De Clausewitz A Mao Tse Tung PDF
De Clausewitz A Mao Tse Tung PDF
De Clausewitz A Mao Tse Tung PDF
Alain de Benoist
Los combates se recrudecen. Los franceses son obligados a replegarse en la orilla oeste del
Rin. La Confederación del Rin queda disuelta y el tratado de Fulda garantiza a los soberanos la
integridad de sus posesiones territoriales.
En 1815, en el momento en que Napoleón es derrotado en Waterloo, queda firmada el acta
de una nueva Confederación Germánica.
Entre 1820 y 1830, Clausewitz se encarga de la dirección de la Academia militar de Berlín,
pero se dedica, sobre todo, a tareas administrativas. "Sus alumnos –comenta Raymond Aron–
sospechaban que era un amante de los buenos vinos, pues su nariz rojiza guardaba las quemadu-
ras del Sol durante la campaña de Rusia" (Revue de la Défense nationale, enero 1973). Murió sin
haberse quitado jamás el uniforme, dejando como único testamento un grueso manuscrito inaca-
bado: el tratado De la guerra.
Clausewitz había comenzado a escribir en 1815, siguiendo los consejos de su esposa Maria
von Brühl, quien se encargaría de publicar su obra después de su muerte. Clausewitz no conside-
raba como definitivos más que los dos primeros capítulos, "advertencia" que subraya Maria von
Brühl contra los inevitables errores de interpretación.
A pesar de su mala construcción, puesto que estamos hablando de un borrador, De la gue-
rra se convirtió en un clásico inmediatamente después de su publicación. La aparición de este
tratado ha obligado a los estrategas y estudiosos de la polemología de todo el mundo a hablar de
"antes de Clausewitz" y "después de Clausewitz", a emplear términos como "guerras clausewti-
zianas" o "estrategias postclausewitzianas". De la guerra es un manual práctico, salpicado de re-
flexiones filosóficas, sobre las lecciones a extraer de las experiencias militares de principios del
siglo XIX. Todas las guerras tienen sus rasgos peculiares, y todas poseen sus trazos comunes.
Karl von Clausewitz se pregunta sobre "lo que hay de semejante y de disímil en todas las gue-
rras".
mento en que existe la política, existen los enemigos, y el riesgo de enemistad no puede ser ven-
cido; por lo que es más que probable que la humanidad histórica continuará conociendo las gue-
rras".
"No importa lo que pueda hacer el sueño de una paz perpetua. Un sueño paralelo es el que
constituye una ciencia o un arte finalizado. Supone, en comparación, que la ciencia podrá consti-
tuirse en verdad definitiva, absoluta, y que por tanto dejará de ser un conjunto de investigaciones,
o que el arte será la belleza enteramente realizada y no un esfuerzo con vistas a realizar una obra.
Dicho de otra forma, un sueño paralelo supone la omnipotencia, la omnisciencia y las capacida-
des del arquitecto del universo propias de Dios. Ahora bien, si la ciencia tiene un sentido para no-
sotros, los hombres, es porque se trata de una búsqueda y una investigación indefinida; si el arte
tiene un sentido, es porque se trata de un esfuerzo de belleza siempre traducido en nuevas obras.
De la misma manera, la política es voluntad de paz, pero no es, porque no puede ser, la paz ab-
soluta o perpetua instituida" (íbidem).
Según Clausewitz, la "esencia" de la guerra se caracteriza por un encadenamiento lógico,
la "ascensión a los extremos", que las tropas napoleónicas llevaron hasta el paroxismo. "Con Bo-
naparte –escribe–, la guerra fue conducida sin perder un momento, hasta aplastar al enemigo: los
contragolpes se siguen entonces sin remisión".
Bajo la apariencia caótica de las hostilidades, se oculta en verdad un orden rigurosísimo,
que explica el inicio, el desarrollo y la conclusión. "Clausewitz enseña a pensar la guerra en tanto
que guerra", señala André Glucksman.
Toda guerra se explica en cuando se examinan, de modo tripartito, sus aspectos políticos
(¿porqué combatir?), estratégicos (¿cómo combatir?) y sociales (¿a quién y con quién combatir?).
Pero la reflexión sobre la guerra no es puramente moral, política o técnica. Es también una refle-
xión autónoma, global, en donde los sucesos tienen una importancia relativa unos en relación a
los otros. Clausewitz propone precisamente denominar "estrategia" a esta visión global. "La es-
trategia –escribe– es el arte de movilizar las propias fuerzas, de organizar y disponer las batallas
para vencer en una guerra. La táctica es el arte de organizar y disponer las propias fuerzas para
vencer en una batalla".
La práctica estratégica es un duelo. Los adversarios se enfrentan, pero, al mismo tiempo,
se evalúan: cada uno busca prever como preverá el otro. Ambos tienen el mismo comportamiento
fundamental, y buscan alcanzar el mismo objetivo. Al menos, dice Clausewitz, el mismo objetivo
militar (Ziel), que no debe confundirse con el objetivo o fin político (Zweck).
En una guerra, el objetivo militar es idéntico en todas las partes, aun cuando el objetivo
político sea diferente. Del hecho de esta identidad, la "escalada" es inevitable.
El idealtipo y la práctica
La ascensión a los extremos reposa sobre la "asimetría del ataque y la defensa". Ésta, a su
vez, se explica por el hecho de que las fuerzas no pueden ser jamás apreciadas con anticipación
de un modo rigurosamente exacto. En el caso contrario, cada uno volaría inmediatamente hacia
los extremos, con la esperanza de situarse el primero. Como esto nunca sucede así, la "escalada"
se hace por pasos y por peldaños. "Cada uno de los adversarios empuja a actuar al otro –escribe
Clausewitz–, de lo que resulta una acción recíproca que, en tanto que concepto, debe llegar hasta
sus extremos".
DE CLAUSEWITZ A MAO TSE TUNG - Alain de Benoist 4
El estilo prusiano
Como Maquiavelo, pero también como Maurras ("La política en primer lugar"), como De
Gaulle ("La espada es el eje del mundo") y como los dirigentes soviéticos y chinos, Clausewitz
proclama pues, no sin razón, la primacía de la política sobre lo militar, del Jefe de Estado sobre el
comandante en jefe. Y extrae sus conclusiones.
Para ser bien comprendida, esta concepción debe sin embargo situarse en el contexto de su
época, concretamente en el cuadro del "militarismo prusiano".
"En las actuales democracias occidentales –escribe Julius Evola–, aun cuando se reconoce
al militar una ética propia, no se juzga deseable aplicarla a la vida normal de la nación. Esta con-
cepción está estrechamente vinculada a la convicción de que la civilización verdadera no tiene
nada que ver con la triste necesidad de esa "inútil carnicería" que es la guerra; que puede funda-
DE CLAUSEWITZ A MAO TSE TUNG - Alain de Benoist 5
mentarse no sobre las virtudes guerreras, sino sobre las virtudes "civiles" y sociales, ligadas a los
principios de la Revolución Francesa..." (Los hombres y las ruinas, 1972).
Otra era la concepción del mundo de la antigua Prusia. Como entre los antiguos, la vida
misma era considerada milicia y combate. La guerra muestra a una nación lo que la paz significa
verdaderamente para ella. Desde esta concepción, lo "militar" aparece como un modelo –con su
ascesis, su ética y sus leyes–, y este modelo no se circunscribe exclusivamente al ejército.
"El estilo del prusianismo –continúa Julius Evola– no es solamente modelo de una de las
tradiciones militares europeas. El prusianismo extendió su influencia a todo lo que era servicio al
Estado, lealtad y antindividualismo. Este estilo influenció el mismo plan económico, asegurando
durante la era industrial, la íntima cohesión de los grandes conjuntos de producción dirigidos por
las casi-dinastías de jefes de empresa, respetados y obedecidos por sus obreros y protegidos, cu-
yos sentimientos se asemejaban a la fidelidad y la solidaridad militares" (íbidem).
"Prusia –afirma Jean Grosjean– no fue una nación. Fue el rostro de la gravedad de la vida".
Y continúa: "Prusia no fue ni una comunión ni una soledad, sino el diálogo de los dioses".
Clausewitz retiene otra particularidad de su tiempo, del cual presiente los desarrollos futu-
ros: la democratización de la guerra, que conducirá a la "guerra total" analizada –desde una pers-
pectiva anticlausewitziana– por Ludendorff (Der totale Krieg, 1935), y después a la guerra "po-
pular" y revolucionaria, es decir a la guerra global.
La extensión de los estragos provocados por la guerra, señala Clausewitz, no se explican
por la sola modernización de los medios de destrucción. "Debe atribuirse a los nuevos hechos que
se manifiestan en el dominio militar, menos a la invención y a las nuevas ideas y más al cambio
de estado social y de las relaciones sociales".
Repite por ello, una y otra vez, esta idea esencial: "La guerra es una lucha que consiste en
sondear las fuerzas morales y físicas al medio de estas últimas".
Hasta 1789, solamente combatían los guerreros profesionales, todos resultantes del mismo
rango. Estos se ayudaban de los "soldados", es decir de mercenarios que empuñaban las armas
para cobrar un sueldo. Al "soldado" se oponía entonces el guerrero, miembro de la aristocracia
feudal, que constituía el núcleo central de una organización social correspondiente, y que no esta-
ba al servicio de una clase burguesa –era el burgués, al contrario, quien le estaba sumiso: su pro-
tección implicaba dependencia, y no supremacía, en relación a aquellos que ejercitaban el dere-
cho de las armas" (Julius Evola, op. cit.)
Pero desde una perspectiva igualitaria, marcada por el encuadramiento obligatorio, la Re-
volución Francesa democratizó la guerra. Y al mismo tiempo hizo del militar (convertido ya úni-
camente en "soldado" no el modelo del civil, sino más bien su "útil".
Mitos incapacitantes
"Una fuerza hizo su aparición en 1792. La guerra se convirtió, repentinamente, en un suce-
so popular, y de un pueblo de treinta millones de habitantes, que se consideraban todos ciudada-
nos del Estado (...) Desde entonces, los medios disponibles, los esfuerzos desplegados, dejaron de
tener límites definidos. La energía con la cual la misma guerra podía ser conducida no tenía con-
trapesos" (De la guerra).
DE CLAUSEWITZ A MAO TSE TUNG - Alain de Benoist 6
Poco a poco, la noción de "pueblo en armas" se extiende por Europa entera. Atacado y de-
rrotado por Napoleón, el rey de Prusia la oficializa, mediante su consejo de "reformadores".
De ello resulta, observa Clausewitz, que, por vez primera, la fase defensiva puede ser tam-
bién la fase decisiva. Basta que la defensa explote sus ventajas naturales, sobre todo la ventaja del
espacio y la naturaleza del terreno, que refuerzan la agresividad (se combate mejor al defender la
propia patria que al invadir de la otro) y facilitan la "toma de conciencia", es decir la politización
de la población.
A la potencia y la rapidez del ataque, la defensa debe responder con la movilización, la
dispersión y el acoso.
Al mismo tiempo que borra la distinción entre lo militar y lo civil, se borra también la
frontera entre la guerra y la paz. Más exactamente, la guerra se instala en el estado de paz. Supo-
niendo un consenso incompatible con la forma moderna de la guerra, toda tregua queda excluida.
Los armisticios son menos susceptibles que nunca de solucionar la totalidad de los problemas.
"La diferencia entre la paz y la guerra queda abolida –escribe Jean Guitton–, no porque todo de-
venga en cierto grado paz, también la guerra, sino porque todo se considera guerra, también la
paz" (La pensée et la guerre).
¿Guerra civil? Es más que eso –porque las fuerzas en presencia sobrepasan, de lejos, las
fronteras de las naciones. De hecho, frente al ejército regular (que no es ya un ejército de oficio,
sino más bien un "ejército del pueblo", el partisano debe jugar un doble juego. Al mismo tiempo
que combate al adversario, debe infiltrarlo, física o espiritualmente, desmoralizarlo, hacerle dudar
de su derecho, insuflarle una enfermedad consciente mediante los rodeos de los mitos incapaci-
tantes. Brevemente, lograr que la leva en masa (la movilización general) pueda también repre-
sentar un peligro para el Estado que la decreta. La guerra se convierte así inseparable de la sub-
versión (propaganda e intoxicación) que la prepara, la acompaña y la "justifica".
La lección fue aprendida a toda prisa. Desde principios del siglo XIX, la máxima según la
cual la tropa combate al enemigo mientras los "rateros" eran liquidados por la policía, estaba des-
fasada. El 12 de septiembre de 1813, Napoleón ordena al general Lefevre "operar en partisano en
todo lugar donde existan partisanos".
La eficacia de esta nueva táctica no es discutible. "Según estimaciones de ciertos expertos
–escribía Carl Schmitt–, los partisanos rusos de la Segunda Guerra Mundial apartaron del com-
bate directo a veinte divisiones alemanas, contribuyendo decisivamente al resultado final de la
guerra" (Teoría del partisano).
Después de haber estudiado en profundidad las tácticas de la guerrilla española antinapo-
leónica, Clausewitz escribió: "La guerra popular, como algo vaporoso y fluido, no debe concen-
trar ninguna parte en un cuerpo sólido; de otra forma, el enemigo enviará una fuerza adecuada
contra el núcleo, y lo arrasará".
Estas teorías serán repetidas, palabra por palabra, los modernos teóricos y los partisanos de
la guerra.
Pero hay que subrayar, sin embargo, que, para Clausewitz, el recurso al pueblo no debe ser
considerado mas que a título puramente defensivo. "Fue, durante dos años, profesor de los cursos
sobre "guerra pequeña" (guerrilla) en la Academia militar de Berlín. Pero, técnicamente, la guerra
popular no constituye, en su sistema, mas que una simple modalidad de la guerrilla, la que se li-
DE CLAUSEWITZ A MAO TSE TUNG - Alain de Benoist 7
bra entre destacamentos constituidos, a lo más, por doscientos o trescientos hombres" (Raymond
Aron).
En el curso de una entrevista con la americana Anna Louise Strong, Mao declaraba en
1946: "La bomba atómica es un tigre de papel del que se sirven los reaccionarios americanos para
asustar a los pueblos. Tiene un aura terrible, pero no lo es. Bien entendida, la bomba atómica es
un arma que puede provocar inmensas masacres, pero es el pueblo quien decide el destino de una
guerra, y no una o dos nuevas armas".
Esta declaración puede hacer sonreír; puede pensarse en una "machada" o hacer hablar so-
bre "inconsciencias". Por tanto, Mao Tse Tung, para algunos, carece de "seriedad". Sin embargo,
hay dos cosas a retener.
***