La Reseña

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La reseña

Concepto
Es un texto escrito de ámbito periodístico y
secuencia textual expositivo-argumentativa. En
ella se describe el tema, se hace un recuento del
contenido, seleccionando las ideas principales, el
propósito y otros aspectos de importancia para
dar una valoración crítica, asumida por quien la
escribe. La reseña presenta una visión
panorámica de un libro, película, espectáculo,
obra de teatro, concierto, entre otros.
Al escribir una reseña, se inicia con la definición
del objeto que se va a evaluar, continúa con la
posición asumida, justificada con diversos
argumentos que apoyan su postura y cierra
reafirmando la posición adoptada.

Objetivo
Describir, analizar y emitir un juicio crítico sobre un
libro o evento.

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Estructura:

• Contiene una panorámica del


tema que se reseñará e incluye
Introducción breves datos biográficos del
autor.

• Aquí se presenta un resumen


expositivo-argumentativo a través
de comentarios críticos de parte
Desarrollo de quien reseña, con aportes
que sustenten los planteamientos
realizados.

• Evaluación y motivación del


Conclusión tema o suceso.

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Sugerencias de pasos para su escritura
Elaborar una reseña es una tarea compleja, por lo
que recomendamos tomar en cuenta el proceso de
escritura:

• Si se va a reseñar un libro, es
importante documentarse y leer
bien sobre el tema, es decir,
comprender su contenido.
• Se recomienda observar modelos
de reseñas ya elaboradas. Esto
ayudará a organizar las ideas de
acuerdo a la estructura del
género que se escribirá.
Antes de la • Tome notas de las informaciones
escritura y opiniones más importantes
aportadas por el autor.
• Seleccione la información
necesaria en función del tema, la
intención y el público a quien va
dirigida la reseña.
• Establezca los objetivos: Para qué
va a escribir.
• Elabore esquemas, mapas
conceptuales y resúmenes.
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Sugerencias de pasos para su escritura

• Organice la información de
acuerdo a la estructura de
la reseña: introducción,
desarrollo y conclusión.
• Elabore borradores o textos
intermedios.
Durante la • Tome en cuenta las normas
escritura de textualidad (cohesión,
coherencia, referencialidad,
uso de conectores,
normativa: signos de
puntuación, acentuación,
uso de mayúsculas y
minúsculas).

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Sugerencias de pasos para su escritura

• Lea el texto escrito para


detectar incoherencias,
errores gramaticales,
Después problemas de
de la referencialidad,
escritura ambigüedades, entre otros.
• Vuelva a revisar hasta que se
sienta satisfecho de la
producción escrita.

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Ejemplo de una reseña

EL PAIS, TRIBUNA: LA CUARTA PÁGINA


Más información, menos conocimiento
PIEDRA DE TOQUE. La imparable robotización humana por Internet
cambiará la vida cultural y hasta cómo opera nuestro cerebro.
Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos
nosotros
(Mario Vargas Llosa 31/07/2011)

Nicholas Carr estudió Literatura en Dartmouth College y en la


Universidad de Harvard y todo indica que fue en su juventud un voraz
lector de buenos libros. Luego, como le ocurrió a toda su generación,
descubrió el ordenador, el Internet, los prodigios de la gran revolución
informática de nuestro tiempo, y no sólo dedicó buena parte de su
vida a valerse de todos los servicios online y a navegar mañana y
tarde por la Red; además, se hizo un profesional y un experto en las
nuevas tecnologías de la comunicación sobre las que ha escrito
extensamente en prestigiosas publicaciones de Estados Unidos e
Inglaterra.

Un buen día descubrió que había dejado de ser un buen lector, y,


casi casi, un lector. Su concentración se disipaba luego de una o dos
páginas de un libro, y, sobre todo si aquello que leía era complejo y
demandaba mucha atención y reflexión, surgía en su mente algo así
como un recóndito rechazo a continuar con aquel empeño
intelectual. Así lo cuenta: "Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar
qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando
mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que
solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo".

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Preocupado, tomó una decisión radical. A finales de 2007, él y su
esposa abandonaron sus ultramodernas instalaciones de Boston y se
fueron a vivir a una cabaña de las montañas de Colorado, donde no
había telefonía móvil y el Internet llegaba tarde, mal y nunca. Allí, a lo
largo de dos años, escribió el polémico libro que lo ha hecho famoso.
Se titula en inglés The Shallows: What the Internet is Doing to Our Brains
y, en español, Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras
mentes? (Taurus, 2011). Lo acabo de leer, de un tirón, y he quedado
fascinado, asustado y entristecido.

Carr no es un renegado de la informática, no se ha vuelto un ludita


contemporáneo que quisiera acabar con todas las computadoras, ni
mucho menos. En su libro reconoce la extraordinaria aportación que
servicios como el de Google, Twitter, Facebook o Skype prestan a la
información y a la comunicación, el tiempo que ahorran, la facilidad
con que una inmensa cantidad de seres humanos pueden compartir
experiencias, los beneficios que todo esto acarrea a las empresas, a
la investigación científica y al desarrollo económico de las naciones.

Pero todo esto tiene un precio y, en última instancia, significará una


transformación tan grande en nuestra vida cultural y en la manera de
operar del cerebro humano como lo fue el descubrimiento de la
imprenta por Johannes Gutenberg en el siglo XV que generalizó la
lectura de libros, hasta entonces confinada en una minoría
insignificante de clérigos, intelectuales y aristócratas. El libro de Carr es
una reivindicación de las teorías del ahora olvidado Marshall
MacLuhan, a quien nadie hizo mucho caso cuando, hace más de
medio siglo, aseguró que los medios no son nunca meros vehículos de
un contenido, que ejercen una solapada influencia sobre éste, y que,
a largo plazo, modifican nuestra manera de pensar y de actuar.
MacLuhan se refería sobre todo a la televisión, pero la argumentación
del libro de Carr, y los abundantes experimentos y testimonios que cita
en su apoyo, indican que semejante tesis alcanza una extraordinaria
actualidad relacionada con el mundo del Internet.

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Los defensores recalcitrantes del software alegan que se trata de una
herramienta y que está al servicio de quien la usa y, desde luego, hay
abundantes experimentos que parecen corroborarlo, siempre y
cuando estas pruebas se efectúen en el campo de acción en el que
los beneficios de aquella tecnología son indiscutibles: ¿quién podría
negar que es un avance casi milagroso que, ahora, en pocos
segundos, haciendo un pequeño clic con el ratón, un internauta
recabe una información que hace pocos años le exigía semanas o
meses de consultas en bibliotecas y a especialistas? Pero también hay
pruebas concluyentes de que, cuando la memoria de una persona
deja de ejercitarse porque para ello cuenta con el archivo infinito que
pone a su alcance un ordenador, se entumece y debilita como los
músculos que dejan de usarse.

No es verdad que el Internet sea sólo una herramienta. Es un utensilio


que pasa a ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de
nuestro propio cerebro, el que, también, de una manera discreta, se
va adaptando poco a poco a ese nuevo sistema de informarse y de
pensar, renunciando poco a poco a las funciones que este sistema
hace por él y, a veces, mejor que él. No es una metáfora poética
decir que la "inteligencia artificial" que está a su servicio, soborna y
sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de
manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin,
en sus esclavos. ¿Para qué mantener fresca y activa la memoria si
toda ella está almacenada en algo que un programador de sistemas
ha llamado "la mejor y más grande biblioteca del mundo"? ¿Y para
qué aguzar la atención si pulsando las teclas adecuadas los
recuerdos que necesito vienen a mí, resucitados por esas diligentes
máquinas?

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Esos alumnos no tienen la culpa de ser ahora incapaces de leer
Guerra y Paz o El Quijote. Acostumbrados a picotear información en
sus computadoras, sin tener necesidad de hacer prolongados
esfuerzos de concentración, han ido perdiendo el hábito y hasta la
facultad de hacerlo, y han sido condicionados para contentarse
con ese mariposeo cognitivo a que los acostumbra la Red, con sus
infinitas conexiones y saltos hacia añadidos y complementos, de
modo que han quedado en cierta forma vacunados contra el tipo
de atención, reflexión, paciencia y prolongado abandono a aquello
que se lee, y que es la única manera de leer, gozando, la gran
literatura. Pero no creo que sea sólo la literatura a la que el Internet
vuelve superflua: toda obra de creación gratuita, no subordinada a
la utilización pragmática, queda fuera del tipo de conocimiento y
cultura que propicia la Web. Sin duda que ésta almacenará con
facilidad a Proust, Homero, Popper y Platón, pero difícilmente sus
obras tendrán muchos lectores. ¿Para qué tomarse el trabajo de
leerlas si en Google puedo encontrar síntesis sencillas, claras y
amenas de lo que inventaron en esos farragosos librotes que leían los
lectores prehistóricos?

La revolución de la información está lejos de haber concluido. Por el


contrario, en este dominio cada día surgen nuevas posibilidades,
logros, y lo imposible retrocede velozmente. ¿Debemos alegrarnos?
Si el género de cultura que está reemplazando a la antigua nos
parece un progreso, sin duda sí. Pero debemos inquietarnos si ese
progreso significa aquello que un erudito estudioso de los efectos del
Internet en nuestro cerebro y en nuestras costumbres, Van
Nimwegen, dedujo luego de uno de sus experimentos: que confiar a
los ordenadores la solución de todos los problemas cognitivos
reduce "la capacidad de nuestros cerebros para construir
estructuras estables de conocimientos". En otras palabras: cuanto
más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos.

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Tal vez haya exageraciones en el libro de Nicholas Carr,
como ocurre siempre con los argumentos que defienden tesis
controvertidas. Yo carezco de los conocimientos
neurológicos y de informática para juzgar hasta qué punto
son confiables las pruebas y experimentos científicos que
describe en su libro. Pero éste me da la impresión de ser
riguroso y sensato, un llamado de atención que -para qué
engañarnos- no será escuchado. Lo que significa, si él tiene
razón, que la robotización de una humanidad organizada en
función de la "inteligencia artificial" es imparable. A menos,
claro, que un cataclismo nuclear, por obra de un accidente
o una acción terrorista, nos regrese a las cavernas. Habría
que empezar de nuevo, entonces, y a ver si esta segunda
vez lo hacemos mejor.

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Referencias:

• Álvarez, T. (2010). Competencias básicas en escritura. 1ra.


Edición. Barcelona: OCTAEDRO, S.L.

• La reseña. Tipos de textos (2009). Centro de escritura


Javeriana. Tomado de:
http://centrodeescritura.javerianacali.edu.co/index.php?o
ption=com_content&view=article&id=76:resena&catid=44:
tipos-de-textos&Itemid=66

• Vargas Llosa, M. (2011) Más información, menos


conocimiento.
http://elpais.com/diario/2011/07/31/opinion/1312063211_8
50215.html

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