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Horacio Bojorge

PEQUEÑA GREY
Misterio de la Iglesia
Peregrina - Dispersa - Perseguida
©Ediciones del Alcázar
La Plata 1721 - Bella Vista
Buenos Aires
República Argentina.

Realización gráfica:
Marcelo J. Gristelli
(marcelogristelli@yahoo.com.ar)
Diseño de tapa: M. Virginia Olivera Ch.

Pequeña Grey
Misterio de la Iglesia
Peregrina-Dispersa-Perseguida

Horacio Bojorge;
1a ed. Buenos Aires, Del Alcázar, 2012.
86 p. ; 21x14 cm. - Serie Encuentros
ISBN 978-987-20459-4-4
Fecha de catalogación: 24/10/2012
CDD 291.2

Este libro no puede reproducirse, total o parcialmente, por ningún método gráfico,
electrónico o mecánico, incluyendo los sistemas de fotocopia, registro magnetofónico
o de almacenamiento y alimentación de datos, sin expreso consentimiento del editor.
“No te pido que los saques del mundo
sino que los guardes del Maligno.
No son del mundo
como yo no soy del Mundo”
(Juan 17, 15-16)

“Tú eres digno de tomar el libro


y abrir los sellos, porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un Reino de sacerdotes
y reinan sobre la tierra”
(Apocalipsis 5, 9)
PEQUEÑA GREY

Introducción
La Iglesia Católica es una nación peregrina entre las
demás naciones de este mundo. Y por esta condición de
peregrina es diversa de las otras naciones y por eso está
dispersa entre ellas y dentro de ellas. Esto no es algo acci-
dental, sino que es la situación que le es propia y natural
por su esencia.
Ella se encuentra en la tierra en una condición de pro-
visoriedad porque la meta de su peregrinación no está en
este mundo, como lo está para las demás naciones de la
inmanencia, en medio de las cuales vive sin embargo tam-
bién ella. Pero no vive afincada o instalada definitivamen-
te en un lugar, sino en situación de dispersión.
Los católicos, en cuanto tales, nos reunimos para la Eu-
caristía, pero al final se nos dice: “Ite Missa est”. La misa
ha terminado, podéis ir en paz. Cuando se acaba la Misa,
los católicos volvemos a la dispersión. Algo parecido su-
cede con otros encuentros entre católicos: una vez que
finalizan, volvemos cada uno a su ciudad y a su casa. Vol-
vemos a la dispersión.
Y esto no es algo lamentable. Es la condición natural de
nuestra vida. Somos una nación dispersa; nos unimos fun-
damentalmente para la Eucaristía o para otras ocasiones
de la Familia del Padre, cuando el Padre nos quiere reunir.
En lenguaje militar se habla de “orden disperso” o de
“formación dispersa” de los soldados. Si hoy éstos se jun-
taran en pelotones o en filas compactas serían fácilmente
aniquilables. Aunque nuestra situación dispersa no tenga
una razón de ser táctica, es posible que también a noso-
tros nos haga menos visibles al enemigo y más difícilmen-
te alcanzables por los tiros de la persecución. Porque, ade-
más de peregrina y dispersa, nuestra nación es una nación
perseguida y oprimida. Así lo ha sido siempre y lo sigue
siendo a lo largo de toda la historia.

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Horacio Bojorge

Estamos entonces dispersos. Y así estamos no solamen-


te bien sino mejor. Asumir nuestra condición de peregri-
nos, dispersos, oprimidos, perseguidos y odiados por este
mundo, nos hace bien para reafirmar nuestra autocon-
ciencia, nuestra identidad y nuestra capacidad contracul-
tural y de resistencia. Nos fortalece.

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I PARTE

I. ‘No tenemos aquí morada permanente’

San Pedro, en su primera carta, aplica a la Iglesia el


nombre de nación o pueblo. Al hablar de la Iglesia como
nación, se aplica el término “nación” al pueblo de Dios, en
sentido análogo al de la cuarta acepción que le reconoce la
Real Academia de la Lengua Española: “conjunto de perso-
nas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan
un mismo idioma y tienen una tradición común”.
Aún perteneciendo a los más diversos pueblos y nacio-
nes civiles, los católicos creen lo mismo, profesan haber
nacido de nuevo y de lo Alto y tener por lo tanto un origen
espiritual común, celebran lo mismo, y tienen normas de
vida comunes, comparten criterios esenciales comunes. La
mística comunión de los santos hace de ellos una mística
nación, un pueblo santo.
La condición de los Hijos de Dios como nación peregrina,
y por eso diversa, dispersa y oprimida, es un dato primor-
dial de la revelación cristiana que predica la Iglesia Católi-
ca. Reviste una importancia tal, que conviene recordarlo, en
momentos en que no se lo tiene muy en cuenta, porque ayu-
dará a entender mejor la situación del católico en el mundo.
Estos hechos han de ser tomados en consideración en
la teología y en la praxis pastoral, en las reflexiones sobre
Iglesia-Mundo, sobre el pueblo de Dios entre los pueblos,
sobre la relación Iglesia-Estado, sobre la acción política de
los católicos, sobre las causas de su debilidad política; so-
bre los límites entre la inculturación y la asimilación.
A la luz de esta revelación puede medirse la gravedad
de la asimilación de la Iglesia por parte de un estado, como
sucede con la Iglesia patriótica China. O como ha sucedido
históricamente con las confesiones protestantes y sus “igle-
sias” nacionales. O como han pretendido lograr a lo largo

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de la historia moderna los estados nacionales, sea liberales


sea marxistas.

-Familia, ciudad, nación


La Sagrada Escritura considera a los discípulos de Cris-
to, como hijos de Dios que son, con distintos nombres que
aluden a un número creciente de miembros: familia, ciu-
dad, reinado o nación. Los hijos son primero
1) Familia de Dios1 o Casa2 de Dios, que crecen hasta ser
2) Ciudad de Dios3, Jerusalén celeste4, Templo de Dios,
3) y por fin llegan a alcanzar la dimensión de un Reino,
una Nación, un pueblo de Dios5.
Así se despliega, en número creciente, un gran Noso-
tros divino-humano eclesial. Empieza como una pequeña
semilla de mostaza y aumenta desde la condición inicial
de familia de la fe hasta ser una nación numerosa.
Así Jesús es desde el comienzo el dueño de la Casa, o
aquél a quien el Padre pone al frente de la casa, pero una
vez cumplida su misión, es puesto como Rey al frente del
Reino de los hijos para gobernar la nación de los hijos de
Dios que es la Iglesia católica6.
Es a este último nombre, al Reino, entendiéndolo como
aquella nación regida por un Rey, al que nos referimos
cuando hablamos de la nación de los hijos de Dios.
1
Jesús considera a sus discípulos como su familia: “mi madre y mis herma-
nos” (Mateo 12, 46-50; Marcos 3, 35). Considera a sus discípulos como her-
manitos pequeños (Mateo 18, 6; 25, 40.45); enseña a sus discípulos a tratarse
como hermanos pues son hijos de un mismo Padre celestial (Mateo 23, 8).
2
Jesús ha sido puesto por el Padre al frente de la Casa de los hijos de Dios,
como antes Moisés al frente de la Casa de Israel (Hebreos 3, 1-6). “Cristo fue
fiel, como hijo, frente a su propia casa” (Hebreos 3, 6).
Jesús es también “el dueño de casa” al que le han llamado Belzebub (Mateo
10, 24).
3
“Vi la ciudad Santa, la nueva Jerusalén que bajaba del cielo” (Apoc 21, 2);
“No se puede esconder una ciudad edificada sobre un monte” (Mateo 5, 14)
4
“Lo borrará el Señor del libro de la vida y de la ciudad santa” (Apoc 2, 19)
5
“Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquiri-
do” (1ª Pedro 2, 9).
6
Filipenses 2, 9-11.

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-Nación y Pueblo peregrino hacia la vida eterna


Este pueblo de hijos de Dios, es un pueblo peregrino
porque no tiene aquí morada ni ciudad permanente, sino
que peregrina hacia la casa del Padre7.
Es una nación de la trascendencia, cuyo horizonte ima-
ginario y cuya meta práctica es la vida eterna, ya incoada.
Si alguien no tiene en su corazón esta referencia al Padre,
no es hijo y por lo tanto no pertenece a la nación san-
ta. Muchos son, –dice San Juan–, los que “estaban entre
nosotros, pero no eran de los nuestros”8. Y muchos los
que dicen “Señor, Señor” pero no son reconocidos como
miembros de la familia de Dios y del Reino, porque sus
obras eran malas y obraban la iniquidad: “No todo el que
me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos
[es decir en la condición filial definitiva y en la casa del
Padre]; sino el que hace la voluntad del Padre que está en
los cielos” ... “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor,
...y entonces les declararé: apartaos de mí los que obráis la
iniquidad” (Mateo 7, 22-23)9.
La nación que constituye la totalidad de los que viven
como hijos de Dios, es una nación de lo trascendente. La
carta de ciudadanía que otorga la pertenencia a esta na-
ción es precisamente esa orientación interior del corazón
hacia el Padre, la cual, incoada en el bautismo, seguirá
recibiéndose eternamente.

7
Hebreos 13,14.
8
1ª Juan 2, 19: “Salieron de entre nosotros, pero no eran de nosotros; si hu-
bieran sido de los nuestros habrían permanecido con nosotros; pero sucede así
para que quede de manifiesto que no todos son de los nuestros”.
9
Me he ocupado del misterio de la iniquidad, en griego la anomía, en la con-
ferencia que se ha publicado como opúsculo con el título El liberalismo es la
iniquidad. La Rebelión contra el Padre. Ediciones Del Alcázar, (Colección
Encuentros) Buenos Aires, 2008, 52 págs.

9
Horacio Bojorge

II. Por ser una nación peregrina, es diversa, disper-


sa y oprimida
A continuación ofrecemos algunos testimonios que fun-
damentan esta condición de la Iglesia a través de la Li-
turgia, la Sagrada Escritura, y varios textos de los Santos
Padres.

1.- Fundamento

a) Testimonios de la Liturgia
El Canon Romano de la Misa, comienza con una oración
en la que se pide a Dios que proteja a su Iglesia y la con-
gregue en la unidad: “Padre... te pedimos humildemente...
que aceptes estos dones... ante todo por tu Iglesia... para
que la congregues en la unidad y la gobiernes”. “Acuérdate
Señor de tus hijos, y de los que aquí has reunido...”. “Reu-
nidos... veneramos”.
En el Prefacio dominical VI los fieles declaran que: “to-
davía peregrinos en este mundo”, experimentan “las prue-
bas cotidianas de tu amor”: “En ti vivimos, nos movemos
y existimos; y, todavía peregrinos en este mundo, no sólo
experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino
que poseemos ya en prenda la vida futura”.

La oración de postcomunión del primer domingo de


Adviento dice: “Señor, que fructifique en nosotros la cele-
bración de estos sacramentos, con los que tú nos enseñas,
ya en nuestra vida mortal, a descubrir el valor de los bie-
nes eternos y a poner en ellos nuestro corazón”.
Los hijos de Dios son pues un pueblo que peregrina
entre los bienes de este mundo con el corazón puesto en
los bienes eternos: en Dios mismo.
La Sagrada Liturgia de la Vigilia Pascual comienza con
una monición del sacerdote que se refiere a los fieles pre-
sentes como una congregación de los que estaban disper-
sos: “Hermanos, en esta noche santa, en que Nuestro Se-
ñor Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, la Iglesia
10
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invita a todos sus hijos diseminados por el mundo a que


se reúnan para velar en oración”.
Esta monición expresa la visión que la Iglesia tiene de la
situación de sus hijos. La vida de los hijos de Dios trans-
curre en una dispersión en medio del mundo, que es la
ciudad no creyente: el mundo. La memoria de los mis-
terios de Cristo y su celebración los reúne en oración. La
unión se hace visible en la asamblea que celebra, canta y
ora, lee la Sagrada Escritura: “Esto es lo admirable de esta
festividad [la Pascua]: que reúne para celebrarla a los que
están lejos y junta, en una misma fe, a los que se encuen-
tran corporalmente separados” escribió San Atanasio10.
No sería difícil, recorriendo los libros litúrgicos, docu-
mentar los otros aspectos: la condición diversa, peregrina
y de opresión. Pero basten aquí estos ejemplos.
Esta conciencia de la Iglesia, que se expresa en la Sa-
grada Liturgia, es un claro reflejo de lo que se lee en múl-
tiples textos del Nuevo Testamento y de los Santos Padres.

b) Testimonios de las Sagradas Escrituras


La condición de peregrinos, extranjeros en este mun-
do, la encontramos expresada en varios pasajes del Nuevo
Testamento.
Recordaré aquí el encabezamiento y el cuerpo de la pri-
mera carta de Pedro; el encabezamiento de la de Santiago
y pasajes de la carta a los Hebreos, donde se encuentra en
la forma más elaborada.

El encabezamiento de las cartas de Pedro y Santiago


expresan este rasgo principalísimo de la conciencia y de
la identidad de los primeros cristianos:
“Pedro, Apóstol, a los elegidos peregrinos, extranjeros, de la
dispersión11 del Ponto, Galacia, Capadocia, Lisia y Bitinia...”12.
10
Carta Pascual 5, 1-2; PG 26, (1380); se lee en el Oficio de Lecturas del Vier-
nes de la cuarta semana de Cuaresma; Liturgia de las Horas, Tomo II, p. 301.
11
eklektois parepidêmois diasporás. Peregrinos, no ciudadanos. Extranjeros y
por eso diversos. Dispersos.
12
1 Pedro 1, 1.

11
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“Carísimos, os exhorto como a desterrados, peregrinos


y extranjeros13 que os abstengáis de las concupiscencias
de la carne”14
“Santiago siervo de Dios y del Señor Jesucristo a las do-
ce tribus de la diáspora15 ¡gracia!”16.

San Pablo, por su parte, dirá, expresándose con las imá-
genes de las diversas moradas y el camino: “mientras es-
tamos domiciliados en este cuerpo, peregrinamos17 lejos
del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión, con-
fiamos pues, y vemos con agrado más bien ausentarnos
de este cuerpo y estar domiciliados con junto al Señor”18.
“Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las
cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de
Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra”19.

En los capítulos once al trece de la Carta a los Hebreos


encontramos una verdadera amplificación de estos temas
de la peregrinación, referidos a la condición creyente que
avanza hacia lo que no ve, pero la fe le garantiza.
Hebreos define la vida del creyente, desde Abraham
hasta nosotros, como una peregrinación por tierras extra-
ñas, hacia una patria que Dios tiene preparada y mostrará,
pero donde uno, sin saber, ya está pisando: “Abraham, al
ser llamado, obedeció saliendo para el lugar que había de
recibir en herencia y salió sin saber a dónde iba. Por la fe
emigró dejando su casa20 hacia la tierra de la promesa,
como a tierra ajena, habitando allí en carpas, lo mismo
que Isaac y Jacob los herederos de las promesas”21.
13
paroikous kai parepidêmous.
14
1 Pedro 2, 11.
15
tais dôdeka fulais tais en tê diaspora.
16
Santiago 1, 1.
17
ekdêmoumen apo tou kuríou.
18
2 Corintios 5, 6.
19
Colosenses 3, 1-2.
20
parôkesen.
21
Hebreos 11, 6.

12
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Ellos vivían pues, como extranjeros y peregrinos en una


tierra que les iba a ser entregada. Estaban ya en ella sin
que fuera de ellos. O mejor dicho: ya era de ellos, pero
ellos no lo sabían. Era la fe la que los dirigía y guiaba. Y la
fe era obediencia al llamado y a la voz de Dios.

En esa fe vivieron en Egipto como extranjeros y salie-


ron de Egipto como perseguidos y anduvieron errantes
por el desierto como refugiados.
En esa fe habitaron la tierra y en esa fe fueron deporta-
dos y llevados al destierro, donde vivieron como esclavos.
En esa fe, los justos como Daniel oraban postrándose
hacia el templo de Jerusalén y esperando el retorno. Así
murieron los justos del Antiguo Testamento anteriores a
Cristo: “En la fe murieron todos ellos, sin haber logrado
las promesas, sólo viéndolas y saludándolas desde lejos”22.
Como viajeros que pasan y a los que se mira pasar.
“Y confesando que eran extraños y forasteros23 sobre
la tierra. Pues los que hablan de esta manera24 dan bien
a entender que andan en busca de una patria25. Y si se
refirieran a aquélla de la cual habían salido, tendrían la
posibilidad de volverse a ella; pero ahora suspiran por una
patria mejor, es decir la celestial26. Por lo cual Dios no se
avergüenza de ellos ni tiene a menos el ser apellidado Dios
suyo; como que les había preparado una ciudad27”.28
Ya no se trata solamente de la condición de los cristia-
nos, sino de la condición propia de todos los creyentes
anteriores a ellos.
22
Hebreos 11, 13.
23
xénoi kai parepídêmoi epi tês gês.
24
toiauta legontes: los que dicen estas cosas, o los que hablan así: es decir
como creyentes, con el lenguaje de la fe y la esperanza en las promesas. Lo cual
es para el mundo que no cree como un idioma extraño o un acento extranjero.
25
patrída epizêtousin.
26
epouraníou.
27
pólin.
28
Hebreos 11, 13 -17.

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Horacio Bojorge

Así como la persecución será propia de los discípulos


de Cristo por ser herederos de los profetas, así la condi-
ción peregrina, la diversidad y la situación de dispersión
les es inherente en tanto creyentes.
En la octava bienaventuranza, Jesús considera que sus
discípulos son profetas y les anuncia que serán persegui-
dos como les sucedió a los demás profetas antes que a
ellos: “de la misma manera persiguieron a los profetas an-
teriores a vosotros”29.

San Pablo expresa la relación que existe entre aquella


peregrinación del pueblo elegido en el Antiguo Testamen-
to y la vida cristiana, en estos términos que aluden a los
temas del Éxodo, de la salida de Egipto, del cruce del Mar
Rojo, de la peregrinación por el desierto rumbo a la Tierra
Prometida: “estas cosas fueron figuras referentes a noso-
tros, [...] les acontecían a ellos figurativamente, y fueron
escritas como amonestación para nosotros, que hemos al-
canzado la plenitud de los tiempos”30.
De parecida manera, la carta a los Hebreos aplica lo vi-
vido por los justos del Antiguo Testamento a nosotros, los
cristianos; y concluye que también nosotros somos una
nación peregrina como aquellos creyentes lo fueron. Un
pueblo que no tiene aquí una ciudad para habitar en ella
permanentemente: “No tenemos aquí una ciudad definiti-
va sino que anhelamos la venidera”31.

Resumiendo: De estos textos del Nuevo Testamento se


desprende la clara revelación de que quienes vivimos, –y
si vivimos–, como hijos de Dios somos una nación santa,
peregrina, que no tiene aquí una ciudad permanente y du-
radera; y que por eso vive dispersa en medio de pueblos
y formas estatales que le son ajenas y pueden serle ad-
29
Mateo 5, 12.
30
1 Corintios 10, 1-11 en especial los versículos 6 y 11.
31
“Non habemus hic manentem civitatem sed futuram inquimus” Hebreos 13,
14.

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versas. El principio de unidad que une a sus miembros


dispersos, es de orden divino y espiritual, es: El Reino de
Dios, Su Rey es Cristo. Pero ese Rey afirma: “Mi Reino no
es [como los] de este mundo”32: Y Él, que ha de ser tenido
por dechado de apóstoles y pastores, manifiesta que no
gobierna a su Iglesia como lo hacen los reyes y señores de
este mundo, sino de otra manera33, que Pedro explicará
así: “haciéndose modelo de la grey”34.

c) Doctrina de algunos Santos Padres


Después de recordar estos pasajes significativos de la
Sagrada Escritura, recordemos ahora algunos textos de
los Santos Padres. Ellos nos muestran cómo se re-expresó,
en la tradición viviente, esta fe de la que da testimonio la
Escritura.

-San Clemente Romano


El Papa San Clemente Romano se dirige desde Roma a
los Corintios con una fórmula de saludo muy parecida a
la de San Pedro y Santiago: “La Iglesia de Dios que habita
como forastera35 en Roma, a la Iglesia de Dios que habita
como forastera en Corinto”36.
De esta condición de exilio, de alienidad cultural en el
mundo, deduce San Clemente la conclusión pastoral de
que el cristiano debe estar desapegado de este mundo y
no temer salir de él, ya sea por un exilio crítico o contra-
cultural, ya sea por el pasaje por la muerte hacia la patria,
en una referencia a la situación de martirio que ha empe-
zado a vivirse en Roma y se extiende por todo el Imperio:
“Síguese de ahí, hermanos, que abandonando la peregri-
nación de este mundo37, tratemos de cumplir la voluntad
32
Juan 18, 36.
33
Ver Marcos 10, 41-45; Mateo 20, 24-28; Lucas 22, 24-27.
34
“Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, […] no tiranizando
a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey” 1ª Pedro 5, 3.
35
hê paroikousa.. tê paroikousê.
36
1ª Carta de Clemente Romano 1, 1.
37
kataléipsantes tên paroikían tou kosmou toutou.

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Horacio Bojorge

de Aquél que nos ha llamado y no temamos salir de este


mundo”38.
Expresiones semejantes se emplean en el relato del
martirio de San Policarpo, en el que aparece ya el título de
católica aplicada a la Iglesia en su condición de peregrina
y en su situación de dispersión universal, que la constitu-
ye presente en todo sitio pero no encerrada en ninguno, ni
atada a ninguno: “La Iglesia de Dios que vive como foras-
tera en Esmirna, a la Iglesia de Dios que vive como foras-
tera en Filomelio y a todas las comunidades, peregrinas en
todo lugar, de la santa Iglesia católica”39.

-San Justino
En su diálogo con el judío Trifón, san Justino alega un
hecho nuevo: hay cristianos entre todos los pueblos y na-
ciones. Justino describe el hecho en estos términos: “No
hay raza alguna de hombres, llámense bárbaros o griegos
o con otros nombres cualesquiera, ora habiten en casas o
se llamen nómadas sin viviendas o moren en tiendas de
pastores, entre los que no se ofrezcan por el nombre de
Jesús crucificado, oraciones y acciones de gracias al Padre
y Hacedor de todas las cosas”40.

-El Discurso a Diogneto


Este notable documento de la antigua apologética cris-
tiana, llamada por las circunstancias adversas a justificar-
se ante las naciones entre las que peregrina, contiene una
notable expansión descriptiva de la condición cristiana:
peregrina, diversa, dispersa mal vista y oprimida, a la que
sólo la caracteriza y diferencia un rasgo interior espiritual:
el de su pertenencia filial al Padre que vincula a sus miem-
38
poiêsômen to thélêma tou kalésantos hêmás, kai m^fobêthômen exelthein
ek tou kosmou toutou. 2ª Carta de Clemente Romano 5, 1.
39
hê paroikousa... tê paraoikousê... kai pasais tais kata panta topon tês hagías
kai katholikês ekklesías paroikíais Martirio de S. Policarpo 1, 1.
40
San Justino, Diálogo con Trifón 117, 5 (Ed. Daniel Ruiz Bueno, Padres
Apologistas Griegos, Ed. BAC, (Vol 116) Madrid 1954, cita en p. 506.

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bros entre sí en fraternidad espiritual y los hace familia,


ciudad y nación.
El antiguo escrito cristiano que se conoce por el nom-
bre de Carta a Diogneto41, parece ser la apología de Cua-
drato42 de la que existían referencias y durante mucho
tiempo se consideró perdida.
Transcribimos extensamente el siguiente pasaje de este
documento porque es tan explícito por sí mismo que no
necesita comentarios:

“5, 1 Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los


demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus
costumbres. 2 Porque ni habitan ciudades exclusivas su-
yas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de
vida aparte de los demás.
3 A la verdad, esta doctrina no ha sido inventada por
ellos valiéndose del talento y la especulación de hombres
curiosos, ni profesan, como otros hacen, una enseñanza
humana; 4 sino que, habitando ciudades griegas o bárba-
ras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándo-
se al vestido, comida y demás género de vida a los usos
41
El discurso a Diogneto es con toda probabilidad la apología que Cuadrato,
oyente y discípulo de los Apóstoles, cuyo nombre conocemos por Eusebio,
quien lo nombra tanto en su Historia Eclesiástica como en su Crónica como
miembro del grupo de la primera generación de discípulos que integran Cle-
mente, Ignacio, Policarpo y Papías. Nos cuenta también Eusebio que Cua-
drato y otro cristiano, el filósofo Arístides, entregaron al emperador Adriano,
cuando éste pasó por Atenas, sendas Apologías. Por la cita que Eusebio hace
de la de Cuadrato deduce Daniel Ruiz Bueno (Padres Apostólicos, Ed. BAC,
[Vol 65] Madrid 1954, cita en p. 824) que se trata de lo que hoy se ha recupe-
rado bajo el nombre de Discurso a Diogneto. Se trata pues de un documento
de la primera mitad del siglo segundo DC, datable en el invierno de 125-126
fecha en que Adriano pasó por Atenas.
42
Cuadrato pertenece al grupo de los Padres Apologistas, discípulo de los
Apóstoles, como Ignacio de Antioquía y Policarpo, aunque no tuvo una sede
episcopal. Reunió a la grey dispersa de Atenas hacia el año 125 y dirigió al
Emperador Adriano una Apología en defensa de los cristianos. La así llamada
Carta a Diogneto, parece deberse a este padre apologista griego que según
parece murió mártir en Atenas.

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y costumbres de cada país dan muestras de un tenor de


peculiar conducta, admirable, y por confesión de todos,
sorprendente.
5, 5 Habitan sus propias patrias, pero como forasteros;
toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan
como extranjeros, toda tierra extraña es para ellos patria, y
toda patria, tierra extraña43. 6 Se casan como todos; como
todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen.
7 Ponen mesa común, pero no el lecho. 8 Están en la car-
ne, pero no viven según la carne44. 9 Pasan el tiempo en la
tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo45. 10 Obede-
cen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan
las leyes. 11 A todos aman y por todos son perseguidos.
12 Se los desconoce y se los condena. Se los mata y en ello
se les da la vida. 13 Son pobres y enriquecen a muchos46.
14 Son deshonrados y en las mismas deshonras son glo-
rificados. Se los maldice y se los declara justos. 15 Los
vituperan y ellos bendicen. Se los injuria y ellos dan honra.
16 hacen el bien y se los castiga como malhechores; casti-
gados de muerte, se alegran como si dieran la vida. 17 Por
los judíos se los combate como a extranjeros47 y por los
griegos son perseguidos. Y sin embargo, los mismos que
los aborrecen no saben decir el motivo de su odio.
6, 1 Más, para decirlo brevemente, lo que es el alma
en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo48. 2 El
alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo y
cristianos hay por todas las ciudades del mundo. 3 Habita
el alma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; así los
cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo. 4
El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo vi-
43
Patrídas oikousin idías, all’ hôs paroikoi, metéjousi pántôn hôs plíti, kai
panth’ hupoménousin hôs xénoi, pasa xénê patrís estin autôn , kai pâsa patrís
xénê.
44
en sarkí tunjánousin, all’ ou kata sarka zôsin.
45
epi gês diatríbousin, all’ en ouranô politeuontai.
46
2 Cor 6,10.
47
hupo Ioudaiôn hôs allófuloi polemountai, kai hupo Ellênôn diôkontai
48
tout’ eisin en kosmô Jristianoi.

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PEQUEÑA GREY

sible; así los cristianos son conocidos como quienes viven


en el mundo, pero su religión sigue siendo invisible49. 5 La
carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido agra-
vio alguno de ella, porque no la deja gozar de los placeres;
a los cristianos los aborrece el mundo, sin haber recibido
agravio de ellos, porque renuncian a los placeres50. 6 El
alma ama a la carne y a los miembros que la aborrecen, y
los cristianos aman también a los que los odian. 7 El alma
está encerrada en el cuerpo, pero ella es lo que mantiene
unido al cuerpo: así los cristianos están detenidos en el
mundo, como en una cárcel, pero ellos son los que man-
tienen la trabazón del mundo. 8 El alma inmortal habita
en una tienda mortal; así los cristianos viven de paso en
moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción
en los cielos51. 9 El alma, maltratada en comidas y bebidas,
se mejora; lo mismo los cristianos, castigados de muerte
cada día, se multiplican más y más. 10 Tal es el puesto que
Dios les señaló y no les es lícito desertar de él”52.

-El Concilio Vaticano II: La Iglesia peregrina


El Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gen-
tium sobre la Iglesia, ha retomado y hecho propia la visión
bíblica sobre la nación católica tal como lo expresa San
Agustín: “La Iglesia va peregrinando entre las persecucio-
nes del mundo y los consuelos de Dios”53.

49
ontes en tô kosmô aóratos de autôn theosebeia ménei.
50
Mortifican las obras de la carne (Romanos 8,13; 1ª Pedro 3,18). Se trata de
una aplicación de la doctrina paulina de los apetitos contrarios de la carne y el
Espíritu (Gálatas 5,17) como explicación del motivo del odio del mundo a los
cristianos. Es la acedia ante la “diversidad de vida del justo” la que motiva a
sus perseguidores, enseña el libro de la Sabiduría: (1,16 –2,20).
51
athánatos hê psujê en thnetô skênômati katoikei, kai Jristianoi paroikousin
en fthartois, tên en ouranois aftharsían prosdejomenoi.
52
Carta a Diogneto 5, 1 - 6, 10. Puede verse el texto completo en: Daniel Ruiz
Bueno, Padres Apologistas Griegos, Ed. BAC, (Vol 116) Madrid 1954.
53
Lumen Gentium 8 f; la cita de San Agustín está tomada de La ciudad de
Dios Libro 18, 51,2.

19
Horacio Bojorge

Y en la Constitución pastoral Gaudium et Spes ha re-


flejado la misma visión de la Iglesia peregrina que se des-
prende de la Sagrada Escritura y de la Tradición: “Todo
el bien que el pueblo de Dios, durante su peregrinación
terrena puede procurar a la familia humana, procede del
hecho de que la Iglesia es el sacramento universal de la
salvación”. “Caminamos como peregrinos –prosigue el tex-
to algo más abajo– hacia la consumación de la historia
humana”, que antes se ha dicho cuál es: “El Señor es el fin
de la historia humana”54.
Ya que el Concilio se remite al pensamiento de San Agus-
tín, detengámonos a analizar la enseñanza de este Santo
Padre.

-San Agustín - Las dos Ciudades


En la obra de San Agustín titulada La Ciudad de Dios,
san Agustín se refiere a la Iglesia y al Mundo por el cual
ella transita como peregrina, como dos ciudades, diversas
y de algún modo antagónicas. Los arquetipos bíblicos de
Babilonia y Jerusalén le dan pie para esta visión que en-
cierra una teología de la historia.
“Hemos distinguido el linaje humano –dice San Agus-
tín– en dos géneros: el uno, el de los que viven según el
hombre, y el otro de los que viven según Dios. Y a esto
llamamos místicamente dos ciudades, es decir, dos socie-
dades o congregaciones de hombres, de las cuales la una
está predestinada a reinar eternamente con Dios, y la otra
para padecer eterno tormento con el demonio, y este es
el final principal de ellas, del cual trataremos después [...]
San Agustín reconoce el origen de las dos ciudades en
Caín y Abel55. Y ve en estos dos hombres los arquetipos
del hombre de la inmanencia (este mundo) y del hombre
de la trascendencia (la Iglesia). Caín es el prototipo de la
religión de la inmanencia y Abel el prototipo del creyente
54
Gaudium et Spes 45.
55
San Agustín, La ciudad de Dios, Libro 15, Caps. 1-8.

20
PEQUEÑA GREY

u hombre de la trascendencia, por lo tanto del verdadero


adorador.
Caín es agricultor, hombre afincado en la tierra y fun-
dador de una ciudad. Abel es pastor, trashumante y pere-
grino, va tras sus ganados siempre necesitados de nuevas
pasturas, por lo cual no puede afincarse en casas estables,
sino que habita en tiendas y moradas provisorias.
“El primer hombre que nació de nuestros primeros pa-
dres [Adán y Eva] fue Caín56 que pertenece a la ciudad de
los hombres, y después, Abel que pertenece a la ciudad de
Dios. [...] Primero nació el ciudadano de este siglo, “y des-
pués aquél que es peregrino en la tierra y que pertenece a
la ciudad de Dios, predestinado por la gracia, elegido por
la gracia peregrino en el mundo, y por la gracia peregrino
del cielo.[...]”.
“Así que dice la Sagrada Escritura de Caín que fundó
una ciudad; pero Abel como peregrino, no la fundó, por-
que la ciudad de los santos es soberana y celestial, aun-
que produzca en la tierra los ciudadanos, en los cuales es
peregrina hasta que llegue el tiempo de su reino, cuando
llegue a juntar a todos, resucitados con sus cuerpos, en-
tonces se les entregará el reino prometido57, donde con su
príncipe, rey de los siglos, reinarán sin fin para siempre”.58

¿Cómo se relacionan ambas ciudades? San Agustín ve


ya en la conducta de Caín hacia Abel, el arquetipo de lo
que será la conducta de este mundo con la Iglesia, de la
ciudad terrena contra la celestial.
He aquí la explicación de cómo y por qué la condición
peregrina va unida con la condición de opresión, persecu-
ción y victimización del pueblo de los Hijos.

56
Génesis 4.
57
Mateo 25, 34.
58
La ciudad de Dios, Libro 15, Cap. 1.

21
Horacio Bojorge

-Diversa, dispersa y oprimida


Debido a eso, esta nación de los hijos de Dios, vive como
extranjera y peregrina en medio de las ciudades que cons-
truyen los hombres del inmanentismo para habitar y es-
tarse en ellas. Esa condición peregrina entre las naciones
de la inmanencia, explica que, viviendo estos peregrinos
como si fueran extranjeros en las ciudades de la inmanen-
cia, no disponen de ellas ni las gobiernan.
A menudo los hombres de la inmanencia pretenden so-
meterlos a su visión inmanentista, e imponerles, como si
fueran las metas últimas, las metas del inmanentismo y los
medios para alcanzarlas.
Y por eso, dado que vivimos entre los Estados del mun-
do sin tener ningún Estado propio, estamos sometidos a
los poderes de los Estados de este mundo y somos fácil-
mente oprimidos por ellos.
De alguna manera, nuestra situación es como la del
pueblo de Israel en Egipto: no tenían la nacionalidad egip-
cia y vivían allí como extranjeros (en hebreo guerim). Los
israelitas vivieron en Egipto durante muchas generacio-
nes pero siempre fueron considerados y se comportaron
como extranjeros. Eso les sucedía como figura, como pre-
figuración de nuestra situación en este mundo. Nosotros,
los creyentes, los bautizados, somos también extranjeros
en este mundo.
La Iglesia, el nuevo Israel, es un pueblo, una nación que
no tiene aquí morada permanente sino que, como nación
peregrina, viaja hacia la Patria futura y, por lo tanto, vive
aquí dispersa entre las ciudades de este mundo de la in-
manencia y sufre opresión y tentaciones en medio de las
ciudades de este mundo.
Esto lo ha sabido siempre la Iglesia, aunque en la medi-
da en que los católicos se asimilan a las culturas de las na-
ciones, pierden sentido de identidad y conciencia de que
esto debe ser realmente así y que es bueno que así lo sea.
Las pruebas de que ésta es la convicción de la Iglesia
desde sus primeros tiempos, están patentes como vimos

22
PEQUEÑA GREY

recién, en la Sagrada Escritura, en la Sagrada Liturgia, en


la Tradición y en los Santos Padres. Y también se encuen-
tra en ellas la convicción de que la opresión y las contra-
dicciones y tentaciones le son connaturales e infaltables si
ella permanece fiel a Cristo y a sí misma59.

José Luis (Dimas) Antuña, un laico uruguayo a quien no


conocí personalmente pero sí a través de sus escritos que
aprecio mucho, en su libro titulado “El testimonio”, toma
distancia de la actitud de algunos católicos de su época
proclives a sacralizar su patria terrena. Dimas Antuña les
pone en guardia para que no se excedan en su entusias-
mo patriótico más allá de lo que pide la piedad hacia una
patria cuyos estadistas han apostatado hace rato de la fe
católica. Y les recuerda que nuestra verdadera patria es
el Padre. Él percibe muy claramente en el pueblo católico
rioplantense de la década de 1930 y 40, una tentación de
asimilarse con el mundo y de secularizar la vocación del
bautizado. Y lo expresa así:
“...el pecho ungido para las obras que nacen de la fe se
ensancha en alientos de propia afirmación y la espalda
que había de llevar el yugo de Cristo, toma sobre sí el
peso político del mundo. Las acometidas de la soberbia y
la voluntad de poder, el ‘yo’ y el imperio, endurecen otra
vez el rostro con lo que retoma lo que había dejado en
los tres ‘renuncio’. Este hombre bautizado toma un pues-
to en el mundo y del mundo recibe su porte, su aire, su
importancia, su honra. Tiene el oído atento (aunque no a
la Palabra divina) y la nariz, grave, que se reserva. Si no
anda en olor de suavidad mantiene en cambio, sagaz, la
husma. Porque no se trata aquí de apostasías alocadas ni
de vicios que degraden. ¡Dios sabe si tenemos todas las
aprobaciones de la prudencia y si somos los hombres del
momento, los hombres responsables! El que se desentien-
de de las virtudes teologales no tiene por qué ceder, por
59
Documentaremos este hecho en la Segunda Parte de este volumen.

23
Horacio Bojorge

eso, de las virtudes morales y políticas. [...] ¿Y para esto,


Señores, ha muerto Cristo en la Cruz? ¿Para esto vino el
Verbo hecho carne? [...] ¿Para que después del bautismo,
entre equilibrios y distingos vivamos como paganos, sin
fe, sin esperanza, invocando tradiciones de hombres y con
una estructura, un vocabulario, una especie de airón ame-
nazante y hueco de pretendidas ‘ideas’ cristianas? No nos
bastaba caer en el pecado y caemos en las virtudes. No
nos bastaba la inmundicia y el desorden, y, para profanar
la Encarnación de Cristo, hemos descubierto el orden. Cre-
yentes sin fe, cristianos sin Cristo, Señores, ¿dónde está
nuestro bautismo?”60.

Las patrias de hoy se han convertido en naciones dentro


de las cuales los católicos hemos venido a vivir nuevamen-
te, tras una pausa de siglos, en situación de extranjeros
peregrinos, dispersos, no reconocidos y oprimidos. Vivir
en este mundo sin mundanizarnos, como lamenta Dimas
Antuña, es un difícil equilibrio existencial.
Seguimos teniendo un deber de piedad hacia nuestros
padres, nuestra patria terrena, pero nuestra Patria, la ver-
dadera y definitiva, es el Padre; en esta otra, peregrinamos
hacia la celestial.
Dimas Antuña expresa esta tensión entre la conducta
cristiana heredada de ‘nuestros padres’, deformada por su
connivencia con un comportamiento mundano tan común
en las generaciones de los católicos liberales, y la que de-
bemos reaprender de los Santos Padres: “Aquel escándalo
que nos legaron nuestros padres, de hombres que trata-
ban las cosas del alma con Dios (negocio de nuestra salva-
ción), y luego las cosas de este mundo redimido –la cari-
dad, la justicia, la misericordia, el orden– como caballeros
–eso los que lo eran– y en la mayoría de los casos como
mundanos buenos los otros, o como astutos, excelentes
y nada dormidos burgueses” [...] “Al catolicismo de nues-
60
Dimas Antuña, El Testimonio, Ediciones San Rafael, Buenos Aires 1945,
cita en pp. 148-149.

24
PEQUEÑA GREY

tros padres hemos preferido el catolicismo de los [Santos]


Padres; al culto sentimental y falso de esa divinidad ge-
minada: Dios y Patria, y a trueque de qué vicisitudes, he-
mos preferido la verdad, es decir, la vida sana, generosa,
sobreabundante de la Iglesia, el culto de Cristo, nuestro
Pontífice, en los tesoros de la nueva y eterna alianza en su
Sangre –lo único que existe, lo único que Dios ha hecho,
lo único que da realmente a Dios en esta vida, y puede dar
sentido y dignidad, estructura y figura de ‘patria’ a nues-
tras patrias”61.

He hablado de opresión y persecuciones como lógico


resultado de nuestra condición peregrina y de extranje-
ros. La causa de esa opresión y persecuciones es la envi-
dia propia de Babilonia.
Se advierte en las dos ciudades de san Agustín, la ciu-
dad fundada por Caín, la Babilonia, la que quiere ser como
Dios, y la otra, la Santa Jerusalén. Nosotros estamos pere-
grinando a través de Babilonia hacia la Jerusalén futura,
porque a esa Jerusalén no la tenemos aquí.
Mientras peregrinamos por Babilonia estamos oprimi-
dos. Y esto nos sucede como consecuencia de nuestra con-
dición peregrinante y dispersa que nos hace extranjeros,
alienígenas, es decir diversos, distintos y por lo tanto vis-
tos como extraños, como extranjeros. El acento cristiano
de nuestras vidas nos delata.

-Nación envidiada
Los hijos de Dios somos una nación envidiada a la que
se toma por mala siendo buena. Eso es, ni más ni menos,
esa especie de la envidia que llamamos acedia: tristeza por
el bien; tomar el bien por mal y el mal por bien.
Según San Ireneo, el mal propio del demonio es esta en-
vidia, que tiene a Dios por malo. Ésta es la causa del peca-
do del Mal Ángel y de su caída. Por la acedia de Babilonia
61
Dimas Antuña, El Testimonio, cita en pp. 19-20.

25
Horacio Bojorge

hacia nosotros, somos perseguidos, vistos como malos por


las naciones y los estados dentro de los cuales vivimos y
entre los cuales peregrinamos.
Es asombroso cómo siendo los buenos cristianos ciu-
dadanos excelentes, fieles, trabajadores, honestos, sin em-
bargo los gobiernos de este mundo los miran como un mal,
los persiguen, no los fomentan, no quieren que tengan sus
escuelas para formarse, los tratan como enemigos.
Ya Nerón, mediante una pragmática judicial, desató
la persecución por parte del Imperio Romano. Por dicha
pragmática ordenó a todos los jueces que considerasen a
los cristianos -sólo por el hecho de ser cristianos- como
los enemigos del género humano. Dicen los juristas que
según el sapientísimo derecho romano no podía conside-
rarse delito el ser sino solamente algún hacer. Pero los
cristianos debían ser condenados como enemigos de la
humanidad sólo por ser, sin necesidad de haber cometido
un acto delictuoso. Esta era una arbitrariedad totalmente
ajena a los principios del derecho romano.
A partir de esta pragmática de Nerón, en todos los tri-
bunales del imperio, durante varios siglos, fuimos tratados
como “enemigos del género humano” por el solo hecho de
creer lo que creemos. Nuestro delito fue la “portación del
nombre cristiano”. Incluso hoy, aunque no se viva según
su Bautismo el mundo no va a perdonar esa pertenencia
aunque vivan como gentiles o paganos.
Somos entonces mirados con acedia, perseguidos y opri-
midos por las naciones y por los Estados entre los cuales
peregrinamos.
Jesús lo había preanunciado: “Seréis odiados por todos
a causa de Mi Nombre” (Mateo 10, 22). “Si el mundo os
odia, sabed que Me ha odiado a Mí antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo, pero como
no sois del mundo, porque Yo os he elegido para saca-
ros del mundo [para salvarnos precisamente del mundo
malo], por eso os odia el mundo.” (Juan 15, 18 ss.)

26
PEQUEÑA GREY

El Padre Sáenz se refirió, en su exposición anterior62, a


la enseñanza de San Ireneo acerca de la humanidad, divi-
dida en dos partes cada una con su cabeza que las repre-
sentan o resumen. Hay “dos cabezas”, y por tanto dos “re-
capitulaciones”: una es la humanidad que tiene por cabeza
al Anticristo y otra la humanidad que tiene por cabeza a
Cristo, y no es otra que la Iglesia.
San Pablo enseña que la cabeza de la Iglesia es Cristo
y compara esta unión con la unión matrimonial, donde el
esposo es la cabeza y la esposa el cuerpo. San Pablo pone
a Cristo como el modelo del esposo que debe cuidar a su
esposa como a su propio cuerpo.
El mundo nos ha odiado, dice el Señor, porque no so-
mos del mundo como tampoco Yo soy del mundo. En su
oración sacerdotal, Jesucristo, dirigiéndose al Padre, dice:
“No te pido que los saques del mundo sino que los guardes
del maligno” (Juan 17, 15).
Es decir que sabiendo que vamos a peregrinar en este
mundo, –al cual no pertenecemos y que nos mira como a
extranjeros, como a extraños–, el Señor Le pide al Padre
que nos preserve del maligno.
En su Primera Carta. San Juan nos dice: “Hermanos, no
os admiréis si el mundo os odia” (1ª Juan 3,14).
Es una cuestión de pertenencia a Cristo, que hace par-
tícipes de la suerte de Cristo, odiado por acedia. El Hijo es
odiado y por eso todo hijo es odiado: “porque no conocie-
ron ni al Padre ni a Mí” (Juan 16,3).
Por lo tanto no hay que extrañarse de que no nos re-
conozcan a nosotros en lo que somos. Nosotros mismos
ignoramos, a veces, lo que somos y vivimos de espaldas
a nuestra identidad.

62
(n. del e.) La conferencia a la que se refiere el autor es “La figura del An-
ticristo como recapitulación del Mal, según San Ireneo”, dictada por el p.
Alfredo Sáenz en el marco del XIV Encuentro de Formación Católica de Bs.
As. del C. de Formación S. Bernardo de Claraval, noviembre 2011.

27
Horacio Bojorge

Es una Gracia muy grande de Dios nuestro Señor dar-


nos cuenta de lo que somos. Como decía San León Magno:
“reconoce, cristiano, tu dignidad”.
Esa dignidad nos hace diferentes de todos los demás
hombres, de todas las naciones no redimidas entre las que
vivimos: “Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has
sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en
volver con un comportamiento indigno a las antiguas vile-
zas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro.
No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y
trasladado a la luz y al reino de Dios. Gracias al sacramento
del bautismo te has convertido en templo del Espíritu San-
to; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan
noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del
demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.”63

-Persecución e indefensión
Los cristianos estamos indefensos, como ovejas entre
lobos, entre los hombres de este mundo, que viven de
acuerdo a principios contrarios a los nuestros. Dice el Se-
ñor: “Mirad que Yo os envío como a ovejas entre lobos”
(Mateo 10, 16).
Aunque hablemos en los idiomas de las naciones, sin
embargo nuestro logos no es el de los demás pueblos.
Hablamos una lengua extraña y por eso somos odiados.
Nuestro logos, la lógica de nuestra vida, la lengua cristia-
na, no es entendida por los hombres del mundo; es motivo
de irrisión o de irritación, de burla o de ira.
Y en medio de esa ciudad estamos como las ovejas, in-
defensos. Vivimos sometidos a poderes de los Estados y
autoridades de las naciones de este mundo y es propio de
los gobernantes de este mundo –ya lo decía Jesús– impo-
ner su arbitrio a las naciones sobre las que gobiernan y
dominan. Los cristianos hemos de acatar a las autoridades
de las naciones y pueblos entre los que pasamos como pe-
63
Sermón 1 en la Natividad del Señor 1-3; Oficio de Lectura, 25 de Diciembre.

28
PEQUEÑA GREY

regrinos, Estados que, en muchas ocasiones, son nuestros


opresores, perseguidores y enemigos.
La enemistad de los Estados de este mundo contra la
nación católica dispersa es, en nuestros tiempos, bien evi-
dente como para que tengamos que detenernos demasia-
do en documentarla. El discurso de Benedicto XVI en la
Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre de 2006
apunta precisamente a desarmar las resistencias contra el
Logos de Dios encarnado y subsistente en la Iglesia. Fue
esta una enseñanza que está en lógica continuidad con la
doctrina por él expuesta en la Declaración Dominus Iesus
de la Congregación para la Doctrina de la Fe64.

Somos, pues, una nación, pero no como las demás, sino


peregrina, dispersa, oprimida, sin territorio acotado por
fronteras, sin configuración estatal.
Nosotros tenemos como origen al Padre, somos engen-
drados por el Padre y por el Bautismo entramos en esta
nación, una nación espiritual, por la Vida Divina que se nos
comunicó y por la doctrina que se nos enseña; por una fe
común, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre.
Esto es lo que nos hace nación, y lo que eso significa:
el pensar, obrar y comunicarse con el Logos de Jesucris-
to, el cual se expresa en el Padrenuestro (sea cualquiera el
idioma en que se lo recite), el Sermón de la montaña, vivir
como hijos, vivir como el Hijo. Jesús es la cabeza y el cora-
zón de esta nación: la Iglesia.
En ocasión de las grandes guerras mundiales había en
las naciones europeas y sus gobiernos una desconfianza
por los católicos pues decían que eran ciudadanos de du-
dosa fidelidad a la Nación porque ellos reconocían una
autoridad pontificia sobre sus vidas y sobre las cosas.
Por esa razón no se podía confiar en estos ciudadanos.
Contra estos ciudadanos católicos se arrojaba una acusa-
ción de traición. Estaban en estado de acusación por esa
64
Del 6 de agosto del 2000.

29
Horacio Bojorge

dependencia espiritual que las naciones de este mundo


celaban. Es un rasgo de los Estados totalitarios, diviniza-
dos, el tener celos de una autoridad espiritual que no sea
la suya. Eso explica también esa tirria de las ideologías,
que aún opuestas entre sí, han estado de acuerdo en que-
rer hacer de la Iglesia católica una iglesia nacional.
Esta pretensión de los estados liberales y marxistas se
va a convertir en una de las tentaciones para el pueblo
católico.
Hace unos años publicaron en Mendoza un librito mío
que lleva por título Como ovejas entre lobos65. Este librito
contiene dos conferencias. En la primera, pronunciada en
Rosario66, titulada Reflexiones sobre la debilidad política
de los católicos, examino tanto la debilidad como la fuerza
política de los católicos. En la segunda, titulada Fátima y
la civilización de la acedia,67 reflexiono sobre el Mensaje
de Nuestra Señora y su vinculación histórica con la civi-
lización de la acedia. En ella señalo cómo el Mensaje de
Fátima se opone al mundo marxista y comunista. En efec-
to la Santísima Virgen aparece en Fátima precisamente
preparándonos para la revolución soviética.
La Virgen se aparece por primera vez en mayo de 1917
y en octubre se desata la revolución. La Virgen sigue apa-
reciéndose a lo largo de 1917, el 13 de cada mes, hasta
que estalla la revolución bolchevique, en el mes de octu-
bre. Es muy curioso notar, como han señalado algunos,
cómo la Virgen habla a los pastorcitos sobre Rusia, y pa-
rece prepararlos de antemano para hechos futuros, unos
inminentes y otros lejanos.
Los pastorcitos no sabían qué era Rusia, nunca habían
escuchado hablar de Rusia ni de sus errores que la Virgen
les predice que se irían a expandir por todo el mundo.
65
Ediciones Narnia, Mendoza 2006, 68 págs.
66
Conferencia pronunciada el 3 de agosto del 2000 y publicada como artícu-
lo primeramente con el título “La debilidad política de los católicos” en la
revista Gladius 18(2000) Nº 49, págs. 49-81.
67
Pronunciada en la Casa de Retiros Nuestra Señora de Fátima, Fisherton,
Rosario, el 14 de mayo del 2000.

30
PEQUEÑA GREY

La Virgen hace política... es la Suya, pero es política. Hace


política con nosotros; nos pone a rezar el Rosario. No enten-
demos cómo es esto, pero por algo surge el 7 de setiembre
de 1921 la Legión de María que adopta como signos los
estandartes de las legiones romanas. Una asociación cuyo
nombre tiene un aire militar a la vez que enrola para una
lucha espiritual a soldados insignificantes para los ejércitos
de este mundo. El día que se den cuenta los Estados de este
mundo del poder real que tiene este ejército de la Virgen
Santísima, van presas todas nuestras legionarias porque es
un verdadero ejército de Dios, una quinta columna, con su
servicio secreto, sus armas secretas, su gas lacrimógeno...

-La acedia, causa de la persecución


San Agustín no omite mencionar el móvil por el cual
Caín mató a su hermano: por acedia. Porque será el mis-
mo móvil por el cual este Mundo se opondrá a la Iglesia.
Ese móvil es la acedia, la envidia religiosa: “Caín, el primer
fundador de la ciudad terrena, fue fratricida, porque ven-
cido de la envidia, mató a Abel, ciudadano de la ciudad
eterna, que era peregrino en esta tierra”68.
A propósito de este fratricidio, San Agustín trae a co-
lación otro fratricidio célebre: también Rómulo mató a
Remo. Pero ambos eran ciudadanos de la ciudad terrena.
A Rómulo y Remo los enfrenta, precisamente, la rivalidad
por la gloria terrena, por el dominio y el señorío. El móvil
de este fratricidio es una envidia carnal. No así con Caín y
Abel, porque Abel no le disputaba a Caín gloria, dominio
ni señorío terreno:
“Abel no pretendía señorío en la ciudad que fundaba su
hermano, y éste lo mató por diabólica envidia [acedia] que
apasiona a los malos contra los buenos, no por otra causa
sino porque son buenos y ellos malos”. [...]
“Lo que aconteció con Remo y Rómulo nos manifiesta
cómo se desune y divide contra sí misma la ciudad terre-
68
La ciudad de Dios, Libro 15, Cap. 5.

31
Horacio Bojorge

nal; mientras que lo que sucedió entre Caín y Abel nos hizo
ver la enemistad que hay entre las dos ciudades, entre la
de Dios y la de los hombres. Sostienen entre sí guerra los
malos contra los malos, y asimismo debaten entre sí los
buenos y los malos, pero los buenos con los buenos, si son
prefectos, no pueden tener guerra entre sí”69.

-El trigo y la cizaña en la Iglesia - Un principio de di-


visión interior
En la nación de los hijos de Dios, observa San Agustín, no
todos son perfectos en la caridad. Dentro de la Iglesia hay
también acedia, que es el pecado directamente opuesto a la
caridad. De aquí nace una diversidad o heterogeneidad que
le es propia y que no impide que tenga algo de aquella he-
terogeneidad característica de la ciudad terrena, donde los
conflictos y oposiciones, las guerras, nacen precisamente de
la rivalidad por los intereses, como entre Rómulo y Remo.
En efecto, aún puede suscitarse conflicto entre quienes
están en el camino del bien pero no han alcanzado la per-
fección, por lo que continúa diciendo San Agustín:
“Pero los proficientes, los que van aprovechando y no
son aún perfectos, pueden también pelear entre sí, como
un hombre puede no estar de acuerdo consigo mismo; por-
que aun en un mismo hombre “la carne desea contra el
espíritu y el espíritu contra la carne70. Así que el deseo es-
piritual puede pelear contra la concupiscencia carnal a la
manera como pelean entre sí los buenos y los malos, hasta
que llegue la salud de los que se van curando a conseguir
la última victoria”.71
La heterogeneidad dentro de la nación de los Hijos de
Dios que es la Iglesia no nace solamente de la mayor o me-
nor perfección de sus miembros. Nace también de que, en
ella, se mezcla el trigo y la cizaña, los peces buenos y los ma-
los, como en el hombre vive mezclada la carne y la gracia.
69
La ciudad de Dios, Libro 15, Cap. 5.
70
Gálatas 5, 17.
71
La ciudad de Dios, Libro 15, Cap 5.

32
PEQUEÑA GREY

Las persecuciones no solamente producen santos y


mártires, sino que también son causa de apostasías, divi-
siones, defecciones y de inquinas entre católicos.
En el libro “En mi sed me dieron vinagre”72 he observa-
do cómo la persecución produce santos, pero también divi-
siones y apostasía y hasta un partido dentro de la Iglesia,
que persigue a los fieles: “A nadie le gusta la hostilidad del
mundo ni la persecución. La irritación del mundo contra los
fieles termina causando irritación entre los fieles. Algunos,
queriendo evitarla, piensan equivocadamente que podrán
bienquistarse al mundo dándole la razón y cediendo a los
pretextos de los críticos y de los perseguidores. Surge así un
‘partido del mundo’ [interior a la Iglesia], que aspira a la asi-
milación, y a través del cual la persecución se introduce en
la comunidad misma, con formas intra-eclesiales de mun-
danidad mental, con diversidad de criterios y con críticas a
los demás. Críticas que defienden puntos de vista mundanos
con razones cristianas. Por eso, esta tentación del mundo
internalizado, y defendido con etiquetas y argumentaciones
‘cristianas’ es singularmente pérfida y engañosa.
Almas bien intencionadas, al ver que el mundo se escan-
daliza de la fe y de la vida del creyente, sueñan con quitar
el escándalo. Y se irritan contra lo que les parece rigidez en
los que apegan a sus fidelidades, como si fueran ellos los
causantes de la persecución”73 surge así entre unos bauti-
zados la acedia, la tristeza por la santidad y la fidelidad de
los mártires y testigos.
A este propósito dice San Agustín: “Ahora, como tam-
bién llenan las Iglesias los que en la era apartará el aven-
tador, no parece tan grande la gloria de esta casa, como
se representará cuando quien estuviere en ella esté de
asiento para siempre”74. “En este perverso siglo, en estos
72
Horacio Bojorge, En mi sed me dieron vinagre. La Civilización de la ace-
dia. Ensayo de teología pastoral. Edit. Lumen, Buenos Aires. Principalmente
me ocupo del tema en los capítulos 3 y 4.
73
En mi sed me dieron vinagre, la cita en pp. 115-116.
74
La ciudad de Dios, Libro 18, Cap 48.

33
Horacio Bojorge

días funestos y malos [...] muchos réprobos y malos se van


mezclando con los buenos, y los unos y los otros se van
recogiendo como con una red evangélica75; y todos dentro
de ella en este mundo, como en un mar dilatado, sin dife-
rencia, van nadando hasta llegar a la ribera, donde a los
malos los separen de los buenos y en los buenos, como en
templo suyo, sea Dios el todo en todo”76.
De esta manera, San Agustín explica que la nación de
los hijos de Dios puede vivir dispersa aún dentro del cuer-
po de la Iglesia visible. Y que puede también suceder que
se vea oprimida por aquellos malos que están dentro de
la Iglesia, mezclados con los buenos. Porque también Caín
y Abel vivían juntos, hasta que la acedia precipitó la sepa-
ración victimando el uno al otro.

En nuestros días hay una persecución desde adentro,


como lo ha dicho el Papa Benedicto XVI a los periodis-
tas durante el viaje en avión a Portugal: “La novedad que
podemos descubrir hoy en este mensaje [de la Virgen en
Fátima] reside en el hecho de que los ataques al Papa y a
la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimien-
tos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la
Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se
ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente
tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no pro-
cede de los enemigos externos, sino que nace del pecado
en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda
necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar
la purificación, de aprender, por una parte, el perdón, pero
también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye
la justicia. En una palabra, debemos volver a aprender es-
tas cosas esenciales: la conversión, la oración, la peniten-
cia y las virtudes teologales.”77
75
Mateo 13, 47.
76
La ciudad de Dios, Libro 18, Cap 49.
77
Palabras del Santo Padre Benedicto xvi a los Periodistas durante el vuelo
hacia Portugal, Martes 11 de mayo de 2010.

34
PEQUEÑA GREY

-Dispersión no es división
Este hecho de la división interior que fragmenta a la
Iglesia en partidos carnales ya lo encontró san Pablo en
Corinto78 y diagnosticó su raíz: la jactancia de la carne que
busca gloriarse ante los hombres por títulos humanos: ri-
queza, sabiduría, nobleza, vinculaciones79.
Este espíritu carnal divide a los corintios hasta en el
momento mismo de la celebración del sacramento de la
unidad, en el momento de la Eucaristía80. Debiendo ser la
Eucaristía el momento en que los dispersos se congregan
para celebrar su comunión espiritual, en la fe, la caridad y
en la inhabitación del Espíritu Santo, las conductas todavía
carnales, no purificadas, meten su cuña divisora entre los
hermanos. Hasta tal punto, que lo que celebran “ya no es
la Cena del Señor”81 sino un simulacro que Pablo reprueba.
Esto les sucede a los corintios porque los motivos que
aglutinan a los hombres carnales en grupos, partidos y
tribus, convocan y congregan a los hombres en uniones y
asociaciones carnales, pero son causa de división espiri-
tual entre los fieles. Esos motivos para asociarse según la
carne, impiden la comunión eclesial perfecta en la caridad
y en su celebración litúrgica en la Eucaristía. Si el corazón
aún es carnal, está cerrado al Espíritu.

Se trata, notémoslo, de los mismos dos amores contrapues-


tos e incompatibles, al mundo o al Padre, de que habla San
Juan82 y que San Pablo expresa en la carta a los Gálatas ha-
blando de los deseos opuestos de la carne y del Espíritu83.
El antídoto que prescribe San Pablo contra esta necedad
carnal de la que brotan disensiones y discordias84, es la
78
1 Corintios 1, 11-12.
79
1 Corintios 1, 26-28.
80
1 Corintios 11, 17-33.
81
1 Corintios 11, 20.
82
1 Juan 2, 15-17.
83
Gálatas 5, 16-25.
84
Gálatas 5, 19 ss.

35
Horacio Bojorge

sabiduría de Cristo crucificado85, es decir, la de Aquél que,


no buscando su propia gloria sino la del Padre, se humilló
a sí mismo hasta la muerte y muerte de cruz y por eso fue
exaltado para la gloria del Padre86. Pablo establece aquí
-lo repetimos- la misma antítesis juanina entre el amor al
mundo y el amor al Padre87 en términos de la incompati-
bilidad entre el mundo y Dios: la fuerza y la sabiduría del
mundo son opuestas al poder y la sabiduría de Dios88.
Pablo comprueba, en el contexto de este conflicto ecle-
sial de los partidos, que en la Iglesia no todos son espiri-
tuales, sino que hay aún muchos carnales89. Precisamente
las divisiones son necesarias para que queden de mani-
fiesto quiénes son los que viven según el espíritu y quié-
nes según la carne90.
La doctrina paulina que hemos sintetizado nos servirá
como punto de referencia cuando, nos refiramos al princi-
pio unificador de los dispersos: la celebración eucarística
como camino de la crucifixión de la carne y la regenera-
ción en el Espíritu Santo.

2.- La dificultad para que esta Nación se configure


como Estado.
Después de confirmar los dichos de San Agustín con el
diagnóstico de San Pablo acerca de la naturaleza de las di-
visiones que impiden la unión de los dispersos, quiero abrir
un paréntesis para una reflexión:
La nación de los hijos no puede darse a sí misma un
principio de unidad como el que se dan las naciones de este
mundo mediante un Estado a semejanza de los Estados que
gobiernan las ciudades de la tierra. La aldea cristiana, es
una utopía.
84
Gálatas 5, 19 ss.
85
1 Corintios 1, 24.
86
Filipenses 2, 6-11.
87
1 Juan 2, 15.
88
1 Corintios 1, 17-22.
89
1 Corintios 3, 1-4; 3, 18-21.
90
1 Corintios 11, 19.

36
PEQUEÑA GREY

Y ello es así, en parte, a causa de aquella falta de ho-


mogeneidad de la nación de los hijos, que están en dis-
tintos grados de perfección filial, y que viven, –como ya
lo experimentó el mismo apóstol Pablo–, mezclados con
falsos hermanos91, con malos y réprobos. En la ciudad te-
rrena el buen gobernante se impone al malvado mediante
la coerción. En la Iglesia no debiera ejercitarse la coer-
ción punitiva. Precisamente a los buenos les está vedada y
consuman su bondad renunciando a ella. Con esto no me
estoy refiriendo a las penas canónicas que la autoridad del
gobierno debe aplicar, en forma correctiva y no punitiva, a
los delitos tipificados por el derecho canónico.
Por eso, no puede estar ya, en este tiempo, sobre esta
tierra, la Ciudad de Dios en un estado pleno y definitivo,
acorde a la santidad de los ciudadanos del Cielo: porque
dentro de ella hay ciudadanos de la inmanencia que viven
en ella como extranjeros residentes y porque no todos han
alcanzado aún, dentro de ella, el grado de perfección de la
caridad hacia el que tienden y caminan. El uso de la coer-
ción punitiva, lícito en la sociedad civil, queda en suspenso
en la sociedad eclesial, y se diferiría hasta el juicio de Dios.
El principio de unidad de los dispersos es de orden mís-
tico y espiritual y se realiza por vía sacramental, litúrgica,
eucarística.

Sin embargo, desde el comienzo, los apóstoles tuvieron


ya la tentación de pensar su ministerio apostólico y ecle-
sial a imagen y semejanza de los Estados de este mundo. Y
esa tentación del principio, comprensiblemente y como lo
muestra la experiencia histórica de la Iglesia, se repetirá a
lo largo de la historia hasta nuestros días.
Es aquella tentación de los miembros de la Ciudad de
Dios, de configurar la nación de los hijos, a imagen y se-
mejanza de los gobiernos de la ciudad terrena.
Pero, como ya lo dijo el mismo Jesús, los príncipes de
este mundo, y los que gobiernan las naciones, actúan so-
91
“peligros entre falsos hermanos” (2 Cor 11,26).

37
Horacio Bojorge

metiéndolas, pero en la Iglesia no debe ser así, (aunque


muestra la experiencia que puede ser así), sino que, los que
gobiernan al pueblo de los hijos, deben ser, como el Hijo,
servidores sufrientes que dan su vida por todos92. Lo que
debe distinguir a la Ciudad de Dios, es que en ella el poder
no se ejerce mediante la coerción, sino mediante el servicio.

Y dado que en la Iglesia coexisten, como nos ha dicho


san Agustín, ‘muchos réprobos y malos mezclando con los
buenos’ y no siempre es posible adelantar el juicio ni se-
parar el trigo de la cizaña, se dan en la Iglesia situaciones
como las que deploraba ya San Clemente en la comuni-
dad de Corinto: “La sedición, extraña y ajena a los elegidos
de Dios, abominable y sacrílega, que han encendido unos
cuantos sujetos, gentes arrojadas y arrogantes; hasta pun-
to tal de insensatez, que vuestro nombre, venerable y cele-
bradísimo y digno de amor de todos los hombres, ha veni-
do a ser gravemente ultrajado”93 [...] “Nacieron emulación y
acedia, contienda y sedición, persecución y desorden, gue-
rra y cautividad. Así se levantaron los sin honor contra los
honrados, los sin gloria contra los gloriosos, los insensatos
contra los sensatos, los jóvenes contra los ancianos”94.
Cómo encara y enfrenta San Clemente esta situación
merecería una atención que no podemos darle aquí. Po-
drá detenerse en analizarla quien esté interesado en ob-
servar cómo se ejercita la autoridad eclesial ante la reali-
92
Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: [...] “Con-
cédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”
[...] Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan.
Jesús, llamándoles, les dice: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las
naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con
su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a
ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero
entre vosotros, será esclavo de todos, porque tampoco el Hijo del hombre ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”
Marcos 10, 35-45.
93
1ª Carta de san Clemente Romano a los Corintios, I, 1.
94
1ª Carta de san Clemente Romano a los Corintios, III, 1.

38
Horacio Bojorge

dad mixta de trigo y cizaña, y donde, peor aún, la cizaña


parece haberse impuesto hasta dominar. El de Corinto
es un caso concreto de la historia de la Iglesia, donde la
intervención de san Clemente muestra que el gobierno
de esta nación no es reductible a formas coercitivas, cal-
cadas sobre las de los gobernantes de este mundo, pero
donde, de hecho, los carnales pueden imponerse y domi-
nar a los demás95.

En nuestro tiempo un santo pontífice, San Pío X, usó


de gran energía verbal y disciplinar, parecida a la de San
Clemente, para alertar contra el peligro modernista con
expresiones severísimas en la Encíclica Pascendi:
“Es preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha
crecido, en modo extraño, el número de los enemigos de la
cruz de Cristo, los cuales, con artes enteramente nuevas y
llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías
vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les
fuera posible, el reino de Jesucristo.
Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos apa-
recer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si
la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con espe-
ranza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un
olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de
Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no
es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre
los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de
grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de
la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto
lo son menos declarados.
Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de
católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta
de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia96,
95
La Iglesia tiene sin embargo un Código de Derecho en el que se estipulan
delitos y penas. Pero no podemos entrar aquí en la distinción entre la legisla-
ción eclesiástica y las legislaciones civiles.
96
Las cursivas son mías.

39
Horacio Bojorge

faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y


teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula
de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escri-
tos de los adversarios del catolicismo, se presentan, con
desprecio de toda modestia, como restauradores de la Igle-
sia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto
hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar
ni aun la propia persona del divino Redentor, que con sa-
crílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple
hombre.

Tales hombres se extrañan de verse colocados por Nos


entre los enemigos de la Iglesia. Pero no se extrañará de ello
nadie que, prescindiendo de las intenciones, reservadas al
juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de hablar
y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se
apartará de lo verdadero quien dijere que ésta no los ha te-
nido peores. Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos
traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde
dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas
mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño pro-
ducido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto
más a fondo conocen a la Iglesia. Añádase que han aplicado
la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino
a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas.
Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan
en que circule el virus por todo el árbol, y en tales propor-
ciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no
pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corrom-
per. Y mientras persiguen por mil caminos su nefasto desig-
nio, su táctica es la más insidiosa y pérfida”97.
Pero retomemos el hilo de nuestra exposición y conti-
nuemos oyendo a San Agustín.

97
San Pío X, Pascendi dominici gregis, Cito los números 1 y 2.

40
PEQUEÑA GREY

3.- El Cuerpo Místico: principio de unidad de la na-


ción dispersa
La Constitución Lumen Gentium ha dado amplio espa-
cio a la visión de la Iglesia como pueblo de Dios. Y es den-
tro de este aspecto de la doctrina sobre la Iglesia, donde
se sitúa lo que venimos diciendo acerca de la nación pere-
grina, dispersa y oprimida.
Pero la Iglesia no es solamente una sociedad como las
demás sociedades humanas. Eso es lo que San Agustín ha
tenido el mérito de subrayar con su doctrina sobre las dos
ciudades y su diversa naturaleza.
Pero la visión de la Iglesia como pueblo debe ser com-
plementada con la visión de Iglesia como Cuerpo Místico
de Cristo. Ella, en efecto, no es puramente “el pueblo de
Dios” en el sentido en que lo era en el Antiguo Testamento
el pueblo de Israel.
Si nos preguntamos acerca del principio que unifica a
esta nación peregrina y dispersa, nos encontramos con la
teología de la comunión y el misterio. “La Iglesia recibe
su connotación neotestamentaria más evidente en el con-
cepto de Cuerpo de Cristo. Se es Iglesia y se entra en ella
no a través de pertenencias sociológicas, sino a través de
la inserción en el cuerpo mismo del Señor, por medio del
Bautismo y de la Eucaristía”98.
El pueblo disperso de los bautizados se reúne en unidad
visible cuando celebra la Eucaristía. Luego de celebrada,
el Padre vuelve a enviarlos a la dispersión con el saludo
final: Ite missa est, podéis ir en paz, como señalábamos al
comienzo de esta exposición.
La Didajé expresa bellamente esta reunión eucarística
de los dispersos: “como este fragmento [del pan eucarís-
tico] estaba disperso sobre los montes y reunido se hizo
uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra
en tu reino”99.
98
Card. Joseph Ratzinger, en: Card. J. Ratzinger - Vittorio Messori, Informe
sobre la fe (BAC, Madrid 1986) p. 55.
99
Didajé. Doctrina de los Doce Apóstoles IX, 4 (Traducción de Daniel Ruiz

41
Horacio Bojorge

4.- Comentario al Salmo 60


En su comentario a los Salmos, San Agustín comenta
el versículo del Salmo 60 que dice: Dios mío, escucha mi
clamor, atiende a mi súplica100.
Al comienzo del comentario elige, como clave de su in-
terpretación, la doctrina del Cuerpo místico de Cristo: “En
este salmo, –si es que pertenecemos a sus miembros y a su
cuerpo, según nos atrevemos a creerlo puesto que nos lo
dice Él–, debemos reconocer nuestra voz, no la de un extra-
ño. Y no dije ‘nuestra’, como si fuese sólo la de aquellos que
actualmente estamos aquí, sino ‘Nuestra” entendiéndola por
la de todos los que estamos por todo el mundo; por la de los
que nos hallamos desde el oriente al occidente. Todos noso-
tros somos en Cristo un solo hombre; El es la cabeza de ese
único hombre, la cual está en los cielos, mas sus miembros
sufren aún en la tierra. Y porque sufren, ved lo que dicen:
Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica”
Se pregunta San Agustín acto seguido: “¿Quién dice
esto? Parece que uno solo. Pero –responde– veamos si es
uno solo: ‘Te invoco desde los confines de la tierra con el
corazón abatido”. Y continúa su explicación refiriéndose a
la condición dispersa de la Iglesia:

-La nación dispersa...


“Por tanto, no se trata de uno solo, a no ser en el sen-
tido de que Cristo, junto con nosotros, sus miembros, es
uno solo. ¿Cómo puede uno solo invocar a Dios desde los
confines de la tierra? Quien invoca desde los confines de
la tierra es aquella herencia de la que se ha dicho al Hijo:
Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión
los confines de la tierra. Por tanto, esta posesión de Cristo,
esta herencia de Cristo, este cuerpo de Cristo, esta Iglesia
Bueno, en Padres Apostólicos. BAC, Madrid 1965, p. 86).
100
San Agustin, Enarrationes in Psalmos, Salmo 60, 2-3; (CCL 39, 766). Lo
tomo de la Lectura del Oficio del Domingo I de Cuaresma Tomo II p. 55.
Puede verse también en la edición de la BAC, Enarraciones sobre los Salmos,
Tomo 2, p. 518-519 (Oras de San Agustín tomo XX) BAC, Madrid 1965.

42
PEQUEÑA GREY

única de Cristo, esta unidad que formamos nosotros es la


que invoca al Señor desde los confines de la tierra”.

-Y oprimida...
“¿Y qué es lo que pide? Lo que hemos dicho antes: Dios
mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica: te invoco
desde los confines de la tierra, esto es, desde todas partes.
¿Y cuál es el motivo de esta súplica? Porque tiene el cora-
zón abatido. Quien así clama demuestra que está en todas
las naciones de todo el mundo, no con grande gloria, sino
con graves tentaciones101”.

5.- La apostasía anónima


Pero además de ser odiados y perseguidos, también es
posible que, puesto que viven en medio de las ciudades de
la inmanencia, algunos miembros del pueblo de los hijos
de Dios –dado que su diversidad les ocasiona sufrimien-
tos: discriminación, persecución, opresión– sucumban a la
tentación de asimilarse a los inmanentistas, renunciando
a la orientación trascendente del corazón. Tiene lugar en-
tonces una apostasía interior, muchas veces insensible y
anónima, pero de graves consecuencias.

La apostasía interior va unida a una pérdida de identidad


que, entre otras consecuencias graves, permite la parasita-
ción no advertida de ‘hermanos’ que lo son sólo en aparien-
cia; la intrusión de quienes, sin vivir como hijos y de cara
al Padre, se auto declaran católicos o cristianos y conviven
con los miembros del nosotros sin pertenecerle realmen-
te. Pueden participar de los sacramentos y del culto pero
su corazón no está convertido o ya ha apostatado secreta-
mente. La parábola del trigo y la cizaña alecciona, desde el
principio, a los primeros discípulos, sobre esta realidad102.
De estos hechos dan testimonio, ya desde los comien-
zos de la Iglesia, las cartas a las siete Iglesias en el Apo-
101
Cursiva nuestra.
102
Mateo 13, 24-30.

43
Horacio Bojorge

calipsis. Ellas muestran cómo los cristianos podían perder


de vista su condición peregrina y la meta trascendente
de su peregrinación, para mimetizarse, asimilándose a las
ciudades en medio de las cuales vivían. Así la sal perdía el
sabor y era menospreciada por los hombres de la inma-
nencia103. Pero también resultaba desagradable al Señor
hasta provocar su vómito104.
El Ángel escribe a la Iglesia que está en Éfeso, Laodicea,
etc. Nótese bien la expresión, no se dice “la Iglesia de Éfe-
so” o Laodicea sino la que está en... pero no es de ella. No
le pertenece.
Así, la Iglesia católica está en Argentina o en Uruguay,
pero no es de Argentina ni de Uruguay, ni del Chaco, de
Mendoza, ni de Salto o de Canelones. Menos aún es la Igle-
sia argentina, uruguaya o china, etc. La Iglesia está en,
pero no pertenece a...
Esta manera de hablar, se remonta al magisterio de Je-
sucristo mismo, que enseña a sus discípulos que están en el
mundo pero no son del mundo105. Más aún, les advierte que
el mundo los odiará. “Yo les he dado tu Palabra, y el mundo
los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy
del mundo”106. Y que tienen que cuidarse constantemente
de peligros que los acecharán en el mundo a lo largo de la
historia.

La imprecisión a nivel del lenguaje, –actualmente muy


extendida y aceptada sin advertir su gravedad–, es sínto-
ma inequívoco de la pérdida de claridad en la concien-
cia católica contemporánea al respecto. A pesar de que el
Concilio Vaticano II nos lo recordó repetidas veces en sus
documentos107, se ha nublado la conciencia de que este
103
Mateo 5, 13.
104
Apocalipsis 3, 15-16.
105
Juan 17, 11. 16.
106
Juan 17, 14.
107
Véase por ejemplo Lumen Gentium 14: “La Iglesia peregrinante es necesaria
para la salvación” o Lumen Gentium 8 f, que citaremos más adelante en nota.

44
PEQUEÑA GREY

pueblo de los hijos es una nación que tiene una meta tras-
cendente y por lo tanto vive peregrina hacia la patria ce-
lestial. Este enturbiamiento de la conciencia católica brota
de un debilitamiento de la fe y da lugar a tentaciones que
merecería el reproche de los Ángeles de las ciudades y
naciones en las que peregrinamos.
Dos tentaciones principales me parece posible percibir,
que pueden desembocar en desviaciones, tan reprocha-
bles para los Ángeles como los que reprocha el Señor a las
siete Iglesias del Apocalipsis.

45
PEQUEÑA GREY

II PARTE

1.- Las dos tentaciones de la nación dispersa:


asimilación e imitación
Como dije ya, esta nación dispersa y oprimida puede
ser asaltada por dos tentaciones principales. En realidad
se trata de una tentación doble: por un lado, si somos pe-
regrinos, podemos tener la tentación de instalarnos y asi-
milarnos, y por otro lado, por vivir en naciones que tiene
cada una su propio Estado, podemos tener la tentación
de ser una nación con su propio Estado semejante a los
demás Estados.
Se trata en realidad de una sola tentación en dos formas
diversas: la tentación de asimilarse a las naciones y estados
de este mundo. La otra tentación consiste en imitar a las
naciones de este mundo dándose a sí misma una suerte de
organización estatal, o practicando los poderes jerárquicos
que son espirituales a la manera de los jefes de las naciones.
Al decir de san Pedro: “enseñoreándose o dominando o
mandoneando (katakyrieuein) sobre la grey”. (1ª Pedro 5, 3).

El Señor ya había puesto en guardia a los apóstoles


contra esta tentación cuando, en ocasión de que discu-
tían quién era el primero, les advirtió: “Sabéis que los jefes
de las naciones las dominan como señores absolutos, y
los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así
entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser gran-
de entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera
ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la
misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos”(Mateo 20, 28).

Creo que de esta reflexión podemos sacar algunas orien-


taciones y enseñanzas para nuestra situación actual en la

47
Horacio Bojorge

Iglesia y en el mundo y para advertir las sutiles formas de


tentación que pueden mundanizar a la Iglesia.
En cuanto a la primera tentación, la de asimilarnos a la
nación de la inmanencia en que habitemos, ya se nos pone
en guardia contra ella en la Escritura: “No os acomodéis al
mundo presente, antes bien transformaos mediante la re-
novación de vuestra mente, para que podáis discernir cuál
es la voluntad del Padre” (Romanos 12, 2). Esta asimilación
del alma católica a las pautas mundanas, tiene lugar cuan-
do perdemos de vista la meta de nuestra peregrinación,
cuando perdemos de vista al Padre.

2.- El Padre es la Vida Eterna


Me permito aclarar que prefiero hablar del Padre que
hablar de Vida Eterna o de Cielo. Porque hablando de Vida
Eterna uno después tiene que andar dando explicaciones.
A la gente de hoy, sin excluir lamentablemente a muchos
católicos, parece que “el cielo” o la “Vida eterna” no les dice
mucho.
Está tan atacado el imaginario creyente que cuando se
le dice Vida Eterna le acude a la imaginación un angelito
sentado en una nube tocando el arpa. No les dice mucho o
casi nada la palabra Cielo.
Hay que volver a hablar de la esencia del Cielo: esa
esencia es el Padre. Hay que explicitar al Padre. El Cielo,
la Vida Eterna, son nombres del Padre. Porque el Padre es
la Vida y la Vida de Dios es el Amor. Por eso, la Vida Eterna
es el Abrazo Eterno con el Padre.
Y el Padre, que es la fuente divina de Vida y Amor Eter-
nos, nos engendrará eternamente. Pero es desde ya capaz
de engendrarnos como hijos en el tiempo.
Más aún, si no fuéramos hijos de Dios ya desde el tiem-
po, si no comenzáramos siéndolo aquí, no habría modo
de serlo después. Porque es aquí donde comienza –con
nuestro Bautismo, con nuestra fe, con nuestro discipulado
en Cristo–, nuestra generación divina.

48
PEQUEÑA GREY

-Desde esta vida empezamos a ser sus hijos


Es aquí donde empezamos a compartir con Él al Padre.
Él es el Hermano mayor que nos enseña, con Su ejemplo,
a vivir como hijos en presencia del Padre.
Esto es tan así que cuando Pedro habla a los cristia-
nos más antiguos de su comunidad les dice “presbíteros”.
Esta palabra se suele entender y traducir por “ancianos”.
Pero no comparto esa traducción, que me parece no ado-
lecer de presbicia sino de miopía. Porque si bien uno de
los sentidos de la palabra griega presbíteroi puede ser el
de ancianos, sostengo que se debe traducir –según el otro
sentido que le reconocen los diccionarios y es el acorde
con el contexto cristiano–, como mayores.
Es decir hijos mayores, hermanos mayores. Porque eso
son los presbíteros en la comunidad creyente según la ver-
dad cristiana. Son que han arribado los primeros a la con-
dición filial. Los nacidos antes a la fe. Los más largamente
experimentados en la vida filial, los más expertos en los
caminos del Espíritu Santo y por eso mejores conocedores
del estilo del Espíritu. Son esos hijos mayores, ellos, digo,
los más antiguos en la comunidad, los que tienen que en-
señar a los hermanitos más recientes, con su ejemplo de
hijos, a vivir como hijos: enseñarles a vivir la vida filial.
De modo que los presbíteros en la comunidad, los sa-
cerdotes, los ordenados, debemos ser ejemplos de ser hi-
jos y enseñar a nuestros hermanitos menores, a los demás
bautizados, con nuestro ejemplo de hijos. Porque nosotros,
por el Orden Sagrado, somos configurados en Cristo, con
Cristo el “primogénito entre muchos hermanos” (Romanos
8, 29). Y que configurándose con Él como hijos se convier-
ten todos en primogénitos y constituyen: “la asamblea de
los primogénitos inscritos en los cielos” (Hebreos 12,23).

De poco valdría que impartiésemos a los demás la sa-


grada doctrina, si junto con ella no supiésemos enseñar
con nuestro ejemplo a vivir vinculados por la fe a las divi-
nas Personas.

49
Horacio Bojorge

Como dice muy bien el Padre Sáenz en su libro In Per-


sona Christi, actuamos in Persona Christi. Y esa Persona
Christi es el Hijo, el Verbo Eterno de Dios, el Hijo de Dios
hecho Hombre y como Hombre viviendo como Hijo lo que
Él vive como Dios.

Con Ese nos tenemos que configurar también nosotros,


recibiéndonos del Padre en nuestro ministerio y en la Eu-
caristía, para que viendo los fieles cómo vivimos como hi-
jos, predicando la vida filial, también ellos puedan vivir su
Bautismo y dejarse activamente engendrar.

3.- La tentación: instalación y asimilación


La tentación de los peregrinos es pues, la de instalarse y
asimilarse. Esto sucede cuando pierden de vista la meta de
su peregrinación, se desentienden de ella y se afincan en
la ciudad terrena como en su morada última y definitiva.
Pero la instalación y la asimilación se da en dos formas
o ámbitos principales, como ya anticipamos.

Uno es el de las relaciones del pueblo católico con el


mundo, es decir hacia fuera. El otro es el del ámbito in-
terior del pueblo católico, es decir hacia adentro. Hacia
afuera se da la tentación de nacionalizarse, adaptarse a
una nación; y hacia adentro, la tentación de configurarse
en forma de un estado como los de este mundo.

a) Hacia afuera: “Tengo contra ti que te nacionalizas”

-La doble tentación de mundanización y carnalización


del creyente.
Llamo tentación de nacionalizarse, hacia afuera, lo que
le sucedió al movimiento protestante, que se desmembró
en iglesias nacionales, como la iglesia de Alemania, Ingla-
terra, Dinamarca, Suecia, etc.

50
PEQUEÑA GREY

Lutero inflamó una revolución religiosa al servicio de la


nobleza alemana, que era rival del Papa. Al enfrentarse al
Papa halaga los sentimientos nacionales y anti-imperiales de
la nobleza alemana, la cual estaba en rebelión no sólo contra
el Papa sino contra la autoridad del emperador Carlos V, al
que no querían. Es en realidad la nobleza alemana la que
apoya y sostiene a la iglesia luterana. Lutero puede instalar
en forma de iglesia su rebeldía anticatólica porque es am-
parado por un poder político que quiere una iglesia propia
independizándose de la católica. Detrás de eso hay una revo-
lución política. Y también una revolución económica, porque
la nobleza alemana se enriquece a costa del campesinado
católico. Algo semejante sucede en las demás naciones, esta-
bleciéndose así la iglesia de Suecia, la iglesia de Dinamarca,
la iglesia de Holanda. Las iglesias protestantes se van ha-
ciendo nacionales y dependientes de las coronas. En Ingla-
terra, Enrique VIII se apodera de la Iglesia precisamente por
esa rebeldía y ruptura a que su lujuria lo conduce.
Esta nacionalización es lo que muchos gobiernos anti-
católicos y regímenes totalitarios procuran lograr con la
Iglesia Católica. Por un lado, la masonería liberal y por otro
lado, la marxista. Es también lo que aún hoy los poderes
de este mundo no cejan de procurar que suceda. En el
caso del liberalismo masónico europeo en el paso del siglo
XI al XX, alegando que la obediencia del Papa es incompa-
tible con la ciudadanía, sea francesa, alemana, u otra. En el
caso del marxismo, con la iglesia patriótica en China, por
ejemplo; una iglesia sujeta al régimen comunista.

-La desviación de la misión de la Iglesia hacia tareas


intramundanas.
Los poderes políticos de la ciudad de la inmanencia imagi-
nan tareas asignables a la Iglesia dentro del orden inmanente.
Me viene a la memoria el caso de un político uruguayo,
conocido por su hostilidad al catolicismo, masón e hijo de
masón, que propuso cierta vez que la Iglesia se ocupase
de promover la seguridad en el tránsito, como una colabo-

51
Horacio Bojorge

ración muy buena de la Iglesia a la sociedad uruguaya. Es


indudable que la santidad produce hombres responsables
cuando están al volante, pero este político es de los que
combaten la raíz religiosa pero desearían injertar sobre
ella un gajo ajeno que pudiera dar frutos laicos.
El arquetipo de esta actitud puede encontrarse en el
Faraón. Él quería el trabajo del pueblo elegido, al mismo
tiempo que planeaba acabar con él.
A algún político más generoso pudo ocurrírsele asig-
narnos a los católicos la tarea, más elevada que la seguri-
dad en el tránsito: promover el bienestar social o la moral
pública. Pero todas éstas son metas seculares cuando se
las busca por sí mismas y desvinculadas de la meta última
de este pueblo peregrinante.

Pero cuando esta laicización proviene de las mismas ins-


tituciones eclesiales, sucede una especie de degeneración
de una institución –como le venía sucediendo a Caritas. En-
tonces, como el cordero que empieza a hablar el lenguaje
de la serpiente, quiere hacer la caridad cristiana cumplien-
do las metas del orden mundial, metas totalmente contra-
rias a los fines religiosos de la institución eclesial108.
Caritas –y esto siempre me resultó motivo de extrañe-
za– entendía por caridad sólo a las obras de misericordia
corporales y excluía de sus estatutos –o por lo menos de
su acción visible– las obras de misericordia espirituales.
Caritas no debería considerar ajeno a sus fines el fomento
de la evangelización o de la catequesis, porque son más
importantes las obras de misericordia espirituales que las
108
En mayo de 2011, el Papa tuvo que “invitar” a Caritas a defender “los
valores no negociables” de la Iglesia y a promoverlos en todas las instancias
internacionales de manera de “no caer en ideologías dañosas”. Entonces se
apartó del cuerpo directivo a una de sus componentes. En abril de 2012 se
publicaron los nuevos estatutos que aspiran a que Caritas sirva también a los
intereses de la evangelización, poniéndola bajo la dirección de Consejo Pon-
tificio Cor Unum encargado de las obras de caridad de la Iglesia cuyo objetivo
abarca las obras de misericordia corporales y espirituales.

52
PEQUEÑA GREY

obras de misericordia corporales; son más importantes


para la salvación eterna.
A eso apunta la reforma de sus estatutos según los cua-
les su acción será dirigida desde el Pontificio Consejo Cor
Unum encargado de las obras de misericordia de la Iglesia.
Entonces, ¿cómo desentenderse de la caridad espiri-
tual? Ya en esta amputación, se proponía una reducción
fáctica de la idea de la Caridad verdadera. Caridad es el
nombre de la virtud teologal, y ¿a qué se la estaba redu-
ciendo cuando el actuar de “Caritas” sugería que la Cari-
dad atendiese sólo a las necesidades materiales?
Peor aún, cuando responsables jerárquicos de orientar
la acción de esta institución se oponían a que la ayuda ma-
terial fuese acompañada de un auxilio religioso: “No, en los
repartos de Caritas no quiero nada de catequesis. Que no se
diga que la Iglesia compra la fe con favores materiales”.109

Otra tarea asignada al pueblo católico por los poderes


de este mundo pudo ser el caso de sentarse en la Mesa del
Diálogo para lograr acuerdos políticos. Tuve la oportunidad
de conversar con un obispo que había estado sentado a la
Mesa del Diálogo. Cuando le pregunté acerca de su opinión
acerca de los resultados, él me respondió muy sinceramen-
te que, en realidad, les habían dado a entender que no los
necesitaban. Yo entendí que él entendía que los habían usa-
do, aunque no me lo dijo con esas mismas palabras.
Un escritor alemán Carl Améry110 en su libro La Capitu-
lación. El catolicismo alemán hoy111 analizaba las relacio-
109
Esto dicho por un obispo ¿se puede entender? Este temor al qué dirán ¿no
se opone acaso al dicho del Señor en Mateo 6,1?: “Guárdense de hacer sus
obras delante de los hombres para ser vistos por ellos”. Ni para ser alabados
ni por temor de ser vituperados se ha de supeditar la obra filial al parecer de
los hombres.
110
Carl Amery, pseudónimo de Christian Anton Mayer (Múnich, 9 de abril de
1922 - 24 de mayo de 2005).
111
Editorial Nova Terra, Barcelona 1966 (Original alemán: Die Kapitulation.
Oder deutscher Katholizismus Heute. Rowohlt Taschenbuch, Verlag GmbH,
Reinbeck bei Hamburg 1963.

53
Horacio Bojorge

nes de los gobiernos alemanes y los católicos. Y contiene


también observaciones acerca de lo que sucedió con los
católicos en sus relaciones con los estados europeos en que
les tocó vivir. Observa entre otras cosas, que muy a menu-
do el Estado asignaba a la Iglesia tareas, que parecían una
concesión de un poder pero en realidad era como mante-
nerla entretenida en cosas, o ponerla de administradora de
la ayuda social del gobierno o cosas por el estilo: “esos so-
beranos intentaron por un lado limitar o destruir el influjo
de la Iglesia, pero, por otro, le concedieron un ‘sector’ en el
que no sólo le dejaron las manos libres, sino que incluso la
estimularon poderosamente. Con ello tropezaban parcial-
mente con la violenta oposición de otros ‘modos de catoli-
cismo’ [...] que no fueron oprimidos o combatidos por ser
heréticos o falsos sino porque disputaban al soberano un
terreno que éste no estaba dispuesto a ceder”112.
Hubo, pues, históricamente una presión de los poderes
políticos, que hoy hereda el poder político mundial globa-
lizado, para someter al pueblo de Dios a tareas y metas in-
tramundanas, imponiéndoles servicios sociales o políticos
e impidiéndoles el culto divino...
Al mismo tiempo se le deniega la libertad en el campo
de la educación, sometiéndolo a reglamentaciones estata-
les en ese ámbito neurálgico para la cultura católica de los
educandos.
De este modo se desconocen o se calumnian los méritos
de la cultura católica y sus obras en épocas pasadas, porque
dan ejemplo de que las metas intramundanas se lograron
mejor tendiendo a las celestiales. ¿Por qué, si no, en la
Constitución Europea no se querían nombrar los orígenes
cristianos de Europa?
Esta presión desde el exterior se convierte fácilmente
en una tentación que nace del interior del cristiano. Por
ejemplo, como ya dije, los gobiernos europeos habían acu-
sado a los católicos de ser malos ciudadanos por obedecer
112
Carl Améry, La Capitulación, págs. 14-15.

54
PEQUEÑA GREY

al Papa, considerado por aquellos como una potencia ex-


tranjera y en cierto sentido enemiga. Así, llegadas las gue-
rras europeas, los católicos trataron de mostrarse patrio-
tas heroicos en las trincheras, perdida su capacidad crítica
de indignación y de resistencia contra guerras monstruo-
sas y yendo al frente a matarse entre hermanos. Esto con-
fundía; tenían que demostrarse como buenos ciudadanos.
La acusación los impulsaba como a disculparse, a decir:
“¡No! ¡Somos buenos patriotas, somos buenos soldados!”.
A este respecto comenta Carl Améry: “Al menos desde
la Primera Guerra Mundial, ya no hay en realidad más que
un solo objetivo de la teología: la demostración de que el
‘modo de catolicismo nacional’ de cada francés, alemán, ita-
liano, es patriótico: es decir que pueden reclamar por parte
el estado, gratitud por su comportamiento”113.
Esto implica que esos medios católicos estaban de tal
modo sometidos al poder político que no tuvieron capa-
cidad de reacción conjunta. “Así –dice Carl Améry– hemos
actuado nosotros, efectivamente, contra las honrosas tradi-
ciones de la Iglesia de los mártires, y seguimos haciéndolo,
sin que se le ocurra irritarse a nadie más que a los desespe-
ranzados ‘marginales’”114.

Como vemos, la acedia de los gobernantes de la ciudad de


la inmanencia, manifestada en acusaciones contra los ciu-
dadanos de la trascendencia y en la negativa a reconocer
sus méritos históricos, suscita en éstos culpabilidad. Y para
quitar motivos a la acusación son impulsados a hacer algo
que Jesucristo disuadía de hacer: “Guardáos de obrar vues-
tra justicia (la justicia filial) delante de los hombres para ser
vistos por ellos” (Mateo 6,1). Es decir, ajustar la conducta
cristiana a la búsqueda de la aprobación mundana. Tratar de
demostrar su valía y procurar hacerse agradables al poder
político prestándose a sus exigencias o deponiendo sus jus-
tas críticas.
113
Carl Améry, La Capitulación, p. 81.
114
Carl Améry, La Capitulación, p. 53.

55
Horacio Bojorge

Esto es contrario al Evangelio, porque éste dice que no


hay que hacer las obras cristianas para ser aprobados por
el mundo. Y hasta se da el caso, en instituciones católicas,
de que cuando alguno de los “desesperanzados margina-
les” –de cuyas filas, sin embargo, salen los verdaderos tes-
tigos y mártires–, recuerda “los principios no negociables”
se les tilda de atrasados y se les restriega en el rostro la
necesidad de adaptarse a las corrientes modernas.
En esa coyuntura es necesario recordar que es necesa-
rio obedecer y complacer a Dios más que a los hombres y
renovar la disposición al martirio.
Las generaciones de mártires que prefirieron morir a
quemar incienso adorando al César, son testigos actua-
lísimos, maestros que muestran un camino. No se puede
quemar incienso al poder político, no se lo puede honrar
como fuente de salvación. Sería incurrir en un mesianismo
político que impulsó a Judas a canjear a Cristo.
Nuestro Leonardo Castellani ha plasmado este conflicto
en su novela Su Majestad Dulcinea.

-Las Conferencias episcopales nacionales


La organización actual de la jerarquía católica en confe-
rencias episcopales nacionales –cuyas fronteras coinciden
con las de los estados terrenos– puede ser mal entendida
o mal practicada, equivocadamente, incurriendo en una
fragmentación de la unidad católica universal y su loteo
según fronteras políticas. Es decir, en la dirección de una
poli-nacionalización del pueblo de Dios, con mengua de su
catolicidad y de su condición peregrina.
Así, por ejemplo, en los comienzos de la página web de
la Conferencia Episcopal Uruguaya se estampó, inadverti-
damente el título “Iglesia uruguaya”. Hasta que alguien se
lo hizo notar a un obispo, éste dio los pasos para que se
corrigiera. Lo que hoy se lee es: “Conferencia episcopal
uruguaya”. Para un católico resultará obvia la relación de
esta institución con la Iglesia Católica.

56
PEQUEÑA GREY

Pero en la mente de quien estampó inicialmente el tí-


tulo “Iglesia uruguaya” y en la mente de los que no advir-
tieron la incorrección, se había operado ya un cambio de
conciencia y de identidad, reflejado en un uso del idioma
que se ha seguido vigorizando y generalizando.
Lo grave es que se pueda decir y seguir diciendo –por-
que se sigue diciendo así–: “Iglesia uruguaya”, sin que a
nadie le choque, y que no haya una reacción de la con-
ciencia común. Pues aunque hayan corregido la página
web, igual siguen pensando muchos, el común, que son ‘la
Iglesia uruguaya’. Confieso que me he sorprendido a mí
mismo hablando de ‘Iglesia uruguaya’. Tal es la fuerza que
ejerce sobre uno el uso generalizado del lenguaje.
Y esto no sucede solamente en Uruguay. Para desgracia
de la identidad católica universal, hoy se oye hablar, –sin
que nadie haya salido a corregirlo ni se lo considere ob-
jetable–, de Iglesia argentina, boliviana, chilena, peruana.
Dentro de la Argentina he oído hablar de Iglesia chaqueña
o Iglesia del Chaco.
Hace unos años, en ocasión de una consagración de
vírgenes, una virgen se quería consagrar con velo –en el
ritual se puede consagrar con velo o sin él y ella quería
hacerlo con velo– pero encontró cerrada oposición de los
sacerdotes: “No, eso no se estila en esta Iglesia”. Sólo gra-
cias al obispo pudo hacerse respetar el ritual y el derecho
de la virgen consagrada.
Con ocasión de la imposición ”obligatoria” de la comunión
en la mano, o de otros abusos litúrgicos, en numerosos lu-
gares y ocasiones, se ha oído a sacerdotes, y aún a obispos,
responder a fieles que reclamaban sus derechos respalda-
dos por los documentos pontificios: “el Papa es el obispo de
Roma, pero aquí mando yo, aquí se hace así”, haciendo un
verdadero feudo de parroquias o diócesis.
La nacionalización, la regionalización significa una des-
catolización de la Iglesia, una pérdida de universalidad
y de la conciencia universal de la identidad en el pueblo
católico. Se reclaman para cada país o región, vivencias,

57
Horacio Bojorge

costumbres y particularidades locales del catolicismo que


se apartan de los usos católicos universales, los contradi-
cen y llegan hasta a abolirlos. Así, en el sur argentino se
puede hablar de una Iglesia de la Patagonia y puede cun-
dir entre el clero y algunos sectores de laicos, un afecto
antirromano de cuño protestante y mundano115.

b) Hacia dentro: La tentación de estatización o “Babi-


lonización” de la nación Iglesia
Me he detenido al comienzo en recordar la esencia de
esta nación peregrina, de este pueblo de los hijos, porque
la asimilación a las naciones irredentas para fundirnos en
ellas o la imitación de las demás naciones en el gobierno
y vida interna de la nuestra, son dos formas de perder
nuestra divina identidad.
Olvidarlo lleva a los bautizados a adoptar la ciudadanía
de Babilonia, a instalarse en la situación mundana, aunque
puedan seguir yendo a Misa el domingo. Es algo muy real
que vemos suceder.
Se vive una esquizofrenia por la cual, habiendo de he-
cho perdido la identidad esencial, se ha instalado para-
sitariamente en ellos una identidad invasora, usurpadora
de la identidad verdadera; y que les impide vivir según
la bienaventuranza de ser hijos. Le deben su vida más al
mundo que al Padre. Son más ciudadanos de Babilonia
que de la Jerusalén celeste.
Los liberales católicos –por ejemplo– pierden el sentido
de aquella libertad que viene de la verdad –“La verdad os
hará libres”– porque han perdido la Verdad de Dios como
115
Hans Urs von Balthasar analizó este afecto antirromano en su obra: “El
complejo antirromano. Integración del Papado en la Iglesia universal” Ed.
BAC, Madrid 1981 (Original alemán: Der antirömische Affekt. Wie lässt sich
das Papstum in der Gesamtkirche integrieren. Edit. Herder KG, Freiburg im
Breisgau, 1974). Sentimiento antirromano de origen alemán-luterano y euro-
peo, que ha desembarcado en nuestra playas latinoamericanas que habían sido
hasta ahora filialmente afectas y fieles al Papa con una viva fe en su condición
de Vicario de Cristo ‘Urbi et Orbi’.

58
PEQUEÑA GREY

Padre. En el fondo, incurren en una forma de naturalismo


anónimo que los lleva a compartir la mentalidad del mun-
do liberal sin darse cuenta de la incompatibilidad que hay
entre la ideología liberal y la doctrina de la fe católica.
La ideología y los dogmas liberales, se instalan en la ca-
beza y el corazón de esos bautizados después que ha tenido
lugar la muerte del Padre o peor aún la rebelión contra el
Padre.
¡Qué contradicción tan grande entre ser católico hijo de
Dios y vivir de cara al Padre con la ideología liberal que
supone la rebelión contra el Padre, la desobediencia y, en
la práctica, la muerte del Padre! ¡Una libertad anticristiana
desde su concepción, en vez de la libertad de los hijos, que
consiste en “hacer la Voluntad del Padre”! (Cfr. Juan 4, 34).
Ahí tienen ustedes cómo, de alguna manera, esos católicos
liberales se instalan en una ideología doctrinaria, en un libe-
ralismo contrario a su fe, y viven, aparentemente sin darse
cuenta, esa contradicción.
Algo análogo vale para los cristianos marxistas que pien-
san poder instaurar la justicia social perpetrando la mayor
de las injusticias que consiste en arrebatar la gracia divina
a los seres humanos separándolos del Dios verdadero.

-No perder de vista la meta de la peregrinación: El Padre


De modo, entonces, que la tentación de los peregrinos
de instalarse y asimilarse sucede cuando pierden de vista la
meta de su peregrinación, que es el Padre, se desentienden
de ella y se afincan en la ciudad terrena como en su morada
última y definitiva. ¡En esto consiste el naturalismo!
Dicho en términos juaninos, cuando pasan a amar al
mundo más que al Padre. Así lo dice Juan en su Primera
Carta: “No améis al mundo, ni lo que hay en el mundo. Si
alguien ama al mundo el amor del Padre no está en él.
Puesto que todo lo que hay en el mundo –la concupiscen-
cia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactan-
cia de las riquezas” no viene del Padre sino del mundo. El
mundo y las concupiscencias pasan pero quien cumple

59
Horacio Bojorge

la voluntad de Dios [Padre] permanece, para siempre. (1ª


Juan 2, 15-17).
El Padre inmortal vive desde siempre y para siempre y
es una vida eterna la que recibimos de él por generación;
en cambio, el que vive para la carne muere con la carne.

-La burocratización estatizante y mundanizante de la


nación católica
La otra forma de la tentación de asimilarse al mundo, pues,
consiste en un estatizarse burocratizándose hacia adentro.
Es decir: que a la nación de los hijos de Dios le crezca aden-
tro una organización de tipo estatal a imagen y semejanza de
los Estados de este mundo, como hemos esbozado anterior-
mente, al tratar sobre la unidad de los dispersos.
No nos referimos al ejercicio del ministerio del gobier-
no, que corresponde a la jerarquía eclesiástica por institu-
ción divina.
Me refiero a una burocratización del modo de gobierno,
cuyo funcionamiento sea vivido según imagen, semejanza
e imitación del estilo de los poderes mundanos en la ciu-
dad inmanente. Un ejercicio del poder más en términos de
ejercicios de dominación que de cuidado solícito.
Pedro lo advierte en estos términos como una tentación
real de los “presbíteros” o hermanos mayores de la comu-
nidad: “non sicut dominantes in clerum”, no como quien
domina sobre la grey. Sino por el contrario como dando
ejemplo de vida filial: forma facti regis ex animo, hechos
modelos de la grey espontáneamente.
Lo mismo dice San Pablo que no deben hacer los sa-
cerdotes en la grey: no se gobierna como quien domina la
grey sino mostrándose modelos de la grey, como hijos. Así
se gobierna, con el ejemplo de hijos, no mandando.
Por supuesto que hay un carisma de gobierno en la
Iglesia y un ministerio de gobierno, pero están al servicio
de la santidad y por lo tanto al servicio de la filialidad,
para discernir quién vive como hijo o no y para ayudar a

60
PEQUEÑA GREY

vivir como hijos. El principio del gobierno eclesiástico es


el modelo de la grey.
Surge, entonces, la forma de la tentación, que consiste
en configurarse a imagen y semejanza de los Estados de
este mundo y de funcionar con un tipo de autoridad seme-
jante al de los jefes y señores de la tierra.
Puede ser una tentación de la burocracia eclesial. Hace
poco andaba circulando un texto de Vittorio Messori, y
creo que también de Juan Manuel de Prada, hablando de
esta estatización, de la tentación de la burocracia dentro
de la Iglesia, de la burocratización.
El Papa Benedicto XVI le dijo en setiembre de 2011 a
los católicos en Alemania, en ocasión de su Encuentro con
el Consejo del Comité central de los Católicos Alemanes
(ZDK)116 que la Iglesia en Alemania tiene organizaciones
excelentes pero, ¿Dónde está el espíritu? ¿Dónde la fe? Es
muy fuerte lo que les dijo en forma tan suave:
“A muchos les falta la experiencia de la bondad de Dios.
No encuentran un punto de contacto con las Iglesias insti-
tucionales y sus estructuras tradicionales. Pero, ¿por qué?
Pienso que ésta es una pregunta sobre la que debemos
reflexionar muy seriamente. Ocuparse de ella es la tarea
principal del Consejo Pontificio para la Promoción de la
Nueva Evangelización. Pero, evidentemente, se dirige a to-
dos nosotros. Permitidme afrontar aquí un aspecto de la
específica situación alemana. En Alemania la Iglesia está
organizada de manera óptima. Pero, detrás de las estructu-
ras, ¿hay una fuerza espiritual correspondiente, la fuerza
de la fe en el Dios vivo? Debemos decir sinceramente que
hay un desfase entre las estructuras y el Espíritu. Y añado:
La verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es
una crisis de fe. Si no llegamos a una verdadera renova-
ción en la fe, toda reforma estructural será ineficaz”.
Ahí tienen ustedes una Iglesia que tiene un Estado aden-
tro, que en vez de vitalizar a la nación la está asfixiando. Es
116
24 de setiembre 2011.

61
Horacio Bojorge

una nación que está boqueando y tiene un Estado adentro


que funciona con el dinero pero parece que no con el Es-
píritu Santo. Estoy glosando lo que el Papa muy elegante-
mente y con mayor caridad y mayor política que la mía dice
a los obispos alemanes.
Esta tentación de burocratizarse la Iglesia, y perder de
vista, como medida del éxito de su acción, el bien común
de la nación, que en el caso de la Iglesia es la fe, es espe-
cialmente congenial y propia de quien, dentro de la Iglesia,
todavía ama al mundo más que al Padre y cree más en los
planes pastorales que en la acción de la Gracia.
El periodista Vittorio Messori, al año de asumir el go-
bierno de la Iglesia el Papa Benedicto XVI, notaba ya que
Ratzinger siempre había mirado con ojeriza la burocracia
clerical: “A Ratzinger no le gusta el barroquismo curial y la
hipertrofia burocrática. Busca simplificar, aligerar las co-
sas. Quiere que la Iglesia se agilice”117. Pero recientemente
ha vuelto a arremeter decididamente contra la burocratiza-
ción de la Curia romana. “El mal de la Iglesia y de los hom-
bres de Iglesia” así titula Vittorio Messori el artículo sobre
la burocracia eclesial publicado en el Corriere della Sera del
12 de febrero de 2012.
En la Iglesia cada sede episcopal tiene su curia. Pero ¿es
ésta la única burocracia dentro de la nación católica? ¿No
hay una burocracia en las instituciones sociales, educativas,
colegios, universidades?
Pero volvamos a la pastoral y el enfoque burocrático de
la planificación pastoral. Al fin y al cabo ésta es la que toca
el corazón de la evangelización y de la vitalidad espiritual
del pueblo católico.
El Papa Juan Pablo II, en su momento, al comenzar el
nuevo milenio, se refirió precisamente, a los planes pasto-
rales elaborados por la burocracia eclesiástica. Y también
él, con mucho tacto y delicadeza pero con claridad habla
117
En el Corriere della Sera de 19 de abril de 2006, en el primer aniversario
del Pontificado de Benedicto XVI.

62
PEQUEÑA GREY

de esos planes pastorales quinquenales que enuncian prio-


ridades de acción, las cuales se olvidan sin haber evaluado
su ejecución para ser sustituidas por otras. Juan Pablo II
prescribió recentrar esos planes tomando como meta la
santidad del pueblo de Dios:
“En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva
en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santi-
dad. ¿Acaso no era éste el sentido último de la indulgencia
jubilar, como gracia especial ofrecida por Cristo para que
la vida de cada bautizado pudiera purificarse y renovarse
profundamente?
Espero que, entre quienes han participado en el Jubi-
leo, hayan sido muchos los beneficiados con esta gracia,
plenamente conscientes de su carácter exigente. Termi-
nado el Jubileo, empieza de nuevo el camino ordinario,
pero hacer hincapié en la santidad es más que nunca una
urgencia pastoral. [...]. Recordar esta verdad elemental,
poniéndola como fundamento de la programación pasto-
ral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría pa-
recer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso
se puede «programar» la santidad? ¿Qué puede significar
esta palabra en la lógica de un plan pastoral?
En realidad, poner la programación pastoral bajo el sig-
no de la santidad es una opción llena de consecuencias.
Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es
una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio
de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu,
sería un contrasentido contentarse con una vida medio-
cre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad
superficial. Preguntar a un catecúmeno, “¿quieres reci-
bir el Bautismo?”, significa al mismo tiempo preguntarle,
“¿quieres ser santo?” Significa ponerle en el camino del
Sermón de la Montaña: “Sed perfectos como es perfecto
vuestro Padre celestial” (Mt 5,48).”118
118
Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 6 de enero de 2001. Cita en los
números 30 y 31.

63
Horacio Bojorge

Esta tentación pertenece, por lo tanto, a aquellos de


quienes dice San Juan: “Salieron de entre nosotros porque
no eran de los nuestros”.
La planificación de la acción de la Iglesia camina en el
filo de la navaja entre el pelagianismo y la gracia. Porque
el pueblo católico vive de la Gracia, no de los planes de los
hombres, aunque sean pastores, ni de las prioridades pas-
torales, fijadas en largas reuniones donde se recambian
periódicamente las prioridades y las opciones.
La técnica es un préstamo de la política empresarial, de
la planificación de las empresas, y también lo practicaron
con pasión los soviéticos en sus planes quinquenales y sus
métodos de control de la eficacia y de la calidad.
Esta “dirección y medición de la eficacia” es una tenta-
ción para este pueblo, o por lo menos para sus pastores,
como lo que ha ocurrido en algunas asambleas episcopales
del pasado, donde muchos obispos deploraban que fuesen
los peritos más que ellos, los que, en el fondo, orientaban
la Conferencia. Lamentaban que hubiera tenido lugar una
delegación, no por indirecta menos real, de la autoridad
docente de los obispos a los peritos. Los obispos hacían lo
que los peritos les decían que había que hacer. La buro-
cracia pensante usurpaba de hecho el ejercicio del gobier-
no jerárquico de los obispos.
Son cosas reales que uno vio, tentaciones de la Igle-
sia que hemos vivido, padecido, y que en gran parte son
causa de estos males que estamos viviendo y diría con
mengua del bien común espiritual del pueblo de Dios, con
mengua de su fe. Hasta tal punto que el Papa Benedicto
XVI, tras haber dicho por activa y pasiva que el problema
de fondo en la Iglesia es un problema de debilidad de la fe,
ha llamado a la celebración del Año de la Fe.
Porque parecería que la nación de la fe se extingue.
En el Uruguay, hace muchos años, había enteras familias
católicas que iban a Misa y ahora parece que hubiera des-
aparecido el pueblo católico. Si casi no hay vocaciones, es
muchas veces porque ya no existe aquel pueblo católico

64
PEQUEÑA GREY

que las producía. Y porque muchas de ellas han perdido


la fe en seminarios y casas de estudio. Podrá resultar an-
tipático señalar este hecho, pero es un hecho innegable
que el índice de deserción en algunos casos casi iguala el
de los ingresos.

Vuelvo ahora a ocuparme de la tentación que he llama-


do “de estatización de la nación católica”. Este peligro, que
les he mostrado con estos ejemplos, no es imaginario.
Ya Jesús mismo advierte a Sus apóstoles contra el pe-
ligro de concebir su autoridad apostólica a imagen y se-
mejanza de los señores de este mundo. Cuando caminan
desde Jerusalén, donde va a ser rechazado por los gober-
nantes de Israel y por el representante del Imperio en Pa-
lestina, Poncio Pilatos, los discípulos iban disputándose
acerca de cuál era el primero o el más grande de entre
ellos e invocando la intercesión de la madre de Santiago
y Juan para que les concediera los puestos de mayor in-
fluencia en Su Reino, que ellos concebían como un super
imperio divino sobre todos los Estados y señoríos de este
mundo, a imagen y semejanza de los Estados de este mun-
do. Eso es concebir la Iglesia en forma estatal cuando la
Iglesia es una nación sin Estado119.
119
El Estado Vaticano no existe por una necesidad interna de la Iglesia para su
gobierno espiritual del pueblo católico, sino como una necesidad de la Iglesia
en su diálogo con los Estados nacionales en cuyos territorios vive el pueblo
católico y precisamente para la salvaguarda de la identidad del pueblo católi-
co disperso entre las naciones del mundo entero. Es un requisito histórico para
mantener la libertad religiosa y espiritual del pueblo católico entre los Estados
de este mundo. Existe como referencia visible que les permite visualizar a los
católicos su cabeza espiritual que es el Papa y para mantener la identidad de
los católicos. Les asegura a los católicos una “doble nacionalidad” a la que se
refiere la Carta a Diogneto. Doble nacionalidad que amenaza la aparición de
las “iglesias nacionales”, “iglesias patrióticas”, “catolicismo liberal”, “cristia-
nos para el socialismo”, “cristianismo anónimo” y tantas otras formas de la
pérdida de la identidad que se producen por la asimilación a la Babilonia de
muchas cabezas. El Vaticano es sobre la tierra la entidad “estatal” sí, pero no
como los estados de este mundo, que visibiliza a la Jerusalén celeste.

65
Horacio Bojorge

Abel, que según San Agustín es el padre de la ciudad de


Dios, era pastor, no vivía en ciudades, vivía en carpas, y es
por lo tanto figura de esta espiritualidad peregrina, este
modo de vivir peregrino, de no tener una morada perma-
nente, de estar siempre en camino hacia el Padre, levan-
tando el campamento y siguiendo adelante.

-Que el primero sea el servidor de todos


Jesús ya nos advierte cuando dice a los apóstoles: “En-
tre vosotros no debe ser así porque el Hijo del hombre no
vino a ser servido sino a servir y a dar Su Sangre por mu-
chos, así que vosotros no podéis ser como los señores de
este mundo que oprimen a las naciones”. Y dice el Evan-
gelio que al oír esto los otros diez empezaron a indignarse
contra Santiago y Juan, es decir que estaban en la misma.
Y Jesús, que podría haberse indignado con todos –¡qué
habrá sentido nuestro Señor después de haber estado con
ellos tres años formándolos!–, les dice: “Sabéis que los que
son tenidos como jefes de las naciones las dominan como
señores absolutos y sus grandes los oprimen con su po-
der, pero no ha de ser así entre vosotros sino que el que
quiere ser grande entre vosotros será vuestro servidor y
el que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo
de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a
ser servido sino a servir y a dar Su Vida como rescate por
muchos” (Véase Marcos 10, 41-45).
Por eso, cuando un pastor ve que una oveja se arrodilla
para recibir la Comunión, ¿cómo es que quiere gobernarla
mandándole como los señores de este mundo que se levan-
te o si no, no se la da? ¿No es éste un tipo de reacciones
pastorales impositivas que avasallan la conciencia del fiel,
pero también sus derechos canónicos? Esos son rasgos de
un modo imperial de mandar. Y el Señor nos dijo: “No, no
ha de ser así entre vosotros”. Estos modos de dominación
en la pastoral no corresponden. No es ése tampoco el es-
píritu del derecho canónico, que a menudo no se tiene en
cuenta. No lo digo como una crítica destructiva sino por-

66
PEQUEÑA GREY

que hemos sido testigos de este tipo de incidentes dolo-


rosos.
Me decían algunos sacerdotes que sufren mucho por-
que cada seis u ocho años los cambian de Parroquia y a la
cuarta o quinta Parroquia se les pasó la vida y ya no tienen
ánimo de empezar de nuevo en otra. Me dicen ellos y los
canonistas que ése no es el espíritu del derecho canónico.
Esto es un modo de incumplir el espíritu de la ley eclesiás-
tica. Esto es estatizar y además estatizar de mala manera,
de una manera tiránica. Es sustituir una ley por la tiranía,
por el capricho.
Con razón Benedicto XVI dijo en Alemania que muchas
personas buscan en vano un poco de bondad y se encuen-
tran con una fría aunque muy perfecta burocracia ecle-
siástica.
Los fieles que desean comulgar reverentemente de ro-
dillas, como es su derecho, no encuentran muchas veces
bondad en el celebrante. Y quizás ese sacerdote celebran-
te no encuentra bondad en la curia eclesiástica.
Antiguamente los párrocos eran elegidos por concurso;
había un tribunal, se daban exámenes, los sacerdotes te-
nían que seguir estudiando se le asignaba por méritos la
Parroquia. Ahora el señor obispo los designa a su arbitrio.
Este procedimiento puede ser muy bueno y muy sabio
pero puede ser también arbitrario o hasta punitivo. No se
puede presumir que el obispo siempre sea bueno o santo.
Y no habiendo un derecho administrativo; ¿quién toma
cuentas en la Iglesia del ejercicio de la autoridad y del go-
bierno? ¿Cómo se puede acudir a un tribunal contencioso-
administrativo reclamando bondad en el trato? Hay algo
de eso, pero ¡cuánto cuesta en la Iglesia!

No nos tenemos que escandalizar ni desanimar. A los


apóstoles les pasaba esto, desde el comienzo. Por lo tanto,
la tentación de los apóstoles y de los discípulos será la de
asimilar la Iglesia a las sociedades de este mundo, la de no
comprender el carácter de sociedad dispersa y oprimida,

67
Horacio Bojorge

la de concebir la Jerusalén a la imagen y semejanza de la


Babilonia. Esto no es otra cosa que comportarse siguiendo
los apetitos de la carne y no los del Espíritu, que les son
contrarios.
Pero San Pablo advierte en ese mismo pasaje, que si en
la Iglesia nos comportamos carnalmente, nos destruire-
mos: “Si os mordéis y os devoráis mutuamente ¡mirad no
vayáis mutuamente a destruiros! Por mi parte os digo: Si
vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a los apetitos
de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al
Espíritu, y el Espíritu contrarias a la carne, como que entre
sí son antagónicos de modo que no hacéis lo que quisie-
rais” (Gálatas 5, 15-16).
Nada más destructivo del pueblo católico que la falta
de caridad de los pastores con los fieles. Y no entiendo
la caridad solamente como bondad, sino también como
firmeza en señalar los límites, a la vez que honestidad en
respetar sus derechos.

Cuando los apetitos de la carne gobiernan la cabeza de


los pastores, es posible que lleguen a concebir su gobier-
no eclesial a imagen y semejanza de los gobernantes de
este mundo, que tratan de configurar las sociedades que
gobiernan de acuerdo a su voluntad y sus planes, usando
para ello su poder, que puede ser ilegal y hasta tiránico.
Los Estados de este mundo que quieren cambiar la na-
turaleza misma de las naciones con leyes contrarias a la
naturaleza, atentan contra la nación. No tienen derecho a
cambiar los usos de la nación. No se debe obedecer una
ley injusta, porque hay una justicia que es previa a la justi-
cia del Estado y el Estado debe respetar una justicia y una
naturaleza anteriores a él. Algo de esta conducta tiránica
puede contagiársele a la nación peregrina y a sus guías.

Tratar de configurar la Iglesia a los Estados de este


mundo equivale en la práctica a descreer del Padre, de
su acción generadora de Sus hijos, de la donación de la

68
PEQUEÑA GREY

Vida Divina como herencia. Obispo (episkopos) es el que


observa atentamente, el que inspecciona, y por lo tanto
sabiendo reconocer la acción de la Gracia en las almas, se
pone al servicio de esa acción, sobre la cual no tiene nin-
gún poder directivo sino puramente de servicio. El obispo
y el sacerdote, son servidores de la Gracia, no dueños o
dominadores de la grey (1ª Pedro 5,3).

4.- La prudencia del oprimido


También puede suceder que los fieles católicos, indivi-
duos, grupos o como pueblo, pierdan de vista su situación
de extranjeros y oprimidos por los gobernantes de este
mundo. Puede que asuman una actitud de rebeldía y con-
testación ante los poderes estatales, cuando por no estar
en un pie de igualdad con la fuerza pública, no es ésa la
actitud prudente a asumir.
Más bien hay que ver en Daniel, el hombre de las pre-
dilecciones divinas, la prefiguración de Cristo y del justo
cristiano. La situación del profeta Daniel es la de un es-
clavo. Aunque útil al monarca y por eso apreciado pero
esclavo. Pero que, en base al aprecio de sus cualidades, es
capaz de llegar a influir religiosamente sobre el ánimo de
los poderes paganos.
Daniel ve en sueños a los Estados de este mundo en
figuras de animales feroces, de bestias, perdida la condi-
ción y la semejanza divina y humana.
Son, en efecto, la “estatificación” de una humanidad he-
rida por el pecado original; “estatificación”, no constitu-
ción en Estado, de una humanidad animal que ha perdido
la imagen y semejanza divina y al mismo tiempo la figura
humana.
Pero a Daniel se le revela en sueños el Hombre que vie-
ne sobre las nubes y al que Dios le entrega el Reino de los
Cielos para que gobierne a todos los pueblos y naciones.
Hay que notar, en el sueño de Daniel, que mientras los
imperios animales surgen del fondo del mar, de la lejanía
de Dios, del lugar reservado a los enemigos y rebeldes, el

69
Horacio Bojorge

Hijo del hombre baja de los Cielos enviado desde el Trono


del anciano y a Él le da Dios el imperio y el poderío, que es
el de Cristo, no el de los poderes de este mundo, que pre-
cisamente son los animales que salen del fondo del mar.
Es el Buen Pastor, no la bestia bruta. Es el Logos, no la
otra bestia que habla y dice grandes cosas, que se opone al
Logos simulando ser Logos.
Jesús gusta de referirse a sí mismo como el Hijo del hom-
bre, como el Mesías de Daniel. Por profesar Su identidad en
esos términos es condenado a muerte por el Sanedrín. Pero
al mismo tiempo interpreta la figura mesiánico-política
del Hijo del hombre en términos del servidor sufriente de
Isaías, con lo cual despolitiza la interpretación estatista de
Su Reino y lo pone en términos del que da Su Vida en res-
cate por muchos. “No ha de ser así entre vosotros porque
el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir”
(Ver Marcos 10, 43.45). Identifica al Hijo del hombre con el
servidor. Porque ellos pensaban “lógicamente” (pero con el
logos de la bestia parlanchina) al Hijo del hombre al modo
de los reyes mundanos. Mientras que Jesús lo identifica
con el siervo, y el siervo sufriente. Y ésta es una “lógica”, un
“logos” opuesto al de la carne.
Parece importante, pues, tener en cuenta que la idea de
sí misma que se hace la institución jerárquica eclesial, [pero
también cada creyente y el pueblo creyente en sus partes y
en su totalidad, en esa incapacidad que tiene muchas veces
de enfrentar la arbitrariedad de los pastores indignos o que
abusan de su poder], repito: la idea que se haga de sí misma
la institución jerárquica eclesial dependerá no solamente
de las formas del gobierno eclesiástico sino también de sus
modos de relacionamiento con el Estado.

Si el pueblo de Dios debe y puede ser tutelado por sus


pastores, también debe velar por sus pastores y corregirlos
cuando se desvían. Así se lo recuerda y se lo prescribe a
los fieles, en materia tan grave, la Instrucción Redemptio-
nis Sacramentum, en que se nos insta a todos los fieles a

70
PEQUEÑA GREY

denunciar cuando es preciso es preciso, los abusos litúr-


gicos:
“De forma muy especial, todos procuren, según sus
medios, que el Santísimo Sacramento de la Eucaristía sea
defendido de toda irreverencia y deformación, y todos los
abusos sean completamente corregidos. Esto, por lo tan-
to, es una tarea gravísima para todos y cada uno, y, ex-
cluida toda acepción de personas, todos están obligados
a cumplir esta labor. Cualquier católico, sea sacerdote,
sea diácono, sea fiel laico, tiene derecho a exponer una
queja por un abuso litúrgico, ante el Obispo diocesano
o el Ordinario competente que se le equipara en dere-
cho, o ante la Sede Apostólica, en virtud del primado del
Romano Pontífice. [Código de Derecho canónico c. 1417
§ 1.] Conviene, sin embargo, que, en cuanto sea posible,
la reclamación o queja sea expuesta primero al Obispo
diocesano. Pero esto se haga siempre con veracidad y ca-
ridad.”120
Un abuso muy extendido y que la misma Instrucción seña-
la es el referente a la prescindencia de las vestiduras sagra-
das para la celebración o concelebración de la Santa Misa:
“Sea reprobado el abuso de que los sagrados ministros
realicen la santa Misa, incluso con la participación de sólo
un asistente, sin llevar las vestiduras sagradas, o con sólo
la estola sobre la cogulla monástica, o el hábito común de
los religiosos, o la vestidura ordinaria, contra lo prescrito
en los libros litúrgicos121. Los Ordinarios122 cuiden de que
este tipo de abusos sean corregidos rápidamente y haya,
en todas las iglesias y oratorios de su jurisdicción, un nú-
120
Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, Ins-
trucción Redemptionis Sacramentum. Sobre algunas cosas que se deben ob-
servar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía. Dada el 19 de marzo de
2004, bajo el pontificado de Juan Pablo II. La cita es de los números 183-184.
Las cursivas son mías.
121
Cf. S. Congr. Culto Dovino, Instr., Liturgicae instaurationes, n. 8c: AAS
62 (1970) p. 701.
122
Ordinarios son los Obispos y los Superiores Religiosos, mayores o domésticos.

71
Horacio Bojorge

mero adecuado de ornamentos litúrgicos, confeccionados


según las normas.”123
Pretender “desligarse” de las vestiduras propias de la ac-
ción litúrgica, en tanto acción sagrada-separada de las ac-
ciones temporales/mundanas, secularizándolo todo, ¿no es
un modo evidente de procurar enraizar las cosas de Dios en
la carne, en lo temporal?

En tiempos de San Agustín hubo en la ciudad de Oea,


en el norte de África, un obispo que refiriéndose al Libro
de Jonás, afirmó en su predicación que la planta bajo cuya
sombra se resguardó del sol Jonás no había sido un ricino
sino una hiedra. Por esta causa los fieles lo depusieron,
porque tenían muy claro que un obispo no podía arrogarse
hasta tal punto la autoridad sobre la Sagrada Escritura124.
Ahora los sacerdotes y hasta algún obispo, pueden pre-
dicar que no hubo multiplicación de los panes o que los
dos relatos se refieren a una sola multiplicación. Y ni si-
quiera piensan en dar razón de por qué Jesucristo mismo
habla de dos multiplicaciones: “¿No os acordáis de cuando
partí cinco panes entre cinco mil? ¿Cuántos canastos lle-
nos de trozos recogisteis? [...] ¿Y cuando repartí los siete
panes entre cuatro mil, cuántos canastos llenos de panes
recogisteis?” (Marcos 8, 19-21).
Hoy los fieles respetan más al intérprete racionalista
que a la Sagrada Escritura: son incapaces de defender la
revelación, la inspiración de las Sagradas Escrituras. ¿Qué
pasa con la fe de este pueblo tomado en su conjunto?

En cuanto al gobierno intra-eclesial, cuando se pierde


de vista la idea del servicio y predomina la visión de la pro-
pia autoridad de la jerarquía como un poder omnímodo, y
de alguna manera tiránico –es cierto que el obispo tiene
123
Redemptionis Sacramentum Nº 216.
124
Horacio Bojorge, Interpretación eclesial de la Escritura ¿Instrumento de
dominación o garantía de libertad? El motín de Oea, en: Revista Bíblica [Ar-
gentina] Vol. 40 (1973) pp. 123-128.

72
PEQUEÑA GREY

un poder, pero de acuerdo a una constitución– es fácil que


la instancia jerárquica se olvide de la consideración debida
a los fieles, a los débiles, y pueda perder de vista la mise-
ricordia. Como por el contrario pueda ejercitar una per-
niciosa permisividad, pseudo-misericordiosa, con pecados
gravísimos y más graves aún por su naturaleza epidémica.
Por ejemplo, cuando impone reformas que le parecen
aconsejables para el bien de la comunidad pero con olvido
del escándalo de los pequeños, de la norma paulina que
manda renunciar al derecho en este caso, incluso el dere-
cho de imperar, en bien del hermano débil.
En cuanto a las relaciones con los poderes de este mundo,
la visión estatizada en sí misma puede llevar a la jerarquía
y a la Iglesia a la confrontación rebelde o al vasallaje servil.
Sin embargo Daniel, aunque en situación de esclavitud y
aunque útil al rey por su ciencia de los sueños y del alma,
que es la ciencia inspirada cerca del corazón del rey, nunca
actúa servilmente.
Y no se comporta como esclavo, aún siéndolo, porque
su oración y su fidelidad obediente a los mandatos y a la
Voluntad Divina lo mantienen interiormente libre ante los
reyes y le permiten bajar al foso de los leones o pasearse
por el horno. Tertuliano ha observado que en el Nuevo
Testamento ya no se libra a los justos de los leones y del
fuego sino que entregados a los dientes de los leones y a
las llamas, éstos pasan incólumes por la tribulación y dan
testimonio en el martirio cono lo dio su Maestro, el Hijo.
He ahí la diferencia específica entre el Daniel del Antiguo
Testamento y el Daniel del Nuevo, nuestro Señor: la capa-
cidad de enfrentar la muerte y pasar por ella.
El Padre José María Iraburu dice que una de las ca-
racterísticas del pelagianismo es el miedo al martirio o el
considerar que el martirio125 es una forma de ineficacia y
por lo tanto se lo rehúye para no perder la eficacia huma-
na. Pero la eficacia está en la Gracia.
125
Iraburu, J.María: El martirio de Cristo y de los cristianos, Fundación Gra-
tis Date, Pamplona, 2003.

73
Horacio Bojorge

5.- Democracia e inmanentismo, aristocracia y tras-


cendentalismo
La experiencia histórica de un mundo cristianamente
ordenado ha mostrado ya a los hombres de la inmanen-
cia lo que podría ser un orden mundano ordenado según
las pautas de la trascendencia. Ha habido una experien-
cia histórica, la cristiandad. Y no queriéndolo de ningún
modo –conocen lo que rechazan, calumnian lo que recha-
zan–, siendo mayoría ahora invocan la democracia y el
gobierno de las mayorías.
Esta democracia inmanentista procura por todos los me-
dios aumentar sus mayorías y hacer disminuir y reducir a
minoría despreciable el número de la nación de los hijos de
Dios. Pero esta es la única minoría que no tiene derechos,
porque a la minoría homosexual se le dan derechos por
encima de las otras. Esa inconsistencia en alegar una cosa
u otra es oportunismo político. ¿Ese oportunismo no puede
meterse entre nosotros también?
La democracia inmanentista busca asimismo aumentar
la dispersión de los hijos de Dios, privarlos de sus institu-
ciones y medios de expresión o infiltrarse en ellas y hacer
que funcionen en su contra. En el Uruguay es muy claro:
los colegios católicos no forman chicos católicos; la Uni-
versidad Católica este año invitó para la lectura inaugural
a Vargas Llosa y le dio la medalla al mérito académico, y
es pro-aborto. Y también dentro de la misma Universidad,
en la Carrera de Periodismo hay marxistas y en la Carrera
de Psicología hay freudianos. Es decir que las institucio-
nes católicas funcionan demoliendo la fe y al pueblo. Es
esa bestia con cuernos de cordero que habla como la ser-
piente y tiene el mismo lenguaje del anticristo.
La persecución está adentro y no se pone límite, no se
discierne, no se separa y por lo tanto se deja a las ovejas a
merced de los lobos, con lo que el rebaño se va reduciendo.

Los hijos de Dios, por ser siempre pocos y estar en mi-


noría, si aspiran a gobernar la ciudad de este mundo, no

74
PEQUEÑA GREY

podrían optar por otra forma de gobierno que la aristocra-


cia del espíritu. Y de hecho su sociedad fue regida por los
monarcas, la nobleza, las corporaciones, los Estados del
clero, nobleza y burguesía.
Pero siempre Abel será más débil en este Estado pere-
grino ante la acedia de Caín.

6.- El porqué de las tentaciones


Nos dice San Agustín: “Nuestra vida, en efecto, mientras
dura esta peregrinación126, no puede verse libre de ten-
taciones; pues nuestro avance se realiza por medio de la
tentación127 y nadie puede conocerse a sí mismo si no es
tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede
vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de ene-
migo y de tentaciones.
Aquel que invoca desde los confines de la tierra está
abatido, mas no queda abandonado. Pues quiso prefigu-
rarnos a nosotros, su cuerpo, en su propio cuerpo, en el
cual ha muerto ya y resucitado, y ha subido al cielo, para
que los miembros confíen llegar también adonde los ha
precedido la Cabeza.
Así, pues, nos transformó en sí mismo, cuando quiso ser
tentado por Satanás. Acabamos de escuchar –prosigue San
Agustín– en el Evangelio cómo el Señor Jesucristo fue ten-
tado por el diablo, ya que en él eras tú tentado. Cristo, en
efecto, tenía de ti la condición humana para sí mismo, de
sí mismo la salvación para ti; tenía de ti la muerte para sí
mismo, de sí mismo la vida para ti; tenía de ti ultrajes para
sí mismo, de sí mismo honores para ti; consiguientemente,
tenía de ti la tentación para sí mismo, de sí mismo la vic-
toria para ti.
Si en Él fuimos tentados, en él venceremos al diablo.
¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que
venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado en él
126
Cursiva nuestra.
127
Cursivas nuestras.

75
Horacio Bojorge

y reconócete también a ti mismo victorioso en él. Hubiera


podido impedir la acción tentadora del diablo; pero enton-
ces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras apren-
dido de él a vencerla”128.

7.-Una nación oprimida por acedia


Quiero detenerme aquí para insistir en que la causa de
opresión de la Iglesia es la acedia propia de Babilonia129.
Como consecuencia de su condición peregrinante y dis-
persa, que los hace extranjeros y alienígenas, es decir: di-
versos, los hijos de Dios son una nación envidiada, mirada
con acedia y por lo tanto, perseguida y oprimida por las
naciones y los estados entre los cuales peregrina.
Jesús lo había preanunciado: “Seréis odiados por todos
a causa de mi nombre”130; “Si el mundo os odia, sabed que
me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del
mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del
mundo, porque yo os he elegido para sacaros del mundo,
por eso os odia el mundo”131; “El mundo los ha odiado por-
128
San Agustin, Enarrationes in Psalmos, Salmo 60, 2-3; (CCL 39, 766). Lo
tomo de la Lectura del Oficio del Domingo I de Cuaresma Tomo II p. 55.
Puede verse también en la edición de la BAC, Enarraciones sobre los Salmos,
Tomo 2, p. 518-519 (Obras de San Agustín tomo XX) BAC, Madrid 1965.
129
También es la acedia, como diagnostica San Clemente Romano, la causa
de la opresión de los buenos por los malos dentro de la Iglesia, a la que se
refiere San Agustín: “Cada cual se echó por las sendas y veredas por donde le
llevaban los deseos de su corazón malvado, concebido que teníais dentro in-
justa e impía acedia, aquélla por la cual también entró la muerte en el mundo”
(III, 4). Pero no nos ocupamos aquí de las persecuciones interiores a la Iglesia
de las que abundan los ejemplos en las Vidas de los santos. En nuestro estudio
sobre la acedia, hemos señalado la existencia de un partido del mundo dentro
de la Iglesia que explica el fenómeno aludido por San Agustín y enfrentado
por Clemente. Véase: En mi Sed me dieron Vinagre. La Civilización de la
Acedia. Ensayo de teología pastoral (Ed. Lumen, Buenos Aires, 2ª ed. 1999)
donde trato del tema en las páginas 114 y siguientes. Y hemos dedicado un
segundo volumen a estudiar las formas más propiamente intraeclesiales de la
acedia: Mujer ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización
de la acedia. (Ed. Lumen, Buenos Aires 1999).
130
Mateo 10, 22.
131
Juan 15, 18-19.

76
PEQUEÑA GREY

que no son del mundo, como yo no soy del mundo”132; “No


te pido que los saques del mundo sino que los guardes
del Maligno”133; “Hermanos, no os admiréis si el mundo os
odia”134. Es una cuestión de pertenencia a Cristo que hace
partícipes de la suerte de Cristo, odiado por acedia.
Los cristianos están indefensos entre los hombres como ove-
jas entre lobos135. Hablan una lengua extraña y son odiados.
Viven sometidos a poderes de los Estados de este mundo.
Es propio de los gobernantes de este mundo –ya lo decía
Jesús–136 imponer su arbitrio a las naciones sobre las que
gobiernan y dominan. Y los cristianos han de acatar a las
autoridades de las naciones y pueblos entre los que están y
pasan como peregrinos137. Estados que, en muchas ocasio-
nes, son sus opresores, sus perseguidores y enemigos.
La enemistad de los Estados de este mundo contra la
nación católica dispersa es, en nuestros tiempos, bien evi-
dente, para que tengamos que detenernos demasiado en
documentarla. El discurso de Benedicto XVI en la Universi-
dad de Ratisbona, el 12 de setiembre de 2006, apunta pre-
cisamente a desarmar las resistencias contra el Logos de
Dios encarnado y subsistente en la Iglesia, en lógica conti-
nuidad con la doctrina expuesta por él en la Declaración de
la Congregación para la Doctrina de la Fe Dominus Jesus138.
Somos pues una nación, pero no como las demás, sino
peregrina, dispersa y oprimida. Sin territorio acotado por
fronteras, sin configuración estatal.

132
Juan 17, 14.
133
Juan 17, 15.
134
1ª Juan 3, 13.
135
Mateo 10, 16.
136
Marcos 10, 42; Mateo 20, 25.
137
Jesús ya enseñaba: ‘Dad al César lo que es del César’ (Mateo 22, 21; Mar-
cos 12, 17; Lucas 20, 25) Y a pagar el impuesto aunque no se tuviese obliga-
ción, por no dar escándalo (Mateo 17, 24-27). San Pablo enseña la obediencia
a las autoridades civiles como provenientes de Dios y a las que hay que pagar
los impuestos (Romanos 13, 1-7).
138
Del 6 de agosto del 2000.

77
Horacio Bojorge

Colofón
Y como colofón quiero citar, a modo de síntesis elo-
cuente de todo lo expuesto, un texto del beato Juan Pablo
II en su Carta Apostólica Novo Millennio ineunte:
“Mi mirada en este año [santo del jubileo del 2000] ha
quedado impresionada no sólo por las multitudes que han
llenado la Plaza de san Pedro durante muchas celebracio-
nes. Frecuentemente me he parado a mirar las largas filas
de peregrinos en espera paciente de cruzar la Puerta San-
ta. En cada uno de ellos trataba de imaginar la historia de
su vida, llena de alegrías, ansias y dolores; una historia de
encuentro con Cristo y que en el diálogo con él reempren-
día su camino de esperanza.
Observando también el continuo fluir de los grupos, los
veía como una imagen plástica de la Iglesia peregrina, la
Iglesia que está, como dice san Agustín «entre las perse-
cuciones del mundo y los consuelos de Dios»139. Nosotros
sólo podemos observar el aspecto más externo de este
acontecimiento singular.
¿Quién puede valorar las maravillas de la gracia que
se han dado en los corazones? Conviene callar y adorar,
confiando humildemente en la acción misteriosa de Dios y
cantar su amor infinito:
«¡Misericordias Domini in aeternum cantabo!».”140

139
De Civitate Dei XVIII, 51,2: PL 41, 614; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const.
dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.
140
Carta Apostólica Novo Millennio ineunte, del 6 de enero del 2001; nuestra
cita en el Nº 8.

78
ÍNDICE
Introducción......................................................................................................5
I Parte

I. ‘No tenemos aquí morada permanente’.......................................7


-Familia, ciudad, nación.............................................................................8
-Nación y Pueblo peregrino hacia la vida eterna.............................9

II. Por ser una nación peregrina, es diversa,


dispersa y oprimida
1.- Fundamento:

a) Testimonios de la Liturgia.........................................................................10
b) Testimonios de las Sagradas Escrituras.............................................11
c) Doctrina de algunos Santos Padres
-San Clemente Romano.............................................................................15
-San Justino
-El Discurso a Diogneto.............................................................................16
-El Concilio Vaticano II: La Iglesia peregrina...................................19
-San Agustín - Las dos Ciudades............................................................20
-Diversa, dispersa y oprimida.................................................................22
-Nación envidiada......................................................................................25
-Persecución e indefensión.....................................................................28
-La acedia, causa de la persecución......................................................31
-El trigo y la cizaña en la Iglesia
-Un principio de división interior..........................................................32
-Dispersión no es división........................................................................35

2.- La dificultad para que esta Nación se configure


como Estado.....................................................................................................36

3.- El Cuerpo Místico: principio de unidad


de la nación dispersa..................................................................................41

4.- Comentario al Salmo 60


-La nación dispersa...................................................................................42
-Y oprimida... ..............................................................................................43

5.- La apostasía anónima.........................................................................42

79
II Parte
1.- Las dos tentaciones de la nación dispersa:
asimilación e imitación..............................................................................47

2.- El Padre es la Vida Eterna................................................................48


-Desde esta vida empezamos a ser sus hijos....................................49

3.- La tentación: instalación y asimilación


a) Hacia afuera: “Tengo contra ti que te nacionalizas”
-La doble tentación de mundanización
y carnalización del creyente...........................................................50
-La desviación de la misión de la Iglesia
hacia tareas intramundanas............................................................51
-Las Conferencias episcopales nacionales................................56
b) Hacia dentro: La tentación de estatización
o “Babilonización” de la nación Iglesia.......................................58
-No perder de vista la meta de la peregrinación:
El Padre...................................................................................................59
-La burocratización estatizante y mundanizante
de la nación católica...........................................................................60
-Que el primero sea el servidor de todos...................................66

4.- La prudencia del oprimido..............................................................69

5.- Democracia e inmanentismo, aristocracia


y trascendentalismo....................................................................................74

6.- El porqué de las tentaciones............................................................75

7.-Una nación oprimida por acedia....................................................76

Colofón................................................................................................................78

Índice......................................................................................................................79

80

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