Este poema describe una escena nocturna en Coney Island donde una multitud está vomitando. Se introduce a "la mujer gorda" que lidera a la multitud y parece estar incitando el vómito. El poema transmite un sentido de caos, enfermedad y muerte a través de imágenes como calaveras de paloma, cementerios enterrados y muertos arañando las puertas. Finalmente, cuando izan una bandera y llegan perros, la ciudad entera se agolpa en el embarcadero, sugiriendo que algo malo está
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Este poema describe una escena nocturna en Coney Island donde una multitud está vomitando. Se introduce a "la mujer gorda" que lidera a la multitud y parece estar incitando el vómito. El poema transmite un sentido de caos, enfermedad y muerte a través de imágenes como calaveras de paloma, cementerios enterrados y muertos arañando las puertas. Finalmente, cuando izan una bandera y llegan perros, la ciudad entera se agolpa en el embarcadero, sugiriendo que algo malo está
Descripción original:
tres poemas de federico garcia lorca "Poeta en Nueva York"
Este poema describe una escena nocturna en Coney Island donde una multitud está vomitando. Se introduce a "la mujer gorda" que lidera a la multitud y parece estar incitando el vómito. El poema transmite un sentido de caos, enfermedad y muerte a través de imágenes como calaveras de paloma, cementerios enterrados y muertos arañando las puertas. Finalmente, cuando izan una bandera y llegan perros, la ciudad entera se agolpa en el embarcadero, sugiriendo que algo malo está
Este poema describe una escena nocturna en Coney Island donde una multitud está vomitando. Se introduce a "la mujer gorda" que lidera a la multitud y parece estar incitando el vómito. El poema transmite un sentido de caos, enfermedad y muerte a través de imágenes como calaveras de paloma, cementerios enterrados y muertos arañando las puertas. Finalmente, cuando izan una bandera y llegan perros, la ciudad entera se agolpa en el embarcadero, sugiriendo que algo malo está
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LA AURORA
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible. A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre. NORMA Y PARAISO DE LOS NEGROS
Odian la sombra del pájaro
sobre el pleamar de la blanca mejilla y el conflicto de luz y viento en el salón de la nieve fría.
Odian la flecha sin cuerpo,
el pañuelo exacto de la despedida, la aguja que mantiene presión y rosa en el gramíneo rubor de la sonrisa.
Aman el azul desierto,
las vacilantes expresiones bovinas, la mentirosa luna de los polos. la danza curva del agua en la orilla.
Con la ciencia del tronco y el rastro
llenan de nervios luminosos la arcilla y patinan lúbricos por aguas y arenas gustando la amarga frescura de su milenaria saliva.
Es por el azul crujiente,
azul sin un gusano ni una huella dormida, donde los huevos de avestruz quedan eternos y deambulan intactas las lluvias bailarinas.
Es por el azul sin historia,
azul de una noche sin temor de día, azul donde el desnudo del viento va quebrando los camellos sonámbulos de las nubes vacías.
Es allí donde sueñan los torsos bajo la gula de la hierba.
Allí los corales empapan la desesperación de la tinta, los durmientes borran sus perfiles bajo la madeja de los caracoles y queda el hueco de la danza sobre las últimas cenizas. Paisaje de la multitud que vomita (Anochecer en Coney Island)
La mujer gorda venía delante
arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores la mujer gorda que vuelve del revés los pulpos agonizantes. La mujer gorda, enemiga de la luna, corría por las calles y los pisos deshabitados y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma y levantaba la furia de los banquetes de los siglos últimos y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas. Son los cementerios, lo sé, son los cementerios y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena, son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora los que nos empujan en la garganta.
Llegaban los rumores de la selva del vómito
con las mujeres vacías, con niños de cera caliente, con árboles fermentados y camareros incansables que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva. Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio. No es el vómito de los húsares sobre los pechos de la prostituta, ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido. Son los muertos que arañan con sus manos de tierra las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres.
La mujer gorda venía delante
con las gentes de los barcos, de las tabernas y de los jardines. El vómito agitaba delicadamente sus tambores entre algunas niñas de sangre que pedían protección a la luna. ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mi! Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía, esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol y despide barcos increíbles por las anémonas de los muelles. Me defiendo con esta mirada que mana de las ondas por donde el alba no se atreve, yo, poeta sin brazos, perdido entre la multitud que vomita, sin caballo efusivo que corte los espesos musgos de mis sienes. Pero la mujer gorda seguía delante y la gente buscaba las farmacias donde el amargo trópico se fija. Sólo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes la ciudad entera se agolpó en las barandillas del embarcadero.