Art. Ecumenismo

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Med. / vol. XLIII / No. 169 / Septiembre - Diciembre (2017) / pp.

607-630 - ISSN 0121-4977 / Bogotá-Colombia

La renovación de la Iglesia
y la unidad de los cristianos.
Desafíos y perspectivas ecuménicas
para la Iglesia Católica de cara al futuro
Jorge A. Scampini*

Resumen:
Volver a las inspiraciones y aportes del acontecimiento
conciliar, como lo afirma el autor, es el propósito de este
artículo que muestra el empeño ecuménico del Vaticano
II enfocado en una clara renovación de la Iglesia que
relaciona una metodología ecuménica, la centralidad
del ecumenismo espiritual y el itinerario abierto a las
mociones del Espíritu. Estos elementos se enmarcan en
una necesaria consideración que la Iglesia Católica se
repiense a sí misma y sea realmente signo de unidad y
catolicidad, de esta forma el ecumenismo no es una nota 607
marginal de los trabajos y quehaceres de la Iglesia sino
una actitud propia que toca la naturaleza misma de la
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

Iglesia además de revelar una centralidad espiritual que


proviene del corazón del Señor que clama: Padre que
todos sean uno.

Palabras clave: Concilio Vaticano II; Movimiento


Ecuménico; Unidad de los Cristianos; Ecumenismo -
Perspectivas.

*
Sacerdote Dominico. Licenciado en Teología de la Pontificia Universidad Santo Tomás
de Aquino (Roma). Doctor en Teología de la Université de Fribourg (Suiza). Investigador
y Docente del Centro de Estudios de Filosofía y Teología de la Orden de Predicadores
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (Buenos Aires). Profesor de Ecumenismo
en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina. Ha sido miembro de
la Comisión de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias. Correo electrónico:
jorgeascampiniop@gmail.com
The renewal of the Church
and the unity of Christians
Challenges and ecumenical
perspectives for the
Catholic Church of the future

Summary:

The purpose of this article, as stated by the author, is to


revisit the inspirations and contributions of the conciliar
event; the article demonstrates the ecumenical efforts
of Vatican II which focused on a vibrant renewal of the
Church that interconnects an ecumenical methodology,
the centrality of spiritual ecumenism and an itinerary
open to the motions of the Spirit. These elements are
framed within the indispensable consideration that
the Catholic Church needs to re-image herself in order
to really be a sign of unity and catholicity; as such,
ecumenism is not seen as something marginal to the
work and responsibilities of the Church but rather an
essential attitude that touches the very nature of the
Church while revealing the spiritual centrality that
608 comes from the heart of the one who cries out: Father,
that they all may be one.
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

Key words: Vatican II; Ecumenical movement; Christian


Unity; Ecumenism - perspectives.
M
ás de cincuenta años después de la conclusión
del Concilio Vaticano II, el ecumenismo es con-
siderado aún en muchos ámbitos católicos de
América Latina como algo marginal en la vida
y la pastoral de la Iglesia, al que se hace lugar
sólo al tratar ciertos temas ya que, en caso contrario, sería ‘política
o eclesiásticamente incorrecto’. Esto puede tener diversas explica-
ciones, entre ellas, la historia y la cultura del lugar que han contri-
buido a que la Iglesia Católica no alcance siempre a ver cómo supe-
rar una cierta actitud hegemónica; la dificultad de distinguir entre
los diferentes interlocutores presentes en cada contexto; las ten-
siones ideológicas intra-eclesiales vividas en décadas pasadas, que
tuvieron correspondencia en movimientos trans-confesionales, y
que llevaron muchas veces a un repliegue institucional de la Iglesia 609
Católica. Sin embargo, a pesar de ello, y de acuerdo a la visión del
Concilio, lo relativo al ecumenismo sigue siendo un tema central
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

y transversal que se relaciona ni más ni menos con la primera de


las propiedades de la Iglesia tal como lo confiesa el Símbolo de la
fe: la ‘unidad’. Y, según la misma visión, las divisiones entre cristia-
nos impiden que la Iglesia Católica realice plenamente otra de sus
propiedades: la ‘catolicidad’1. No estamos, pues, ante un tema mar-
ginal, sino ante algo que toca a la naturaleza misma de la Iglesia2.

Por eso, las relaciones de la Iglesia Católica con los otros cris-
tianos, fundadas en el vínculo sacramental del único bautismo, no

1
Cf. UR 4 §10.
2
Cf. UUS 20.
Jorge A. Scampini

pueden considerarse como relaciones ‘exteriores’ y accidentales,


sino que ellas se sitúan al interior de la única Iglesia de Cristo. En
la medida en que una visión, tan profunda como eclesiológica-
mente bien fundada, no sea asumida por todos en la Iglesia Cató-
lica, en cada contexto particular, e impregnando todas las dimen-
siones de la vida eclesial –incluso aquellas que parecen más inter-
nas–, seguirá siendo un desafío la plena recepción del Concilio
Vaticano II.

Es esto lo que explica por qué, más de cincuenta años después


de la finalización del acontecimiento conciliar, es importante vol-
ver a sus inspiraciones y aportes, ya que ellos siguen ofreciendo el
fundamento del empeño ecuménico de la Iglesia Católica. Lo hace-
mos, además, al conmemorarse los 500 años de la Reforma, aconte-
cimiento histórico que quebró la unidad de la Iglesia de Occidente
y que, como una de sus consecuencias, provocó un endurecimiento
del perfil de la Iglesia Católica. Atentos a esos dos acontecimien-
tos, nuestro propósito en esta presentación es poner de relieve
cómo, de acuerdo a la enseñanza conciliar, unidad de los cristianos
y reforma de la Iglesia se reclaman mutuamente.

DOS INSPIRACIONES ÍNTIMAMENTE VINCULADAS


610 Y LOS PASOS CONSECUENTES

Según la visión de Juan XXIII, los dos motivos que lo lleva-


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ron a convocar el Concilio se encontraban íntimamente relacio-


nados entre sí: el aggiornamento de la Iglesia y la promoción de
la unidad de los cristianos3, lo que se tradujo en gestos y deci-
siones, que permitieron hablar de una verdadera ‘conversión’
ecuménica. Esto no fue algo coyuntural, sino la expresión de una
clara conciencia de que la Iglesia Católica debía repensarse a sí
misma, exigida en su fidelidad a Cristo, de cara a los retos de un
nuevo contexto, haciendo teológicamente más manifiesta su propia
naturaleza.

Cf. JUAN XXIII, Discurso Gaudet Mater Ecclesia, AAS 548 (1962), 786-792.
3
La renovación de la Iglesia y la unidad de los cristianos

Entre las decisiones de Juan XXIII un hecho no menor fue la


creación del Secretariado para la Unidad, cuya misión no se limi-
taba a tender puentes hacia los otros cristianos, sino funcionar
como una comisión pre-conciliar más. La única de ellas que, por
expresa decisión del Papa Roncalli, continuó sus trabajos durante
todo el Concilio con la capacidad de elaborar textos y presentarlos
en el aula. Esto explica por qué el servicio del Secretariado no se
limitó sólo a la elaboración del esquema sobre el ecumenismo sino
que representó, además, un papel decisivo en las comisiones mix-
tas que orientaron la trabajosa redacción de otros textos, como Dei
Verbum y Dignitatis Humanae. Los aportes del Card. Bea y de Mons.
Willebrands al respecto fueron decisivos.

Es necesario reconocer que la ‘conversión’ ecuménica de la


Iglesia Católica se producía en el contexto de un verdadero kairós.
En efecto, en la primera mitad del siglo XX, en muchas de las iglesias
de la Reforma habían madurado movimientos de ‘alta Iglesia’ y se
buscaba realizar la ‘catolicidad evangélica’; esto había significado
una revaloración de la eclesiología, la vida litúrgica y la restaura-
ción de formas de vida comunitaria. Signos valorados positiva-
mente en ámbitos católicos. Además, el Consejo Mundial de Iglesias
(CMI) había celebrado en 1961 su tercera asamblea, llegando a un
momento de afianzamiento institucional, incorporándose entonces 611
las iglesias ortodoxas y orientales casi en su totalidad4, así como al
Consejo Misionero Mundial. De este modo se reunían en la estruc-
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tura del CMI la mayoría de las iglesias cristianas no Católicas y las


tres inspiraciones originales del movimiento ecuménico: la misio-
nera; el ecumenismo práctico o del servicio (Life and Work); y el
ecumenismo doctrinal (Faith and Order). El movimiento ecuménico
se había vuelto ‘más ecuménico’. No es de extrañar, pues, que el
Concilio haya afirmado que el movimiento hacia la unidad, que se
desarrollaba entre los otros cristianos, era realmente una gracia del
Espíritu Santo5.

4

De la fundación del CMI (1948) habían participado sólo el Patriarcado ecuménico y la
Iglesia de Chipre.
5
Cf. UR 1 §2.
Jorge A. Scampini

LOS APORTES SIEMPRE VIGENTES DEL CONCILIO VATICANO II


AL ECUMENISMO

Si tuviéramos que señalar sintéticamente algunos de los apor-


tes del Concilio Vaticano II al compromiso ecuménico de la Iglesia
Católica, que continúan señalando perspectivas y presentando
desafíos, señalaríamos cuatro:

1. Una visión renovada de la Iglesia

Si la renovación de la eclesiología impulsada por el Concilio


estuvo motivada por la preocupación ecuménica, es necesario reco-
nocer el valor ecuménico de la eclesiología conciliar en su integri-
dad y no sólo algunos textos decisivos para la apertura al diálogo de
la Iglesia Católica. En ese sentido, cabe señalar:

a) La riqueza de la visión mistérica de la Iglesia en su arraigo tri-


nitario y su tensión escatológica, que sólo alcanzará su consu-
mación en el mismo misterio de la Trinidad, y que ha permi-
tido poner de relieve la relatividad de la dimensión visible-ins-
titucional de la Iglesia, la cual, como signo, debe transparentar
la realidad más profunda;

612 b) Una visión que permite, al mismo tiempo, concebir a la Igle-


sia a imagen de la Trinidad como una comunión de personas,
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de carismas y ministerios, y de iglesias locales en la iglesia


universal;

c) La afirmación de la dimensión histórica de la Iglesia, Pue-


blo de Dios peregrino, que contrarresta la tentación siempre
vigente de sacralizar todos y cada uno de los aspectos de las
realizaciones eclesiales, condicionadas por los rasgos propios
de una cultura y una determinada época; se deja así un espa-
cio, incluso a veces se lo exige, para verdaderas renovaciones y
reformas en la Iglesia;

d) Por último, el reconocimiento de que fuera de la Iglesia Cató-


lica no hay un vacío eclesial, ya que el modo en que se concibe
La renovación de la Iglesia y la unidad de los cristianos

la relación entre Iglesia de Cristo e Iglesia Católica permite


reconocer que fuera de ésta hay muchos elementos de santi-
dad y verdad que estructuran verdaderas iglesias y comunida-
des eclesiales6.

La recepción de estos cuatro aspectos, en la trama compleja


de las diversas interpretaciones, representa aún en gran parte el
mayor desafío ecuménico de la Iglesia Católica.

2. Elementos relativos a una metodología ecuménica

Otro de los aportes del Concilio Vaticano II fue reconocer que


el diálogo es el método propio del ecumenismo. Este aporte con-
ciliar ha sido independiente en su gestación de la visión plasmada
por Pablo VI en Ecclesiam suam, ya que el tema del diálogo había
entrado en el esquema De oecumenismo antes de que fuera redac-
tada la primera encíclica del Papa Montini7. Si bien es cierto que
sólo adquirirá toda su importancia solamente en la versión final de
Unitatis redintegratio, presentada en el aula conciliar en octubre de
1964. Diez de los veinticuatro parágrafos del decreto sobre el ecu-
menismo se refieren al diálogo8.

En UR, el diálogo no se reduce a la presentación de las posi- 613


ciones doctrinales, sino que abarca la totalidad de la vida y la expe- medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

6
Cf. LG 8, §3; 15; UR 3, § 2.
7
La encíclica Ecclesiam suam se publicó el 6 de agosto de 1964, y el decreto sobre el
ecumenismo se aprobó el 20 de noviembre de ese año. Según señala E. Lanne, el texto
aprobado de UR no debería nada a la encíclica, porque el n. 4 del esquema del decreto
había llegado a su redacción final el 21 de marzo precedente; cf. E. LANNE, “L’Encyclique
Ut unum sint. Une étape en œcuménisme”, Irénikon 68 (1995), 218, nota 4.
8
Cf. UR 4, 9, 11, 14, 18, 19, 20, 21, 22 y 23. Dos teólogos habrían contribuido a asumir
esta visión: G. Thils e Y.-M.J. Congar. G. Thils había publicado La théologie œcuménique,
notions, formes, démarches (Louvain, E. Warny, 1960), donde trataba ex profeso del
diálogo ecuménico, inspirado en el existencialista E. Mounier y el ecumenista R. Mehl.
Más tarde, retomará y desarrollará la idea en la segunda edición de su Histoire doctrinale
du mouvement œcuménique (Louvain: E. Warny, 1963, 294ss). Y. Congar había dado una
conferencia en Ginebra en septiembre de 1963: Le dialogue, loi du travail œcuménique,
structure de l’intelligence humaine, publicada al inicio de su libro Chrétiens en dialogue
(París: Cerf, 1964). Congar se remitía a M. Buber, J. Lacroix, N. Berdiaev y C. Lialine.
Jorge A. Scampini

riencia creyente de cada interlocutor, considerados verdaderos


sujetos; diálogo que sólo se da en un pie de igualdad entre las par-
tes9. Al mismo tiempo, se invita a los peritos católicos, aplicando el
principio de la ‘jerarquía de verdades’, a que revisen el modo en que
exponen la enseñanza de su propia Iglesia10. Ese diálogo, siempre
según UR, contempla dos finalidades, cuya falta de relación puede
explicar más de un impasse experimentado en el camino ecuménico
posterior:

a) En UR 4, donde se presenta el movimiento ecuménico como un


conjunto de iniciativas “para promover la unidad de los cris-
tianos”, se señala que la segunda de ellas es, en el marco de los
encuentros entre cristianos de diferentes iglesias o comunida-
des (...), el diálogo entre expertos donde cada uno explica más
a fondo la doctrina de su comunión, mostrando con claridad
sus características. Gracias a ese diálogo se adquiere no sólo
un conocimiento más exacto y una apreciación más justa de la
doctrina y la vida de cada comunión, sino que lleva a que cada
uno examine la propia fidelidad a la voluntad de Cristo sobre
la Iglesia, y se vea impulsado a emprender “animosamente la
tarea de renovación y de reforma”11. Un aspecto que será reto-
mado en UR 6 al hablar de la práctica del ecumenismo.
614
Que la renovación de la propia Iglesia Católica debía ser un
resultado del encuentro ecuménico era algo ya señalado por
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los teólogos que estuvieron a la base de la redacción de este


texto. En efecto, según G. Thils, la Iglesia Católica debía encon-
trar un nuevo equilibrio doctrinal, una fisonomía renovada,
la plenitud espiritual de una catolicidad perfectamente dila-
tada12. Y, para Y. Congar, el diálogo debía llevar a una profundi-
zación y purificación, a plantear mejor algunas cuestiones y a
una mejor formulación de la verdad13.

9
Cf. UR 9.
10
Cf. UR 11 § 3.
11
UR 4 § 2.
12
Cf. G. THILS, Histoire doctrinale du Mouvement œcuménique, op. cit., 296.
13
Cf. Id., Chrétiens en dialogue, op. cit., 6ss.
La renovación de la Iglesia y la unidad de los cristianos

b) La segunda finalidad aparece en UR 22: la búsqueda conjunta


de clarificación y de una eventual superación de las divergen-
cias doctrinales que han dividido a los cristianos, en este caso
las relativas a la comprensión de la Eucaristía y del ministerio
ordenado, ya que en la visión Católica es impensable la plena
comunión eclesial sin unidad en la fe. Esta segunda finalidad
llevó en los años posteriores al Concilio a establecer progresi-
vamente una amplísima red de diálogos bilaterales; los prime-
ros de ellos por iniciativa de otras familias confesionales que
propusieron a la Iglesia Católica iniciar esos diálogos a nivel
internacional. Los dos primeros casos de estos diálogos bila-
terales han sido con la Federación Luterana Mundial y el Con-
sejo Metodista Mundial; de ambos diálogos celebramos este
año los cincuenta años.

Después del camino recorrido, es posible afirmar que el diá-


logo, tal como lo consideraba UR, era más modesto en su nivel
–ámbito local–, y en los temas a abordar, que los efectivamente
puestos luego en práctica. Algo a tener presente para una justa
valoración de la evolución posterior.

Lo cierto es que la Iglesia Católica, solidaria de los aportes de


la filosofía de su tiempo, en especial del existencialismo y el perso- 615
nalismo, asumió para sus relaciones ecuménicas un tipo de acerca- medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

miento conducente a la profundización existencial, que cuestiona


a la persona en su relación con el otro. Al mismo tiempo, ese diá-
logo, cuyos fundamentos se encuentran en la eclesiología, se rea-
liza en el seno de una comunión real, aunque imperfecta, y busca
su plenitud en respuesta a una vocación. De este modo, el diálogo
adquiere una dimensión teológica y teologal que lo sustrae a la ten-
tación de reducirlo a un mero ejercicio humano o a una diplomacia
entre iglesias. Como una consecuencia de ello, la vida de las iglesias,
incluso de la Iglesia Católica, está llamada a vivir ese proceso como
un verdadero examen de conciencia acerca de su fidelidad a Cristo,
y a sacar consecuencias prácticas en vista de una necesaria renova-
ción y reforma, que un día permitirá llegar a la común celebración
eucarística.
Jorge A. Scampini

Más tarde, Juan Pablo II profundizará en esta línea de pen-


samiento, convirtiéndose su aporte en la mejor hermenéutica de
las afirmaciones conciliares. En efecto, la encíclica Ut unum sint, al
hablar del diálogo, lo caracterizará como un ‘diálogo de conversión’,
que invita a las comunidades cristianas a vivir verdaderos proce-
sos de conversión14. Desde semejante perspectiva, el diálogo no
se reduce al intercambio de ideas, sino que está llamado a ser un
verdadero ‘intercambio de dones’15; cada iglesia y comunidad cris-
tianas está llamada a enriquecerse al confrontar la propia realidad
con la de los otros cristianos que quizá, de modo más manifiesto,
han conservado ciertos elementos de santidad y verdad propios de
la Iglesia de Cristo.

3. La centralidad del ecumenismo espiritual

La práctica del ecumenismo excede el diálogo como inter-


cambio teológico, por eso es importante la función que cumple el
conjunto de elementos presentes en el segundo capítulo de UR,
sobre todo la relación entre los números 6, 7 y 8, donde emerge la
íntima correspondencia entre reforma de la Iglesia, conversión del
corazón y oración unánime. El Concilio afirma con claridad que “el
auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior”16, ya que
616 de allí brotan y maduran los deseos de unidad. Al mismo tiempo, la
conversión del corazón y la santidad de vida, junto con la oración
por la unidad de los cristianos, se consideran “como alma de todo el
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

movimiento ecuménico” y por eso “pueden llamarse ecumenismo


espiritual”17.

Con esta afirmación, el Concilio hacía suya la visión de P. Cou-


turier, inspirador del llamado “ecumenismo espiritual”. Nunca
antes en ámbitos ecuménicos oficiales se había afirmado con tanta
claridad la dimensión teologal.

14
Cf. UUS 33-35.
15
Cf. UUS 28.
16
UR 7.
17
UR 8.
La renovación de la Iglesia y la unidad de los cristianos

4. Una hoja de ruta abierta a las mociones del Espíritu


Por último, cabe señalar que el Concilio no ha dejado una
hoja de ruta indicando los pasos a dar, ni una visión de la unidad
a realizar, como tampoco ha considerado a la Iglesia Católica como
único sujeto que debe señalar esos pasos y marcar los tiempos en el
camino hacia la unidad. Ella se ha incorporado al ‘único movimiento
ecuménico’, que es una gracia y una vocación común de todos los
cristianos. Por eso, en la visión conciliar, los proyectos ecuménicos
de los católicos debían avanzar en unión con los proyectos de los
otros cristianos. Esto no era óbice para afirmar que

la acción ecuménica de los católicos tiene que ser plena y


sinceramente católica, es decir, fiel a la verdad que reci-
bimos de los Apóstoles y de los Padres, y conforme a la fe
que siempre ha profesado la Iglesia Católica, y tendiendo al
mismo tiempo hacia la plenitud con que el Señor desea que
se perfeccione su Cuerpo en el decurso de los tiempos18.

Bajo la guía del Espíritu, el Concilio deseaba que no se pusie-


ran obstáculos “a los caminos de la Providencia” y se evitara prejuz-
gar “los futuros impulsos del Espíritu Santo”. Situados en una etapa
histórica del pueblo de Dios, los Padres conciliares dejaron abiertos
caminos para futuras posibilidades, conscientes de que el “propósito 617
de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de una sola y única
Iglesia de Cristo, excede las fuerzas y la capacidad humana”, y depo-
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

sitando por eso toda la esperanza “en la oración de Cristo por la Igle-
sia, en el amor que el Padre nos tiene, en la fuerza del Espíritu Santo”.

LOS DESAFÍOS DEL MOMENTO PRESENTE


El contexto ecuménico ha cambiado respecto a aquel de los
años ’60. Es innegable que se ha transitado un largo camino. Muchas
imágenes y gestos de la fraternidad recuperada entre los cristia-
nos nos son familiares, sobre todo a las generaciones más jóvenes.
Sin embargo, aún no hemos sabido cosechar todos los frutos del

18
UR 24.
Jorge A. Scampini

camino recorrido. Al mismo tiempo, se han ido haciendo más mani-


fiestas otras dificultades, algunas de signo contrario, que impiden
hablar hoy de un kairós ecuménico.

En efecto, mientras que en algunos ámbitos se percibe un


endurecimiento sobre la propia identidad confesional, en otros, se
percibe un cierto indiferentismo respecto a las cuestiones doctri-
nales que aún nos separan, con el consiguiente riesgo de caer en
la tentación de detenernos en el statu quo, como si ya hubiéramos
alcanzado la meta. Además, en una agenda que no controla la Igle-
sia Católica, muchas iglesias de la Reforma, gracias a los resultados
alcanzados, han considerado que los procesos han madurado lo
suficiente como para reconocerse en una plena comunión de púl-
pito y altar, llegando así, de acuerdo a su visión, a la meta del movi-
miento ecuménico. Es lo que de hecho ha sucedido con la Comunión
de Iglesias Protestantes en Europa (Concordia de Leuenberg). Por
otra parte, junto a las cuestiones doctrinales, ampliamente traba-
jadas en los diálogos, se han hecho presentes las cuestiones éticas,
con un poder de división mayor que las cuestiones doctrinales, con
el agravante de que en la mayoría de los casos esas cuestiones han
generado líneas de división al interior de cada iglesia o familia con-
fesional, incluso al interior de la Iglesia Católica.
618
En ese contexto, para desarrollar algunos aspectos de la
agenda pendiente del diálogo ecuménico, quizá sea útil retomar
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

como punto de referencia las dos finalidades que UR señalaba


para el diálogo: la renovación y reforma de la Iglesia (el desafío del
ecumenismo ad intra de la Iglesia Católica); y la superación de las
divergencias doctrinales (los desafíos ad extra). Sólo en el juego
entre ambas finalidades es posible pensar pasos en vista de una
superación de la presente situación. En vista de esta presentación
invertiré el orden de las dos finalidades.

1. Los desafíos en las relaciones ecuménicas

Desde el diálogo como camino para la superación de las diver-


gencias doctrinales habría que señalar al menos dos desafíos: la
recepción de los resultados alcanzados; y los temas a abordar:
La renovación de la Iglesia y la unidad de los cristianos

a) La recepción de los resultados de los diálogos se presenta


como una tarea inmensa, no sólo por el caudal de textos elabo-
rados que han recogido consensos y convergencias en diferen-
tes ámbitos de la doctrina, sino por los mecanismos que deben
poner en funcionamiento las iglesias en un proceso que sigue
siendo inédito en sus propias historias. Ese proceso ha debido
enfrentar al menos dos dificultades:

• La primera de ellas es la utilización por parte de las iglesias,


al evaluar los resultados de los diálogos teológicos, de cla-
ves de interpretación diferentes de aquellas utilizadas por
las comisiones cuando los han elaborado. Así, los primeros
resultados de los diálogos fueron juzgados a la luz de los tex-
tos confesionales de cada tradición, compuestos la mayoría
de las veces en un contexto de controversia, mientras que
las comisiones, buscando vías de superación, habían hecho
el esfuerzo de evitar todo lenguaje polémico recurriendo a
la teología bíblica o a la tradición común previa a las rup-
turas. Las expectativas han sido, pues, diferentes, hacién-
dose manifiesta en ciertas respuestas oficiales la exigencia
de llegar a consensos homogéneos que respondieran no
sólo al contenido esencial de la fe sino, además, al modo
en que ésta fue formulada en cierta etapa de la historia. 619
• La segunda dificultad es metodológica: cómo ‘reducir’ a
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

expresiones concisas y claras el contenido de infinidad


de textos, de diverso estilo, elaborados por las diversas
comisiones.

Para sortear esas dificultades, como católicos, tendríamos que


prestar mayor atención a los acuerdos que la Iglesia Católica
ya ha firmado oficialmente: los acuerdos cristológicos con las
iglesias precalcedónicas y la Declaración Conjunta sobre la
Doctrina de la Justificación con la Federación Luterana Mun-
dial (1999), a la que adhirió luego el Consejo Metodista Mun-
dial (2006). Estos textos tienen un gran valor simbólico, ya que
han zanjado en cada caso ‘la’ cuestión central que fue motivo
de las rupturas históricas; en el primer caso la de los siglos
Jorge A. Scampini

V/VI y, en el segundo, la del siglo XVI. Si esto ha sido posible


en cuestiones tan fundamentales en la ‘jerarquía de verdades’,
debería serlo en otros ámbitos. Por eso habría que prestar
mayor atención al método allí utilizado.

El ‘consenso diferenciado’ de la declaración católico-lute-


rano ha sido ya objeto de amplia consideración, señalándose
habitualmente cómo, sobre el fundamento de la confesión
común de fe, son posibles dos interpretaciones, diversas
en su lenguaje, que no se presentan como excluyentes sino
complementarias19.

El método que posibilitó los acuerdos cristológicos, en cam-


bio, ha pasado más desapercibido, sin embargo, ha permitido
a la Iglesia Católica tender puentes hacia las dos tradiciones
precalcedónicas: la ‘miafisita’ (coptos, sirianos y armenios), y
la ‘diafisita’ (asirios), siendo la única Iglesia en dar pasos vin-
culante hacia dos tradiciones históricamente opuestas entre
sí. Ese método, que ha optado por dejar de lado el vocabulario
de la controversia (persona, naturaleza), ha intentado poner
el acento ante todo en la intencionalidad de los padres de
Calcedonia, y señalar cómo en el corazón de la formulación
cristológica se encuentra el momento de la teología negativa,
620 expresado en los cuatro adverbios tradicionales (sin cambio,
ni confusión, sin separación, ni división) cuya intención fue
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

evitar dos errores, aquel que ponía en riesgo la unidad del


sujeto en Cristo, y aquel que, salvando esa unidad, no expli-
caba satisfactoriamente la perfección de la divinidad y la
humanidad. El método de estos acuerdos parece distinguir así
tres niveles: la fe eclesial; el conocimiento especulativo de esa
fe; y, por último, su expresión lingüística20. Esta distinción tiene

19
Me he detenido en este tema en otras oportunidades: J.A. Scampini, “El ‘consenso
diferenciado’ católico-luterano sobre la doctrina de la justificación”, Studium. Filosofía
y Teología 4 (2001), 223-246; Id., “El estatuto y las implicaciones de la Declaración
Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación. Dando razón de los pasos dados”, Teología
48, Nº 108 (2012), 55-90.
20
Cf. A. OLMI, Il consenso cristologico tra le chiese calcedonesi e non calcedonesi (1964-
1996), Roma: Editrice Pontificia Università Gregoriana, especialmente 706ss.
La renovación de la Iglesia y la unidad de los cristianos

un valor enorme, ya que no han sido pocos los momentos de la


historia de la Iglesia en que se ha confundido el conocimiento
eclesial de Jesucristo, tal como lo ofrece la fe, con su conoci-
miento especulativo, fruto de la reflexión sobre esa misma fe,
y con el conocimiento discursivo de Jesucristo, ofrecido por
las expresiones lingüísticas que buscan comunicar la reflexión
sobre la fe. En ciertas circunstancias, las fórmulas cristológicas
habían sido colocadas al mismo nivel de las teorías cristoló-
gicas y éstas, a su vez, al nivel de la imagen de Jesucristo que
contempla la fe. El resultado fue que la recta fe, la ortodoxia,
se confundió con el valor de las teorías utilizadas para pensar
la fe y con la mayor o menor adecuación de las palabras que
procuraban expresar esas teorías. Ahora bien, a pesar de fór-
mulas divergentes, la fe celebrada en la liturgia era la misma,
y parecía señalar que la divergencia se daba sólo a nivel de la
terminología21.

La pregunta es si ese método, puesto en práctica para resol-


ver las divergencias del pasado, no es portador de un poten-
cial para una reflexión y una expresión de la fe en la Iglesia
Católica de cara al futuro, abriendo horizontes de creatividad
teológica de cara a un anuncio renovado del misterio de Cristo.
Esto aún debe verificarse. Por el momento sólo sabemos que 621
un intento de aplicación del ‘consenso diferenciado’ a la Euca-
ristía, en el ámbito del diálogo luterano-católico, aún no ha
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

sido posible22.

b) Entre los temas a abordar se encuentran no sólo los aspectos


pendientes de las cuestiones doctrinales clásicas (eclesiología,
ministerios, sacramentos, etc.), sino también las cuestiones
relativas a la ética/moral que exigen la búsqueda de presu-
puestos comunes. En el ámbito de los diálogos, los intentos han

21
Una constatación ya hecha, por otra parte, por el mismo Pío XII antes de la apertura
oficial de la Iglesia Católica al diálogo ecuménico; cf. Sempiternus Rex (1951), AAS 43
(1951), 636.
22
Cf. G. WENZ, “Esquisse d’un projet de «Déclaration commune concernant la doctrine du
répas du Seigneur», Positions luthériennes 58 (2010), 141-154.
Jorge A. Scampini

sido por el momento pocos y los resultados no siempre plena-


mente satisfactorios23. La cuestión es urgente y difícil; urgente,
porque está en juego la unidad en el testimonio cristiano y la
vida plena del ser humano; difícil, porque el recurso a la ley
natural, habitual en la Iglesia Católica, no parece ya evidente
para todos. Quizá habría que procurar en esa búsqueda una
nueva base común, que permita desarrollar una nueva ‘ética/
moral fundamental’. La afirmación de un orden natural en
ámbito cristiano ha sido favorecida por el reconocimiento del
orden impreso por Dios en su creación. Si la noción de natu-
raleza parece a los cristianos protestantes un préstamo de la
filosofía, ajeno a la revelación bíblica, la idea de creación, en
cambio, reviste un indiscutido carácter bíblico, siendo la crea-
ción la primera revelación de Dios y de su proyecto sobre el
ser humano en la Sagrada Escritura. Quizá haya que comenzar
desde allí, aunque esto se enfrentará con los habituales pro-
blemas hermenéuticos. Evidentemente, una tarea semejante
debería involucrar a teólogos con una competencia académica
diferente a la de aquellos que han estado presentes hasta hoy
en las comisiones de diálogo que han abordado las cuestiones
doctrinales.

622 2. La necesidad que la Iglesia se “repiense a sí misma”

Hay autores que consideran que el movimiento ecuménico ha


medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

llegado a un momento tal de madurez en el camino recorrido que


los pasos futuros no dependen ya sólo, ni en primer lugar, de las
relaciones intereclesiales. Los pasos dados y los frutos alcanzados
han hecho que las cuestiones ecuménicas se planteen hoy como
desafíos al interior de cada una de las iglesias; de la superación de
esos desafíos dependería el futuro del movimiento ecuménico. Es

Cf. COMITÉ MIXTE CATHOLIQUE-PROTESTANT EN FRANCE, Choix éthiques et communion


23

ecclésiale, Paris: Cerf, 1992; Anglican/Roman Catholic International Dialogue, “Life in


Christ: Morals, Communion and the Church”, Information service n. 85 (1994/I), 54-70;
Joint Working Group Between the Roman Catholic Church and the World Council of
Churches, The Ecumenical Dialogue on Moral Issues: Potential Sources of Common
Witness or of Divisions, Information service n. 91 (1996/I-II), 83-90.
La renovación de la Iglesia y la unidad de los cristianos

el momento, pues, de verificar la solidez y coherencia del compro-


miso asumido por cada iglesia o comunidad cristiana. Esto señala la
importancia de la primera finalidad del diálogo señalada en UR 4: el
examen de la propia fidelidad a Cristo y la invitación a la renovación
y la reforma de la Iglesia24. Lo que invita a volver a la relectura del
texto conciliar hecha en su momento por Juan Pablo II.

En efecto, el Papa Wojtyla, afirmaba en Ut unum sint que:

En el magisterio del Concilio hay un nexo claro entre renova-


ción, conversión y reforma. Afirma así: «La Iglesia, peregrina
en este mundo, es llamada por Cristo a esta reforma per-
manente de la que ella, como institución terrena y humana,
necesita continuamente; de modo que si algunas cosas, por
circunstancias de tiempo y lugar, hubieran sido observadas
menos cuidadosamente deben restaurarse en el momento
oportuno y debidamente» (UR 6). Ninguna Comunidad cris-
tiana puede eludir esta llamada.

Dialogando con franqueza, las Comunidades se ayudan a


mirarse mutuamente unas a otras a la luz de la Tradición
apostólica. Esto las lleva a preguntarse si verdaderamente
expresan de manera adecuada todo lo que el Espíritu ha
transmitido por medio de los Apóstoles (DV 7)25. 623
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)
Para agregar luego:

La comunión creciente en una reforma continua, realizada a


la luz de la Tradición apostólica, es sin duda, en la situación
actual del pueblo cristiano, una de las características distin-
tivas y más importantes del ecumenismo. Por otra parte, es
también una garantía esencial para su futuro. Los fieles de la
Iglesia Católica deben saber que el impulso ecuménico del
Concilio Vaticano II es uno de los resultados de la postura
que la Iglesia adoptó entonces para escrutarse a la luz del

24
Cf. UR 4 §2.
25
UUS 16.
Jorge A. Scampini

Evangelio y de la gran Tradición. Mi predecesor, el Papa Juan


XXIII, lo había comprendido bien rechazando separar actua-
lización y apertura ecuménica al convocar el Concilio26.

La Iglesia Católica, si es coherente consigo misma, al recono-


cer que sólo en ella se da la plenitud de los medios de salvación, y
entre ellos el carisma del servicio a la unidad visible, no debe eludir
el hecho de llevar sobre sus espaldas la mayor responsabilidad: la
de la mano tendida de la comunión (cf. Ga 2,9)27. Parece que tam-
bién en lo que se refiere a la búsqueda de la unidad de los cristia-
nos la Iglesia Católica se ve llamada a ser hoy una Iglesia ‘en salida’.
El Papa Francisco, al ver su servicio de ‘pontífice’ como aquel ‘de
tender puentes’, parece ser consciente de esto y, por eso mismo,
dispuesto a retomar la propuesta de Juan Pablo II de repensar el
ejercicio del ministerio petrino en el marco de la sinodalidad de la
Iglesia28. Hay, además, otros temas que se relacionan con este que
necesitan ser pensados: la relación entre iglesia universal e iglesias
locales; la relación en la iglesia local de los ministerios ordenados y
el sacerdocio común de los fieles; el modo de formular el discurso
sobre la fe, etc.

UNA RENOVACIÓN Y UNA REFORMA QUE EXIGEN


624 UN ITINERARIO ESPIRITUAL

La lista de aspectos de la Iglesia a revisar puede ser larga, tan


medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

larga como nuestros gustos y sensibilidades, y toca a todos los nive-


les de la vida eclesial. Lo que es claro es que ese proceso, como el
mismo movimiento ecuménico, debe ser un itinerario teológico y
teologal, guiado por el Espíritu, cuya meta última no la podemos
predecir. Hoy, en ámbitos eclesiales y teológicos, es habitual hablar
de la renovación de la Iglesia, de una reforma en y de la misma,
expresiones a las que se han sumado otras, como la necesidad
de una ‘conversión’ pastoral, misionera, del papado, incluso de la

26
UUS 17.
27
Cf. J.M.R. TILLARD, “Préparer l’unité. Pour une pastorale oecuménique”, Nouvelle revue
théologique 102 (1980), 165.
28
Cf. UUS 94-96; EG 32. 246.
La renovación de la Iglesia y la unidad de los cristianos

Iglesia. Esas palabras expresan distintos aspectos de un proceso,


pero no son sinónimos. Una cierta clarificación de los mismos es de
suma utilidad.

Un servicio semejante lo ha prestado el Groupe des Dombes,


el que, a lo largo de su reflexión teológico-ecuménica, ha señalado
reiteradamente la importancia de que las iglesias vivan una verda-
dera experiencia de conversión en distintos ámbitos a fin de facili-
tar de manera progresiva el camino hacia la unidad. Esa conversión,
según el grupo de diálogo francófono, debe ser de actitud, doctrinal
y pastoral. En uno de sus últimos textos, el grupo ha señalado la
relación y la diferencia que existe entre reforma y conversión:

La reforma de la Iglesia pasa por su teología, sus institucio-


nes, sus maneras de proceder, la objetividad de su lenguaje
y de sus prácticas. Compromete decisiones que pueden
aportar cambios. Pero sólo tienen posibilidades de éxito
si son asumidas por el consenso del pueblo cristiano, per-
suadido de que debe aceptar esos cambios, si quiere dar
un testimonio más fiel del Evangelio (...). “La conversión es
una actitud espiritual, una dinámica que ya hemos amplia-
mente descrito29. Es una exigencia respecto de la santidad
de la Iglesia. Es de alguna manera la cara interna de toda
reforma y su condición de posibilidad. Si es compartida por
625
todos los miembros del pueblo cristiano, crea una emula-
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

ción entre fieles y responsables y permite purificar el ros-


tro deformado de nuestras comunidades. Esperamos que
los diversos puntos de conversión que proponemos puedan
concretizarse en reformas institucionales30.

Es esto lo que explica que la reforma a la que llama el ecume-


nismo está enmarcada en un verdadero itinerario teologal:

29
Se refiere a su estudio previo: Para la conversión de las Iglesias. Identidad y cambio
en la dinámica de comunión, Centro de Estudios orientales y ecuménicos Juan XXIII,
Salamanca, 1998.
30
Groupe des Dombes, «Un seul Maître». L’autorité doctrinale dans l’Église, Paris: Bayard,
2005, n. 425.
Jorge A. Scampini

(…) una conversión no se decreta. Comporta un elemento


inesperado que la distingue de un acto voluntario y delibe-
rado. Es más que un simple cambio, incluso si implica una
evolución del pensamiento y puede llevar a una reforma de
la vida de la Iglesia. No obstante, puede ser preparada. Una
tal preparación supone que las iglesias, en todos los niveles,
se esfuercen en reconocer sus carencias, sus imperfecciones,
sus resistencias en relación con su vocación. Todo llamado
a la conversión, se inscribe en una perspectiva semejante,
esperando el ‘momento de gracia’ cuando, por la fuerza del
Espíritu, dará sus frutos31.

Por eso, como afirmaba Juan Pablo II, “el auténtico ecume-
nismo es una gracia de cara a la verdad”32.

EL LUGAR SIEMPRE CENTRAL DEL ECUMENISMO ESPIRITUAL

Hemos señalado el lugar que el Concilio ha reconocido al


ecumenismo espiritual al afirmar que la oración es como el alma
del movimiento ecuménico. Hoy en ámbitos oficiales se sostiene a
menudo la importancia del ecumenismo espiritual. A veces se tiene
la impresión de que se lo hace con una cierta resignación, porque se
experimenta un impasse en el camino de los diálogos, y no se vive
626 ya un kairós. Es verdad, de acuerdo a lo que acabamos de decir, que
la búsqueda de la unidad es un camino a recorrer, pero su realiza-
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

ción depende totalmente de la gracia Dios. Nosotros no manejamos


los tiempos, si bien podemos poner obstáculos al cumplimiento de
la voluntad divina. Hay dos figuras cercanas para señalar lo que sig-
nifica la actitud a asumir.

El Papa Francisco suele hablar de un ‘camino’ a transitar. El


Consejo Mundial de Iglesias ha asumido como programa para estos
siete años lo que ha dado en llamar la ‘peregrinación’ hacia la jus-
ticia y la paz. Las dos figuras señalan el movimiento, el desplaza-

Ibid., n. 426.
31

UUS 38.
32
La renovación de la Iglesia y la unidad de los cristianos

miento, la desinstalación. Sin embargo, ambas, cada una en su con-


texto, dan la impresión de ver humanamente lejana la meta de la
unidad visible de los cristianos. De allí la importancia de la oración
por la unidad, que es siempre una oración de pobreza, a la espera
de que Dios haga misericordia. Ahora bien toda verdadera oración
implica sus riesgos; el mayor de ellos es sin duda que esa oración sea
escuchada. Porque difícilmente Dios nos concede lo que le pedimos
sin hacernos de algún modo instrumentos de su realización. ¡Debe-
ríamos ser más conscientes de lo que implica una oración sincera!

Esto me lleva a pensar, tomando la imagen que S. Heaney apli-


caba a las diferentes actitudes asumidas ante los enfrentamien-
tos en Irlanda del Norte33, que nuestra oración también puede ser
expresión de diferentes actitudes y, por eso, conjugarse en distin-
tos modos verbales. En primer lugar, una oración pronunciada en
modos optativos, expresión de una identidad endurecida por la his-
toria, resignada ante la situación que se vive, y que busca tranquili-
zar cada día la propia conciencia, la que, ante lo que todo verdadero
cambio puede exigir a nivel personal para su efectiva realización,
desea en el fondo que esto no suceda durante la propia vida. Ante
esa actitud resignada, se ha levantado muchas veces de manera
impetuosa la oración de aquellos que no se resignan, conjugada
en modos imperativos, con la intención de apurar los tiempos, y 627
cuyo riesgo es conseguir un cumplimiento de lo buscado a modo
humano, demasiado humano. Finalmente, lo admirable y ejemplar
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

es trascender esos modos optativos e imperativos; es esa la ora-


ción de aquellos que se expresan siempre en la fuerza del indica-
tivo, manifestando su constancia y coherencia cotidiana, porque su
vida se encuentra totalmente comprometida con lo que se espera.
En este caso la oración es la expresión de una esperanza que se
eleva sobre toda desesperanza, no dudando del cumplimiento de
la promesa.

33
Cf. S. HEANEY, “From the Canton of Expectations”, New Selected Poems: 1966-1987,
London: Faber & Faber, 1990, 236s. El hecho de reparar en esta imagen de Heaney y
aplicarla a los tiempos del movimiento ecuménico se lo debo a A. Falconer, cf. id.,
“Beyond the Limits of Familiar Landscape”, en A. Falconer (ed.), Faith and Order in Moshi.
The 1996 Commission Meeting, Geneva: WCC Publications, 1998, 51s.
Jorge A. Scampini

Y, para finalizar, uniendo el trabajo teológico y la oración, me


parece importante volver a una expresión de uno de los pioneros
del ecumenismo en la Iglesia Católica, y que fue al mismo tiempo
uno de los grandes artesanos de la eclesiología conciliar, Y. Congar.
El dominico francés, al inicio de su libro Chrétiens desunis (1937),
afirmaba:

(…) Cristo murió “para reunir en uno todos los hijos de Dios
que estaba dispersos” (Jn 11,52). (…) Cristo oró por todos,
para que todos sean uno (…). No podemos, por lo tanto, per-
manecer indiferentes ante nuestras divisiones. Ciertamente,
sólo Dios puede reedificar a Jerusalén y reunir a los dispersos
de Israel. Pero, si sólo Dios puede hacer lo que supera toda
posibilidad humana, también es cierto que no prescinde de
las criaturas en su acción, y que lo que se haga, aun siendo
obra de Dios, será hecho por hombres. Tenemos, pues, que
hacer algo y, al menos, prepararnos a ser instrumentos de
Dios el día en que a Él le plazca hacernos misericordia. (…)
El que una vez ha sentido la angustia de la unidad que es
preciso reconquistar ha perdido el derecho a no llegar hasta
el límite de su lealtad, de sus esfuerzos, de su coraje y del
absoluto en la entrega de sí mismo34.

628 Ojalá que todos tengamos la visión grande de la Iglesia que


nos ha dejado el Concilio, y sin olvidar las dos inspiraciones que
medellín 169 / Septiembre - Diciembre (2017)

lo motivaron, trabajemos en este tiempo, el nuestro, por la unidad


de los cristianos, para que la Iglesia Católica realice efectivamente
su plena catolicidad. En caso contrario, nos resignaríamos a que
ella se limite a ser una confesión más en medio de un cristianismo
dividido.

Y. M. CONGAR, Cristianos divididos. Principios de un ‘ecumenismo’ católico, Estella


34

(Navarra): Verbo Divino, 1967, 24s.


La renovación de la Iglesia y la unidad de los cristianos

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Artículo recibido: 18 de julio de 2017


Artículo aceptado: 13 de agosto de 2017

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