El documento discute la perspectiva católica sobre la unidad y comunión de las iglesias. Explica que después del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica adoptó una visión más positiva del ecumenismo y reconoció que existen elementos de santidad y verdad en otras iglesias. Aunque la Iglesia Católica posee la plenitud de los elementos esenciales conferidos por Cristo, otras iglesias también pueden poseer algunos de estos elementos. El documento concluye que la comunión eclesial se fundament
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El documento discute la perspectiva católica sobre la unidad y comunión de las iglesias. Explica que después del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica adoptó una visión más positiva del ecumenismo y reconoció que existen elementos de santidad y verdad en otras iglesias. Aunque la Iglesia Católica posee la plenitud de los elementos esenciales conferidos por Cristo, otras iglesias también pueden poseer algunos de estos elementos. El documento concluye que la comunión eclesial se fundament
El documento discute la perspectiva católica sobre la unidad y comunión de las iglesias. Explica que después del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica adoptó una visión más positiva del ecumenismo y reconoció que existen elementos de santidad y verdad en otras iglesias. Aunque la Iglesia Católica posee la plenitud de los elementos esenciales conferidos por Cristo, otras iglesias también pueden poseer algunos de estos elementos. El documento concluye que la comunión eclesial se fundament
El documento discute la perspectiva católica sobre la unidad y comunión de las iglesias. Explica que después del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica adoptó una visión más positiva del ecumenismo y reconoció que existen elementos de santidad y verdad en otras iglesias. Aunque la Iglesia Católica posee la plenitud de los elementos esenciales conferidos por Cristo, otras iglesias también pueden poseer algunos de estos elementos. El documento concluye que la comunión eclesial se fundament
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3.
UNIDAD Y COMUNIÓN DE LAS IGLESIAS EN PERSPECTIVA CATÓLICA
I. Planteamiento del problema La Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación fue y es un hito en el camino del acercamiento ecuménico entre las iglesias asociadas en la Federación Luterana Mundial y la Iglesia católica de Roma. Se plantea: ¿hacia dónde se dirige el movimiento ecuménico? ¿En qué consiste la visión ecuménica, cuál es su perspectiva final? ¿Qué modelo de futura unidad eclesial o comunión eclesial perseguimos? En el ámbito ecuménico hay diversas respuestas, pero ninguna que se acepte de forma generalizada. La parte católica no ha formulado ninguna toma de posición oficial. Por ello, es necesario abrir nuevos caminos. Un punto de partida común es que todas las iglesias confiesan, con credos protoeclesiales, la existencia de una sola Iglesia. (Tiene fundamento bíblico). Ante esto, al parecer existe una contradicción por las numerosas iglesias separadas que se contradicen, condenan y excluyen mutuamente. Entre las iglesias que participan del proceso ecuménico reina el consenso que la unidad no puede ser solo invisible, perceptible solamente en la fe o relativizando o nivelando con ello las diferencias y las oposiciones existentes en las formaciones eclesiales visibles. El restablecer esta unidad visible de la Iglesia es la meta común del movimiento. Con esto no queda resuelta la cuestión de en qué consiste en concreto esa unidad visible, ni cómo debe realizarse. Existen diversos modelos: unidad orgánica, unidad conciliar y la unidad en la diversidad reconciliada, otros. Lo común entre ellos es el hecho de que no entienden la unidad de la Iglesia como uniformidad y por ello, no tienen como meta una Iglesia unitaria sino una «unidad en la pluralidad». Y esto es susceptible a interpretaciones heterogéneas. La opción a favor de un determinado modelo de futura unidad de la Iglesia depende de la concepción de Iglesia que tenga cada uno. Esto es el problema: la comprensión de la Iglesia y de los elementos constitutivos del ser Iglesia (controversia). De ahí que la pregunta por el modelo de una futura unidad eclesial no sea una suerte de simulación estratégico-militar sino un serio trabajo teológico donde se alcance una profunda comprensión común de lo que confesamos como Iglesia una, santa, católica y apostólica. II. El enfoque del concilio Vaticano II Antes del concilio Vaticano II la cuestión de una futura unidad de las Iglesias era malentendida, porque se comprendía como un ecumenismo de retorno, de reintegración. Esto era comprensible por la posición del magisterio eclesiástico. En este contexto hay que mencionar la encíclica de León XIII: Satis cognitum (1896); y la de Pio XII: Mortalium animos (1928). Esta última es una clara evidencia de la posición católica-romana frente al movimiento ecuménico. Y por ello, estaba prohibido expresamente por lo mismo que parecía imposible el dialogo ecuménico. La Mystici corporis (1943) de Pio XII fundamenta este punto de vista. Enseña la estricta identidad entre el cuerpo de Cristo y la Iglesia católico-romana. Su tesis explicita era: el cuerpo de Cristo es la Iglesia católica de Roma. Esto no significa que los no pertenecientes a la Iglesia católica estén excluidos de la salvación, reconoce que estos cristianos pueden esta unidos a cristo y a su Iglesia por el votum (deseo o anhelo). Se refiere al estado de salvación de los cristianos individuales. Para la encíclica existen cristianos separados de la Iglesia católica, pero no Iglesias separadas de ella. Después del concilio Vaticano II fue posible la entrada oficial de la Iglesia católica en el movimiento ecuménico. En la LG 8: se rompe la rigurosa equiparación del cuerpo de Cristo y la Iglesia católica de Roma y se remplaza el est por el subsistit. “Esta Iglesia… subsiste en la Iglesia Católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él”. La LG 15 y en UR 3 se retoma la cuestión de la existencia de esos elementos de santidad y verdad fuera de la estructura de la Iglesia católico-romana. El decreto sobre el ecumenismo no fundamenta eclesiológicamente los elementos eclesiales existentes fuera de la iglesia católica con la ayuda de la idea de participación en la plenitud católica, sino cristológicamente. No afirma que los cristianos no católicos estén incorporados en un sentido amplio a la Iglesia católica, sino que están incorporados al cuerpo de cristo. La posición del concilio puede resumirse: - Los elementos esenciales conferidos por Cristo a su Iglesia están presentes en su plenitud en la Iglesia católica. Las demás Iglesias o comunidades eclesiales poseen, según el caso, algunos o varios elementos, mientras otras carecen. - Entre la iglesia católica y las demás iglesias y comunidades eclesiales no existe una comunión eclesial perfecta pero si imperfecta. (restablecimiento de la comunión plena con la Iglesia católica). III. El desarrollo posconciliar Todo se concretiza en un Directorio Ecuménico. De la lectura de estos principios y de los comentarios para su realización práctica se desprenden numerosas indicaciones útiles, muchas de las cuales aún no han sido, ni mucho menos, implementadas. No ofrecen ninguna respuesta directa a nuestra pregunta por un modelo concreto de una futura unidad eclesial. La encíclica Ut unum sint (1995), del Papa Juan Pablo II da numerosas orientaciones buenas, útiles y dignas de consideración para el camino hacia la unidad ecuménica, pero ninguna afirmación sobre su meta concreta. Wolfgang Thönissen en su Comunión mediante la participación en Cristo: un modelo católico para la unidad de las Iglesias ofrece una visión conjunto de este debate y demuestra convincentemente que todos los resultados de los diálogos posconciliares convergen de modo sorprendente. El término que se presenta en todos los documentos es comunión eclesial. Por eso cree percibir una tendencia a reemplazar el término unidad por comunión (interpretar la unidad a través de la communio). El Comunicado oficial común emitido en la firma de la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación se habla del camino hacia la «plena comunión eclesial» y hacia «una unidad en la diversidad», en la que «las restantes diferencias podrían ser “reconciliadas” y no tendrían más una fuerza separadora». Pero ¿qué hay que entender por «comunión eclesial»? se intenta poner el concepto de comunión eclesial en relación con el concepto bíblico y protoeclesial de koinōnía/communio. La importancia de los conceptos koinōnía/communio y de la concepción protoeclesial de Iglesia y unidad que les subyace fue puesta de relieve inicialmente por Ludwig Hertling por parte católica, y Werner Elert, por parte protestante. Congregación para la Doctrina de la Fe, con su escrito «Sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión», la Communionis notio (1992), ha asumido de modo fundamentalmente positivo esta discusión IV. Perspectivas en el marco de la reciente eclesiología de comunión Si se parte del concepto bíblico y protoeclesial de koinonía/communio hay que afirmar de antemano que koinōnía/communio no significa originariamente comunión, sino participación, más en concreto: participación en los bienes de la salvación o, mejor aún, participación en la vida del Dios trinitario a través de Jesucristo en el Espíritu Santo. La participación común en tales bienes fundamenta entonces, en segundo lugar, la comunión entre los cristianos. De este enfoque se sigue dos puntos: 1. La unidad eclesial no se realiza en primer lugar «horizontalmente» por la vía de la comunitarización», o sea, de la unión de personas o Iglesias. La comunión eclesial es fundada más bien «verticalmente» por Cristo. De ahí que no sea algo que nosotros podamos «hacer». Es gracia y don. Aquí radica el límite intrínseco de todo ecumenismo de negociación y, al mismo tiempo, la verdadera oportunidad del ecumenismo. 2. La Iglesia existe dondequiera que la palabra de Dios es anunciada y acogida en la fe y se celebra la eucaristía. Así pues, la Iglesia acontece siempre como Iglesia local. Pero puesto que en toda Iglesia local está enteramente presente Jesucristo y Jesucristo es solo uno, toda Iglesia local es, en Jesucristo, profundamente una con todas las demás Iglesias locales. Ninguna Iglesia local puede existir para sí aislada y autosuficiente, sino que solo puede hacerlo en comunión con todas las demás Iglesias locales. La communio con todas las demás Iglesias locales viene dada con la esencia de toda Iglesia local. Donde no se da la comunión de una Iglesia local con las demás Iglesias locales, allí falta algo del propio ser Iglesia. Por eso, la Iglesia es siempre a la vez Iglesia local e Iglesia universal. Esta unión recíproca entre iglesia local y unidad universal se plasmó históricamente de maneras heterogéneas. En el primer milenio se acentúa en el aspecto de la comunión eclesial, mientras que en el segundo milenio la eclesiología de comunión fue desplazada por una eclesiología de unidad. El concilio redescubre la relevancia teológica de las Iglesias locales y vuelve hacer valer la idea de comunión. Pero no logra conjugar la eclesiología de unidad y la eclesiología de comunión. Lo dejo abierto. El debate posconciliar intento clarificar, toma la reflexión teológica ortodoxa, ante ello la congregación para la doctrina de la fe interviene con el documento Communio notio. Puso de manifiesto que el aspecto de la Iglesia universal y el ministerio petrino no le advienen a la Iglesia local desde fuera, a modo de cuerpo extraño, sino que son realidades inherentes a toda Iglesia local, pertenecientes a la esencia propia de esta.
V. El impulso dado por el Papa Juan Pablo II
Las reflexiones en el marco de la eclesiología de comunión, aunque se avanzó, sigue siendo relativamente abstracta. Todo permanece abierto, sobre todo la pregunta de cómo debe concebirse en concreto la relación iglesia universal y la iglesia local o que significa el primado del papa. Estos temas intentará el papa Juan Pablo II reflexionar en su encíclica Ut unum sint. El papa expresa su deseo de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva. Le gustaría además entablar un dialogo fraternal y paciente incluso con los interlocutores ecuménicos. Esto representa un proceso revolucionario. Es importante que el papa hace suyo el punto de vista de Ratzinger: habla de comunión fraternal del primer milenio y dl liderazgo que a la sazón, con asentimiento general, se le reconocía a la sede romana. Habla de una forma de comunión que esté a la altura de las exigencias presentes y futuras. El recuerdo del primer milenio debe ser entendido, por eso, en sentido productivo, que impulsa hacia delante. Se trata de un nuevo modelo de ejercicio del ministerio petrino y, con ello, de la unidad de la Iglesia. Si bien no se puede pedir resultados definitivos se puede considerar acuerdos como el distinguir entre la manera en que el ministerio petrino se ejerció en el primer milenio y el desarrollo en el segundo tras la separación de la iglesia oriental. Además distinguir entre la forma históricamente condicionada por los dogmas del vaticano I y su contenido esencial. Esto el concilio vaticano II por ende confirmó los dogmas sobre el papado del Vaticano I, los reinterpretó aunque a medias. Esto lo retoma Juan Pablo II. Bajo este punto de vista práctico, hasta ahora se ha impuesto una idea que refleja la forma de ver las cosas en la Iglesia antigua. Es necesario distinguir con mayor claridad entre las tareas que competen al obispo de Roma como titular del ministerio petrino y las tareas que incumben al obispo de Roma como patriarca de Occidente.
El concilio Vaticano II volvió a reconocer expresamente el antiguo patriarcado de Oriente en su
relativa, pero considerable autonomía en asuntos litúrgicos, espirituales, teológicos y disciplinares. A demás, después del concilio se ha generalizado el hablar, también en referencia a aquellas Iglesias orientales con las que aún no existe comunión plena, de Iglesias hermanas.
VI. Visión de una futura comunión de Iglesias
La teología católica reciente ha retomado la doctrina de Belarmino sobre los tres vínculos de la unidad, reinterpretándola en el marco de la eclesiología de comunión. Según esta doctrina, para la unidad de communio de la Iglesia se necesita concordancia en la profesión de la misma fe, en la celebración de los mismos sacramentos y en los ministerios asociados a la palabra y a los sacramentos. La pregunta que se plantea es: ¿qué debe entenderse por concordancia o consenso? Resulta necesario un patrimonio básico de formulaciones de fe comunes. Estas confesiones de fe siguen siendo vinculantes para todas las Iglesias. Sin embargo, esto no tiene por qué afirmarse de idéntico modo de todas las demás fórmulas de fe. Se ha reconocido en declaraciones oficiales que se trata de diferencias verbales y terminológicas que no impiden la comunión eclesial. En la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación se alcanzó un consenso, se convino en que los diferentes enfoques y terminologías, a los cuales corresponden también acentos divergentes, no impiden la comunión eclesial, sino que son admisibles dentro de esta y que, en ese sentido, pueden ser tenidas por diferencias reconciliadas. La pregunta de qué tipo de consenso es necesario para la unidad se debatió fundamentalmente a raíz de la propuesta de Rahner y Fries. Estos formularon un «principio realista de fe»: «En ninguna Iglesia particular debe rechazarse decidida y confesionalmente un principio que en otra Iglesia particular sea dogma vinculante». Pero aparte de las ya mencionadas profesiones de fe, «en una Iglesia particular no se debe exigir la confesión expresa y positiva de un dogma de otra Iglesia particular». Este modelo de unidad en la diversidad tiene gran importancia para el objetivo material del trabajo ecuménico como para el método de la teología ecuménica. Este método, porque no aspira al consenso pleno en todas las cuestiones, es denominado con frecuencia «método convergente». En numerosos casos se contenta con constatar analogías y equivalencias, que expresan una común intención de salvar las diferencias sin necesidad de subsumirlas en un consenso pleno.
En último término, la visión de semejante unidad en la diversidad se funda en que la Iglesia se
configura a imagen del Dios uno y trino. En esta visión trinitaria, la unidad de la Iglesia no es un sistema uniformista ni tampoco una acumulación heterogénea ni una federación. La unidad de la Iglesia no se puede configurar según un modelo político, ni a imagen del Estado absolutista ni a imagen de la constitución de un Estado federal. Es sui generis. Se funda en el misterio del Dios uno y trino, del cual es expresión. La unidad de la Iglesia es esa unidad para que el mundo crea de la que habla Jn 17,21. ¡Y qué necesita nuestro mundo en mayor medida que semejante testimonio de una unidad que no solo tolera la diversidad, sino que la experimenta como enriquecimiento! La realización de la plena unidad de communio se ha convertido, por eso, en una cuestión de vida o muerte no solo para el cristianismo, sino para el mundo en conjunto.