espiritual a las gentes».
—312→
El arreglo que hizo el presidente Diguja para dar continuidad a los estudios
duró apenas dos años; porque «a consecuencia del capítulo veinte y ocho de la
Real Cédula de nueve de julio de mil setecientos sesenta y nueve se extinguió
la Universidad de San Gregorio que tenían los Regulares de la Compañía en el
Colegio de San Luis, aplicando los mil pesos de su renta para mayor dotación
de la de Santo Tomás»112. La Orden Dominicana continuó su labor en la
docencia, tanto en su Estudentado propio del Convento Máximo, como en el
Real Colegio de San Fernando y la Universidad de Santo Tomás. En los
Capítulos Provinciales se hacía la renovación de nombramientos para Regente
de Estudios y Rector del Colegio, como se proveía de catedráticos para ambos
centros de enseñanza.
—314→
—320→
—321→
—324→
Nada revela mejor la situación de las ideas al finalizar el siglo XVIII, que la
respuesta que dio el cuerpo de profesores de la Universidad a una
representación de los Dominicos. Los padres Sebastián Solano e Isidro Barreto
expusieron al Presidente de la Audiencia, «que según parece de los Estatutos
que han regido, desde que se erigió en pública esta Universidad, los que lo
formaron se persuadieron a que era propio de una Universidad pública, admitir,
adoptar y seguir en ella toda doctrina que no estuviese expresamente
reprobada. Así se han permitido defender en público opiniones, theses y
sentencias poco conformes en la práctica a la doctrina sana. Siendo
Universidad que se intitula de Santo Tomás, se niega a cada paso y sin el
menor embarazo la autoridad y sentencia de este angélico Doctor. Y sin caer
en —326→ cuenta de los escandalosos efectos que ha producido la libertad
filosófica y facilidad en opinar si defienden públicamente opiniones y sentencias
nada conformes a los piadosos deseos de un Rey Católico, que desea en sus
vasallos la instrucción y enseñanza de la doctrina pura». En consecuencia,
solicitaban los padres mencionados que se tuvieran en cuenta a los
catedráticos de la Orden para formar los nuevos Estatutos, el plan de estudios
y el método de enseñanza.
Con esta salvedad, afirmaba el Claustro: «que aunque sea evidente que el
consentimiento unánime de los padres, no siendo en lo perteneciente a la Fe, a
la Tradición, ni a las Sagradas Letras, no hacen un argumento cierto, sino sólo
probable; que aunque la Filosofía, en su extensión está sujeta al tribunal de la
razón y no al de la autoridad; y aunque ella pueda servir mucha para arreglar
las costumbres, con todo que los filósofos no son más que unos niños, si
Jesucristo no los hace hombres alumbrando las tinieblas de su entendimiento.
Sabe que Newton mismo, ese genio —328→ superior cuyas ideas parece van
más lejos de lo que se podía esperar, enseña clara y positivamente "que el
orden del mundo sólo se debe buscar en la voluntad de Dios y que no sería
pensar ni obrar como filósofo el pretender que las leyes de la Naturaleza que
pueden conservar el mundo, han podido sacarle del caos o ponerle en orden".
Sabe también con otros sabios que el carácter más seguro de la verdadera
Filosofía es darse la mano con la Religión, y que por sólidos, grandes y
luminosos que sean los principios de la Moral del Paganismo, dejan al hombre
en el camino sin mostrarle ni el motivo que debe santificar sus acciones, ni el
fin que debe proponerse. Que la Sagrada Escritura y la tradición únicamente
nos dan una noción clara cierta del hombre, descubriéndole las ventajas de su
primer origen, su caída en el pecado y las consecuencias funestas de esta
caída, su reparación por el Libertador, sus diferentes obligaciones respecto de
Dios, del prójimo y de sí mismo, el fin donde debe dirigirse y el camino que
puede conducirle a él. Los que entran a estudiar Filosofía ya deben ir instruidos
y radicados en estas verdades de una educación cristiana, que loas maestros
deben comentar y no perder de vista jamás».
En una comunicación posterior se daba cuenta del desenlace que tuvo esta
labor de revisión. «A pesar, se decía, de la pronta actividad, con que los
comisionados desempeñaron esta obra, las circunstancias de la época
revolucionaria y la obstrucción de giros embarazaron la remisión de dichas
adiciones, no habiendo podido éstas insertarse en el cuerpo de Constituciones,
por la confusión que padecieron hasta el año de 1813».
Mientras se tramitaba la aprobación definitiva de los Estatutos y Plan de
Estudios, se verificó un hecho que tuvo especial repercusión en la historia del
país. En la Cédula del 20 de junio de 1800 afirmaba el Rey que el Presidente
de la Audiencia le había informado que «había destinado para formar el
claustro de Estudios una parte del Colegio Máximo que fue de los ex jesuitas y
otra para acuartelar la tropa y que sin embargo había quedado buena porción
de dicho edificio para dar a cualquier religiosa casa en que vivir». De hecho, al
comenzar el siglo XIX, se distribuyó el edificio de los Jesuitas en el tramo
destinado a la Universidad de Santo Tomás, en otro concedido a la Comunidad
de los agonizantes de Lima y un tercero cuyo piso alto se destinó a oficinas de
la Real Hacienda y el bajo para cuartel de las Compañías Veteranas.
Precisamente en este lugar del Real de Lima fueron sacrificados el 2 de agosto
de 1810 algunos catedráticos de la Universidad como los doctores Juan de
Dios Morales, Manuel Rodríguez Quiroga, Pablo Arenas y José Javier
Ascázubi.
Restablecido el orden por acción del Pacificador Montes, el Rey dispuso por
Cédula de 4 de mayo de 1815, que se practicase una visita a la Universidad y
los Colegios de San Luis y de San Fernando y se redactase un nuevo plan de
estudios, para reorganizarlos de acuerdo con las circunstancias. El 11 de
noviembre del mismo año Montes comisionó al doctor Nicolás Joaquín de
Arteta que realizase la visita y formulase el nuevo plan de estudios.
Este informe del Fiscal pasó a examen del auditor general de guerra señor
Saravia, el cual dio su parecer el 29 de mayo de 1821, con algunas
observaciones. Al fin Aymerich dio el siguiente Decreto: «Riobamba 4 de junio
de 1821. -Me conforme con el antecedente dictamen del señor Auditor General
de Guerra cuyo contenido se practicará en todo por la Secretaría de Gobierno
cuidando de llevar todo lo que queda contenido.- Aymerich».
—340→
Tanto las becas reales como las dotadas por particulares debían pasar por
la aprobación del Vicepatrono.
A cargo del Colegio estaba el pago de barbero que debía rasurar cada
quince días y de remedios de botica para los enfermos. El Rector debía vigilar
la asistencia de los Preceptores de Gramática y rebajar el estipendio de
acuerdo con las faltas, lo mismo que el cumplimiento de las oposiciones para la
provisión de las Cátedras.
—341→
En cuanto al vestido se prescribían uno para casa y otro para los concursos
oficiales. El traje ordinario debía constar de fraques de bayetón oscuro del país,
pantalón de lo mismo, media bota y balandrán. En la calle y funciones públicas
debían llevar bonete, guantes, medias negras, mangas negras o chupa entera.
Al escudo bordado de oro, seda y plata debía sustituirse con uno de plata
dorada, en que las armas reales debían ir orleadas con las de la Orden
Dominicana y encima la corona real. Para caracterizar a los estudiantes debían
llevar los Gramáticos una cinta negra sobre el cuello de la ropa; los Filósofos,
una azul entera; los Teólogos, azul y blanca; los Civilistas, encarnada entera;
los Canonistas, encarnada y verde.
de 8 ½ a 10 ½, clase;
de 11 a 12, recreo;
de 1 ½ a 2 ½, estudio;
de 2 ½ a 5, clase en el aula;
—342→
de 6 a 6 ½, Rosario en la Capilla;
a las 8, cena;
de 8 ½ a 9, recreo;
La redacción del Plan de Estudios para Derecho se hizo a petición del padre
Felipe Carrasco, Rector del Colegio de San Fernando, quien expuso al
Presidente la forma desordenada con que se dictaban las Cátedras de
Jurisprudencia. Carondelet comisionó, el 25 de setiembre de 1802, al doctor
Juan de Dios Morales, que redactase el mencionado Plan de Estudios.
El plan se concretó a señalar las horas, materia y método que debían seguir
los cuatro catedráticos que componían el cuerpo docente. El de Derecho Civil
debía dictar todos dos días de nueve a diez de la mañana y de tres a cuatro de
la tarde. Comenzaría por el Derecho de Gentes de Heineccio y continuaría el
primer año con los libros primero y segundo de las Instituciones de Justiniano y
el segundo con los libros tercero y cuarto, procurando exigir el aprendizaje de
memoria del texto que debía poseer cada alumno.
Los cuatro Catedráticos debían presentar por turno cada sábado del mes
las sabatinas a que concurrirían, bajo la Presidencia —346→ del Rector, los
Catedráticos de Derecho, de Filosofía y Teología y serían invitados al Colegio
de San Luis y los Catedráticos de Derecho de la Universidad.
Con este nuevo plan se eliminó el desorden que había en concurrir los
estudiantes a diversas materias en una misma hora. Cada estudiante debía
rendir examen para pase de año y concluidos todos los exámenes, el Rector y
los Catedráticos darían el certificado para que pudiese presentarse al Juez y
Director General de Estudios, quien debía dar el pase a la Academia Pública a
fin de que se presentase al auto de prueba para adquirir los grados de
Bachiller, Licenciado y Doctor según los Estatutos.
—350→
En la parte tocante a los estudios se repite textualmente la amonestación
del Capítulo anterior y se provee de Catedráticos en la forma que sigue: «Para
nuestro Colegio de San Fernando y juntamente para la Universidad del
Angélico doctor Santo Thomás, damos por Catedráticos, primeramente: Por
Regente Mayor y Lector de Prima al reverendo padre presentado fray Antonio
Ortiz, Rector.- Lector de Vísperas, vacante.- Lector de Artes, al reverendo
padre presentado fray José Falconí.- Preceptor de Gramática, al reverendo
padre fray Julián Fajardo».
Del primer cuarto del siglo XIX se conserva manuscrito el texto de Filosofía
que se enseñaba en el Colegio de San Fernando. Se advierte ya en cada
tratado la orientación nueva que se dio a la enseñanza de la materia,
insistiendo en las nuevas teorías de la Cosmología y la Ética. A vuelta de
versos maliciosos que recitaban los alumnos, consta una lista de estos, cada
cual, con su apodo familiar. Figuran, entre otros, Vidal Alvarado (el jetón),
Pedro Acosta (el punchaqui), Francisco Landázuri (el cotudo), Pablo Guevara
(el merro), Miguel Jaramillo (el sopas), Antonio Baquero (el buenmoso), Manuel
Olivera (el loro), Pacífico Garzón (el lactarita), Pedro Cadena (el romboides),
Mariano Acosta (el viejo), Joaquín Cárdenas (el rumilión), Felipe Valverde (el
trompo), José María Lasso (el guzguz), José Salazar (el sordo), Manuel
Perales (el rosquites), Juan Antonio Hidalgo (el tordo), José María Peña (el
gnoto).
A esta nómina de alumnos de San Fernando hay que añadir a José Joaquín
Olmedo, quien desde los nueve a los doce años estudió en el Colegio dirigido
por los Dominicos. Fuera del cantor de Junín, Pablo Herrera, Francisco Javier
Salazar, Juan Montalvo y Vicente Piedrahita, intervinieron en la vida pública del
país, ya en el campo de la política y en el de la literatura.
Capítulo XV
La instrucción pública durante la República
—362→
—367→
—368→
El Ministro Mata tuvo palabras de encomio para los Colegios del Socorro de
Quito, el Mixto de Cuenca, el San Bernardo de Loja, el de San Vicente de
Latacunga, y el de San Diego de Ibarra. El de Latacunga se había puesto a la
cabeza con la enseñanza de Ciencias Naturales y el establecimiento de
laboratorios para la química aplicada a la agricultura y para mineralogía, bajo la
acertada dirección del señor Cássola. En cuanto a la Universidad, el Ministro
Señor Mata ratificaba la observación de su predecesor. «Puede asegurarse,
informaba, que desde la publicación de la ley de 28 de octubre de 1853, sobre
libertad de estudios, han quedado reducidos, este importante establecimiento y
el cuerpo de profesores que a ella pertenecen, a recibir los exámenes y a
conferir los grados científicos a los jóvenes que siguen la carrera literaria. Se
conservan las diez cátedras de latín, medicina, jurisprudencia civil y económica
y derecho público en todos sus ramos; mas el número de asistentes a cada una
de las aulas, excepto a la de Gramática Latina, es tan limitado que puede
decirse que la juventud no utiliza de ellos en manera alguna y que, por lo
mismo, en el pie que se ha encontrado la Universidad en estos últimos cuatro
años, ha sido y es casi enteramente infructuosa para el progreso de las
ciencias en el Ecuador».
—373→
Junto con la música, también las Artes Plásticas recibieron el impulso del
Presidente García Moreno. Con el fin de promover la arquitectura hizo venir de
Europa al alemán señor Francisco Schmidt y al inglés señor Tomás Reed. Con
ellos y los profesores de la Politécnica se inició en Quito una etapa de nuevas
construcciones, que determinaron la adopción de un nuevo estilo. A cargo de
Reed estuvieron la Penitenciaría y el túnel y puente de la Paz, Schmidt dirigió
la construcción de la Escuela de Artes y Oficios. Los padres Menten y Dressel
de la Politécnica vigilaron la edificación del Observatorio Astronómico. El
mismo Reed prestó sus servicios en la construcción de la casa del propio
García Moreno, en el edificio del Hotel París y la mansión de don Salvador
Ordóñez y Schmidt tuvo a su cargo la casa de la familia León.
Los Hermanos Cristianos contaban en sus escuelas con siete mil alumnos
repartidos así: Escuela de Quito, 1525; de Tulcán, 446; de Ibarra, 438; de
Latacunga, 380; de Ambato, 509, más 64 de la Escuela Dominical; Riobamba,
652; Guaranda, 273; Azoguez, 430; Cuenca, 567; Loja, 418 y Guayaquil 858
alumnos.
El Gobierno del doctor Antonio Flores Jijón fue de comprensión para todos
los sectores políticos del país. Se acentuó entonces —384→ la idea de
progresismo, que conciliaba la convivencia de la tradición católica con las
nuevas ideas de orientación de procedencia liberal. Al doctor Flores sucedió en
el Gobierno el doctor Luis Cordero, hombre de cultura, de intachable
catolicismo y amante de la libertad bien entendida. A la cabeza del Ministerio
de Instrucción Pública puso al doctor Roberto Espinosa, conocido por su
preparación en el campo de las letras. Este Ministro en el informe presentado a
la Legislatura de 1894 destacaba el valor que debía darse al estudio de las
ciencias y las artes por la utilidad práctica que reportaba al país. Anotaba que,
gracias al interés de los Gobiernos anteriores, el Ecuador contaba con 24
Colegios Secundarios para hombres y 24 para señoritas y que la mayor parte
de ellos estaba a cargo de instituciones religiosas extranjeras. Además se
habían establecido escuelas de Artes y Oficios en Quito, Guayaquil, Cuenca y
Riobamba. La intención del Gobierno era principalmente mejorar los colegios
existentes. Observaba también la ineficacia que resultaba en la educación
secundaria el aprendizaje del griego y del latín. En consecuencia debía
fomentarse más bien el estudio del francés y del inglés.
Durante el Gobierno de Caamaño y Flores se habían dado facilidades al
doctor Teodoro Wolf para sus estudios y en 1892 apareció, publicada en
Leipzig, a costa del Supremo Gobierno, la Geografía y Geología del Ecuador,
que sirvió de texto de consulta para enseñanza de esa materia en los institutos
de estudios superiores. El doctor Roberto Espinosa, en abril de 1885, prologó
la publicación de Ecos del Destierro, que compuso Honorato Vázquez cuando
hubo de alejarse de la Patria durante el Gobierno de Veintimilla. «Tiempo ha,
decía Espinosa que cuatro amigos, digo mal, cuatro hermanos, solemos
reunirnos, sin que nunca faltase ninguno, todos los jueves por la noche», para
leer por turno composiciones literarias y para charlas y discusiones sobre
asuntos de cultura. Esos amigos eran Vázquez y Espinosa, el doctor Carlos R.
Tobar y don Quintiliano Sánchez. Ese grupo inicial se aumentó luego con don
Carlos M. León y don Vicente —385→ Pallares Peñafiel y por iniciativa de estos
dos últimos jóvenes se organizó el Ateneo de Quito, cuya instalación solemne
se llevó a cabo el 2 de abril de 1891 con una velada memorable. Ante un
público selecto y con asistencia del Presidente de la República, intervinieron
con sus discursos don Juan León Mera, Presidente de la Entidad; el doctor
Julio Castro, Vicepresidente; don Miguel Valverde, Secretario de la Sección de
Ciencias Naturales, Físicas, Médicas y Matemáticas y el señor Leónidas
Pallares Arteta, miembro de la sección de Literatura y Bellas Artes. La parte
musical estuvo a cargo del maestro Aparicio Córdoba y de las señoritas Victoria
Villagómez, Genoveva Zaldumbide y Rosa Elvira Tola120.
Por los actos mencionados se echa de ver el realce cultural del ambiente de
Quito durante la Presidencia de Cordero y su visión de la política en los
colaboradores que escogió para su Gobierno. Antes de narrar el cambio de
orientación que se va a imprimir a la instrucción pública, es preciso echar una
ojeada a los principios que dirigieron hasta entonces la educación ecuatoriana.
La idea de la educación gratuita y obligatoria, como deber del Gobierno
democrático, la formuló y enunció Rocafuerte y fue la que alentó a sus
sucesores en la difusión de la enseñanza primaria, que comenzó por las
capitales de Provincia, se extendió a los cantones y a algunas parroquias, sin
llegar al campesinado, ni a los indios. A partir de García Moreno la educación
primaria y media se puso en manos de institutos religiosos, procedentes
particularmente de Francia, que dieron a la enseñanza su metodología —388→
y su orientación católica. Con García Moreno se acentuó también la idea de dar
a la enseñara superior y universitaria una orientación técnica con el fin de
aprovechar las riquezas del país. En el fomento de la educación intervinieron
los Municipios y los Obispos en colaboración con el Gobierno. La educación
superior formó una generación de profesionales, médicos, abogados y
científicos, que elevaron a un nivel considerable la cultura ecuatoriana. En ese
período surgió Cuenca como centro de proyecciones literarias, que mereció el
calificativo de Atenas del Ecuador. Cabe anotar, por fin, que los vaivenes de la
política se dejaron sentir en el campo de la educación; pero conservaron la
orientación católica que imprimió García Moreno.
Igual suerte que a los Hermanos Cristianos les tocó a los padres
Salesianos, que se vieron obligados a abandonar las obras que dirigían en
Quito y Riobamba.
—397→
Por primera vez aclimató en el ambiente la idea del indujo que ejerce sobre
el educando la aula escolar espaciosa, saturada de aire y luz, que consulta la
higiene y la alegría infantil. Con este criterio comenzó la serie de
construcciones cómodas y provistas de los elementos necesarios. «Educar es
hacer el porvenir», fue el pensamiento que dirigió las actividades del ministro
doctor Sánchez. Para tecnificar el magisterio y la docencia hizo venir de
Alemania un grupo selecto de profesores, entre los que constaban el doctor
Augusto Rubbel, Walther Hinmelmann, Otto Scharnow, Franz Warzawa, Elena
Sohler y Eleonora Nauman. Con este personal comenzó una nueva etapa del
Normal Juan Montalvo, instalado en la histórica Quinta de «El Placer»,
dotándole de un gabinete de Física y un laboratorio de Química y de pupitres
modernos unipersonales. Convencido de que el aporte extranjero debía
completarse con elemento nacional, aprovechó de la oferta generosa del
Gobierno de Chile y envió becarios al Normal «Abelardo Núñez», a los jóvenes
ecuatorianos Rafael Coronel y Segundo Moscoso, del Instituto Mejía, Emilio
Uzcátegui y Reinaldo Murgueytio, alumnos distinguidos del Instituto Juan
Montalvo.
Por cuenta del Ministerio, se comenzó a publicar una serie de obras que
debían constituir la Biblioteca del Maestro Ecuatoriano. Además se inició la
publicación de la Revista de Educación como órgano del Ministerio del Ramo.
También se organizó, por primera vez, bajo la dirección del profesor Franz
Warzawa, de la misión alemana, un curso rápido de gimnasia, para todos los
preceptores que quisiesen obtener título de especializados en educación física.
—408→
(Artículo 2)
(Artículo 39)
(Artículo 44)
Capítulo XVI
Las Bellas Artes durante el siglo XVIII
I.- Arquitectura
El del 20 de junio de 1698, que azotó Riobamba y Ambato, dejó sentir sus
efectos también en Quito y el edificio más afectado fue el templo de la Merced.
El pueblo de Quito en esta ocasión, como en otras similares, sacó en procesión
la imagen de —416→ Nuestra Señora de las Mercedes. Los padres
Mercedarios, a su vez, se vieron en el caso de construir un nuevo templo, que
iba a ser el tercero y definitivo. Los dos anteriores habían durado cada uno un
siglo y experimentado los efectos de su emplazamiento junto a la quebrada que
descendía por entre Toctiucu y el Tejar.
—417→
Por las datas del archivo mercedario es posible consignar algunos nombres
de artistas quiteños, que intervinieron en la hechura de las diversas obras de
arte que enriquecen el templo de Nuestra Señora de las Mercedes. Al escultor
Uríaco se debe el tallado de los cuatro Doctores que figuran en las pechinas
del crucero y del grupo de la Trinidad que se destaca sobre el nicho central del
retablo mayor.- Entre 1748 y 1751 se llevó a cabo la construcción del retablo
central. Una partida, que corresponde a 1754 dice textualmente: «Diéronse a
don Bernardo Legarda un mil novecientos ochenta pesos, más doscientos
tablones de a peso, para los forros del altar mayor; ambas partidas hacen dos
mil cuatrocientos ochenta pesos. Este gasto es hecho siendo Provincial el
padre maestro Tomás Baquero, quien desempeñó este cargo de 1748 a 1751».
A partir de 1709, el platero Javier de Albuja hizo el trono de plata para una
custodia nueva, lo mismo que la renovación del frontal de Nuestra Señora.
Para estas obras los padres proporcionaron el material necesario. En 1780 el
padre José Yépez y Paredes comprometió al maestro Gregorio, escultor, para
—418→ que dirigiese la refacción del nicho de Nuestra Señora, lo mismo que al
platero Vicente Solís para el trabajo de la peana de plata del trono del
Santísimo123.
Fachada de la Compañía
El Carmen Moderno
Obra del siglo XVIII es también la Capilla del Hospital, fundada en 1565 por
el primer Presidente de la Audiencia don Hernando de Santillán. El Hospital
consta de dos tramos ordenados, al estilo de los conventos, con cuadro de
claustros altos y bajos. En la esquina que da al arco de la Reina, se levantaba
la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, de cuyo recuerdo no ha quedado
más constancia que una inscripción lapídea que dice: «Acabose esta capilla de
Nuestra Señora de los Ángeles a 14 de setiembre, año de 1682, siendo
Mayordomo Joseph de Luna y Diego Ruiz, sus esclavos».
—424→
El Hospicio
Por orden de Carlos III se había destinado uno de los edificios de los
Jesuitas expulsos a Hospicio de pobres y establecimiento de Caridad. Al
Presidente García de León y Pizarro tocó el cumplimiento de esa disposición
del Rey. De este modo la antigua Casa de Ejercicios se convirtió en Hospicio
de Jesús María y José, bajo el Episcopado del ilustrísimo señor Blas Sobrino y
Minayo, cuyo retrato se exhibe a la entrada del actual Manicomio.
El Tejar
Iglesia de El Belén
No lejos del Humilladero de Santa Prisca había otra ermita, que recordaba
la primera misa que se celebró en Quito en la fundación de la ciudad. Creada la
parroquia, los comerciantes se interesaron en establecer el culto de la Santa
Cruz, en el sitio de —427→ tan grato recuerdo a los quiteños. El 3 de mayo de
1612, día de la invención de la Santa Cruz, colocaron, bajo doseles, una cruz
de madera, que dio ocasión a que desde entonces comenzara a llamarse el
Humilladero de la Vera Cruz. Para este acto consiguieron previamente del
Cabildo la adjudicación de un solar, a donde condujeron la Cruz desde el
templo de San Francisco, «a repique de campana, con cruces y pendones,
ceras encendidas y música entonada, acompañada de otras Órdenes
Religiosas», además de la de San Francisco. Una vez en el sitio de la ermita de
la Vera Cruz, celebró Misa cantada el canónigo García de Valencia. Desde
entonces se volvió célebre la Ermita de la Vera Cruz, a que hace referencia
Rodríguez de Ocampo, en su Relación de 1650, donde afirma que «cada
viernes de los cuaresmales se les predicaba (a los indios) en la Ermita de la
Cruz, extramuros, a donde concurría numerosa gente y en particular el viernes
de la dominica in passione, que iba más de seis mil personas, indios en
procesión, con pasos de la Pasión».
En la iglesia del Belén se venera hoy la imagen del Señor de los Remedios
y al fondo se destaca la imagen del Crucifijo, integrante del grupo del Calvario,
atribuido a la gubia de Caspicara.
—430→
—431→
Capítulo XVII
Las Bellas Artes en el siglo XVIII
II.- Escultura
Retablos
Del siglo XVIII son todos los retablos que decoran los templos —433→ de la
Merced, del Sagrario, del Hospital y del Carmen Moderno.
Fuera de estos trabajos realizados por Legarda, los demás retablos y obras
de arte no han conservado los nombres de sus autores. De esos artistas
anónimos del siglo XVIII el padre Juan de Velasco ha trazado una página de
elogio, en su Historia Moderna del Reino de Quito. Con la advertencia de
valorar los hechos como testigo ocular escribió lo siguiente: «Los mismos
indianos y los mestizos, que son casi los únicos que ejercitan las artes
mecánicas, son celebradísimos en ellas por casi todos los escritores. A la
verdad tienen un particularísimo talento, acompañado de natural inclinación, y
ayudado de grande constancia y paciencia, para aplicarse a las cosas más
arduas que necesitan de ingenio, atención y estudio. No hay arte alguna que no
la ejerciten con perfección. Los tejidos de diversas especies, los tapetes y
alfombras, los bordados que compiten con los de Génova, los encajes y
catacumbas finísimas, las franjas de oro y plata, de que un tiempo tuvo la
ciudad fábrica, como las mejores de Milán, las obras de fundición, de martillo,
de cincel y de buril, todas las especies de manufacturas, adornos y
curiosidades y sobre todo, las de pintura, escultura y estatuaria, han llevado los
reinos americanos, y se han visto con estimación en Europa. No pocos de
éstos se han hecho célebres y de gran nombre. Entre los antiguos, se llevó las
aclamaciones de todos, en la pintura, un Miguel de Santiago, cuyas obras
fueron vistas con admiración en Roma, y en los tiempos medios un Andrés
Morales. Entre los modernos, que eran muchos, conocía varios que estaban en
competencia y tenían sus partidarios protectores. Eran un maestro Vela, nativo
de Cuenca, otro llamado el Morlaco, nativo de la misma ciudad, —434→ un
Maestro Oviedo, nativo de Ibarra, un indiano, llamado el Pincelillo, nativo de
Riobamba, otro indiano joven, nativo de Quito, llamado el Apeles; y un Maestro
Albán, nativo también de Quito. Varias pequeñas obras de este último, y de
otros modernos, cuyos nombres ignoro, llevadas por los Jesuitas, se ven
actualmente en Italia, no diré con celos, pero sí con grande admiración,
pareciendo increíble, que puedan hacerse en América cosas tan perfectas y
delicadas. Para hacer juicio de la escultura, sería necesario ver con los ojos los
adornos de muchas casas, pero principalmente las magníficas fachadas de
algunos templos, y la multitud de grandes tabernáculos o altares en todos ellos.
Soy del dictamen, que aunque en estas obras se vean competir la invención, el
gusto y la perfección del arte, es, no obstante, muy superior la estatuaria. Las
efigies de bulto, especialmente sagradas, que se hacen a máquinas, para llevar
a todas partes, no se pueden ver, por lo común, sin asombro. En lo que
conozco de mundo, he visto muy pocas como aquellas muchas. Conocí varios
indianos y mestizos, insignes en esta arte; más a ninguno como un Bernardo
Legarda, de monstruosos talentos y habilidad para todo. Sus obras de
estatuaria, me atrevo a decir que pueden ponerse sin temor en competencia de
las más raras de Europa»126.
La palabra Barroco fue introducida por los escolásticos para señalar una
forma alambicada del silogismo. En este sentido Juan Luis Vives ridiculizó a los
profesores de París, llamándolos sofistas en barroco y baralipton. Con este
significado peyorativo, Benedicto Croce aceptó el término barroco y aplicó a las
Bellas Artes como sinónimo de mal gusto, de fealdad estética, en
contraposición al orden y armonía del estilo clásico.
—435→
Bernardo de Legarda
Por lo visto se concluye que los hermanos Legarda tenían talleres de artes y
oficios. En sus oficinas de trabajo se construían órganos, se labraban retablos,
se hacían marcos, se tallaban imágenes, se pintaban cuadros, se imprimían
estampas, se modelaban frontales y mariolas y se acuñaban cureñas. A ellos
acudía toda clase de clientes, desde los Oidores hasta los curas y religiosos.
En vano se buscaría en las obras de este artista algún indicio que delatara
su procedencia indígena. Su gusto acrisolado y fino tiende más bien a la
preciosidad, propia de quienes se han formado en un ambiente de distinción y
de cultura.
Espejo al alabar a Caspicara, pensaba tal vez en la capacidad del indio para
llegar a ser un bello espíritu, cuando el afán de superación vencía las
resistencias del medio ambiente. Antonio de Ulloa había anunciado una verdad
cuando escribió sobre la artesanía de Quito lo siguiente: «los mestizos menos
presumptuosos se dedican a las Artes y Oficios; y aun entre ellos escogen los
de más estimación, como son pintores, escultores, plateros y otros de esta
clase; dejando aquellos que consideran no de tanto lucimiento para los indios.
En todo trabajan con perfección y con particularidad en la pintura y escultura
[...] Imitan cualquier cosa extranjera con mucha facilidad y perfección por ser el
ejercicio de la copia propia para su genio y flema. Hácese aún más digno de
admiración el que perfeccionen lo que trabajan, por carecer de toda suerte de
instrumentos adecuados para ello».
Platería
En torno a 1700 se distinguió como platero Jacinto del Pino Olmedo, como
se deduce por la inscripción que lleva el frontal de plata de la Catedral,
destinado a Santa Ana. El texto que rodea el marco central dice lo siguiente:
«El Mo. don Franco de Cárdenas dio este frontal a mi Sa. Sa. Ana de limosna -
año de 1700 en 1 de Enero - Y lo izo el Maestro Mayor Jacinto del Pino Olmedo
- Jesús - María - José - AMÉN».
Desde la segunda mitad del siglo XVIII se destacó en el arte del repujado
Vicente López de Solís, a quien comprometió la Cofradía del Rosario la
refacción de las andas de la Virgen, en abril de 1779. Una placa, colocada en la
anda primitiva, llevaba la inscripción que sigue:
—448→
—449→
Capítulo XVIII
Del mismo apellido y acaso hermano de Francisco fue Vicente Albán, cuyo
nombre figura en un lienzo de la Crucifixión, que se halla en el Museo Jijón y
Caamaño y lleva la inscripción siguiente: Vicente Albán pinxit a 1780. En 1783
pintó una serie de lienzos de asunto folklórico, que se encuentra en Madrid, en
el Museo de América. Consta de seis cuadros en que se representan de cuerpo
entero: La Llapanga, Señora principal, India en traje de gala, Indio en traje de
gala, Indio Yumbo e Indio cargador. En el contorno y al fondo de la figura
principal, constan los productos de la flora ecuatoriana, señalada cada especie
con un número y su real equivalencia. Lo que induce a suponer que fueron
pintados para satisfacer los deseos de Mutis, que estaba por entonces
preocupado en coleccionar la Flora de Bogotá y buscaba en Quito —452→
pintores que colaboraran en su gabinete de trabajo. Vicente colaboró también
con Francisco en la pintura de la vida de San Pedro Nolasco. Con la data de
1783 hizo el mismo pintor el retrato del ilustrísimo señor don Blas Manuel
Sobrino y Minayo, en ademán de bendecir.
Contemporáneo de los pintores Albán fine Antonio Astudillo, con los cuales
colaboró en la serie de lienzos de la vida de San Pedro Nolasco, que se exhibe
en los claustros del Tejar. Hizo constar su nombre en el cuadro de la archivolta
de la puerta de ingreso al Convento de San Francisco, donde se representa
fray Jodoco Ricke en actitud de bautizar a un niño indio.
Desde 1760 se hallaba en Nueva Granada don José Celestino Mutis, quien
vino en calidad de médico del virrey don Pedro Mecía de la Zerda. Aficionado
desde la juventud a las ciencias matemáticas y naturales concibió, desde su
llegada al Nuevo Reino, la idea de fundar un instituto científico, que se
dedicase al estudio de las riquezas naturales del país. Por iniciativa personal —
453→ comenzó el trabajo, que fue luego patrocinado por el arzobispo virrey don
Antonio Caballero y Góngora, quien consiguió del rey Carlos III la expedición
de la cédula real de 1.º de noviembre de 1873, mediante la cual creaba
oficialmente el instituto botánico de Bogotá, encomendando su dirección a
Mutis.
—454→
Aludimos ya al elogio que hizo Caldas del mérito de los pintores quiteños,
que rivalizaron en habilidad con el grabador Smith. Debió ser halagüeño para
Quito oír la alabanza de sus compatriotas, cuando aún trabajaban en Bogotá.
«Los mejores pintores, dijo Caldas en su discurso de 1805 a los alumnos del
Seminario, han nacido en este suelo afortunado. La familia de Cortés está
inmortalizada en la Flora de Bogotá. ¿Quién creyera, señores, que el pincel
quiteño se había de elevar hasta ser émulo de Smith y de Carmona? ¡Cuánto
valen el talento y la educación unida al premio y al honor! Los hijos de Cortés,
Matiz, Sepúlveda, no habrían salido en Quito de la clase de pintores comunes;
pero al lado del sabio Mutis, en quien hallaron un tiempo padre celoso de la
pureza de sus costumbres, un director de su genio y un admirador de sus
talentos, desarrollaron sus ideas y han hecho ver al Universo que el quiteño
con educación es capaz de las mayores empresas. ¡Ah! si el ilustre Mecenas
como pensaba ahora diez años visitar este suelo, lo hubiera verificado, estoy
seguro que Cortés, los Samaniego, Rodríguez, habían representado en el
Nuevo Continente a Mengs, Lebrount y el Ticiano».
Bernardo Rodríguez
El mejor lienzo de Bernardo Rodríguez es, sin duda, el cuadro de las almas,
que se conserva a la entrada de la sacristía de Santo Domingo. Transcribimos
a continuación el contrato firmado entre el pintor y el cliente, que revela una
serie de datos sobre las condiciones impuestas al artista para la realización de
su obra. Dice así: «Quito, a 1 de octubre de 1793. Digo yo don Bernardo
Rodríguez que he tratado con fray Joaquín Yánez del Orden de Santo Domingo
y me he obligado a hacerle un cuadro de las Benditas Almas, de tres varas de
largo y dos y medio de ancho, por el precio de cincuenta pesos; los cuarenta y
seis me ha de dar en pan y velas, medio real de pan cada día y tres velas por
un real los sábados, cuya contribución se cuenta desde hoy.- 2.º que he de
entregar el cuadro dentro de ocho meses contados desde esta fecha, esto es
todo el mes de mayo del año venidero de 94. 3.º que fuera de las efigies que
representan las benditas almas ha de contener el lienzo once imágenes que
serán de Nuestra Señora del Rosario, con el vestido y los rayos sisados con
oro, Señor San José, San Joaquín, Santa Ana, Santo Domingo, San Francisco,
San Vicente Ferrer, Santa Teresa, Santa Rosa, el venerable Porras y venerable
Masías.- Que a más de los Ángeles que tiene el cuadro de Santa Bárbara ha
de tener el contrato seis más y un sacerdote en representación de decir misa. Y
confieso que tengo recibidos en plata buena y corriente, los cuatro pesos que
restan para el entero de los cincuenta. Debiendo ser la entrega del lienzo
acabado y perfecto, pronta el plazo señalado, pudiendo el dicho padre, en caso
de demora reconvenirme ante la justicia. Pues para que todo lo pactado conste,
firmamos los dos en esta ciudad. Fray Joaquín Yánez -Bernardo Rodríguez».
Este lienzo lleva al pie la inscripción que sigue: «Se acabó el día lunes a 22
de setiembre de 1794.- Pintó este cuadro a devoción y expensas de Joaquín
Yánez con permiso de sus superiores —460→ para que desta Capilla de los
naturales no se traslade ni se mueva a otra parte porque así es su voluntad»134.
Por los datos referidos se colige que Samaniego fue un artista que, además
de la pintura, practicaba también las demás artes plásticas. A petición del
Barón de Carondelet vino desde Popayán a Quito el arquitecto español don
Antonio García para dirigir la construcción del duomo de la Catedral. Una vez
trazados algunos proyectos, el Cabildo Catedralicio aprobó el que se llevó a
cabo y se conserva hasta el presente. El arquitecto estuvo frente al trabajo
hasta 1803, en que llamado por sus superiores hubo de regresar a Popayán.
Dejó en su lugar para concluir la obra al artista Manuel Samaniego, que por
entonces se ocupaba en la decoración interior de la catedral137.
Samaniego fue el artista más destacado del final de la Colonia. Los colores
favoritos a su pincel fueron el azul, el rojo, el verde y el blanco, que respondían,
por otra parte, a la delicadeza de su alma. En pinceladas de leves veladuras ha
sabido inspirar a las figuras un aire de gracia y de frescura, que se imponen,
además, por la destreza del dibujo. Los temas que más se ofrecieron a su
paleta fueron la Divina Pastora, la Inmaculada, el Tránsito de la Virgen. Las
imágenes están generalmente dispuestas en un fondo de paisaje ideal, que
integra la composición del cuadro. Eugenio d'Ors ha definido la gracia como
una belleza sonriente. Samaniego ha sabido informar a sus pinturas de gracia
—465→ entre divina y humana, una categoría de esa belleza que agrada a la
vista y también al corazón.
Tuvo algunos discípulos. Entre ellos, Antonio Salas y José Lombeida, que
dejó algunos lienzos en Riobamba. Samaniego fue el último representante de
nuestra pintura colonial. Quizás para enseñanza de sus alumnos escribió un
Tratado de Pintura, en que compendió las lecciones de los grandes maestros
españoles, italianos y flamencos y dio las recetas para preparar las pinturas
con ingredientes asequibles al ambiente.
Capítulo XIX
Las Bellas Artes durante la república
Los maestros plateros constaban todos con tres pesos de impuesto, que
correspondían al haber de ciento cincuenta. Eran Antonio Ruiz, Miguel Solís,
Juan Mogro, Eugenio Aguirre, José Solís y Aldana, José Antonio Mogollón y
Andrés Solano.
El 31 de enero de 1852 debe tenerse como una fecha simbólica para el Arte
Ecuatoriano. Ese día memorable se inauguró la sociedad llamada Escuela
Democrática de Miguel de Santiago140. Con el nombre del máximo pintor de la
Colonia se organizó una entidad social, que propiciaba el cultivo del arte, pero
que no pudo prescindir del ambiente político, que anhelaba la liberación
definitiva del influjo del general Flores. Como objetivo de la sociedad se
señalaba «cultivar el arte del dibujo, la Constitución de la República y los
principales elementos del Derecho Público», bajo el lema de Libertad, Igualdad
y Fraternidad.
—471→
—473→
5.º- Leandro Venegas, por su cuadro Oración del Huerto y sus retratos de
los protectores de la Escuela Democrática y de la Filarmónica;
Puede advertirse que los temas que preocupan a los pintores fueron, aparte
de los motivos religiosos, el retrato y el paisaje.
Entre los artistas del siglo XIX ocupó puesto de prestancia Juan Agustín
Guerrero, Vicepresidente de la Escuela Democrática, hombre de múltiples
habilidades. Comenzó su carrera pública como preceptor de primaria en
Latacunga, donde trató al maestro del Libertador don Simón Rodríguez, en
1851. Desde 1854 inició en Quito su magisterio en el Colegio de Santa María
del Socorro, alternando el dibujo con la música. La pericia en las dos artes le
facilitó sucesivamente la enseñanza de dibujo de la figura humana y canto en la
Escuela Municipal en 1869 y de piano en el Conservatorio de Música en 1871.
Fue, además, instructor de banda en 1866 y examinador de pintura y escultura
en la Escuela de Bellas Artes en 1873.
Otro artista de renombre que trabajó durante el siglo XIX fue Juan Pablo
Sanz, quiteño de nacimiento. Figuró como Secretario del jurado calificador en
la Exposición de 1852 y obtuvo el segundo premio por su dibujo del templo de
la Compañía. Dotado de gran capacidad artística, aprendió sucesivamente la
pintura, el grabado, el dorado y la arquitectura. Con profundo sentido social
estableció en 1847 una escuela de dibujo, colaboró en 1849 en la organización
de la Escuela Democrática de Miguel de Santiago y enseñó dibujo y
perspectiva en el Convictorio de San Fernando. En 1852 dirigió la Exposición
artística de la Escuela Democrática y abrió una escuela de pintura y
arquitectura.
A las dotes de artista reunía Cadena un alma delicada que le volvía amable
a cuantos le trataban. Hizo numerosos retratos que llevan su firma. En 1888
pintó la imagen de Nuestra Señora de Pompeya, a petición del Dominico padre
La Cámera, el cual hizo pintar también con el mismo artista las series de
misterios del Rosario, que adornan el retablo del Rosario y las esquinas de —
480→ los arcos de la nave central del templo de Santo Domingo.
—481→
El doctor José Gabriel Navarro, testigo presencial de los últimos años del
artista, escribe lo siguiente: «Manosalvas, ahijado de mi abuelo, vivió largos
años en mi casa y en ella murió. Excusado decir que su habitación era un lugar
de interesante tertulia artística. Allá venían Rafael y Alejandro Salas, el doctor
Diego Salas Pinto, un hijo de Cadena que era sobrino político -ya que las
esposas de Manosalvas y Cadena eran hermanas- Antonio Salguero, Leandro
Venegas, el Sordo, un español José Durán, discípulo de Cadena, el escultor
Benalcázar y varios otros artistas, y de sus conversaciones saqué abundante
documentación para la historia de la pintura quiteña»145. Manosalvas fue
tomado en cuenta para profesor de la Escuela de Bellas Artes en 1904 y
falleció el 23 de febrero de 1906.
Pinto fue un pintor genial que tomó el arte como vocación y destino y se
impuso el problema de la técnica para resolverlo y superarlo. Había aprendido
los secretos de la geometría y la perspectiva y para desahogo de su creación
artística eligió la limitación de lo pequeño. El tamaño natural fue la medida
adoptada por el sentido clásico, que compaginaba con la perfección humana.
En contraste, la miniatura exigía la contracción a lo pequeño, que reclama
mayor esfuerzo y prolijidad en el artista. Pinto siguió en su producción la
manera de Jacques Callot. En el círculo diminuto de un centavo compuso toda
la escena del Calvario. En un marco reducido representó el juicio final del Dies
Irae. En un pequeño papel volante captó la impresión de la primera luz eléctrica
en Quito. En cuadros de tamaño limitado interpretó las costumbres populares,
panoramas y paisajes, naturaleza muerta, aves y motivos religiosos. Son pocos
los retratos y lienzos de mayor tamaño que brotaron de su pincel.
Acostumbraba firmar sus producciones con la data del año de composición.
Alguna vez reflejó su sentimiento en la escena de un cuadro como en el de la
Inquisición y el Don Quijote.
—487→
—488→
—489→
Capítulo XX
El Arte ecuatoriano en el siglo XX
Una ojeada histórica al Arte ecuatoriano del siglo XIX ha permitido colegir el
afán del país por conservar la tradición quiteña de afición a esta rama de la
cultura. En el interés de prolongar la visión al arte del siglo XX, procuraremos,
antes que insistir en detalles biográficos, insinuar puntos de vista nuevos, que
faciliten la comprensión de las manifestaciones artísticas de nuestro tiempo.
Como institución ha sido el centro por donde han pasado casi todos los
artistas que han dado prestigio al arte ecuatoriano, primero como discípulos y
después como maestros.
Una exposición llevada al Uruguay nos permitió apreciar por contraste del
ambiente de la pampa con el de nuestro suelo montañoso, el influjo de la
naturaleza andina en el Arte Ecuatoriano y del indio como componente del
paisaje.
Como observa Jean Cassou, Cézanne es un autor difícil. Sus caminos para
llegar a la pintura son los de la inteligencia, mucho más dificultosos y severos.
El suyo, «es un esfuerzo cartesiano, una verdadera vuelta a empezar, a partir
de la tabla rasa; reconstituye la pintura, la instituye»149. La orientación de
Cézanne es el punto de partida de la pintura moderna.
—496→
Ernesto La Orden destacó, con espíritu cezanniano, que en Quito las
mañanas de verano evocan la alborada de la creación cuando el sol acaba de
nacer, con luz pura, incontaminada. La mole inmensa del Pichincha emerge y
se alza sobre el fondo azul. Las nubes «redondas, blancas y esponjosas como
copos de algodón parecen insustituibles para presentar a los bienaventurado,
tienen en el aire de Quito su decoración todos los días, bogan por el azul
empíreo más intacto y se traspasa con los rayos puros de un sol acabadito de
acuñar».
Pedro León Donoso fue otro de los pintores que sintió la sugestión del tema
campesino. Su Mayordomo es una representación típica, con vivo colorido, de
una escena de la siega. Igual interpretación dio a la pareja que duerme su
resignación en la etapa desolada dio Cangahua.
Individualidad y evolución
En 1940 Luis Mideros publicó un Álbum con 109 grabados, que reproducían
sus obras realizadas en terracota, mármol, bronce y piedra, que se hallaban
dispersas en las ciudades del Ecuador y Colombia. Algunas de ellas, simples
retratos de personas —506→ conocidas; otras, representación de personajes
históricos; algunos monumentos y creaciones alegóricas. Desde esa fecha
hasta el presente seguramente se ha duplicado el número de trabajos
verificados por el artista. Porque Luis Mideros es un consagrado total a su
profesión. Desde el tiempo de aprendiz en la Escuela de Bellas Artes, asimiló
las enseñanzas de Luigi Cassadío, de quien aprendió sobre todo el gusto
clásico en la concepción de los grupos y la anatomía de las figuras. De los
trabajos en grande se destacan la lucha de los Centauros en el portón de la
Circasiana y el enorme friso del Palacio Legislativo. Se han vuelto familiares las
figuras de Benalcázar, Espejo y Montalvo, interpretadas por Luis Mideros en los
monumentos de Guayaquil, del «Hospital Eugenio Espejo» y de la entrada de
la Alameda.
Estímulos y crítica
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—511→
Y aquí estriba la dificultad por la crítica del arte moderno, en que cada
artista se encierra en su propia individualidad. Lionello Venturi, el gran crítico
de arte moderno, ha subrayado esta característica de la crítica de nuestros
días. Antes bastaba conocer la estética, las ideas de arte como expresión de
sentimientos, forma significante, imaginación creadora, para entender y dar a
entender una producción artística.
Museos y colecciones
—513→
Esta reglamentación no fue sino la norma formulada, a base del hecho que
venía practicando desde mucho antes la Casa de la Cultura. Esta directiva
debía servir de orientación también a los Núcleos Provinciales. El cumplimiento
de esta iniciativa de la Casa ha enriquecido el patrimonio artístico nacional con
obras de los pintores y escultores modernos, que figuran en las galerías de la
Matriz y los Núcleos del Guayas y el Azuay.
Capítulo XXI
Historiografía ecuatoriana
Primeros protagonistas
—519→
—520→
Escenario - Toponimia - Lengua
El quichua convivió casi medio siglo con los dialectos vernáculos de los
paltas, cañaris, panzaleos, quitos e imbayas. Hubo de aceptar de todos ellos
los nombres toponímicos, que estaban consagrados por el uso tradicional. La
conquista española facilitó por de pronto la supervivencia dialectal, no obstante
la imposición —523→ oficial del quichua. El Relator anónimo de 1573 anota en
su descripción de Quito: «En los términos de la dicha ciudad son muchas y
diversas las lenguas que los naturales hablan, sin embargo: que por la general
del Inga se entienden todos»166. Reconociendo la realidad de este hecho y ante
la necesidad de evangelizar a todos, acordó el excelentísimo señor fray Luis
López de Solís, en el Sínodo de 1594, la constitución que sigue: «Por la
experiencia nos consta que en nuestro Obispado hay diversidad de lenguas,
que no tienen ni hablan las del Cuzco y la Aymará, y para que no carezcan de
la doctrina Cristiana es necesario hacer traducir el Cathecismo y Confesonario,
en las propias lenguas: por tanto conformándonos por lo dispuesto en el
Concilio Provincial último, habiéndonos informado de las mejores lenguas que
podrían hacer esto, nos ha parecido cometer este trabajo y cuidado a Alonso
Núñez de San Pedro y a Alonso Ruiz, para la lengua de los Llanos y Otallana; y
a Gabriel de Minaya, presbítero, para la lengua cañar y puruay; y a Francisco
de Jerez y a fray Alonso de Jerez, de la Orden de la Merced, para la lengua de
los Pastos; y a Andrés Moreno de Zúñiga y Diego Bermúdez, presbítero, la
lengua quilaringa»167.
El siglo XVII asistió a la agonía lenta de estos dialectos primitivos, para
ceder definitivamente el puesto al quichua y castellano. Tan sólo han
sobrevivido hasta el presente el jívaro entre los indios del oriente y el Colorado
en la tribu de las vertientes occidentales del Pichincha.
—524→
Octavio Cordero Palacios trazó igual elenco de las voces del primitivo
cañari169.
Crisol de Ecuatorianidad
Desde luego, los Libros del Cabildo son prueba fehaciente de la capacidad
colonizadora del español. Pasado el episodio dramático de la conquista, el
soldado hispano se convirtió en fundador de ciudades, único modo práctico y
eficaz de afirmar la posesión sobre el suelo conquistado. El Libro Primero de
Cabildos nos permite asistir al proceso de la fundación de Quito. Se destaca,
ante todo, la verticalidad del derecho. Pizarro, en representación de Carlos V,
delega a Diego de Almagro el poder para fundar la ciudad, que se establece
definitivamente en el suelo conquistado por Benalcázar. Por de pronto es
Almagro quien nombra los funcionarios del Cabildo, que en adelante será
provisto por libre erección anual173. Presto el Cabido asume tal autoridad, que
aún Vaca de Castro y el licenciado La Gasca, hubieron de presentarle sus
credenciales para ser obedecidos174. El Cabildo, en defensa de los derechos
del pueblo, se enfrentó a Benalcázar y a Gonzalo Pizarro.
Al través dio las Actas, desfilan los personajes que más actuaron en las
guerras civiles y los que fueron haciendo la historia —528→ del país, en los
aspectos económico, civil y cultural. Ahí están reflejados en sus propias frases
o en sus actuaciones públicas Benalcázar, Díaz de Pineda, Pedro de Puelles,
Gonzalo Pizarro, Diego de Sandoval, Alonso de Bastidas, Juan Londoño,
Lorenzo de Cepeda, los Suárez de Figueroa, los Cevallos y Villegas.
Los Libros del Cabildo, publicado ya, avanzan hasta el primer cuarto del
siglo XVII y son la fuente imprescindible de la Historia General del Ecuador. En
la serie los volúmenes XII y XX están consagrados a los Cabildos de la ciudad
de San Miguel de Ibarra y el XIII a los de la ciudad de Cuenca.
—531→
El informe relativo a Cuenca lleva por título: Relación que envío a mandar
su Majestad se hiciese de esta ciudad de Cuenca y de toda su Provincia. La
orden del Rey se cumplió distribuyendo, en sujetos capacitados, la relación de
cada distrito. Hernando Pablos escribió el informe relativo a la ciudad de
Cuenca. El dominico fray Domingo de los Ángeles concretó su relato al pueblo
de Pacecha. El franciscano fray Melchor de Pereira se encargó de informar
acerca de Paute y Gualaceo. El informe relativo a Azogues corrió a cargo de
fray Gaspar de Gallegos de la Orden de San Francisco. Pedro Arias Dávila
concretó en 34 números la relación sobre Pacaibamba (Girón). La data de junio
de 1582 lleva el informe que sobre Cañaribamba compuso el Vicario de esa
doctrina Padre Juan Gómez. El clérigo Martín de Gaviria trazó en ese mismo
año en informe sobre Chunchi. Y el Presbítero Hernando Italiano escribió la
relación acerca de Alausí189.
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—537→
Frente a esta corriente pesimista, había surgido una opuesta, sostenida por
el Conde Juan Reinaldo Carli y Juan Nuixe que vindicaban la América de las
imputaciones falsas de los anteriores. Dentro de este ambiente, observa el
padre Velasco, habían salido a luz no pocas historias generales y particulares
de Quito. Desde luego no fue inconsulta la orden que de escribirla había
recibido. Desde mucha antes había el padre Velasco pensado en una historia
general del Reino de Quito.
Por diligencias del mismo doctor Larrea, la Historia del padre Velasco fue
publicada en Quito entre 1841 y 1844 en tomos separados, a carga del doctor
Agustín Yerovi. Esta edición ha servido de base para los estudios ya históricos
ya críticos, que se han hecho, posteriormente.
La tempestad a que alude el autor se suscitó con la aparición del Tomo IV.
El padre Dominico Reginaldo Duranti, escribió un folleto intitulado La veracidad
del señor doctor don Federico González Suárez en orden a ciertos hechos
histórico referidos en el tomo IV de su Historia General. La cuestión debatida
en el folleto se suscitó ante el hecho de haber aparecido en el Diario de Avisos,
correspondiente al 29 de marzo de 1894, una nota de crónica en que se
destacaban los sucesos narrados en el tomo IV, relativos a los Dominicanos.
La Prensa de Guayaquil se hizo eco de este juicio peyorativo a que daba lugar
la narración. El folleto tendía a demostrar la inconveniencia e inutilidad de tales
relatos, aún dando por verdaderos aquellos hechos, que se trataba de
demostrar que no eran del todo exactos. El señor Pedro Schumacher, Obispo
de Portoviejo, llamó la atención de los Prelados sobre las consecuencias que
en la opinión pública iba a suscitar la prensa liberal en contra de la iglesia en el
Ecuador. El ilustrísimo señor González Suárez refiere en sus Memorias Íntimas
la amargura que le causó esta polémica, que no contribuyó sino a difundir la
lectura de su Historia, particularmente del tomo cuarto.
Escrita con este criterio, la Historia General abarcó todo el período colonial.
A través de la narración aparecen los Presidentes de la Audiencia y los
Obispos que gobernaron la Diócesis de Quito. La exposición de los hechos se
basa en las fuentes que le fue dado revisar al autor en el Archivo de Indias. El
estilo delata las cualidades literarias de quien fue maestro de retórica y oratoria
en los años de su juventud.
—556→
La obra, primicia de sus estudios, dedicó Jijón a Otto von Buswald, cuyas
Notas Etnográficas, se publicaron en el Boletín de la Academia Nacional de
Historia de 1924. Fue una de las características de Jijón estar en contacto
espiritual con todos los especialistas en estudios arqueológicos, cuyas obras le
ponían al día en los progresos de las ciencias auxiliares de la Historia. El señor
González Suárez había dispuesto, antes de morir, que la sección Americanista
de su copiosa biblioteca se entregare previo pago del debido precio, a su
discípulo predilecto. De este modo, parte del patrimonio familiar entró en
función de cultura nacional, mediante la organización de una biblioteca
especializada, una de las más ricas de Sudamérica.
Entre los amigos de su generación fue común el afán por las disciplinas de
la Historia. Prueba de ello fue la mutua colaboración entre Jijón y Carlos
Manuel Larrea, cuyos nombres figuraban en Un Cementerio Incásico en Quito y
Notas acerca de los Incas en el Ecuador, que se publicó en 1918.
Nuevos Investigadores
—562→
Con los objetos extraídos de las excavaciones formó un Museo
Arqueológico, al estilo del de Jijón y Caamaño. Con esta colección cuenta ya el
Ecuador con un nuevo centro de investigaciones y estudio, que servirá para el
conocimiento de la cultura prehispánica en la zona ecuatorial.
—563→
Historias con criterio de Partido
Este libro dio ocasión al señor Cevallos Salvador para publicar en 1887 un
opúsculo, en que refutaba muchas de las afirmaciones de Moncayo y
rectificaba el criterio con el aprecio justo de los hombres y los hechos.
La enseñanza de la Historia
Aportes Monográficos
Entre 1941 y 43, el padre José Jouanen sacó a luz, en dos copiosos tomos,
la Historia de la Compañía de Jesús en la antigua —569→ Provincia de Quito.
La obra es profundamente documentada y abarca desde el establecimiento de
los Jesuitas en Quito hasta su expulsión por Carlos III.
Aparte del concurso, pero con el mismo motivo, el doctor Alfredo Ponce
Ribadeneira publicó, en 1960 en Madrid, el libro intitulado Quito 1809-1812, con
un aporte de 106 documentos tomados del Archivo de Indias.
En 1955 salió a luz pública en Guayaquil un libro que llevaba por título: Las
fundaciones de Santiago de Guayaquil. Su autor, el señor Miguel Aspiazu
Carbo, pretende demostrar que la fundación primera de Santiago de Quito,
hecha por Almagro en Cicalpa, hubiese tenido su realización en Chilantomo, es
decir, que la ciudad de Santiago de Guayaquil hubiese llevado la primacía
cronológica entre las ciudades fundadas en el territorio del antiguo Reino de
Quito.
Bajo el patrocinio del mismo Instituto, el padre Limo Gómez Canedo publicó,
en 1961, dos volúmenes con el título de Los Archivos de la Historia de América.
En el primero, trazó una descripción de los Archivos y Bibliotecas del Ecuador.
Respecto del Archivo Nacional, hizo mención de los proyectos de organizarlo
con los fondos existentes, que en 1964 sumaban 600 volúmenes.
Posteriormente se han concentrado al Archivo Nacional de la Casa de la
Cultura, los fondos provenientes del Archivo de la Corte Suprema y de las
Notarías de Quito.
Con sobrada razón el padre Gómez Canedo ponderó el valor del Archivo
Municipal de Quito, custodiado con afecto por el Cabildo de la ciudad. Con
ocasión del cuarto centenario de la fundación de Quito, inició el Cabildo la
publicación de las actas municipales, que alcanzan hasta el primer cuarto del
siglo XVII, —573→ con un volumen dedicado a las cédulas destinadas al
Cabildo de Quito. Además, el mismo Cabildo acordó la publicación de la
Gaceta Municipal y luego del Museo Histórico, como órganos oficiales del
Municipio quiteño. En estas revistas se consignan, no sólo las actividades del
Cabildo, sino algunos documentos provenientes de los fondos del Archivo. El
gestor práctico de las publicaciones del Municipio ha sido Jorge A. Garcés,
quien ha dedicado todos sus esfuerzos a la organización del Archivo y del
Museo Municipal.
Capítulo XXIII
La Casa de la Cultura ecuatoriana
La Casa de la Cultura fue creada por el doctor José María Velasco Ibarra,
cuando Presidente de la República, mediante el Decreto Ley del 9 de agosto de
1944. Según los artículos 9 y 10 del Decreto, la Casa de la Cultura tenía la
misión de apoyar y fomentar las investigaciones y estudios científicos en
general y procurar, para los ecuatorianos, el aprovechamiento de la cultura
universal, a fin de que el país marchara al ritmo de la vida intelectual moderna.
Los medios para conseguir este ideal serían la organización de
conferencias dictadas por nacionales y extranjeros, especializados en las
diversas ramas de la Cultura; el establecimiento de una Editorial para la
publicación de libros y revistas a cargo de las diversas secciones; el patrocinio
de exposiciones científicas y artísticas dentro y fuera de la República; el
estímulo con premios a los escritores y artistas nacionales; la orientación del
teatro, música y coreografía nacionales; la dirección de las artes populares y el
estímulo para la creación de Institutos de altos estudios y de investigaciones
científicas.
—586→
La Ley del Patrimonio Artístico comienza por concretar los objetos que se
consideran como tesoros artísticos y son: los objetos arqueológicos, ruinas de
fortificaciones, templos, conventos y otros edificios prehispánicos y coloniales
(a. 1). Los propietarios de esos objetos están en el deber de dar a conocer su
existencia a la Casa de la Cultura, a fin de que forrase el Inventario del
Patrimonio Artístico (a. 2). La vigilancia de la Casa de la Cultura no priva al
propietario de su derecho sobre el objeto artístico; pero controla la enajenación,
traslado, reparación, restauración o modificación que se pretendiera hacer del
monumento histórico (as. 3, 5 y 6). Los Municipios y Organismos Estatales no
pueden autorizar la reparación de edificios comprendidos en el Patrimonio
Artístico, sin permiso previo de la Casa de la Cultura (a. 7). Se prohíbe la
exportación de objetos pertenecientes al Patrimonio Artístico Nacional (a. 10).
La Casa de la Cultura tiene la facultad de proceder a la restauración de las
obras de Arte deterioradas y tomar todas las medidas para evitar el posterior
deterioro de las existentes (a. 11). «Ninguna persona o entidad puede realizar
en el Ecuador trabajos de excavación arqueológica o paleontológica sin
conocimiento de la Casa de la Cultura, la misma que puede suspenderlas
cuando crea que peligran objetos de valor —587→ artístico e histórico» (a. 13).
La Casa de la Cultura Ecuatoriana, de acuerdo con la Academia Nacional de
Historia y las Instituciones Indigenistas, debe levantar el Mapa Arqueológico
Nacional y dar el apoyo posible a quienes se dediquen a las investigaciones
arqueológicas (a. 15). La Casa de la Cultura está en el deber de organizar, por
medio de expertos, la formación de Museos, y enviar al Exterior becados que
adquieran los conocimientos técnicos necesarios para la mejor organización de
cursos sobre cuidado y conservación de los Museos (a. 25).
—588→
El fondo inicial con que fue creada la Institución era de 568627,4 sucres. La
recaudación en los dos primeros años ascendió a más del millón y medro
anuales. De 1945 a 1949 pasó de dos millones y medio. A partir de 1950 subió
a cuatro millones y medio anuales. En 1953, en virtud de un Decreto Ley de
Emergencia del 11 de julio del 52, se señaló a la Casa de la Cultura el 3,42 %
para fondos de operación y el 1,46 % de Capital, del cual se asignaba el 40 %
para el Núcleo del Guayas, el 40 % para el Núcleo del Azuay y el 20 % para la
Matriz. Del fondo de Operación se debía asignar a los demás núcleos. La
asignación provenía de la recaudación por impuestos arancelarios aduaneros.
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