Cuento S
Cuento S
Cuento S
Volando entre los árboles, unas veces nervioso, con la mirada por todos los lados, con
sus ojos bien abiertos a pesar del malestar causado por el smog de la gran ciudad o con
la calma de una ave segura de estar en su propio territorio, gorjeando de vez en cuando
para comunicarles a sus parientes y amigos que está en su espacio; con la libertad,
compitiendo con el viento, está el mirlo parlanchín, vestido todo él de negro brillante
para no confundirse con los demás que no sean de su especie; sus patas y el pico son de
color amarillo. Solo le falta el bastón y el sombrero negro para estar vestido como todo
un varón.
Posado en una rama de un árbol centenario de capulí, que frondoso le brinda abrigo en
la noches frías de verano, bullicioso cual ninguno, despierta a todos los lindantes y muy
especialmente a sus críos y les va contando la historia de su vida en el tiempo y en el
espacio de una tierra pródiga y generosa en donde anidan infinidad de seres que hacen y
dan testimonio de la grandeza como expresión infinita de la creación entera.
Con armoniosa voz y delicada poesía va cantando la historia todos los días: Nacimos en
un nido tosco, de ralas ramillas secas entretejidas por nuestros hábiles progenitores, que
una a una reunieron en miles de vuelos. Pocos pelos y lanas de borregos y más musgos
que plumas delicadas de gorriones, sirvieron de abrigo, primero de los huevos y luego
de los polluelos. Eficacia
Del amor de nuestros ascendientes, mi madre puso en el nido dos huevos y a partir de
eso, nuestros padres se alternaban, y con sus cuerpos el calor nos suministraban. Luego
de algunas semanas, bien cuidados, los cascarones de maduros se fragmentaban y con
nuestros picos a la luz del mundo asomábamos. A partir de esa maravilla de la vida, en
turnos estrictos nos alimentaban, trayendo en sus buches las delicias de la tierra:
gusanos y mil lombrices, semillas de zapán y capulíes, pepas de espino y de vez en
cuando unos mortiños. Esas eran nuestras predilectas golosinas, cargadas de muchas
proteínas y minerales que a las pocas semanas éramos unos fornidos pichones. En las
noches, siempre estaban los dos junto a nosotros para darnos abrigo cuando
necesitábamos porque nacimos sin plumas y sobre todo para protegernos de algún
nocturno enemigo que nunca faltaba. Cuando percibían que algún chucuri se acercaba,
una gran bulla levantaba y a pesar de la oscuridad de la noche, con su aletear
amedrentarlo lograban. Y luego de ese gran susto, con música paterna nos arrullaban
hasta que llegue la madrugada en que éramos acariciados por la melodía bulliciosa de
muchos mirlos adultos que contaban las historias a sus críos.
Una vez que nuestros cuerpos, de plumas se cubrían, se acercaba la hora de aprender el
aleteo para el vuelo y posados en el filo del nido que nos arrullaba, con la debilidad de
frágiles polluelos simulábamos volar y volar, pensando en que todo el horizonte era
nuestro. Luego de varias semanas de gozar en el nido y luego de varios días de
preparación para el primer vuelo, llegó la hora cero, en que hambrientos a propósito nos
tenían y mostrándonos en el pico una rica lombriz que de desayuno serviría, nuestros
padres nos incitaban a seguirles volando de rama en rama. Por descuido o por pereza,
muchas veces al suelo caíamos y nuestra madre presurosa al auxilio venía en prevención
de salvaguarda de nuestras vidas.
Hace no mucho tiempo, las ciudades no eran tan grandes, había muchos árboles de
maderas finas, con abundantes y sabrosas semillas, con muchas hojas que hospedaban
cantidades de insectos que eran verdaderas golosinas. Frutas, por supuesto que también
había, se podía escoger el menú para la alimentación de cada día; los hortelanos viraban
la tierra agrícola a menudo y muchos gusanos y lombrices teníamos. Muy rara vez a los
niños traviesos, con flechas en las manos les veíamos. La vida era llena de respeto,
libertad y de abundante aire puro, que los estornudos no conocíamos.
El agua fresca para calmar la sed o para deleitarnos del baño en los veranos ardientes,
en las quebradas cercanas se encontraba. Todo era una verdadera maravilla, y la vida era
mucho más fácil que producía una gigantesca alegría.
Con el pasar de los años, las calles de la ciudad permanecen oscuras que parece neblina;
pero es consecuencia de muchos autos que llenan de gases malsanos que tanto daño
hacen a todos los seres que habitamos entre el concreto y los rascacielos, entre la
abundancia y la miseria, entre la prisa y el stress, entre el ruido y el temor, entre la
estrechez y a insalubridad. Cada día y cada noche que pasan, marcan en el calendario de
la vida, una mancha que es imborrable y es que, a la madre tierra y a su entorno natural
se le causa una enorme herida que el tiempo no le cicatriza.
Aquí reflejan el (Respeto y la tolerancia)
El Planeta tierra, entero está en peligro, por culpa de las ambiciones mezquinas de los
humanos que a lo largo de su historia no han sabido cumplir con sus obligaciones de
hijos buenos, de cuidarla y protegerla. Al contrario, lo han explotado sin mesura sus
recursos naturales; han roto los ecosistemas; han contaminado las vertientes, los ríos, las
lagunas y los mares; han talado las selvas y los bosques, rompiendo el equilibrio natural
y lo que el más grave han roto el equilibrio de la humanidad, creando brechas muy
grandes entre los indigentes y los millonarios; entre los pobres y los ricos; entre los
explotadores y los explotados; entre los opresores y los oprimidos; entre los
menesterosos y los poderosos.
En este bregar de la vida, de búsqueda de alimentos para la dieta diaria, de una
hambruna absurda y provocada, hemos tenido que aprender a subsistir; a escondidas
hemos ejercitado a saquear la comida chatarra de perros y gatos citadinos, que sus amos
les proporcionan en bolitas para que permanezcan entretenidos. En los basureros y en
las esquinas mal olientes, cautelosos nos acercamos para tomar unos trozos de pan que
es lo único que desechan algunos humanos.
Muchos de nuestros parientes, a tiempo tomaron la decisión de hacer vuelos largos para
irse tras los chaparros y la selva, en busca del agua pura y fresca. En búsqueda de
alimentos sanos y naturales, lejos de la contaminación y de las enfermedades, lejos y
muy lejos del ruido y de la inmundicia, es decir de la suciedad, de la basura, de la
mugre, de los excrementos. Cuentan que han tenido que adaptarse a otros climas, a otras
formas de alimentación, a otras costumbres, a otras relaciones de vida con otras
especies, a defenderse de otros enemigos naturales; pero también a disfrutar de la
abundancia que ofrece la madre naturaleza en el seno de la selva: alimentación variada
de acuerdo a las estaciones del año, agua cristalina para saciar la sed, agua sana para
refrescarse en horas del calor, protección segura en las horas de la noche bajo el ramaje
espeso de muchas especies forestales; libertad y seguridad para cantarle a las anchas a la
madre naturaleza, para ofrecerles mensajes de optimismo a los sobrevivientes de la
tierra, para con su sonoro gorjeo , anunciar la llegada de la madrugada, siendo reloj para
los labriegos que tanto necesitan de la musicalidad delicada de su Pacha mama, para que
eleven su espíritu de lucha, en la búsqueda de un mundo de libertad con dignidad.
Ideología
La llama encantadora
José Manuel, desde cuando tenía cuatro años de edad, todos los días acompañaba a su
hermana mayor al páramo para pastar a la manada de borregos; para ellos no habían
Sábados, Domingos ni días festivos. Se levantaban muy temprano, antes que el sol
asomara brillando entre las montañas lejanas de su Comunidad. En las madrugadas, su
madre les preparaba la acostumbrada tonga integrada de tostado, máchica y unos trozos
de panela que depositados en las shigras de lana de borrego, las llevaban colgadas en el
hombro bajo el poncho o la bayeta para mantenerlas abrigadas hasta el momento de
saciar el hambre en el frío intenso del páramo. Luego de desayunar, presurosamente se
dirigían al corral para hacerles despertar, en unos casos o hacerles levantar a algunos
borregos perezosos. Nunca dejaron de acompañar a los pastores los dos perros blancos,
que aunque lánguidos y flacos no dejaron de ser fieles y de disfrutar de las largas
caminatas ayudando a arrear ordenadamente a la manada que de vez en cuando algunos
se salían del grupo para tomar unos bocados de hierba tierna a la orilla del chaquiñán.
Un cierto día, en el crudo invierno del páramo, el sol no se dejó ver debido a la copiosa
neblina que cubría el ambiente. A pocos centímetros no se podían divisar a los borregos.
El frío era mas intenso que nunca. El papa cara caía con tal intensidad que partía sin
compasión la tez de los curtidos rostros de los pastores. Los fieles compañeros de los
jóvenes campesinos lograron acurrucarse en un hueco que hicieron rascando entre la
paja del páramo. Junto a ellos se encogieron los pastores para aprovechar el abrigo que
aunque mal oliente de perros mojados, les servía para mantenerse con calor en tan
intensa helada.
Habían pasado varias e interminables horas de tan frío helado, de intensa oscuridad y de
terror provocado por los rayos y los truenos que dominaban al gran pajonal. Los
borregos no se doblegaban ante la inclemencia climática, disfrutaban del pasto tierno
que encontraban entre las plantas de chuquiragua. De vez en cuando se sacudían para
botar el agua que se quedaba encharcada en la lana y muchos de ellos retozaban
aprovechando que los perros estaban escampando junto a sus pastores.
José Manuel se había quedado profundamente dormido, a tal punto que no sintió el
abandono de su hermana y de sus dos fieles amigos que de regreso por el resbaladizo
camino llevaron a la manada rumbo al guatana al caer las sombras de la noche.
La llama encantadora continuó con su agradable platica, mientras que José Manuel la
atendía con mucha atención . . . le contó que el planeta tierra estaba en riesgo a
consecuencia de la destrucción de los bosques, de la contaminación del aire y del agua
causada por la industrialización, por las malas prácticas agrícolas, por el uso indebido
de pesticidas, por la quema del pajonal, por la presencia de plásticos en la tierra que no
se descomponen a pesar del paso del tiempo, por el egoísmo de los hombres que desean
sacar el máximo provecho de la pacha mama sin importarles que hay muchos seres que
habitan y se alimentan de lo que la madre tierra produce.
A la hora acostumbrada de levantarse, José Manuel experimentó un agradable olor a
leche, era su desayuno que la llama encantadora le ofrecía y que él la complementó con
unos granos de maíz tostado que le sobraba en su shigra de lana de borrego.
La llama también le contó que tenía muchos parientes cercanos y lejanos. . . . que
algunos se llamaban vicuñas, otros alpacas y camellos, que pertenecían a la familia de
los camélidos, que tenían diferentes tamaños y tonalidades en su pelaje y que éste servía
para tejer hermosas prendas de vestir, que eran muy abrigadas en el frío y muy frescas
en horas de calor, que ella se llamaba llama y que vivían especialmente en los páramos
andinos, que muchos estaban en peligro de extinción. Le contó que ellas no destruían el
ambiente, que no provocaban la erosión de la tierra debido a que en la planta de sus
cuatro patas tenían una especie de esponja para amortiguar el peso de su cuerpo. Le
contó que sus excrementos servían para abonar el suelo., que se podía también utilizar
cuando seca para quemar en vez de leña . . . . . Cuando llegaron a yacu pamba, la llama
encantadora se dirigió a la manada de sus parientes para presentarles a su amigo José
Manuel. Eran muchas llamas de diferentes edades y tamaños, habían machos y hembras,
pocos recién nacidos, todas y todos estaban alegres disfrutando de la copiosa hierba
tierna que crecía en esa pampa bajo el amparo del urcu rumi en donde anidaban
cóndores como dueños legítimos de la montaña.
En el páramo, el frío era mas intenso y de vez en cuando caía el papacara con tal
intensidad que al rostro curtido del niño le hacía sangrar; los dedos de sus manos y de
sus pies estaban casi helados. Los borregos aprovechaban para hacer de las suyas en la
libertad. El fiel compañero del niño pastor se acurrucó entre las pajas para protegerse de
las inclemencias del clima. La neblina se intensificaba con el paso del tiempo a tal punto
que no se podía distinguir a un metro de distancia; en esas circunstancias el niño, se
encogió junto a su perro buscando abrigo. Así, pasaron las horas oscuras durante la
jornada del pastoreo.
Aprovechando la oscuridad del día debido a la fuerte neblina, los lobos hambrientos del
lugar hicieron presas fáciles de algunos indefensos corderos que se alejaron de la
manada y que jugaban y saltaban entre las pajas y los bordes de los caminos tantas
veces caminados por ellos.
Cuando empezaron el cántico de los gallos y la sinfonía mañanera de los mirlos y los
gorriones anunciando la llegada de la aurora, el niño agobiado por la crueldad de su tío,
decidió iniciar una caminata sin rumbo. Le acompañó su fiel amigo que no dejó de
mover la cola en señal de que estaba junto a él, en las buenas y en las malas. También le
acompañaban los recuerdos y los momentos vividos con sus compañeros de pastoreo.
Caminaron y caminaron sin descanso durante todo el día. Saciaron la sed bebiendo agua
fresca que encontraban encharcada en los camellones del camino. Al atardecer
encontraron unas plantas de mortiño que colgaban de sus ramas unas pocas frutas
maduras, era un verdadero manjar para saciar el hambre y recobrar las energías
perdidas. Sin mirar hacia atrás continuaron el camino lodoso y cuando las sombras de la
noche empezaban a cubrir el ambiente, miraron a lo lejos venir en su dirección a un
jinete cabalgando en un caballo muy brioso que daba miedo.
De pronto al acercarse el jinete preguntó al niño sudoroso y agitado: a donde vas tan
tarde? De donde vienes? Como te llamas? El pastorcillo muy asustado, iba
respondiendo a cada pregunta y le conversó a cerca de su decisión de abandonar la casa
de su tío y de no regresar para soportar los crueles castigos a los que era sometido en
casos de cometer algún error. El caballero que cabalgaba de prisa se detuvo para
escucharle con mucha atención y de inmediato le invitó a que le acompañara a su casa
en la hacienda Rumipamba, de cual era su mayordomo. El niño aceptó la invitación y
acto seguido montó en el anca del caballo y el amigo fiel le siguió a galope hasta llegar
a la hacienda. El mayordomo les convidó una suculenta merienda y acto seguido le
llevó al niño a un cuarto para que durmiera sobre unas cargas de paja de cebada,
cubierto con unos ponchos viejos, lo suficiente para abrigarse durante la noche. Su fiel
compañero se acurrucó tras la puerta hasta la mañana siguiente.
Con el paso del tiempo, el joven administrador, se enamoró de una de las ordeñadoras
más bonitas del grupo, con la cual contrajeron nupcias que fueron celebradas en la
propia hacienda. Asistieron como invitados especiales los dueños de la hacienda que a
la vez fueron sus padrinos, todos los trabajadores y los vecinos de la comarca. Para la
celebración mataron un torete, muchas gallinas y cuyes; las mujeres se encargaron de
pelar varios quintales de papa chola; prepararon algunos barriles de chicha de jora que
sirvió para beberla durante una semana que duró la fiesta. De su matrimonio tuvieron
ocho hijos que crecieron felices en el campo, compitiendo con la libertad del viento,
respirando aire fresco sin contaminación, tomando leche fresca de vaca hasta saciarse,
alimentándose de granos tiernos, de carne de gallina, de cuy y de todo lo que con
generosidad producía la madre tierra que era labrada con mucho afán y esperanza.
Aprendieron con obediencia las reglas básicas de la moral a través del testimonio de sus
padres. Cuando llegaba la edad escolar, en turno acudieron a la escuela del lugar, en
donde aprendieron las primeras letras que les serviría para continuar sus estudios en la
Capital.
Como sus patrones habían entrado en el juego de la sociedad de consumo y cada vez
experimentaban mayor exigencia social y económica, decidieron vender la propiedad
por partes, empezando desde el páramo, para terminar con la casa de hacienda. El
administrador que tenía una buena perspectiva, iba comprando uno a uno los lotes hasta
que con el pasar del tiempo la integró en su totalidad para transformarse en el nuevo
hacendado, con la diferencia de que el en persona trabajaría sus propias tierras, cuidaría
a sus animales y asumiría las demás actividades propias del campo.
A su segundo hijo, que luego de pasar varios años en la Universidad y que se dedicó a la
dulce vida en vez de estudiar para lograr su profesión, con ocasión de su prematuro
matrimonio, con lágrimas en sus ojos le expresó: cuando yo muera, no quisiera tener un
hijo millonario, un nieto botarata y un bisnieto pordiosero. . . . A su hija la mas
consentida de todos y que se recibiera de médico, con motivo de la fiesta de graduación,
en su discurso lleno de sabiduría, entre otras cosas, con la delicadeza del caso le dijo:
que tu profesión sirva para salvar vidas, no para interrumpirlas y peor para inmolarlas
con prácticas suicidas a consecuencia de desequilibrios mezquinos de la sociedad.
A sus tres restantes hijos que estaban bien enrumbados en el estudio, en su lecho de
agonía les dijo con la alegría del padre que ve a sus hijos triunfar: sigan adelante, la vida
es un reto para cada uno de nosotros, no descuiden los valores éticos y morales que les
hemos podido transmitir con el ejemplo. No descuiden los valores de la solidaridad, el
respeto y la generosidad. Por ningún concepto deben ser serviles y perder la dignidad
humana. Que esta despedida, no sea una despedida triste, sino de esperanza y de
optimismo.
Taita carnaval
En una pequeña y acogedora población de los andes ecuatorianos, enclavada entre
cerros y quebradas, muy cercana a la ciudad de Guaranda, nació y creció un apuesto
joven, bajo la tutela de una familia distinguida, muy conservadora, pero responsable en
su trabajo diario de hortelanos. Por ventura había cursado el segundo año de la primaria
en la Escuela del lugar; en aquella época era más que suficiente como para cumplir
cualquier actividad enmarcada en los derechos ciudadanos. Cuando cumplió los veinte,
por voluntad propia fue al cuartel militar a cumplir con su obligación, vivencia que le
sirvió para templar su carácter, aprender un oficio y abrir horizontes para su existencia.
De regreso del cuartel, fue muy cotizado por las solteras de su terruño. Con sus amigos
que tenían la misma edad organizaban y salían a dar serenatas en altas horas de la
madrugada. No importaban las distancias que tenían que recorrer, ni el frio o la lluvia
que soportar; lo importante era cumplir con el objetivo: pasar bien. Muchas de las veces
les fue muy mal: los taitas de las chiquillas no les abrían las puertas, como era la
costumbre en la comarca; algunas veces fueron echados con perros bravos; otras,
bañados con orinas que las madres recogían en bacinillas a propósito. Cuando estaban
con mucha suerte, amanecían bailando con las muchachas de la casa y bebiendo con el
padre de ellas algunas botellas de mistela o aguardiente de contrabando, cuyo licor era
muy apreciado porque no provocaba estragos en el chuchaque.
Para salir de serenatas había que saber tocar algún instrumento musical y en esa época
era la guitarra que se había puesto de moda, pero era difícil rasgarla para acompañar a
los cantos que se entonaban en aquel período y en tan especial ocasión. Todas las tardes
religiosamente se reunían en el corredor de su casa para aprender a tocar la guitarra y
cuando alguien ya aprendía, lo festejaban con unas copitas que solamente les servían
para calentar el cuerpo o afinar la garganta.
En sus primeros años mozos le fue muy bien. Con ocasión de sus trasnoches, sus
serenos, sus dones de buena gente, de muy buen conversador, con su buen humor de
joven muy bien parecido, consiguió muchas amistades y algunos compromisos
amorosos. Pero al momento en que las muchachas y sus padres se dieron cuenta de que
se estaba pasando de listo, le cerraron todas las puertas y las posibilidades del disfrute
de las serenatas con sus respectivas algarabías del baile y el cortejo acostumbrado.
Quedó muy lejos la acostumbrada buena voluntad de las amas de casa, de brindarle un
café bien cargado endulzado con panela y acompañado con unas deliciosas tortillas de
harina de maíz tostadas en tiesto de barro y con abundante queso. Así de sencillo, se
acabo la buena vida.
Así empezó a hacer volar a su imaginación. . . . . . .Había que crear un motivo o una
ocasión para visitar a los familiares, a los vecinos, a los compadres, a los conocidos y
hasta a los desconocidos. Así es como empezó a barajar diversos pretextos y le pareció
el mejor, el de recorrer los senderos tantas veces caminados, los chaquiñanes lodosos y
resbaladizos entonando coplas nacidas de su propia inspiración que describían la
vivencia, la soledad, la inocencia, la picardía, las esperanzas y desesperanzas, los dichos
populares llenos de sabiduría.
Es así como empezó a ensayar uno que otro verso con rima, con contenidos extraídos
del contexto de su mundo conflictivo. Estas coplas serian cantadas con ocasión del
Carnaval, que coincidía con la temporada de las deshierbas del maíz y que para ello las
familias se preparaban con la debida anticipación, ya que había que preparar los siete
platos para dar de comer a los peones en señal de agradecimiento a la madre tierra y con
la fiel convicción de que las cosechas serán abundantes. En ninguna casa faltaban la
fritada de chancho y el mote pelado, el cuy con papas enteras, el caldo de gallina, la
conserva de calabaza y el barril de chicha de jora y por supuesto los chigüiles envueltos
en hojas de maíz.
Con sus amigos de mayor confianza que tenían la costumbre de reunirse todas las tardes
para tocar la guitarra, ensayaron algunas coplas que servirán de muestra para ir creando
y cantando de acuerdo a la ocasión. Como tenían que acompañar con la guitarra
ensayaron varias combinaciones de notas musicales, hasta que les parecieron las más
adecuadas, en su orden: MI menor, Do, MI menor y LA menor. La primera nota serviría
para el espacio entre uno y otro verso o copla del carnaval.
La tarde y la noche del Viernes decidieron iniciar la aventura y para ello primero se
dedicaron a repasar las primeras coplas que habían compuesto: A la voz del Carnaval
todo el mundo se levanta; aun mas oyendo la voz, del quien suspirando canta. Que
bonito es carnaval. Esta copla que se convertiría en la introducción antes de cualquier
otra.
Al acercarse a la siguiente casa, luego de entonar las dos primeras coplas, y al recordar a
su primer amor, ensayaron la siguiente: Las estrellas en el cielo, caminan de dos en dos;
Así caminan mis ojos, negrita por verte a voz. Que bonito es carnaval. A la vida de mi
vida, muerta la quisiera ver; En una sala tendida y no en ajeno poder. Que bonito es
carnaval. Y para despedirse cantaron: De esta esquina para arriba, disque me juran
matar. Cual será ese valeroso para darle la del oso. Que bonito es carnaval
En la tercera casa tuvieron suerte. Es que el dueño de casa era muy amigo de los padres
del carnavalero y como le gustaba la bebida, aprovecharía el fin de semana para pasarla
bien. Entonces llegó la hora de lucirse con las mejores coplas: Ahora si que estoy con
gusto, ya no siento la pobreza; Ahora que estoy con mis amigos y aguardiente a la
cabeza. Que bonito es carnaval. Esta noche es de alegría y de amigos a lo grande; yo
aquí alegre cantando y mi mujer muerta de hambre. Que bonito es carnaval.
Tanta era la algarabía y tan buenas eran las coplas, que llamó la atención a la vecindad y
que en el transcurso de la noche fueron sumándose con cierto recelo a la fiesta del
carnaval, en donde se polvearon con harina de maíz, jugaron al tusuchi con afrecho.
Este juego fue un gran pretexto para manosear a las solteras. Bailaron hasta el cansancio
y para descansar crearon un estribillo que decía: ya será bueno, ya será basta; Zapato de
hule pronto se gasta. En los momentos de descanso aprovecharon para conversar, para
planificar las siguientes visitas, para contar chistes y reírse a carcajadas.
A media noche, los carnavaleros estaban lánguidos y cansados por el baile, afónicos de
tanto cantar, los guitarristas ya no podían con el dolor de los dedos de tanto puntear y de
pronto a alguien se le ocurrió cantar las últimas coplas que decían: Mi garganta no es de
palo ni hechura de carpintero; si quieren oírme cantar, denme un trago primero; que
bonito es carnaval. Señora buena Señora, mátele al gallo patojo; Para ir tomando caldito
porque me muero de antojo; Que bonito es carnaval. Por la chicha y por el cuy, por eso
no mas me vine; porque tostado y mazamorra en mi casa mismo tengo. Que bonito es
carnaval. A lo que los dueños de casa respondieron de inmediato sirviendo el banquete
del carnaval a todos los presentes. Hubo caldo de gallina, papas con cuy, fritada de
chancho con mote pelado, dulce de calabaza con chigüiles y chicha de jora en
abundancia. Luego de tan exquisita comilona y ya con las energías recuperadas
continuaron con las coplas de agradecimiento, con el baile, con el juego con polvo hasta
el amanecer. Ninguno sintió los estragos de la mala noche; casi nadie se había
embriagado a pesar de haber ingerido tanto aguardiente. Es que el buen humor y sobre
todo por la transpiración provocada por el baile no les permitieron emborracharse.
Cuando el sol había calentado el ambiente, y el momento en que las chicas se dieron
cuenta de que los carnavaleros estaban con mal olor debido al sudor de tanto baile, con
el respectivo disimulo y al menor descuido les lanzaron agua; así se instituyo el juego
del carnaval con agua, nadie se salvó del baño, eran todos contra todos, a las muchachas
les metieron en el tanque que estaba casi lleno; así pasaron hasta el medio día, y cuando
estaban casi secas las ropas que llevaban puestos, decidieron organizarse para ir a visitar
a otras familias. Como ya estaban bien ejercitados en el canto de las coplas, sabían
cuales eran las más adecuadas para las diversas ocasiones y sin duda para manifestar sus
deseos. Así llegaron a una casa importante, en donde fueron atendidos a cuerpo de Rey.
Cantaron y bailaron hasta el agotamiento, se sirvieron un gran banquete y bebieron las
mejores mistelas preparadas para la ocasión. Aquí se les ocurrió a las muchachas
ensayar algunas coplas satíricas dirigidas a los jóvenes del grupo: Los jóvenes de este
tiempo son de pura fantasía; meten la mano al bolsillo, sacan la mano vacía. Que bonito
es carnaval. A lo que de inmediato los jóvenes respondieron: Las muchachas de este
tiempo son como la granadilla; apenas tienen quince años ya mueven la rabadilla; Que
bonito es Carnaval. A la vecina del frente se ha quemado el delantal; a no ser por los
bomberos se quemaba el animal Que bonito es carnaval. La única muchita que tengo, a
la puerca le he de dar; voz carishina y pelada, que es lo que me vas a dar. Que bonito es
carnaval. Las mujeres cuando mean, mean que chisporrotean; los hombres cuando
orinamos, sacudimos y guardamos; que bonito es carnaval.
Así se armó lo que se llamaría mas tarde el contrapunto que consiste en organizarse en
grupos para ir cantando coplas satíricas que son respondidas de la misma manera en
turnos bien organizados. Y por supuesto no se salvaron los casados: Más arriba de mi
casa se ha formado una laguna; donde lloran los casados sin esperanza ninguna. Que
bonito es carnaval.
Y tampoco se salvaron los bailarines: Bailen, bailen bailarines; bailen que les pagaré,
una rosa en cada en cada mano y clavel en cada pie. Que bonito es carnaval. Y para
variar, con el afán de sacarse el clavo por algo del pasado: Esa pareja que baila se
parece a San Francisco, y galán que lo acompaña, es igual a chivo arisco. Que bonito es
carnaval. Y un estribillo: Alhaja guambra la de la loma, que se hace dueña de mi
paloma.
Pasaron los días y las noches, crearon y cantaron innumerables coplas, ensayaron los
más diversos pasos de bailes de la época, comieron y bebieron los mejores banquetes y
las más sabrosas mistelas hasta saciarse, jugaron al tusuchi y se polvearon los rostros
con talco y harina de maíz, se bañaron para refrescarse y superar el chuchaque, se
quedaron dormidos sentados para recobrar las energías, hicieron grandes amistades y
algunos compromisos matrimoniales. Así llegó el día Miércoles de ceniza y con el, el
día de la despedida de la fiesta que mas tarde será la más popular de la comarca.
Este día compusieron y cantaron las coplas más tristes de despedida a la fiesta del
Carnaval: Cantaremos carnaval ya que Dios ha dado vida, no sea cosa que el otro año,
ya nos toque la partida o caigamos patas arriba; adiós, adiós Carnaval. Mushca, mushca
tototo muérdele al carnavalero; a que el otro año no vuelva como perro molinero, Adiós,
adiós carnaval.
Tan fuerte fue la tristeza que provocó la finalización de esta fiesta muy especial que, se
les ocurrió enterrar al carnaval, para tener un pretexto más para ponerse a llorar
mientras entonaban las coplas más tristes. Es así como se les ocurrió armar una caja de
madera muy similar a las de los funerales que lo llevaron cargando a remuda entre todos
y todas al cerro más alto de la Comarca, en donde mientras continuaban cantando,
cavaron el hueco para sepultar al carnaval. De las coplas que mas sobresalieron fueron
las siguientes: Cuando Salí de mi casa de nadie me despedí; solo de una hojita seca, que
cayó cerca de mí. No te vayas carnaval.
Es así como se instituyó la fiesta del carnaval y a la persona que lo inventó se lo bautizo
como el Taita Carnaval y se lo recuerda con mucho cariño, porque gracias a el se
conserva la tradición y los valores de la generosidad, la solidaridad, la alegría, la poesía,
la fantasía.