Animales y Sexualidad en Mesoamerica PDF
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E IBEROAMERICANOS
UNIVERSIDAD DE VARSOVIA
ITINERARIOS
Revista de estudios lingüísticos, literarios,
históricos y antropológicos
Vol. 21
Varsovia 2015
Corrección de textos:
Marcos Arcaya Pizarro
Información: http://www.itinerarios.uw.edu.pl
Redacción de ITINERARIOS
Instituto de Estudios Ibéricos e Iberoamericanos
Universidad de Varsovia
ul. Oboźna 8
00-332 Varsovia
Polonia
ISSN 1507-7241
Consejo Editorial:
Comité de redacción:
Maria Boguszewicz
Agnieszka Brylak
Agnieszka Flisek (Redactora Jefe)
Karolina Kumor (Secretaria de Redacción)
Katarzyna Mikulska
DOSSIER
Animales y sexualidad en Mesoamérica
Coordinado por Jaime Echeverría García y Guilhem Olivier
Guilhem Olivier
Animales y sexualidad en Mesoamérica: Algunos apuntes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Agnieszka Brylak
Truhanería y sexualidad: Techalotl entre los nahuas prehispánicos . . . . . . . . . . . 57
Alessandro Lupo
Entre venados y lagartas. Roles, valores e identidades en las narraciones huaves
sobre el sexo entre animales y humanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
ARTÍCULOS
Elena Mazzetto
El simbolismo de la yotextli en las fiestas del año solar mexica . . . . . . . . . . . . . . . 147
Ewa Sapieżyńska
Morfología del cuento: las (re)creaciones discursivas de la noción de la libertad
de expresión en los editoriales de los principales diarios de Chile . . . . . . . . . . . . . 233
RESEÑAS
Dardo Scavino
Ángeles Mateo Del Pino (ed.), Ángeles maraqueros. Trazos neobarroc-s-ch-os
en las poéticas latinoamericanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 259
Maria Falska
Karolina Kumor, Auto sacramental en el teatro español del siglo XX.
Recuperación y transformación del género áureo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261
Coordinación:
Jaime Echeverría García y Guilhem Olivier
¿Cuál es el origen de la panza prominente del mono? ¿Por qué los colibríes pueden fe-
cundar a las doncellas? ¿Cómo explicar el disfraz de ardilla que utilizaba un danzan-
te mexica para bailar encima de un pequeño templo? ¿Por qué aseguran los huaves que
las relaciones sexuales entre un hombre y una lagarta tienen consecuencias letales? Estas
preguntas y otras más forman parte del abanico de problemáticas que abordan los au-
tores de los artículos reunidos en este volumen de la revista Itinerarios, los cuales con-
tribuyen a profundizar en el novedoso tema de los nexos entre animales y sexualidad.
En efecto, aunque abundan las fuentes antiguas de todo tipo que describen las caracte-
rísticas sexuales que los mesoamericanos atribuyeron a la fauna que los rodeaba, estas
casi nunca habían sido objeto de una reflexión sistemática por parte de los especialistas1.
Ahora bien, vale la pena detenernos brevemente sobre los principales ejes de investi-
gación que se han desarrollado acerca del mundo animal. Uno de los primeros estudios
científicos centrado en el análisis de los nexos entre la organización social de un grupo
indígena y el mundo animal fue el famoso libro League of the Ho-De’-No-Sau-Nee, or
Iroquois, de Lewis Henry Morgan, publicado en 1851. El antropólogo estadunidense re-
portaba la existencia de clanes entre los iroqueses, cada uno designado con un nombre
de animal, asociado con un sistema de descendencia matrilineal y con reglas de exoga-
mia entre clanes y mitades. Sobra decir que el largo debate sobre el totemismo se ini-
ció de alguna manera a raíz de esta obra, debate en el cual el problema de las relaciones
entre humanos y animales es fundamental. Pocos años después, autores como Charles
Brasseur de Bourbourg (1859) y Daniel Brinton (1894) abrirían otro campo de investi-
gación, enfocado esta vez en las capacidades de transformación de algunos seres huma-
nos en animales. Aunque estos dos autores relacionaban el nahualismo con supuestas
sociedades secretas dedicadas a luchar en contra del catolicismo español, este fenóme-
no iba a volverse un tema clásico de la historia y de la antropología mesoamericanistas2.
A principios del siglo XX, Eduard Seler (2004 [1909-1910]), por una parte, y Alfred Toz-
zer y Glover Allan (1910), por otra, publicaron estudios detallados sobre las represen-
taciones de animales en códices mesoamericanos, que constituyen bases sólidas para
3 Véanse por ejemplo los estudios de Pranzetti (1998), Escalante (1999), Palmeri Capiesciotti (2001) y Oli-
vier (2007).
huitzli “espina”. Ahora bien, Quetzalcoatl aparece como el fundador mítico del autosa-
crificio y tanto esta deidad como el colibrí están estrechamente asociados con la fertili-
dad y con la potencia sexual masculina; de allí que Miriam López enfatice la presencia
de representaciones de Quetzalcoatl con disfraz de colibrí en el Códice Borgia, por ejem-
plo, como sacrificador de Nanahuatl, el dios solar. En otra lámina del mismo manuscri-
to aparece Quetzalcoatl con disfraz de colibrí en una representación del mito de origen
de las flores, las cuales proceden de la vulva de la diosa Xochiquetzal. Después de subra-
yar el simbolismo de la flor asociada con la sangre menstrual, la autora propone de ma-
nera sugerente que “estamos ante un pasaje que representa tanto la fecundidad femenina
como la masculina: la potencia genésica de las mujeres simbolizada en la sangre mens-
trual y la potencia fertilizadora varonil encarnada en los colibríes y en el mismo dios
Quetzalcoatl”. Otra deidad estrechamente relacionada con el colibrí es Huitzilopoch-
tli, numen tutelar de los mexicas. El hallazgo de 16 esqueletos de colibríes en el lado sur
del Templo Mayor –asociado con Huitzilopochtli– confirman los vínculos de estas aves
con esta deidad solar y guerrera. Datos antiguos nahuas y mayas describen cómo los gue-
rreros muertos bajan a la tierra como colibríes para chupar el néctar de las flores. Acom-
pañantes del Sol hasta el zenit, las almas de los guerreros muertos –cuyo prototipo era
Huitzilopochtli– entregaban el astro a las mujeres muertas en parto, las cihuapipiltin,
que lo conducían hasta el ocaso. Acerca de la representación en el Códice Laud de una
mujer preñada sobre la cual aparece un colibrí en posición descendente, Miriam López
considera que “las mujeres muertas de parto son lo mismo que los guerreros muertos
en el campo de batalla. Además, la imagen ilustra de manera bella un coito metafórico
entre el colibrí y la mujer”. De hecho, varios elementos permiten a la autora afirmar que
los antiguos mesoamericanos atribuían un simbolismo sexual al acto de chupar flores por
parte del colibrí, siendo la pequeña ave “la contraparte masculina de la flor”. El simbolis-
mo sexual masculino del colibrí explica su utilización como amuleto de amor o de seduc-
ción desde la época colonial hasta nuestros días. Asimismo, el papel fecundador de esta
ave se manifiesta en diversos mitos indígenas actuales, en los que –transformado en co-
librí– el héroe solar seduce y fecunda a la diosa lunar. Sin lugar a dudas, el simbolismo
sexual del colibrí predomina no solamente en Mesoamérica, sino también en otras cul-
turas del continente americano; como ejemplo, Miriam López apunta que los desana
de Colombia llaman al colibrí ¡“el pene del Sol”!
Tras constatar la escasez de fuentes relativas al alacrán en Mesoamérica, Sergio Ángel
Vásquez Galicia presenta de manera erudita los diversos estudios que abordan el simbo-
lismo de este artrópodo. Desde principios del siglo XX hasta nuestros días, los especia-
listas han resaltado los múltiples significados del alacrán “entre los cuales destacan su
vínculo con la cacería, la guerra, el autosacrificio, la lluvia, los astros, etc.”. Ahora bien,
el historiador mexicano eligió enfocar su análisis en el papel transgresor del alacrán,
basándose en primer lugar en un mito recopilado por Ruiz de Alarcón en el siglo XVII,
que explica cómo Yappan fue transformado en dicho artrópodo después de haber come-
tido una transgresión sexual. La oportuna comparación con un relato actual de los na-
huas de la Huasteca, en el cual el alacrán rompe un ayuno alimenticio, permite al autor
establecer la equivalencia entre el acto sexual y el acto de comer, equivalencia que en-
contramos entre numerosos grupos amerindios, como los huaves estudiados por Ales-
sandro Lupo en este volumen. De allí que en la lengua náhuatl del siglo XVI y también
en varios idiomas mayances la palabra “alacrán” esté asociada con expresiones que de-
notan el castigo de los transgresores. Es más, en la iconografía mexica, el alacrán está
vinculado con Tlaltecuhtli, la diosa de la Tierra, pero también con los dioses de la muer-
te y con el inframundo. Sergio Ángel Vásquez presenta fuentes iconográficas y escritas
que afirman que la aparición del alacrán era un augurio funesto, ya que actuaba como
mensajero del dios de la muerte. Identificado con el dolor físico asociado con el autosa-
crificio, el alacrán aparece vinculado en la iconografía con esta práctica ritual, y quizá
con el sacrificio humano. De hecho, en algunas secciones de códices adivinatorios –por
ejemplo, para los pronósticos de matrimonio– el alacrán tiene sin duda connotaciones
negativas. El autor reúne también materiales que asocian el alacrán con prácticas de bru-
jería, tanto en las fuentes antiguas –por ejemplo, cuando se describe el dominio de Ma-
linalxochitl sobre animales ponzoñosos– como en datos etnográficos.
Dedicado a la rica tradición oral de los huaves de Oaxaca, el estudio de Alessandro
Lupo se enfoca más precisamente en los relatos que abordan el tema de las relaciones en-
tre hombres y animales. En palabras del autor, estos relatos “ofrecen innumerables cla-
ves exegéticas para comprender las concepciones nativas en torno al cosmos, los seres
vivientes, su variable naturaleza y sus respectivos roles, así como para captar los cánones
expresivos y estéticos y los modelos morales y normativos vigentes”. Después de desta-
car la cercanía “ontológica” entre hombres y animales en la cosmovisión huave, el antro-
pólogo italiano examina con fineza tres narraciones en las cuales seres humanos tienen
relaciones sexuales respectivamente con un venado, con una lagarta y con un ser míti-
co que se transforma después en conejo. Estas cópulas “trans-específicas” –condenadas
moralmente– tienen consecuencias tragicómicas, en ocasiones fatales, y hasta pueden
desencadenar transformaciones cósmicas. Alessandro Lupo detecta una profunda analo-
gía entre el acto de comer y el acto sexual, analogía que ha sido analizada en numerosas
tradiciones amerindias –e incluso en otras regiones del mundo–, por ejemplo, en la obra
de Claude Lévi-Strauss. El caso de la abuela que tiene relaciones sexuales con un venado
y que después lo consume –aunque sin saberlo– constituye un buen ejemplo de lo ante-
rior, a lo cual se añade la dimensión caníbal de este acto alimenticio, en vista del evidente
antropomorfismo del venado en este relato. A propósito de otra narración que escenifica
a un pescador que tiene relaciones sexuales con una lagarta y en consecuencia es castrado
e incluso pierde la vida, Alessandro Lupo explica cómo los huaves asignan a las lagartas
características telúricas, que se manifiestan por la presencia de dientes tanto en la boca
como en la vagina. Es más, se considera que muchas mujeres tienen como doble animal
a una lagarta. Añade el antropólogo que estos seres femeninos amenazantes se asemejan
a antiguas deidades telúricas como Itzpapalotl, “Mariposa de obsidiana”, y Tlantepuzi-
lama, “Vieja de dientes de cobre”, que tenían los mismos peligrosos apetitos. A partir
del relato sangriento de Xawealeat, un joven que después de matar a su hermana sube
al cielo y viola a la diosa lunar, quien lo transforma después en conejo, aparecen a la vez
la explicación del origen de las menstruaciones –la Luna sangra después de haber sido
desflorada– y la de los eclipses, en relación con la exuberancia sexual del conejo. Ahora
bien, como lo explica Alessandro Lupo, este relato así como los dos anteriores, al repre-
sentar las más graves transgresiones, implican una reflexión sobre el lugar respectivo
de los hombres y de los animales en el mundo, así como una moraleja que consiste en do-
minar los instintos “salvajes” con el fin de hacer plenamente humanos a los miembros
de la sociedad.
Los trabajos brevemente descritos abren sin duda nuevas perspectivas de investiga-
ción y a la vez nos invitan a profundizar en el análisis de los animales, es decir, a no con-
formarnos con una serie de asociaciones simbólicas reductoras o unívocas. En efecto,
como lo advierte Roberte Hamayon acerca de las concepciones de los pueblos cazado-
res de Siberia: “Uno debe cuidarse de asociar de manera absoluta una especie [animal]
y un valor, así como de considerar que un animal está necesariamente implicado todo
entero con el conjunto de sus funciones y propiedades, en cada uno de sus usos simbó-
licos” (1990: 296). Incluso, acerca de los “animales ejemplares” que aparecen en la lite-
ratura de la Edad Media europea –los cuales, por sus funciones mismas, deberían estar
connotados de manera indiscutible–, los coordinadores de un importante libro colecti-
vo sobre el tema advierten que “varios de estos animales que se podrían juzgar a prime-
ra vista y de manera irremediable del lado del Diablo aparecen sin embargo de manera
ambivalente en sus interpretaciones alegórica y moral” (Berlioz y Polo de Beaulieu 1999:
11). Vimos líneas atrás que el caso del mono –analizado por Jaime Echeverría García–
es ilustrativo al respecto, ya que aparece no solamente como un símbolo de fertilidad
y como patrón de ciertas artes, sino que también está asociado a excesos diversos, es-
pecialmente de naturaleza sexual. Asimismo, el estudio de Sergio Ángel Vásquez Ga-
licia explica la ambivalencia del alacrán, transgresor sexual en los mitos, pero también
identificado con el dolor del autosacrificio y con el castigo infligido a los transgresores.
Estos cambios de estatus y de valor de los animales en función de su posición en un sis-
tema mítico o simbólico, no pueden sino recordar las famosas Mythologiques de Claude
Lévi-Strauss (1964-1971). En efecto, limitándonos al ejemplo del venado, el antropólogo
francés confronta dicho animal con el jaguar, con el oso hormiguero, o bien con peca-
ríes, señalando en cada caso las transformaciones que operan según el contexto mítico
(cf. Lévi-Strauss 1964: 148-149; 1966: 51, 294); de ahí la importancia de los análisis compa-
rativos llevados a cabo en algunos de los estudios reunidos, por ejemplo, entre la ardilla
y el coyote en el trabajo de Agnieszka Brylak, o bien entre el venado, el lagarto y el conejo
en el artículo de Alessandro Lupo. Estas comparaciones se extienden a los dioses, quie-
nes pueden adoptar la apariencia de diversos animales; incluso un mismo animal pue-
de ser el doble de varias deidades, como lo demuestra Miriam López al analizar el caso
del colibrí, nahual de Quetzalcoatl pero también de Huitzilopochtli. En cuanto al “Dios
Gordo” de las épocas preclásica y clásica, Jaime Echeverría detecta una posible equiva-
lencia en el Posclásico entre esta deidad obesa y los dioses Xochipilli y Quetzalcoatl, cu-
yos dobles eran monos. Vimos también que el alacrán estaba asociado con los dioses
de la muerte, con la deidad de la Tierra e incluso con la “bruja” Malinalxochitl.
Por todo lo anterior los trabajos reunidos en este dossier nos invitan a rebasar el ejer-
cicio un tanto reductor que consiste en encasillar los animales según criterios “obje-
tivos” –cuyo origen se puede rastrear desde los escritos de Aristóteles (Descola 2005:
101-102)–, los cuales no solamente desatienden la complejidad y la fluidez de sus víncu-
los simbólicos, sino que aíslan la fauna de su entorno social. Es más, el concepto de una
separación tajante entre el mundo de los animales –e incluso el mundo “natural” en ge-
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Palabras clave: mono, esculturas barrigonas, fertilidad y exceso sexual, larga duración,
Mesoamérica
Abstract: Potbelly style sculpture is a type of sculpture from the Middle or Late Preclassic Period
found on the Pacific Coast. It consists of stone sculptures of the head alone, as well as the full
body, which are characterized by chubby facial features and pudgy bellies. This style persisted
during the Classic period in Teotihuacan and other areas, even though it was provided with more
iconographic attributes. Mysteriously, the potbelly style disappeared in postclassical times. It is
suggested that the physical features and quite possibly the meanings of the potbelly sculptures
lived on in figures of monkeys during the Postclassic period as its physical representation and
its symbolic complex were similar to those in earlier sculptures. The monkey was represented as
potbellied and it was associated with fertility, excess, death, pulque, and possibly decapitation,
among other aspects. Sexual excess was specially attributed to monkey, as is seen in codices
which associate it with the transgressor and excrement, and depict it with a posture related
to immorality. The negative side of the sign of the day of Ozomatli tended toward immoral
sexual behavior. In the same way, the ape was conceived of as a women’s seductive and animal
lover. This realm of sexual excess was shared by potbellied figures, at least in Teotihuacan and
Mayan area.
Key words: monkey, potbelly sculptures, fertility and sexual excess, long term, Mesoamerica
INTRODUCCIÓN
2 La temporalidad del estilo barrigón y de las esculturas de canto rodado fue tema de controversia en dé-
cadas pasadas. Con base en criterios estilísticos, S. W. Miles (1965: 242, 244) las ubicó en su División 1
del Preclásico, la que corresponde al Preclásico Temprano. Este periodo fue considerado por la autora pre-
o proto-olmeca; asimismo, señaló su parentesco con las esculturas olmecas. Dicha propuesta se debió
a la ejecución simple de su talla o a una apariencia no terminada (Parsons 1981: 262). Aunque Lee A. Par-
sons y Peter S. Jenson (1965: 144) señalaron que la continuidad conceptual y estilística entre las cabezas
de barrigones y las cabezas colosales olmecas era clara, argumentaron que era imposible afirmar solamen-
te sobre el terreno tipológico si alguna de las esculturas de canto era proto-olmeca o derivada de lo olme-
ca. Los autores tomaron la postura tentativa de que las imágenes de Monte Alto eran post-olmecas, lo que
correspondió a la transición del Preclásico Medio al Tardío. Uno de los argumentos fue que, de una colec-
ción de tiestos levantados de la superficie de los montículos y de los alrededores de las esculturas del si-
tio de Monte Alto, los tipos cerámicos identificados eran del Preclásico Tardío (Parsons y Jenson 1965:
140). En esta dirección, Parsons (1981: 262) englobó posteriormente el sub-estilo barrigón dentro del esti-
lo post-olmeca, que correspondió a su División III y que data del Preclásico Tardío. Señaló que fue tran-
sicional entre los periodos olmeca e Izapa y que, a diferencia de su planteamiento anterior, retuvo vaga-
mente conceptos olmecas anteriores.
No obstante, como habían previsto Parsons y Jenson (1965: 144), el problema del desarrollo de los esti-
los barrigón y olmeca solo podía resolverse a partir de excavaciones arqueológicas y de técnicas de data-
ción absolutas. Tiempo después, un grupo de arqueólogos dirigido por Arthur Demarest (Demarest et al.
1982: 568) llevó a cabo investigaciones arqueológicas en el sitio de Santa Leticia, al oeste de El Salvador.
A través de la estratigrafía, la secuencia cerámica, el cruce de temporalidades cerámicas con otras regio-
nes y pruebas de C-14, se llegó a la conclusión de que las esculturas panzonas de Santa Leticia correspon-
dían a la primera mitad del Preclásico Tardío.
Frente a esta datación, Demarest (Demarest et al. 1982: 570) agregó una nota precautoria: el desplazamien-
to y la reutilización de esculturas en periodos sucesivos fue nota común en tiempos prehispánicos. Por
ejemplo, la escultura barrigona encontrada en la superficie del Monumento Plaza, en Bilbao, fue reutili-
zada por gentes del Clásico Tardío (Parsons 1981: 259). O bien, se elaboraron nuevas esculturas copian-
do viejos estilos (Chinchilla 2002: 18). De esta manera, permanece la posibilidad de que el estilo escultó-
rico barrigón corresponda a una larga tradición de esculturas que tuvo un origen mucho más temprano
y persistió a través del periodo Preclásico. Si es así, los resultados de Santa Leticia solo estarían fechando
el periodo más tardío de tal tradición barrigona (Demarest et al. 1982: 568, 570; cf. Parsons y Jenson 1965:
143; Graham 1979: 184).
y en menor medida, en Honduras y Belice (cf. Rodas 1993: 1; Chinchilla 2002: 11, 17, fig. 2;
Thompson y Valdez 2008: 19, fig. 17).
Lee A. Parsons (1981: 279-280) distinguió tres categorías de esculturas para Monte
Alto: cabezas de piedra colosales (Fig. 1), esculturas completas sobre canto (Fig. 2) y es-
culturas barrigonas tridimensionales (Fig. 3), de menor tamaño que las anteriores. Al-
gunos autores, incluido Parsons, han agrupado dichas categorías bajo el género más
amplio de “esculturas sobre canto rodado” (boulder sculptures), término con el que se
indica la utilización de grandes piedras de canto (de basalto), cuyos contornos natura-
les se mantienen casi sin modificación al ser esculpidas (Parsons y Jenson 1965; Graham
y Benson 1990: 77; Chinchilla 2002: 10-11)3.
Fig. 1 Monumento 10, Monte Alto, Fig. 2 Monumento 9, Monte Alto, Fig. 3 Monumento 47, Bilbao,
Escuintla. Redibujado por Jaime Escuintla. Redibujado por Jaime Escuintla. Redibujado por Jai-
Echeverría basado en Parsons (1981: Echeverría basado en Parsons (1981: me Echeverría basado en Par-
283, fig. 33). 284, fig. 37). sons (1981: 286, fig. 41).
3 Oswaldo Chinchilla (2002: 11) señala que no todas las figuras barrigonas caben dentro de la clasifica-
ción de esculturas sobre canto rodado, pues algunos ejemplos muestran una importante modificación
de la piedra original.
Fig. 4 El Dios Gordo teotihuacano. Tomado de Sejourné (2002: 90, fig. V.30).
caídas, labios y nariz gruesos, mientras que las orejas son por lo general barras vertica-
les. Los cuerpos asexuados y desnudos –con escasas excepciones– exhiben un vientre
prominente y muchas veces el ombligo distendido. Las extremidades tienden a rodear
la forma circular de la piedra: los brazos descansan a ambos lados de la panza, mientras
que las plantas de los pies casi se tocan en la línea media de la pieza. Las figuras de cuer-
po entero, en su mayoría, se representan en postura sedente. Carecen de adorno, excepto
por ocasionales orejeras, collares, medallones, diademas, tocados y, raramente, calzonci-
llos. Aunque no es una regularidad, muchos barrigones tienen la boca esculpida en for-
ma circular, como si soplaran (Miles 1965: 244; Parsons y Jenson 1965: 138; Parsons 1981:
280-281; Rodas 1993: 1; Chinchilla 2002: 11-12).
Durante el periodo clásico en Teotihuacan se siguieron conservando las caracte-
rísticas físicas de estos personajes. Se les representó pelones, con el ceño fruncido, ojos
cerrados por unos gruesos párpados, labios bulbosos y mejillas grandes y caídas, y un ab-
domen voluminoso (Fig. 4)4. Pero a diferencia del periodo anterior, en la metrópoli úni-
camente se les representó en figurillas, estando ausentes en la escultura, la pintura mural
y la cerámica decorada5; este tipo de figurillas pertenece a los periodos Teotihuacan III
y IV (Winning 1987: 141). Hermann Beyer acuñó el término genérico de “Dios Gordo”
para nombrar a estos individuos obesos (1968), cuya presencia no estuvo limitada a Teo-
tihuacan, pues también fueron motivo de representación en Veracruz (Medellín 1960:
117, láms. 69, 69 bis) y el área maya.
En el palacio teotihuacano de Zacuala el Dios Gordo es muy frecuente, sobre todo
en aplicación sobre vasijas, pero al no existir referencias escritas o gráficas sobre este,
Laurette Sejourné señaló tiempo atrás que su presencia permanecía siendo un misterio
(2002: 91). Esta figura desapareció con el fin de Teotihuacan (Winning 1987: 141). Y cito
a Hermann Beyer: “El Dios Gordo no aparece en las representaciones aztecas. De varios
cientos de figurillas del Valle de México que fueron del puro tipo azteca, nunca vi una
deidad similar a [aquél]” (1968: 84).
A partir de la comparación con otros materiales arqueológicos teotihuacanos, Sejour-
né en su trabajo de 1959 pudo establecer un parentesco simbólico revelador entre el Dios
Gordo y una deidad teotihuacana semejante a Xochipilli y el mono, porque, como ellos,
era también portador de la flor, del glifo “ojo de reptil” y del ornamento lanceolado pro-
pio de los dioses de la danza, el llamado oyohualli (2002: 91), tal como figura en los có-
dices del grupo Borgia (Códice Borgia 2008: lám. 64; Códice Vaticano B 1972: lám. 52;
cf. Figs. 9-12). El vínculo que estableció la estudiosa entre los tres personajes se ve refor-
zado al haber estado presentes en un mismo contexto arqueológico: Zacuala, incluso,
este espacio, en su opinión, estuvo dedicado a Xochipilli. Pocos años después, Sejourné
volvió a señalar el simbolismo afín entre el Dios Gordo y el simio a partir de su repre-
sentación en figurillas, pero en esta ocasión, los elementos comunes que adujo, además
del “pectoral torcido”6, fueron el “abdomen esférico” y el color rojo, aludiendo al color
característico de Xochipilli, y el estrecho vínculo de esta deidad con el mono. Estos ele-
mentos le sugirieron un simbolismo solar para las figurillas antropomorfas teotihuaca-
nas de rasgos gordos (1966: 180, 277, 280).
Es hasta este punto al que he querido llegar. El estilo escultórico barrigón del sures-
te mesoamericano persistió durante el Clásico en Teotihuacan y otras áreas, pero mis-
teriosamente desapareció en tiempos posclásicos. La caída de la urbe provocó una serie
4 Eduard Seler describió los rostros mofletudos teotihuacanos como “caras de luna llena con mejillas car-
nudas y gruesas bolsas sobre los ojos cerrados” (1998: 229, 237). Para una detallada descripción de sus ca-
racterísticas físicas, postura, vestimenta y atavíos, cf. Hasso von Winning (1987: 142).
5 También aparecen como adorno en un tipo de brasero que se compone de un plato de paredes bajas pro-
visto de tres tubos (Sejourné 2002: 101, figura V.51).
6 Queda la duda de si este “pectoral torcido” corresponde al del motivo oyohualli.
7 En el mismo sentido, Julia Guernsey afirma que “lo propiamente barrigón” (potbelly-ness), que se define
solamente a partir de un torso obeso y las extremidades que envuelven el cuerpo, fue un rasgo corriente
durante el Preclásico compartido tanto por figuras antropomorfas como zoomorfas, y en creaturas com-
puestas. Por tal motivo, el término “barrigón” es “inherentemente problemático”, y no es un elemento más
diagnóstico que otros de la forma de escultura barrigona (2012: 123).
de los años, más que moverse hacia atrás, asumiendo que los significados tardíos ne-
cesariamente aplicaron a los personajes barrigones preclásicos tempranos” (2012: 141)8.
8 Con esto no quiero decir que el método de la “aproximación histórica directa”, que parte del contexto
conocido al desconocido –es decir, de la información histórica producida en el tiempo del contacto eu-
ropeo hacia los periodos más antiguos de la historia prehispánica (Nicholson 1971: 13; 1976: 159)–, sea
inadecuado. Es más, la mayoría de las veces recurrimos a dicho método para poder explicar e interpretar
los sistemas de pensamiento mesoamericanos.
9 Kubler (1972: 18; 1981: 22) se apoyó en los dos axiomas del método iconográfico planteados por Henri Foci-
llon (cf. 1964: 5-6): 1), una misma forma visual reproducida con frecuencia puede adquirir diferentes significa-
dos a través del tiempo; y 2), un significado que persiste puede ser transmitido por diferentes formas visuales.
10 Cf. nota 22. Al final del artículo retomaremos el tema de la decapitación y su relación con la fertilidad,
pero aplicado al mono.
11 Además del glifo “ojo de reptil” estampado en la frente, que es el de mayor frecuencia, en las figurillas
obesas también ocurre el signo de la flor, la media estrella y otro signo en un cartucho. Kubler (1967, en:
ral, fue un atributo común de músicos y danzantes (cf. Códice Borgia 2008: lám. 64; Códice
Vaticano B 1972: lám. 52; Figs. 9-12), su significación pudo haber sido más amplia y abar-
car el placer y el regocijo y, en un principio, posiblemente hacer referencia a la lujuria. No
obstante, Hermann Beyer (1968: 83) se reservó la identificación del Dios Gordo con una
deidad de la música o la danza por carecer de pruebas (1968: 83).
Fig. 9
Diseño
de oyohualli.
Códice
Magliabechiano
(1903: f. 8r).
Fig. 10
Danzante.
Códice
Vaticano B
(1972: lám. 52,
detalle).
Fig. 12 Xochipilli y Huehuecoyotl con Fig. 11. Danzante con pectoral de oyohualli. Códice Borgia
pectoral de oyohualli. Códice Borbónico (1976: lám. 64).
(1899: lám. 4, detalle).
Winning 1987: 144) sugiere que pueden tratarse de devotos de un culto, o, según Winning (1987: 144), ser
la expresión de una oración. Por otro lado, apunta que las orejeras de pendientes puntiagudos no correspon-
den al adorno en concha oyohualli, sino que se trata de un “adorno plegable vegetal” (Winning 1987: 142, 145).
12 Para Winning, el llamado Dios Gordo no fue una deidad, sino personas obesas excepcionales que sus-
tentaron diferentes identidades sociales, diferenciadas a partir de atributos iconográficos específicos plas-
mados en sus figurillas cerámicas. De tal manera que cuando llevan en la frente un signo, fungieron como
practicantes de un culto de fertilidad; mientras que al vestir un traje de algodón acojinado desempeñaron
un rol guerrero (1987: 145).
Una última interpretación propuesta por Karl Taube es que este personaje fue pro-
bablemente una personificación de las tres piedras del fogón doméstico, de tal manera
que se le identificó con los conceptos de territorio y centralidad (2004: 161). Dicha inter-
pretación se basa en la común aparición de este personaje en grupos tríadicos, y su fre-
cuente parecido a las piedras esféricas del fogón en la escultura maya temprana. Así, fue
una encarnación del centro del mundo, la fuente de la fertilidad, prosperidad y riqueza.
Julia Guernsey ha criticado la categoría de “Dios Gordo”, y, más bien, la utilización
indiscriminada y superficial que se ha hecho de ella desde que fue acuñada por Beyer,
pues bajo dicha categoría se ha englobado a cualquier figura de rasgos obesos sin importar
su temporalidad ni el contexto geográfico. En palabras de Guernsey, el nombre de Dios
Gordo “obscurece […] [los] significados más sutiles [de las imágenes barrigonas preclá-
sicas] y alude inapropiadamente a una sola categoría de dios o ser”. Igualmente, tiende
a invisibilizar las transformaciones de forma y significado ocurridas en las figuras gordas
a través del tiempo. No obstante, la autora reconoce atributos compartidos entre los ba-
rrigones del Preclásico, el Dios Gordo teotihuacano y el personaje sitz’ winik maya, tanto
en los criterios formales como en algunos de sus significados. Esta persistencia y distri-
bución de rasgos, más que referir a “una identidad común y singular o a un personaje”,
apunta a un vocabulario de formas que se originó desde el Preclásico, a partir de an-
tiguos conceptos que gravitaron en torno a las ideas de la performance y la veneración
de los ancestros. Por otro lado, los significados particulares que adoptaron los personajes
mofletudos en diferentes épocas y regiones estuvieron determinados por condiciones
históricas específicas en constante transformación (Guernsey 2012: 121, 129, 141, 143).
A pesar de la crítica de Guernsey al concepto de Dios Gordo, ella no se distancia
de este, pero deja bien demarcada su utilización para el periodo clásico teotihuacano. Si
bien uno de los objetivos de su estudio sobre las figuras barrigonas fue trazar sus per-
sistencias del Preclásico al Clásico, se antojaba en su investigación el rastreo sistemáti-
co de dichas persistencias hasta tiempos posclásicos, más que las ocasionales referencias
que hizo a este periodo (cf. Guernsey 2012: 138-139, 156, 159-160).
Las diferentes interpretaciones propuestas para las figuras obesas desde la década de los 30
hasta el presente tienen que ver principalmente con los conceptos de muerte, fertilidad, an-
cestros y poder, entretenimiento y placer –y también de exceso, en los casos teotihuacano
y maya–. Los datos mayas permiten profundizar todavía más en el complejo simbólico que
rodeó a los personajes corpulentos, que puede relacionarse con las esculturas preclásicas
del estilo barrigón, el Dios Gordo del Clásico y con las imágenes y significados posclásicas
del mono. Dicho esto, voy a enfocar ahora mi atención en el interesante y polifacético Dios
A’, básicamente a partir de los trabajos que Nicolai Grube ha dedicado a esta divinidad.
que una entidad dentro del grupo del Dios A podía distinguirse claramente como un dios
aparte; de esta manera, lo nombró Dios A’. Usualmente se le distingue por tener un sig-
no de porcentaje en la mejilla, una banda negra horizontal sobre los ojos y el signo de os-
curidad, ak’b’al, sobre la frente; además, muestra con frecuencia un fémur como tocado.
Este dios aparece en el arte maya del Clásico Temprano así como en los códices posclá-
sicos (Grube 2004: 60; Miller y Taube 1997: 146).
Grube y Nahm (1994: 709; también Grube 2004: 61) sugirieron la lectura akan como
nombre del Dios A’, y a partir de los diccionarios yucatecos, lo asociaron con el dios
de las bebidas alcohólicas. Existe un grupo de seres sobrenaturales, identificados como
way, que están relacionados de una u otra manera con este dios, pero que cuentan con dis-
tintos ámbitos de acción. Hay algunos que portan el concepto akan como parte de su
nombre, lo que permite establecer una conexión directa; en otros casos, determinadas en-
tidades comparten sus atributos diagnósticos, tales como la banda o marcas negras alre-
dedor de los ojos, signos de porcentaje y el signo ak’b’al en sus cuerpos (Grube 2004: 62).
El Dios A’ o Akan se representa en vasos mayas como un personaje que se decapi-
ta a sí mismo con un cuchillo de pedernal (K1230, K2942, en: Kerr s.f.; Fig. 16), acción
Fig. 16 El Dios A’ como un personaje que se decapita a sí mismo con un cuchillo de pedernal.
Redibujado por Jaime Echeverría basado en Grube y Nahm (1994: 708, fig. 45, dibujo de Linda Schele).
y tan borrachos, que cansados de no poder ya tomar vino por la boca, se acuestan, y al-
zando las piernas se lo hacen poner con una cánula por el ano hasta que el cuerpo está
lleno” (El conquistador anónimo 1941: 37). Esta idea cobra sentido al recordar que el ám-
bito de las bebidas intoxicantes y de la ebriedad le correspondió al Dios A’.
Quiero regresar con Mok Chih por las reveladoras afinidades que puede mantener
con un grupo de deidades del Altiplano Central del Posclásico. En un vaso tipo códice
(K2286, en: Kerr s.f.) se representó a esta advocación a través de una figura femenina (Fig.
18), la cual muestra dos de los atributos indiscutibles del Dios A’: la banda negra horizon-
tal sobre los ojos y signos de porcentaje en ambos brazos; otro rasgo de gran interés es
la sustitución de su mandíbula inferior por una mano. Este atributo, así como la banda
sobre los ojos, le han permitido a Grube (2004: 70), con gran acierto, relacionar a dicha
mujer con Macuilxochitl, deidad que justamente tiene como pintura facial una mano
abierta sobre la boca y mejilla y una franja amarilla (no negra) sobre los ojos (cf. Códice
Borgia 2008: lám. 48). Otro aspecto que puede prestarse a comparación, y que no fue ad-
vertido por el mayista alemán, es la postura corporal de la mujer, que contorsiona la cin-
tura y voltea la cabeza hacia atrás. Este gesto, representado en los códices del Altiplano
y del centro de México (cf. Códice Borgia 2008: láms. 59-60; Códice Vaticano B 1972: lám.
32; Códice Telleriano-Remensis 1995: f. 11r) simboliza la inmoralidad, principalmente
de carácter sexual.
La asociación planteada por Nicolai Grube es llevada por él a un nivel más amplio: re-
laciona las diversas manifestaciones del Dios A’, que encarnan la muerte, el sacrificio, la en-
fermedad, el pulque y el placer excesivo, con el complejo simbólico de los dioses ahuiateteo
–presidido por Macuilxochitl–, que compartieron la mayoría de estos aspectos (2004: 69-
70, 76). Esta asociación apunta directamente al mono, pues al ser Xochipilli-Macuilxo-
chitl dios patrono del signo ozomatli, onceavo del tonalpohualli, dicho mamífero portó
sus significados. En el siguiente apartado examinaremos con detenimiento estos signifi-
cados. Por último, las anteriores asociaciones ubicaron al Dios A’ del lado de la oscuridad
y del inframundo (Grube 2004: 76)13, tal como ocurrió con el simio en tiempos posclásicos.
Se señaló anteriormente que la apariencia barrigona no tiene por sí mismo un carácter deter-
minante para fundar un vínculo entre todas las imágenes mofletudas. Sin embargo, creo que
estas portan un complejo de significados común entre ellas, que rebasa las fronteras tempo-
rales y espaciales de las sociedades prehispánicas de corte mesoamericano. Y aunque el as-
pecto físico no es determinante, no deben desestimarse las estrechas semejanzas estilísticas
que existen entre ciertas esculturas panzudas preclásicas y una escultura de mono mexica.
En esta escultura (Fig. 19), resguardada por el Museo Nacional de Antropología, se
representó con marcado acento la voluminosa figura de un mono, a tal grado que su re-
donda barriga se convierte en un cuerpo esférico que domina toda la pieza. Por detrás
del cuerpo del mamífero se asoman unas piernas encogidas y los brazos. Ambas extre-
midades terminan en grandes pies y manos que reposan sobre el cuerpo circular. Su
rostro tiene las órbitas sumidas y muestra signos de prognatismo; también mantiene
la boca abierta. El cuello es inexistente. Sus orejeras del tipo epcololli permiten relacio-
nar a la escultura con el dios Ehecatl. Aunque el estilo de este ejemplar no es una cons-
tante en la representación del simio, la pronunciada panza sí demuestra una generalidad.
Esta imagen puede ser comparada con facilidad con algunas esculturas barrigonas
del sitio preclásico de Monte Alto, como los Monumentos 4, 5, 9 y 10 (cf. Rodas 1993: 8,
10-11; Fig. 20), y con una figura descabezada de Copán (cf. Thompson y Valdez 2008: 25;
cf. Fig. 21), en las que se aprecia un cuerpo circular cuyas extremidades rodean la desco-
munal barriga. Hay que recordar que este rasgo es una tendencia en el diseño de los ba-
rrigones preclásicos. Asimismo, los personajes de Monte Alto carecen de cuello.
13 Este ámbito del cosmos atribuido por Taube al Dios A’ y, por lo tanto, a las figuras barrigonas identifi-
cadas con él, contrasta con el papel solar concedido por Sejourné al Dios Gordo, señalado anteriormente.
En mi opinión, las figuras obesas teotihuacanas igualmente se relacionarían con el ámbito inferior del cos-
mos. Si bien el Dios Gordo se vinculó con Xochipilli, dios solar, este se identificó con el sol del atardecer
o descendente (Graulich 1997: 170-171).
Fig. 19 Escultura de mono con grandes oreje- Fig. 21 Barrigón sin cabeza de Copán. Redibujado
ras del tipo epcololli, MNA. Redibujado por Pedro por Jaime Echeverría basado en Thompson y Valdez
Quintanar. (2008: 18, fig. 16)
Fig. 20 Barrigones de Monte Alto, Monumentos 4 y 5. Redibujado por Jaime Echeverría basado en Rodas
(1993: 8, figs. 9-10).
Estas similitudes nos hablan, por lo menos en un caso, de una continuidad –pese a li-
geros cambios– en la representación de las formas escultóricas a través de largos periodos
de tiempo. Asimismo, dan cuenta de una persistencia en la reproducción de contenidos,
pues el campo simbólico en el que estuvo inmerso el mono entre los antiguos nahuas, ade-
más de ser muy rico, denota una ligazón con las figuras obesas post-olmecas del Preclásico,
14 Sobre este aspecto no voy a ahondar, solo comentaré que en la cosmovisión nahua y maya, en una
de las eras anteriores a la del ser humano verdadero, los hombres fueron transformados en monos. Para
los nahuas, esto ocurrió en el Sol 4-Ehecatl, el cual fue regido por Quetzalcoatl. De esta manera, al mamí-
fero le correspondieron las nociones de antigüedad y ancestralidad (para los nahuas, véase por ejemplo,
Leyenda de los Soles 2002: 175; y para los quichés, Popol Vuh 2005: 69).
15 Siguiendo la propuesta del GDN, se utilizan las abreviaturas [1] para la sección español-náhuatl del Vo-
cabulario… de Molina, y [2] para la sección náhuatl-español.
Aquí se ilustra una figura de simio que expulsa un chorro de excremento, el cual se di-
rige hacia la cabeza de una deidad de la muerte. La representación del mono con la in-
mundicia apunta a la falta sexual, mientras que su asociación con el dios de la muerte
nos lleva con facilidad a pensar que las transgresiones conducían a la muerte16. Esto pue-
de vincularse con otro de los rasgos típicos de las esculturas de simio: sus órbitas hundi-
das, las cuales sugieren la idea de una calavera. Afirma Eduard Seler: “En las esculturas
de piedra a veces no puede aclararse si se trata de una cabeza de mono o de un cráneo
de muerto” (1980 I: 102).
Fig. 22 Ozomatli que defeca en la cabeza de Mictlantecuhtli. Códice Vaticano B (1972: lám. 32, detalle).
16 Existen más datos sobre el significado de transgresión del mono en los códices. En el tonalamatl dis-
puesto en columnas de cinco signos de día de los códices Borgia (2008: lám. 2), Cospi (1994: lám. 2) y Vati-
cano B (1972: lám. 2), el signo inicial de la columna 11 corresponde al ozomatli, y en la parte inferior de di-
cha columna se representa al “pecador penitente”, al adúltero, en interpretación de Eduard Seler (1980 I:
35, 102, 106), quien se muestra desnudo y sosteniendo una serpiente. Volvemos a encontrar al mono como
signo inicial de la columna 31, cuya escena inferior está compuesta en el Códice Borgia (2008: lám. 5) por
dos serpientes que descienden del cielo, que para el estudioso simbolizan las plagas celestes; mientras que
en la escena superior se dibuja a un hombre que es devorado por un esqueleto femenino. Aunque recono-
ce que las imágenes que figuran en las columnas 11 y 31 son muy diferentes, Seler afirma que concuerdan
al representar “los castigos del adúltero y de los pecados de la misma naturaleza, asociados con los mexi-
canos con el animal del placer y la concupiscencia”, es decir, el mono (1980 I: 50).
17 A partir de los breves datos expuestos, Sergio Botta propone pensar a Apizteotl, en términos metafó-
ricos, como un “ladrón que expone a la cultura mexica a un «hambre cultural», puesto que tiende a apro-
piarse indebidamente de un alimento que pertenece a la comunidad”. Asimismo, opone el etzalli –alimento
a base de maíz y de frijol que se celebraba en la fiesta de Etzalcualiztli– a Apizteotl: el primero es concebi-
do como “metáfora de una abundancia colectiva”, mientras que el segundo es imagen de una “grave pre-
cariedad cultural”, “imagen del hambre, que es carencia del alimento y de cultura, e imagen del exceso,
de la ostentación de riqueza adquirida de manera ilegítima” (2006: 708-709).
cisamente la cresta sagital (cf. Fig. 3), que, como indica John Scott, también es un aspec-
to presente en la cultura olmeca de La Venta y en las hachas de cabeza de rasgos faciales
gordos del Clásico Temprano en Veracruz. Estos materiales le recuerdan justamente al ar-
queólogo que la deidad de la muerte del Posclásico posee en los códices una cresta simi-
lar. Así, concluye diciendo que dicho elemento “bien puede ser una indicación de muerte
y sacrificio, aunque también puede relacionarse a una insignia militar” (1988: 30-31)18.
Además de los ojos cerrados, otra posible ligazón con la muerte de carácter simbólico
presente en los barrigones fue la cresta, elemento que se suma a la serie de rasgos que
compartieron con las figuras simiescas.
Contamos con más información que enfatiza la esencia sexual desmesurada del simio.
Si la mujer noble no estimaba su signo de día ce ozomatli (1-Mono), el destino que le de-
paraba era la vida licenciosa y el desamparo (Sahagún 1997: f. 296r). En el mismo senti-
do, fray Diego Durán asentó que la mujer que naciera en el signo ozomatli sería “cantora
regocijada graciosa no muy honesta ni casta risueña y muy fácil de persuadir en cual-
quier cosa” (2002 II: 236). En la descripción que hicieron del mono los informantes na-
huas de Sahagún, dejaron entrever que el mamífero movilizaba su instinto sexual hacia
las mujeres. Como leemos en el Códice Florentino, afirmaron que “bromea a las mujeres
jóvenes, continuamente pide algo a la gente, tiende la mano (o el brazo) delante de otros,
extiende su mano (o su brazo) ante otros” –qujncamanalhuja, in cioatzitzinti: tetlatlait-
lanjlia, mamaçoa teixpan teixtlan qujmamana in jma– (CF XI: 14)19. El análisis lingüís-
tico y contextual nos permite afirmar lo anterior.
Del verbo camanalhuia, utilizado para describir una de las actitudes del simio, fray
Alonso de Molina (2004 [2]: f. 12r) da la versión de “enlabiar, dezir gracias, o burlar de pa-
labra”; literalmente, “hacer bromas” (de camanalli, “broma”). Aunque el sentido del tér-
mino es ampliamente jocoso, su utilización en ciertos contextos también demostró una
connotación sexual. Por tal razón, Alex Wimmer (2004: entrada camanalhuia) da como
acepción de tecamanalhuia (con el prefijo de objeto indefinido te-) “tentar, seducir a al-
guien”. Con este sentido lo podemos encontrar en varios pasajes del Códice Florentino.
En la fiesta de Hauhquiltamalcualiztli el ixiptla de Ixcozauhqui era resguardado por
una ahuiani, la que le procuraba acciones reconfortantes y placenteras previo a la hora
de su muerte: lo alegraba, lo divertía, lo bromeaba (quicamanalhuja) (CF II: 169). Tal
entretenimiento era con seguridad de carácter sexual. En otra parte, cuando se descri-
be el comportamiento desenfrenado del borracho, se dice que este “escala muros para
seducir y tomar [mujeres]” –tepan tepantemo, tecamanalhuja, tetzitzquja– (CF IV: 13).
El mono dirigía su actividad bromista y, a la vez, seductora, hacia las cihuatzitzinti,
quienes eran las mujeres jóvenes que aún no se habían casado (CF II: 194), es decir, aque-
llas que eran sexualmente disponibles. Otra acción del simio también descrita en el mis-
mo Códice Florentino que refleja su falta de control se expresa mediante el compuesto
18 El corte de cabello conformado por una cresta central y el rasurado de las sienes también fue el corte
típico de la orden guerrera cuachic o cuacuachictin, que se distinguía por su arrojo en el campo de batalla
(Alvarado Tezozomoc 1987: 352).
19 En palabras de Sahagún: “cocan a las mujeres; búrlanse con ellas, y demandan de comer, estendiendo
la mano, y gritan” (2002 III: 997).
teixtlan qujmana, “la extiende ante otros”, refiriéndose a su mano o brazo. Esto se infiere
a partir del Vocabulario de Molina, quien da para teixtlan mana la definición de “atre-
vido en hablar o importuno y moledor” (Molina 2004 [1]: f. 17r).
Un elemento más que puede reforzar la concepción seductora del simio entre los an-
tiguos nahuas, está presente en una escultura mexica de un mono esculpido sobre una
placa en forma de disco, perteneciente al Musée du quai Branly en París. Además de por-
tar ciertos adornos, sostiene entre sus patas y su mano izquierda el tallo de una flor iden-
tificada como huacalxochitl por Leonardo López Luján y Marie-France Fauvet-Berthelot
(2005: 138), la cual corresponde al alcatraz (López Luján y Fauvet-Berthelot, en: Breuer et
al. 2002: 424, fig. 101). Los cazadores acostumbraban ponerse el fruto de esta flor con su
tallo en sus tocados “para encontrar así caza más abundante y bien dispuesta” (Hernán-
dez 1958 II: 390). Por otro lado, una variedad de esta flor, la teccizuacalxochitl, era utili-
zada por las concubinas de Motecuhzoma Xocoyotzin para procurarse placer (Sahagún
1950-182 XI: 209). La lógica que posiblemente subyace a esta planta, sugiere Guilhem
Olivier (2014: 73, 77), es la de que, como entre otros grupos indígenas, era utilizada tan-
to para atraer a las mujeres como para cazar venados.
A diferencia de los datos nahuas, la apetencia sexual del simio por las mujeres se re-
presenta sin disimulo en una escena pintada en un fragmento de un plato de Uaxactún
(fase Tepeu II), donde el mamífero se encuentra en actitud de cópula con una mujer des-
nuda y le acaricia un seno (cf. Smith 1955 II: fig. 2g; cf. Fig. 23). El sentido de lujuria bien
pudo ser compartido por las figuras obesas mayas, como ha sugerido Taube (2004: 159, 160
fig. 73d) a partir de una figurilla de Jaina comentada páginas atrás, en la que se represen-
ta a una mujer que carga a un hombre obeso y quien también acaricia su pecho con una
mano. Y no hay que olvidar la concepción de lujuria que le concedió Beyer al Dios Gor-
do a partir del diseño de oyohualli que le adorna, que en un momento comentaremos.
Los ejemplos mayas anteriores podrían sugerir que los senos fueron considerados
como una parte corporal erótica entre los hombres de dicha filiación cultural. Los na-
huas igualmente pudieron haber hallado placer en aquéllos; sin embargo, fueron claros
al indicar que los senos grandes eran reflejo de un comportamiento inmoderado, de tal
manera que la mujer poseedora de ellos recibió el apelativo de tlacazolchichihuale (Mo-
lina 2004 [2]: f. 115r), “dueña de senos glotones”. Caso contrario ocurrió con otra par-
te de la anatomía femenina. Una fuente habla del gusto del tolteca Huemac por mujeres
de amplias caderas (Historia Tolteca Chichimeca 1989: 133). Aquí, por lo menos, vemos
relacionada la exuberancia corporal con la sexualidad.
La asociación del exceso sexual –además de la glotonería– con la muerte indicada arri-
ba, también puede pensarse para el Dios Gordo teotihuacano. Sus figurillas lo muestran
con orejeras y pectoral con diseño de oyohualli y con los ojos cerrados. Aquel adorno cons-
tantemente acompaña las imágenes de simios en códices y en sellos20. El oyohualli puede
indicar el estado gozoso, pero en un sentido desmedido; mientras que los ojos cerrados se-
rían una clara alusión a la muerte. Y no solo eso, la actitud corporal de por lo menos una
Fig. 23 Mono en actitud de cópula con una mujer. Redibujado por Jaime Echeverría basado en Smith
(1955 II: fig. 2g).
Fig. 24 Tlaltecayoa y una persona vestida con la piel de un mono. Códice Magliabechiano (1903: f. 55r).
Vindobonensis Mexicanus I 1963: lám. 44). La vinculación del simio con esta bebida alco-
hólica tiene una profundidad temporal que va más allá del Posclásico. Hasso von Winning
(1996: 362, fig. 275b) comenta una pieza de composición muy interesante (Fig. 25). Con-
siste en una figura del tipo “sonriente” recostada sobre una cama con las piernas levanta-
das para recibir un enema de pulque, en la que aparece un mono en la parte superior que,
en opinión de Winning, simboliza la bebida. Esta pieza, proveniente de Veracruz y con una
temporalidad que va del 600 al 900 d.C., recuerda la hipótesis de Justin Kerr de atribuir
la pronunciada panza del personaje barrigón maya a la ingesta de pulque bajo la modalidad
del enema, lo que igualmente apuntaría al vínculo entre dicho personaje y el mono (2000: 8).
Fig. 25 Figura recostada sobre una cama para recibir un clister de pulque, acompañada por un mono que
cuelga de lo que parecer ser la cabecera, el cual simboliza la bebida. Veracruz (600-900 d.C.). Redibujado
por Jaime Echeverría basado en Winning (1996: 362, fig. 275b).
a cabo una posible decapitación ritual –tal como lo muestra la arqueología– con el fin
de propiciar la fertilidad de la tierra a partir de los chorros de sangre que fluían del cuer-
po degollado (Baquedano y Graulich 1993: 167-169; Echeverría y López 2010: 146-152)24.
Asimismo, el mono mantuvo ligas cercanas con el tlacuache, marsupial que formó par-
te de un complejo integrado por el degüello y el pulque, entre otros elementos (López
Austin 2003: 287). La semejanza de atributos entre ambos mamíferos no es casualidad:
ambos portaron la esencia de Quetzalcoatl. Aunque estos datos no son suficientes para
poder confirmar la relación del mono con la decapitación, creo que nos dan una pista
sobre su posible vínculo.
Para finalizar, quiero dedicar unas últimas líneas a describir tres esculturas mexicas
del MNA con rasgos obesos, las cuales tienen la particularidad de ser representaciones
de Ehecatl-Quetzalcoatl, o de portar sus atributos en dos de los casos. Esta característica
física constituye un elemento más de interconexión entre la deidad del viento y el mono; se
puede suponer, entonces, que el significado de las características mofletudas fue compar-
tido por ambas entidades. Es muy atinada una observación de Laurette Sejourné con res-
pecto a lo anterior: “En los libros pintados [el mono] se distingue por un vientre hinchado,
y no ha de ser casual que […] [las figurillas teotihuacanas] con abdomen esférico compar-
tan frecuentemente también con el mono el adorno torcido de Quetzalcóatl” (1966: 268).
La primera de las esculturas (Fig. 26) corresponde a un ser masculino en posición
sedente, que descansa sobre el suelo su pierna izquierda flexionada, mientras que la de-
recha, también flexionada, apunta hacia arriba. Su cuerpo es de complexión regordeta;
medianamente destaca su panza y usa maxtlatl. Respecto a la cara, porta la máscara bu-
cal de ave diagnóstica de Ehecatl, tiene los ojos cerrados y deformación craneana, que se
simula a partir del contorno de una especie de casco alargado. Llaman la atención dos
serpientes que se entrelazan en su espalda, de tal manera que cada una de sus colas se
encuentra por detrás de una pierna, mientras que las cabezas de los ofidios se proyectan
por encima de los hombros, del lado contrario al de su cola: una cabeza es sujetada por
la mano izquierda a la altura de la mejilla del personaje, en tanto que la otra serpiente va
deslizándose hacia abajo sobre el hombro derecho.
El siguiente ejemplo (Fig. 27) que voy a describir recuerda en gran medida la com-
posición de las esculturas barrigonas preclásicas. La escultura mantiene una forma alar-
gada. En primera instancia, destaca un masivo ehecailacacozcatl, igualmente atributo
de Ehecatl, que se encuentra debajo de la altura del pecho. Arriba de este adorno, la pie-
za tiene una horadación circular. Un elemento que destaca, a mi parecer, el parentesco
con los panzones del sureste, son las extremidades de grandes manos y pies que abrazan
a la figura por delante; y en el caso de los pies, de burda elaboración, los dedos de am-
bos se tocan, lo que asemeja el rasgo barrigón de las plantas de los pies aproximándose
a la línea media de la pieza. Otra característica que delata una relación es la cara com-
pletamente circular de la escultura, y aunque se encuentra muy deteriorada, muestra
unos rasgos faciales gordos.
24 La decapitación fue la forma típica de sacrificar a las mujeres, quienes personificaban a deidades telúricas
durante las fiestas mexicas de las veintenas como Huey Tecuilhuitl, Ochpaniztli y Quecholli. Esta práctica
sacrificial tuvo claras connotaciones de fertilidad (Graulich 1988: 401; Baquedano y Graulich 1993: 171).
Por último, remito a una magnífica escultura (Fig. 28) de una serpiente empluma-
da enroscada de grandes dimensiones. No me voy a detener en los ricos elementos que
se muestran en la parte frontal de la imagen, solo quiero señalar que de las fauces bien
abiertas de la serpiente se asoma un rostro gordo, cuyos ojos y boca se simulan median-
te oquedades en la piedra. El pobre esculpido de la cara contrasta con el gran detalle in-
vertido en el resto de la escultura.
Me parece que la presencia de rasgos obesos en figuras que portan atributos de Quet-
zalcoatl o en imágenes del mismo dios, evocan significados antiguos que fueron análogos,
en épocas posteriores, al ámbito de acción de dicha deidad: me refiero principalmente
al ámbito de la procreación, estrechamente ligado con el de la fertilidad. En consecuen-
cia, tenemos que Quetzalcoatl era llamado teyocoyani, “el que crea a la gente”, y bajo
tal calidad intervenía en la concepción (CF VI: 181, 202). Las mujeres estériles le hacían
ofrendas para quedar embarazadas (Torquemada 1975 III: 86); mientras que los hom-
bres en Etzalcualiztli le ofrecían “unas partes que se cortaban del prepucio, que llama-
ban Motepolizo para que les diese sucesión” (Veytia 2000 II: 789).
Fig. 28 Imagen de una serpiente emplumada de cuyas fauces se asoma un rostro obeso. MNA. Dibujo
de Pedro Quintanar.
Recordemos que Julia Guernsey (2012) llamó la atención sobre el diseño de labios
fruncidos de los barrigones, como en actitud de soplar, el cual vinculó con el aliento
y la emisión de sonido, pero se inclinó mayormente por el segundo aspecto, que fue in-
terpretado por ella como una actividad performativa. Por lo menos en dos esculturas
mexicas en piedra, el mono es representado con la boca en actitud de soplar, y es de des-
tacar que las dos imágenes portan los atributos de Ehecatl (cf. Fig. 6). Y respecto a la ter-
cera escultura comentada, se nota que el diseño de su boca, aunque elaborado con rudeza,
guarda semejanza con la boca esculpida en forma circular de los barrigones. Con base
en la concepción creadora de Ehecatl-Quetzalcoatl, y que le fue transmitida al mono,
me inclinaría más a pensar que el diseño circular de la boca de las figuras obesas estuvo
conectado con el aliento que comunicaba una cualidad creadora (cf. Nájera 2007: 172).
CONCLUSIONES
de mayor profundidad temporal pueden arrojar luz sobre ciertos aspectos del simbolis-
mo posclásico del simio, como es el de la decapitación.
La apariencia mofletuda de algunas figuras prehispánicas, que además de poseer ras-
gos faciales obesos destacan por su voluminosa barriga, encarna significados de abun-
dancia y de fertilidad derivados con toda seguridad de su exuberante cuerpo. Esto se ve
reforzado por algunas esculturas con atributos de Ehecatl-Quetzalcoatl que poseen ca-
racterísticas físicas abultadas, pues dicho dios fue la divinidad creadora por excelencia.
El concepto de abundancia enlaza, a su vez, con el de exceso. Esta relación de ideas que
pareciera contradictoria no lo es tanto, pues en el exceso están contenidas la abundan-
cia y la fertilidad, pero en su manifestación desmedida. Los excesos más comunes son
los que corresponden a la comida y al sexo, esto es, la glotonería y la lubricidad. Ambos
fueron atribuidos a las figuras obesas y al mono, pensado este como un ser barrigón más
dentro del inventario mesoamericano. La gran panza es un indicador certero de un con-
sumo inmoderado de viandas. En cuanto al exceso sexual, no tenemos pruebas para
atribuírselo a los barrigones preclásicos, pero el Dios Gordo teotihuacano y las figuras
obesas mayas sí dan cuenta de ello.
Ahora bien, las sociedades mesoamericanas, preocupadas constantemente por el buen
desarrollo del producto agrícola, dispusieron de una variedad de prácticas rituales donde
se movilizaban símbolos que apropiadamente actuaban en favor del cultivo. Uno de esos
símbolos bien pudo ser el de las figuras obesas. Ya fueran concebidas en términos so-
brenaturales o humanos, probablemente fueron sacrificadas –en términos simbólicos
o reales– en determinados momentos del año con el objetivo de conducir sus propieda-
des abundantes y excesivas al terreno agrícola para asegurar el buen término de la se-
milla, tal como ocurrió con los ixiptla de los dioses del pulque en la fiesta de Tepeilhuitl,
y muy posiblemente con el mono en la misma festividad. La manera específica de lle-
var a cabo su sacrificio pudo haber sido mediante la decapitación, que era una práctica
con claras connotaciones de fertilidad. Visto así, la concepción sacrificial de las figuras
barrigonas propuesta por Lee Parsons y Peter Jenson (1965: 135) y John Scott (1988: 29,
34, 36) cobra mayor sentido .
Características
de muerte: ojos
cerrados, órbitas
hundidas que muestran ✓ ✓ ✓ ✓
un aspecto cadavérico,
y otras informaciones
adicionales
Boca fruncida como si
✓ ✓
estuviera soplando
Cresta (elemento
que puede tener ✓ ✓
un simbolismo (algunos ejemplares)
de muerte)
Asociación ✓ ✓
✓
con la decapitación (posiblemente)
Adorno del tipo oyohualli ✓ ✓
Postura de brazos
levantados y doblados
✓ ✓
a la altura del codo,
con manos abiertas
Asociación con el pulque
✓ ✓
y la embriaguez
Asociación con el exceso
✓ ✓ ✓
(glotonería y lubricidad)
Asociación ✓ ✓
✓ ✓
con la fertilidad (posiblemente) (posiblemente)
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TRUHANERÍA Y SEXUALIDAD:
TECHALOTL ENTRE LOS NAHUAS PREHISPÁNICOS
Abstract: The aim of the present paper is to carry out a preliminary study of the Nahua pre-
Hispanic god called Techalotl. The first part focuses on the animal avatar of this deity, whose
identification in colonial sources ranges from squirrel to skunk and mole, and which, at the same
time, shares many characteristics with the opossum. The next step consists on the comparison
of the limited data about Techalotl included in the alphabetic and pictographic documents
from Central Mexico, in order to determine the domain of this god. It has been noted that
on the iconographic level he resembles the “gods-Five” or macuiltonaleque, which links him
to the field of dances, songs, performances, mockery (hence his description as “god of buffoons”)
and excesses. The latter aspect is reflected, among others, in his relation to sexuality and
transgression, quite evident from the festive context in which the figure of the impersonator
of this deity appears. The sexual connotations of squirrel are also visible in the symbolism
of this animal among the Nahuas and, more broadly, in Mesoamerica, that has survived to this
day in various indigenous communities.
INTRODUCCIÓN
En los folios del 31r al 44r del Códice Tudela hay una serie de deidades a las que el glosador
identificó como dioses del pulque. El aparentemente último de la secuencia y que aparece
en el folio 45r es el dios Techalotl (Fig. 1.a; véase la imagen correspondiente del folio 64r
del Códice Magliabechiano, Fig. 1.b). El autor de la glosa del Códice Tudela traduce su nom-
bre como “topo” (1980: f. 45r) y en el Magliabechiano leemos una aclaración de que: “Este
demonio tenian ellos por dios y llamauase techalotl. q(ue) quiere de/zir vn animal como
zorrilla. q(ue) tienen su morada entre las piedras en cuevas / este no es de los quatrocientos
dioses borrachos” (1996: f. 63v, apud Batalla Rosado 2007: 134). En las fuentes hay escasos
datos acerca de su figura; e igual de problemática resulta la identificación del avatar ani-
mal adoptado por esta deidad. En el presente estudio propongo repasar el material del que
disponemos acerca de Techalotl para intentar determinar su campo de acción, con un en-
foque particular puesto en su relación con la sexualidad y el espectáculo.
a) b)
1 A lo largo del texto escribo techalotl cuando me refiero al animal, y Techalotl cuando hablo de la deidad.
conde bajo esta deidad nahua. Topo y zorrilla no son las únicas propuestas que aparecen
en las fuentes. Fray Alonso de Molina en su Vocabulario… explica el significado de la pala-
bra techalotl como “cierto animalejo como hardilla” (1992 [2]: f. 92r)2. La misma traducción
aparece en los escritos de fray Bernardino de Sahagún (2001: 250). En el Códice Floren-
tino [en adelante CF] está incluida su descripción, acompañada de una imagen (Fig. 2):
It is small and cylindrical, small and long, blackish, brown: somewhat dark; soft-
furred; soft, small, pointed of ear; slender of muzzle; long, arched, very dark of tail.
The tips of its fur are blackish. Its tail is somewhat thick.
Its food is all maize and fruit, tunas, American cherries, etc. And it plunders the
maize; even if [the maize] is guarded, it is not thereby frightened, it does not therefore
leave it alone. It appears in full view as it eats, as it steals. And a thief is also called
techalotl. A shrill whistler, it whistles shrilly3. (Trad. de Anderson y Dibble)
Fig. 2 Techalotl-ardilla. Ms. Med. Palat. 220, c. 174v (Sahagún 1979 III: f. 11v).
Reproducido con el permiso de la Biblioteca Medicea Laurenziana (Firenze).
Arthur Anderson y Charles Dibble (CF XI: 10, n. 1), apoyándose en el trabajo de Mar-
tín del Campo, mantienen que techalotl puede designar a distintas especies pertenecientes
a la familia de los esciúridos (Sciuridae), que incluye también, entre otros, a la marmota
(tlaltechalotl, literalmente “techalotl de tierra”. CF XI: 11) y al perrito de la pradera.
Francisco Javier Clavijero equipara a techalotl con tlalmototli, es decir, otro tipo de ar-
dilla de tierra. Según el historiador esta última:
El jesuita añade que la diferencia entre tlalmototli y techalotl estriba en que techalotl
tiene la cola más pequeña y menos peluda (26).
Por lo visto hasta ahora, parece no haber dudas de que el misterioso techalotl sea ar-
dilla, aunque en las fuentes lo hemos visto también bajo otros dos nombres: el de zorrilla
y el de topo. Cabe advertir, sin embargo, que el posicionamiento de un animal en la cos-
movisión y en el pensamiento religioso no necesariamente debe corresponder con su
lugar en la taxonomía zoológica. Como se demostrará a continuación, en las variantes
de los mitos mesoamericanos, en contextos similares, pueden aparecer animales perte-
necientes a distintas especies y hasta a distintas familias o a distintos órdenes, lo que no
impide que compartan ciertas cualidades y, de allí, que funcionen como substitutos. Por
otro lado, la iconografía, sobre todo la de los códices coloniales, con mucha frecuencia
resulta engañosa. Los manuscritos pictográficos creados después de la conquista y que
son resguardados en la actualidad, en varios casos son copias de las copias. En relación
con esto, las imágenes dibujadas en esos manuscritos por personas no necesariamen-
te familiarizadas con el tema, muchas veces quedan tergiversadas y bastante alejadas
del original ya inexistente o inalcanzable. Asimismo, los comentarios de los glosistas no
siempre son fidedignos y, aunque a veces resultan muy reveladores, pueden causar con-
fusión más que servir de ayuda.
El problema con la identificación de los animales a partir de su representación gráfica
es complicado, incluso si tomamos en consideración el contexto y los datos provenientes
de las fuentes alfabéticas, y no concierne solo al caso de techalotl. En su estudio dedica-
do a las imágenes de los animales en los códices mesoamericanos, Eduard Seler llamó
la atención sobre lo problemático de diferenciar, entre otras, distintas especies de cánidos.
Aunque el investigador alemán enumera los rasgos distintivos tanto del perro (piel blan-
ca, a veces con manchas negras en el cuerpo, una mancha negra alrededor del ojo, la piel
y la cola peludas; en algunas representaciones tiene la punta de la oreja cortada; 2004: 42)
como del coyote (pellejo abundante de color amarillo, café o hasta rojo, a veces con man-
chas en el cuerpo, solo que de contorno claro, zona clara alrededor de los ojos; 65-66),
él mismo admite que en algunos casos resulta imposible decidir cuál de estos queda re-
presentado. Uno de muchos ejemplos que se podrían citar para demostrar lo dificultoso
de la identificación de los cánidos en las representaciones gráficas, es la imagen de Xo-
chiquetzal como patrona de la trecena 1-Zopilote (Ce Zopilotl). En el Códice Borbónico
(1976: lám. 19; Fig. 3.a), la diosa está sentada o arrodillada sobre una serpiente, un ciem-
piés y un animal interpretado por algunos investigadores como un perro (cf. Sullivan
1982: 17-18; Sigal 2011: 121). No obstante, la figura zoomorfa correspondiente que provie-
a) b)
ne del Códice Telleriano Remensis ([en adelante CTR] 1995: f. 22v, Fig. 3.b) se parece más
al coyote (por el color de la piel), o también a nuestro techalotl, sobre todo si lo compara-
mos con el animal que está enfrente de la diosa (vide infra). Además, dice Seler, a la hora
de determinar la especie del animal en cuestión, además del perro y del coyote, hay que
tomar en consideración los mapaches, coatíes, cacomixtles y zorrillos (2004: 70-71, 75).
Las representaciones gráficas del techalotl en las que está vinculado con este nom-
bre mediante una glosa o un comentario son muy escasas. No obstante, sus cualidades
nos permiten relacionarle con otros animales de atributos similares. En el texto saha-
guntino ya citado el nombre techalotl designa a un ladrón. Desde luego, tal cualidad es
también propia del animal en cuestión. Este rasgo lo comparte con otros animales. Uno
de los ladrones por excelencia en la cosmovisión nahua y, más ampliamente, mesoame-
ricana es el coyote, ladrón del fuego (cf. Olivier 1999). Este en algunos mitos modernos
queda sustituido por el zorrillo, entre los nahuas de Veracruz, o por el zorro, entre los mi-
xes (cf. Técnicos bilingües… 1985: 135-136; Olivier 1999: 118). Otro ladrón que de acuer-
do con los mitos roba el fuego para regalárselo al hombre es tlacuache, que igualmente
puede ser sustituido en este rol por el zorrillo, la zorra, el ratón, el perro y hasta el mono
o el sapo (cf. López Austin 2006: 21)4. Asimismo, y a pesar de las diferencias biológicas,
4 Una situación parecida la podemos ver en las representaciones zoomorfas de las vasijas silbadoras ma-
yenses y oaxaqueñas a las que me he referido en la nota 3. En estas encontramos las efigies de tlacuaches,
ardillas y monos (cf. Sánchez Santiago s.f.).
a nivel conceptual y a veces iconográfico, techalotl tiene fuertes vínculos tanto con los cá-
nidos –sobre todo el coyote– como con los marsupiales, representados por el tlacuache,
lo que se demostrará a continuación.
5 Las deidades comparten también un pectoral en forma de la concha oyohualli, del que penden dos cordones.
El mismo pectoral lo lucen las deidades patronas de la trecena 1-Flor, Huehuecoyotl e Ixtlilton, en la represen-
tación de la lámina 4 del Códice Borbónico (vide infra). En este último caso los cordones tienen forma de flores.
No obstante, el análisis más profundo de este elemento del atavío de los dioses requeriría un trabajo aparte.
6 Desde luego, si en el Códice Tudela tanto Ixtlilton como Techalotl parecen formar una serie con los dio-
ses del pulque, en el Códice Magliabechiano la supuesta serie de los folios 48v al 59r queda interrumpida
por la referencia al dios Macuilxochitl como patrono del juego patolli y a Quetzalcoatl; a Ixtlilton y Techa-
lotl les están dedicados los folios 62v al 64r.
Fig. 4 Techalotl como dios de los truhanes en la viñeta de Antonio de Herrera y Tordesillas.
En: Cuesta, Rojas y Jiménez (2009: 134). Redibujado por Agnieszka Brylak.
a) b)
nea (cf. Batalla Rosado 2002, 2007: 134), no obstante, como argumenta Mikulska, varios
rasgos de este y de los “Cuatrocientos Conejos” se traslapan y es muy difícil separar por
completo sus campos de acción (2015: 100, 104, 114; cf. también Echeverría García 2015).
Sobre el dios Ixtlilton tenemos más datos en las fuentes que sobre Techalotl, aunque
estos tampoco son abundantes. Su nombre literalmente quiere decir “el de la cara ne-
gra” y en sus representaciones gráficas se nota su cuerpo pintado de negro. Esta deidad
patrocina la trecena 1-Flor (Ce Xochitl). De acuerdo con los informantes de Sahagún, di-
cha trecena era la de la música y del placer:
Dezían que cualquiera que nacía en alguna de estas casas, ahora fuesse noble, aho-
ra fuesse popular, sería truhán y chocarrero y dezidor. Su ventura era su consola-
ción y recibiría gran contento en estas cosas si fuesse devoto a su signo. Y si no tenía
en nada a su signo, aunque fuesse cantor o oficial y tuviesse de comer, hazíase sober-
bio y desdeñoso, y mal acondicionado, y presumptuoso (2001: 324; cf. CF IV: 23).
La información sobre el destino del cantor que esperaba a los nacidos en este día la en-
contramos también en el Libro Escrito Europeo7 del Códice Telleriano-Remensis (1995:
f. 10v) y en la glosa del comentarista del Códice Borbónico (1976: lám. 4), que dice: “[los]
q nacen en este signo seran cantores”.
En la imagen de la trecena 1-Flor proveniente del Códice Borbónico (1976: lám. 4;
Fig. 6.a) vemos al dios Ixtlilton (cf. Anders, Jansen y Reyes 1991: 130; Mikulska 2015: 94-
95)8 tocando un tambor y de cuya boca sale una voluta de habla con los símbolos de es-
critura dentro (cf. Mikulska 2015: 126), rematada con una flor. Enfrente de él está otro
patrono de la trecena, quien ocupa el lugar principal: es el dios Huehuecoyotl o “Coyote
Viejo”9 –de hecho, la representación de la trecena 1-Flor en el Códice Telleriano-Remen-
sis, 1995: f. 10v, se reduce a la figura de esta deidad–. Huehuecoyotl se asocia con el can-
to, el baile y el arte verbal, aunque hay que subrayar que su campo de acción no se limita
a estas actividades y que el dios tiene también vínculos con la sexualidad y el engaño,
a) b) c)
d)
entre otros aspectos (cf. CTR 1995: f. 10v; Nicholson 1971: 418; Boone 2007: 88). Guilhem
Olivier lo describe como “músico lúbrico, guerrero que siembra la discordia, ladrón
del fuego, héroe astuto y chismoso” (1999: 113). En otras imágenes de la cuarta trecena,
frente a Huehuecoyotl están pintados otros personajes durante las actividades festivas,
que sustituyen a Ixtlilton: en el Códice Borgia (1976: lám. 64; Fig. 6.b) y en el Códice Va-
ticano B (1972: lám. 52; Fig. 6.c) es un solo bailarín con el cuerpo que parece distorsiona-
do por el movimiento dancístico (Danilović, comunicación personal 2012)10; mientras
que en el Tonalamatl Aubin (1981: lám. 4; Fig. 6.d) son dos músicos, uno de los cuales
está tocando un huehuetl y cantando, y el otro bailando con las maracas en las manos.
Ixtlilton es una deidad que ha sido muy poco estudiada hasta el momento. Sahagún,
a pesar de dedicarle un capítulo entero del primer libro de su obra (2001: 76-77; CF I: 35-
36), más bien describe las ceremonias realizadas durante la fiesta en su honor, pero sin
determinar su campo de acción. Por su parte, Alvarado Tezozomoc menciona en algún
momento al dios Yxtliltoyahua (2001: 330), no obstante, no se puede decir con seguri-
dad que se trate del mismo dios. En un estudio más reciente, Katarzyna Mikulska llega
a la conclusión de que Ixtlilton está vinculado con los actos de pintar y escribir; además,
posee capacidades de curar enfermedades y, al parecer, se relaciona con las festivida-
des y los actos performativos, o, en general, con la comunicación, independientemente
del medio usado (2015: 100, 127).
10 Según observa Cecilia Klein (2001: 208-209), el cuerpo distorsionado de las figuras antropomorfas re-
presentadas en los códices es también el indicio de la transgresión sexual.
11 Eduard Seler observa que en una de las representaciones del coyote en el Códice Zouche-Nuttall (1992:
lám. 78; Fig. 7) este tiene pintada en su cuerpo “una mano negra que posiblemente tenga u significado pa-
recido a la mano blanca en la boca de las figuras en los códices del grupo Borgia. Este dibujo pudiera indi-
car que la figura pertenece al grupo de los dioses cuyo nombre está compuesto con el numeral «cinco», es
decir la serie Macuilxochitl, la serie de los dioses del placer” (2004: 67, cursivas en el original).
12 De hecho, en el Apéndice al Libro I del Códice Florentino en el texto náhuatl Ixtlilton y Xochipilli pa-
recen ser dos nombres asignados al mismo dios (CF I: 72), lo que Anderson y Dibble explican como una
simple equivocación (CF I: 72, n. 171) y que, según Mikulska, puede ser una identificación consciente, ba-
sada en los rasgos que estas deidades comparten, más que una confusión (2015: 98-99).
13 En la imagen que acompaña la descripción de la veintena Tecuilhuitzintli (o Tecuilhuitontli) en el Códice
Tudela (1980: 17r) aparece una figura de dios glosada como Xochipilli, mientras que en la parte correspon-
diente del Códice Magliabechiano (1996: ff. 34v-35r), que era su copia, la misma deidad es llamada Tlazopilli.
–and sexual lust which promoted it– presided over flowers, feasting, painting, dancing,
and gaming” (1971: 417). Techalotl está omitido en esta clasificación; de hecho, Nicholson
no lo menciona relacionado con ninguno de los complejos identificados por él. Al acer-
carme a la figura de Techalotl, sin embargo, prefiero no hablar de los complejos de las dei-
dades dado que, como tantas veces lo ha subrayado Alfredo López Austin (1995: 23-35,
2006: 181-201, entre otros), los dioses mesoamericanos se fusionan y fisionan constante-
mente; frecuentemente focalizando en sí mismos las fuerzas opuestas y contradictorias,
por lo que, dependiendo del momento o del contexto, sus cualidades y las áreas sobre
las cuales ejercen sus influencias cambian. Aun así, a todas esas deidades enumeradas
hasta el momento y que se vinculan con la fiesta, el baile, la música, el entretenimiento,
así como todo tipo de transgresiones (vide infra), se puede añadir una más: Xochiquetzal
o la contraparte femenina de Macuilxochitl-Xochipilli. Los cronistas se centraron sobre
todo en su aspecto lúbrico y en su sexualidad, así como en sus capacidades seductoras
(cf. Ruiz de Alarcón 1953: 176-177; CTR 1995: f. 22v; Durán 2006 I: 14). Sin embargo, Du-
rán describe su campo de acción de la siguiente manera:
la cual diosa era abogada de los pintores y las labranderas y tejedoras de labores,
de los plateros, entalladores, etc., y de todos aquellos que tenían oficio de imitar
a la naturaleza, tocante a cosa de labor o dibujo: todos tenían a esta diosa por su abo-
gada y su fiesta, muy solemnizada de ellos. (152; cf. Sahagún 2001: 139)
a) b)
c) d) e)
Si, desde luego, Ixtlilton y Techalotl son hasta cierto punto sustituibles, podemos re-
considerar las deidades patronas de la trecena 1-Flor representadas en la lámina 4 del Có-
dice Borbónico. Allí, como ya mencioné, vemos a Ixtlilton (o a Techalotl, un dios-animal
identificado con una ardilla aunque conceptualmente relacionado e identificable también
con otros animales) y a Huehuecoyotl. Esta pareja recuerda mucho a otra que proviene
del Popol Vuh de los mayas k’iche’. Como indica Dennis Tedlock (en: Popol Vuh 1996:
344), en el Popol Vuh los gemelos Hunahpú y Xbalanqué, al disfrazarse de danzantes am-
bulantes que representan trucos de prestidigitadores, llevan los epítetos de junajpu wuch’,
junajpu utwi, “hunahpu tlacuache, hunahpu coyote” (cf. Dakin 2004: 210-211). También
de la región maya provienen los datos sobre una pareja similar a la de Ixtlilton-Techa-
lotl. El Dios N o Pawahtun (a su vez identificado con los Bacabes o dioses sostenedores
del cielo; cf. Taube 1989: 354; Graulich 1990: 277-278), al que Taube describe como una
figura central del complejo de los dioses-payasos, asociada estrechamente con un perso-
naje zoomorfo llamado mam (1989: 352). Este último nombre se refiere a un animal como
tlacuache o zarigüeya y en la iconografía maya con frecuencia aparece en los contextos
festivos, a veces luciendo el tocado del Dios N. También entre los mayas de La Huasteca,
los Mamlab están muy dados a la música, danza y borracheras (cf. Stresser-Péan 1952: 86).
Ahora bien, como ya ha sido notado por varios investigadores, entre los aspectos del Dios
N se halla la imagen personificada del glifo pa14(cf. Taube 1989: 360). Una de las represen-
14 Taube observa: “The ambivalent nature of God N does resemble that of the monkey, a creature associa-
ted with drunkenness and sexual transgressions as well as dance, fertility, and pleasure” (1989: 360), y añade
que el patrón facial del glifo pa personificado se parece también al del mono-araña (1989: 360). En el Méxi-
co Central el signo del día Mono (Ozomatli) era patrocinado entre otros por Xochipilli (Códice Borgia 1976:
lám. 13; Códice Vaticano B 1972: lám. 32). Este signo queda descrito por Anders, Jansen y Reyes como el que
“abarca los conceptos sobre el arte, la alegría, la amistad, los juegos, la liviandad, la ociosidad y la falta de ho-
nestidad” (1993: 98; cf. Sahagún 2001: 344). El destino “artístico” y relacionado con los espectáculos públi-
cos esperaba también a las personas nacidas los días 5-Mono (CF IV: 20) y 7-Mono (CF IV: 74). Cabe recor-
dar que en el Popol Vuh los hermanos de Hunahpú y Xbalamqué, llamados Hunbatz (1-Mono) y Hunchouen
(1-Artesano), pasaban días enteros tocando flauta y cantando y al final fueron convertidos por los geme-
los en monos. Estos, en el panteón maya y, más ampliamente, en la cosmovisión mesoamericana, eran pro-
tectores de los artistas: pintores, cantores, músicos, escultores (cf. Popol Vuh 1996: 108; Olivier 2004: 379).
Sobre la relación entre el mono y la sexualidad, cf. el artículo de Jaime Echeverría García en este volumen.
ITINERARIOS VOL. 21 / 2015
15 Si también miramos la evidencia lingüística relacionada con estos personajes, podemos notar sus vínculos
con el mundo de los espectáculos, o las asociaciones con el mismo, percibidos por los autores de los diccio-
narios coloniales. En el Calepino de Motul una de las traducciones de la palabra bacab (el nombre de un tipo
de deidades con el que se asociaba a Pawahtun y los tlacuaches) es “representante”. Por otro lado, el término
och, que en el maya yucateco significa “tlacuache” en el mismo diccionario, así como en los libros de Chi-
lam Balam, aparece en tales expresiones como tolil och o ix toloch, que se pueden traducir como “truan,
moharrache” o “actor zarigüeya” (Taube 1989: 353; López Austin 2006: 288).
16 En la lámina 32r del Códice Vaticano A (1996), que es una copia, aunque al parecer no directa, del Te-
lleriano-Remensis (Batalla Rosado, apud Montoro 2010: 183, n.11) sobre la piel del animal en cuestión fal-
tan las piedras preciosas.
seduce a Xochiquetzal y la roba de su esposo Tlaloc (2002: 169)17. Por esta razón Anders,
Jansen y Reyes describen al animalejo de la lámina 19 del Códice Borbónico (1976; Fig.
8.c) como “una manifestación de Tezcatlipoca, de mal agüero” (Anders, Jansen y Reyes
1991: 176). En la cosmovisión nahua existían lazos entre el coyote o Huehuecoyotl y Tez-
catlipoca (cf. Olivier 1999, 2004). Teniendo en cuenta el área común en los campos de ac-
ción de Huehuecoyotl y Techalotl presentados hasta ahora, así como lo problemático
en la identificación zoológica del avatar de este segundo, ¿sería Techalotl, tal como Hue-
huecoyotl, un doble o una manifestación de Tezcatlipoca?
TECHALOTL Y SEXUALIDAD
El dezimosexto edificio se llama Cuauhxicalco segundo. Este edificio era como el ya
dicho; delante de él levantavan un árbol, que se llamava xócotl, compuesto con mu-
chos papeles, y encima de este cu o momoztli bailava un chocarrero vestido como
el animalejo que se llama techálotl, que es “ardilla” (Sahagún 2001: 250, cursivas
en el original; cf. CF II: 182).
A juzgar por esa descripción, su pintura facial se parece a la que ostentan Techalotl
e Ixtlilton del Códice Tudela.
17 En lo que concierne a esta transgresión, Tezcatlipoca seduce a Xochiquetzal bajo la forma de un pája-
ro, ya sea guajolote (cf. CTR 1995: f. 20v, Códice Vaticano A 1996: f. 29v) o buitre/zopilote, un ave de mal
agüero (cf. Códice Vaticano A 1996: f. 26r), de un animal (cf. CTR 1995: f. 23r; Códice Vaticano A 1996: f.
32r) o como Huehuecoyotl (cf. CTR 1995: f. 10v; Códice Vaticano A 1996: f. 16v; cf. Graulich 1983: 577, 1990:
70-71; Olivier 2004: 207-211).
21 Cabe destacar que el agua aguardada en las vasijas silbadoras mayenses y oaxaqueñas posiblemente tam-
bién era usado con fines adivinatorios (cf. Sánchez Santiago, comunicación personal 2015).
A MODO DE CONCLUSIÓN
22 Vocablo que Molina traduce como “encantar, o enlabiar ala muger para lleuarla a otra parte, o hechi-
zarla” (1992 [2]: f. 160r) o “dar beuedizos o hechizos, paraque quiera bien el hó[m]bre ala muger” (1992
[2]: f. 161v) o en el nombre xochihua; literalmente “el dueño de flor”. No obstante, fue usado por Sahagún
con referencia a un “sodomita” o travestí (CF X: 37).
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Resumen: El artículo estudia al colibrí como símbolo de la masculinidad entre los antiguos
nahuas a partir de varios ejes de investigación: 1) Quetzalcoatl como mentor del autosacrificio
muestra a los hombres que la sangre proveniente del pene posee la fuerza fecundadora masculina;
en tanto, el dios disfrazado de colibrí estaría indicando dicha potencia; 2) Huitzilopochtli
como colibrí encarnaba el alma de los guerreros muertos en el campo de batalla. Por ello,
en el pensamiento nahua estas aves eran los pares opuestos y complementarios de las mujeres
muertas en parto. Esta idea tiene su origen en el paralelismo de la guerra con el proceso de parto
y muerte por parto; 3) El colibrí libando a la flor es una expresión metafórica para el acto sexual.
La flor es la representación de la sexualidad femenina debido a que sus pétalos simbolizan la vulva,
en tanto, el colibrí es símbolo de la sexualidad masculina y, específicamente, del pene; 4) El uso
del ave como amuleto para el cortejo durante la época colonial y siglos posteriores puede deberse
a su vínculo con el sol como potencia masculina. Así, el ave es el aspecto fecundante del sol.
1 La elaboración de este artículo fue posible gracias al apoyo que me otorgó la Coordinación de Huma-
nidades de la UNAM, en el marco del programa de Becas Posdoctorales en la UNAM. Deseo agradecer
a Guilhem Olivier sus puntuales sugerencias a la versión preliminar de este texto. Mucho agradezco los co-
mentarios de los dictaminadores anónimos que ayudaron a mejorar la versión final del presente trabajo.
Hay una avecitas en esta tierra que son muy pequenitas, que parecen más moscardo-
nes que aves. Hay muchas maneras dellas. Tienen el pico chiquito, negro y delgadito,
así como aguja […] Come o mantiénese del rocío de las flores, como las abejas. Es
muy ligero; voela como saeta. Es de color pardillo. Renuévase cada año, en el tiempo
del invierno: coélganse de los árboles por el pico; allí colgados se secan y se les caye
la pluma; cuando el árbol torna a reverdecer, él torna a revivir, y tórnale a nacer la plu-
ma; y cuando comienza a tronar para lluver, entonces despierta y se voele y resucitan.
2 Greenewalt ha señalado (1960: 11) que el padre Bernabé Cobo escribió en 1653 en su Historia del Nue-
vo Mundo que el despertar de los colibríes era usado como una evidencia por los jesuitas mexicanos en su
explicación del misterio de la Resurrección a los Indios. En este mismo sentido, el hecho de que Huitzilo-
pochtli nació sin la intervención de un padre establece un paralelismo con Jesucristo, lo cual también fue
empleado por los frailes durante la evangelización.
EL AUTOSACRIFICIO Y QUETZALCOATL
Debido a la forma de su pico, esta ave fue la imagen de las espinas sacrificiales (Hunt
1977: 69). Un colibrí está esculpido en un punzón olmeca de jadeíta (Fig. 1). Las plumas,
las alas y la cola del pájaro están incisas sobre la piedra cilíndrica. El pico del ave es re-
presentado en la larga punta del punzón. Este artefacto utilizado para el autosacrificio
ilustra la relación del colibrí con este rito.
Fig. 1 Perforador de jadeíta con un colibrí inciso en la superficie. © Dumbarton Oaks, Pre-Columbian
Collection, Washington, DC. Cortesía de Dumbarton Oaks.
Fig. 2 Ocho aspectos de Quetzalcoatl extraen corazones del cuerpo del dios
Nanahuatzin. El noveno Quetzalcoatl se presenta vestido en traje de colibrí y extrae
sangre del corazón central. Códice Borgia (1976: lám. 40).
librí, él se muestra en esta postura a diferencia de los otros ocho que están agachados.
Con su cuchillo abre el corazón que se encuentra dentro del disco solar, lo cual difiere
con la extracción de corazón que llevan a cabo los otros personajes.
Comparten los conceptos de renacimiento y sexualidad tanto el colibrí como el dios
Xolotl Nanahuatzin. Aguirre Beltrán explica que “Xolotl Nanahuatzin, el mellizo sifi lí-
tico, que según los viejos anales se arrojó al fuego para convertirse en Sol y al que se re-
presenta con manos y pies contrahechos, úlceras y escurrimiento en los ojos” (1992: 50),
a quien cometía excesos sexuales le mandaba bubas.
El síntoma del “mal de bubas”, nanahuatl, era el crecimiento e inflamación de los gan-
glios, particularmente los de las ingles, lo cual es indicador de padecimientos como la sí-
filis (Viesca 2008: 48). De hecho, se creía que el colibrí tenía un efecto preventivo sobre
esta enfermedad: “el que los come nunca tendrá bubas”, pero si se abusaba del ave como
alimento causaba esterilidad (Sahagún 2002 III: 1005; Seler 1980 II: 55).
Ahora bien, al centro de la lámina 44 del Borgia (Fig. 3) se encuentra la diosa Xochi-
quetzal acostada de espaldas. Tiene un disco con rayos sobre su abdomen, el cual se en-
cuentra rodeado por un círculo de color rojo que remata en chalchihuites blancos. Dentro
del disco se encuentra un corazón del que nace una planta multicolor cuyas ramas terminan
en flores, sobre esta posa Quetzalcoatl disfrazado de colibrí (Fig. 4). En la parte superior
baja un murciélago en un río de sangre que tiene flores y chalchihuites. El animal carga
un corazón y es rodeado por cuatro colibríes que buscan chuparlo. De acuerdo con Seler
(1980 II: 55) la lámina podría simbolizar el renacimiento del dios. Anders, Jansen y Re-
yes (1993: 234, n. 20) y Boone (2007: 204) equiparan este episodio con el mito registrado
en el Códice Magliabechiano (1970: f. 61v) sobre la creación de las flores3. En este se relata
que el semen, producto de la masturbación de Quetzalcoatl, se transformó en un mur-
ciélago encargado de cortar un pedazo de la vulva de la diosa Xochiquetzal. Los dioses
lavaron esta porción y de ella nacieron las flores apestosas. Luego, el animal llevó estas
flores al Mictlan y las lavó otra vez, y de esta agua salieron flores olorosas.
Graulich (1990: 205) y Baquedano y Graulich (1993: 169-170) interpretan este relato
como los orígenes de la menstruación, pues el murciélago arranca una parte de la vulva
de Xochiquetzal; y basándose en Alain Ichon (1973), comparan el menstruo con las flo-
res. De hecho, iconográficamente existe un fuerte vínculo entre la sangre y las flores.
La sangre se llamaba también chalchihuatl, “agua preciosa”, con este nombre se enfatizaba
su gran aprecio. En las representaciones de la sangre que encontramos en los códices el fluido
sanguíneo termina con círculos de color verde (chalchihuites), los cuales indican la precio-
sidad de la misma (Batalla 1994: 48). En otras ocasiones, en lugar de chalchihuites, los cho-
rros de sangre terminan en flores, así la lectura iconográfica se mantiene (Batalla 1994: 49).
Debido a que la sangre era el alimento predilecto de los dioses se le representaba
de manera gráfica como una piedra preciosa o como una flor. Volviendo al mito, se ob-
serva una equivalencia entre las flores y la sangre: las flores apestosas son el menstruo;
en tanto, las flores olorosas considero que remiten a lo bello de la sexualidad femeni-
na. Esta última connotación –flores-sexualidad femenina– será abordada más adelante.
En el relato se advierte el poder genésico del semen, como en otros registros en don-
de destacan las propiedades fecundantes de otros fluidos del miembro varonil como
la orina y la sangre proveniente del pene, los cuales constituyen equivalencias simbóli-
cas del líquido seminal. Ejemplo del primero lo encontramos en un bajorrelieve del edi-
ficio de Las Columnas de El Tajín, en el cual está representado un personaje orinando
sobre una planta que ha florecido al ser regada por el orín (Ladrón de Guevara 2006: 61);
y del segundo, en el dintel 17 del edificio 21 de Yaxchilán (Miller y Martin 2004: 106).
Cabe destacar la profusión de elementos genésicos en esta segunda lámina: flores, co-
libríes, sangre, chalchihuites. Debido a esto, estamos ante un pasaje que representa tanto
la fecundidad femenina como la masculina, a saber, la potencia genésica de las mujeres
simbolizada en la sangre menstrual, y la potencia fertilizadora varonil encarnada en los co-
libríes y en el mismo dios Quetzalcoatl. Esta idea la encuentro nuevamente en la representa-
ción del ciclo de Quetzalcoatl4 en los códices Tudela (2002: láms. 42r, 43r), Magliabechiano
(1970: láms. 61r-62r) e Ixtlilxochitl (1996: láms. 103r-103v). En sus láminas se observa que
del tocado del dios sobresale un hueso del que penden unas bolas de plumón y al final se
encuentra una flor5. Un colibrí inserta su pico en ella, expresión pictórica para el coito6.
El colibrí tiene una presencia importante en la religión mexica y está vinculado con su
dios tutelar y su identidad más preciada: la guerra. No es fortuito que 16 esqueletos de co-
libríes fueran encontrados en el lado sur del Templo Mayor, los cuales formaron parte
de una ofrenda preparada para el dios de la guerra (Boletín del INAH, 28.11.2008). Como
señalé al inicio, Huitzilopochtli era la imagen del sol del sur, es decir, del astro durante
su periodo ascendente (del sur al norte) que corresponde con el equinoccio de primave-
ra y el solsticio de verano en el hemisferio norte, así el dios y su nahual, el colibrí, esta-
ban vinculados con estas dos estaciones (Hunt 1977: 61).
De acuerdo con Limón y Battcock (2013: 175), el colibrí representó al dios solar en la tie-
rra, mientras que el águila era la imagen del sol en el cielo y el zopilote su expresión en el in-
framundo. Igualmente, entre los mayas el ave era una manifestación del sol en la tierra
e imagen de los guerreros muertos, así como de los sacrificados (Libro de Chilam Balam
de Chumayel 1980: 245; Cantares de Dzitbalché 1980: 357; Garza 1995: 59).
7 Los colibríes presentan una gran diversidad de especies en México. En este país existen entre 57 a 65 es-
pecies de estas aves (Torres y Navarro 2000: 5).
8 De acuerdo con Castañeda (2009: 87), el Códice Azcatitlan es un documento que probablemente se elaboró en la se-
gunda mitad del siglo XVII y, por tanto, debe tomarse con reservas. Sin embargo, en la primera parte de la pere-
grinación su contenido se encuentra estrechamente emparentado con la Tira de la Peregrinación, el Códice Au-
bin, la Crónica Mexicayotl, la Tercera relación de Chimalpahin y Torquemada (Códice Azcatitlan 1995: 43-44, n. 9).
9 Auh in aoc qujximati in cexiuh, in oxiuh in çan cemanquj in jnnecujltonol, in jnnetlamachtli, in qujchi-
china nepapan xuchitl, in aiectli in paqujlizxuchitl, in ahaujalizxuchitl, in jpan mjctiuj, in qujcolitiuj in te-
pilhoan in queleujtiuj (CF VI: 13).
Fig. 6 Coito metafórico entre un colibrí y una mujer muerta de primer parto. Códice Laud (1966: lám. 30).
por la boca y se volvía bizco (CF I: 19, 72; IV: 81). En contraste, los varones regresaban
a la Tierra como colibríes y mariposas para libar el néctar de las flores, como se expuso
anteriormente (CF III: 49).
Este pensamiento se resume en la lámina 30 del Códice Laud (Fig. 6)10. En ella se
observa a un colibrí que desciende y toca la boca de una mujer embarazada. La mujer
está sentada en un atado de leña, como respaldo tiene una piedra de sacrificio (techcatl).
Los techcatl tenían en general la forma de un cubo, un cono trunco o de un pilar. En va-
rias ocasiones aparecen “adornados con un lazo de papel de amate que era el papel de sa-
crificio, de ofrenda” (Beyer 1918: 41; Fig. 7).
Fig. 7 Techcatl representados en la Tira de la Peregrinación (2007: lám. XVII, detalle) y Códice Borgia
(1976: láms. 15, 26, 33, detalles). Dibujo de Miriam López.
10 Brotherston interpreta esta lámina como parte de una serie de ocho divididas en dos grupos las cuales
refieren al nacimiento. El primer grupo abarca las láminas 25 a 28 y su secuencia es mala. Las pinturas son
interpretadas como una concepción fallida y estéril. El segundo grupo incluye las láminas 29 a 32 y el ciclo
es bueno. El conjunto es descrito en los siguientes términos “el poder de Mictlantecutli se ve atemperado
por el de la Mujer Tejedora, que sostiene la hebra de la vida […] Aquí la mujer logra de inmediato portar
al niño [lám. 29], y su vientre redondo es besado por el colibrí dorado, que reduce los dolores del par-
to [lám. 30]; el cordón umbilical no está enroscado, y la placenta es enterrada adecuadamente [lám. 31],
el amamantamiento no excluye la excitación sexual […], y a la madre y al niño se les llevan como ofrendas
leña y comida [lám. 32]” (1997: 104-106).
11 Comunicación personal de Guilhem Olivier, 23 de agosto de 2013.
Corona Núñez (Códice Laud 1964: 376) la describe como una mujer que murió de par-
to y la equipara justamente con los guerreros que murieron en batalla. Anders y Jansen
(1994: 167) destacan la imagen de Mictlantecuhtli, quien muestra su poder sobre el embarazo.
Por todo lo anterior, puede decirse que en la escena se representa a una mujer muer-
ta de primer parto que se convertirá en mocihuaquetzqui. Su estado de preñez, el colibrí
como símbolo bélico, el atado de leña, la piedra sacrificial, su peinado y el dios Mictlan-
tecuhtli que acompaña el cuadro confirman esta identificación. A la par, considero que
muestra los modelos sexuales masculinos y femeninos como contrapartes de una misma
idea: las mujeres muertas de parto son lo mismo que los guerreros muertos en el campo
de batalla. Además, la imagen ilustra de manera bella un coito metafórico entre el coli-
brí y la mujer.
COLIBRÍ, CHUPA-FLOR
El acto de libar la miel de las flores realizado por el colibrí simboliza la unión sexual.
En otros registros, la flor también es símbolo de la sexualidad femenina. Recordemos
que de la vulva de Xochiquetzal nacieron las flores (Códice Magliabechiano 1970: f. 61v;
Códice Ixtlilxochitl 1996: f. 103v). También se utiliza la alegoría de las flores para indicar
una transgresión sexual (Códice Telleriano-Remensis 1964: XXII, f. 18v; Códice Vatica-
no A 1964: XLIII, f. 27v).
La flor es representación de la sexualidad femenina debido a que sus pétalos simbo-
lizan la vulva, vulva que es penetrada por el colibrí, símbolo de la sexualidad masculina.
El ave es el complemento del concepto de la flor, aunque también la mariposa es contra-
parte de la flor, tanto el colibrí como la mariposa posan sobre la flor abierta y chupan su
miel. En los códices del denominado Grupo Magliabechiano (Códice Tudela 2002: ff. 35r,
42r, 43r; Códice Magliabechiano 1970: ff. 53r, 61r, 62r; Códice Ixtlilxochitl 1996: ff. 103r, 103v)
se ilustra al colibrí colgando de una corola abierta en la que introduce su pico (cf. Seler
1980 II: 76), como mencioné anteriormente.
La diosa de las flores, de la sexualidad y del amor era Xochiquetzal. Fue ella quien
tuvo el primer acto sexual y el primer parto (Quezada 1996: 28]. Muñoz Camargo nos
dice que era la “diosa del bien querer” (1998: 166). En el mito existen diversas historias que
la vinculan con las relaciones ilícitas (cf. Durán 2002 II: 23; Ruiz de Alarcón 1987: 221).
En otro contexto, las imágenes de las prostitutas son sugerentes respecto al vínculo
en el imaginario indígena de las flores con la sexualidad. En el Códice Florentino ellas son
representadas con un ramillete de flores en la mano y el adorno de su huipilli también
se encuentra compuesto de flores (cf. Sahagún 1979 III: f. 39v). Sin duda, las ahuianime
eran en el pensamiento nahua el sector más fuertemente relacionado con la sexualidad.
Algunas flores estaban claramente asociadas con lo sexual. De acuerdo con Torque-
mada (1975 III: 129), estas se utilizaban para conseguir “su mal deseo carnal” con la per-
sona que les agradaba. Igualmente en el Códice Carolino (1967: 38) se menciona esta
utilidad. El texto dice que Moctezuma Xocoyotzin se ungía con el perfume de la poyo-
matli cuando danzaba en público para conquistar a las mujeres que presenciaban el bai-
le. Esta misma flor se menciona en los textos de las prostitutas como un recurso para
atraer a los hombres (López Austin 1996 I: 349).
Los escritos del siglo XVI refieren la existencia de flores a las que, en la creencia po-
pular, se les atribuían poderes para causar algunas enfermedades en los órganos sexuales.
Por ejemplo, la cuetlaxochitl (Euphorbia pulcherrima) en el caso de las mujeres y la omixo-
chitl (Polyanthes tuberosa) en el caso de los varones (cf. Sahagún 1969: 65). Finalmente,
tenemos a la teccizuacalxochitl o tetlaxincaxochitl, “flor adulterina”, de la que se cuenta
que las concubinas de Moctezuma la utilizaban a manera de “miembro viril para pro-
curarse el placer sexual contra las leyes naturales y por falta de varón” (CF XI: 209; Her-
nández 1959 I: 390).
Ahora bien, he expuesto algunos ejemplos que aclaran las connotaciones de las flores
en relación con la sexualidad, por una parte transgresora, y por otra, refuerzan la idea
de que la sexualidad es algo bello y placentero. En la poesía se compara a las mujeres
y su sexualidad con las flores: “Tú, madre, oh mujer dulce y sabrosa, preciosa flor perfu-
mada” (tinan oo huelica cihuatl cacahuaizquixochitl; Garibay 2000 I: 17). El verso alude
a la disposición de la mujer interpelada, a dar placer a quien se lo solicita. Las prostitutas
eran nombradas en algunas ocasiones como “mujer de amores” o “mujer que da placer”
(cf. Pomar 2000: 183; Relaciones geográficas del siglo XVI: México 1986: 215).
Como he mencionado, el colibrí era la contraparte masculina de la flor. Estas aves
eran los teyolia de los guerreros muertos en el campo de batalla. En el par de opuestos
guerra-sexualidad, el colibrí corresponde al primer concepto y la flor al segundo. Los dio-
ses relacionados con esta idea son Huitzilopochtli y Xochiquetzal.
Michel Graulich (2001) y Patrick Saurin (2002) advirtieron que la fiesta de Atamal-
cualiztli, llevada a cabo cada ocho años, era una reactualización de la unión de Xochi-
quetzal con Piltzintecuhtli y el posterior nacimiento de Cinteotl (Hystoyre du Mechique
2002: 155). Esta celebración en los Primeros Memoriales (Sahagún 1997: f. 254r) ha sido
vinculada con una descripción de una danza provista por fray Diego Durán (2002 II: 200).
En esta se narra que el baile se llevaba a cabo en el altar principal del templo de Huitzi-
lopochtli, en el que se hacía una casa de flores y se elaboraban unos árboles a mano lle-
nos de flores olorosas adonde sentaban a la diosa Xochiquetzal.
Unos jóvenes bailaban disfrazados como pájaros y mariposas que escalaban los ár-
boles y chupaban el néctar de las flores. Más adelante, salían unos dioses que con sus
cerbatanas tiraban a los pájaros (a los hombres disfrazados) que andaban en los árboles.
Luego los sentaban junto a la diosa.
Los Primeros Memoriales muestran a la diosa tejiendo, su telar está atado a un árbol
florido lleno de pájaros. Un grupo de dioses se aproxima encabezado por Tezcatlipoca.
En la descripción se dice que los participantes están vestidos como pájaros y mariposas,
pero también como otros insectos (cf. Graulich 2001: 361). De esta manera, vemos cómo
en la descripción de la fiesta y en la lámina abundan flores, pájaros y, probablemente, se
representa la unión de los dioses.
De la Garza (1995: 59) relaciona el nombre dado al colibrí en los Libros del Chilam Ba-
lam (Pizlimtec o Piltec) con Piltzintecuhtli, el Sol joven entre los nahuas. El dios llamado
Pizlimtec se dice que era el padre del propio Sol de la época actual. Narra el libro de Chu-
mayel respecto a la profecía para un Katún 11 Ahau:
SEXUALIDAD Y AMOR
Noemí Quezada (1996: 97, 100) encuentra en 1650 la primera denuncia contra una india
que conocía las propiedades del huitzitzilin. Los indígenas eran quienes tenían el con-
trol de la producción y distribución de los colibríes como objetos mágicos, pero todos
los grupos coloniales conocían la práctica y la usaban: español, mestizo, mulato y negro.
La utilización del ave seguía instrucciones precisas: se escogía el sexo del ave contra-
rio al de la persona que realizaba la consulta. Así, para una mujer se ocupaba un macho
y para un hombre una hembra. En su preparación se utilizaba sal, pero se cuidaba de no
estropear sus plumas que eran lo más preciado del animal. Después de disecarlo le co-
locaban en el pecho hierbas mágicas y lo envolvían con hilo de seda de todos los colores.
Terminaban el adorno con perlas, corales y otras piedras. Su uso más frecuente era ha-
cerlo un amuleto envuelto en una tela o bolsa. Los nidos y los huevos del pájaro también
se consideraban cargados con virtudes mágicas (Quezada 1996: 101-102).
Las mujeres solían colgárselo en el pecho. Quezada (1996: 102, nota 98) considera que
ello podía evocar el mito del nacimiento de Huitzilopochtli, cuando su madre Coatlicue
se puso en el seno un plumón y quedó preñada con tal hecho. En tanto, Thompson (1975:
444) señala que el plumón en el embarazo de Coatlicue bien pudo haber estado además
constituido por plumas de colibrí, en el contexto de los mitos actuales.
Braakhuis (2001, 2005) fue el primero en destacar un conjunto de narraciones de gran
antigüedad y ampliamente difundidas en Mesoamérica que relatan la historia de un hom-
bre que se transforma en colibrí para seducir a una joven en contra de la voluntad de su
padre o su madre. Después de varios incidentes surge de su unión el maíz o el sol y la luna.
A este grupo de episodios los denominó “mitos del colibrí”.
Los mopanes de Belice narran que el Señor Kin, con el fin de poseer a una joven,
le pidió a un colibrí su piel. Una vez transformado fue a la casa de la joven, el abue-
lo de la muchacha gruñó y el ave cayó al suelo. La mujer lo recogió y lo revivió al darle
chocolate y maíz. Esa noche lo llevó a su recámara. Al despertar, encontró a un hombre
con ella (cf. Thompson 1930: 129).
Los kekchíes relatan que el sol para impresionar a una mujer de la que estaba enamora-
do se convirtió en colibrí. El abuelo de la joven le disparó con su cerbatana. Ella se lo llevó
a su habitación donde se reanimó. En la noche volvió a tomar figura humana y la per-
suadió de que se fugara con él. Después, ella fue la luna (cf. Thompson 1975: 435-436).
Por su parte, los cakchiqueles dicen que el anciano Mataktaní tenía dos hijas. Una
de ellas capturó un colibrí que adquirió figura humana y se volvió su amante. Todas
las noches, al ponerse el sol, iba a estar con ella. El padre los oyó platicar, pero ella negó
que tuviera un hombre en su cuarto. Thompson (1975: 438) destaca que no se menciona
que sea el sol, pero puede ser inferido a partir del dato de que él se une a la muchacha
después de la puesta de sol, al acabar su jornada.
Un episodio nahua de la Sierra Norte de Puebla indica que un colibrí picó a una niña
tzitzimitl, pero en lugar de embarazarla, tomó un poco de su sangre, la mezcló con la suya
y la puso en un lugar cercano a un manantial. Allí creció una planta que produjo una
fruta que tenía sangre. Una pareja vieja de tsitsimimej cortó la fruta y la arrojó al agua,
donde después encontraron a un bebé Sentiopil, el hijo del maíz (cf. Pury-Toumi 1997:
148; Segre 1990: 173-174). Chinchilla (2010: 52) destaca que el chupar la sangre de la niña
es un hábito alimenticio propio de los mosquitos más que de los colibríes. De esta ma-
nera, el colibrí en algunas versiones es intercambiable con el mosquito. El mismo autor
(2010: 52-55) observa que episodios con esta variante se encuentran en vasos pintados
del Clásico Maya (K7433, K1339), donde se muestra cómo el insecto pica el busto de una
muchacha.
En la gran mayoría de los relatos el pájaro retomó su forma humana en la noche,
pero la relación sexual rara vez es mencionada. En algunas crónicas se indica que, para
calmar al inquieto pájaro o para revivirlo, la joven lo puso dentro de su blusa, entre sus
senos, y, en consecuencia, quedó embarazada. En la versión mixe de Oaxaca se dice que
el travieso pájaro picó el pezón de la muchacha, con lo cual la preñó (cf. Miller 1956: 76).
De la unión del colibrí con la mujer nacieron el sol y la luna.
En la región del Soconusco, Chiapas, se cuenta que Dios le propuso matrimonio
a una bella niña, pero fue rechazado. Él volvió transformado en un pájaro, pero la niña
le pegó con un palo. Al darse cuenta de que lo había matado buscó revivirlo poniéndose-
lo en el pecho, entonces el pájaro le mordió los pezones, con lo cual quedó embarazada.
Sus hijos fueron unos gemelos que se convirtieron en el sol y la luna (cf. Navarrete 1966).
En esta región se encontró una efigie Tohil Plumbate que muestra al pájaro picando
el pecho de una mujer. Ella parece que sufre porque quiere quitarse al agresor (cf. Chin-
chilla 2010: 51; Fig. 8). Igualmente, en el friso de Chichén Itzá antes mencionado, pare-
ce que el colibrí está picando el pecho de una mujer que sale de una flor. En este caso,
la flor-mujer es el objeto de deseo propio de los colibríes (cf. Chinchilla 2010: 52; Fig. 9).
Fig. 8 Un colibrí pica el pecho de una mujer que sale de una flor, friso en el Templo Inferior de los Jaguares
en Chichén Itzá. Dibujo cortesía de Oswaldo Chinchilla.
Fig. 9 Efigie Tohil Plumbate. Colección privada. Ciudad de Guatemala. Fotografía cortesía de Oswaldo Chinchilla.
Entre los otomíes, Granberg (1970: 102) reporta que una niña que quiere encantar
a un niño tomará un colibrí muerto, lo vestirá con ropas de niño y lo usará. Asimismo,
si un niño quiere ser valiente con una niña usará un colibrí muerto, práctica también
conocida entre los nahuas de Tecospa, pueblo de la delegación Milpa Alta (cf. Madsen
1960: 228).
Cabe añadir que Noemí Quezada (1996: 100) considera al pájaro un símbolo fáli-
co debido a su cuerpo alargado y a su cabeza ligeramente inflada. De hecho, en época
prehispánica se le llamaba al miembro viril tototl, “pájaro” (cf. Molina 2004 [1]: f. 85r),
lo cual refuerza la metáfora sexual de que el ave corresponde al pene y las flores refie-
ren a la vulva.
Para los Desana en Colombia, el colibrí es “el pene del Sol”, su miel representa la fuer-
za fertilizante del padre Sol (cf. Reichel-Dolmatoff 1971: 194-95). De acuerdo con Ben-
son (1989: 4), la expresión “el colibrí está chupando miel” se emplea para aludir al coito:
el colibrí es el pene, la miel es el semen.
CONCLUSIONES
Por otra parte, enfaticé el claro paralelismo entre el parto y la guerra, analogía que,
al ser los mexicas una sociedad guerrera, guía buena parte de las atribuciones y ámbitos
de la acción social. Así, las cihuateteo son contrapartes de los colibríes.
Un interés central del estudio fue enfatizar que la acción del colibrí de libar la flor es
metáfora para el acto sexual. De este modo, la relación del ave con la conquista sexual
puede deberse a su vínculo con el sol como potencia masculina.
El examen de los distintos registros mostró que el colibrí se ostenta como un símbo-
lo notable de la sexualidad masculina entre los mexicas, pero también en otras culturas.
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Palabras clave: fauna mesoamericana, fauna y sexualidad, simbolismo del alacrán, alacrán
y transgresión sexual, Yappan
Abstract: For the ancient Mesoamericans the animal kingdom represented a way in which sacred
forces could act on earth. For this reason they were considered representatives of the divine
forces and, in turn, symbols of various concepts. This paper presents and analyzes some
ideas about the symbolism of a particular animal, of which there is little written information:
the scorpion. However, this time only two aspects of the way it was conceived will be analyzed.
On one hand its identification as a sex offender, which linked it to peculiar concepts such as lust,
sin and adultery. Furthermore, its negative charge, which linked it with punishment, bodily
pain, the announcement of the death and conflict situations of life. Finally, to clarify these
observations some areas are briefly highlighted where its image is associated with certain events
that can be considered positive for human groups. To this inquiry it was necessary to use several
pre-Hispanic and colonial sources. Therefore, the study of different elements with complex itself,
such as sculpture, codices and chronicles was of invaluable aid. It was also essential to consider
the testimony of ethnographic studies that allow us to track some old ideas still performing
in contemporary indigenous peoples.
Key words: Mesoamerican fauna, wildlife and sexuality, symbolism of the scorpion, scorpion
and sexual transgression, Yappan
INTRODUCCIÓN
mérica” de Alfonso Torres (2002: 115-158). Finalmente, este tema fue abordado por Luz
María Moreno Juárez (2007), Jesús Galindo Trejo (2013) y Elba Domínguez y Javier Urcid
(2013) para analizar la pintura mural de la pilastra norte del Templo de Venus en Cacaxtla.
Mención aparte merece el artículo de Michel Dessoudeix “Los arácnidos en náhuatl:
el escorpión, la araña y su tela”. Según este autor:
Tras el estudio de textos y dibujos, se puede afirmar que fuera de los problemas y pe-
ligros que podían ocasionarles los escorpiones y las arañas, los nahuas conocían mu-
cho mejor el modo de vida de esos arácnidos que su morfología. Eso demuestra el es-
caso interés que tenían para con esos animales de los que no se encuentra, al parecer,
ninguna huella ni en los mitos ni en las representaciones pictográficas. (Dessoudeix
2000: 68)
Basta con leer el conjuro recopilado por el bachiller Hernando Ruiz de Alarcón para
curar el piquete del alacrán (1987: 221-223); recordar, como lo hace Gerónimo de Mendie-
ta, que Tezcatlipoca descendió en una tela de araña para derrotar a Quetzalcoatl (1997 I:
188), o bien echar un vistazo a los códices, para darnos cuenta de que Dessoudeix, con evi-
dente desconocimiento de las fuentes, resta importancia al simbolismo de los arácnidos.
No obstante, el breve recorrido bibliográfico que hemos hecho nos permite afirmar
que el alacrán tuvo múltiples significados. Esta polivalencia, como veremos a lo largo
del trabajo, dependía tanto de la naturaleza de los registros en que fue representado (có-
dices religiosos, objetos en piedra de uso ritual, pintura mural, cerámica, crónicas, etc.)
como de las circunstancias especificas en que su información fue consultada, interpreta-
da y transmitida. Así, lo encontramos vinculado con la cacería, la guerra, el autosacrifico,
la lluvia, los astros, etc. De todas estas valencias simbólicas, en esta ocasión solo anali-
zaremos su identificación como transgresor sexual y su carga negativa. Cabe aclarar que
entendemos como “su carga negativa” las ocasiones en que su imagen representó aquella
influencia divina que generaba algún pesar, aflicción, castigo o situación conflictiva para
la vida de los hombres1. Esto no quiere decir que los propios mesoamericanos concibie-
ran a los dioses –y a sus emisarios animales– como buenos o malos, pues en realidad su
actuar dependía de las características de cada divinidad, de sus ciclos de dominio sobre
la tierra y de que el hombre cumpliera adecuadamente con el culto al que estaba obliga-
do. Si aquí lo separamos es solamente por necesidad metodológica, es decir, para lograr
focalizar de mejor forma aquellas circunstancias de una realidad compleja en que el ala-
crán aparecía con mayor frecuencia.
1 Hemos incluido en esta categoría el vínculo entre el alacrán, el autosacrificio y el sacrificio. Esto puede
ser cuestionable si tomamos en cuenta la trascendencia que dichas prácticas rituales tenían para asegurar
la continuidad de la vida en el mundo de los hombres. Es por ello que en el apartado correspondiente ex-
plicaremos en qué sentido lo hacemos.
(González Torres 2001: 203), pues tuvo relaciones sexuales con Tezcatlipoca en Tamoan-
chan. También tiene sentido que fuera Yaotl quien castigara a Yappan, ya que, como ha
señalado Guilhem Olivier, esta era una advocación de Tezcatlipoca, el dios que otorgaba
o quitaba el poder, y como tal, “el encargado de amonestar y luego castigar a los trans-
gresores” (2004: 392).
Además, el mismo Olivier ha destacado que la historia de Yappan tiene grandes si-
militudes con otros dos mitos mesoamericanos (2004: 392). En primer lugar, con el sa-
crificio del dios del pulque, pues en la Relación de la Alcaldía Mayor de Meztitlan (1986:
62) se relata que solo después de que Tezcatlipoca ejecutó a Ome Tochtli el hombre pudo
consumir la bebida embriagante del maguey sin peligro de encontrar la muerte. Y en se-
gundo lugar, con la historia de Tata y Nene relatada en la Leyenda de los soles (2002: 177),
pues estos personajes, como sucede con Yappan y Tlahuitzin, son castigados con la de-
capitación y su transformación en animales –en este caso en perros–, cuando, después
de haberse salvado del cataclismo de Sol de lluvia, decidieron encender fuego para asar
peces. En ambos casos es una transgresión –tener relaciones sexuales o encender fue-
go– lo que desata el castigo.
Ruiz de Alarcón consideraba importante conocer la historia de Yappan porque, para
detener el avance del veneno del alacrán, el ticitl (médico), además de amarrar la herida2
y frotarla con tabaco y tierra, invocaba a Xochiquetzal. Incluso, cuando la ponzoña ya
había logrado colocarse de manera importante en el organismo del afectado, el médico
recurría a una acción terapéutica que consideraba más eficaz, a saber, caracterizarse como
la propia “diosa del amor”. Si el ticitl era hombre, cubría al afectado –quien encarnaba
a Yappan– con su tilma y si era mujer con su huipil. De esa forma recreaba el momento
en que Yappan rompió su abstinencia y fue castigado con la decapitación y la degrada-
ción del poder mortífero de su veneno (Ruiz de Alarcón 1987: 223).
Jaime Echeverría y Miriam López han propuesto que en Mesoamérica la decapita-
ción representó simbólicamente a la castración (2010: 139-140). Al parecer, la carga espe-
cífica de esta asociación dependía del contexto en que se realizaba. Así, en ciertos relatos
y representaciones se podía aludir a una “castración positiva”, vinculada con la fertilidad
de la mujer y la tierra; y en otros, como en el relato de Yappan, a una “castración nega-
tiva”, símbolo del castigo para el transgresor sexual. La relación alacrán-decapitación-
castración también pudo estar presente en un relato contemporáneo que recogió Calixta
Guiteras Holmes (1996: 134) entre los tzotziles de Magdalena, Chiapas. En este, el rayo
le come el pene al alacrán.
No tenemos certeza de que en otras áreas culturales de Mesoamérica el artrópodo
estuviera vinculado de manera tan clara con la transgresión sexual, solamente hay al-
gunos indicios que pueden dar sustento a esa posibilidad. En el área maya, por ejemplo,
el Dios M tiene por nombre Ek Chuah, “alacrán negro” (Diccionario maya Cordemex 1980)3.
2 Esta práctica aún está presente entre los nahuas de Ameyaltepec, Guerrero. En una oración llamada “Adi-
vinanza del alacrán”, se señala que para evitar que se le “trabe” a la persona el veneno del arácnido se te-
nía que recitar doce veces la siguiente frase: “Señor San Jorge, fruto bendito, amarra ese animalito con tu
cordoncito” (Amith 1997: 150).
3 Según el Diccionario Cordemex, Ek Chuh es “alacrán negro y grande”.
En el Códice Madrid esta deidad frecuentemente fue representada con la cola del arác-
nido. Esto es importante porque, según el Libro de los libros del Chilam Balam, el Katún
7 Ahau, regido por Ek Chuah, era del pecado. Así lo dice el texto:
Nadie se librará, nadie se salvará. El aguijón de su palabra les caerá encima de los ojos
y el corazón por todos los ámbitos del mundo. Mucho y completo adulterio será
la ocupación de todos; el pensamiento durante la noche será pecado de noche, el pen-
samiento durante el día será pecado de día […] De lasciv ia y locura será su palabra,
de lascivia y locura será el andar. (Libro de los libros del Chilam Balam 1984: 52)
Cuando el alacrán vino al mundo, vino con la intención de matar a quien picara, pero
para que ello fuera posible tenía que ayunar siete días. Iba ya en el sexto día de su abs-
tinencia cuando volando, volando, llegó a pararse ahí, en el suelo, un zanate. El ala-
crán estaba acostado junto a una piedra. Aunque con miedo, el zanate le pregunto:
¿Qué haces alacrancito?
Y el alacrán le contestó:
Pos yo aquí, estoy aquí ayunando.
¿Y por qué?
Le pregunto el zanate.
Aaah, porque a quien yo pique se tiene que morir, y para eso yo tengo que ayunar siete
días. Esa es la misión que cumplo. Ya nomas me falta un día.
El zanate le dijo:
Mmmm, no creo que lo logres porque eres bien chiquito. Mejor lo que debieras hacer
es comer, como yo; si vieras que contento me pongo cuando estoy lleno.
Pero el alacrán buscaba razones y se defendía. Entonces el zanate tuvo una idea
y le dijo:
A ver pícame mejor en una pata, a ver si de veras picas fuerte.
El alacrán, molesto, le picó una pata, pero el zanate le dijo:
No sentí nada, mejor ya come, ya no estés sufriendo.
Y el alacrán empezó a comer de su pata, ya mero terminaba, cuando el zanate voló
hasta la rama de un árbol chillando, porque los piquetes del alacrán fueron tremen-
dos. Es desde entonces que por donde anda el zanate se oye claramente como chilla.
Fuerte fue el piquete de veras, pero el zanate salvó al hombre de este mundo de morir
picado de alacrán. (Hernández 1980: Disco 1, Pista 1)
Como podrá notarse, en este caso la historia también se ubica en el tiempo del mito,
pues el texto señala que el zanate evitó la muerte del “hombre de este mundo”. Además,
el arácnido se encontraba junto a una piedra que recuerda al tehuehuetl de la historia
de Yappan y el zanate parece desempeñar la función de Xochiquetzal, ya que logró que
el alacrán rompiera su abstinencia, aunque en este caso la transgresión sexual ha sido
sustituida por la ruptura del ayuno. Esto último no es extraño, pues en diversos pueblos
mesoamericanos el acto sexual era equivalente al acto de comer (Olivier 2014: 132, 138)4.
A pesar de los ejemplos ante referidos, es necesario destacar que las evidencias que
vinculan al alacrán con la sexualidad no son del todo abundantes. No obstante, el relato
de Yappan da pauta para entender otra de las principales cargas simbólicas del artrópodo.
4 Olivier destaca esta equivalencia entre los tlapanecos. Para el caso de los huaves véase el artículo de Ales-
sandro Lupo en este mismo volumen.
5 Las traducciones son mías, siempre que no se indique otra cosa.
que ese era el tiempo “del palo y la piedra para los huérfanos de padre y de madre; será
el perseguirse como bestias de cuatro patas los hombres del 7 Ahau Katún” (1984: 52).
Y según Eric Thompson “en las lenguas tzeltal, tzotzil y chaneabal el escorpión es llama-
do tzec, palabra que, en yucateco, significa castigo o penitencia” (apud Olivier 2004: 392).
Actualmente, en la huasteca veracruzana el alacrán es asociado con la enfermedad,
aunque esta no es considerada un castigo divino. Esto lo podemos observar en el uso
del concepto tlazol, que antiguamente significaba “basura” y estaba vinculado con la trans-
gresión sexual, pero ahora es entendido como el mal que una persona ocasiona a otra
de manera involuntaria a través de una emanación del cuerpo. Según un informan-
te de la región, el padecimiento consiste en “un calor que cubre al cuerpo y que debi-
lita a la persona, la hace que se moleste, que se desespere. Cubre al cuerpo y hace que
la persona no tenga hambre, pues se siente lleno el estómago” (Castillo Gómez 2007: 55).
En este caso, es posible notar un rastro del vínculo entre el alacrán y la transgresión se-
xual, pues quien transmite la enfermedad –el que “entlazola”– es el que vive con enojo,
quien ha sido picado por un animal ponzoñoso, o quien tiene un intenso deseo que pue-
de ser sexual (Castillo Gómez 2007: 63).
Fig. 2 Uno de los costados de la caja de piedra dedicada a los animales nocturnos.
MNA. Dibujo de Ángel Vásquez
Viniendo a los agüeros que tenían, digo que eran sin cuento. Creían en aves noctur-
nas, especialmente en el búho […]. Sobre la casa que se asentaban y cantaban, decían
era señal que presto había de morir alguno de ella. También tenían los mismos agüe-
ros en encuentro de culebras y alacranes… (Mendieta 1997 I: 225)
En 1910 Seler destacó la relación entre el alacrán y el autosacrificio. Esta práctica ritual,
de la que nadie escapaba, era de suma importancia en el mundo mesoamericano. Los mo-
tivos por los que se llevaba a cabo la sangría del cuerpo eran muy variados. Dependien-
6 Hoy sabemos que el grado de dolor involucrado en el rito también dependía de la importancia y posi-
ción social de los individuos.
Fig. 5 Alacrán, zacatapayolli, cuerda y espinas. Caja de piedra. Museo de Berlín. Diseño de Ángel
Vásquez, basado en Seler (2004: 336).
Fig. 6 Alacrán, espinas y sangre. Detalle de “Los Altares del sacrificio” de Tizatlán, Tlaxcala. Dibujo
de Ángel Vásquez.
7 Aunque, como ha señalado Eric Thompson (1950: 76), también es posible que el Dios M sea principalmente
un dios de la cacería. Para plantear esta hipótesis el británico destacó varios elementos. En primer lugar, el vín-
culo entre los dioses de la cacería y el color negro; en segundo lugar, que el bulto de red que ha permitido identi-
ficar al dios M como Ek Chuah, es principalmente un instrumento de los dioses cazadores; y, finalmente, la rela-
ción que existe entre del Dios M y el Dios B en el Códice Madrid. Este último, que sin duda es representado como
cazador, está pintado de color negro, frecuentemente lleva un tocado de venado en la cabeza, su ojo es el glifo
del dios M, tiene el labio rojo y caído, y también porta la cola del alacrán. Agradezco esta información a Gui-
lhem Oliver, quien llegó a ella al preparar su trabajo sobre Mixcoatl que actualmente se encuentra en prensa.
ITINERARIOS VOL. 21 / 2015
Fig. 9 Número de ofrendas para detener el ataque de los animales preligroso. Códice Cospi (1988: lám. 21).
Cuando alguno quería casar a su hijo (en especial los señores y principales, todos
tenían memoria del día y signo en que el mozo había nacido, aunque no todos sabían
la significación de ellos) llamaban los declaradores y maestros de los signos, según sus
ceremonias y hechicerías. También ponían diligencia en saber el signo y nacimiento
de la doncella que le querían dar por mujer; y si los agoreros decían que denotaban
los signos, que casándose el mozo con aquella, había de ser ella mala o no bien casa-
da, no trataban del casamiento; mas si decía que los signos eran buenos y conformes,
procedía en el matrimonio… (Mendieta 1997: 245)
EL ALACRÁN Y EL TLACATECOLOTL
Vuestro dios […] dice que esta su hermana, con sus mañas y mala conversación, os
es perjudicial; de lo cual él está muy sentido y enojado contra ella, de ver el poder que
tiene ya adquirido por vías ilícitas sobre los animales bravos y perjudiciales, por vía
de encantamientos y hechicerías para matar a los que le enojan, mandando a la víbo-
ra, y al alacrán, o al ciento pies, o a la araña mortífera que piquen. (Durán 1967 II: 31)
La idea de que los “magos” tienen dominio sobre los animales peligrosos sigue vigen-
te en diversas comunidades de México. En el caso de los mayas, Guiteras Holmes (1996:
124) nos ofrece un ejemplo de las facultades de estos personajes. Los tzotziles de San Pedro
Chenalhó –nos dice la autora– llaman a esta enfermedad oxlajuneb, “trece”, pues son trece
los animales que se colocan en el cuerpo de la víctima, entre ellos están las serpientes vene-
nosas, hormigas, avispas y alacranes. Entre los purépecha de Cherán, Michoacán, se cree
que el avistamiento de alacranes saliendo de una casa representa la hechicería obrada so-
bre la familia que la habita. A esto le llaman “salación” o “cochinada” (Gallardo 2002: 149).
Pero los tlacatecolotl no solo utilizaban la magia para dominar a los animales, tam-
bién podían simularlos. Es fray Juan Bautista quien indica esta posibilidad: “Hay otros
embaidores que hacen al palo parecer culebra y un petate parece culebra de cien pies
y una piedrezuela parece que es alacrán” (1985: 152).
Otra variante fue que el tlacatecolotl usara a su nahualli para dañar a la gente, es decir,
al ser con el que compartía una de sus entidades anímicas: el tonalli8. Todavía a finales del si-
glo XX un clérigo oaxaqueño afirmó que su tona era un alacrán y quería que un “chamán”
se la restituyera, pues la habían perdido debido a un susto (cf. Marroquín 2007: 169). Para
el contexto prehispánico, en la Crónica mexicáyotl (Alvarado Tezozomoc 1998: 91) se señala
que el gobernante de Cuauhnahuac, Ozomatzintecuhtli, era nahualli y tenía dominio sobre
las arañas, el ciempiés, la culebra, el murciélago y el alacrán, a los que ocupaba para proteger
a su hija Miahuaxihuitl, quien era pretendida por el gobernante de Tenochtitlan, Huitzili-
huitl. Con numerosas variantes, la idea de que el “brujo” daña a través de su nahualli sigue
vigente, así, los mixes (cf. Martínez 2011: 95) creen que quien posee c’ok (equivalente a na-
hualli) de escorpión (ka’pi) puede asustar a los niños con solo posar su mirada sobre ellos.
CONCLUSIÓN
8 López Austin señala que los nahualli tenían la capacidad de controlar sus entidades anímicas (tonalli,
teyolia e ihiyotl) y con la que se alojaba en el hígado (ihiyotl) poseían a los animales (1989 I: 427). Por su
parte, Roberto Martínez considera que es el tonalli el que conecta al hombre con su nahual (2011: 132).
9 Al inicio de este trabajo explicamos que para los pueblos mesoamericanos no existió una división ta-
jante entre lo bueno y lo malo. Así, aunque en esta ocasión nos enfocamos en la carga negativa del ala-
crán, es pertinente mencionar que algunas fuentes también lo vinculan con acciones benéficas para la vida
de los hombres. Por ejemplo, su veneno fue utilizado como medicina para curar las enfermedades reumá-
ticas (cf. Cruz 1996: f. 74r) debido tanto al efecto paliativo que produce como a un principio de opuestos,
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en donde una enfermedad fría es contrarrestada con un remedio caliente (agradezco esta observación
a Guilhem Olivier). En el Códice Madrid su imagen estuvo relacionada con el tiempo en que se generaban
las lluvias necesarias para los cultivos (cf. Sotelo 2002: 91) y con el inicio de la temporada de caza de venado
cola blanca (cf. Vail 1997: 73). Entre mayas y nahuas el alacrán fue –junto con otros animales ponzoñosos,
el picietl, la cal, el ololiuhqui y el tizne– uno de los ingredientes para elaborar un emplasto que funcionaba
como medicina para curar a los niños enfermos; como ungüento protector para los sacerdotes que reali-
zaban ceremonias en lugares peligrosos, como los bosques; y como ofrenda para los dioses, por lo que fue
llamado “comida divina” (Durán 1967 I: 51-52; Acosta 1985: 263 y Vázquez 1937-1944 I: 54).
10 Es posible que la lluvia tormentosa esté indicada en la lámina 31a del Códice Madrid, en donde se encuen-
tra una representación del Dios B con cola de alacrán. El dios se encuentra en el centro y está flanqueado
por los distintos rumbos del universo por cuatro animales que han sido identificados como ranas. Tanto
de la deidad como de las ranas emana agua. En la lámina 69 del Códice Borgia el arácnido, además de es-
tar asociado con Xiuhtecuhtli, fue representado dentro de una corriente de agua y fuego, elementos que
entre los nahuas conformaban el difrasismo atl tlachinolli (agua-campo quemado) que significaba guerra.
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Title: Deer and Crocodiles. Roles, Values and Identities in Huave Narratives about Sexual
Intercourse between Animals and Human Beings
Abstract: The rich repertoire of narratives told by the Huave of Oaxaca includes several
tales in which animals have sexual intercourse with men or women. This article provides the
transcription, translation and interpretation of two of them, and the analysis of a third one: in
the first narrative, two boys discover that their grandmother feeds and mates with a deer, which
they kill and give the old lady to eat; the second one tells the tragic adventure of a fisherman
who cannot resist the desire to copulate with a female alligator; the third one evokes the story
of a fratricidal and cannibal boy, who rapes the lunar goddess and is then transformed into
a rabbit by her. These paradoxical examples which describe impossible sexual acts endowed
with a powerful symbolic meaning help us to understand the indigenous conceptions about the
fragile boundaries between different life forms, the arduous process through which a society
constructs the individual identity, the appropriate roles for both genders, and the values that
should guide people’s behaviour.
INTRODUCCIÓN
1 Empecé a reunir testimonios de la tradición oral en San Mateo del Mar desde mi primera temporada
de investigación, en 1979. Los materiales etnográficos que presento fueron recogidos en el curso de tres dé-
cadas, en el ámbito de las actividades de la Missione Etnologica Italiana in Messico. Esas actividades fueron
posibilitadas por las contribuciones del Ministero degli Affari Esteri, del Ministero dell’Università e della
Ricerca y del Consiglio Nazionale delle Ricerche.
2 Como el que ubica el origen de las gentes posteriores al diluvio en los perros, presente ya en la Leyenda
de los Soles (en: Códice Chimalpopoca 1975: 120) y hasta hoy muy difundido en todo México (cf. Horcasitas 1988).
3 Sobre la trasformación de los exponentes de una humanidad anterior en monos, véase, por ejemplo, el Po-
pol Vuh (Recinos 1986), el Códice Vaticano A (1996) y la Histoire du Méchique (2002: 144-145); en perros,
véase la ya mencionada Leyenda de los Soles (en: Códice Chimalpopoca 1975: 120); en cerdos, véase la reco-
gida por mí entre los nahuas de la Sierra de Puebla (Lupo 2012: 46).
4 Las referencias bibliográficas sobre este tema son innumerables; me limito a señalar a Foster (1944), Ló-
pez Austin (1984), Signorini y Lupo (1989) y Martínez González (2011).
5 Las posibilidades son: 1) categoría natural-grupo humano; 2) categoría natural-persona humana; 3) in-
dividuo natural-persona humana; 4) individuo natural-grupo humano. La concepción mesoamericana
del alter ego correspondería a la tercera tipología, aunque Lévi-Strauss (1962a: 24) no menciona el tonalis-
mo y cita solo el caso algonquino, bastante similar.
6 También aquí los casos son numerosísimos: van desde los más remotos testimonios coloniales de Ruiz
de Alarcón (1892: 132-133) y Gage (2001: 392-400) hasta los más recientes de una vastísima literatura etno-
gráfica (sobre los huaves, cf. Tranfo 1979).
7 Indico entre barras diagonales (/…/) las traducciones literales y entre comillas simples (‘...’) las traduc-
ciones libres.
mida [hay un «mínimo» común denominador:] que una y otra operan una conjunción por
complementariedad” (Lévi-Strauss 1962b: 140, subrayado en el original). En los contextos
etnográficos esa equivalencia se traduce en una paralela institución de normas exogámi-
cas y tabús alimenticios, en la cual los animales adquieren un significado cultural parti-
cular con base en el consumo que de ellos hacen los hombres, que es simétrico al acceso
matrimonial de estos a las diversas tipologías sociales de sus semejantes (cf. Leach 1964;
Tambiah 1969). Sin embargo, entre los huaves hay una ausencia de grupos de descenden-
cia corporativos y de reglas matrimoniales complejas (cf. Signorini 1979: 129 y sigs.), que se
corresponde con la ausencia de normas elaboradas de evitación del consumo de alimen-
tos animales, como en las sociedades llamadas “totémicas”. La atención, por consiguiente,
se concentra más en el tipo de alimento que consumen los animales que en el tipo de ani-
males que comen los humanos. Esto no resta relevancia al hecho de que en las narraciones
huaves los dos planos del acto de “consumir” al otro –en forma oral o genital– aparezcan
con frecuencia juntos, cuando no explícitamente equiparados.
VENADOS
Ese es el caso del primer cuento que me propongo examinar, que me fue relatado en len-
gua huave el 2 de septiembre de 1995 por Juan Olivares, quien ya anteriormente había
proporcionado una versión en español a Elisa Ramírez, incluida entre los “Cuentos para
hacer reír” de su libro El fin de los montiocs (1987: 193-194).
89
Xikwüwít9 Venadito
Como habrá notado cualquiera que tenga alguna familiaridad con la narrativa in-
dígena, se trata de la enésima variante de un conocido tema narrativo –muy difundido
en el centro y sur de México10–, en el que dos niños descubren las relaciones sexuales
10 Cf. Gordon (1915), Thompson (1930: 119-135), Schultze Jena (1977: 24-27), Parsons (1970: 324-328), Ca-
rrasco (1961), Carrasco y Weitlaner (1952), Miller (1956: 79-97), Williams García (1957), De Cicco y Horca-
sitas (1962), Slocum (1965: 7-18), Navarrete (1966: 422-423), Thompson (1967: 22-27), Stubblefield y Stubble-
field (1969), Hoogshagen (1971), Weitlaner y Castro (1973: 197-202), Hollenbach (1977), Incháustegui (1977:
28), Weitlaner (1981: 52-62), Bartolomé (1979: 23-25, 1984), Loo (1987: 144-146), Lipp (1991: 75-76), Bartolo-
mé y Barabas (1996: 195-199), Torres (2001: 226-259), Braakhuis (2010).
11 Me parece innecesario señalar el evidente antropomorfismo del venado parlante, al que la mujer lleva
todos los días alimentos preparados por ella.
12 La explícita ambivalencia de este llamado verbal aparece en forma totalmente análoga en la narra-
ción recogida por Incháustegui (1977: 28), en que la mujer provoca a su pareja poniéndose en cuatro patas
con la falda levantada y diciendo en alta voz que le ha traído su “comida”.
13 Cuando el narrador describe el acto sexual del venado con la mujer, en efecto, recurre al verbo ahtep,
/montar/, más apropiado para la cópula de cuadrúpedos y con connotaciones mucho menos fuertes.
14 Véase lo que dice al respecto Ramírez (1987: 27-28). En ocasión de un matrimonio en el que me tocó
participar en calidad de fotógrafo, el 12/5/2011, uno de los invitados más ancianos y prestigiosos reunidos
en casa de la novia entretuvo a los presentes contando un cuento titulado Rancho tigre, que fue escucha-
do con respetuosa atención.
15 Deliberadamente hago referencia a otro “mito” huave, aunque tengo presente la recurrencia del mo-
tivo de las cabezas decapitadas de héroes que, colgadas de árboles o edificios, se transforman en astros,
desde el Popol Vuh hasta nuestros días (cf. Recinos 1986; Bartolomé 1984; Braakhuis 2010), porque no es-
toy de acuerdo con el discutible atajo que siguen muchos al ir a buscar posibles “significados” de las na-
rraciones en otros contextos etnográficos, cuando es imposible extraerlos de las informaciones conteni-
das en el relato original.
16 La línea imaginaria creada por la prolongación del segmento entre η y α Leonis (que corresponde
al arma que el Cazador empuña), apuntaría en efecto en dirección al Venado-Sagitario, en el otro extre-
mo de la bóveda celeste.
LAGARTAS
La segunda narración que quiero examinar se presenta a primera vista como el relato
de la desdichada experiencia realmente ocurrida a uno de los tantos pescadores huaves,
que hasta hoy recorren la orilla de las lagunas durante la noche con su cesta y su atarra-
ya. Sin embargo, como la anterior y como tantas otras narraciones análogas, es también
una representación alegórica, con los sexos invertidos, tanto de las peligrosas consecuen-
cias de la falta de control de las pulsiones más inmediatas (de las que los apetitos sexuales
son la manifestación primaria) como de las asechanzas que amenazan a quienes frecuen-
tan los espacios extraurbanos, que, como ya se ha recordado, a menudo se manifiestan
bajo la forma de animales (cf. Lupo 2004). También este cuento me lo relató Juan Oli-
vares, en huave, el 31 de agosto de 1995, y hay una breve mención de él en el artículo so-
bre la concepción y el nacimiento de Carla María Rita (1979: 265 y sigs.), donde se habla
de los temores que provoca en los recién casados el peligro de que la vagina de sus espo-
sas tenga dientes capaces de cortarles el miembro. Es precisamente en torno a esos di-
fundidos temores que gira otro cuento cómico de fondo sexual17, en el que un ingenuo
joven recién casado, por su inexperiencia, confía a un viejecillo astuto la tarea de rom-
per preventivamente los dientes de la vagina de su esposa. Pero en este último divertido
cuento, nadie sufre consecuencias serias por los coitos debidos a la libido senil del falso
“experto”, mientras que en el que vamos a examinar, el sexo entre el pescador y la lagar-
ta tiene un resultado previsiblemente fatal.
17 Siempre tomado del repertorio de Juan Olivares. Véase también Ramírez (1987: 202-204).
Pues nej tapiüng apajlüy aweaag aaga jüm kiaj. Pues él dijo que se va a juntar con esa lagarta.
Pues, tasap a jüm kiaj, tajlüy aweaag aaga jüm kiaj, Pues agarró esa lagarta, se juntó con esa lagarta,
¡pero naleaing! ¡pero de veras!
Kos jüm Porque la lagarta
ajiür aaga tiene la
mikang nej vagina
atnej sierra, ¿ngwaj? como una sierra, ¿no?
Apmajmel mi… Va a entrar su…
mieen nej, su miembro,
pero para mawün, pero para sacarlo,
ngondom mawün. no lo puede sacar.
Apakülan kiaj [tiül]. Queda nomás ahí [adentro].
Pues alndom mawün, pero neakiy, Pues lo puede sacar, pero dilata
sitel nej apakül si él se va a quedar un
tiempo leaw a jüm apmatsambiich [nej], pues tiempo hasta que la lagarta lo va a soltar, pues
nej alndom maw, él puede salir,
pero sitel ngwüy, ngwüy, pues pero si no, no, pues
nej apmandeow. él se va a morir.
Pues kon masap nej [aag] ayaj Pues cuando lo agarra [el miembro] ésa [lagarta]
alndom mandooig. puede cortarlo.
Atkiaj tal vez Así tal vez
jüm ajneaj omeaats la lagarta queda contenta
para majlüy aweaag nop naxey. para juntarse con un hombre.
Pero como nipilan Pero como es gente
napench mieen nej, está blando su miembro,
pues jüm alndom mandooig. pues la lagarta lo puede cortar.
Nop naxey atkiaj tarang: Un hombre así hizo:
tajlüy aweaag jüm se juntó con una lagarta
y kondom jüm y luego la lagarta
tapal tiül mieen nej. cerró adentro su miembro.
Pues tandooig y nej tandeow. Pues lo cortó y él murió.
A veces jüm aton – A veces el lagarto también -
éste – éste -
ayamb a… busca…
ayamb üet, ajiür üet. busca de comer, tiene que comer.
Tanomb ajlüy xeyay Antiguamente había muchos
tiül bulsa pil, en la ‘bolsa del guamuchil’,
tiül mindek niür. en la ‘laguna del mangle’19.
Pero nganüy kos langomajlüy. Pero ahora ya no hay.
Pores tanomb Por eso antiguamente
tandeaküw aaga kwenta kiaj: oyeron este cuento:
atkiaj tarang aaga jüm. así hizo esta lagarta.
Kos najlüy xeyay jüm tanomb. Porque había muchos lagartos antiguamente.
Aag ayaj cuento okweaj… Este es el cuento de…
micuento jüm. el cuento de la lagarta.
18
18 Se trata de dos localidades situadas a lo largo de la vasta laguna junto a la cual se encuentra el pueblo
de San Mateo del Mar, llamada Kawak ndek /Laguna meridional/ (cf. Tallè 2004), que se extiende por va-
rios kilómetros paralela a la costa del Océano Pacífico.
19 Ya en el siglo XVII Burgoa observó que en las lagunas alrededor de las cuales vivían los huaves prolife-
raban “los cocodrilos, caymanes, ò lagartos à millares” (1997: f. 367v).
20 Por lo demás, la atribución a las mujeres de un lagarto como doble no se limita a la región huave. Los pri-
meros testimonios al respecto se remontan al tratado de Ruiz de Alarcón (1892: 132-133), escrito en 1629.
(chach21) se excita a la vista de ese órgano, tan similar al humano, al punto de no resistir
la tentación de un coito zoofílico. Y la misma lagarta no desdeña la unión, más bien “queda
contenta para juntarse con un hombre” –ajneaj omeaats para majlüy aweaag nop naxey–,
revelando así que se ajusta perfectamente a la tipología de las peligrosas emanaciones
de la Tierra, que en la época árida se aparecen a los pescadores a las orillas del océano,
para atraerlos con el fin de realizar coitos que igualmente tienen como resultado la cas-
tración: si la lagarta del cuento es un animal, en lugar de una mujer hermosa como la Sap-
cheeb /tiburón que agarra/ (cf. Lupo 2004), su ansia de semen masculino es la misma, así
como es también idéntica la captura del miembro de la infortunada víctima y su castra-
ción. Toda la detallada explicación técnica del comportamiento de esa vagina “natural-
mente” dentada con el blando pene del pescador –quien habría podido retirarlo íntegro
si solo hubiera esperado pacientemente a que lo soltara–, sirve únicamente para desta-
car la insaciable voracidad sexual del reptil y es el evidente correlato genital de su apetito
oral, recordado explícitamente por el narrador cuando comenta que “a veces el lagarto
también busca de comer, tiene que comer –A veces jüm aton […] ayamb üet, ajiür üet”.
Esto trae a la memoria a los oyentes que los lagartos, aún antes que improbables presas
sexuales de los hombres, son sus voraces predadores potenciales. Como el tiburón que
presta su nombre a la insidiosa aparición antropomorfa que seduce y castra a los “muje-
riegos”, también la lagarta tiene una boca erizada de dientes que representa bien el po-
der castrador de sus genitales: se puede decir que en este animal la analogía entre los dos
orificios es tanto morfológica como funcional. No está de más recordar que una sim-
bología totalmente análoga inspiraba, en el lejano pasado, la denominación de figuras
extrahumanas de connotaciones telúricas amenazadoras como la “Mariposa de obsidia-
na”, Itzpapalotl, y la “Vieja de dientes de cobre”, Tlantepuzilama (cf. Olivier 2004, 2006).
Creo que merece atención un último detalle, contenido en una versión anterior de este
cuento que me fue relatada en español (el 9/10/1985). Juan Olivares subrayó que hay una
notable semejanza entre la vulva de la lagarta y la espina de la mantarraya –xiülan /manta-
rraya/: Manta bisostris (Stairs y Scharfe 1981: 409), Dasyatis sp. (Cardona 1979: 350, 361)–,
pez muy temido por los dolorosísimos pinchazos que es capaz de infligir:
la lagarta tiene una garra, ¿no? Una cosa como la espina de la mantarraya, es como
una sierra, ¿no? Y cuando entra el miembro, para quitarlo no se puede, porque es
como una sierra que sierra la madera, ¿no? Es como es el fi lo, ¿no? Así es, dicen.
Para entrar sí entra, pero para jalar pa’ atrás, ya no. (Juan Olivares, entrevista del
9/10/1985)
Sería difícil no percibir el eco del remoto pasado prehispánico en el que ese objeto
servía para la práctica ritual del autosacrificio, que entre otras modalidades preveía per-
21 Este mismo epíteto aparece en el título de una importante narración (Mikwenta mikwal chach nerap
/Cuento del hijo del pregonero tonto/) vinculada al régimen de lluvias, en la que se define como “tonto”
al padre del muchacho protagonista, que no sabe contener sus impulsos verbales –evidentemente relacio-
nados con su cargo de nerap /pregonero/– y revela públicamente a las autoridades locales el secreto que su
hijo le había confiado en la intimidad del hogar (cf. Lupo 2015).
forar con él el miembro viril, lo cual provocaba una hemorragia de evidente valor fecun-
dador, como en el mito de la creación de la humanidad protagonizado por Quetzalcoatl
(cf. Códice Chimalpopoca 1975: 121). Precisamente, porque entre los huaves no ha quedado
ningún recuerdo de tales usanzas, me parece que esa comparación explícita entre el an-
tiguo instrumento perforador y la vulva de la lagarta confirma el sentido de la historia
de nuestro desdichado pescador, que está muy lejos de ser anecdótica y cómica.
CONEJOS
22 El significado de este nombre es oscuro para los huaves, pero el narrador –tras muchos años de cola-
boración con los lingüistas del Instituto Lingüístico de Verano– aventura la hipótesis de que pueda signi-
ficar ‘mi antiguo al poniente’ (> xa- /mi/, prefijo posesivo de la primera persona del singular; weal /anti-
guo/; [no]leat /oeste/), en referencia a la posición cardinal de la luna en el momento de su ascenso al cielo.
23 En el riquísimo corpus de cuentos que tienen como protagonista a Pedro el conejo –y de los que Juan
Olivares ha sido experto narrador–, no pocos refieren sus hazañas en términos de depredación alimenti-
cia y sexual. Entre las hembras que fueron víctimas de su exuberancia no solo se cuentan mujeres –como
las hijas de un agricultor que lo había contratado como porquerizo y las feligresas encintas de las que él,
disfrazado de cura, se jacta, al decirles que puede “bautizar” a las criaturas todavía dentro del útero–, sino
también animales, como el “tigre” (hembra del jaguar) que el conejo logra poseer por detrás, haciéndola
quedar atorada en una cavidad del suelo (cf. Ramírez 1987: 212-216).
CONCLUSIONES
Para concluir este largo recorrido por la narrativa huave en torno a los ocasionales coi-
tos entre humanos y animales, me parece interesante retomar una sugerencia derivada
de la lectura de un fascinante estudio de las concepciones sobre el ser humano de los inuit
del Ártico, cuyo autor, Bernard Saladin d’Anglure (2006), se ve enfrentado a cuestiones
24 El motivo de la cabeza cortada que se transforma en astro está verosímilmente en la base de la asocia-
ción simbólica entre la decapitación y el juego de pelota mesoamericano (Miller y Taube 1993: 43), cuya
más explícita representación mítica se encuentra en el Popol Vuh (Recinos 1986). Acerca de la equivalen-
cia entre la acción de colgar la cabeza de la viga más alta del edificio y el surgimiento de los astros, véase
Tedlock (1991: 165), Graulich (2005: 321) y Olivier (2008: 199 y sigs., 2010: 458).
25 Los huaves identifican las fases del ciclo lunar con las del desarrollo de las plantas y los animales, de ma-
nera que la desaparición mensual del astro se equipara conceptual y verbalmente a su “muerte” (andeow
kaaw /se enferma, muere la luna/ ‘luna nueva’), mientras que en su primera reaparición es equiparada a una
niña (naliw kaaw /luna tierna/ ‘primera hoz de luna creciente’) (Lupo 1981: 290).
Objeto
Acciones humanas
Humanos Animales
– +
Comer
canibalismo caza
+ –
Copular
matrimonio zoofi lia
26 No es este el lugar adecuado para profundizar en el muy debatido tema del tabú del incesto; con res-
pecto a su caracterización como elemento distintivo de la humanidad plena, me limito a dos referencias
obligadas: Lévi-Strauss (1984) y Héritier (1994).
ideas: la idea “tonalista” de la co-esencia del individuo y su alter ego zoomorfo y la idea
“nahualista” de la trasmutabilidad de algunos receptáculos corpóreos (mago metamór-
fico), o de la movilidad entre los varios cuerpos posibles, humanos o animales, de la do-
tación anímica común (proyección a distancia; cf. López Austin 1984 I: 430; Signorini
y Lupo 1989: 69; Galinier 2006; Lupo 2013b: 84). Me parece que, precisamente, la fragi-
lidad de esa frontera ontológica es lo que subyace a la legendaria relación del pescador
con la lagarta, en la cual emerge no solo el motivo del tabú de la caza a esos reptiles –por
el riesgo de matar a las personas de las que son el alter ego–, sino también el de la seduc-
tora proximidad morfológica –la semejanza de los órganos genitales–, que hace de cata-
lizador de ese imprudente apareamiento.
A pesar de estos reparos, sin embargo, la proscripción de las uniones entre hom-
bres y animales continúa vigente y poderosa. Si bien no se puede excluir la posibilidad
concreta de que en algunas ocasiones hasta los huaves –como tantos pueblos pastori-
les– practiquen actos sexuales con animales domésticos a su alcance, no es de esas trans-
gresiones concretas –en definitiva veniales e insignificantes– que se ocupa su tradición
oral. Los diversos relatos que he examinado se refieren en cambio a apareamientos ima-
ginarios con seres de aspecto animal, cuya naturaleza ambigua oculta potencialidades
que desbordan la limitada esfera de acción animal: ni el venado fornicador del primer
cuento ni la lagarta seductora del segundo, ni mucho menos el satiresco conejo del terce-
ro, son animales comunes. Su apariencia esconde ya figuras numinosas que personifican
fuerzas cósmicas potentes y potencialmente amenazadoras –como el venado fecundan-
te celeste y la lagarta castradora telúrica– ya personajes que resumen en forma paradig-
mática las más incontrolables pulsiones humanas –como el muchacho-conejo, a la vez
homicida, caníbal, violador e incestuoso–. Me parece que el uso alegórico de esos ani-
males representa bien, en las palabras de Tim Ingold, “un estado del ser […] en el que
las acciones son movidas por impulsos emotivos innatos no disciplinados por la razón
ni por la responsabilidad” (1994: 5). Un estado ejemplarmente “ferino”, ideal para “des-
cribir la imaginaria condición de los seres humanos “en bruto”, no tocados todavía por
los valores y las rémoras de la cultura o de la civilización”. Es en cambio hacia la fatigo-
sa, gradual y precaria apropiación de tales valores y el dominio de los comportamientos
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ción narrativa de sus más extremas transgresiones– la sociedad huave trata de plasmar
y hacer plenamente humanos a sus miembros.
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