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1. Introducción
Este trabajo está organizado de la siguiente manera: Primero hago una aproximación a la Virtud,
pasando casi inadvertidamente a la diferenciación de las Virtudes, mientras que luego me detengo en
una de las virtudes cardinales: la Prudencia, aquí la desarrollo tomando varios autores, principalmente
Santo Tomás, con la pregunta ¿qué es la prudencia?, para después pasar a descubrir el camino que nos
propone el padre Angélico y finalmente el papel de la Gracia del Espíritu Santo en relación a las virtudes.
El deseo de responder a varios interrogantes me llevo a investigar sobre este tema, o sea, aparte del
objetivo principal que tiene como final de una materia. Con esto me gustaría aclarar que hay varios
autores mezclados (citados al pie) por lo que antes mencionaba, pero que me ayudaron a ir divisando a
través que avanzaba el trabajo la importancia de la virtudes en nuestra vida.
2. Areté
La virtud en general: Es un “hábito operativo bueno”; definición completa pero densa: el termino hábito
significa una cualidad permanente que no se pierde con facilidad; operativo quiere indicar a que esta
ordenado el hábito de la virtud, perfecciona el sujeto directamente para que este pueda realizar mejor su
actividad propia; bueno podría parecer innecesario: el acto de toda potencia es bueno, porque no es
más que una realización de su propio dinamismo natural. Este nunca podría ser malo. Aquí entendemos
bueno en sentido pleno: el acto no es bueno solo respecto de la potencia, sino respecto de todo el
hombre. Este es una persona que tiende a su propia perfección: para alcanzarla no puede permitir que
cada potencia actúe de modo independiente, sino que debe regularla para el pleno y armónico
desarrollo de su personalidad. La acción será completamente buena solo si ayuda al hombre a realizar
su perfección humana. Además, el hombre, al ser una persona creada, solo puede ser perfecto en la
adhesión perfecta a Dios.
En el Bautismo Dios infunde en el alma, sin ningún merito nuestro las virtudes, que son disposiciones
habituales y firmes para hacer el bien. Las virtudes infusas son teologales y morales. Las teologales
tienen como objeto a Dios, las morales tienen como objeto los actos humanos buenos.
Si recurrimos al vocabulario de teología podemos afirmar que, el hombre perfecto, no es el que se
esfuerza por ser tal, sino que el que busca a Dios para alcanzarlo; sigue el camino que Dios mismo trazó
y que es el único por el que se puede desarrollar y realizar como persona e hijo de Dios; esta actitud
fundamental se expresa por la formula andar con Dios. Esta actitud es la que hace de Noé un hombre
integro contrario a los malos que lo rodean. La virtud consiste en una viva relación con Dios, en una
conformidad de sus palabras, en una obediencia a sus voluntades, en una orientación profunda y
estable hacia Él; esta relación hace al hombre justo; esta fidelidad en seguir el camino del Señor es la
virtud fundamental que Abraham deberá enseñar a sus hijos, y cuya práctica es la condición de la
alianza. En el corazón se halla la raíz de la virtud. En él deben grabarse las palabras de Dios para que
sean en él el principio de fidelidad amante que es el alma de toda virtud.
“todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea
virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta”.
La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no solo realizar actos
buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona
virtuosa tiende al bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.
3. Las virtudes.
Las virtudes teologales son tres: Fe, Esperanza y Caridad, mientras que las morales o cardinales son
cuatro: prudencia, justicia, templanza y fortaleza.
Virtudes Teologales.
Fe: es la por la cual creemos en Dios.
Esperanza: Por ella esperamos y deseamos de Dios, con una firme confianza, la vida eterna y las
gracias para merecerlas.
Caridad: Es por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestros prójimos como a nosotros
mismos.
Virtudes Cardinales.
Prudencia: Dispone de razón práctica para discernir nuestro verdadero bien y elegir los medios justos
para realizarlo.
Justicia: Consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido.
Fortaleza: Asegura la firmeza y la constancia en la práctica del bien.
Templanza: Modera la atracción hacia los placeres sensibles y procura la moderación en el uso de los
bienes creados.
Tomando la “vida espiritual” de Servais pinckaers, nos dirá que: Las virtudes son actitudes firmes que
nos hacen actuar buscando lo mejor y tender hacia la perfección que nos conviene a nuestra persona y
a nuestras obras. En una palabra: las virtudes nos permiten ejercer plenamente nuestro oficio de
hombre. Solo la experiencia revela verdaderamente lo que pueden ser estas cualidades dinámicas.
Recordemos que las virtudes así entendidas no son simples hábitos, una especie de mecanismo
psíquico formado en nosotros mediante la repetición de los mismo actos materiales, que disminuirían el
compromiso personal; son propiamente “hábito”, disposiciones a obrar cada vez mejor obtenidas por
una sucesión de actos inteligentes y libres.
De esta manera descubrimos que la prudencia es la virtud que permite abrir la puerta para la realización
de las otras virtudes y las encamina hacia el fin del hombre, “la felicidad”; entonces vemos su relación
con la aquella otra virtud esencial: “La caridad”, y podemos decir que estas dos virtudes son los nexos
necesarios para todas las otras. Volviendo a la “Vida Espiritual” leemos:
La caridad es el amor de Dios dado por el Espíritu Santo, que ejerce tanto en nosotros como en la
Iglesia, su poder unificador: la caridad reúne todas las virtudes, como en un cuerpo vivo, y las ordena,
cada una en su rango, según su papel, a la vida amorosa de Dios, fin ultimo verdadero y pleno del
hombre. La caridad es la virtud por excelencia. Se encuentra en la fuente misma de la vida espiritual.
Podemos compararla con la sangre, que bajo el impulso del corazón, circula por todo el cuerpo para
alimentar los órganos. Sin ella, las otras virtudes se vuelven estériles y se marchitan; no pueden
fructiferar ante Dios. Sin embargo la caridad no podría desarrollar su obra sin la prudencia, que
representa para la vida espiritual lo que el ojo para el cuerpo. Gracias a la prudencia, virtud del juicio y la
decisión, es como sabemos descubrir la medida que conviene en el ejercicio de cada virtud, incluida la
práctica de la caridad. Por muy generosa que sea esta, se echaría a perder sin el discernimiento de la
razón. La prudencia, como virtud de la razón creyente y amorosa, ejerce, también una función general
entre las virtudes: asegura su conexión en el juicio sobre la acción concreta y nos guía paso a paso por
los caminos que nos conducen a la bienaventuranza prometida.
Como alcanzarla.
Santo Tomás nos propone un camino por recorrer para llegar a una acción regulada por la prudencia:
El recuerdo de la experiencia pasada: Si una persona no sabe reflexionar sobre lo que le ha
sucedido a él y a los demás, no podrá aprender a vivir. De esta manera la historia se transforma en
maestra de la vida.
Inteligencia del estado presente de las cosas: El obrar prudente es el resultado de un
“comprender - juzgar” y no de un “amar - desear”, mirando la comprensión como la total
responsabilidad, como el verdadero amor que libera de las pasiones para llegar al final de la
vocación humana “felicidad – gloria a Dios” y mirando el amar – desear como un apego desordenado
a las pasiones.
La sagacidad en ponderar lo que puede pasar en el futuro: Se tendría que saber valorar y prever
las posibles consecuencias e implicaciones que pueden derivar de la posición de un determinado
acto. Santa Teresa nos ofrece un ejemplo cuando ella refiriéndose a los coloquios entre los
confesores y las monjas fuera del confesionario, observa que conviene pensar que podría ocurrir.
Discernimiento al confrontar un hecho con el otro: una determinación con la otra: Descubrir en
cada opción las desventajas y las ventajas que ofrecen para poder llegar a realizar una buena
elección.
Docilidad en seguir el consejo de personas experimentadas: Esto significa asumir con humildad
nuestras limitaciones, recurrir al consejo de todas aquellas personas que puedan aportarnos algo de
luz.
Circunspección para confrontar las circunstancias con lo que esta ordenado al fin: Esto seria que
alguna acción mirada y tomada independientemente puede llegar a ser muy buena y conveniente,
pero viéndola desde dentro de un plan de vida, de un proyecto de Dios, se vuelve mala o inoportuna.
Si seguimos este camino podremos actuar prudentemente y es camino seguro hacia la felicidad, aunque
falta agregar la acción que el Espíritu Santo realiza dentro nuestro.
4. De la gracia del Espíritu Santo a las virtudes.
En la vida espiritual y en el origen de su estructura se encuentra el Espíritu Santo que recibimos por la fe
en Cristo, cuando abrimos nuestra inteligencia y nuestra voluntad a la luz de la Palabra de Dios. A la fe
se le asocian, en un mismo movimiento la esperanza y la caridad, que la vuelven activa. Mediante este
compromiso espiritual, la gracia del Espíritu penetra en las virtudes morales, regidas por la razón y
agrupadas en torno a la prudencia, que discierne lo que conviene hacer. La Gracia llega hasta la
sensibilidad y la imaginación y desciende hasta las profundidades del inconsciente; se encarna
asociando el mismo cuerpo al obrar espiritual, y de este modo ordena a todo el hombre a la
bienaventuranza de Dios.
Por otra parte, en virtud de nuestra condición carnal asumida por Cristo, a la gracia interior le
corresponden como instrumentos exteriores y visibles, la Escritura en su texto, la Biblia, y los
Sacramentos con la liturgia. Así se establece una conexión esencial entre la vida espiritual, animada por
las virtudes, la lectura de la Escritura como Palabra de Dios y la vida sacramental, dispuesta en torno al
Bautismo y la Eucaristía, como celebración de la Pasión del Señor.
5. Conclusión.
Me gustaría citar la parábola de la diez jóvenes ya que creo que aquí aparece completamente dibujado
como deberíamos actuar y como no; ya que si hacemos una lectura detenida, vemos como las jóvenes
prudentes descubren que sus lámparas podían llegar a quedarse sin aceite, esto lo saben porque
supieron tener en cuenta un hecho anterior (alguna vez se habrán quedado sin aceite) del cual
aprendieron, quizás la duración del aceite u otra cosa, y obraron en virtud del daño que podían sufrir si
se les acababa el aceite y de la recompensa que tendrían si no. Al final vemos que las prudentes son las
que entran a celebrar con el esposo mientras que las imprudentes, quedan fuera; aquí quedo claro: la
imprudencia nos aleja de la espera firme del Señor y nos obstaculiza el encuentro con Él. También en
esta lectura se trasluce el camino ofrecido por Santo Tomás para llegar a actuar prudentemente.
A todo esto creo que hay que sumarle la Gracia bautismal que nos ayuda a tener en cuenta al momento
de obrar si lo hacemos con caridad, y en virtud de aquella perenne Ley: Cristo encarnado: Señor y
modelo de todas las virtudes.
6. Bibliografía.
Santo Tomás de Aquino.
Suma de Teología. II-II. BAC. 1990.
Servais Pinckaers, op.
La vida espiritual. Cap. XI. EDICEP. 1994.
Ermanno Ancilli.
Diccionario de Espiritualidad. Tomo III. HERDER. 1984.
Catecismo de La Iglesia Católica.
Cap. III – La vida en Cristo – Art. 7. LIBRERÍA JUAN PABLO II. 1992.
Miguel Cobaleda.
Libro de las Horas. Fragmentos Filosóficos.
Moral Salmanticense, Compendio.
Tratado IV, de las virtudes. Cap. II, punto. I.
León – Dufour.
Vocabulario de teología bíblica. HERDER.